Tras los pasos del exilio

15 jun. 2008 - psicológico provocado por el exilio y, por el otro, indaga sin complacencia en las razones por las que los derechos humanos se convirtieron en ...
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Enfoques

Domingo 15 de junio de 2008

Hay demasiado sin pensar y sin decir en la historia argentina reciente. Eso piensa Marina Franco, la joven historiadora que después de cuatro años de investigación en Francia acaba de publicar El exilio (editorial Siglo XXI), un libro que analiza la experiencia de los argentinos que se fueron a ese país por razones políticas, durante los años de la dictadura militar. Elaborado a partir de entrevistas en profundidad con los protagonistas, el libro gira en torno a dos ejes centrales: por un lado, narra distintos aspectos del desgarro psicológico provocado por el exilio y, por el otro, indaga sin complacencia en las razones por las que los derechos humanos se convirtieron en el eje más legítimo del discurso político de quienes debieron abandonar el país. Egresada de la Universidad de Buenos Aires, con un doble doctorado en la UBA y en la Universidad de Paris 7, en la actualidad Marina Franco trabaja como investigadora en el Conicet y como profesora del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de San Martín. Allí se desempeña también como coordinadora del Programa de Estudios en Historia Reciente, un campo de estudios multidisciplinario bastante nuevo que investiga la resonancia actual de experiencias traumáticas ocurridas en el pasado cercano de las sociedades.

Complejidad y riqueza Sin vínculos personales con el exilio, Marina Franco explica que eligió trabajar sobre el tema porque se trata de una experiencia que hoy puede ser contada sin tantas reticencias por parte de quienes la vivieron. “Si hubiera planteado de entrada que quería hablar acerca de la militancia –dice–, seguramente habría encontrado muchísima menos gente dispuesta a narrar sus testimonios.” Una de las virtudes del libro es que no elude la complejidad del tema, sino que la despliega ante el lector en toda su riqueza. Así, la autora muestra que la reacción de los argentinos frente al exilio no fue unívoca, sino que las estrategias de supervivencia fueron muy variadas: mientras que para algunos llegar a Francia fue un verdadero alivio, para otros fue una pesadilla; mientras que unos aprovecharon los años en el extranjero para estudiar o perfeccionarse profesionalmente, otros continuaron dedicándose tiempo completo a la militancia. Hubo exiliados cuya necesidad de asimilarse al nuevo país fue tan grande que adoptaron el francés abandonando por completo el castellano; otros se negaron a aprender el

Tras los pasos del exilio HISTORIA RECIENTE ANDREA KNIGHT

[ LIBROS ]

LA NACION/Sección 6/Página 5

La vida de los refugiados políticos en Francia durante la última dictadura militar es el eje del libro El exilio, en el que la historiadora Marina Franco recupera la dimensión humana y política de aquella experiencia Por Mori Ponsowy nuevo idioma y durante años sólo se relacionaron con compatriotas. Más allá del desafío de adaptación al nuevo entorno, Franco señala como una de las grandes dificultades de los exiliados el silencio que los rodeó durante años. Escribe: “De la misma manera que la existencia de los desaparecidos fue negada durante mucho tiempo por el régimen militar, también el exilio apareció como algo que no se nombraba ni tenía existencia, y quedaba integrado a la lógica de ocultamiento y negación de los militares argentinos.” La autora aclara que no fueron sólo los militares quienes negaron el exilio: durante mucho tiempo los mismos exiliados preferían no hablar del tema, tal vez porque se sentían culpables de haber abandonado el país y de haber sobrevivido cuando tantos compañeros suyos perdieron la vida. Culpa, claro, como un sentimiento personal e íntimo “que no tiene nada que ver con la responsabilidad criminal de los militares o la responsabilidad política por lo sucedido.” Y

Marina Franco: “Hay que tener mucho cuidado con los matices”

es que hablar y pensar sobre la culpa, no confundir los diferentes niveles, es una tarea tan compleja como delicada. “Hay que tener mucho cuidado con los matices”, insiste Franco. “Empecé a trabajar sobre el tema porque aparecía recurrentemente en el discurso de mis entrevistados. Muchos colegas me dijeron que no podía hablar acerca de la culpa de los exiliados, pero creo que ese es uno de los grandes silencios de nuestra historia reciente que debemos investigar. No afirmo que sean culpables, ni emito un juicio de valor: pongo sobre el tapete el hecho de que experimentan sentimientos de esa índole, que es una cosa distinta.” Lo que no se dice. Lo que se oculta. Aquello que se calla porque es más fácil olvidar que sentir de nuevo el dolor. Si la historia no intentara romper esos

silencios, seguramente muchas cosas nunca serían contadas. En el caso del terrorismo de estado en Argentina, Marina Franco está convencida de que sería beneficioso correr el velo de esos silencios mientras los protagonistas todavía están vivos. “Hay un aspecto de la militancia que cuesta mucho pensar y que tiene que ver con los efectos de la violencia sobre las personas que la ejercieron. Los exiliados que fueron militantes llegaron doblemente lastimados al exilio: primero por el impacto de la violencia ejercida por el terrorismo de estado sobre ellos, pero también por la experiencia misma de la militancia.” ¿Cómo hacer historia reciente sin tomar partido? ¿Cómo honrar el sufrimiento de las víctimas sin convertirlas

automáticamente en figuras míticas e incontrovertibles? En la introduccción del libro, Franco afirma que como historiadora frente a estos dilemas no tiene “otra respuesta que el respeto por el dolor y la experiencia vivida por esos hombres y mujeres, pero también la decisión de aceptar el riesgo de la crítica y la confrontación”. En efecto, la parte más interesante del libro seguramente será la más controvertida: a diferencia de la visión que muchos exiliados tienen sobre la actividad política que realizaron en el extranjero, y también a diferencia de la visión a la que la corrección política nos ha acostumbrado, Franco afirma que durante los primeros años los derechos humanos no fueron una preocupación de los emigrados, ni de la militancia armada. Con el paso del tiempo, el tema fue adquiriendo mayor importancia por dos razones: en primer lugar, porque la urgencia de la situación argentina hizo necesario dejar de lado los componentes ideológicos para poder ayudar gente y denunciar torturas, y, en segundo lugar, porque muchos exiliados se dieron cuenta de que la única manera como lograrían recibir apoyo de la comunidad internacional era silenciando su pasado militante y presentándose como víctimas inocentes. Escribió en El exilio: “Para los argentinos, situarse en un espacio ajeno y al mismo tiempo con fuerte repercusión internacional como era la esfera pública francesa requería apelar a sindicatos, partidos políticos, organizaciones humanitarias, científicos e intelectuales. Para ello, era necesario construir una legitimidad propia, es decir, había que demostrar la existencia de la represión en la Argentina y la condición de víctimas de los propios emigrados. Para lograr este objetivo se requería un discurso homogéneo y de fácil recepción. En ese sentido, el discurso de los derechos humanos, desprovisto de toda connotación política aparente, ofrecía una plataforma de acuerdos básicos [...] que estaba claramente instalada en la tradición democrática francesa, en tanto era parte del mito fundador de la nación gala como país de los derechos del hombre.” Marina Franco muestra que para una cantidad significativa de exiliados que habían creído en proyectos políticos de cambio social radical, el

nuevo discurso de los derechos humanos significó mucho más que un mero ajuste de discurso por razones de conveniencia pues, con el paso de los años, propició un cambio ideológico que se evidenció en el abandono de viejas perspectivas políticas. Otro cambio ideológico notable ocurrido en el exilio francés fue el causado por el contacto con una verdadera democracia liberal. Muchos argentinos se sorprendían al llegar a Francia y encontrar un sistema que generaba bienestar e inclusión, en el que existía tolerancia política y donde los derechos humanos se aplicaban tanto a los perseguidos políticos de izquierda como a los que llegaban escapando de los regímenes comunistas de Europa oriental. Todo eso parecía mostrar que la práctica política y la lucha por una sociedad mejor no necesariamente debían realizarse a través del enfrentamiento violento, tal como sostenía la ideología revolucionaria imperante en América latina. Según Franco, la percepción del conflicto político como una guerra era un presupuesto de época compartido por militares y militantes, y hoy los segundos tienden a negarlo. “La negación de ese carácter bélico fue un proceso progresivo que, para

“La violencia tiene que ser discutida, no como algo que surgió de la cabeza de unos locos, sino del seno de la sociedad” quienes se fueron del país, se produjo afuera, en el exilio, y en buena medida gracias al aprendizaje de los derechos humanos.” Aunque rechaza la teoría de los dos demonios y niega que la violencia del estado sea comparable con la de la guerrillera, Franco subraya que también es necesario discutir la violencia guerrillera. “Esa violencia tiene que ser discutida, no como algo que surgió de la cabeza de unos locos, sino del seno de la sociedad.” La autora está convencida de que se trata de una discusión tan necesaria como postergada, y que debería realizarse tomando en cuenta la enorme complejidad del tema. El exilio no sólo es un estudio histórico, sino un intento de hablar sobre temas incómodos y dolorosos. Marina Franco lo hace con delicadeza y rigor al mismo tiempo. Sin convertir en héroes incontrovertibles a las víctimas; consciente de que investigar el pasado también es una forma de recordar y arrojar luz sobre el presente. © LA NACION