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REVISTA CENTRAL

DE

SOCIOLOGÍA

ISSN Nº 0718 - 4379 REVISTA DE LA ESCUELA DE SOCIOLOGÍA. FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES AÑO 5, 2010. Nº 5

AUTORIDADES FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES UNIVERSIDAD CENTRAL DE CHILE

EDITORES DE LA REVISTA CENTRAL SOCIOLOGÍA RODRIGO LARRAÍN CONTADOR EMILIO TORRES ROJAS

DECANA

DRA. MARÍA TERESA DEL RÍO

COMITÉ EDITORIAL

DIRECTOR ESCUELA DE SOCIOLOGÍA NÉLIDA CERVONE,

Universidad de Buenos Aires

DR. © LUIS GAJARDO IBÁÑEZ

CUERPO DOCENTE PLAN ESPECÍFICO DE SOCIOLOGÍA MG. OMAR AGUILAR NOVOA (SOCIÓLOGO)

ISMAEL CRESPO MARTÍNEZ, Universidad de Murcia, España. MIGUEL CHÁVEZ ALBARRÁN, Universidad de La Frontera, Chile PATRICIO DE LA PUENTE LAFOY, Corporación de Desarrollo de las Ciencias Sociales, Chile

JUAN MIGUEL CHÁVEZ ALBARRÁN (SOCIÓLOGO)

LUIS GAJARDO IBÁÑEZ, Universidad Central de Chile

DRA. © JUANA CROUCHET GONZÁLEZ (LICENCIADA EN HISTORIA)

RODRIGO LARRAÍN CONTADOR, Universidad Central de Chile

MG. ERNESTO ESPÍNDOLA ADVIS (SOCIOLOGO)

LIS PÉREZ, Universidad de la República, Uruguay

ARTURO GONZÁLEZ ALVARADO (LICENCIADO EN SOCIOLOGÍA)

EMILIO TORRES ROJAS, Universidad Central de Chile

MG. RODRIGO GREZ TOSO (FILÓSOFO) MG. RODRIGO LARRAÍN CONTADOR (SOCIÓLOGO)

CORRESPONDENCIA

MG. Dr. © MARCELO RAMÍREZ VALENZUELA (CIENTISTA POLÍTICO)

SAN IGNACIO 414, TORRE A, 2° PISO SANTIAGO – CHILE

MG. LEONEL TAPIA CONTADOR (ECONOMISTA)

TELÉFONO (56) 2-582 6513 FAX (56) 2-582 6508

MG. OSVALDO TORRES GUTIÉRREZ (ANTROPÓLOGO)

E-MAIL: [email protected]

MG. DR. © EMILIO TORRES ROJAS

DISEÑO: entremedios

(SOCIÓLOGO)

EDITA: FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES IMPRESIÓN: Salesianos Impresores

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SUMARIO 7

Presentación

DEBATES CONCEPTUALES EN LA SOCIOLOGÍA La juventud en su perspectiva sociológica. Procesos, transiciones y trayectorias Juan Jesús Morales Martín Republicanismo, democracia y derecho:¿Más allá del liberalismo?

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Camilo Sémbler R.

DESIGUALDAD, DESARROLLO Y CONSUMO Revisitando tendencias en la distribución global del ingreso. ¿Hay alguna relación entre la inequidad entre las naciones y el orden político mundial? José Luis Valenzuela

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Una breve historia sobre las teorías del desarrollo Ignasi Brunet y Andrés Pazzi Las organizaciones y su relación con los individuos derivado de la responsabilidad social de la empresa con su entorno

91

Carlos Livacic Rojas La problemática del consumo: Una historia reciente en las ciencias sociales chilenas Dante Castillo Canales

101

ARTE, SOCIEDAD Y ECONOMÍA Del reconocimiento individual a la colaboración. Posicionando la idea de co-creación Isabel Quintero Pérez De arte y de empresarios (o de cómo entra la lógica empresarial en la producción cultural): un estudio antropológico sobre la Sexta Bienal de Artes Visuales del Mercosur

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Fernanda Fontecilla Cepeda

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Política editorial y normas de publicación

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PRESENTACIÓN

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on singular satisfacción la Escuela de Sociología de la Universidad Central entrega el número cinco de la Revista Central de Sociología a la comunidad preocupada de reflexionar críticamente sobre los temas y problemas que afectan a la compleja sociedad contemporánea. Nuestra satisfacción es doble. Por un lado, advertimos que los objetivos de divulgación del trabajo académico planteados hace ya más de cinco años se han cumplido plenamente, pero surgen de inmediato para los próximos años metas más ambiciosas y de mayor alcance. En este sentido, el desafío de mayor importancia es continuar cumpliendo con todos los requisitos que se exigen a una publicación de calidad, de tal modo que en forma natural la revista continúe adquiriendo reconocimiento y en el corto plazo forme parte de los circuitos de prestigio internacional. Por otro lado, el presente número sorprende a la Escuela desarrollando procesos de gran trascendencia para su futuro. En efecto, durante el año 2010 se ha consolidado un cuerpo académico de trayectoria y se dio inicio al proceso de Autoevaluación de la Escuela de Sociología con el propósito de obtener su acreditación el año 2011 y de este modo dar fe pública de nuestra preocupación por la calidad, el mejoramiento continuo y la seriedad del proyecto educativo que impulsamos y del cual la revista es parte fundamental. En la primera sección de la revista denominada Debates Conceptuales en Sociología, Juan Jesús Morales presenta una reflexión amplia sobre la juventud y en particular sobre la española en el marco de los grandes cambios societarios, donde se defiende la idea que esta categoría social ha perdido la centralidad alcanzada en la primera modernidad en la construcción de itinerarios biográficos imponiéndose actualmente formas indefinidas de construcción de la identidad personal. En la misma sección Camilo Semler, desde una crítica al supuesto carácter rupturista del republicanismo contemporáneo plantea, por el contrario, la presencia de un continuismo con el liberalismo a través de la sujeción de la contingencia política democrática a un orden jurídico, lo cual obligaría a repensar las condiciones que fundamentan la democracia republicana. La sección Desigualdad, Desarrollo y Consumo, se encuentra representada por cuatro variados artículos. En el primero de ellos José Luis Valenzuela, propone un riguroso trabajo sobre la base de datos a nivel internacional de las tablas Penn, que permite un análisis comparativo de la distribución del ingreso para el período 1970-2003, contradiciendo la “hipótesis de la convergencia” y pone en evidencia claras tendencias hacia la inequidad entre países que es posible relacionar con acontecimientos relevantes de la política mundial. El segundo aporte, de Ignasi Brunet y Andrés Pazzi, expone una panorámica sobre las teorías del desarrollo vinculadas con diversas políticas regionales que ponen énfasis ya sea en los “polos de crecimiento” o en la perspectiva territorial y la importancia que durante las últimas décadas ha alcanzado el discurso del desarrollo endógeno, tanto en países centrales como en contextos periféricos como el latinoamericano. El texto que nos presenta Carlos Livacic trata sobre un tema de gran actualidad, el rol que le cabe a la empresa en el lugar en donde se encuentra implantada. El autor expone las vicisitudes de esta relación en un contexto de mayores derechos, en que la individualización ha reemplazado a los actores colectivos, en una sociedad globalizada y en la que la responsabilidad social empresarial es una variable a considerar.

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Por su parte, Dante Castillo traza una historia del consumo y sus efectos en el tratamiento que al tema, y al consumismo, le han dado las ciencias sociales. A propósito de las agudas reflexiones de Tomás Moulián (Chile actual: Anatomía de un mito), examina cómo la realidad del consumo transformó la sociedad e, imperceptiblemente desatanizo el concepto, al punto de que hoy se hace necesario sociologizar este hecho, Castillo muestra algunas pistas para hacerlo. En la sección Arte, Sociedad y Economía, Isabel Quintero también se hace cargo de un desafío para nuestra ciencia, la construcción de lo colectivo desde un perspectiva del individualismo metodológico, pone la capacidad individual, dentro de una matriz cultural, con el fin de superar la escisión que implicó el así llamado cambio de paradigma social –un poco a contrapelo de Habermas o Beck– aprovechando las tecnologías de la información y la comunicación. Quintero es una colega colombiana que aborda el concepto que en nuestro medio denominamos sociocreatividad. La cientista política Fernanda Fontecilla nos presenta un estudio antropológico referido a la transformación que en Brasil se ha producido luego de la dictación de la Ley de Incentivo a la Cultura, muestra cómo el espacio artístico se ha empresarializado y cómo, a su vez, las tecnologías y lógicas de gestión inciden incluso sobre los criterios estéticos y la producción de arte. Puesto que este es un fenómeno común a América Latina, es posible extraer del texto inferencias válidas para nuestro continente. Estimados lectores, esperamos que este número de la Revista Central de Sociología constituya un aporte a la permanente tarea colectiva de construir y reconstruir las ciencias sociales en Chile y América Latina con una perspectiva crítica y humanista.

Comité Editorial RCS

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Debates Conceptuales en la Sociología

Revista Central de Sociología, año V, Nº 5, 2010 pp. 13 – 32

“La juventudensuperspectiva sociológica. Procesos, transiciones y trayectorias” 1

JUAN JESÚS MORALES MARTÍN2

Resumen El presente artículo está planteado como una reflexión general sobre la juventud. Si bien alude preferentemente a la sociedad española como realidad concreta. La hipótesis de partida se sitúa en las dificultades que encontramos para delimitar y caracterizar al concepto sociológico “juventud”. Algo que nos indica los cambios societarios en los que estamos inmersos. En este sentido, la perspectiva que manejamos es que la juventud ha perdido actualmente la centralidad que tuvo durante la primera modernidad a la hora de construir y diseñar los itinerarios biográficos. Este hecho nos emplaza, sin duda, a considerar las condiciones sociales que han de tener los jóvenes para ser adultos hoy. De esta manera, el panorama que se dibuja es el de una realidad social en el que tanto la edad juvenil como la edad adulta quedan caracterizadas por la indefinición y por una constante construcción de la identidad personal.

PALABRAS CLAVE: JUVENTUD, TRANSICIÓN, TRAYECTORIA, IDENTIDAD, ESPAÑA

Abstract This article is presented as a general reflection on youth. While preferably refers to the Spanish society as a concrete reality. The hypothesis is in the difficulties we meet to identify and characterize the sociological concept “youth”. It tells us societal changes in which we are immersed. In this sense, the perspective is that we deal with youth has now lost the centrality it had during the first modernity at the time of building and designing the biographical itineraries. This fact placed, no doubt, to consider the social conditions that the young people have to have to be adults today. In this way, the picture is drawn is that of a social reality in which both youth and adulthood are characterized by uncertainty and constant construction of personal identity.

KEY WORD: YOUTH, TRANSITION, CAREER , IDENTITY, SPAIN

1. Lineamientos de una propuesta. A modo de introducción

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l propósito inicial al escribir el presente artículo es poder establecer un acercamiento a la sociedad contemporánea desde la perspectiva epistemológica y teórica que nos concede la reflexión sobre la categoría sociológica “juventud”. Partimos de que esta categoría sociológica, tan importantísima en la modernidad al constituirse como una etapa biográfica dramática por la toma por su carácter transitorio. La hipótesis que sostenemos es que si encontramos dificultades a la hora de marcar exactamente dónde termina la juventud y dónde se inicia la edad adulta es síntoma, desde luego, del cambio societario en el que estamos inmersos. Por tal motivo, la perspectiva que manejamos es que la juventud ha perdido su centralidad a la hora de construir y diseñar los itinerarios biográficos porque, precisamente, la vida adulta también queda caracterizada

1 Quiero dar las gracias a Álvaro Marín Bravo y a Alberto J. Ribes Leiva por sus atinadas observaciones críticas y por sus valiosas sugerencias. 2 Universidad Complutense de Madrid.

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por su indefinición y su constante recomenzar. Este hecho, de este modo, nos emplaza a considerar las condiciones sociales que han de tener los jóvenes para ser adultos hoy. En este sentido, este trabajo alude preferentemente a la sociedad española como realidad concreta, puesto que uno de los objetivos del mismo es dar a conocer al lector algunas problemáticas que se están produciendo en la situación social de los jóvenes españoles. Aunque también está planteado, sin embargo, como una reflexión general sobre la juventud. Con ello no quiero caer en una generalización estereotipada, sino más bien la pretensión es ofrecer herramientas e instrumentos teóricos que puedan ser útiles para reflexionar, en su caso, la realidad de la juventud en América Latina, sabiendo incluso de las variaciones significativas que hay entre unos lugares y otros3. Hasta ahora, en la abundante bibliografía de la sociología de la educación, de la sociología de la juventud e incluso de la sociología en general encontramos una obsesión por saber y demarcar dónde está el límite de la juventud (De Singly, 2005: 111). No hay un consenso sobe cuándo comienza y cuándo termina el tramo de la juventud. Hoy esas coordenadas quedan absolutamente desdibujadas, lo que nos permite hablar de “la disolución de los límites de la juventud” (Gil Calvo, 2005: 14). Así se puede apreciar en numerosos trabajos que operan con diferentes periodizaciones que conducen a la confusión4. Si bien no queremos caer en esa obcecación, ya que nuestra intención es utilizar la categoría sociológica de “juventud” como tipo ideal que nos sirva para abstraer algunos aspectos de una realidad, no en toda su pureza, pero sí con sugerentes lineamientos y tendencias generalizables. En este sentido, este trabajo se sitúa preferentemente en el campo de la teoría sociológica y de la sociología de la cultura, porque aborda la manera que tiene el sujeto actual de estar y vivir en una sociedad troquelada por la segunda crisis de la modernidad (Rodríguez Ibáñez, 1998: 85)5. Para ello, y centrados en este debate entorno a la juventud, tomamos la sugerencia de 3

Cada sociedad viene a manejar y a entender un significado distinto de lo que entiende por jóvenes. Por tal motivo, una de las preguntas que sobrevuela a lo largo de este trabajo es la siguiente: ¿qué entiende la sociedad española como juventud? Pregunta que también me lleva a tratar sobre otros asuntos como: ¿qué entendemos hoy como ser jóvenes en España? Son interrogantes que, sin duda, se pueden trasladar a la realidad social latinoamericana. Ya que considero que lo más interesante para el lector es que pueda identificar en su sociedad particular problemas similares en el trasfondo –cambio societario que se refleja en las trayectorias juveniles, pero que quizás aparecen con otras formas u otros matices diferentes a los que yo puedo percibir en la realidad social española. 4 Sin embargo, durante los últimos años se viene manejando en la sociología española una periodización de la juventud que la sitúa entre los 15 y 34 años (Martín Serrano, 2001: 49). Ésta es, desde mi punto de vista, la que mejor se adecua a los intereses de este trabajo. Así, la juventud –como la etapa vital comprendida entre la infancia y la edad adulta-viene a superar a la duración de la edad infantil, lo que nos muestra que nos enfrentamos a unas condiciones sociales particulares que han propiciado esta mayor dilación de la vida juvenil. En este sentido, la idea de que existe una nueva etapa de transición hacia la vida adulta ha sido elaborada, entre otros, por J. J. Arnett con algunos trabajos en los que define este período biográfico con la categoría de “la adultez emergente” (1997; 2000; 2002). Con esta categoría se quiere señalar cómo la transición entre la juventud y la adultez está marcada por el retraso en los cinco pasos clave para convertirse en adulto: finalizar los estudios, abandono del hogar familiar, independencia financiera, matrimonio y tener hijos. 5 Es sintomático si realizamos una revisión bibliográfica de diversos textos sobre sociología de la juventud encontrar mismos patrones teóricos que apuntan directamente hacia la fragmentación de la sociedad actual y que tienen como centralidad en sus discursos escenarios si, ya no completamente posmodernos, si teorías sociológicas que piensan desde la modernidad avanzada, la modernidad líquida o la sociedad del riesgo. La postura que aquí adoptamos maneja una línea a la par que algunas de estas teorías, si bien el interés por el enfoque o la perspectiva del sujeto –y de su acción social– nos permite considerar, por ejemplo, cómo en algunos comportamientos de los jóvenes se mezclan elementos de una primera modernidad con rasgos de lo que podemos llamar segunda modernidad o tardomodernidad. Esta última etiqueta encaja con un enfoque de identidades débiles, de des-diferenciación y de crisis de las instituciones sociales. Por supuesto que parte de la literatura posmoderna ve esto como una oportunidad y como una liberación de los individuos, aunque nuestras coincidencias tienen que ver más con la insistencia en el presente, en la desaparición y en la inestabilidad, dado nuestra lectura más bien crítica sobre la realidad social.

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LA JUVENTUD EN SU PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA. PROCESOS, TRANSICIONES Y TRAYECTORIAS por JUAN JESÚS MORALES MARTÍN

N. García Canclini sobre cómo “los cambios de comportamientos de los jóvenes manifiesta una reorganización radical de lo que veníamos entendiendo por modernidad. Las nuevas generaciones muestran, exacerbadas, las tendencias de las sociedades actuales: aumento de la información y de las interacciones con baja integración social, aceleración de los cambios con empobrecimiento de las perspectivas históricas respecto del pasado y el futuro, combinación contradictoria de recursos formales e informales para satisfacer necesidades y deseos a escala individual o grupal” (2008: 10). Más allá de esta afirmación, lo que encontramos es un interés por la juventud como expresión de la nueva sociedad. Un interés entendido como una apertura teórica y que nos conduce hacia una necesitada revisión y redefinición de lo que entendemos por modernidad. Si encontramos a la juventud en un tiempo de transición es porque la sociedad actual también está en un constante estado de transición. Uno de los aspectos más interesantes a los que accede este trabajo es, por tanto, a comprobar desde la posibilidad que nos concede la juventud el cambiante peso que están teniendo los valores y los ideales modernos en su configuración. No se trata de reconstruir la historia del fenómeno, la evolución del objeto, sino de habilitar un espacio, el hiato, en el que tengamos cabida y que permita asomarse a las diversas fuerzas implicadas en el proceso de construcción del sentido de ser joven (Casado, 2001: 167). Ya que una de las tareas fundamentales de la sociología es ocuparse de esas tensiones y relaciones con otros objetos que confluyen en la juventud, como categoría singularizada, y que nos hablan de la política (participación política), del trabajo (mercado laboral), de la familia (relaciones de parentesco), del ocio y consumo (estilos musicales, hábitos de lectura, aficiones, etc.), de la identidad (sexualidad, tribus urbanas, inmigración), etc.

2. Sobre la imprecisión de la categoría sociológica “juventud” Los fundamentos del mundo moderno se vienen abajo en la sociedad tardo-moderna. Y ese declive tiene su culminación en toda una sociología que cuestiona los presupuestos clásicos y los revisa a la luz de las nuevas representaciones sociales. En este sentido, una aparentemente simple categoría sociológica, como “juventud”, da al traste con todo un modo de pensar el mundo contemporáneo. Uno de los aspectos más notables que advertimos es que en la actualidad no se puede realizar una lectura lineal de la misma (López Blasco, 2006: 265). Esto supone que más que hablar de un grupo de edad o de una generación, se comienza a hablar teóricamente de trayectorias y de itinerarios hacia la vida adulta. De esta manera, la juventud no aparece como un proceso de cambio o transformación, sino más bien aparece como una etapa laberíntica en su conjunto. Ello hace que nos interese tener en cuenta las relaciones sociales que ese proceso pone en marcha, siempre sujetas a la revisión (dada la debilidad y fragilidad de los lazos sociales). La categoría sociológica “juventud” está difuminada en la medida en que el pasaje de la edad joven a la adulta sufre un proceso de des-institucionalización -dada la crisis que están sufriendo las instituciones sociales que conformaron la vida social moderna (religión, trabajo, política, familia, etc.)-. Lo que lleva al observador o al investigador social a redefinir las fronteras de esa visión fragmentada del mundo y a buscar el significado que hoy adquiere la vivencia de lo juvenil (Cavia, 2006: 103)6. Si estamos ante una nueva juventud, también estamos ante una nueva sociedad en donde, por 6

Evidentemente una de las ideas más importantes que ha rodeado la escritura de este texto es la de sensación que tienen los jóvenes de estar viviendo en “permanente crisis” (Hernández, 2007: 177). Se puede poner la crisis económica que nos llega de los medios de comunicación, crisis del mercado de trabajo, crisis de las relaciones de pareja. Poner algo de Medina sobre la crisis.

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ejemplo, el matrimonio o la inserción laboral ya no son rituales de paso tan importantes como lo fueron en la primera modernidad, simplemente porque en la segunda modernidad pierden su valor “como indicador irrefutable de la entrada en la edad adulta” (De Singly, 2005: 111)7. Esta ruptura de la linealidad de las biografías se evidencia en que, por ejemplo, la inserción laboral no significa plenamente la llegada a la edad adulta, ya que en muchas ocasiones no trae consigo la deseada emancipación del hogar familiar, al igual que los jóvenes ya no esperan para acceder al matrimonio en busca de recompensas sexuales. En este sentido, cada vez es más frecuente encontrar trabajos sociológicos que nos hablan de la pérdida de centralidad que tienen para los jóvenes el trabajo, el estudio y el matrimonio a la hora de elaborar sus estrategias de vida (García Canclini, 2008; Gil Calvo, 2009). La mayoría de los puntos de referencia constantes y sólidamente establecidos en la primera modernidad exigían un entorno social más duradero, seguro y digno de confianza que hoy las condiciones estructurales y sociales, en cambio, no ofrecen (Bauman, 2003: 58). De esta manera, adquieren un mayor protagonismo para los jóvenes nuevos referentes en sus vidas como la conectividad o la socialidad –las novedosas redes sociales de Internet–, y el consumo de ocio, de tendencias, de moda, de cultura, etc. Son referencias sociales y simbólicas que les permiten, sin embargo, una mayor flexibilidad de organización y de construcción en sus itinerarios biográficos (García Canclini, 2008: 3). La consecuencia recíproca de estas tendencias es que se está produciendo una situación convergente entre un adelantamiento de la adolescencia y una prolongación de la juventud. A la vez que la etapa adulta, como veremos más adelante, acaso queda también caracterizada por su indeterminación. Los jóvenes adelantan comportamientos que antes se daban en la edad adulta: relaciones sexuales, consumo de alcohol, drogas y tabaco, la libertad de decisión sobre el uso del tiempo libre, y otro tipo de conductas, consideradas hasta hace poco, patrimonio de los adultos (Serapio, 2006: 13). Este adelantamiento viene potenciado por una sociedad donde las nuevas tecnologías, los medios de comunicación y la publicidad, entre otros factores, favorecen a los miembros de la adolescencia temprana el acceso a terrenos simbólicos propios de la adultez en épocas anteriores. Esto hace que la juventud ya no sea un viaje hacia la edad adulta. Sino que se está en ella de muchas formas (Serapio, 2006: 13). De este modo, encontramos un contexto heterogéneo con multitud de trayectorias y de numerosas situaciones intermedias que destacan por situar a la juventud y a la identidad de las y los jóvenes en un estado en permanente construcción social y cultural, nunca definidas entonces por ser estáticas o inamovibles (Revilla, 2001: 119). Incluso la experiencia de la juventud, como decíamos, se prolonga en el tiempo hasta abarcar tiempos propios de la edad adulta (Serapio, 2006: 20). Lo que genera un continuo “aplazamiento de la salida de la juventud” (De Singly, 2005: 117). Hecho que denomina E. Gil Calvo como “el envejecimiento de la juventud” (Gil Calvo, 2005). En fin, no sólo asistimos a la disolución de sus límites, en cuanto a su inicio y a su tiempo de término, sino que también en cuanto a su sentido y a su disfrute. La juventud ya no es un relato recto, sino más bien es una narración difusa e inconclusa en la que los jóvenes van añadiendo nuevos significados y significante. 7 Que los rituales de paso pierdan su importancia no significa que no haya requisitos –como decíamos arriba-para ser adultos. Podemos señalar entre estos condicionamientos a la solvencia e independencia económica, a la administración de recursos disponibles, a la autonomía personal (capacidad de decisión) y a la construcción de un hogar propio (Agulló, 2003: 8). Apreciamos, por tanto, que los requisitos estructurales, sociales y simbólicos para ser adultos hoy son fundamentalmente materiales. La importancia del ser adultos hoy no es tanto en quién eres, sino en qué tienes. La lectura que podemos hacer de ello es que la satisfacción completa de los requisitos materiales no asegura la plena madurez “personal”. Creo que, más que nada, muchas de las actitudes y comportamientos que tenemos ante la realidad social de hoy son maneras de ajustarnos y reproducir la estructura social, matizada, como sabemos, por la economía capitalista que la envuelve.

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LA JUVENTUD EN SU PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA. PROCESOS, TRANSICIONES Y TRAYECTORIAS por JUAN JESÚS MORALES MARTÍN

3. Expectativas de transición a la vida adulta. La realidad social española Un elemento habitual de la sociedad tardomoderna o de la segunda modernidad es la sensación permanente de vivir una vida en transición. Una idea y buen ejemplo de esto lo podemos encontrar en las actitudes, en los comportamientos y en las decisiones de los jóvenes cuando observan, perciben y atribuyen para sí la situación social que les rodea. Algunas de las respuestas más comunes de la juventud ante esta “incontrolabilidad” social están siendo la desmotivación, la desconfianza, la desesperanza y, sobre todo, un comportamiento individualizado que queda representado bajo el lema de ir viviendo el día a día; disfrutando y gozando del presente eterno siempre que sea posible8. Esto nos conduce a un contexto social en el que las expectativas de transición para la juventud están en crisis. Los jóvenes sienten que ya no pueden controlar sus destinos biográficos. Ya no es nada seguro ni prometedor el origen familiar o de clase en la composición de su carrera profesional, más si tenemos en cuenta que el Estado tampoco puede controlar a la economía de mercado. La familia –a excepción sobre todo de las clases altasha perdido su capacidad de “enclasar” a los jóvenes y de insertarlos laboralmente9. Esto se debe, principalmente, a que los propios adultos ni estaban preparados ni esperaban – cognitivamente-los ajustes (exigencia de formación continúa) y la flexibilidad creciente del mercado laboral bajo un contexto de economía global. Los adultos han sido conformados y educados según los criterios de la moderna sociedad industrial. Por tal motivo, los progenitores no pueden insertar a los jóvenes porque, en primer lugar, ellos también están padeciendo las consecuencias del cambio de patrón del mercado de trabajo y, en segundo lugar, no tienen el capital social suficiente. Su posición es débil en cuanto a las redes sociales y también es débil en cuanto a su propia formación. El resultado es que los padres y madres no pueden facilitar la inserción laboral de sus hijos e hijas porque están ubicados en otro segmento laboral o en otra parcela de trabajo. A lo que se le une el desinterés o desprecio que tienen los jóvenes hacia los trabajos manuales, que justamente son los que en gran medida poseen sus padres10. Esta disonancia entre generaciones, entre formación y mercado de trabajo, explica algunos fenómenos sociales crecientes en la sociedad española, como son, por ejemplo, la pérdida de valor del título académico, el cuál no se puede hacer efectivo tanto por el aumento de los titulados como por las redes sociales desfavorecidas que entrega una familia desclasada;11 el síndrome de retardo, que se explica por la temporalidad y la precarización del 8 “El futuro es tan incierto que es mejor vivir al día” fue la frase preferida por más de la mitad de los entrevistados, en la Encuesta Nacional de Juventud realizada en México en 2005” (García Canclini, 2008: 5). Según un sondeo de junio de 2009 de la empresa Metroscopia para el diario El País, el 54% de los españoles situados entre los 18 y 34 años afirmaba que no tenía proyecto alguno por el que sentirse especialmente interesado o ilusionado (Barbería, 2009). 9 No es un propósito de este trabajo tratar ampliamente las distintas trayectorias en función de las clases sociales. Cabe al menos señalar también que junto a la importancia de la clase social en el diseño de los itinerarios juveniles se unen otros condicionantes esenciales como por ejemplo el género o la etnia. Dichas diferencias no son menores porque afectan sobre el rumbo y el estado de las trayectorias. 10 No es posible entrar al detalle en el fondo de esta transformación, aunque en esencia remite a un viejo problema sociológico: el de las clases sociales. Evidentemente no todos los padres desempeñan o han desempeñado trabajos manuales o de servicios, como tampoco la estructura ocupacional es igual en todos los países. Aunque sin embargo, en España se empieza a vislumbrar esa tendencia de la que hablaba Z. Bauman y que tiene que ver con la pérdida de centralidad del valor trabajo dentro de la nueva generación de jóvenes: “el trabajo ha perdido la centralidad que le fue asignada en la galaxia de los valores dominantes de la era de la modernidad sólida y el capitalismo pesado. El “trabajo” ya no puede ofrecer un huso seguro en el cual enrollar y fijar definiciones del yo, identidades y proyectos de vida. Tampoco puede ser pensado como fundamento ético de la sociedad, ni como eje ético de la vida individual” (Bauman, 2006a: 149). 11 El informe anual de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, “Panorama de la Educación”, que

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mercado de trabajo, y que retrasa la salida del hogar familiar hasta que no se encuentra un trabajo estable y bien pagado que lo permita; o, por ejemplo, el caso concreto que se está produciendo en España, donde muchos jóvenes ni estudian ni trabajan. Es lo que se empieza a llamar como “generación ni-ni” (Barbería: 2009). El fenómeno se explica a partir de la auto-percepción individual que realizan los jóvenes de la situación social que les rodea en cuanto a su destino profesional (y personal)12. Se preguntan qué les va a reforzar en su sacrificio o lucha por conseguir algo que les va a ser imposible alcanzar, caso de un trabajo realmente bien pagado que les posibilite tanto la independencia económica como la definitiva autonomía personal13. En este punto entramos en un terreno común para toda la juventud: el deterioro y declive de las motivaciones extrínsecas. Aunque, sin embargo, nos vamos a detener en el caso concreto de la realidad social española donde los “estímulos sociales” que les llegan a los jóvenes no pueden ser más desafortunados. A continuación recojo varios ejemplos empíricos relacionados con la “generación ni-ni”, con la insatisfacción laboral de los jóvenes españoles y con sus trayectorias laborales y académicas sacudidas, sin duda, por las condiciones estructurales del mercado de trabajo. Para empezar, la cifra del fracaso escolar en España se sitúa en un 31%. Ese dato nos muestra un abandono escolar temprano, ya que tres de cada diez alumnos no acaba la educación obligatoria –Bachillerato, hasta los 16 años. Además en España la esperanza de vida escolar para un alumno de cinco años que accede a la educación obligatoria es de 17,2 años, cifra casi similar a la media de la OCDE (17,6 años) y de la UE (17,7 años). Esta cifra supera, sin embargo, a países como México (14,5 años) o Reino Unido (16,6 años), pero está lejos de otros como Suecia (19,8) este año analiza el curso 2008, sitúa en un 40% el porcentaje de jóvenes españoles que poseen un título universitario y que cuentan con un trabajo inferior a su formación (Fuente OCDE). Lo que encontramos en España es un país con una alta sobrecualificación. Es una sociedad conformada por por jóvenes que están ocupando unos puestos de trabajo que no son para ellos, sino que están pensados para gente formada en títulos medios. Pero España, por sus problemas de estructura ocupacional, no cuenta con este tipo de titulados. Estos fallos estructurales, a los que sumamos otros factores que actúan de forma recíproca, terminan por influir en la estrategia emancipatoria que cada joven tiene que escribir de manera biográfica. A ello se une, entre esos factores que decíamos, por un lado, la frustración personal de los padres de no poder haber estudiado una carrera y que transfieren a sus hijos en forma de presión si a la larga no ven consumados los deseos de ascenso o elevación social de sus progenitores. Además encontramos a un Estado de bienestar que ha fomentado durante decenios la educación universal y la proliferación de muchos títulos universitarios, pero que no sabe gestionar –y aprovechar-toda esa demanda de ascenso de las clases sociales. A ello se une también, como anunciábamos más arriba, un mercado de trabajo, precario y flexible, que embotella y no da salida a los nuevos titulados. Situaciones convergentes que terminan, en definitiva, por bloquear la emancipación juvenil (Gil Calvo, 2005: 13). 12 Asumo en este aspecto la “perspectiva del sujeto” para analizar y estudiar los problemas y preocupaciones que rodean a la juventud actual (Hernández, 2007: 179). El enfoque a seguir es cómo los jóvenes se ven a sí mismos, cómo ven a los demás y cómo ven la realidad social. Manejamos entonces las representaciones que los jóvenes crean del mundo en que viven a través de sus motivaciones internas y de cómo incorporan los mensajes de la sociedad que reciben. 13 Las y los jóvenes tienden a elaborar un auténtico cálculo racional sobre su futuro. Algunas de las preguntas que se hacen y que resumen esta postura ante la realidad social bien pueden ser las siguientes: ¿Para qué voy a trabajar por 600 euros en España o por 200.000 pesos en Chile al mes si mis padres me dan 200 euros o 100.000 pesos de paga? ¿Qué necesidad tengo de estar todo el día trabajando en algo que no me gusta, que está mal pagado y en el que no veo posibilidades reales de mejora? Incluso algunos fenómenos sociales de gran importancia en América Latina como la delincuencia juvenil se explican, en cierta medida, por este cálculo: ¿Para qué trabajar si gano más delinquiendo o robando? Basta imaginar cómo muchos jóvenes, pese a las oportunidades que tienen de iniciarse en el mercado laboral -como becarios u ocupando puestos de trabajo mal remunerados-, dada esta desmotivación, se permiten el lujo de rechazar estos empleos, ya sea por el apoyo familiar del que pasan a depender o, por el contrario, porque en la delincuencia encuentran un modo de vida con el que satisfacer fácilmente sus necesidades materiales de independencia económica. E incluso con el uso de la violencia consiguen recompensas simbólicas de estatus o reconocimiento social. Lo que encontramos, en fin, es una tendencia en los jóvenes que nos revela su insatisfacción entre el tiempo dedicado a estudiar y a formarse, con los consiguientes sacrificios, y las pocas recompensas laborales y sociales a tales esfuerzos.

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o Finlandia (21,2)14. Si observamos estos datos, aunque la trayectoria académica se ajuste a la media europea queda lejos de los países más desarrollados, lo que nos indica también que muchos jóvenes inician la formación universitaria sin terminarla o, por el contrario, no acuden a la Universidad al realizar estudios de formación técnica o profesional. Aunque esta menor prolongación de la vida académica no quita para que casi un 35% de los jóvenes españoles entre los 18 y los 34 años considere que hay una brecha entre su nivel de preparación y el que se necesita en su actual empleo (Barbería, 2009). Una muestra más de los desajustes y desequilibrios que asolan al mercado laboral español, distinguido por la temporalidad y la precariedad, en el que se vienen reproduciendo desde hace años problemas estructurales de larga duración. Por no decir también que estamos ante un mercado de trabajo envejecido de una población envejecida, en el que no tienen sitio los jóvenes. Muestra de ello, sin duda, es el brutal paro juvenil que lastra a la sociedad española. Si el paro global en España ya es dramático –con una tasa global superior al 20% y con más de 4 millones de cesantes-, el desempleo juvenil es desesperanzador. Los últimos datos del Eurostat, correspondientes a julio de 2010, sitúa en España la tasa de desempleo juvenil –de los 16 a los 29 años– en un 41,3%, duplicando la media europea y siendo, junto a Estonia, la más alta de toda Europa. Si desmenuzamos esta cifra encontramos algunos datos igualmente desoladores: la tasa de paro juvenil alcanza hasta el 33% en menores de 35 años, elevándose hasta un 40% en menores de 30 años. Estas cifras se traducen en más de 789.000 jóvenes, de ambos sexos, sin trabajo, de los cerca de 2 millones que están en edad de trabajar15. En este aspecto hay que eliminar la brecha que separaba los datos de paro en hombres y mujeres, ya que se han igualado durante los últimos años, no porque las mujeres hayan mejorado sus registros de trabajo, sino porque el aumento de los parados varones en España ha crecido de forma exponencial. A estas cifras hay que añadir otra más sobre la preocupante situación de la juventud española: según indicaba el sindicato UGT en una nota de prensa el pasado 11 de agosto de 2010, y en base a sus datos, las y los jóvenes cobran un 40% menos de media que los adultos en puestos similares16. En fin, toda esta batería de datos da buena cuenta del alarmante panorama laboral de los jóvenes españoles. No extraña, por tanto, que un gran porcentaje de ellas y ellos estén en una auténtica situación precaria, incluso corriendo el peligro de exclusión social. La conclusión que podemos sacar es que los jóvenes en España se enfrentan hoy a un nivel de vida peor que el de sus padres, dibujándose ante ellos un futuro –si aún creen en él– bastante comprometido.

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Fuente: OCDE. Fuente: Eurostat. La población juvenil española menor de 29 años en el año 2010 se sitúa tan solo en 6. 900.000 personas, representando el 14,7% de la población total (46.951.000). Cifras que nos hablan de un decrecimiento vertiginoso de la población juvenil y del envejecimiento de la población española con las consecuencias adyacentes: mantenimiento del Estado de bienestar, pensiones, problemas en el mercado de trabajo, etc. (Fuente: Instituto Política Familiar). A pesar de los datos que manejamos, las frías estadísticas del Eurostat no nos dicen quiénes son los jóvenes en desempleo: ¿los licenciados, los doctores, los que tienen masteres? Sin embargo, en el informe antes citado de la OCDE hemos encontrado un dato revelador para estos intereses descriptivos: sólo un 6% de los jóvenes que tienen estudios universitarios están en paro (Fuente: OCDE). En este sentido, la correlación que podemos extraer es la siguiente: la tasa de desempleo disminuye según aumenta el nivel educativo. 16 Fuente: UGT. 15

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4. Ante la ausencia de estímulos y recompensas. La desmotivación y la desconfianza Si los jóvenes vienen a desconfiar del futuro, desapareciendo en su perspectiva, se debe, en cierta medida, a que no encuentran recompensas visibles porque “los premios prometidos ya no existen, pues tanto el empleo como el matrimonio se han hecho inseguros y precarios; y los esfuerzos requeridos ya no permiten alcanzar unos premios devaluados que se distribuyen aleatoriamente, sin proporción a los esfuerzos invertidos. Por lo tanto, como la emancipación juvenil está bloqueada y se aplaza indefinidamente, ahora los responsables familiares ya no pueden reprimir más tiempo el consumo y la sexualidad de sus hijos, que alcanzan temprana gratificación sin relación alguna con el desarrollo de su carrera de méritos.” (Gil Calvo, 2005: 16). Los jóvenes no se pueden encontrar con los antiguos estímulos que ofrecía la modernidad para ser adulto -empleo, pareja, vivienda y descendencia-porque no están garantizados y porque ellos mismos no tienen la convicción suficiente como para creer que lograran esos “premios” (que obviamente son también responsabilidades sociales). Principalmente porque no hay ninguna institución social que los garantice (ni el Estado, ni la familia, ni el mercado de trabajo pueden hacerlo al estar todos en crisis). Perciben y sienten que por mucho que uno luche y se esfuerce, el final de la carrera no aguarda un premio que asegure una llegada vitalicia. Su cuestionamiento apunta, sobre todo, a un mercado laboral que se convierte en el eje central para dibujar sus trayectorias (Casal, 1988: 101); pero que, paradójicamente, no requiere de la mano de obra juvenil para alcanzar sus objetivos normales en cuanto a su funcionamiento económico. Y, consecuentemente, los jóvenes no creen en un mercado de trabajo distinguido, como avanzábamos, por su flexibilidad, fragilidad y precariedad (contratos temporales, contratos a pruebas, contratos por obras, como becarios, desempleo juvenil, etc.). Lo cierto es que muy pocos jóvenes entran en él con un contrato de trabajo indefinido. La elevada precariedad irá reduciéndose con el paso del tiempo, aunque ello no quita para que esa insatisfacción sobre el empleo desempeñado les acompañe a lo largo de sus vidas. Sobre todo si pensamos que su toma de decisiones están hipotecadas por las condiciones laborales que les rodean. De esta manera, y por todas estas circunstancias que actúan al mismo tiempo, distinguimos en los jóvenes una tendencia hacia actitudes y prácticas de “indefensión aprendida” en el momento en el que tienen que diseñar su itinerario biográfico. La forma que tienen de apropiarse íntimamente de las motivaciones sociales externas les llevan a definir su situación social como incontrolable, entendida como falta de contingencia entre sus respuestas, sus decisiones y sus actos. Es muy compartida entre los jóvenes la creencia de su falta de control ante los acontecimientos. Porque así lo han interiorizado, así les han educado y así lo potencian diariamente los medios de comunicación. Todo está en estado crítico y ellos sienten que no pueden hacer nada para salir de la crisis. Ni es culpa suya ni tienen ganas de hacer algo. Ellos creen que no pueden hacer nada para cambiar la realidad. Por consiguiente, su respuesta es la de aceptar esa realidad de una forma conformista e incluso negativa. Las expectativas de incotrolabilidad dan paso, en numerosas ocasiones, a expectativas de desesperanza, “definidas como la expectativa de que algo negativo va a ocurrir unido a un sentimiento de indefensión respecto a la posibilidad de hacer algo por evitarlo.” (Soria, 2004: 477). Ello repercute, sin duda, en una juventud desmotivada y ciertamente desesperanzada por las promesas y recompensas que la sociedad le ha ofrecido y que insatisface e incumple continuamente (García Canclini, 2008: 7). Los jóvenes construyen sus biografías sin tener en cuenta esas recompensas –en ocasiones, como decíamos, porque nos las hay-, pero en cambio sí lo hacen

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caracterizando subjetivamente su futuro desde la generalización de la incontrolabilidad. Ello se debe, en efecto, a lo fuerte que ellas y ellos tienen presente la distinción, como expresa N. Luhmann, entre “las condiciones de posibilidad” y “las condiciones de realización”, de sus aspiraciones, de sus deseos o de sus proyectos (2005: 72). Así, acusan la creciente inseguridad social a la hora de definir su itinerario; lo que intensifica su falta de confianza hacia unas condiciones sociales que sitúan como desfavorables. La trayectoria se toma como una apuesta dado el paisaje heterogéneo y complejo. Se impone, ante la incertidumbre circundante, estrategias de jugadoras o jugadores bursátiles que tratan de apostar todas sus cartas en diferentes opciones, ante la imposibilidad de predecir cómo evolucionará el mercado de trabajo en un futuro inmediato (Gil Calvo, 2009: 20). Puesto que saben que “las reglas de juego cambian a mitad de la partida sin previo aviso o sin una pauta legible” (Bauman, 2003: 59). Esa incapacidad de predicción y de control sobre su trayectoria biográfica repercute, como hemos dicho, en la desmotivación de la juventud. El declive de las motivaciones extrínsecas –las propias de la sociedad– trae consigo un deterioro de las motivaciones intrínsecas de los jóvenes –de cómo los sujetos se apropian de los mensajes externos-. No hay una correspondencia lineal entre lo que la sociedad exige –éxito, trabajo, emancipación, pareja, descendencia-y los instrumentos que realmente ofrece a los jóvenes para conseguir esas metas– mercado de trabajo, estructura social, movilidad y ascenso social-. Los jóvenes se ven desmotivados e incapacitados a trazar sus trayectorias porque la sociedad no les estimula en absoluto. No obstante esa misma sociedad se encarga también de hacerles llegar mensajes positivos acerca de disfrutar la vida de una forma resuelta en el plano del consumo y del ocio, aunque aún no hayan resuelto su situación profesional y personal a la hora de elección de pareja, emancipación, autonomía e independencia, etc. De esta manera, el marketing mediático y publicitario les encomiendan a vivir el presente como si fuera imperecedero. Viven rodeados de señales, signos y símbolos de comunicación cargados de oportunidades seductoras y estimulantes (Bauman, 2006a: 68). Les dicen que aprovechen el tiempo, lo que les acrecienta la sensación de tener experiencias, de viajar, de consumir ocio y cultura, tecnologías… Se convierten en unos hedonistas que no quieren perderse absolutamente nada y que quieren tener todo, aunque no tengan los medios suficientes para ello y esa misma sociedad y sus instituciones sociales, como decíamos anteriormente, tampoco se los avalen con facilidad. Porque, como pudimos ver, la sociedad tampoco les asegura las mejores condiciones como para poder ser adulto. En algunos aspectos, parece como si la sociedad no quisiera convertir a los jóvenes en actores sociales –y en sujetos históricos de la futura sociedad del conocimiento-. Y sí existe esta voluntad muchas de las veces se hace a través de herramientas precarias e insuficientes. Rasgos que representan lo que hoy se denomina frecuentemente como la expresión de “juventud precaria” o “la generación precaria” (García Aller, 2006; Sánchez Moreno, 2004; Vogel, 2007). Porque vivir en precariedad no sólo es vivir en la provisionalidad, sino que también es vivir en una constante minoría de edad. “De ahí que los años de aprendizaje dejen de tener sentido, convertidos en un absurdo juego de niños” (Gil Calvo, 2005: 16). Los jóvenes ni están preparados, ni pueden ser aceptados como actores sociales plenos (Revilla, 2001: 107). A ello se ha referido E. Gil Calvo con la acertada expresión de “doble vínculo”, pues mientras la sociedad les exige responsabilidades a los jóvenes, al mismo tiempo les deniega la posibilidad de que las contraigan (1985: 15). Es otra más de las ambivalencias de la segunda modernidad: la emancipación no viene a ser más que un camino lleno de frenos y obstáculos, en vez de atrevimientos y bríos (Bauman, 2003: 35). Consecuencia de esto, los jóvenes viven en un estado permanente de

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confusión y de clara disonancia cognitiva. Viven inmiscuidos en situaciones caracterizadas por una alta disfuncionalidad de rol que les crea inseguridad e incertidumbre (que, por cierto, es el peor estado psicológico posible)17. Saben que un día tendrán que ser adultos y que tendrán que entrar en el círculo de las obligaciones, pero, por otro lado, no quieren dejar de ser jóvenes, como tampoco conocen con seguridad cuando dejaron de serlo. Les llegan mensajes absolutamente contradictorios entre aprovechar la vida y ser responsables; entre la ética del goce y la ética de la responsabilidad. Es la consecuencia que desencadenan las contradicciones en las que vive la sociedad de hoy; la cuál ha transitado desde una alienación del trabajo a una alienación del consumo y del ocio que se refleja en algunos talantes y comportamientos de muchos jóvenes. (Y también de muchos adultos). Y todo porque los jóvenes, bajo ese lema de “vivir al día”, encuentran que la vida lineal trazada por la primera modernidad es aburrida. No les atrae, como decíamos, el construir su identidad alrededor del trabajo como así hicieron sus padres. Entienden que es mucho más atractiva una vida rica en acontecimientos que una realidad demasiado uniforme (De Singly, 2005: 118). La edad adulta, de esta manera, no es la gran puerta que atrae a los jóvenes a su entrada. No encuentran grandes motivos que les aseguren la conducción plena a la edad adulta. Incluso, como sabemos, apenas les motiva la política. Ello tiene que ver, en gran parte, con el creciente proceso de individualización que tiende a que uno acabe concentrándose en sí mismo18. Su forma particular de participar política y socialmente es justamente no participando. Llegando el caso a que ni estudian ni trabajan, porque las expectativas que ellos interiorizan del futuro son pesimistas. Se “desvinculan” de la sociedad porque están ocupados en escribir y retocar constantemente su propia identidad en ese largo y solitario viaje hacia la adultez. Sobre todo cuando se enfrentan a esos problemas estructurales a los que ellos mismos tienen que solucionar de una forma biográfica (Beck, 1998: 137). Y esto es, quizá, lo más llamativo de esta narración sobre la juventud: el largo y tedioso trayecto de aprendizaje hacia la edad adulta que termina por cansar y desesperar a los jóvenes de hoy. La clave de todo el problema juvenil en general reside precisamente en las enormes dificultades y demoras con que para cada joven transcurre lo que podemos llamar su “proceso de independización económica” (también llamado de inserción o integración social); proceso que hoy, en el caso concreto de España, se ve más retrasado, alargado, entorpecido, obstaculizado y dificultado que nunca (Gil Calvo, 1986: 202). Podemos afirmar entonces que la juventud llega desmotivada a encarar los retos de la vida adulta, porque la vida adulta es en sí misma poco atrayente. Aunque eso no quita para que los jóvenes, como ya anunciamos al inicio de este trabajo, anticipen algunas prácticas propias de la edad adulta como el consumo de alcohol, drogas, tabaco o mantengan relaciones sexuales sin estar casados o emparejados. Lo que sucedía con la “construcción de la identidad juvenil” bajo la primera modernidad era que la autonomía y la independencia iban unidas. Ambas se lograban 17

Los jóvenes no sólo viven situaciones disonantes, sino también problemáticas o conflictivas con los adultos cuando pretenden adentrarse en su mundo. Comparten, muchos de ellos y ellas, la sensación de que no han sido invitados a ese mundo de los adultos Son como los extraños de los que habla Z. Bauman, que han realizado ese ingreso en el mundo de la vida “sin ser invitados” y pasan a ser tomados como amigos o, como casi siempre, por adversarios (2005: 92). Algo similar les ocurre a los jóvenes cuando comienzan a dar sus primeros pasos en el mercado laboral o se deciden a tomar sus primeras decisiones biográficas bajo la atenta mirada de los adultos. 18 El proceso de individualización provoca este tipo de respuestas individuales que luego se manifiestan en tendencias sociales. Pero individualización, por eso, no significa una ruptura con la sociedad ni un escape completo de las presiones sociales. Si no más bien son respuestas individuales ante las motivaciones sociales, lo que nos emplaza a una de las tensiones centrales de la sociología como es la conexión recíproca entre individuo y sociedad.

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cuando se accedía a la vida adulta. Hoy, en cambio, se puede ser autónomo sin ser independiente: “Los jóvenes se hallan en las condiciones sociales y psicológicas que les permiten acceder a una cierta autonomía sin disponer por ello de recursos, especialmente económicos, suficientes para ser independientes de sus padres” (De Singly, 2005: 115). Ahora disponen, por tanto, de una pequeña dosis de autonomía en un régimen de dependencia, sirviéndose de ella para anticipar algunos pasajes de la edad adulta. Ocurre esto porque la juventud, por ejemplo, encuentra en el establecimiento de las relaciones sexuales una de las pocas parcelas en las que puede decidir sobre su identidad personal de una forma autónoma y sin depender de sus padres. Otros ámbitos en los que manifiestan su autonomía son el ocio y el tiempo que dedican a las nuevas redes sociales en Internet, como Facebook, Hi5, Messenger, MySpace, Netlog, Twitter, Tuenti, etc... En la primera modernidad, la socialidad sólo conquistaba su sentido si alcanzaba a la economía o a la política. Hoy en cambio, los jóvenes se entregan a la “socialidad por la pura socialidad” (Cavia, 2006: 119). Por el único placer de estar juntos, de poder interaccionar y compartir experiencias, fotos, vídeos, aunque sea de una forma virtual. Estamos ante nuevas formas de vinculación social que a ojos de la sociología nos emplazan a valorar las dimensiones de estos cambios: los jóvenes trabajan menos, tienen más tiempo de entretenimiento, de dedicarse a sus cuestiones y asuntos (Gil Calvo, 1986: 192). Y también están mejor preparados y relacionados con las nuevas tecnologías que las generaciones anteriores. Algo que revela cómo los jóvenes demuestran tener una gran capacidad de adaptación. A pesar de que el tono de estas líneas pueda parecer taciturno sobre el presente y futuro de la juventud (española), también es justo reconocer la voluntad de los jóvenes a la hora de desarrollar sus propias estrategias de supervivencia en situaciones contradictorias tales como convivir en el domicilio de sus padres, aún incluso cuando están en situación de empleo fijo; buscarse la vida laboral en régimen precario; estudiar y mejorar las posiciones de preparación para competir en el mercado de trabajo; alargar su carrera académica con los consabidos costes económicos y familiares; comenzar a estudiar años después de haber renunciado al sistema educativo; o, por ejemplo, abandonar la casa paterna tempranamente cuando en ella no se puede esperar apoyo financiero o psicológico (Hernández, 2007: 181). Son ejemplos, sin duda, que nos dicen mucho de cómo la juventud de hoy ha sabido adaptarse al cambio extraordinario de las nuevas condiciones de vida y que, en cierto modo, son síntomas que implican refuerzos en las estrategias de los jóvenes para encarar de una forma más satisfactoria los retos del futuro a los que se están enfrentando desde ya mismo. Porque, como venimos manteniendo en estas líneas, la juventud intuye y percibe que ese futuro –cuando ya sean adultos-estará caracterizado por un continúo escrutinio de planteamientos. De ahí que vivan este período vital como lo que es: una etapa de transición hacia otra etapa que también es transitoria. La juventud en la segunda modernidad ya no es un período clave, ni dramático o decisivo para trazar las trayectorias biográficas de las personas como lo fue durante la primera modernidad. Simplemente porque las decisiones biográficas importantes serán revocadas con el tiempo según las circunstancias y los hechos venideros. Son los síntomas de una nueva época en dónde ya nada es vitalicio, ni el empleo, la pareja o las relaciones amistosas19. Todo queda sujeto a la revisión. Este carácter provisional de la sociedad en la segunda modernidad influye en la caracterización de la 19 Por ejemplo, en España se produjeron más de 118.000 rupturas en el año 2008, suponiendo un crecimiento del 28% respecto a los últimos 10 años. De esas 118.000 rupturas 110.036 se correspondieron a divorcios. El crecimiento de divorcios en España ha pasado de ser 35.834 en 1998 a los 110.036 de 2008, lo que refleja cómo este hecho social no ha dejado de aumentar sino de manera exponencial (Fuente: Instituto Política Familiar).

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juventud como un período de cambio que emplaza a los sujetos, como anunciábamos, hacia otra etapa, la edad adulta, también distinguida por la precariedad y la fugacidad de las decisiones, los acontecimientos, las experiencias…

5. La importancia de las transiciones por encima de las trayectorias. La vida laberíntica De un tiempo a esta parte el mayor efecto sobre las biografías de los jóvenes es que éstos, según venimos observando, ya no pueden configurar su identidad adulta como una trayectoria lineal y planificada. “En una vida regida por el principio de la flexibilidad, las estrategias y los planes de vida sólo pueden ser de corto plazo” (Bauman, 2006a: 147). En la actualidad pesan más las transiciones que los itinerarios fijos o premeditados. De esta manera, se viene imponer como norma la elasticidad de los esquemas mentales. Tanto para los jóvenes como para los adultos. No conforme a la adaptación de los cambios, la sociedad también exige a los sujetos estar siempre atentos y en estado de alerta ante cualquier imprevisto, ante cualquier incertidumbre o situación inesperada que tenga que ver con las formas de relacionarse en el medio familiar, laboral y social. Se hace imprescindible asumir, por tanto, una “racionalidad flexible”20. Por tal motivo, las biografías de hoy deben ser leídas desde la pérdida de certezas y anclajes que provoca el derrumbe de la sociedad moderna. Ello genera e incrementa, sin duda, la sensación de “desorientación hacia el dónde y el cómo ir, sobre los contenidos, métodos y estructuras” en el momento en el que los jóvenes comienzan a programar su futura integración adulta (Gil Rodríguez, 2007: 106). En ese momento perciben que proyectar racionalmente su destino de los próximos años no tiene gran sentido ante la incertidumbre que rodea a una sociedad que vive en las “ruinas de la modernidad” (Gatti, 2003: 106). De tal modo, que estamos asistiendo a una mutación en las estrategias y en las tácticas de las y los jóvenes. Si hasta hace poco eran, como decíamos, de tipo lineal, finalista y progresivo, como una flecha del tiempo, ahora se convierten en circulares, estacionarias y autorreferentes, como una rueda del tiempo, pudiendo resultar eventualmente disfuncionales (o neutralmente no funcionales) en la medida en que les dejen de servir o no les sean útiles en su intento de acceder a las exigencias y requisitos de la edad adulta (Gil Calvo, 2009: 16). Al final la imagen que tenemos de la juventud es que acaba pareciéndose a un “laberinto sin salida” (Gil Calvo, 2005: 17). El período juvenil se ha convertido en una mudanza sin fin y en un proceso de transición interminable, al igual que la edad adulta no es nada estable, siendo hoy día tan insegura y precaria como aquella. Ambas etapas de la vida están sometidas a la misma indefinición y a la misma obligatoria redefinición de la identidad porque viven sujetas a las mismas condiciones estructurales. Ahora es común que la inestabilidad y la vulnerabilidad distingan a estas dos etapas vitales. Si ya es problemático trazar lineamientos biográficos en la juventud, se vuelve dramático y heroico enfrentarse “al grave problema que supone tener que cambiar de formación, de empleo, de pareja, 20

Otra más de las ambivalencias o contradicciones de la segunda modernidad es justamente esta: mientras que existen exigencias para que los jóvenes y adultos asuman patrones cognitivos que tienen que ver con la flexibilidad y la permeabilidad al cambio, ya sea en temas referidos a la movilidad laboral, la formación continúa, el cambio de empleo, etc.; también las normas sociales se mueven alrededor de la racionalidad instrumental. De esta manera, observamos cómo hay un choque o una disputa entre dos racionalidades: por un lado, una “racionalidad flexible” para adaptarse a los cambios del mundo global y, por otro lado, una racionalidad instrumental que siempre está presente, sobre todo en el mercado de trabajo, para ser competitivos y poder alcanzar metas y fines.

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de familia y hasta de identidad personal, haciéndolo además varias veces a lo largo de la vida adulta, en un permanente proceso de metamorfosis continua.” (Gil Calvo, 2005: 18). La precariedad no sólo distingue la existencia de los jóvenes, sino que la tendencia en este momento es que la vida adulta también se vive de igual forma precaria. Es lo que Z. Bauman ha denominado como “la precariedad de la existencia social” (2006a: 174). Con este concepto –o el de “precariedad vital”-se pretende distinguir, frente al concepto, más tradicional, de exclusión social y al concepto, más reciente, de precariedad laboral, las características específicas de las nuevas situaciones sociales en las que se extiende la precariedad: desde la dimensión económica y laboral, pasando por el ámbito íntimo y familiar, continuando por el ámbito de las relaciones de proximidad y de la red de relaciones sociales hasta caracterizar el ámbito de la convivencia cívica y de la participación sociopolítica21. El alcance y significado de esta cualidad de la vida contemporánea es sinónimo de la poca estabilidad y de la exigua duración de las decisiones que se toman, de las relaciones que se establecen y de los puestos de trabajo que se ocupan. La temporalidad que distingue al mercado de trabajo se extiende a otras parcelas del mundo de la vida a las que nos hemos referido, como la pareja o la amistad (Bauman, 2006b: 43). En efecto, las decisiones aparentemente dramáticas y transcendentes sobre el destino biográfico ya no son tan decisivas como podríamos pensar. Este hilo no es otro que el de la revocación como marco y fondo de las elecciones y estrategias vitales que con el paso del tiempo tendrán que ser revisadas y, finalmente, sustituidas por otras nuevas. Tal terreno es el que U. Beck transita con sus sugerentes “biografías de bricolaje” (1998: 126). Esta idea de “biografías de bricolaje” indaga en el continuado esfuerzo que tienen las personas a la hora de diseñar sus propios itinerarios biográficos sin una hoja de ruta elaborada con anterioridad por la sociedad y sus instituciones sociales (familia, escuela, Estado, mercado de trabajo, partido político). Ahí, desde mi punto de vista, reside otro de los aspectos problemáticos en la actual configuración sobre la tradicional tensión sociológica entre individuo y sociedad. Que las instituciones sociales básicas, como la familia, el Estado o el empleo estén en crisis, no significa que haya desaparecido por completo su influencia sobre las decisiones de los sujetos. Sino que más bien lo que se está produciendo es una situación conflictiva entre las herencias que recibimos de estas instituciones sociales, sobre todo de la familia, en forma de patrones de comportamiento y de expectativas –los esquemas mentales-, y las circunstancias sociales actuales. Es cierto que el construir la propia personalidad remite a un escenario nuevo, pero en el que, paradójicamente, todavía hayamos rasgos de la primera modernidad –en los padres, en sus comportamientos y prácticas, en lo que dicen, educan, enseñan y transmiten a sus hijos-, que conviven con las nuevas características societarias que aún están despuntando y que los jóvenes perciben de una manera disonante a través de los medios de comunicación, del mercado de trabajo, del ocio, o a partir de otros jóvenes22.Es “la sinuosidad de la identidad” (Rodríguez Ibáñez, 1996). Esta otra etiqueta sociológica 21

Los cambios en el ámbito de la sociopolítica apuntan, en cierto modo, al declive que está padeciendo la figura del sujeto histórico. Durante años fue frecuente que el vector para el progreso fuera la clase obrera, el empresariado, los sindicatos o en el caso concreto de América Latina el Estado desarrollista, con sus reclamaciones políticas capaces de profundizar en la negatividad y en las contradicciones que había en la realidad social. La gente se manifestaba sabiendo que si se unían su acción tendría repercusiones políticas más o menos inmediatas. Hoy, en cambio, por mucho que los individuos se junten a favor de una loable reclamación, difícilmente conseguirán algún desenlace político de forma breve. En lo que respecta a los jóvenes, como vimos, no tienen las suficientes motivaciones como para formar parte de un partido político o sindicato. No les interesa. Algo que apunta a la dificultad que tiene la sociedad actual de provocar lealtades y filiaciones. 22 Si hay biografías de bricolaje es justamente porque los rasgos estructurales de la sociedad imponen esa porosidad a los cambios, como consecuencia del aumento de las respuestas biográficas ante los desajustes de la sociedad de la segunda modernidad y su carácter global y postindustrial. El matiz que pretendemos destacar en esta discusión es señalar que los

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–complementaria a la de “biografías de bricolaje”– delata lo confuso, elástico y ondulante que resulta desarrollarse como persona íntegra en los tiempos actuales. La sinuosidad apunta al crecimiento de la distancia existente entre la juventud y la adultez con numerosas situaciones intermedias y difusas que continúan incluso una vez alcanzada la pretendida edad madura. Lo que brota como algo común en ambas etapas vitales es la exhaustividad con la que se reflexiona sobre la vida misma. Como hemos tenido ocasión de ver, el creciente proceso de individualización se debe, en cierta medida, a que tanto jóvenes como adultos están absortos en recomponer el mosaico de su identidad. Si para los jóvenes la individualización significa tener competencias personales en tres aspectos como son una cierta desafiliación necesaria frente a los padres, una coherencia entre las dos dimensiones del proceso de individualización –la independencia y la autonomía-y por último, una formación permanente del yo (De Singly, 2005: 111); en cambio, para los adultos representa, fundamentalmente, el ocuparse de una tarea que creían haber superado y dejado atrás. Podría decirse que la individualización para las personas adultas viene a expresar su afanosa entrega a reconstruir nuevamente su yo profesional y personal. Precisamente porque “la individualización es un destino, no una elección” (Bauman, 2006a: 39). Quedan muy presentes, por tanto, algunas características habituales en ambos períodos vitales como son, por ejemplo, la ausencia de estrategias vitales duraderas y la constante re-construcción y redefinición de la identidad. Esto da idea de que la juventud sea una etapa limitada, como también lo viene a ser la adultez. Es el lastre que se ha de portar al vivir en una época en la que se está consolidando el valor de la transición como patrón de vida. Ello repercute en que las trayectorias biográficas sean contingentes e indeterminadas, sin orientación ninguna y sin apenas esquemas fijos. (Algo que explica la tendencia hacia la des-diferenciación entre la edad juvenil y la edad adulta, no quedándonos claro cómo se pasa de una etapa a otra ante el constante cambio de rumbos. Merced a esta interpretación, el sentido de acceder a la edad adulta viene a disminuir). Es este carácter de improviso una de las claves para entender la realidad sociológica actual, donde los signos de la conducción metódica de la propia vida (metodische lebensführung), como predestinación o cumplimiento de la vocación personal (beruf: oficio o profesión), de los que nos hablaba M. Weber, ya no se cumplen ni tienen razón de ser (1999: 85 y ss.)23. A cuenta de esto, es imposible no mencionar una tendencia que está irrumpiendo con fuerza hasta el punto de convertirse en un paradigma: “la vida laberíntica”. La sospecha vertida en la primavera del año 1968 –el año más vertiginoso de todo el siglo XX– de que se vivía en un mundo sin sentido, hoy se cumple de forma profética. El laberinto ya no es una jóvenes sí toman decisiones más individualizadas o personalizadas –al igual que hacen los adultos-, pero la red familiar –aunque no esté presente-influye significativamente en el proceso de construcción biográfica. Porque somos herederos de una historia familiar, de una psicología y de unas relaciones familiares que condicionan nuestro proceso de transición social hacia el mundo adulto. 23 La vocación es la tensión hacia la acción, en el sentido de M. Weber. La vocación es lo que hace a la gente encaminarse hacía lo que ha pensado y decidido como destino prefijado. En principio, en la sociedad actual no encontramos una tendencia dominante hacia la vocación, apoque existen auténticas dificultades de encontrar la gratificación. Aunque eso no quita para que haya algunas situaciones y acciones sociales que están mediadas por el horizonte de la gratificación. Uno de los ejemplos más claros lo tenemos en los científicos o académicos, que saben que su trayectoria y su itinerario profesional son largos, en los que necesitan mucho sacrificio, apoyos familiares, redes académicas y redes institucionales en forma de becas, subvenciones a la investigación, etc. Su carrera se dilata en el tiempo, con esfuerzos y sacrificios difícilmente recompensados de inmediato. A pesar de que tengan determinación en su trayectoria académica, están rodeados de la indeterminación y de la incertidumbre desde el origen de su decisión, lo que les complica y les hipoteca en sus posteriores decisiones biográficas en cuanto a proyectos vitales, como puede ser emparejarse, tener hijos, etc., al no tener tan nítida la línea de llegada.

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construcción artificiosa, sino que es una forma real de comprender y percibir la sociedad, pero sobre todo, de estar en el mundo. Es una actitud cada vez más extendida en el que el transeúnte busca con ansia la salida sin poder llegar a encontrarla24. Sin pretender ser excesivamente crítico respecto al tema, considero que la vida laberíntica no hay que tomarla de una forma absolutamente peyorativa. Acaso lo necesario es caracterizarla desde la distancia que ofrece la reflexión sociológica. Por tal motivo, hay que pensar en las condiciones y posibilidades sociales que la rodean. Desde esta perspectiva, hacemos hincapié en la necesidad de tener en cuenta que los jóvenes y los adultos están rodeados de la ambivalencia a la hora de tomar sus decisiones: por un lado, no siempre disponen de los instrumentos necesarios para “acertar” en las mismas, lo que les condiciona y les atenaza a la hora de asumir cambios y, por otro lado, no transigen en su capacidad de acción. El miedo está presente en muchas de sus decisiones. Al igual que tampoco sienten miedo a probar, a errar, a equivocarse. Esto es más significativo en la juventud actual que en la de antaño, que antes de decidirse a cumplir ritos de paso –como casarse o aspirar a un empleo fijo-, prefieren probar nuevas experiencias personales y laborales. La postergación de los rituales de paso hasta más allá de la edad adulta tiene que ver, principalmente, a la calidad de las transiciones y a la diferente valoración simbólica y moral de los mismos25. De esta manera, la categoría sociológica “juventud” nos ha emplazado a pensar esta etapa biográfica más allá de los límites estrictamente demográficos, considerando, en cambio, que a la adultez no sólo se llega por edad, sino que se accede a ella por aperturas económicas, materiales y simbólicas cada vez más difuminadas y obstruidas. El problema no es tanto que los hijos se vayan de casa, sino que salgan en idénticas circunstancias en que lo hicieron sus padres. Algo bastante improbable dado el contexto económico, laboral y social de hoy en día. (Sobre todo si pensamos en el caso particular de España). Si los adultos muchas veces se ven obligados a hacer transiciones que no tenían pensado, como el cambio de empleo o seguir formándose, los jóvenes, en cambio, prefieren no hacer transiciones lineales obligatoriamente porque consideran que esa linealidad es precaria. De esta manera, el laberinto se toma como un aprendizaje permanente, tanto en lo personal como en lo profesional. La condición es tener esa capacidad y voluntad de incorporar nuevos conocimientos y nuevas habilidades que se van adquiriendo, desarrollando o simplemente sucediendo. En el fondo lo que mejor define a esta sociedad de la segunda modernidad es la multitud de situaciones intermedias, múltiples y variadas que viven tanto los jóvenes en su intento de acomodarse y desarrollarse en la edad adulta, como los propios adultos que tienen que reinventar nuevamente su propia vida, donde encuentran siempre el consuelo de que el camino viene a ser, por lo menos, un viaje enriquecedor en experiencias. 24

Toma fuerza en estos días la idea de transeúnte, la cual no está asociada únicamente a la dimensión espacial, sino también a la temporal: “En la actualidad, todos vivimos en movimiento... Pero la mayoría estamos en movimiento aunque físicamente permanezcamos en reposo…pero (uno) jamás permanece en un lugar el tiempo suficiente para ser algo más que un transeúnte” (Bauman, 1999: 103). En consecuencia, los individuos transitamos en la identidad y en nuestra propia personalidad. Estamos de paso, en el trabajo, en la amistad, en las relaciones amistosas o amorosas, y no residimos sino transitoriamente en ellas. 25 Por ejemplo, en España los matrimonios se han ido reduciendo progresivamente. A ello se une el hecho de que se producen cada vez en edades más tardías, estando por encima de la media europea. Los hombres se casan a una media de edad de 33 años y las mujeres casi a los 31 años, (30,7). Las circunstancias económicas que rodean a los jóvenes, como la crisis económica o una baja remuneración de salarios, provoca que las personas, si es que deciden casarse, se casen cada vez más tarde. Otra muestra de los cambios simbólicos que se están produciendo en la juventud española lo encontramos en el aumento de los nacimientos extramatrimoniales. Casi 150.000 (148.945) niños (el 30,24%) nacieron en 2009 fuera del matrimonio. Una cifra que no ha dejado de crecer desde 1980 (Fuente: Instituto Política Familiar).

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6. Una modernidad aún por definir. A modo de conclusión Al margen de las decepciones y frustraciones que puede provocar ese constante rediseño de la identidad, la conclusión más evidente que podemos sacar de estas nuevas situaciones sociales es la desnaturalización tanto de la edad juvenil como de la edad adulta. A lo largo de estas páginas hemos podido ver como las etiquetas de “juventud” y de “adultez” ya no se corresponden a dos categorías monolíticas que se sucedían una a otra como lo fueron en la primera modernidad. En su momento fueron importantes, pero hoy, sin embargo, los problemas que encontramos para categorizar a ambos fenómenos sociales en una aparente pureza –como concepto sociológico e incluso como tipo ideal-nos revelan que su distinción ahora viene motivada justamente por su carácter transitorio. La categoría sociológica “juventud”, como hemos podido apreciar, ya no programa el futuro adulto, sino que únicamente remite al presente inmediato. Es una más de las consecuencias de la pérdida de la dimensión temporal: “Al haber desaparecido el futuro como potencia simbólica, vivimos en una especie de presente perpetuo, separado ya de toda polaridad de pasado/futuro, en un ahora sólo es ahora” (Ruiz de Samaniego, 2004: 18). Cada vez más se exprime y se intensifica el concepto de tiempo en función del corto plazo. Del instante eterno. La temporalidad del presente actúa en los sujetos activándoles el deseo de ocupar tiempos y lugares no correspondientes. Incluso, por ejemplo, no sólo importa el hecho de que se prolongue la juventud en la edad adulta, sino que cada vez es más destacable la voluntad de muchos adultos que desean vivir como jóvenes. Parece como si esos valores tradicionalmente asociados a la juventud, como el espíritu de rebeldía o la valentía, se quisieran apropiar para coger fuerzas y encarar el presente inmediato llenándolo de nuevas intenciones o planes. “En este sentido, los individuos no desean terminar la juventud, sino que quieren tener siempre proyectos, un “porvenir”, incluso si las condiciones sociales objetivas en las que viven limitan seriamente sus posibilidades” (De Singly, 2005: 120). Es otra de las paradojas que marcan la época actual: los jóvenes “sueñan” y se preocupan por convertirse en adultos, mientras que los adultos siguen soñando en experimentar como jóvenes26. Observamos entonces cómo no hay una renuncia plena a lo que simboliza la juventud: la posibilidad de volver a renacer. Ello se debe, principalmente, a la inexistencia de una socialización anticipada que realmente resulte útil o funcional, porque todo comienza a estar caracterizado por lo imprevisto. Estamos asistiendo, de esta manera, a nuevas formas de socialización y de vinculación social entre las distintas generaciones en una sociedad cada vez más cambiante y heterogénea. La juventud, en su conexión a la primera modernidad, era la puerta de entrada a una triunfante y supuesta adultez, pero hoy lo que les queda a los jóvenes de aquella edad esperada es solo la ruina de una ilusión. La edad adulta representaba una etapa de la vida sugestiva, decisiva, una imagen del futuro en el que los jóvenes entendían el potencial del ser humano. Entrar a la adultez era una carga de optimismo, pero aquello acabó, y hoy, en cambio, han ganado la partida expectativas sociales mucho más escépticas o pesimistas. La pérdida de sentido de la edad adulta para los jóvenes viene representada también, como hemos podido comprobar a lo largo de estas páginas, en cómo los adultos apenas están comenzando a tener conciencia del nuevo significado que tiene para ellos el ser adultos, en un contexto inesperado, que no preveían y para el que difícilmente estaban preparados. De ahí la importancia que está adquiriendo en esta época actual la incertidumbre, el riesgo, lo sorprendente o lo accidental. Algo que está asociado, sin duda, a esa capacidad o 26

No sólo asistimos al envejecimiento de la juventud, sino también estamos presenciando un “rejuvenecimiento de los adultos”, no solo en el consumo de estilos de moda u ocio, sino, sobre todo, en una manera de entender la vida de una forma ilimitada y continuada.

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condición –por no decir obligación que se auto-impone– de poder recomenzar constantemente a reescribir la propia trayectoria biográfica. Lo cierto es que si esto sucede así respecto a estas dos etapas vitales, se debe a que igualmente encontramos dificultades para diferenciar y distinguir a la sociedad contemporánea. El rasgo fundamental de la sociedad en la segunda modernidad sería, por tanto, el de la indefinición. Lo único seguro es que nadie sabe con certeza lo qué es esta segunda modernidad. “Parece haber una situación nueva, emergente, detrás de lo que la sociología contemporánea trata de desentrañar con un prefijo que aparece por doquier, post. Al parecer, lo actual es post-de algo, ya sea postindustrial, post-capitalista, post-moderno, post-burgués. Se diría que sabemos de dónde venimos, pero no hacia dónde vamos. Estamos en una tierra nueva, sabemos que es nueva, pero no sabemos en qué consiste y reflejamos esa experiencia de incertidumbre mediante ese prefijo” (Lampo de Espinosa, 1999:147). Sólo tenemos claro que vivimos en una sociedad “cuya modernidad aún queda por definir y consolidar” (Giner, 2009: 33). No extraña, por tanto, las dificultades que encontramos para organizar nuestras vidas desde una perspectiva abstracta y comprensiva. La nota común del tiempo presente es la coexistencia en la estructura social de algunas actitudes, comportamientos y elementos modernos con otros que hemos denominado como de segunda modernidad. Una coexistencia que no es contradictoria ni problemática, pero que sí supone a la larga un obstáculo para el desarrollo de la mirada sociológica. En fin, y volviendo al mundo cotidiano, es lo que tiene el hecho de vivir bajo una “modernidad heterogénea, fluida y en vías de hacerse y deshacerse” (Brunner, 1987: 18). Que simultáneamente implica asumir una identidad nunca hecha, esencial o inamovible. Y da igual que seas joven o adulto.

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Republicanismo, democracia y derecho: ¿Más allá del liberalismo? CAMILO SÉMLER R.1

Resumen El republicanismo ha alcanzado, durante los últimos tiempos, un interesante y masivo resurgimiento, evidente tanto en la teoría política como en la discusión sobre los posibles estilos de desarrollo que, más allá del neoliberalismo, permitan conjugar armónicamente crecimiento económico, integración social y democracia política. En este artículo se ensaya una crítica del republicanismo contemporáneo, particularmente de aquella argumentación que, con amplia difusión en los debates actuales (Phillip Pettit), declara una pretendida ruptura, o al menos la existencia de una discontinuidad normativa, entre el republicanismo y la tradición liberal de fundamentación de la democracia. Se sugiere, por el contrario, que el republicanismo de Pettit mantiene uno de los supuestos normativos centrales del liberalismo: intentar sujetar, constantemente, las contingencias de la política democrática mediante el orden jurídico. Esta juridificación de la política democrática pretende poner en evidencia la importancia de repensar críticamente las condiciones normativas de fundamentación de la democracia republicana, presuntamente post-liberal, hoy en boga. “Se debe escribir en una lengua que no sea la materna” Vicente Huidobro, Altazor PALABRAS CLAVE:

REPUBLICANISMO, DEMOCRACIA, DERECHO, LIBERALISMO, POLÍTICA

Abstract The republicanism has reached, lasting recent times, an interesting and massive resurgence, evident in both political theory and in the discussion on the possible development styles that, beyond the neoliberalism, allow combining harmonious economic growth, social integration and political democracy. This article attempts a critique of contemporary republicanism, particularly of that argument, with wide coverage in current debates (Phillip Pettit), declares an alleged breach, or at least the existence of a normative discontinuity between republicanism and the traditional foundation of liberal democracy. It suggests, however, that Pettit Republicanism has one of the core normative assumptions of liberalism: trying to hold constantly contingencies of democratic politics through the legal system. This litigation of democratic politics seeks to highlight the importance of critically rethink the normative conditions of the foundations of republican democracy, presumably post-liberal, now in vogue.

KEY WORDS: REPUBLICANISM, DEMOCRACY, RIGHT, LIBERALISM, POLITICS

L

a comprensión republicana de la política ha alcanzado, durante las últimas décadas, un notable y masivo resurgimiento, pasando así a ocupar un lugar de suma relevancia no sólo en los debates propios de la teoría política y jurídica, sino también en el terreno ideológico que sirve

1

Sociólogo, Universidad de Chile. Magíster (c) en Filosofía, mención en Axiología y Filosofía Política, Universidad de Chile. El presente artículo constituye la base de la ponencia presentada en la mesa Teoría Política en el marco del 21° Congreso Mundial de Ciencia Política “¿Malestar global: dilemas de cambio” realizado en Julio de 2009 en Santiago de Chile.

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de sustento normativo al diseño institucional y la formulación de políticas públicas en las democracias contemporáneas. En efecto, las perspectivas neo-republicanas han pretendido ir más allá de una interpretación normativa, creativa, de la historia del pensamiento político (tal como se presentó en los inicios de su resurgimiento, hacia mediados del siglo XX, desde el campo historiográfico), haciendo emanar desde ahí (particularmente, a partir del descubrimiento de un concepto alternativo de libertad – la libertad como ausencia de servidumbre o dominación - vinculado a la tradición de las repúblicas clásicas) una serie de propuestas relativas a las condiciones de articulación de un orden político democrático basado en un nuevo concepto de ciudadanía y sus derechos constitutivos. La masiva presencia que ha alcanzado este resurgimiento del republicanismo en la actualidad queda de manifiesto, entre otros aspectos, en la medida en que sus posturas han recortado transversalmente ciertos clivajes político-ideológicos característicos de la modernidad. Así, hoy en día se identifican con frecuencia múltiples y variados republicanismos, los cuales van desde las posturas más clásicas de Quentin Skinner o Philip Pettit, hasta simbiosis del tipo de un “liberalismo republicano” (John Rawls), un “republicanismo democrático-kantiano” (Jürgen Habermas), o un “republicanismo comunitarista” (Michael Walzer), por sólo mencionar algunas de las posturas más influyentes en los debates actuales (Ovejero, Martí & Gargarella, 2004). Todas estas versiones (si bien con variados atributos normativos y énfasis políticos) comparten en su núcleo básico la pretensión normativa de fundamentar una nueva concepción de la democracia, la ciudadanía y los derechos situada (presuntamente) más allá de las dicotomías características de la modernidad: libertad negativa versus positiva; autonomía privada versus autonomía pública; derechos individuales versus voluntad democrática. Sin ir más lejos, en América Latina durante el último tiempo (en especial, tras el estallido de la crisis financiera global). se ha abierto un interesante debate intelectual y político que, partiendo una crítica a los límites de una concepción neoliberal ortodoxa, perspectivan las condiciones normativas e institucionales para la articulación en la región de un estilo de desarrollo que logre conjugar coherentemente crecimiento económico, integración social y democracia política2. Estas posiciones teórico-políticas, en parte importante, asumen supuestos y propuestas emanadas del republicanismo contemporáneo, lo cual revela la importancia de intentar clarificar sus horizontes normativos de justificación de la democracia y, particularmente, su pretendida distancia con la interpretación liberal. En las páginas siguientes se busca proponer algunas consideraciones generales orientadas a avanzar en la formulación de un balance crítico del republicanismo contemporáneo. Particularmente, se intenta sugerir algunos nudos problemáticos de las actuales posturas republicanas en relación a su pretendida ruptura, o al menos discontinuidad normativa, con la (hegemónica) tradición liberal de fundamentación normativa de la democracia, la ciudadanía y los derechos. En otras palabras, se trata de ponderar los hilos normativos compartidos que se tejen entre la idea de una democracia republicana, basada en una emergente condición de ciudadanía que vendría anclada normativamente en el reconocimiento de nuevos derechos, y la tradicional concepción liberal de lo político. Ahora bien, vale aquí plantear un par de consideraciones previas relevantes. Primero. Teniendo en cuenta la ya mencionada transversalidad del republicanismo en los debates actuales, se torna evidente que poco avanzaríamos en la línea argumentativa aquí propuesta centrando el análisis en aquellas posturas (como la teoría democrática de Habermas, o de modo aún más nítido, el liberalismo político de Rawls) que asumen explícitamente buscar una vinculación del republicanismo con la tradición liberal de justificación del Estado democrático3. Proceder así sería, por decirlo de algún 2

Una interesante mirada general de estos debates puede encontrarse en Revista Nueva Sociedad (2007). Se puede considerar, a modo de ejemplo, la siguientes afirmación de Habermas: “El liberalismo político (al que defiendo en la forma especial de un republicanismo kantiano) se entiende como una justificación posmetafísica y no religiosa de los 3

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REPUBLICANISMO, DEMOCRACIA Y DERECHO: ¿MÁS ALLÁ DEL LIBERALISMO? por CAMILO SEMLER R.

modo, una partida ya ganada de antemano en el intento por evidenciar los hilos normativos de continuidad entre neo-republicanismo y liberalismo. Resulta más interesante, por el contrario, centrar el argumento en la posición republicana que, con amplia difusión en el debate reciente, ha propuesto la idea de libertad republicana como alternativa normativa a la concepción liberal: la teoría de Philip Pettit y su idea de la libertad republicana como “ausencia de dominación”4. Segunda aclaración. El balance aquí propuesto sobre la posible continuidad entre republicanismo y liberalismo procede centrado principalmente en una reflexión sobre sus respectivos principios normativos y, sólo derivadamente, hace alusión a las distintas condiciones o arreglos institucionales que podrían hacer efectivos dichos horizontes normativos (por ejemplo, mayor o menor presencia atribuida al Estado, mayor o menor espacio de influencia del mercado en el orden social). Se podría decir por tanto, sirviéndonos para ello de un concepto de Dworkin (1983), que se trata de un intento de evaluar la moral constituyente del republicanismo contemporáneo, para desde ahí poder entender y evaluar la discusión –ciega cuando se encierra en sí misma– sobre los posibles ordenamientos institucionales de una democracia republicana, presuntamente, post-liberal.

I. El renacimiento del republicanismo: la libertad como “ausencia de servidumbre” El renacimiento contemporáneo del republicanismo hunde sus raíces, como se recordará, en la discusión historiográfica de mediados del siglo XX acerca del contenido ideológico implícito en las modernas revoluciones políticas, especialmente, en el proceso de emancipación de las colonias americanas. De acuerdo a la lectura histórica más tradicional, la independencia americana habría representado con nitidez la realización histórica de los principios normativos lockeanos: defensa y afirmación de los derechos individuales de libertad frente a una autoridad política que, constantemente, los transgredía con plena impunidad. Frente a esta interpretación, los trabajos publicados hacia la década de los sesenta entre otros Bernard Bailyn (The Ideological Origins of the American Revolution) Gordon S. Wood (The Creation of the American Republic) y, especialmente, el influyente Maquiavellian Moment de J.G.A. Pocock, hicieron emerger un paradigma alternativo de interpretación histórica en el cual la emancipación y la elaboración de la primera constitución americana (bajo la impronta de los Founding Fathers –Hamilton, Madison y Jay– mediante los influyentes Federalist Papers) podía leerse ahora como la última manifestación de una ya larga tradición republicana de concebir la política y la libertad. Esta tradición, originada en la civis romana, habría resurgido con fuerza en las ciudades-repúblicas italianas (recuérdese los Discursos de Maquiavelo), para luego manifestarse en las revoluciones inglesa y holandesa y, finalmente, encontrar su última expresión en la emancipación americana. En suma, sería el humanismo cívico, con su promoción de la virtud política y los fines públicos, y no la libertad negativa lockeana, lo que estaría en la base normativa de la de la constitucionalidad americana (Pocock, 2002). Pero más allá de este punto de inflexión en la interpretación de la independencia norteamericana, el paso definitivo hacia la formulación del republicanismo actual se encuentra anclado, como es sabido, en los escritos histórico-políticos de Quentin Skinner. Ha sido Skinner, precisamente, quien ha principios normativos del Estado constitucional democrático”. (Habermas 2008: 11). 4 Si bien Pettit, como reconoce abiertamente, basa su reformulación del republicanismo en los trabajos históricos de Quentin Skinner, existe una diferencia no menor (admitida además por ambos) en el carácter normativo atribuido a la libertad republicana en el marco de las dicotomías modernas. En rigor, mientras para Pettit la libertad republicana se remontaría más allá de la dicotomía entre libertad positiva y negativa, para Skinner se trata de un concepto estrictamente negativo de libertad que históricamente habría antecedido a la noción liberal y que, posteriormente, fue desplazado –y olvidado – por la progresiva influencia histórica del liberalismo.

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propuesto con fuerza y desarrollado la idea de que existiría un concepto alternativo de libertad históricamente anterior a la noción liberal de ésta como ausencia de interferencia explícita en los ámbitos de elección y acción individual. En efecto, previo a este concepto liberal que sería ampliamente difundido ampliamente a partir de la obra de Hobbes, Skinner identifica –desde la civis romana tal como aparece descrita en los escritos de Salustio, Tito Livio y Tácito– el surgimiento de una concepción alternativa, republicana, de comprender la libertad más allá de la mera ausencia de interferencia externa en la voluntad individual. Se trataría, sostiene Skinner, de un concepto más exigente que entiende la libertad como ausencia total de sujeción con respecto a la voluntad arbitraria o el poder de otro (esto es, una ausencia de servidumbre), aun cuando esta dependencia respecto a otro no se manifieste en interferencias explícitas o concretas sobre las elecciones individuales. Señala Skinner: “[l]a mera conciencia de vivir en dependencia de la voluntad de un gobernante arbitrario sirve para restringir, de por sí, nuestras opciones y, por tanto, limita nuestra libertad. El resultado es que nos dispone a realizar determinadas opciones, y esto sitúa constricciones claras sobre nuestra libertad de acción, incluso si nuestros gobernantes no interfieren nunca en nuestras actividades o incluso si no muestran el menor signo de amenazar con intervenir en las mismas” (Skinner, 2005:40). Por cierto, para Skinner lo central es que la tradición romana no sólo habría ideado esta concepción alternativa, sino que también la habría pretendido realizar históricamente –garantizando así una comunidad política libre de la arbitrariedad de la voluntad soberana– en el nombra de un derecho (Código Justiniano) orientado a regular tanto las relaciones entre los individuos (transformados ahora en ciudadanos iguales ante la ley) como a dotar de legitimidad los mandatos de la autoridad política. Desde ahí, en suma, habría fluido históricamente un concepto alternativo –expresado luego en Maquiavelo y en los “caballeros democráticos de la revolución inglesa”– que asocia estrechamente la libertad con la condición de pertenencia a una ciudadanía organizada bajo el marco de un orden político republicano (liber es civitas) que, a su vez, viene definido esencialmente por el “imperio de la ley” que ahora reemplaza a aquel “imperio de los hombres” que tiene lugar en condiciones de existencia de una servidumbre arbitraria respecto a una voluntad ajena. Precisamente, la formulación más sistemática y programática de una perspectiva neo-republicana en la actualidad, pretendidamente alternativa a la tradición liberal y con vasta influencia en la política contemporánea, tal como se desarrolla en la obra de Phillip Pettit, arranca de esta idea de libertad republicana como ausencia de servidumbre planteada por Skinner.

II. El republicanismo de Phillip Pettit: democracia y derecho En efecto, Pettit concuerda con la propuesta de Skinner de entender la libertad republicana como ausencia de dominación (esto es, somos libres en tanto no estemos sujetos a la voluntad arbitraria de otro) y también con la afirmación de que ésta sería históricamente anterior al modo modernista, liberal, de entender la libertad como maximización de los ámbitos de elección individual no interferidos. Sin embargo, Pettit considera que este concepto republicano no es una noción negativa de libertad (como sostiene Skinner), a pesar de que tampoco se anclaría en la idea libertad positiva nacida de la tradición democrática-radical rousseauniana que promueve la libertad como autogobierno de la voluntad general (toda vez que desde aquí se abriría paso –piensa Pettit– la constante posibilidad de una tiranía de la mayoría, otra expresión de la sujeción–-en este caso, de las minorías– a una voluntad política arbitraria). En suma, la libertad republicana tal como la entiende Pettit (la libertad como no-dominación), se situaría normativa más allá de la clásica dicotomía berliniana entre libertad negativa y positiva tan influyente en el pensamiento político moderno5. 5

Para esta distinción, véase Berlin (2001).

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Dicho de otra manera, la libertad republicana entraña, al mismo, un concepto negativo y positivo de la libertad política: “Esta concepción es negativa, en la medida en que requiere la ausencia de dominación ajena, no necesariamente la presencia de autocontrol, sea lo que fuere que éste último entrañe. La concepción es positiva, en la medida en que, al menos en un respecto, necesita algo más que la ausencia de interferencia; requiere seguridad frente a la interferencia, en particular frente a la interferencia arbitrariamente fundada” (Pettit, 1999: 77). Luego de señalar estas divergencias, Pettit subraya que la libertad republicana ha de intentar desmarcarse, principalmente, de la concepción negativa de la libertad, toda vez que la noción positiva no sólo presentaría radicales insuficiencias normativas (la amenaza de la tiranía de la mayoría), sino que además considera que la posibilidad de un ejercicio de autodeterminación colectiva como el que propone Rousseau estaría prácticamente negado históricamente por la complejidad y diferenciación de las sociedades modernas. Esta última consideración de Pettit es de por sí bastante debatible, pues implica una serie de supuestos teóricos e históricos no menores, pero conlleva a una línea de argumentación distinta a la que aquí se ensaya. Asumamos pues, por el momento, que efectivamente la libertad republicana ha de distanciarse esencialmente en su fundamentación de la libertad negativa, pues es esta demarcación la que le permite a Pettit señalar la distancia normativa existente entre republicanismo y liberalismo. Puestas así las cosas, Pettit procede señalando dos rasgos que considera esenciales de la idea negativa de libertad y que la distinguen fuertemente de la concepción republicana. Por una parte, sostiene, sucede que bien podemos estar libres de interferencia concreta sobre nuestras elecciones individuales, podemos igualmente ser sujetos de dominación por parte de la voluntad de otro en la forma de la posibilidad o amenaza de intervención, lo cual termina condicionando el ejercicio efectivo de nuestra libertad (se trata, nos dirá Pettit, de una situación de ilibertad particularmente graficada en el caso del esclavo sometido a la voluntad de un amo bondadoso que no interfiere en su esfera individual concretamente, pero que no por ello deja de ser su amo). La libertad como no-dominación, como le llama Pettit a la alternativa republicana, supone entonces no sólo la ausencia presente de interferencia ajena, sino más bien la certeza de que dicha interferencia (o al menos, una interferencia posible de calificar como arbitraria) no podrá tener lugar en el futuro; o, en el peor de los casos, que estará eficazmente limitada y regulada en base a procedimientos y sanciones concretas. Por esto, va a subrayar Pettit, la creación de este estado de certeza o seguridad de la libertad como ausencia de dominación se debe asociar a la presencia de un orden jurídico encargado de regular o atenuar constantemente la posibilidad de una interferencia discrecional, arbitraria, en la libertad individual. En conclusión, el “imperio de ley” haría posible entonces una seguridad de que nuestras elecciones personales no estarán sometidas arbitrariamente a voluntades ajenas o, al menos, que ello no podrá ocurrir impunemente, motivo por el cual –concluye Pettit– no podemos hablar de un hiato radical entre las instituciones cívicas y la libertad de los ciudadanos, toda vez que aquellas constituyen –producen– la libertad como no-dominación de la cual gozan los ciudadanos en un régimen político republicano (Pettit, 1999: 146). El segundo rasgo en que intenta marcar distancia del liberalismo remite, en concordancia con lo anterior, a la relación que se puede identificar en ambas tradiciones entre libertad individual y orden jurídico. La libertad republicana, sostiene, no sería pensada como una esfera de inmunidad con respecto a las regulaciones jurídicas, sino que, por el contrario, abordaría una estricta continuidad normativa entre libertad ciudadana y derecho. El punto fundamental aquí es, como es sabido, la idea básica de Pettit de que no toda interferencia en la acción individual puede considerarse una restricción a la libertad, pues aquellas intervenciones promovidas desde un gobierno justo, con sus

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instituciones amparadas en un orden jurídico no arbitrario, constituyen, garantizan y promueven efectivamente la libertad de los ciudadanos. Ahora bien, lo central a destacar es que este carácter de seguridad jurídica de la libertad republicana sólo está garantizado plenamente si el derecho posee este atributo de la justicia, esto es, si la ley establecida garantiza una no-arbitrariedad de los mandatos soberanos y las regulaciones políticas, ante lo cual emerge de inmediato la pregunta acerca de los criterios evaluativos que permiten hablar de un derecho eminentemente justo, no arbitrario. La respuesta de Pettit, con respecto al contenido de una ley no-arbitraria, justa, señala a contramano que la arbitrariedad del derecho tiene lugar cuando las leyes expresan y promueven intereses particulares, por ende, puede concluir y subrayar que la no-arbitrariedad jurídica vendría garantizada por la vinculación de la ley con los intereses plurales de la ciudadanía. “En particular –señala– hay interferencia sin pérdida alguna de la libertad cuando la interferencia no es arbitraria y no representa una forma de dominación: cuando está controlada por los intereses y las opiniones de los afectados y es requerida para servir a esos intereses de manera conforme a esas opiniones” (Pettit, 1999:56). Esta noción acerca del carácter de una ley justa sitúa a Pettit, claramente, en la línea de la argumentación democrática y en su ideal de sujetos receptores, y la vez autores, de la ley (o, como nos dice Rousseau, la idea de que la ley política es aquella que el cuerpo político se impone a sí mismo, aquella “acción del todo sobre el todo”). No obstante, toda vez que -como hemos dicho- Pettit abandona el ideal rousseauniano de autodeterminación colectiva por sus insuficiencias normativas e históricas, nos queda aún la interrogante sobre el proceso de creación que permite generar y evaluar una ley como no-arbitraria y, por ende, creadora y fundamento de la libertad republicana. O en otras palabras, ¿cómo se constituye una ley efectivamente expresiva de los intereses y opiniones plurales de los mismos afectados? Es aquí donde quisiera sostener que el republicanismo de Pettit se torna particularmente problemático, pues diluida completamente la idea de voluntad general rousseauniana ya no es posible fundamentar la ley en base a la deliberación democrática que expresa, pero a la vez modifica, recrea y reconfigura, los distintos intereses ciudadanos,6 quedando así, por el contrario, el derecho no-arbitrario definido exclusivamente por su concordancia con los procedimientos ya previamente establecidos por la autoridad constitucional. La democracia republicana sería así, como veremos, esencialmente una democracia constitucional antes que deliberativa.

III. ¿Más allá del liberalismo? La juridificación de la política democrática Llegados a este punto el argumento de Pettit, si se aprecia con cierto detenimiento, se ha tornado prácticamente circular, pues termina arrojándonos a una situación normativa como la siguiente: la libertad republicana es posibilitada por un estado de seguridad jurídica organizado en base a un derecho justo, no arbitrario, el cual a su vez es tal sólo en la medida en que expresa –o al menos es sensible a – los intereses y opiniones (plurales) de la ciudadanía, pero esta vinculación entre ciudadanía y derecho a su vez es mediada, posibilitada, por la misma autoridad constitucional ya existente. En suma, el criterio normativo de evaluación de la política republicana –creadora de 6

Al modo, por ejemplo, como Habermas reinterpreta desde una racionalidad comunicativa la idea de voluntad general soberana: “La soberanía –señala– no necesita ser concentrada de manera directa en el pueblo, ni tampoco ser desterrada al anonimato de las competencias constitucionales […] el sujeto de la comunidad jurídica que se organiza a sí misma se esfuma en las formas comunicativas sin sujetos que regulan el flujo de la formación discursiva de la opinión y de la voluntad”. Habermas (1999:245).

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una ley efectivamente justa– se encuentra en la misma ley, vale decir, se trata de normas jurídicas que observan y definen la rectitud normativa de las mismas normas jurídicas. Si bien se podría anotar que esta consideración inscribe a Pettit marcadamente n la tradición republicana (con su promoción del “imperio de la ley”), es también es posible sostener es que, al mismo tiempo, lo acerca bastante a la tendencia de juridificación de la política democrática que caracteriza a la comprensión liberal, vale decir, a su pretensión normativa por sujetar las contingencias de la política a la figura del derecho (Atria, 2003). Para el liberalismo clásico, como se recordará, el sustrato moral (presuntamente pre-político) de la libertad supone poner límites jurídicos a las posibles decisiones soberanas, lo cual en parte importante se asocia a la sujeción de la voluntad democrática a los procedimientos y normas jurídicas que definen los espacios de ejercicio e influencia (legítimos) de la política democrática. Precisamente, en la actualidad, la promoción de un control jurídico de constitucionalidad que sitúa una esfera vigilante de la legitimidad del proceso político, pero a la vez situada externamente a la deliberación y el desacuerdo político (la figura de los Tribunales Constitucionales), o la conocida tesis de Dworkin acerca de los derechos como “cartas de triunfo” de los individuos (premisas contramayoritarias) frente a las decisiones de la política democrática (Dworkin, 2002), o, finalmente, la propuesta rawlsiana de entender la razón jurídica como paradigma de la razón pública (Rawls, 2001), se mueven con claridad en esta tendencia hacia la juridificación de la política democrática. Como insinuamos, por este motivo la democracia republicana para Pettit no será es fundamentalmente deliberativa, sino más bien se caracterizará por hacer posible, legítima, la disputabilidad las decisiones gubernamentales; vale decir, permitirá –a través del mismo orden institucionaljurídico – la existencia de espacios legítimos donde la ciudadanía pueda expresar sus reparos y cuestionamientos a los mandatos políticos. Es sumamente notable –para ilustrar la juridificación de la política democrática que se intenta describir– citar el particular modo en que Pettit describe las características de la situación normativa mediante la cual la autoridad constitucional configura una situación de no-dominación republicana: “La autoridad […] tiene, pues, que eliminar la dominación de unas partes sobre otras, y si ella misma no domina a las partes, entonces habrá puesto fin a la dominación. La razón de que la autoridad constitucional no domine ella misma a las partes implicadas, si es que no las domina, es que la interferencia que practica atiende a los intereses de las partes de acuerdo con la propia interpretación de éstas; es convenientemente sensible al bien común” (Pettit, 1999: 97). Es particularmente notable esta descripción, pues, mirada en profundidad, viene a señalar la relación política de modo similar a como podríamos describir –y tradicionalmente se hace– una relación jurídica entre agentes privados. Efectivamente, sucede que tenemos partes implicadas (como nos dice Pettit) que intentan conciliar sus intereses plurales y, para ello, tienen una tercera parte (un árbitro) capaz de resolver la disputa en nombre de una argumentación que, si bien atiende los intereses de las partes, resuelve finalmente en base una suposición de universalidad (sensibilidad al bien común, le llama Pettit). No pareciese existir, en suma, diferencia sustancial entre argumentación jurídica y argumentación política; otro motivo –pareciese ser de peso– para afirmar la existencia de una tendencia de juridificación de la política republicana7. Sólo para exhibir de pasada un contrapunto normativo posiblemente aclaratorio, complemente distinto sería, por ejemplo, sostener que en la argumentación política no concurren estrictamente partes ya constituidas a resolver sus desacuerdos, al modo de la racionalidad jurídica, sino más bien que lo político remite –recurriendo al concepto de inspiración hegeliana actualizado recientemente 7

Piénsese, además, en la similitud estructural de esta escena republicana creadora de libertad con la posición original rawlsiana.

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Honneth (1997)– a una lucha por el reconocimiento en la cual no asistimos a la expresión pública de identidades constituidas ya en otro lugar, sino a la constitución misma de esas identidades singulares a través de de un reconocimiento intersubjetivo que transcurre siempre mediante inevitables tensiones y conflictos8. Precisamente, con Butler (2006) podemos graficar aún más este carácter constitutivo, no meramente conciliador, de la política entendida desde la idea de “lucha por el reconocimiento”: “Cuando reconocemos a otro o cuando pedimos que se nos reconozca, no estamos en busca de otro que nos vea como somos, como ya somos, como siempre hemos sido, como estábamos constituidos antes del encuentro mismo. En lugar de ello, en el pedido, en la demanda, nos volvemos ya algo nuevo” (Butler, 2006: 72). Pero volvamos a Pettit. Para Pettit afirmar que el republicanismo reviste necesariamente la forma de una democracia constitucional implica, además, que un régimen republicano se ha de sostener normativamente en tres condiciones básicas: (1) el ya mencionado “imperio de la ley”, según el cual el Estado debe proceder siempre de acuerdo con un tipo de ley que cumpla ciertas restricciones elementales (que sean generales, no retroactivas, bien promulgadas, etc.); (2) una restricción del poder mediante su división, vale decir, la promoción de un gobierno mixto que facilite el mutuo control de la autoridad política; y (3) una condición contramayoritaria, según la cual tiene que dificultársele, no facilitar en ningún caso, a la voluntad mayoritaria la modificación de ciertas áreas fundamentales del orden político-jurídico, lo cual puede introducirse estableciendo leyes consuetudinarias o restricciones constitucionalmente garantizadas. (Pettit, 1999: 228-239). Como ya se ha señalado en parte la medida el “imperio de ley” puede devenir exacerbada juridificación de la política democrática, siendo aún más evidente el matiz liberal y legalista que implica la tercera condición (la condición contramayoritaria), toda vez que supone que existen ámbitos de de un orden democrático que, simplemente, están situadas más allá de la política, sus avatares y conflictos, conviene detenerse un momento en la segunda condición (el gobierno mixto) propuesto por Pettit como un rasgo elemental de la democracia republicana. En efecto, es posible sugerir que si bien se plantea como una limitación recíproca de los poderes del Estado, sobre todo relevante en el caso de que uno de ellos sea monopolizado por un grupo particular, abre también la posibilidad normativa de una juridificación excesiva de la política democrática derivada, cabe sostener, de una marcada desconfianza hacia el posible carácter constituyente del pueblo. Este temor, por cierto, recorre la tradición republicana: va desde un Aristóteles con su régimen mixto que evita la dominación de una de las partes de la ciudad (especialmente, del demos siempre tendiente a la tiranía), pasando por Cicerón que nos advierte sobre los peligros del gobierno del pueblo que no distingue entre grados de dignidad; por Maquiavelo que sugiere una república mixta entre principado, aristocracia y gobierno popular para evitar los excesos del pueblo (véase Rivero, 2005); hasta Hannah Arendt con su diagnóstico de la decadencia del momento republicano post-revolucionario ante la emergencia de las masas guiadas preferentemente por sus intereses materiales (lo social) y no por la alta dignidad de lo político (Arendt, 1992). Ahora bien, lo que se pretende sostener con esta desconfianza republicana hacia el pueblo no es primariamente un temor hacia los grupos menos privilegiados o excluidos socialmente, sino algo mucho más amplio y relevante políticamente posible de derivar del sentido particular (figurativo, político) con que Jacques Rancière (1996) ha propuesto entender la categoría de pueblo. En rigor, según Rancière la idea de pueblo supone (ya desde la polis griega) un cuestionamiento radical de toda posibilidad de una distribución geométrica de las partes de la ciudad, toda vez que si bien el 8 “[… ] un sujeto deviene siempre en la medida en que se sabe reconocido por otro en determinadas de sus facultades y cualidades, y por ello reconciliado con éste; al mismo tiempo llega a conocer partes de su irremplazable identidad y, con ello, a contraponerse al otro en tanto que un particular”. Honneth (1997: 28). Para apreciar una lectura de la relación entre política y derecho en clave de “lucha por el reconocimiento”, véase Sembler (2009).

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demos se consideraba parte integrante de la polis, se definía principalmente por una exclusión, por la no-posesión de atributos valorados socialmente, vale decir, se trataba de la parte de los que no tienen parte (Rancière, 1996). Por este particular atributo, sostiene el pueblo –como categoría figurativa– representaría siempre un cuestionamiento de la presunta racionalidad de las distribuciones y repartos existentes, esto es, la puesta en escena de un sujeto político que pone en tela de juicio (revelando así su carácter histórico, contingente) la aparente posibilidad de distribución racional de los derechos y deberes en la ciudad política. En suma, visto desde esta sugerencia de Rancière, el exacerbado legalismo o juridificación de la política democrática del republicanismo de Pettit evidenciaría la búsqueda incesante de un criterio de fijación racional de los lugares, roles y derechos de las partes de la ciudad que permita ponerse a salvo (en nombre del derecho) de los procesos contingentes y conflictivos que determinan históricamente el devenir de la política. Ya para concluir y sintetizar el argumento aquí desarrollado, es posible sugerir que los hilos de continuidad normativa que se pueden advertir entre neo-republicanismo y liberalismo a raíz de esta tendencia juridificante de la política democrática se anclan en parte importante, en el caso de Pettit, en dos nudos críticos o imprecisiones que presenta su reflexión. Por una parte se aprecia que la oposición que Pettit intenta sostener en relación al concepto de libertad negativa para desde ahí distanciarse del liberalismo no puedo sino resultar bastante imprecisa, toda vez que cuesta encontrar en la tradición liberal una idea tan nítida –o exagerada– de relacionar la libertad con una ausencia plena de interferencia como la que Pettit cree encontrar. Por el contrario, lo que se puede apreciar es que en la tradición liberal libertad individual y derecho no se oponen radicalmente, sino que más bien este último viene a garantizar –legalizar– ciertos libertades naturales preexistentes (esto es, a positivizar los derechos morales). Si bien puede anotarse que en la tradición liberal el derecho no constituye primariamente la libertad (como pensaría la tradición republicana), toda vez que ésta hunde sus raíces en atributos morales constitutivos del individuo, sí la hace posible históricamente, la torna segura y estable, en el marco de un orden jurídico basado en los derechos civiles. Este argumento, por cierto, no sólo se encuentra en el “liberalismo igualitario” o “liberalismo basado en derechos” que hoy posee amplia difusión, sino que también se remonta a los lugares clásicos de la tradición liberal, justamente aquellos donde Pettit cree encontrar graficada con nitidez la idea de libertad como ausencia total de interferencia9. El segundo nudo crítico que se advierte en la teoría de Pettit ya ha sido insinuado en relación a la juridificación de la política. En el fondo, el neo-republicanismo permanece encauzado en un modo de entender la relación entre derecho y política que entiende la justicia y la condición de ciudadanía como un problema de distribución racional, vale decir, supone que la política y los derechos en una comunidad política pueden ordenarse haciendo abstracción de los procesos conflictivos de reconocimiento (afectivos, morales, políticos) que se depositan y constituyen las relaciones intersubjetivas. Hacer abstracción de la contingencia de lo político (de aquella lucha por el reconocimiento que, como insinuamos, subyacería a la relación entre democracia, derecho y política) es lo que el liberalismo ha pretendido, típicamente realizar desde un resguardo jurídico extra-político. Es éste uno de sus principios normativos fundamentales que, más allá de intenciones declaradas, el republicanismo de Pettit no ha logrado dejar plenamente atrás, haciendo necesario así repensar críticamente las condiciones normativas de fundamentación de la democracia republicana, presuntamente post-liberal, hoy en boga.

9

A modo de ejemplo, cabe recordar la la distinción que traza –entre otros- Locke entre libertad natural (donde existe la apropiación individual) de la libertad civil (donde esa apropiación, legítima moralmente desde antes, se convierte en propiedad segura y estable, deviene derecho de propiedad). Véase Locke (2004).

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Referencias Arendt, Hannah (1992). Sobre la revolución. Madrid: Alianza Editorial. Atria, Fernando (2003). “El derecho y la contingencia de lo político”, en Revista Doxa, N° 26. Berlin, Isaiah (2001). Dos conceptos de libertad y otros escritos. Madrid: Alianza Editorial. Butler, Judith (2006). “Violencia, duelo, política”, en Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidós. Dworkin, Ronald (1983). “El liberalismo”, en Stuart Hampshire (comp.). Moral pública y privada. México: Fondo de Cultura Económica. ____ (2002). “La lectura moral de la Constitución y la premisa mayoritaria”, en Revista Cuestiones Constitucionales, N° 7, México. Habermas, Jürgen (1999). La inclusión del otro. Estudios de teoría política. Barcelona: Paidós. ____ (2008). “¿Fundamentos prepolíticos del Estado democrático de derecho?”, en Habermas, J. y Ratzinger, J., Entre razón y religión. Dialéctica de la secularización. México: Fondo de Cultura Económica. Honneth, Axel (1997). La lucha por el reconocimiento. Por una gramática moral de los conflictos sociales. Barcelona: Crítica. Locke, John (2004). Segundo ensayo sobre el gobierno civil. Buenos Aires: Losada. Ovejero, F., Martí, J.L. & Gargarella, R. (2004). Nuevas ideas republicanas. Autogobierno y libertad., Barcelona: Paidós. Pettit, Philip (1999). Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno. Madrid: Paidós. Pocock, J. G. A. (2002). El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica. Madrid: Tecnos. Rancière, Jacques (1996). El desacuerdo. Política y filosofía. Buenos Aires: Nueva Visión. Rawls, John (2001). El derecho de gentes y una revisión de la idea de razón pública. Barcelona: Paidós. Revista Nueva Sociedad (2007). El Estado en reconstrucción. N° 210, México: Nueva Sociedad. Rivero, Ángel (2005). Republicanismo y neo-republicanismo, en Revista Isegoría, N° 33. Sembler, Camilo (2009). “Sujetos de derecho en la filosofía política”, en Miguel Orellana Benado (editor). Causas perdidas. Ensayos sobre filosofía jurídica, moral y política. Santiago de Chile. Skinner, Quentin (2005). “La libertad de las repúblicas: ¿un tercer concepto de libertad?”, en Revista Isegoría, N° 33.

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Desigualdad, Desarrollo y Consumo

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Revisitando tendencias en la distribución global del ingreso. ¿Hay alguna relación entre la inequidad entre las naciones y el orden político mundial?1 JOSÉ LUIS VALENZUELA2

Resumen Una Base de Datos construida a partir de las Tablas Mundiales Penn 6.2, permite el análisis de la distribución del ingreso entre los países para el período 1970-2003. El análisis de los datos contradice la ‘hipótesis de la convergencia’, y muestra un comportamiento diferente entre los países más ricos y los países más pobres, y entre los países de ‘clase media alta’ y de ‘clase media baja’. La información es relacionada con los asuntos internacionales del período de análisis. La emergencia de China como una potencia mundial que retorna, ayuda a disminuir la inequidad, mientras el predominio absoluto de los Estados Unidos en el período 1990 a 2000 coincide con un aumento de la diferencia entre los países más ricos y los países más pobres.

PALABAS CLAVE: INEQUIDAD, DISTRIBUCIÓN DEL INGRESO, ECONOMÍA, CIENCIAS SOCIALES, RELACIONES INTERNACIONALES, ECONOMÍA INTERNACIONAL, SISTEMA MUNDIAL, CHINA, ESTADOS UNIDOS

Abstract A database built using Penn World Tables 6.2 allows the analysis of income distribution among countries for the period 1970 – 2003. Data analysis contradicts the ‘convergence hypothesis’ and shows a different behavior between richest and poorest countries compared to upper middle class and lower middle class countries. Data are related with world affairs of the period. The emergence of China as a returning world power helps to combat inequality, while the absolute predominance of the United States during the 1990 to 2000 period increased the difference between poor and rich.

KEY WORDS: INEQUALITY, INCOME DISTRIBUTION, ECONOMY, SOCIAL SCIENCES, INTERNATIONAL RELATIONS, INTERNATIONAL ECONOMY, WORLD SYSTEM, CHINA, USA.

1

Presentado al Seminario “El fin de historia que no fue: A XX años de la caída del muro de Berlín”, Universidad de Santiago de Chile, Instituto de Estudios Avanzados, 24 al 26 de noviembre 2009. 2 Ingeniero, Master en Dirección Estratégica, Master en Historia, Economía y Cultura de China, estudiante del Doctorado en Estudios Americanos, Universidad de Santiago, Chile.

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Introducción Milanovic3 resume los conceptos de inequidad en el ingreso como sigue: Tabla 1: Comparación de tres conceptos de inequidad según Milanovic Concepto 2 Inequidad Internacional ponderada por población

Concepto 3 Inequidad Mundial verdadera del ingreso

Fuente principal de Cuentas Nacionales información

Cuentas Nacionales

Encuestas a hogares

Unidad de observación

Países

Países (ponderados según su población)

Individuos / Hogares

Concepto de bienestar

GDP o GNP per capita

GDP o GNP per capita

Ingreso medio disponible per capita o gasto

Conversión de la moneda nacional

Tasa de cambio de Mercado o tasa de cambio PPP

Concepto 1 Inequidad Internacional no ponderada

Distribución interna Ignorada

Ignorada

Incluida

En este trabajo se utiliza el concepto 2. Para un más profundo entendimiento del proceso de construcción de la información, especialmente el significado de las distintas opciones para definir la conversión de la moneda local y el PPP, se recomienda el libro del Doctor Milanovic. En el año 2001, el Doctor Donghyun Park4, usando la información de las Tablas Mundiales Penn 1960-19925, verificó la ‘hipótesis de la convergencia’ y concluyó que “la distribución global del ingreso no se convirtió en más igualitaria durante el período 1960-1992”. Encontró un período de inequidad creciente (1960-1968), un período de alta volatilidad (1968-1976), y un período de convergencia (1977-1992). La ‘hipótesis de la convergencia dice que, a través del comercio Internacional, del movimiento de los factores de la producción (migraciones de trabajadores desde los países pobres a los países ricos), los flujos de capital desde los países ricos hacia los países pobres, y/o la difusión de la tecnología que permite a los pobres alcanzar a los ricos, se supone que los países pobres crecerán más rápidamente que los países ricos. Bajo la inspiración de este trabajo, se visitó la última versión disponible de las Tablas Mundiales Penn6, y se creó un sistema simple para el tratamiento y la selección de la información, utilizando solo EXCEL, de tal manera de interesar a los científicos del mundo de las ciencias sociales por la información económica segura y confiable. Con esta información básica se creó una Base de Datos útil para el análisis de la distribución del ingreso entre los países, ponderados según su población, para el período 1970 a 2003. El primer objetivo de este trabajo es demostrar que, para cualquier investigador interesado en trabajar sobre el concepto de inequidad, la construcción de una Base de Datos confiable es posible, 3

(Milanovic, 2005) (Park, 2001), 5 (Heston, Summers, 1995) 6 (Heston, Summers, Aten, 2006) 4

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y que la disponibilidad de información económica básica adecuada para trabajar en función de los objetivos específicos de una investigación permite al investigador estudiar las relaciones entre información económica cuantitativa y los fenómenos sociales que ocurren o influyen sobre el mismo período. El segundo objetivo es contrastar las conclusiones del Doctor Park, y el tercero es explorar correlaciones entre el desempeño económico cuantitativo del mundo en un período determinado, y los indicadores cualitativos relevantes de la situación política internacional. Para los objetivos segundo y tercero se utilizarán tres diferentes indicadores: • El índice GINI. • El índice R/P, esto es, la relación entre el ingreso del 10% más rico y del 10% más pobre de la Base de Datos seleccionada. Es también llamado índice 90/10 o relación 90/10. • El uso del ingreso incremental disponible entre el primer y el último año de la Base de Datos seleccionada. Para el tercer y ultimo objetivo, se escogen dos hechos relevantes de la política Internacional, y se explora una correlación entre los datos cuantitativos y los hechos políticos.

1. - Construcción de una Base de Datos confiable 1.1 Fuente de Datos El primer objetivo es construir una Base de Datos que contenga información numérica confiable acerca de la distribución del ingreso entre los países, para el mayor período posible del cual se disponga suficiente información. Se encontraron y estudiaron cuatro potenciales fuentes de información disponibles en Internet, utilizando la guía provista por Almas Heshmati7:

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(Heshmati, 2004)

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Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Las Tablas contienen valiosa información acerca del Índice de Desarrollo Humano y sus componentes (series que comienzan en 1980 con datos cada 5 años), y acerca de indicadores sociales, pero solo hay información referida al GDP para un año (GDP per cápita expresado en PPP, en dólares del año 2006). Así, esta fuente no es útil para el propósito principal de esta investigación, pero puede ser utilizada posteriormente para un análisis profundo de las consecuencias de la inequidad. Tablas de GDP del Banco Mundial, expresadas en dólares corrientes, agrupadas en series

de tiempo por cada país, cubriendo desde 1960 hasta el año 2007. Los datos incluyen a 226 países y agregados de países (como los países de ingreso medio alto o los países del África sub-sahariana). Si se eliminan los agregados de países, se obtiene información para 209 países, pero es posible obtener series completas de información solamente para 72 países (con datos para todos los años entre 1960 y 2007)), o una serie completa para 107 países (con datos para todos los años entre 1970 y 2007)), o finalmente 115 países (con datos para todos los años entre 1970 y 2003. Un problema relevante para el primer objetivo de este trabajo es que la información está expresada en dólares corrientes, pero no es difícil expresarla en moneda de valor equivalente (Por ejemplo, dólares del año 2000), y también es fácil expresarla el dólares PPP, aproximándose mejor a una comparación válida del ingreso entre los países. Es entonces posible utilizar esta fuente de datos. Tablas Mundiales Penn (PWT). Las Tablas contienen datos de muchas variables, incluyendo GDP real per cápita (a precios constantes: series en cadena), donde ‘real’ significa ‘convertido según PPP’. Incluyen información para 188 países, desde 1950 hasta el año 2004. No todos los países tienen datos para todos los años, de tal manera que resulta necesario definir criterios para validar un conjunto de datos a utilizar. Una gran ventaja es que la información es comparable a través del tiempo.

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Tablas UNU-WIDER WIID8. La versión actual, febrero 2009, es 2.0c, contienen índice GINI, la distribución del ingreso por quintiles y deciles, para 159 países y en diferentes años. No es posible utilizar esta información debido a que son necesarios datos distribuidos regularmente en el tiempo. Pero, nuevamente, la Tabla contiene información valiosa para un posterior análisis en profundidad.

En resumen, se escogen como información base a las Tablas PWT El procesamiento de los datos, la Base de Datos generada, y la representatividad de los datos se describen en Anexo N° 1: Procesamiento de Datos y Resultados Obtenidos. 1.2 Selección de indicadores para representar la inequidad Índice GINI El siguiente gráfico muestra la curva de Lorenz, calculada para el año 1970: Gráfico 1: Construcción de la curva de Lorenz desde la Base de Datos construida

La línea oscura representa la equidad perfecta en la distribución del ingreso (cada decil recibe un 10% del ingreso), mientras la línea roja representa la distribución real, obtenida de la Base de Datos a partir de la distribución del ingreso en el año 1970 (año para el cual los valores de ambos conjuntos de datos son iguales). Mientras mayor sea el área entre las dos curvas, mayor será la inequidad. Esta área es llamada ‘área de concentración’. El índice de GINI representa la concentración del ingreso, y se define como dos veces la relación entre el ‘área de concentración’ y el área total bajo la línea azul. Así, a la inequidad total (todo el ingreso concentrado en el decil 10, o todo el ingreso para el decil más rico) corresponde el valor 1 o 100%,

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UNU-WIDER significa “United Nations University – World Institute for Development Economics Research” WIID significa “World Income Inequality Database”

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mientras a la equidad total (el ingreso repartido en partes iguales entre todos los deciles), corresponde el valor 0. Park utiliza la siguiente formula para el cálculo del índice de GINI G: G = 1 + 1/n – 1/(n2ya)* (yn + 2yn-1 + ny1) ya = ingreso del decil i Yi y1