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21 dic. 2009 - Algunas veces lo asaltaban oscuros remordimientos. La revelación de la verda- dera profundidad de su odio hacia George Wickham, que ha-.
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 1 La variedad infinita que hay en ella

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rre, arre! —La voz de James, el cochero, resonó con su tono familiar mientras arreaba a los caballos que tiraban del carruaje de Darcy, para que cruzaran la puerta que salía de Londres, tomando el camino hacia Kent. Darcy se relajó sobre los cojines verdes forrados de terciopelo, mientras el vehículo rodaba con suavidad, bajo el experto látigo de James. Le lanzó una mirada furtiva a su primo, que estaba sentado frente a él, con la nariz hundida en el Post. La guerra en la Península Ibérica se había recrudecido, y el general Wellesley, ahora conde de Wellington, sitiaba Badajoz otra vez. El tercer sitio a esa importante ciudad había comenzado hacía tan sólo una semana y ahora empezaban a llegar a Londres los primeros informes de la operación, inundando los periódicos y la imaginación del populacho de nuevas esperanzas y temores. —¿Has visto esto, Fitz? —Richard le dio la vuelta al periódico y señaló enérgicamente con el dedo uno de los artículos. —Sí, ha sido una de las muchas noticias que pude leer esta mañana, mientras esperaba a que aparecieras —respondió Darcy con sarcasmo. El coronel Richard Fitzwilliam había llegado a Erewile House, la casa que Darcy poseía en Londres, 11

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la noche anterior, con el fin de que los dos pudieran salir temprano para emprender la visita que le hacían cada año en primavera a su tía, lady Catherine de Bourgh. Pero Dyfed Brougham, un amigo de Darcy, había aparecido inesperadamente y la velada se había prolongado hasta la madrugada. En consecuencia, Richard había tardado en levantarse y el viaje se había retrasado varias horas. —Al suelo, tropa. Una tormenta se aproxima por el horizonte... —Richard se llevó la mano a la frente, como si quisiera protegerse de la esperada reprimenda. —Un reproche bien merecido —afirmó Darcy con un resoplido. —Sí, pero apelo a tu naturaleza bondadosa y amable... —siguió diciendo Richard. Su primo volvió a resoplar, pero no pudo contener una sonrisa—. Y culpo enteramente a tu amigo. Darcy soltó una carcajada al oír aquello. —¿Mi amigo? Dy apenas me dirigió la palabra cuando te vio en el salón. —Fue muy atento, ¿verdad? —¡Excesivamente! —Un hombre muy simpático, ciertamente, ¡y bien informado! Siempre había pensado que era un tipo superficial y frívolo. Y nunca había podido entender el cariño que le tenías, Fitz. Una personalidad muy distinta a la tuya. —Él no era así en la universidad. De hecho, era muy diferente. —Si tú lo dices. —Fitzwilliam se encogió de hombros y se recostó contra los mullidos cojines del landó—. Y estoy tentado a creerte después de anoche. Antes no comprendía muy bien por qué lo habías autorizado a visitar a Georgiana mientras estamos ocupados en nuestra peregrinación a Rosings; sin embargo, ahora reconozco que ha sido una estupenda decisión. Darcy asintió con la cabeza. —Sí, la aprobación de Brougham será muy valiosa cuando Georgiana se presente en sociedad el año próximo. 12

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Sólo quedan estas tres —Oh, de eso también estoy seguro —afirmó Richard de manera enfática. Darcy lo miró con curiosidad y entonces su primo dejó el periódico y se lo puso sobre las rodillas—. ¿No has notado lo amable que es Georgiana con Brougham? Él la hace reír con una facilidad enorme y son capaces de conversar durante horas, o lo harían, si las normas sociales no lo impidieran. Aparte de nosotros dos, nunca había visto que Georgiana se sintiera cómoda en compañía de otros hombres, especialmente desde... —Richard apretó los labios de repente y, tras de un extraño lapso de silencio, continuó—: Pero tu amigo lo ha logrado y lo ha hecho bastante bien... —Richard dejó la frase inconclusa, cuando vio la expresión que asomaba al rostro de Darcy—. ¿De verdad no lo habías notado? —¡No hay nada incorrecto en ello, Richard! Nada que se pueda considerar como un interés particular de Brougham por Georgiana —replicó Darcy con irritación, asegurándole a su primo, y a él mismo, que las insinuaciones que podían desprenderse de las observaciones de Fitzwilliam eran totalmente absurdas—. Y por parte de Georgiana tampoco hay un afecto que supere el cariño normal que se siente por un amigo de la familia. —¡Claro que no hay «nada incorrecto», Fitz! ¡Por Dios! —Fitzwilliam hizo una retirada estratégica y se volvió a concentrar en el Post. Darcy suspiró y cerró los ojos. Los últimos dos meses no habían sido la mejor época de su vida, y sus propias preocupaciones podrían haberle hecho pasar por alto lo que su primo estaba señalando. ¡Pero seguramente Fitzwilliam le estaba dando demasiada importancia a cosas insignificantes! Dy había sido muy amable con Georgiana, eso no podía negarlo. Más que amable, en realidad, pues había guardado silencio sobre el desmesurado interés de Georgiana por las descargas teológicas de Wilberforce, cuyos textos la había sorprendido estudiando el día que se habían reencontrado, cuando ella, por desgracia, dejó caer el libro a sus pies. Pero su actitud sólo era una muestra de amistad hacia él y la consecuencia de su irresistible forma de ser y sus amables maneras. Si Georgiana hubiese permanecido inmune a la encanta13

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dora personalidad de Dy, Darcy tendría más razones para preocuparse. No, él había estado más interesado en su propia tranquilidad, después de regresar de su desafortunado viaje a Oxfordshire en busca de la mujer que podría convertirse en su esposa. Los acontecimientos que habían tenido lugar en el castillo de Norwycke habían sido tan desagradables y lo habían dejado tan angustiado que, tras regresar a Londres, había jurado no volver a involucrarse en ninguna aventura en cuestiones matrimoniales, en un futuro próximo. Por ello, se había sumergido en los asuntos familiares y en sus negocios, así como en las actividades sociales más agradables de los hombres solteros de su posición. El primero de esos asuntos familiares había sido la desagradable tarea de informar a su primo D’Arcy del comportamiento de su prometida, lady Felicia Lowden, en Norwycke. D’Arcy se había puesto rojo de furia, pero había que reconocer que, para alivio de Darcy, no se había desquitado con el mensajero portador de las malas noticias. Al contrario, había atribuido la responsabilidad a quien correspondía y enseguida había consultado a su padre, lord Matlock, cómo se podía deshacer el compromiso. Dos semanas después apareció una nota en el Post que informaba que lady Felicia «lamentablemente» había ejercido su prerrogativa. Desde luego el chismorreo fue intolerable, pero era preferible soportar los cotilleos ahora que el escándalo inevitable después. Las familias Darcy y Fitzwilliam respiraron con alivio, mientras que la rama De Bourgh se contentó con una larga carta en la que expresaban su satisfacción, confirmando las dudas que habían tenido desde el principio, pero que no habían expresado, sobre la conveniencia de aquella relación. Georgiana, su querida hermana, había evitado presionarlo para que le contara detalles de su estancia en la propiedad de lord Sayre. Se había propuesto hacerlo sentir muy cómodo en casa y, con la ayuda de Brougham, que reanudara sus actividades sociales cotidianas. A las dos semanas de haber regresado, Darcy la acompañaba a conciertos, recitales y exposiciones de arte, mientras que Dy lo había arrastrado al salón 14

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Sólo quedan estas tres Jackson, el establecimiento de su maestro de esgrima, a varias reuniones y, unas cuantas noches antes, a un combate de boxeo bastante ilegal en el que se hacían apuestas. Entre el humor sarcástico de Dy y su infalible olfato para la intriga, y el tranquilo cariño de Georgiana, Darcy se había recuperado por completo de aquella terrible experiencia. Algunas veces lo asaltaban oscuros remordimientos. La revelación de la verdadera profundidad de su odio hacia George Wickham, que había estado tan cerca de acabar con la vida de su hermana y había envenenado a Elizabeth contra él, le resultaba casi tan espantosa como el recuerdo de lo cerca que había estado de rendirse a las apasionadas tentaciones que le había ofrecido lady Sylvanie Sayre. Pero tal como Richard había vaticinado, ahora la evocación de todo eso parecía sólo un mal sueño, y a él le resultaba cada vez más fácil ignorar todos aquellos desagradables recuerdos. Sin embargo, eso no significaba que todo estuviese en orden. Uno de los problemas de los que esperaba haberse librado había vuelto a aparecer casi tan pronto como había regresado a Londres; porque sólo dos días después de su vuelta se había encontrado con su amigo Charles Bingley. La alegría de Bingley al ver que Darcy había regresado había sido tan sincera, y su carácter sencillo y franco contrastaba tanto con la de aquellos con quienes había estado la última semana, que aceptó enseguida una invitación a pasar una noche cenando «en familia». Pero Darcy y Georgiana apenas se habían quitado los abrigos, cuando la hermana de Charles, la señorita Caroline Bingley, lo había asaltado para susurrarle con voz entrecortada que ya no había podido eludir durante más tiempo una visita de la señorita Jane Bennet y que había tenido que invitarla finalmente el sábado, le pedía con urgencia cualquier consejo que pudiera darle para manejar aquel desagradable asunto. Tras observar durante un instante los calculadores ojos de la dama, Darcy le había respondido que no podía entender cómo era posible que ella necesitara su opinión, asegurándole que confiaba plenamente en su capacidad para acabar con las 15

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pretensiones de una jovencita tan poco sofisticada como la señorita Bennet. Darcy podía dudar del amor que la señorita Bennet sentía por Bingley, pero estaba seguro de sus capacidad intelectual. Y cuando la muchacha tuviera ocasión de asistir a una de las representaciones de la autoritaria Caroline, sabría enseguida que la amistad había llegado a su fin. A pesar de todo, la impertinencia de la señorita Bingley le había resultado tan molesta que había pasado el resto de la velada muy incómodo, tratando en vano de hacer desaparecer el recuerdo de Elizabeth Bennet que la petición de la señorita Bingley había invocado y había hecho aparecer entre las personas con las que casi siempre la había visto. Y ahora Darcy y Fitzwilliam se dirigían a visitar a la tía Catherine. Aquellas visitas reglamentarias habían comenzado cuando Darcy era un niño, y tenían lugar en compañía de sus padres y Richard, cuya naturaleza rebelde sufría misteriosamente una parcial pero notoria transformación cuando estaba con el señor Darcy. Luego la visita había continuado en compañía de su padre y Richard. Y ahora, él y su primo habían asumido el papel de su padre como consejeros de lady Catherine. Aquel cometido requería la presencia de ambos, e incluso así Darcy no estaba seguro de que sus sugerencias fuesen tomadas en consideración, como sucedía con las de su padre. El placer con que su tía los recibía no tenía mucha relación con el mantenimiento o la productividad de Rosings, pero sí mucho que ver con las expectativas que ella tenía para su hija Anne con respecto a él. Darcy compadecía sinceramente a su prima Anne y le deseaba lo mejor, pero no sentía tanta compasión por ella como para estar dispuesto a ofrecerle una salida a través de una propuesta de matrimonio. La tía Catherine podía sonreír y hacer las insinuaciones que quisiera, pero... —Darcy, ¿qué es eso que siempre estás acariciando? —¿Qué? —Darcy tuvo que volver bruscamente a la realidad para fijarse en lo que sucedía en el interior del carruaje. Fitzwilliam había dejado el periódico a un lado y ahora señalaba la mano de Darcy. 16

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Sólo quedan estas tres —Ahí, en el bolsillo del chaleco. ¡Y no me digas que no es nada! Te he visto jugueteando con eso todo el tiempo durante varios meses y me está volviendo loco. —¿Esto? —Darcy podía sentir el calor de su cara enrojecida mientras sacaba del bolsillo los hilos de bordar, que ya estaban gastados y se habían vuelto frágiles de tanto acariciarlos. ¡Maldito Richard! ¿Cómo le iba a explicar aquello? —¿Ahora te gusta bordar? —bromeó Fitzwilliam, cuando vio la trenza de hilos de colores. Darcy le dirigió una mirada furibunda y volvió a guardársela en el chaleco—. ¡Vamos, Darcy! Seguro que es el recuerdo de una dama y tienes que contarme los detalles ahora mismo. —Se frotó las manos con vigor—. Porque este inquisidor no descansará hasta que confieses todo. ¿Pido las empulgueras? —¡Eres un pillo! —Para ti, soy el excelentísimo padre inquisidor —replicó riéndose Fitzwilliam, pero no se dejó distraer. Enseguida se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y dijo—: Desde el principio, vamos. Darcy le lanzó una mirada como para congelarle la sangre en las venas. Pero, inmune a esa estrategia que ya conocía, Richard se puso serio, lo miró con severidad y completó su gesto interrogante enarcando una ceja. —Desde el principio —repitió con una voz aterradora que recordaba la de un temible inquisidor—. ¡Rápido o empezaré a pensar que se trata de algo serio! Darcy se puso todavía más colorado y durante un instante sintió algo parecido al pánico. ¿Algo serio? La imagen de los encantadores rizos recogidos con una cinta adornada con rosas diminutas y el recuerdo del placer de sentir la mano enguantada de Elizabeth entre las suyas se fundieron durante un segundo y lo hicieron moverse inquieto en el asiento. Lo irónico era que él no estaba pensando en Elizabeth mientras acariciaba los hilos, pero la curiosidad de Richard lo había sorprendido y había despertado en él una serie de pensamientos y sensaciones que, según estaba a punto de confesar, habían cobrado vida propia. ¡Por Dios, ahora no!, se reprendió Darcy, 17

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al ver que esas imágenes se apoderaban de él sin que pudiera detenerlas. ¡Ten un poco de dignidad, por favor! Darcy volvió a mirar a su primo y vio que éste lo observaba divertido, mientras tomaba nota de su creciente agitación. —¡Triunfo absoluto! —aulló Fitzwilliam, recostándose en el asiento—. Por fin te he puesto en una situación que te ha hecho ruborizar y te ha dejado sin palabras. ¿Quién es esa dama tan especial? —La acertada deducción de Richard arrastró a Darcy a las tormentosas aguas de la negación, pero el prematuro aire triunfalista de su primo le sirvió para salir de la confusión y encontrar al mismo tiempo una estrategia para eludir la verdad. —Estás muy equivocado si crees que esto es el símbolo del favor de una dama. —Darcy imprimió a su voz el tono más desinteresado que pudo. Al menos esa parte era verdad, y el hecho de decirlo lo ayudó a calmarse. Haber podido ejercer aquella pequeña dosis de control contribuyó a alejar los fantasmas—. Si me sonrojé fue por la vergüenza que me produjo recordar la indiscreción de un amigo, cuya imprudencia requirió que yo me involucrara en un asunto muy delicado: un rescate o una interferencia, como quieras llamarlo, antes de que él cometiera un grave error de juicio. La expresión del rostro de Fitzwilliam mostraba que no iba a quedar satisfecho con esa explicación tan vaga. —¿Un error de juicio? Pero —insistió— hubo una dama involucrada, ¿no es así? —Sí, hubo una dama involucrada. —Darcy suspiró. Era imposible disuadir a Richard si notaba que había una dama en el fondo del asunto. Tendría que darle más detalles—. Mi amigo estuvo a punto de ponerse en una situación de tener que proponerle matrimonio a una joven que tiene una posición y una familia totalmente inapropiadas. —Ah —respondió Fitzwilliam con consternación—, ése sí que es un problema. —Hizo una pausa y miró por la ventana, mientras el coche se sacudía a causa de un bache en el camino, y luego volvió a mirar a Darcy con una chispa de picardía en los ojos—. Pero dime, viejo amigo, ¿era bonita? 18

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Sólo quedan estas tres Darcy miró a su primo de reojo. —¡Bonita! Richard, ¿es lo único en que se te ocurre pensar? —Fitzwilliam lo miró con malicia y se encogió de hombros—. Sí —replicó Darcy con tono de exasperación—, si quieres saberlo, era una criatura favorecida por la naturaleza y de temperamento dulce, además. Pero juro que ella no lo quiere, al menos no tanto como él pensaba. —Darcy se quitó los guantes y los alisó, antes de dar el golpe de gracia—. Siendo así, el inconveniente mayor era su familia, por no mencionar su escasa fortuna. —Seguramente un hombre puede soportar a la familia de lejos, siempre y cuando la dama sea agradable y la fortuna no sea un impedimento. —Tal vez se podría pasar por alto —coincidió Darcy de manera vacilante—, si hubiese una prueba de que la dama siente inclinación por el caballero. Pero ése no es el caso. Te aseguro que se necesitaría una prueba mucho mayor de la que aparentaba para suavizar los inconvenientes que representaría establecer una relación con esa familia. —Lo presentas como si fuera un verdadero horror —señaló Fitzwilliam riéndose. —Una familia con ingresos reducidos, con un montón de hijas solteras a las que se les permitía la libertad de deambular por el campo y terriblemente impertinentes. —Darcy comenzó a enumerar los puntos de una lista con la que estaba bastante familiarizado—. Un padre que no se digna educar a su familia y una madre que, cada vez que ve un nuevo par de pantalones en el vecindario, piensa que está destinado a alguna de sus hijas. —¿Y tú no te convertiste en su presa, al igual que tu amigo? —Yo no encajaba. —Darcy miró a su primo con aire de superioridad. —Me lo imagino. —Fitzwilliam se rió de su ironía, sacudiendo la cabeza—. Tu amigo debía de estar embrujado. Estaba «perdidamente enamorado», ¿no es así? —Así es. —Darcy secundó aquella opinión, pero luego se concentró en el paisaje que atravesaban. Fitzwilliam era 19

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demasiado perceptivo. Por eso no le convenía dejarle hacer muchas conjeturas—. Pero creo que ya está en proceso de curarse de semejante hechizo. —Con tu ayuda, claro. —Sí —respondió Darcy bruscamente, mirando a su primo a los ojos—. Con mi ayuda. Estoy muy satisfecho por haberlo logrado. Habría sido una unión desastrosa. La familia de la novia lo habría convertido en el hazmerreír de la alta sociedad. Fitzwilliam respiró profundamente. —Así que un hazmerreír. Espero que tu amigo aprecie el favor que le has hecho. Te debe la vida o, al menos, la cordura. Bien hecho, Fitz —concluyó Richard con sinceridad y volvió a agarrar el Post. ¿Bien hecho? ¿De verdad? Darcy frunció el ceño. No podía evitar una cierta contradicción entre sus pensamientos y emociones. Lo que le había dicho a Fitzwilliam era cierto. Todavía estaba convencido de que la señorita Bennet no experimentaba por Bingley la más tierna de las emociones. ¿Acaso no la había observado con detenimiento hasta llegar justamente a esa conclusión? Aunque debía admitir que ella no tenía el aspecto de ser una cazafortunas. No, eso también podía jurarlo. Con franqueza, la señorita Bennet era un enigma. ¿Un enigma que Bingley había logrado descifrar, mientras que él no? ¡Bingley estaba seguro de que ella lo amaba! Darcy cruzó los brazos sobre el pecho y miró a través de la ventanilla del coche hacia las colinas y los campos que estaban comenzando a verdear. No, todas esas reflexiones eran inútiles; el último eslabón de ese asunto había quedado ya zanjado. Apretó la mandíbula cuando la consternación se apoderó de él. Gracias a ese último eslabón, él y la señorita Bingley estaban unidos en una desagradable conspiración de silencio contra su propio amigo. ¡Cómo detestaba esa artimaña! ¡Cómo despreciaba la manera en que la señorita Caroline Bingley le susurraba al oído sus temores a ser descubierta hasta que la señorita Bennet se marchó de la ciudad! A pesar de que Darcy intentaba convencerse de la necesidad de que su amigo 20

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Sólo quedan estas tres escapara de los peligros de una familia como ésa, y se felicitara por haberlo hecho, el carácter vil de las estrategias que había empleado permanecería para siempre en su conciencia como una mancha. ¡Su conciencia! Cerró los ojos para no ver el luminoso sol de marzo que entraba por las ventanillas, iluminando los asientos del carruaje. Ese riguroso instinto que le ofrecía orientación y censura no había sido de mucho consuelo para él últimamente. En los momentos de soledad, alimentaba una oscura ira cuya existencia se había visto obligado a admitir en Norwycke y, cada vez que veía una cierta expresión en el rostro de Bingley, le propinaba un duro golpe. Su amigo seguía siendo un hombre de buen carácter y sonrisa fácil, pero detrás de aquella apariencia había una sombra que Darcy había pensado que desaparecería una vez que regresara a la ciudad y a sus múltiples distracciones. Sin embargo, aún no se había desvanecido y, a juzgar por su mirada reservada y reflexiva que dejaba traslucir un corazón herido, Darcy sabía que su amigo estaba luchando por volver a ser como antes. Bingley mantenía su vida social con determinación, pero sólo con una parte de su antigua energía. Aunque varias damas habían recibido algunas atenciones por su parte, ninguna había sido claramente cortejada. Charles leía más y hablaba menos, mostrando la reserva de la cual Darcy siempre lo había acusado de carecer, con la esperanza de recuperarse completamente, según le había dicho una vez. Pero lo más probable es que fuera una causa perdida, porque ¿cómo puede uno recuperar la inocencia del corazón y olvidar la dulzura del amor? Darcy se había equivocado acerca de Bingley. Era posible que el corazón de la señorita Bennet hubiese quedado intacto, pero él realmente se había enamorado de verdad y llevaría esa herida con él para siempre. ¿Qué otra opción había tenido? Ninguna... Darcy todavía representaba el papel de mentor y verdadero amigo. Pero ¿realmente había hecho bien?, insistía en preguntar su conciencia. Y también estaba Elizabeth. ¿Acaso Darcy había actuado correctamente con ella? La descripción que había hecho de 21

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su familia había sido rigurosamente precisa, excepto en lo que concernía a ella y a su hermana mayor. Debía reconocer que al describirle la familia a su primo, había cometido una descortesía. Dios no permitiera que ella se enterara alguna vez de sus palabras, o que alguien pensara que se referían a ella. Las circunstancias tan inapropiadas y el carácter de la familia Bennet representaban un obstáculo para Bingley. En su propio caso, eso era todavía más acertado. Y aunque la insuficiente fortuna no era la mayor preocupación para Darcy, la dificultad más insuperable estaba en la degradación que significaría semejante unión y en la vergüenza para él y su familia que representaría siempre el comportamiento de sus miembros. Siempre y cuando la dama sea agradable, había dicho Richard, exagerando despreocupadamente los efectos beneficiosos de la distancia. ¡Pero aunque la dama era más que agradable, la luna no sería suficiente distancia para negar las dificultades! Sin embargo, ¿no era cierto que él seguía atormentándose con pensamientos sobre ella, soñando con ella y aquellos condenados hilos de seda que lo sujetaban y ataban a ella? Se llevó los dedos al bolsillo del chaleco, pero el ruido del periódico lo hizo detenerse. Miró disimuladamente a su primo para asegurarse de que estaba totalmente absorto en la lectura. Un resoplido de desprecio y una exclamación anodina que no iba dirigida a él fueron señal suficiente de que Richard estaba distraído. Darcy sacó lentamente los hilos que tanto le habían servido pero también atormentado. Tal vez... si hubiese una prueba de que la dama siente inclinación por el caballero..., había dicho Darcy, considerando de modo traicionero que él podría ser la excepción, aunque sabía que era imposible. Ella estaba en Hertfordshire; él en Kent, o en Londres o en Derbyshire, no importaba dónde. Nunca se volverían a encontrar, a menos que él se lo propusiera, y tampoco debían hacerlo. No estaban en juego únicamente unas cuantas millas. Tratar de obtener el afecto de Elizabeth sería inmoral, porque de ahí no podía salir nada honorable. Ella siempre sería hija de su madre, y él siempre sería hijo de su padre... un Darcy de Pemberley. 22

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Sólo quedan estas tres Cerró los dedos alrededor de los hilos. Se enderezó, se volvió hacia la ventanilla del coche y quitó rápidamente los seguros, dejando que la parte superior de la ventana se deslizara hacia abajo. Cayó con un golpe suave. El golpeteo de las cadenas de los arneses y el sonido de los cascos de los caballos sobre el camino se oyeron de repente con más fuerza y distrajeron a Fitzwilliam de su periódico. —Ah, ¡el aire fresco del campo! —Richard dirigió una sonrisa a su primo y volvió a concentrarse en la lectura. Darcy bajó la vista hacia su mano enguantada y los desgastados hilos que reposaban en la palma. Luego cerró los ojos para no verlos, se inclinó sobre la ventanilla y los dejó caer. Atrapados por la brisa primaveral, los hilos salieron volando hasta caer al lado del camino. 

—¿Quién será ese hombre, Darcy? —preguntó Fitzwilliam con expresión de incredulidad. Acercó la cabeza a la ventanilla, mientras el coche pasaba delante de un corto sendero que llevaba hasta una casa modesta—. A juzgar por su apariencia, debe de ser un clérigo; pero te desafío a encontrar un pájaro más raro. ¡Míralo! —Darcy se enderezó para mirar en la dirección que le indicaba su primo y se quedó helado cuando reconoció a aquel personaje—. No deja de hacer reverencias y... ¡Mira! —Fitzwilliam se levantó de su asiento y bajó la ventanilla para asomarse mejor. —Por Dios, Richard, no... —¡Saludos, buen hombre! —gritó Fitzwilliam desde la ventanilla cuando pasaron a su lado, y luego volvió a sentarse, soltando una carcajada—. ¿Será el nuevo clérigo de nuestra tía, el que vino a reemplazar al viejo Satherthwaite? —El señor Collins —informó Darcy a su primo con los dientes apretados. ¿Cómo podía haber olvidado que aquel fastidioso hombrecillo, que gracias al mérito de su ropa de clérigo se había portado de manera tan desagradablemente familiar durante el baile de Bingley, estaría allí? 23

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