Territorio narrado

25 may. 2012 - destituyan prejuicios e iluminen nuevas convivencias. Territorio narrado. Louise Erdrich presenta en Plaga de palomasuna potente novela.
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Louise Erdrich presenta en Plaga de palomas una potente novela sobre la convivencia entre indios norteamericanos y blancos

Territorio narrado P

PLAGA DE PALOMAS Por Louise Erdrich Siruela Traducción: Susana de la Higuera Glynne-Jones 382 páginas $ 248

onderada por la crítica de su país, la última novela de la estadounidense Louise Erdrich (Minnesota, 1954), Plaga de palomas, enlaza elementos simbolistas y atávicos con reflexiones éticas sobre la convivencia de blancos e indios. En Plaga de palomas, se trabaja la narración coral a través del ficticio poblado de Pluto, de mayoría blanca, ubicado en el borde mismo de una reserva chippewa en Dakota del Norte, pueblo fundado a fines del siglo XIX. Epicentro de lo pretérito, su carácter es la memoria de lo que fue y ya no es. Pluto se está vaciando: sus habitantes emigran, sus pequeños comercios cierran. La explicación del paulatino pero irreversible derrumbe es esquiva, aunque se va desgranando en el conjunto de narradores. La primera, Evelina, es una niña india que disfruta con los relatos de Mooshum, su abuelo, acerca de los primeros años del pueblo, sus fundadores, su escueta mitología. A pesar de su corta edad, Evelina logra interpretar, entre la verborragia, el mensaje de Mooshum y, en una verdadera epifanía, entiende la decisiva proyección de una historia que ocurrió en 1911: la familia Lochren, de cinco miembros entre padres e hijos, fue brutalmente asesinada a tiros y a los pocos días una turba alcoholizada inculpó sin pruebas y sólo desde el odio y el prejuicio a indios sin trabajo, se erigió en partida de linchamiento y ultimó a cuatro jóvenes y a un muchachito. Evelina no es la única que comprende los alcances de la abrumadora injusticia. El siguiente narrador, el juez Coutts, mitad indio, mitad blanco, que le ha dedicado la vida a la ley, lamenta la perenne impunidad de aquellos grandes crímenes y se refugia en un tardío amor para mitigar su fracaso profesional. Otra voz al frente de su propio relato, la de la vieja médica blanca Cordelia Lochren, de amplia reputación como memorista de la historia del pueblo, perpleja ante el éxodo de Pluto, recuerda para sí misma un episodio

personal que sólo el lector de la novela puede vincular con una remota solución del misterio. La tensión entre libertad y destino es aplicable tanto al complicado nudo de tramas cruzadas y personajes que reaparecen como al despliegue de una visión desencantada de la llamada “América profunda”, representada por ese rincón perdido de Dakota del Norte. También contrapuesto resulta el tratamiento de lo trágico y lo cómico en el mundo mezclado de blancos e indios: el asentamiento blanco y la reserva ojibwe se necesitan, y la reciprocidad hace que descendientes de los dos grupos asesinados se emparienten. Aunque la galería de narradores y tramas por momentos llega al borde de la dispersión o el empaste (sin traspasarlo, por fortuna), Plaga de palomas es hábil a la hora de desplegar un horizonte espiritual o una dimensión trascendente que proviene del atavismo y de la heredad de la estirpe amerindia. La familia blanca asesinada y los indios linchados terminan uniéndose en un mismo espanto que impugna los estigmas del odio racial. El pasado no tiene redención; el presente debe superarlo. El entrelazamiento de historias ofrece al lector una chance de participación y de resolución de la antigua incógnita, en la medida en que puede encontrar lo que el texto esconde o dosifica, aun a riesgo de equivocarse. Así, se exaltan la figura del contador de cuentos y la tradición oral como únicos posibles transmisores de verdad. La sucesión de narradores no es el triunfo de una diversidad inabarcable o inasible, más bien modula una multiplicidad que termina por decantar la esencia de lo narrado: aquel antiguo paisaje de racismo, crimen de odio, injusticia visceral y desprecio rampante es una evocación dolorosa que deviene telón de fondo de un presente de encuentros y desencuentros entre blancos e indios, con frustraciones por la inequidad social que los hermanan pero con prejuicios que los separan. Vuelven a unirse en la vivencial dificultad de comprender al otro y en la angustia del gran enigma, el de la identidad. Mooshum, simbólico sobreviviente del linchamiento que urde una línea coherente en sus recuerdos, se sobrepone a la vorágine de incidentes aparentemente inconexos para implicar la dimensión más sensible de una perspectiva humanística. El viejo narrador y la nueva escritura, la novela, son inseparables, porque juntos imbrican emblemas de los pueblos indios con el trazado imaginario de un futuro posible. Erdrich mezcla tonos y registros, replica voces narrativas, enlaza etnias y linajes, para afianzar un territorio propio y metanarrativo de la ficción, del que Plaga de palomas es protagonista y es proyecto, en el sentido último de que, a partir del relato, se superen diferencias, destituyan prejuicios e iluminen nuevas convivencias. Armando Capalbo

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17 Viernes 25 de mayo de 2012

lugar a su revolucionario El África fantasmal sin antes haber conseguido un ejemplar de las Impresiones de Africa de Raymond Roussel, aun sabiendo hasta qué punto nada de lo escrito allí tiene el menor grado de valor testimonial, como lo dejó claro un autor al que por sobre todas las cosas le interesó la experimentación con las palabras y, si alguna vez se dedicó a explorar narrativamente un paisaje, fue la imagen de una playa inserta en la parte superior de una lapicera. Los escritores excéntricos siguen, y también los otros, además de las referencias a obras de cineastas, científicos, filósofos y artistas, y sin duda lo más interesante del ensayo de Stiegler, más allá de la nada menor postulación de un género extraordinario, está en esa fruición erudita, en la recuperación de piezas secretas, en el hallazgo. La quietud en movimiento es, de hecho, más el libro de un coleccionista que el de un crítico, a pesar de que el subtítulo Una breve historia cultural de los viajes en y alrededor del cuarto parece indicar lo último. Sin embargo, como aporte crítico, el libro sólo ensaya diferentes variaciones de la hipótesis central, la del viaje en el cuarto y alrededor de él como propiciador de extrañamiento. Son comentarios a nuevas obras lo que uno va encontrando con el correr de las páginas, no nuevas hipótesis. Y un terreno en el que éstas se extrañan es, por ejemplo, el que vincula el viaje inmóvil y la expansión de la tecnología en este principio de siglo: al respecto, solamente se señala el modo en que La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne marca el fin de universos replegados y ordenados que subyacían en el cuarto propio para que, a partir de allí, los relatos de este género se sumerjan en un universo fragmentario y caótico que predice la navegación por los espacios de la Web. Referencias a obras en el cuarto y alrededor de él que circulan por Internet, en cambio, hay muchas, y de lo más interesantes. Es curioso, pero lo que aquí se postula como rasgo clave del género analizado –la distancia con respecto a lo más próximo– está, paradójicamente, ausente en el abordaje de El viaje inmóvil, reemplazado en cambio por la pasión de resonancias simbióticas, el tono “entre nos” y la pulsión del coleccionista. Como si Stiegler fuera menos el observador distante que un escritor más en su listado. Un escritor que, como Pessoa, podría preguntarse “¿Qué puede darme la China que mi alma no me haya dado ya?” y afirmar, con admiración, que el único viajero auténtico que conoció era un chico que trabajaba en una oficina contable, donde se la pasaba recortando, de distintas revistas, fotos de monumentos y ciudades, retratos de barcos y navíos, y buscando folletos para aumentar su colección de viajero inmóvil.