Una villa que celebra sus raíces

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Página 8/LA NACION

Turismo

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Domingo 9 de octubre de 2011

[ CORDOBA ] Yacanto de Calamuchita

Una villa que celebra sus raíces Al pie de las Sierras Grandes, un pueblo de 20 cuadras sin asfalto, con pinares y toda la paz VILLA YACANTO DE CALAMUCHITA (Córdoba).– Termina la novena a la patrona del pueblo, la Virgen de la Merced, y todos se encolumnan detrás del sacerdote para la procesión. Cantan, rezan, caminan desde la capilla de adobe rodeando la plaza. Por detrás, agrupaciones gauchas montadas en sus caballos también marchan como un tributo. ¡Viva la Patria!, ¡Viva la Virgen!, se escucha alternativamente. ¡Viva!, corea el pueblo al unísono y la voz se vuela. Más tarde, los gauchos también se lucirán en el predio municipal destinado a las jineteadas, las corridas de caballos y otras destrezas criollas: será una jornada de asado, locro y vino; de mate, pastelitos y tortas fritas hasta el anochecer del sábado (24 de septiembre). El domingo que corona la novena, en el Club Municipal también habrá show con boleadoras, bailes típicos, stands de artesanos, demostraciones que demandan todo un año de trabajo. Yacanto de Calamuchita es una villa ondulada de pinares de algo más de 1500 habitantes al pie de las Sierras Grandes. Este refugio verde está a pocos kilómetros de Villa General Belgrano y es paso obligado al Champaquí, el cerro más alto de la provincia de Córdoba. Regado por cinco ríos que bajan desde los cerros empieza a ser descubierto cada vez por más turistas ávidos de la tranquilidad y la pureza de este pueblito rural. Los registros municipales avalan lo que cuentan los vecinos: en los últimos diez años comenzó una incipiente inversión en cabañas y hoy funcionan 39 complejos y dos hosterías. “Me acuerdo que cuando llegamos nosotros había 30 foquitos; miren ahora, son cientos”, comenta Elvio, uno de los cabañeros pioneros, mientras cae la noche y conduce desde su complejo Altos del Bosque hasta el pueblo.

Durante las fiestas patronales destrezas criollas, asado y pastelitos GENTILEZA OSCAR FREITES

Mira hacia el bajo y le queda lejos el tiempo en que abandonó el trabajo seguro y la casa en su ciudad natal para instalarse con toda la familia en este paraíso escondido. “Me trataban de loco, ¡había que animarse, ¿eh?! Acá no había nada”, recuerda. Conduce con la vista al frente por el camino angosto de tierra: “A veces me asusta un poco que crezca tan rápido”, dice, mueve la cabeza, parece que hablara de un hijo. Más tarde, comentará que hace un tiempo lo vieron a Marcelo Tinelli en un campo cercano y que “el empresario de laboratorios Roemmers” baja en helicóptero de su casa en los cerros a

comprar al mercadito. Esos movimientos lo asustan un poco. El origen de todo Si alguien puede dar cuenta del devenir de Yacanto es Héctor Marrero, hijo del fundador de este lugar que, en 2010, se constituyó como el pueblo más grande de la provincia: el nuevo ejido municipal se multiplicó por veinte (hoy tiene 53.300 hectáreas) y se incluyen bajo su jurisdicción parajes como San Miguel de los Ríos, Capilla del Carmen, El Durazno, San Roque y el camino de Los Linderos. “Tengo tanta emoción por Yacanto, es tan íntimo todo”, dice, en tono de

    

  

   

    

  

   

    

 







 

suspiro, este hombre de 76 años nacido y criado acá. Nos recibe en la casona de diez habitaciones que construyó su padre, José Marrero, cuando supo que éste era su lugar en el mundo. Se le amontonan las palabras en la boca. Con el desorden propio del entusiasmo va y viene en el tiempo, recorre rincones, personajes, anécdotas. Cada tema que menciona trae a cuento una foto, un recorte periodístico, un documento, una carta. Es el hombre más documentado del pueblo y en el garaje de su casa atesora la historia: estantes con carpetas de hojas amarillentas, fotos de su padre y de la familia completa, planos del lugar cuando el terreno ni siquiera estaba loteado. Tendría que reunir todo esto en un libro de la historia del pueblo, le sugerimos, y él se entusiasma. Por ahora, sólo su relato oral permanece. “Yaco, en comechingón, significa agua; canto, en castellano, es piedra”, empieza a decir cuando se enciende el grabador, como si al arrancar en la etimología de la palabra que ama empezara a sincerarse desde el inicio de todo, desde el mismísimo origen. Su padre fue un español que llegó a la Argentina escapando de la guerra de España contra los moros. Luego de trabajar en Buenos Aires como conductor de tranvías consiguió un trabajo de martillero judicial que lo llevó a viajar por todo el país con los remates de hacienda. Por entonces conoció esta parte del Valle de Calamuchita y le nació un amor incondicional que le duraría toda la vida. “En 1939, mi padre compra 1782 hectáreas”, dispara con precisión. En aquel tiempo acá sólo había una posta de descanso de los caballos, una estancia, unas pocas casas y una capilla de adobe construida en 1877.