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POR CATALINA LA NUS

La chica llega a la camilla del cirujano plástico. El médico le pide que cierre los ojos y que con su mano le muestre el cuerpo. Y ella pasa la mano delimitando su cuerpo medio metro por arriba de su abdomen y caderas... Esa es la imagen que tiene de sí misma. Se llama dismorfofobia o fobia a las formas. “La padecen las personas que tienen una alteración en la percepción de su cuerpo. Viven perseguidas por su imagen. Es común, me ha pasado varias veces, que lleguen al consultorio chicas flacas que me piden que las lipoaspire... Y uno, que tiene varios años en esto, sospecha que hay algo más”, resume el doctor Luis Ignacio Odriozola, cirujano plástico, miembro titular de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica y miembro titular de la International Society Aesthetic Plastic Surgery. La percepción errónea puede estar sobre la nariz, las arrugas, la boca o sobre la imagen en general... “Pero hoy la mayoría de los casos tiene que ver con el contorno corporal, con la gordura, con las mamas”, asegura Odriozola. Esta percepción distorsionada deriva, muchas veces, en bulimia y anorexia, patologías que también tienen que ver con la imagen. Por su parte, el doctor Manuel Sarrabayrouse, jefe de Cirugía Plástica del Hospital Italiano, asegura: “Se ve claramente en todas estas chicas flaquísimas, que tienen fobia a su cuerpo, luchan contra su propia biología. Se ven gordas y están hechas un palo”. Las modelos son la cara visible, pero muchísimas mujeres van tras ese cuerpo hiperflaco, sinónimo de éxito social. El tema está en los colegios, donde se reúne a los padres para advertirles sobre esta problemática, porque muchas adolescentes, en pleno desarrollo, hacen dietas rigurosas y buscan un ideal que no existe. “Buscan designios inalcanzables. Y nadie puede luchar contra su propia anatomía. Van detrás de una imagen irreal”, enfatiza Sarrabayrouse. Para Ricardo Pérez Rivera, médico psiquiatra, especialista en trastorno obsesivo-compulsivo y desórdenes relacionados, coautor del libro Obsesiones corporales: “Los padres pueden sospechar cuando su hija empieza a evitar el contacto social, sale menos, tiende a quedarse con la familia. Está más introvertida, callada. Busca en exceso el reaseguro para poder salir. ¿Estoy bien? ¿Es muy grande mi nariz?”, pregunta. “Los cirujanos somos quienes, algunas veces, pesquisamos los casos en el consultorio. Y no las operamos. Esto se trata con psicólogos, psiquiatras, nutricionistas, con la familia”, aseguran Odriozola y Sarrabayrouse. Según Pérez Rivera, “el trastorno dismórfico corporal (TDC) es un trastorno psiquiátrico y, como tal, multicausal. Las personas más propensas son aquellas que cuentan con antecedentes familiares de TDC, anorexia, por ejemplo. O que hayan sido abusadas psicológica, sexual, físicamente. Personas con baja autoestima, con padres exigentes o que tengan falta de contención familiar”.

Por la imagen Las argentinas son lindas, coquetas..., obsesivas. Hasta tal punto que desde los últimos siete u ocho años la demanda de cirugías ha aumentado muchísimo. El límite está puesto en el profesionalismo, el buen gusto,

saber decir que no, elegir al paciente. “Quienes tienen dismorfofobia siempre quedan frustradas después de la operación. Es que el tema no está en el cuerpo, sino en la mente. Van atrás de una falsa imagen”, puntualiza Odriozola. Y no es una enfermedad nueva, “la primera descripción la realizó el doctor Enrico Morselli a fines del siglo XIX. Lo más llamativo es que la forma de presentarse es exactamente igual, a pesar del impresionante cambio en el nivel sociocultural dado en el último siglo. Lo que cambió es la frecuencia. Vivimos en una sociedad donde lo estético tiene un lugar preponderante, factor que actúa como gatillo para que se exprese este tipo de desórdenes”, enfatiza Pérez Rivera. Dicho de otra manera, las personas que padecen algún tipo de desorden de su imagen corporal (dismorfia corporal, anorexia, bulimia, etcétera) “al convivir en un medio donde se destaca como valor el cuerpo, los rasgos y las características estéticas de las personas están propensas a desarrollar el desorden y padecer sus consecuencias”.

Límite Naturalidad. Otro tema que surge al hablar de cirugía. Bocas que pasan a ser trompas, mamas desmedidas, estiramientos bruscos. Y se nota. Se nota que no es natural. “Pero ésas son las que están mal operadas. ¡Cuántas personas hay que pasan al lado de uno y uno no se da cuenta de que tienen algo hecho! Lindos labios o pechos que están tocados, pechos naturales...”, defiende Odriozola. ¿El punto justo? Se trata “de no sobreactuar en una cirugía, sino hacerla con naturalidad. Eso el lo más difícil, hacer lo justo, lo que queda bien. Esto es esculpir un cuerpo”. Dedicarse, entonces, a hacer lipoaspiraciones que tienen razón de ser. Narices que pueden mejorar. Arrugas que se pueden atenuar. Orejas que se pueden achicar. Cuando la operación tiene un motivo real, bienvenida. “El problema surge cuando hay una paranoia de querer más, seguir y seguir... y pedir lo inexistente”, asegura Odriozola. “De diez consultas, seis son para prótesis de mamas. Las otras cuatro para lipoaspiraciones”, coinciden los especialistas. ¿A qué edad empiezan las cirugías? “Las consultas son cada vez más a edades más tempranas. Hay que permitir que el cuerpo crezca y se desarrolle. Hoy es típico regalo de 15 años que te operen la nariz. Yo no intervengo a chicas menores de 17/16 años”, asegura Odriozola. Hay chicas-niñas que llegan acompañadas de sus madres en busca de una solución, o con amigas. “Muchas madres vienen esperando que uno le diga a su hija de 13/14 años que no se puede hacer nada todavía. O las acompañan creyendo que sí se puede hacer algo.” Lo aconsejable es esperar, como mínimo, hasta los 17 años. No obstante, hay casos en los que por el desarrollo se puede hacer antes. Lo mismo pasa con la nariz. Una chica de 15 años que cree que tiene una nariz muy grande para su cara va a seguir desarrollándose... Hay que poner límites. “Lo peor en una sociedad es mirar para otro lado. El problema está. Esta exaltación del cuerpo perfecto que se hace... El cuerpo perfecto es el de una mujer bien puesta. No el de una flaca con anorexia”, concluye Odriozola.

FOTO, GUSELA FILC. PRODUCCION: FLORENCE ARGÜELLO

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Jueves 12 de julio de 2007

Ricardo Jabibi y una apuesta bien british

LA CAMPERA Barbour, la centenaria etiqueta inglesa, ya está en Buenos Aires / POR GABRIELA CICERO

“Quienes tienen esta alteración siempre quedan frustados después de la operación. Es que el tema no está en el cuerpo, sino en la mente. Van detrás de una falsa imagen”.

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La firma de las camperas inglesas más famosas del mundo, que hace más de un siglo ponen confort y estilo al tiempo libre, por primera vez abre local exclusivo en la Argentina. Barbour tiene casa en la esquina de Santa Fe y Uruguay, y llegó de la mano de Argengoza SA, filial de una empresa española que obtuvo la licencia para importar y distribuir el producto en toda América latina. “Barbour es mucho más que una campera”, asegura Ricardo Jabibi, gerente general de la filial. Habla de las famosas camperas enceradas, adoptadas en todo el mundo por un público fiel, la gente de campo. Favoritas, se sabe, de muchos argentinos, tanto en versiones fieles como... infieles. Hoy, en los estantes y percheros del local recientemente inaugurado –ambientado con madera y paredes verdes, y una poltrona que sugiere relax–, hay cincuenta modelos de camperas, pero además: chaquetas de lana, camisas, remeras con cuello polo, sombreros, guantes y bufandas. Y no sólo para hombre. Hay un segmento para mujer, que incluye sacos bien british; más adelante llegará la ropa para chicos. –¿Cómo surgió la idea de importar la marca? –Dado el nivel de recuperación de la Argentina, nos pareció que era el momento de emprender esta aventura, con una marca de tradición, segura y de fuerte identificación. Entre 1995 y 2000 tuvo representación en el país, pero sólo con la imagen de la campera. Pero ésta es la primera vez que tiene local exclusivo. –¿Adónde apuntan los planes? –Instalamos el flagship aquí y nuestro objetivo es llegar a importantes puntos del país, donde el estilo de vida se asocia con la firma. Lo haremos con partners y negocios multimarca de muy buen nivel. Hay un plan de expansión, pero la idea no es llegar a un público masivo: se trata de un producto muy exclusivo. Donde haya puntos importantes, ahí va a estar. Lo mismo en América latina. Nos vamos a contactar, por medio de partnerships, con cadenas y multimarcas de prestigio. –¿Cómo es Barbour? –Barbour siempre estuvo y está asociada con el aire libre. Nació en 1894 como ropa de trabajo en New Castle y fue adoptada por la gente de campo y pescadores, por su comodidad e impermeabilidad. En manos de la familia Barbour, por varias generaciones, el concepto sigue siendo el mismo: se realizan prendas para el clima húmedo y frío. Y aunque se aggiorne y evolucione en sus fibras, sigue siendo clásica. La base técnica es lo primordial. La moda, no. –Poco de moda... y mucho buen gusto –Sí. Está asociado con la tradición, todo muy clásico. Nunca se van a ver colores estridentes. Apunta a un público conservador. Es una marca emblemática, proveedora de la casa real en Inglaterra. Es muy usada en el campo, la caza y la pesca. Hay camperas específicas para montar, con aberturas en los costados, atrás. Otras con un bolsillo para guardar presas. –Hay muchas camperas tipo Barbour. ¿Qué cualidades tiene la original? –Sí, hay muchas similares, pero no poseen la tecnología de nuestras camperas. Una Barbour dura 30 años. No se lava, no va a la tintorería. Se les realiza un service integral que le prolonga la vida. En breve lo vamos a poner a disposición. –¿En qué consiste? –La fibra original es algodón y la cera es la que la convierte en impermeable e impide el paso del viento. El service, que se hace cada uno o dos años, conlleva una técnica especial. En unas mesas se calienta la prenda, se quita la cera vieja y se pone la nueva. –¿Todas las prendas que venden son impermeables? –El 90%. Pero no todas son camperas enceradas. Tenemos sacos de tweed, de lana impermeabilizada, que además permiten que el cuerpo respire. También hay modelos de microfibra, prendas livianas que conservan el calor y no se mojan. Desde los más chicos hasta el XXXL. Además, hay varios largos, pasando la cadera, a un 3/4, hasta el abrigo integral, que es largo. –¿Precio de la treintañera? –Desde 1200 a 2200 pesos. –Todavía no hubo una inauguración oficial. ¿Tiene planes de hacerla? –Sí. Seguramente. Y es muy probable que asista la señora Barbour.

FOTOS, CAROLINA CAMPS

Moda & Belleza

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