Vidas imaginarias Historia de Emma Zunz

del zaguán de su casa de la calle Liniers, en. Almagro, una carta fechada en el Brasil. En nueve o diez líneas, algo borroneadas, le informaban lo siguiente: “El ...
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Vidas imaginarias Historia de Emma Zunz

Un cuento para Borges POR SILVIA HOPENHAYN Para La Nacion

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pág.

Viernes 18 de febrero de 2011

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a historia de Emma Zunz le llegó a Borges por parte de una amiga, Cecilia Ingenieros, que se la contó entre admirativa y estupefacta (y es a ella a quien Borges dedica el maravilloso cuento “El inmortal”). Cecilia era hija de José Ingenieros (1877-1925), el filósofo positivista argentino (o sea, ya bastante tenía con su padre), y se dedicaba a la danza. A pesar del cortejo de Borges, que la pretendía para casarse, se fue a Estados Unidos a estudiar con Martha Graham, y luego de varias piruetas y viajes, se volcó a la egiptología. Borges siempre le agradeció el argumento de “Emma Zunz”, de cuya vida se conservan muy pocos recuerdos, salvo aquellos que la impulsaron a matar a Aaron Loewenthal. Emma vivía con sus padres en una casita de Lanús, de la que recuerda los amarillos losanges de una ventana. Su padre, Emanuel Zunz, trabajaba en una fábrica de tejidos, gerenciada por Aaron Loewenthal. Pasaban los veraneos en una chacra de Gualeguay, de los que Emma logró retener algunos momentos felices. Llama la atención, sin embargo, el tenue recuerdo de su madre. Quizá por la impresión que le causó haber visto, supuestamente sin ser vista, el coito de sus padres. Éste se le inscribió como algo feo, violento y malo (se deduce del comentario que ella misma emite como cotejo de su propia experiencia de ultraje en el Puerto de Buenos Aires).

Un día, todos esos recuerdos se le apelotonaron en la memoria, como si hubiera sido tragada por lo imprevisible. Fue una cascada de imágenes y anuncios que, sin saberlo, la convertían en testigo privilegiado y protagonista inmóvil del acontecimiento más trágico e importante de su historia. Los anónimos del “desfalco del cajero”; el auto de la prisión; las palabras de su padre esa última noche de 1916, cuando le juró que el ladrón había sido Loewenthal; el remate de la casa de Lanús; Manuel Maier, el nombre falso con el que su padre se fugó al Brasil… No es fácil comprender por qué Emma siguió trabajando en la fábrica. Ni tampoco el motivo que la llevó a conservar el secreto de la acusación. Luego de seis años, Loewenthal se convirtió en el dueño de los tejidos Tarbuch y Loewenthal. Era un hombre avaro y muy religioso. Según Borges, “creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones”. Era calvo, corpulento, enlutado (su mujer, una Gauss, o sea una adinerada, había fallecido, dejándole su buena dote) y de barba rubia.

La carta El 14 de enero de 1922, cuando Emma regresaba de la fábrica, encontró en el fondo del zaguán de su casa de la calle Liniers, en Almagro, una carta fechada en el Brasil. En nueve o diez líneas, algo borroneadas, le informaban lo siguiente: “El señor Maier ha ingerido por error una fuerte dosis de veronal y falleció el 3 del corriente en el

Las peripecias de una mujer que se entregó al sufrimiento y al crimen con el solo fin de vengar la memoria de su padre

hospital de Bagé”. Estaba firmada por un compañero de pensión de su padre, un tal Fein o Fain, de Río Grande. Borges describe las impresiones de Emma, luego de dejar caer la carta como si fuese una paloma mensajera desmayándose en su trayecto: “Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor”. Emma guardó el sobre en un cajón, debajo del retrato de Milton Sills. ¿Qué hacía este actor escondido en la cómoda de la muchacha? Era un galán del cine mudo, de fama inusual, mezcla de actor e intelectual. Su último trabajo no fue, como se piensa, The Sea Wolf (1930), sino un libro publicado a título póstumo en 1932: Values: A Philosophy of Human Needs Six Dialogues on Subjects from Reality to Immortality. La carta no duraría mucho en el cajón. En pocas horas, Emma la destruiría. El suicidio de su padre la instaló en un presente perpetuo, dividido en dos o tres días: el tiempo que necesitó para asesinar a Loewentahl. Emma había cumplido diecinueve años.

El plan La noche de la carta, no se pudo dormir. O más bien, no quiso. Necesitó de todas las estrellas para planificar su venganza. Con la primera luz de la mañana definiendo el rectángulo de la ventana, ya tenía un plan perfecto.

El viernes fue un día de rumores de huelga. A la salida del trabajo, simulando bienestar, Emma se fue con su amiga Elsa Urstein a un club de mujeres, con gimnasio y pileta. Quería dejar sentado que había sido un viernes como todos, incluso más ameno, con posibilidades de ir al cine el domingo, según dijo la menor de las Kronfuss que Emma le había propuesto. El sábado se despertó impaciente (Borges aclara que no estaba inquieta). Ya no tenía nada que pensar; era el día de la acción. La verdadera trama de su vida, la que ella había construido y estaba por ejecutar, comenzaba. Lo primero que hizo fue informarse, en el diario La Prensa, que el Nordstjärnan, de Malmö, zarparía esa noche del dique 3. Luego llamó a Loewenthal, insinuándole que tenía información sobre los huelguistas y que pasaría por su oficina al oscurecer. Hizo temblar la voz para reforzar su complicidad de delatora, y se preparó para urdir la parte más escabrosa de su plan. Vagó por la zona del puerto, entrando en dos o tres bares para imbuirse de la rutina de las mujeres con los marineros. Cuando encontró a los del Nordstjärnan, eligió el más tosco, bajo y grosero (“para que la pureza del horror no fuera mitigada”, comenta Borges). El trayecto fue breve pero tenebroso: el hombre la condujo a una puerta, luego a un zaguán y después a una escalera tortuosa y a un vestíbulo (¡con una vidriera que tenía los mismos losanges amarillos que su casa de Lanús!),