Ya no hay fábulas

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YA NO HAY

FÁBULAS

Gustavo Cerati, el legado y recuerdo de un ídolo que se fue, pero sólo físicamente Por VALERIA AGIS ESPECIAL PARA HOY LOS ÁNGELES

L

a última vez que lo vi, le di un abrazo eterno. Uno de esos que sólo el paso del tiempo y la madurez permiten: ya no me importaba que supiera que yo, la periodista discreta que tantas veces lo entrevistó, era también su fan. Gustavo Cerati llegó como un rayo un día, temprano, en septiembre de 1988. Su música vibraba hacía ya muchos años, pero fue esa mañana en mi cuarto adolescente, cuando sonó por primera vez en la radio “En la ciudad de la furia”, que esa voz, y esa mirada, y esa guitarra se mudaron a mí para siempre. Nada fue igual después de ese día. Nunca entendí qué poderes le habrían dado los ángeles, pero por alguna extraña razón, este hombre-mago adivinaba siempre lo que ocurría en mi vida -y, casualmente, en la de otros cientos de miles en todo el continente- y lo convertía en canciones que sonaban, después, justo en el momento preciso. Irremediablemente porteño, elegante, delgado, culto en sus formas y citadino absoluto, Gustavo guardó también la picardía propia de un tipo de barrio, de las calles de su infancia y adolescencia en Villa Ortúzar, del hincha de Racing que iba a la cancha con el carnicero de su cuadra, del pibe a quien alguna vez suspendieron en la escuela por no comportarse de forma muy santa en misa. Esa mezcla sensual y finamente arrabalera lo volvía irresistible. Entrevistarlo era siempre un placer esperado. El primer encuentro que tuve con Gustavo, fue en Monterrey, México, el 1 de

HOY • LOS ÁNGELES Viernes 12 de septiembre del 2014

octubre de 1999, para la presentación allí del exquisito “Bocanada”, uno de sus discos solistas y el primero después de la disolución de Soda Stereo. Esa tarde, apareció puntual en el lobby del hotel con su inevitable paquete de cigarrillos Jockey Suaves largos en la mano, saludó con pulcra corrección y se sentó dispuesto a los ceremoniales 30 minutos de charla acordados. Se levantó de allí casi dos horas después, ante la dulce e insistente súplica de su jefa de prensa por entonces, luego de haber hablado de un universo infinito más allá de su nuevo álbum. Se despidió afectuoso y agradecido -para mi atónita fascinación- y tuvo un inolvidable gesto de caballerosidad para con esa cronista joven y respetuosa que le había caído en gracia, quien había viajado sola a ese país como enviada especial: no permitió que volviera esa noche al hotel en un taxi, después del concierto. Se aseguró de que el vehículo que transportaba a una parte de sus músicos me llevara, segura, a mi destino. Desde ese momento, gozar de su aprecio y su confianza fue uno de los mayores privilegios que tuve en mi vida profesional, y conversar en largas y profundas entrevistas se convirtió en un insuperable ritual donde el Gustavo-estrella le abría paso al Gustavo-hombre y, también, donde mi admiración se adormecía de profesionalismo, olvidando a aquella chica adolescente con las paredes del cuarto tapizadas de sus imágenes. Galán nato, sobre el escenario Gustavo intoxicaba de placer a las masas, desbordante siempre de leonina sensualidad. Debajo de éste era, a veces, insospecha-

damente tímido. En una ocasión, durante una fiesta, en medio de la noche y el hilo de la música, comenzó a sonar uno de los tantos himnos de Soda Stereo. Su incomodidad con la situación fue notable; allí él era un invitado más, no esa voz que salía por los parlantes. Inteligente, vanguardista, moderno por excelencia, renegaba un poco de la cualidad de ‘refinado’ que la prensa plantaba en él, pero la sabía, muy en el fondo, cierta. Como músico, Cerati categorizó el rock en español y lo vistió de ‘raros peinados nuevos’ a comienzos de los efervescentes años ‘80. Comunicaba a través de su imagen y fue, junto con sus compañeros de Soda, el primero en entender que la estética sería, desde ese momento, una pilar crucial para cualquier banda. Artísticamente, se alejaba siempre de los parámetros desbordantemente comerciales y de los clichés de la latinidad. Le desagradaba el patrón del “típico latino, que mueve las caderas y es hot”, como él mismo decía. Para él había otra Latinoamérica, más borgeana, más poética. “Yo voy por ese lado”, afirmaba.

Perfeccionista Gustavo era zurdo, aunque había aprendido a tocar la guitarra como diestro. Con su voz cristalina y exquisita, salvajemente tierna, se diferenció del resto y sembró frases inagotables en el inconsciente colectivo, con sus canciones y hasta con ese “Gracias totales” que se volvió un eslogan inoxidable. De sus letras, muchas de ellas de inspirada majestuosidad, solía apuntar que no eran poesías, sino que tenían ‘vuelo poético’: “No son poesías porque no pueden prescindir de la música. No puedo escribir algo sin concebirlo para una canción”.

Generoso con otros músicos y con sus colaboradores, lo que más le preocupaba de la separación de Soda Stereo era el futuro de la gente que había trabajado con el grupo durante 15 años. El regreso del trío, en 2007, fue un viaje que por fortuna se animó a hacer, él, que no era precisamente un adicto al pasado. En lo personal, su adorable sentido del humor, a veces ingenuo, de risa infantil y espontánea, lo tomaba por asalto en muchos momentos. Basta con ver los clips de “Hoy ya no soy yo” y “Paseo inmoral” -en ambos disfrazado y luciendo la misma ridícula peluca-para descubrir el matiz más divertido de su histrionismo. A fines de 2000, en una de sus muchas escapadas a Los Ángeles, un grupo de diseñadores jóvenes de Tijuana lo interceptaron luego de un concierto para regalarle una camiseta creada por ellos. Gustavo abrió el paquete rápidamente, como un chico, y sacó a relucir la prenda, que lucía una inscripción en el frente. “Uh, mirá”, comentó con inocencia al verla. “Dice ‘BOLUDO’”, y rió. El tiempo y las crisis lo habían serenado, atemperado, puesto en contacto con una sensibilidad aún mayor. Cerati era amante

del mar, y durante sus largas giras era habitual que encontrara un espacio para visitar alguna playa remota. Su último disco, “Fuerza Natural” (2009), al cual amó intensamente, está lleno de frases premonitorias. Es imposible negarlo: Gustavo estuvo siempre conectado con su intuición. Tiempo antes me había confiado que “no hay que ir en contra de lo que naturalmente va sucediendo”. Esa sabiduría suya fue, para muchos, una doliente explicación en estos últimos cuatro años de sentirlo ‘en pausa’, desde su accidente. Los ojos azules más inmensos del rock, el pelo ensortijado con perfume a años ‘80, la piel tan blanca, las manos siempre delicadas… Nos tocó despedirte bajo un diluvio frío y una lluvia de flores. Tengo tanto para agradecerte, hombre alado, profesional y personalmente. Tengo recuerdos dorados, amigos, amores, viajes, noches de verano, paredes tapizadas de fotos, rincones del mundo que llevan tu nombre. Ahora estás en las estrellas, en cada gota de música. Estas son las palabras que nunca quise escribirte; las lágrimas que nunca quise llorar. Hoy no hay fábulas en la Ciudad de la Furia. Se fueron todas con Gustavo Cerati. -La autora es una periodista argentina; entrevistó a Gustavo Cerati en numerosas ocasiones para diferentes medios de Sudamérica y Estados Unidos.

AGENCIA REFORMA