Sin una sola gota de rutina

frontera entre Copacabana e Ipa- nema, en pleno atardecer de verano sobre el ... dar un clásico de la bossa en inglés como “So Nice”, (o “Samba de verão”,.
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espectáculos | 13

| Domingo 8 De septiembre De 2013

Una sólida marcación de actores

El grupo de jóvenes bohemios de Giacomo Puccini

liliana morsia

cLáSicA

Sin una sola gota de rutina Viene de tapa

Más aún, si se trata de un tema tan bien conocido como La bohème, un producto operístico puro, que no mira hacia ninguna de las laterales. Antenoche, la versión de Juventus Lyrica salió dignamente airosa del compromiso, con la gratificación de muchos momentos particularmente iluminados. El pulso musical estuvo a cargo del director Antonio Russo, quien estimuló a su orquesta con

muy apropiada agilidad y, gracias a una óptima preparación, la convirtió en gran personaje de la puesta. Su batuta tuvo mucho que ver con la intensidad emocional auténtica de cada momento de legítimo melodramatismo de que está poblada la obra, como, entre otros, cuando Giacomo Puccini, en medio de “Mi chiamano Mimì”, levanta a la protagonista de la silla y la hace crecer humanamente. O en la despedida de los amantes del tercer acto, o en el

Grabaciones Fernando López

Elegante y sofisticado homenaje a Río

E

l punto justo. Uno escucha cantar a Bebel Gilberto a esta altura de su carrera y tienta asociarla con ese equilibrio que en su papá, João, era un milagro. No es cuestión de establecer paralelos: João, ya se sabe, alcanzó las alturas de lo incomparable en su íntimo, exacto, indefinible diálogo entre voz, guitarra y silencio. Pero sin llegar a tales excelencias, en Bebel se nota que ha aprehendido algo de esas lecciones que João impartía cada vez que penetraba en una canción en busca de sus tesoros más ocultos. Nacida en Nueva York también por causa del padre artista, y residente allá durante la mayor parte de su vida, reconoció que su territorio natural sería el de la música de sus raíces, aunque sin desatender los gustos, el oído y la lengua de sus compatriotas. Hace rato que ha decidido andar a caballo entre esas dos realidades, cantando en los dos idiomas y alternando repertorios. Y ahora, ya impuesta como la voz brasileña más popular fuera de su país, ha optado por pasar más tiempo cerca de los suyos, en Brasil, y hacer este homenaje a Río que considera como una postal de la cidade maravilhosa en la que resume todo lo que en plan musical ha venido haciendo en los últimos años. El show se llama In Rio, lo integran un CD y un DVD y fue grabado en plena Zona Sur, en un escenario blanco montado en Arpoador, la frontera entre Copacabana e Ipanema, en pleno atardecer de verano sobre el mar, la ciudad y los morros y con un repertorio que la representa, que lleva su marca y que por eso no podría ser otra cosa que ecléctico. Véase: en él caben Vinicius y Simon Le Bon, Carlinhos Brown y Bob Marley, João Donato y Gilberto Gil, Chico Buarque y la propia Bebel, que sola o en parcería con Cazuza y Dé ha firmado canciones tan bellas como “Mais feliz”, “Eu preciso dizer que te amo” o “Tanto tempo”, todas incluidas en el programa. El punto justo está no sólo en la manera que encara cada canción, entre el refinamiento de la sofisticación y la apertura hacia la vanguardia, materia en la que cuenta con la rica imaginación sonora de Kassim y Liminha, sus productores, y con el toque de hip hop que le provee Flá-

vio Renegado (“Na palma da mão”, un acierto). Está también en su voluntad de envolver todo el show en un clima soft (como buena heredera de la bossa nova, Bebel privilegia los matices), sin que tal elección la precipite en la monotonía. Ahí están, por ejemplo, sus interesantes relecturas del inagotable “Samba da benção, de Vinicius y Baden; o la de “Tranquilo”, de Kassim, sin olvidar un clásico de la bossa en inglés como “So Nice”, (o “Samba de verão”, según el original de Marcos y Paulo Sergio Valle). Y la estupenda “Aganjú”, de Carlinhos Brown, uno de los momentos más altos del show. Quizá también en busca del equilibrio, Bebel, cuyas grabaciones siempre se presentaban primero en los Estados Unidos, quiso que de este In Rio tuvieran la primicia los cariocas, pero al mismo tiempo decidió abrir el programa del CD con un cover –“Rio”, de Duran Duran– al que más tarde, entre muchas canciones que hablan de la ciudad, del sol y del mar, sumará otro (en este caso de Bob Marley): “Sun is Shining”, puesto estratégicamente en la parte final del programa tanto del CD como del show grabado en DVD y que culmina con un invitado familiar e inevitable: el tío Chico Buarque, con quien comparte su “Samba e amor”. En términos visuales el espectáculo es especialmente seductor: por el escenario: único, claro. Por la luz natural, siempre cambiante a medida que la tarde cae. Por la estampa y los movimientos seguros de Bebel, cubierta por una suerte de liviana túnica roja, sobre la que se destaca la melena suelta y oscura. Y por el impecable manejo de las cámaras de Gringo Cardia. Música, imagen, show: todo dominado por un rasgo común: la refinada elegancia.ß

final tan pulidamente diseñado. Fue evidente la coherencia artística establecida entre la directora de escena Ana D’Anna y el director de orquesta, porque cada movimiento y cada gesto tuvo su justificación musical, algo no demasiado habitual en las realizaciones operísticas. El segundo acto callejero, tan difícil de resolver escénicamente, con el concertante y su diversidad, fue brillante, porque se vio y se escuchó todo de manera inmejorable. Al margen de la inclusión

tierna, inteligente y seductora de una multitud de niños moviéndose con asombrosa pericia actoral. Esta Bohème mostró, sobre todo, la flexibilidad de las voces jóvenes para sostener el carácter de una línea de canto, sin divismos individuales. Siempre hay actuaciones sobresalientes como la del Marcelo de Fernando Grassi o la tan encantadora Musetta de Laura Polverini con su tan cabal “Quando ‘en vo”. Pero todos fueron impecables, como la Mimì

de Sabrina Cirera con generosos medios vocales y refinada presencia, indeclinable en su nivel dramático a lo largo de toda la obra. El Rodolfo de Mariano Spagnolo impresionó de entrada un tanto vacilante, pero fue afirmándose de manera bien convincente con sus recursos vocales incontaminados y su imponente metal en los fortes. Mario de Salvo y Juan Font, lograron un Colline y un Schaunard, respectivamente, plenos de vitalidad e irreprochablemente cantados. Y hasta las actuaciones de Gabriel Carasso, como el caduco Alcindoro, o el casero no pasaron inadvertidas a pesar de su brevedad. Fue un verdarero homenaje joven al canto pleno, sensual, intenso y tan entrañable de Giacomo Puccini, sin una sola gota de rutina.ß Jorge Aráoz Badí

Podría asegurarse que hay tantas régies como versiones de cada ópera que se presentan y probablemente unas tan atractivas y efectivas como las otras. Las hay aquellas suntuosas, detallistas al máximo, para traducir el estilo verista de la ópera. Hay otras, más simples, que se ajustan a la síntesis teatral, donde prevalecen la música y el canto y la puesta sólo está orientada a enmarcar el desarrollo de la acción. Esto es lo que propone Ana D’Anna con la escenografía de Gonzalo Córdova y la utilería que sugieren más que reproducen el entorno físico de ese clima bohemio del París de fines del siglo XIX, sobre todo en el primer acto. Esta elección no es desmerecedora de elogio porque permite que la atención se concentre en los protagonistas del drama. Sobre una base arquitectónica fija se van transformando los diferentes ambientes que requiere la obra. En el segundo y en el tercero se acercan más al naturalismo. La hechura visual de la escena del Barrio Latino tiene matices de la pintura de la época, puntualmente de la de Toulouse Lautrec. No logra Córdova el mismo efecto en la iluminación de la que se podría haber obtenido mayores contrastes dramáticos, puntualmente en el primer acto. El vestuario de María Jaunarena, por su parte, se ajusta a las necesidades del texto, y consigue en el segundo registrar la variedad cromática de los personajes de aquella bohemia. Ana D’Anna, más sólida en la marcación de actores, logra de los cantantes una composición física verosímil, donde se permite el humor, y se destaca en el segundo acto en el diseño del desplazamiento de los coros para darle una dinámica precisa en el reducido espacio que le ofrece el escenario.ß Susana Freire