No hago cine de Hollywood

arco que convertido en lira también .... el codiciado Oso de Oro, en tanto que. Drum, de Zola Maseko, logró el ga- lardón Corcel de Oro en la muestra de Burkina ...
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Espectáculos

Página 2/Sección 4/LA NACION

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Lunes 22 de enero de 2007

La antena, el regreso de Esteban Sapir

Entrevista con Kim Ki-duk

“No hago cine de Hollywood” El jueves llegará a las salas El arco, la nueva película del cineasta coreano En la edición 2005 del Festival de Cine de San Sebastián, Kim Ki-duk participó por partida doble: durante la gala inaugural recibió el Gran Premio Fipresci, concedido por la Federación Internacional de Críticos Cinematográficos a la mejor película de 2004 por Hierro 3. Además, el director presentó en la sección Zabaltegi El arco (Hwal), la coproducción entre Corea y Japón que en ese momento era su última obra y que –como explicó a LA NACION, en una breve charla, en una pequeña y silenciosa sala del hotel Reina Cristina– profundiza conceptos presentes en el conjunto de su tan compacta como homogénea filmografía. Sencillo, vestía una camiseta y una gorra en el mismo estilo en el que se lo ve durante el rodaje de sus films. Esquivo a los periodistas una vez liberado de la conferencia de prensa, aceptó hablar unos pocos minutos (los que tardaron en consumirse un par de gaseosas sobre la mesa), para regresar con el grupo que lo acompañaba. Kim Ki-duk, que nació en Bonghwa, Corea del Sur, en 1960, es un hombre serio y lacónico y, por lo que se ve, muy simple. No se anda con vueltas falsamente intelectuales. Es, a primera vista, un artista autodidacta, amante de la pintura, que rechaza las tentaciones de Hollywood. El arco, que además participó de la selección oficial del último Festival de Mar del Plata, y tiene como figuras principales a Jeon Seong-hwang, Han Yeo-reum, Seo Si-jeok y Jeon Gookhwan, llega el jueves a los cines locales presentada por Alfa Films. Proveniente de una humilde familia de campesinos, interrumpió sus estudios primarios y nunca los retomó. Frente a la disyuntiva de trabajar en una fábrica o emigrar, al cumplir 30 años viajó a Montpellier, Francia, buscando su destino como pintor, asegura, como “un observador oriental de la sociedad europea”. Allí comenzó a soñar con que su nombre apareciera, alguna vez, en los créditos de una película. Y lo consiguió tras invertir tres años en la escritura de su primer

Abrirá el festival de Rotterdam El director nacido en Bonghwa

Han Yeo-reum interpreta a la joven a punto de cumplir la edad necesaria para casarse ALFA FILMS

guión. Cristiano protestante (no budista como muchos suponen tras ver Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera), Kim Ki-duk es autor de una docena de películas, de las cuales sólo un puñado de ellas se conocieron en nuestro país.

Opuestos que se unen En El arco, Kim Ki-duk toma una historia mínima, la de un anciano pescador y una joven de 16 años –que vive con él desde que tenía ocho– al filo de cumplir la edad legal para consumar finalmente el matrimonio. Casi no se hablan; ocasionalmente llevan turistas y es posible que alguna vez ella conozca a algún otro hombre. El arco es una historia de espera y de celos, con un arco y una flecha que sirven para alejar a los potenciales pretendientes de la mujer. Un arco que convertido en lira también puede ofrecer delicadas melodías, incluso ayudar a ver el futuro. –¿Es muy preciso en sus guiones? –Poco y nada. En algunos casos son

Cable: Men in Trees, por Warner

apenas una serie de borradores, de sinopsis con unos pocos diálogos. –¿Qué imágenes le preocupan? –En particular me interesan los escenarios naturales. En el mundo moderno, en el urbano, hay mucho confort, pero también dudas. Los dos están llenos de contradicciones, como la vida misma, como las dos caras de una moneda. Intento mostrar esas dos caras, que, me parece, están tan fuertemente unidas como las de las monedas. En mis obras trato de hablar de opuestos que se unen. Aprendí, por ejemplo, que los colores blanco y negro son uno solo, que lo opuesto no tiene, en realidad, naturaleza contraria. –Por lo visto, no confía demasiado en las palabras... –Los gestos, sean buenos o malos, son más sinceros que las palabras. Escribo mis guiones con algunos diálogos, pero una vez que comienzo a filmarlos los voy eliminando. Eso permite que el público construya otros, propios, con su imaginación. No ha-

go cine de Hollywood, en el que todo está digerido. Me parece que una sonrisa o una mirada valen más que decir un montón de veces una frase de amor. Es algo parecido a lo que ocurre con los objetos, sea un palo de golf o un arco. –¿Qué función cumplen? –Son para que los espectadores vayan más allá de lo evidente. Las películas de Hollywood no dejan pensar al espectador: es lo que se ve, y nada más. En las mías, en principio, no está todo claro: hay que verlas varias veces, porque siempre se descubre algo nuevo. Para no caer en ese juego de obviedades me hago cargo de diferentes roles detrás de las cámaras, además del de director. Eso me permite conformarme con presupuestos menores y controlar mejor todo el proceso de producción. –¿A qué se debe su insistencia con dar a los ancianos papeles tan trascendentes? –Seguramente es algo que tiene que ver con nuestras raíces filosóficas, con

el budismo. Suelen ser maestros que dan cuenta de que han vivido y superado muchas cosas. Acumulan experiencia de vida, casi como dioses menores que enseñan a partir de sus propios aciertos y errores. Es una forma de recrear el ciclo de la vida. Después de aprender, llega el momento de enseñar. Sin embargo, el de El arco es un ser humano con un conflicto interior, que no ha llegado, todavía, a la sabiduría del monje de Primavera… –¿Y la violencia, muchas veces contenida? –En nuestro mundo hay muchas formas de violencia que vemos todos los días, en directo, por TV. Pero en la vida cotidiana también hay violencia, la de las palabras, quizá menos espectacular, pero violencia al fin, la que a mí me interesa. Tengo en mi cabeza algunas películas violentas, incluso de guerra, pero también una acerca de una pistola que habla... –¿Está particularmente preocupado por lo que ocurre con sus películas fuera de Corea, especialmente en Europa? –Sí, y por eso me interesa que se pasen principalmente en festivales europeos y sean distribuidas en esos países. Es una manera de difundir mi cine de una forma más económica que respaldando fuertes campañas publicitarias dentro de mi país, y de paso de llamar la atención de productores europeos. Habitualmente recibo fondos europeos para hacer mis películas. Para muchos coreanos mi cine es más europeo que oriental, aunque no esté particularmente preocupado por esos juicios. Sé lo que quiero hacer y es lo que hago desde el primer momento.

Claudio D. Minghetti

basa casi enteramente en el éxito de su relación con un empresario con el que está a punto de casarse, prestigio que cae a cero cuando descubre –en el medio de una gira promocional por los Estados Unidos– que él no tiene la menor intención de serle fiel, ni antes ni después de la boda. En un brote de locura –que permite a Heche dar rienda suelta a su impecable timing cómico–, Marin decide cambiar de aire y esconderse de sus lectores, conocidos, amigos y prometidos adúlteros estableciéndose en la última parada de su recorrido, el remoto pueblo de Elmo, en Alaska (el programa se filma en espectaculares escenarios naturales de Vancouver, en la Columbia Británica canadiense). Allí hay diez hombres por cada mujer y muchos de ellos pueden encontrarse en los árboles, atándose a ellos para talarlos con una sierra. De allí la particular señal de advertencia que da título a la serie, que ya ha conseguido convertirse en una silenciosa favorita en su país.

Cuéntame tu vida En ese marco imponente, el apego al café y al celular de Marin, su obsesión con las últimas marcas y el qué dirán y, principalmente, su oficio la convierten en una bienvenida adición a una comunidad repleta de personajes pintorescos y excéntricos, encarnados por un excelente elenco que incluye a Derek Richardson como Patrick Bachelor, el empleado de la posada que se convierte en el nuevo hogar de Marin; Cynthia Stevenson como Celia, la jefa de policía que guarda un gran secreto; Emily Bergl co-

mo Annie, la fanática número uno de la escritora que decide seguirla ciegamente a su nuevo hogar; Abraham Benrubi como el millonario dueño de la taberna local, y James Tupper como Jack, el silencioso guardafauna despechado que se convierte en el enigma que la neoyorquina más desea desentrañar. Men in Trees comparte con Sex and the City no sólo la profesión de su protagonista (Carrie Bradshaw era columnista en un diario; Marin Frist es o era, escritora, con ambiciones de crear una gran obra literario-terapéutica), sino también su estructura narrativa, en la que un interrogante sirve como disparador de la trama, que escenifica las distintas respuestas posibles a las infinitas variaciones de la pregunta del millón: ¿qué pasa cuando el amor se acaba? “Por supuesto que nuestro programa toma algo del enfoque de Sex and the City en términos de la trama de comedia romántica, pero es bastante más amplio en su perspectiva –clarifica Heche–. Ella escapa a Alaska para alejarse de los hombres y no hace más que caer en un lugar donde son mayoría. Allí descubre qué piensan ellos del amor, de los engaños y cómo encontrar su propio camino en la vida. Marin empieza a trabajar en un programa de radio local para poder hablar con hombres de los hombres y termina conociéndose a sí misma. Eso es lo que pone en evidencia que no es sólo un programa para mujeres.” PARA AGENDAR

■ Men in Trees, comedia protagonizada por Anne Heche. Warner, desde pasado mañana, todos los miércoles, a las 22 (repite el sábado, a las 20).

Filosofía y enredos amorosos al mejor estilo Sex and the City

Una ambiciosa fábula retro Cardinali, Valeria Bertuccelli (en el papel de un muchacho), Ricardo Merkin y Raúl Hochman.

Estreno del jueves

Cómo perder a un hombre en 10 días Continuación de la Pág. 1, Col. 4

Con la proyección de La antena, esperado segundo largometraje del director argentino Esteban Sapir, comenzará pasado mañana la 36ª edición del Festival de Rotterdam, el más importante dentro de la vertiente más vanguardista y experimental del cine internacional. Una década transcurrió desde que Sapir presentó su ópera prima, Picado fino, considerada una película precursora del movimiento conocido como Nuevo Cine Argentino, hasta que terminó La antena, primer largometraje realizado por la compañía La Doble A (una de las principales productoras de cine publicitario locales), de la que el director es socio junto con José Arnal y Gonzalo Agulla. Rodada íntegramente en blanco y negro durante varios meses de 2004, La antena es una ambiciosa y subyugante fábula retro que demandó dos años de compleja posproducción y una inversión que superó el millón de dólares. Con una estética que remite a los pioneros del cine mudo como Georges Méliès, al surrealismo del primer Luis Buñuel, al expresionismo alemán y especialmente al clásico Metrópolis, de Fritz Lang, La antena es una película casi sin diálogos, con un puñado de canciones y actuaciones a cargo de Alejandro Urdapilleta, Rafael Ferro, Florencia Raggi (cuyo rostro nunca se ve), Julieta

Una carta de presentación

El film ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 2006

CREDITO

Delincuencia y redención Mi nombre es Tsotsi refleja la vida en la Sudáfrica de hoy La cinematografía sudafricana, muy poco conocida en la Argentina, tuvo su florecimiento a partir de la democratización de aquel país y de la abolición del sistema criminal del apartheid. El 27 de abril de 2004, Sudáfrica festejó el décimo aniversario de sus primeras elecciones democráticas, y para celebrarlo puso en marcha el denominado Project 13, una serie de trece películas en las cuales realizadores de las nuevas generaciones, con predominio de mujeres, reflexionaron acerca del significado de estos diez años de libertad. Este episodio se transformó en una bisagra entre un cine que pasaba casi inadvertido en las pantallas del mundo y una nueva visión de una temática cruda y realista que congregó a su alrededor no sólo el fervor de los espectadores sudafricanos, sino que logró también insertarse en los más importantes festivales internacionales. En 2004, el film Yesterday, de Darrell James Roodt, quedó nominado para un Oscar a la mejor película extranjera, pero el premio le fue arrebatado por la producción española Mar adentro, de Alejandro Amenábar. Un año después, en el Festival de Berlín, el film Carmen en Khayelitsha obtuvo el codiciado Oso de Oro, en tanto que Drum, de Zola Maseko, logró el galardón Corcel de Oro en la muestra

de Burkina Faso. Pero el cine sudafricano alcanzó su máximo brillo cuando, el año pasado, la película Mi nombre es Tsotsi, de Gavin Hood, se alzó con el Oscar a la mejor producción extranjera y logró importantes distinciones en los festivales de Los Angeles, Toronto, Denver, Edimburgo y Saint Louis. Mi nombre es Tsotsi, que Alfa Films estrenará el jueves en nuestro país, se centra en un mundo de delincuencia y en los sentimientos de sus protagonistas, que luchan por sobrevivir día a día. El hilo conductor de la historia está dado por Tsotsi, un joven de 19 años que integra una pandilla de jóvenes ladrones marginales dispuestos a los más sádicos episodios para sobrevivir en un barrio tan pobre como derruido. Cuando Tsotsi se dispone a robar un automóvil, la dueña del vehículo se resiste al asalto y el joven la hiere gravemente de un balazo. En su huida, el ladrón comprueba que en el asiento trasero del vehículo se halla un bebe, y las contradicciones se apoderan de este muchacho que en su niñez recibió los castigos de un padre borracho y la indiferencia de su madre aterrada por la conducta de su marido. La tercera película del realizador Gavin Hood fue aclamada por la crítica de todo el mundo por la singular intensidad y profundidad de su mirada sobre un traumático universo

social, apuntalada por la actuación del debutante Presley Chweneyagae. Basada en la novela Tsotsy, de Athol Fugard, la trama ya había tentado a varios productores para su traslado al cine, pero fue Peter Fudakowski quien, fascinado por el relato, logró los derechos para llevarla a la pantalla grande. “El desafío al cual nos enfrentábamos –dijo el realizador Gavin Hood en un reciente reportaje– era atraer al público a un mundo de personajes muy marginales y antisociales de manera que terminaran por simpatizar con ellos. Por eso utilizamos mucho los primeros planos y en ellos hicimos que en varias oportunidades los ojos del personaje estuvieran muy cerca de la cámara, para crear un verdadero sentimiento de intimidad entre el espectador y el actor.” Con Mi nombre es Tsotsi, la cinematografía sudafricana ya logró un importante lugar en el mundo, “un lugar –resumió su realizador– que nos permite mostrar nuestras vivencias, nuestros dolores y nuestras esperanzas de un pueblo castigado durante años por conflictivos odios raciales y amargas experiencias, elementos que, en definitiva, nos abrieron las puertas para recorrer ese muestrario de desdichas desde la pantalla grande”.

Adolfo C. Martínez

Con un despliegue de sofisticados y creativos efectos visuales que recuerdan, por ejemplo, a Delicatessen, y con un ingenioso trabajo sobre los subtítulos que los hace interactuar con las imágenes, el nuevo film de Sapir transporta a la audiencia a una ciudad nevada y de tono melancólico, cuyos habitantes se han quedado sin voz y viven bajo el dominio de una poderosa corporación (Alimentos TV) que lidera el tiránico señor TV (Urdapilleta). Entre alegorías sobre el nazismo, el control de los medios y el tema de la mirada, surge un antihéroe (Ferro), típico perdedor que intenta salvar al mundo con la ayuda de su ex esposa (Cardinali) y de su hija. La omnipresente música de Leo Sujatovich juega también un papel preponderante en esta producción que, según confiaron a LA NACION los productores Agulla y Arnal, tendrá su debut local en el próximo Festival de Buenos Aires (Bafici). “Es una película muy audaz, que nos demandó una gran inversión de tiempo y dinero, pero creemos que el resultado final justifica ese esfuerzo. Además, no la pensamos como un negocio en sí mismo, sino como una carta de presentación que nos abra puertas para futuros proyectos de cine en los que ya estamos trabajando”, explicó Agulla. Por eso, para una productora sin antecedentes en el terreno estrictamente cinematográfico, haber conseguido con La antena un escaparate de lujo como la función de gala de apertura de un festival del prestigio de Rotterdam –en el que además participará dentro de la competencia oficial– resulta todo un logro. A partir de esa noche tan fuerte y emotiva, se verá si el esperado regreso de Sapir consigue seducir a la prensa y a los mercados internacionales.

Diego Batlle

Otros argentinos ■ La antena no será la única película argentina en la competencia oficial del festival de Rotterdam. Entre las 15 aspirantes a los Tiger Awards aparece también La marea, segundo trabajo como director del argentino –radicado en Bélgica– Diego Martínez Vignatti. Cotizado director de fotografía en films del mexicano Carlos Reygadas (Japón, Batalla en el cielo), este realizador de 35 años rodó la película en Claromecó con mayoría de técnicos y actores locales. Fuera de la sección oficial figuran otros títulos nacionales como Fantasma, de Lisandro Alonso; Copacabana, de Martín Rejtman; Soledad al fin del mundo, de Carlos Casas y Fernando Zuber; Hamaca paraguaya, de Paz Encina, y Nacido y criado, de Pablo Trapero.