EL B A R C O
D E
C R I S T A L
EL B A R C O
DE
CRISTAL
OLIVER FRANCES
El Barco de Cristal Oliver Frances Título Original: The Crystal Ship Editor Original: Richard Krawiec Traducción al Español: Amy Tracy y Miguel Bazán Edición en Español: Miguel Bazán Diseño de Portada: Ana Gaitán Published by Marco A Diaz
All rights reserved. No part of this book may be used or reproduced in any manner whatsoever without written permission, except in the case of brief quotations embodied in critical articles or reviews. Published 2014
Printed by CreateSpace in the United States of America
Copyright 2014 Marco A Diaz
El Barco de Cristal
Era una escena muy encantadora, estaba el niño jugando con las llamativas milenramas color naranja, detrás de la cerca de las delicadas
plantas
de
póquer
caliente.
En
éxtasis, el niño observaba cómo los colibríes, vestidos con colores exóticos, picoteaban el polen de las flores y bebían el néctar. Paseaba entre los elevados conos de flores púrpura de nébeda que se extendían hasta el área
boscosa
de
robles,
en
donde
estos
formaban un escudo contra los rayos solares que permitía el florecimiento las colonias de eléboros, narcisos y las violetas. Sin embargo,
Oliver Frances
El Barco de Cristal
bajo la sombra de estos robles, el encanto del jardín había desaparecido. El
niño
de
rizos
negros
se
hallaba
inesperadamente perdido en el bosque, y la maldad
empezó
a
emerger.
Un
buitre
revoloteaba en los cielos y oscuros seres andaban por todo el lugar. El terror se apoderó del niño que intentó en vano huir. Es su estado de pánico, se refugió debajo de un árbol cuyas ramas parecían brazos abiertos. De pronto, vio aparecer de la nada un desfile de jóvenes. Todos lucían finos vestidos con incrustaciones de joya preciosas que iluminaban el camino mientras pasaba un hombre con unos harapos en llamas que le herían la piel. Oliver Frances
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Y el niño observó aterrorizado el horripilante aspecto del hombre quien estaba encadenado y seguía al cáliz que estaba al inicio de la procesión; cuando, repentinamente,
los ojos
del torturado se posaron en él. Esta mirada penetrante asustó a los ojos azules del niño, mientras intentaba violentamente que este dijera algunas palabras en favor de su alma, pero la pueril criatura se las guardó. Así que el hombre continuó con su penitencia mientras
los otros
cantaban alabanzas
Señor.
Oliver Frances
al
El Barco de Cristal
1 Mientras el tiempo transcurría lentamente, Frederick, a quien llamaremos a partir de ahora “Nuestro Sabio”, se detuvo en la sala de recepción de su casa (adornada con estatuas de bronce de esclavos egipcios) y las memorias del pasado cruzaban por su mente. En
una
contemplarse
época en
ya un
remota,
él
solía
impresionante
pilar
dorado, que estaba coronado con la cabeza de Cleopatra, y le servía como espejo, únicamente para admirar su propia juventud de admirable
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belleza que le otorgaba la apariencia de un dios griego. Pero ahora lo que miraba en el espejo era los restos de su antigua gran belleza, echada a perder por los signos de la edad, arrugas y piel marchita.
Aborrecía
esa
imagen,
por
eso
prefería ponerse a pensar acerca de los hechos de la vida en esa sala, decorada con la ambientación de las Tierras del Nilo, expresada con bustos y estatuas de figuras egipcias. Nuestro Sabio, perdido en sus pensamientos, reflexionaba acerca del método experimental, el mismo que vivió el mentor de su padre. Sin lugar a dudas, este era el método ideal para
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El Barco de Cristal
comprender
la
naturaleza
simplemente
estaba
basado
de en
algo, vivir
y las
experiencias uno mismo. Sin embargo, y a pesar de que para él la idea era aceptable, el verdadero el placer provenía de ejercer una influencia sobre alguien. De hecho, lo que realmente le excitaba era poder observar como esa criatura abría sus ojos maravillados ante lo desconocido; cómo percibía todo por primera vez y cómo el discípulo absorbía las ideas del maestro. Todo era un viaje de descubrimiento donde uno le otorgaba la fruta de su propia vida a otra persona. De esta manera, el sujeto, al
estar
bajo
su
influencia,
obtendría
experiencias como si él mismo las hubiera Oliver Frances
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vivido. Era una especie de obra donde uno tenía el título de maestro. Mientras dirigía una mirada de reojo hacia el piano,
cubierto
con
un
pañuelo
egipcio,
recordaba momentos felices, cuando sus finos y delicados dedos jugueteaban con sus teclas para deleitar a sus amistades. De pronto, sus párpados se sintieron como pequeñas barras de hierro, y cuando se quedó dormido, tuvo un dulce y triste sueño. Nuestro Sabio era un niño pequeño, uno muy travieso, que observaba el pico del Monte Cristallo sobre la superficie del cristalino lago. El reflejo transmitía
toda
la
majestuosidad
Oliver Frances
de
la
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montaña, y esto lo maravillaba. Cuando se acercó al borde del lago, puso su pequeño velero de cristal a navegar. El viento lo iba impulsando,
cuando
súbitamente
éste
se
rompió en mil pedazos en medio del agua. Su mano dejó caer al piso la taza de té que pertenecía a un juego adornado con esfinges. Parecía que esta vez
Nuestro Sabio ya no
podría abrir los ojos. De pronto, comenzó a levantarse
inconscientemente,
mientras
sus
ojos miraban hacia abajo de manera borrosa la sala donde se encontraba, y sintió que lo arrojaron hacia un cuarto con aire enrarecido que daba la impresión de ser una corte.
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La desolación se adueñaba de la habitación y una niebla aterrorizante se desplazaba a lo largo de todo el lugar, haciendo a la corte lucir intimidante. Nuestro Sabio no tenía la menor idea de a dónde había sido llevado, pero estaba consciente de que aquello que estaba viviendo no era un episodio de algún capítulo de una escalofriante novela de esas que él había encontrado entre las cosas de su padre y tampoco
era
la
narrativa
en
la
cual
se
representaba la melancolía de Ezzelin, curada únicamente por el espectáculo de la muerte. Menos aún se parecía a cuando el hijo del Demonio le hizo trampa a su padre en los dados apostando por su propia alma. Oliver Frances
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De pronto, sus vivaces ojos azules fueron cegados por una brillante luz que iluminó toda la corte e hizo que el resplandor y el gas parecieran vívidas paredes azules. Y vio como sobre él, los serafines transmitían los pensamientos de Dios mediante energía a las jerarquías angelicales inferiores. A los querubines se les fue dado el conocimiento y difundirían los mandatos de Dios a todas las clases por debajo de ellos. El Arcángel estaba vestido con una cota de malla, una túnica flexible y sólida, una toga de mangas cortas del color del mar bajo el metal, y
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una resplandeciente capa roja que cubría su armadura. Con las manos formando un domo, estiró hacia atrás sus finamente esculpidos rasgos faciales, mientras reflexionaba sobre el discurso inicial de la fiscalía, e iba apareciendo, junto con pequeñas llamas relucientes, la siniestra y delicadamente demacrada forma del fiscal que sería el encargado de la acusación en frente del jurado. Satán
estaba
encantado
consigo
mismo
mientras iba diciendo las palabras adecuadas para condenar a esa alma. «La crueldad fue el pecado más atroz que cometió en su existencia
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terrenal y se lo infligió él mismo. Podría considerarse que el acusado no sabía quién era la persona en cuestión, sin embargo, él sí lo sabía y no solo eso, sino que a pesar de conocerlo,
actuó
Efectivamente,
con
este
crueldad pecado
lo
y
alevosía.
alegró
en
demasía». El fiscal caminó hacia el estrado y continuó. «Además, encontré otro terrible pecado: la enseñanza de sabiduría al ignorante, que trajo consigo la más desgraciada consecuencia en forma de ruina personal para a quien enseñó». Radiante de alegría, observó a todo el jurado, dirigiéndoles una mirada lo más maliciosa
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posible, reflejada en sus ojos color ágata, y continuó con su discurso: «A esta alma no le satisfizo lo suficiente su primer pecado, quería cometer un segundo, uno que le parecía fascinante.
Es
así
como,
entonces,
pecó
simplemente porque deseaba observar cómo la persona más ordinaria de todas miraba con asombro las maravillas del mundo. Por ese motivo, la fiscalía encuentra a esta alma culpable.
Así que miembros del jurado,
les pido que castiguen al acusado a la prisión eterna del infierno». Después de este discurso y luego de que el Arcángel, que estaba sentado en el estrado del
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juez, dictara los cargos por los cuales el alma era enjuiciada, dijo: «He sido designado por el Ser Supremo como juez en esta corte. Como parte del proceso debo preguntarle al acusado: ¿Cómo se declara?» El Espíritu Guía, quien también tuvo una existencia terrenal y cuya apariencia no se parecía en nada a la del fiscal, pues lo basto se yuxtaponía con lo fino, se puso de pie. «Se declara inocente. La defensa no está consciente de lo que el fiscal hace referencia como primer cargo». Dentro del más agonizante silencio, dos esplendorosos ángeles guiaron al alma. El
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acusado pasó al estrado de testigos y el interrogatorio comenzó. «¿Ha reconocido a la persona de su sueño?», preguntó el fiscal. «¿Disculpe? ¿De qué está usted hablando?» — añadió—. «Es decir... ¿cuál sueño?» Satán se paró exaltado, había previsto esa respuesta y empezó con su plan: «El extraño». « ¿Cuál de todos?» «¿Entonces el acusado admite que lo ha tenido?»
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«Por supuesto, he tenido extraños sueños, e incluso
pesadillas»,
dijo
ingenuamente
el
acusado. «Tal vez no sabe a cual me refiero... déjeme recordarle de qué se le acusa». «Será un placer saber al fin la razón del porqué estoy aquí», respondió el alma de forma desafiante. «¿Recuerda usted al hombre con los harapos en llamas y que marchaba detrás de los jóvenes yendo a la Luz?» «¡Al fin tengo una idea de lo que está hablando!»
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«¿En verdad?», Satán se relamió los labios. «Por supuesto... ¿y por qué debería sentir lástima por él?» «¿Acaso esa alma no trató, en vano, de hacer que
usted
pronunciara
las
palabras:
"Requiescat in Pace"? ¿Acaso usted no lo rechazó?» —y añadió— «¿Acaso no fue él su padre en su existencia terrenal?» «¿Acaso él lamentó el haberme abandonado?» «A pesar de ese acto despiadado, ese hombre fue la razón que usted existiera», dijo el fiscal dando un argumento sensato a los miembros del jurado.
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«Y sin embargo en mi memoria está el recuerdo de cómo ese hombre llevó la desgracia a la mujer que me dio a luz. No había ni una mancha sobre la reputación de mi madre, hasta que él apareció en su vida. Una vez que la llenó de vergüenza, simplemente desapareció. Y la mancha del pecado quedó grabada en ella hasta su muerte». Con
modales
refinados,
el
fiscal
replicó
astutamente. «¿Acaso no es cierto que en su lecho de muerte usted fue llamado a su presencia?» «Así fue, tal vez por arrepentimiento propio o por las súplicas. Mejor dicho, por el deseo de
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aquel hombre de
que
sus posesiones
no
cayeran en manos de nadie que no fuera de su linaje». Satán se encontraba analizando la respuesta del alma hasta que sus últimas palabras lo sacaron de su meditación. «¿Dónde está la crueldad ahí? ¿Acaso no se tiene que padecer la maldad y la miseria
desde que naciste? ¿Por
qué no vemos a través de la historia? Lo que digo se hará evidente. Es más, ¿cuál es la ganancia
de
aquellos
hombres
que
son
generosos?» Volteando hacia el estrado de testigos y con mirada vivaz, observando al alma que se
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encontraba en juicio, el Arcángel preguntó: «¿Qué quiere decir?» «¿Qué me dice de ese extravagante escritor irlandés?» Una sonrisa deshonesta apareció en los labios del fiscal que estaba complacido de cómo se desarrollaba el juicio. «¿Wilde?». «Él ayudó a algunas personas y estas se olvidaron de él. Hubo una actriz famosa cuya vida se encontraba entre el prestigio social y la desgracia, así que él la ayudó otorgándole un rol de justa esposa. ¿Y de qué sirvió este acto de lealtad?» El acusado recobró la compostura. «Después de haberla moldeado, educado y Oliver Frances
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habiéndole enseñado lo necesario, el escritor la introdujo al mundo de los intelectuales para que una nueva realidad floreciera para ella. Desafortunadamente ella le pagó con desprecio y el rompimiento de su relación. Para empeorar el asunto, ella misma lo acusó de ser delicado, narcisista y afeminado». «¿Todo eso por ser generoso?», el fiscal preguntó. En su magnificencia, el Arcángel reveló el plan de Dios a todas las almas ahí presentes: «Las dificultades son el núcleo de la existencia humana. Las tribulaciones son los medios por los cuales recibimos el regalo que nuestro
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Creador otorga: la sabiduría. Esto no implica que el plan de Dios no sea fruto del amor, un hombre que no tenga un corazón generoso no podrá
tener
Aquellos
que
la
misericordia aman
no
del
Creador.
necesitan
ser
perdonados. Sin lugar a dudas, la comprensión es la verdadera naturaleza de aquellos que aman». Al fijar sus ojos en el Arcángel, un espasmo de pavor se desencadenó dentro de Satán. «Si el alma cuando vivía fue virtuosa en generosidad y amor, como lo mencionaste, no importa qué tipo de pago reciba de aquellos a quienes el escritor ayudó a formarse. Su
Oliver Frances
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recompensa fue la lección derivada de los actos de ingratitud». Una
vez
que
el
Arcángel
concluyó
su
argumentación, el coro de almas en agonía dio su veredicto. «Culpable». La fiscalía estaba exultante con la sentencia, y procedió con el segundo cargo.
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