Prólogo - Cantook

Finalmente, lo dedico a las almas que ya no están en este mundo y han confiado en mí para comunicarse con sus seres amados. Lily de Valdez. Guatemala de ...
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Prólogo

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oy, después de muchos meses de trabajo, me he dado cuenta de que las notas que tomé para la elaboración de este libro, se han borrado de mi ordenador sin causa aparente. Aunque mi frustración es grande, sé que no puedo claudicar. Estoy convencida de que todo tiene un motivo. Así que, sin importar cuánto me lleve, estoy dispuesta a comenzar de nuevo. Si este libro sirve para que otros puedan beneficiarse de lo que yo he aprendido durante cincuenta y dos años, no puedo darme por vencida. He de volver a escribirlo, incluso con mayor empeño. Sé que es necesario aprender y ver en toda crisis una oportunidad. Todos los libros llevan una dedicatoria o un agradecimiento. Y éste debe llevarla con mayor razón, pues se trata de algo poco convencional. He decidido dedicarlo a aquellas almas que, como yo, vienen a este mundo a cum plir misiones de aprendizaje. A ellas, que están cumpliendo parte de su misión al leer las experiencias que hicieron 11

de mí una persona distinta, va dedicado este libro. También lo dedico a todos aquellos que en algún momento han confiado en mí y me han permitido apoyarlos en momentos difíciles. Espero haber sido de alguna ayuda. Finalmente, lo dedico a las almas que ya no están en este mundo y han confiado en mí para comunicarse con sus seres amados. Lily de Valdez Guatemala de la Asunción, junio de 2012.

Mi historia

S

oy la hija número seis. Sin embargo, “almáticamente” soy la número siete. Mi madre sufrió una pérdida. Soy la más pequeña de una familia de cuatro hombres y dos mujeres. Mi niñez transcurrió en una casa con mucho movimiento. Siempre había invitados a comer o a los paseos. Mi hermano mayor y yo nos llevamos diez años y entre los demás hay diferencias de apenas un par de años. Por eso mi casa estaba siempre llena de personas de todas las edades Yo fui siempre una niña miedosa y enfermiza. Mis hermanos gozaban asustándome, cosa que no era difícil. Ciertas personas que veía me causaban temor. Luego supe que sólo yo podía verlas. No era su apariencia física lo que me daba miedo, si no el poder sentir su angustia, su felicidad o cualquier otro sentimiento que estuvieran tratando de comunicar a sus 13

Lily de Valdez

seres queridos. Y aunque poco a poco fui acostumbrándome a la idea, muchas veces me pregunté por qué me ocurría esto a mí. Nunca lo conversé con nadie. Pensé que no me creerían y que mis hermanos lo usarían para divertirse a mi costa. Yo, sin embargo, no era consciente de estar viviendo algo que iba más allá del mero invento de una niña asustadiza. Desde entonces me acostumbré a cerrar las puertas de los clósets, en un intento por evitar que estas personas pudieran aparecerse durante la noche en mi habitación. Muchas veces hice la vida difícil a mis padres. Se veían obligados a organizar los viajes en secreto. Y, en más de alguna ocasión, una fiebre repentina mía, les hizo cambiar de planes. Todos creían que yo era simplemente una niña consentida. Sin embargo, con los años comprendí que en una casa con seis hijos, era imposible consentir a nadie. Mi reacción derivaba del miedo al abandono. Si mis padres se marchaban, pensaba, no volverían jamás. Por eso mi mente enfermaba a mi cuerpo. Fue hasta mucho tiempo después, cuando supe que había sido favorecida con un don poco común.

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