mujer

Cady Stanton, dos de las delegadas norteamericanas, volvieron de. Londres indignadas ..... teoría política al analizar las relaciones de poder que estructuran la. (5) Cristina ...... compositor Roberto Schumann truncó su fama y su carrera y ya no. (1) A bbess H ...... Robín M organ: Mujeres del mundo, coordinadora. Madrid ...
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D0CUM E NTACION SO CIAL

REVISTA DE ESTUDIOS SOCIALES Y DE SOCIOLOGIA APLICADA

DOCUMENTACION SOCIAL REVISTA DE ESTUDIOS SOCIALES Y DE SOCIOLOGIA APLICADA

N.° 105

Octubre-Diciembre 1996

Consejero Delegado: Fernando Carrasco del Río

Director: Francisco Salinas Ramos

Consejo de Redacción: Javier Alonso Enrique del Río Carlos Giner Miguel Roiz José Sánchez Jiménez Colectivo lOE Teresa Zamanillo

EDITA

CARITAS ESPAÑOLA San Bernardo, 99 bis, 7 ° 28015 MADRID CONDICIONES DE SUSCRIPCION Y VENTA 1996 España: Suscripción a cuatro números: 3.550 ptas. Precio de este número: 1.400 ptas. Extranjero: Suscripción Europa: 5.750 ptas. Número suelto a Europa: 1.600 ptas. Suscripción América: 56 dólares. Número suelto a América: 18 dólares. (IVA incluido) DOCUMENTACION SOCIAL no se identifica necesa­ riamente con los juicios expresados en los trabajos fir­ mados.

MUJER

DOCUMENTACION SOCIAL REVISTA DE ESTUDIOS SOCIALES Y DE SOCIOLOGIA APLICADA

Diseño de portada: M aría Jesús Sanguino Gutiérrez.

ISSN: 0417-8106 Depósito legal: M. 4.389-1971 Gráficas Arias M ontano, S. A. - M óstoles (M adrid)

SUMARIO 5



Presentación.

13



1

Una m irada sobre los sucesivos fem inism os. M aría Salas

33



2

Mujeres en el um bral del siglo X X I. Mairena Fernández Escalante

49



3

M ujer y dem ocracia en España: Evolución jurídica y realidad social. Esperanza Bautista Parejo

73



4

Las mujeres, del género a la diferencia. Consuelo Flecha García

93



5

Las razones sociales de la acción positiva. Capitolina Díaz Martínez

113



6

M ujeres en la Historia. M aría José Arana

131



7

Una nueva form a de ver el Poder. El empoderamiento. Cristina Alberdi

137



8

El trabajo invisible en España: Aspectos eco­ nóm icos y normativos. M aría Angeles Duran

í7.- 105

O ctubre-D iciem bre 1996

159



9

Mujeres y Universidad: Un nuevo reto. Amparo Almarcha Barbado

171



10

Feminización de la pobreza. Carmen de Elejabeitia

183



11

El rol de las chicas jóvenes en los grupos in­ formales. Maribel López Mascaraque

195



12

La violencia contra las mujeres y los niños. M aría Jesús M iranda López

205

*

13

La mujer y los Medios de Comunicación de Masas. Edith del Pozo

217



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Bibliografía.

Presentación

Durante siglos la mujery a fuerza de ser considerada como «mujer»y llegó a ser olvidada como personay habiendo habido intereses de todo tipo para que ella misma introyectara ese posicionamiento. A principios de siglo el autor (posiblemente un seudónimo) de un li­ brillo para adoctrinamiento de jovencitas se expresaba en estos términos: «... la igualdad de derechos y de sexos no sólo presume in­ justicia de arbitrariedad y de indisciplina, sino un descalabro absoluto de todo el orden establecido, que conduciría a la Hu­ manidad a una promiscuidad anterior a las primeras luces de la civilización...» Pero la ideología no surge sólo en el campo del adoctrinamiento «social»y como es lógico más interesado por convencery por conducir que por demostrary asoma igualmente en las obras de doctos académicos. Considére­ se este párrafo de uno de los más renombrados antropólogos de los años 20. «... La mujer, igualada en derechos y, por tanto, en deberes y responsabilidades al hombre, deja de ser mujer para conver­ tirse en un ente patológico. Empezaría porque la misma mujer se aborrecería a sí misma y al hombre, trastornando el orden natural; el hombre se vería inevitablemente conducido al vicio de la homosexualidad...» Estas ideas que hoy parecen peregrinas y quCy sin embargOy expresan una mentalidad solapadamente vigente en muchas capas socialesy han influido en los ordenamientos jurídicosy en determinadas enseñanzas mo­ rales yy en definitivay han determinado la curiosa «ausencia» de la mitad de la poblacióny en el conjunto de la vida social y política. Sin embargOy en los últimos 50 años la evolución de las ideas y de las costumbresy la transformación de las estructuras de viday el cambio de la

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economíUy la evolución social y política j/, sobre todoy el propio hacer de las mujeres ha abierto un campo nuevo respecto al ser y al estar de la mu­ jer en el mundo. El acceso cada vez más generalizado de las mujeres a la producción dentro de la vida económica y su penetración en la mayor parte de los sectores de trabajo forma un rasgo que caracteriza nuestra época. La importancia de la participación de las mujeres en la actividad so­ cial y económica y más tímidamente en la actividad políticay aumenta en los países donde se ha logrado unas determinadas cotas de desarrollo j/, asimismOy los países en vías de desarrollo donde éste no ha alcanzado di­ chas cotasy también han visto llegar hasta ellos una corriente producida por diversos factores económico-político-sociales que van transformando la vida tradicional de las mujeres por una vida más abiertay más dinámicay que poco a poco va cambiando sus costumbres y sus mentalidades. Sí parece de justicia reconocer quey evidentementey la evolución de la sociedad ha ayudado a la causa de la mujer. Tras la revolución industrial del siglo pasadoy la revolución científica de éstey tras la guerra y la pos­ guerra de 1914 a 1918y la II Guerra Mundial quey de manera causaly forzaron a los diferentes países para que las mujeres reemplazaran a los hombres en los distintos estadios de la vida social lo que condujo a una toma de conciencia por parte de la propia mujer y de la sociedad de lo que podía hacer y tomar a su cargo. PerOy asimismOy es de equidad reconocer que junto con los factores de carácter estructural las mujereSy como grupo social han constituido un importante agente dinamizador del cambioy puesy de lo contrarioy podría parecer que las cotas de igualdad alcanzadas son el resultado de un siste­ ma benevolente impulsado en esta dirección: desde la toma de iniciativas de las primeras mujeres sufragistasy la acción de empuje que en distintas etapas jugaron los movimientos feministasy la presión que las mujeres profesionalesy intelectuales y mujeres pertenecientes al movimiento obrero desarrollaron y desarrollan en sus respectivos campos de trabajoy junto con el esfuerzo combinado con muchos compañeros que asumieron la lu­ cha por la igualdad como un compromiso común en la lucha por los de­ rechos humanos. Hoy el llamado sexo débil está constituyendo la fuerza motriz de las fam ilias en situación de pobreza o marginalidady siendo de hecho la que

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«tira» adelante con el grupo fam iliar ante situaciones de enfermedad, paro, precariedad económica... Por otra parte, están aportando un gran dinamismo de cambio en cuanto a la transformación de roles y pautas culturales, así como al desarrollo de la vida asociativa. Cuando el nivel asociativo en nuestro país es preocupantemente bajo, las mujeres se agru­ pan en actividades de ayuda mutua, en grupos de mejora del entorno, en implicación en la mejora del barrio o del pueblo, en suma, en un dina­ mismo comunitario. No parece, por tanto, casualidad que el Programa de Mujer de Ca­ ritas Española haya triplicado, en los últimos cuatro años, el número de grupos que trabajan en diferentes frentes de acción social, tratándose, por otra parte, de uno de los programas más jóvenes de la institución. Es, sin lugar a dudas, consecuencia del autoimpulso de las mujeres de una gran energía vital y también de una toma de conciencia de su auto­ nomía y protagonismo histórico, aunque, evidentemente, no siempre sea consciente de ello. Pero, aun teniendo en cuenta los logros conseguidos, ¿podemos afir­ mar que esas cotas de igualdad y de participación se han conseguido en los distintos estadios de la vida social y política? El bucear en los diferentes artículos que configuran este núm. 105 de nos permitirá encuadrar los diversos planos que dibujan este grupo social, tanto desde un devenir histórico, como des­ de un análisis de la situación actual y las prospectivas que se pergeñan de cara al futuro. DOCUMENTACION SOCIAL

Sucintamente reseñamos los artículos que constituyen esta publicación: 1.

Una mirada sobre los sucesivos feminismos

Se trata de un magnífico artículo de M a r ía S a l a s , en el que aborda la injusticia histórica y, sobre todo, la ignorancia a la que podría condu­ cir el olvido de las luchas, las dificultades, los planteamientos y los logros que ha constituido elproceso seguido por las mujeresfeministas de todo el mundo, para descender posteriormente al proceso habido en España. Gran conocedora de dicho proceso, sorprende a los que no conocieran su rigor intelectual, su posicionamiento objetivo, ajeno por completo a par­

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tidismos de ningún tipOy lo que ha dotado a este trabajo de una gran cre­ dibilidad y rigor.

2.

Mujeres en el umbral del siglo

XXI

La antropóloga social Mairena F e r n a n d e z hace un recorrido sobre el cambio social que se ha producido en España durante el reciente decenioy para analizar la situación de la mujer en temas como: salud; protec­ ción socialy marginacióny educación; empleo, trabajo y paro; fam ilia; participación política y ciudadana, para aproximarse a una prospección sobre la próxima década, en la que pretende se consoliden aspectos impor­ tantes, aue tengan como horizonte el trascender elementos ideológicos y culturales obsoletos en beneficio de una unidad de género: «luchar contra la idea de mujer como un todo soluble y acercarnos día a día a la perso­ na que ejercita sus derechos y deberes».

3.

Mujer y democracia en España. Evolución jurídica realidad social

y

E sp e ra n z a BAUTISTA hace un exhaustivo recorrido sobre los antece­ dentes existentes en España respecto a la situación jurídica de la mujer en las décadas anteriores a la llegada de la democracia. Con frases suyas, «la memoria histórica es algo que nos puede ayudar a evitar la repetición de errores». Evidentemente, a pesar de los cambios sociales que comenzaron a surgir a finales del siglo pasado y a pesar de las luchas por los derechos de la mujer que protagonizaron juristas como Concepción Arenal, polí­ ticas como Clara Campoamor o escritoras como Emilia Pardo Bazán sor­ prende encontrar en el Derecho leyes que dejan a la mujer, especialmente a la mujer casada, en situaciones no sólo de discriminación e inferiori­ dad, sino de ser considerada intrínsecamente como una menor de edad, o bien como ciudadana de segunda categoría.

E l escrupuloso recorrido que E sp e ra n z a BAUTISTA hace sobre el mar­ cojurídico que se configuraba en la antesala de la llegada de la democra­ cia, nos refleja un ordenamiento jurídico que posterga a la mujer, en si­ tuaciones próximas a la esclavitud en las proximidades de la finalización del milenio. Ello sólo en sí mismo explicaría las situaciones de inferiori-

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dady inseguridad y baja autoestima con que las mujeres se han enfrenta­ do con frecuencia a la tarea de vivir su propia historia. «La democracia ha sido buena para la mujer»y escribe la autora, para desarrollar con minuciosidad cambios que se han producido en el ordenamiento jurídico y que ha sido beneficioso para las mujeres.

4.

Las mujeres, del género a la diferencia

Consuelo FLECH A analiza con hondura los conceptos de sexo y géne­ ro, así como la interacción entre ambos, desbrozando el camino hacia un primer análisis de un tema que mueve muchas voluntades y constituye un eje modular de muchos debates. Por otra parte, incide en las múltiples circunstancias que están contribuyendo en la producción de «un cambio que está modificando no sólo los contenidos — o algunos contenidos— de “lo femenino'' o de “lo masculino", sino de “ambos"».

5.

Las razones sociales de la acción positiva

La autora, partiendo del siguiente extracto del Lnforme del Consejo de Europa sobre «La igualdad entre los hombres y las mujeres»: «La igualdad entre mujeres y hombres, por mucho que sea una exigencia de la razón humana, no es un hecho ni siquiera en las sociedades que proclaman ideales democráticos...» En un elaborado artículo Lina DiAZ expone datos confrontados y reales que reflejan dicha desigualdad a pesar de los intereses que, desde muy diferentes ángulos, se empeñan en ocultar. 6.

Mujeres en la Historia

M .^ José A r a n a , en un concienzudo trabajo, se «empeña» en «recu­ perar la Historia», haciendo emerger la incidencia que numerosas muje­ res ha tenido en la misma, tanto en lo referido al arte, a la ciencia, a la lucha, en resumen, la vida, sacándolas del anonimato en el que han sido sumergidas siempre y en la incomprensión frecuente.

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7.

Una nueva forma de ver el Poder: el empoderamiento

El artículo, muy imbuido por los debates y las conclusiones de la Conferencia de Pekín, donde parece de justicia reconocer el importante papel que jugó en las propuestas para el avance de la mujer la delegación española y, más concretamente, su líder y autora de este artículo, Cristina A l b e r d i , recoge el cambio fundamental que se produjo en esta Conferen­ cia respecto a las anteriores, como cita la señora Alberdi en su artículo: «...las mujeres eran las únicas destinatarias de las líneas de actuación que se marcaban las citadas propuestas...» «... a partir de Pekín se consolida la idea de potenciación de las mujeres en la sociedad, la idea del empoderamiento, de la necesidad de que las mujeres contribuyen en plenitud de condiciones y de capacitación a la construcción de la sociedad...» 8.

El trabajo invisible en España: aspectos económicos y normativos

La economía no dineraria, o la economía no convencional, toma carta de naturaleza de manera mayoritaria en el trabajo no remunerado, realizado básicamente por las mujeres. Hacer aflorar el valor de este tra­ bajo invisible y la necesidad de englobarlo en una economía más integradora y globalista, así como la perentoriedad de promover las condiciones y remover los obstáculos que faciliten el valor básico de la igualdad, es el sustrato del artículo de Angeles DURAN. 9.

Mujeres y Universidad: un nuevo reto

A m p a r o ALMARCHA enriquece su artículo con interesantes datos esta­ dísticos sobre la situación educativa de las mujeres en lo referido a nuestro país y, comparativamente, respecto a otros países de la UE, pero, sobre todo, analiza y correlaciona los datos, planteando cuestiones de una gran lucidez: «las mujeres matriculadas constituyen una proporción muy superior en la mayoría de los países del entorno europeo, pero ¿qué esconden estas cifras^ Las mujeres estudian más que los hombres..., sin embargo, su participación en el mercado de trabajo remunerado es uno de los más escasos en Europa; asimismo, las tasas de paro de mujeres jóvenes se sitúan en torno a la cuar­ ta parte de la población activa en esos niveles de edad...»

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E l artículo es lúcido, interpelador y en muchos aspectos plantea cues­ tiones de largo debate de futuro. 10.

Feminización de la pobreza

A pesar de una realidad tozuda que muestra el creciente aumento de la población femenina entre los pobres, a pesar del sesgo de la mayoría de las investigaciones que se realizan en torno a la pobreza y que «encubren» la pobreza de las mujeres mediante indicadores diluidos en la unidad fa ­ miliar, a pesar de la tradicional pobreza de las mujeres, el concepto «fe­ minización de la pobreza» es todavía cuestionado o, más aún, negado en muchos estadios. Carmen DE A l e j a b e i t i a , en un elaborado artículo, analiza la situación de las mujeres y su presencia progresiva en las bolsas de pobreza y marginación. 11.

El rol de las chicas jóvenes en los grupos informales

La autora de este artículo, Maribel LO PEZ, gran conocedora del mundo de los jóvenes, tanto por su formación académica como por la praxis diaria de trabajo con ellos, analiza de manera documentada la evolución de las relaciones entre chicos y chicas y su tendencia hacia un mayor igualitarismo, siendo éste el grupo social donde con más naturali­ dad y flexibilidad se comparten y conjugan las prácticas y roles sociales, si bien, como apunta la autora, «será difícil encontrar una joven que piense que es inferior a los hombres y que lo acepte, aunque será fácil en­ contrar a muchas mujeres jóvenes que sus prácticas y roles sociales se acer­ quen al concepto tradicional de lo femenino''». «Frente a esta realidad las jóvenes comienzan a ''invadir" espacios, responsabilidades y tareas hasta hace pocos lustros asumidas exclusivamente por los varones.» Sin embargo, parece que todavía queda un camino de ruptura de estereotipos por recorrer. 12.

La violencia contra las mujeres y las niñas

En este artículo M A Jesús M i r a n d a hace un magnífico recorrido sobre las diferentes formas de violencia que en progresión geométrica está

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afectando a las mujeres. La diversificación de las formas de violencia, en­ tre las que incluye aspectos tan novedosos como la violencia económica, la violencia institucional, junto con una bonita incursión sobre la ética de la ayuda, confieren a este artículo una sabia frescura y el deseo de seguir profundizando en el tema. 13.

La mujer y los medios de comunicación de masas

En un amplio artículo sobre los medios de comunicación de masas, Edith DEL Pozo incide especialmente — aunque, como ella hace notar, sin exclusivismos— en el medio televisivo, en el fenómeno multimedia y en la publicidad en relación con la mujer. Análisis, datos y algunas cons­ tataciones dan al artículo elementos de interés para el lector. Finalmente decir que, en conjunto, la lectura de este número de D O ­ nos recrea en la comprensión de una serie de si­ tuaciones que, tras el largo siglo de esfuerzos por parte de la mujer, refleja que su status se ha modificado notablemente, pero el esfuerzo aún no ha terminado. Falta aún mucho por hacer y falta por hacer en dos bandas: enfatizando el poder de nuestros esfuerzos combinados en la conjugación de una respuesta a intereses y necesidades «particulares» como grupo (un grupo que representa más del 50% de la población) e intereses y necesi­ dades de la comunidad toda. CUM ENTACION S o c i a l

Sabiendo: «Abrir los ojos y dejar que la luz penetre todo el cuerpo, porque las mujeres de ojos abiertos, van abandonando el destino de la mujer, entrando en la historia de las mujeres, personas de derechos y deberes socialmente reconocidos, de manera que hombres y mujeres vayamos preñando paciente y tercadamente un mundo sin exclusiones,» Ivone Guebara

M .^ A n t o n i a G a l l e n Coordinadora del Programa de M ujer Cáritas Española

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Una mirada sobre los sucesivos feminismos María Salas

Sería un grave error identificar con el feminismo a toda acción en favor de la mujer, pero sería una injusticia histórica actuar en este campo sin conocer ni reconocer que las posibilidades que tenemos ahora las mujeres se deben, en gran medida, a la lucha de las feminis­ tas, a sus planteamientos y a sus logros. Sin embargo, es frecuente que personas muy comprometidas en proyectos con mujeres desconozcan el movimiento feminista y no analicen reflexivamente qué le deben, en qué están de acuerdo con él y en qué discrepan. Resulta también sorprendente que muchas mujeres ejerciten unos derechos recientemente adquiridos sin preguntarse quién y cómo ha logrado su reconocimiento legal y social. No deja de ser cuando me­ nos curioso que en muchos casos las propias mujeres nieguen al mo­ vimiento feminista el respeto histórico que otorgan a otros movi­ mientos sociales, como el sindical o el obrero. Los responsables de D O C U M E N T A C IO N S o c i a l , por el contrario, han pensado que un número de la revista dedicado a la mujer debe­ ría contar con un marco de referencia que sitúe al feminismo en su contexto histórico, con sus logros y sus fracasos, sus aciertos y sus equivocaciones. Tarea no fácil de realizar, porque aunque existen muchos estudios parciales, se encuentran pocos trabajos de síntesis global. Simplificando mucho, en favor de la visión de conjunto, pode­ mos decir que en el feminismo se observan tres etapas diferentes pre­ cedidas de un período de gestación.

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LAS PRECURSORAS Suele aceptarse que la primera etapa del feminismo, como fenó­ meno social organizado, se inició con la acción de las sufragistas, en un período que abarca desde mediados del siglo XIX hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, pueden encontrarse antecedentes en períodos histó­ ricos anteriores y muy especialmente en el ambiente creado por la Re­ volución Francesa y sus declaraciones en favor de la igualdad de todos los ciudadanos. Ya en aquel momento algunas autoras, y también algu­ nos autores, con toda coherencia trataron de aplicar aquella igualdad también a las mujeres. El propio C O N D O R C E T defendió este principio en su documento sobre La admisión de las mujeres en la ciudadanía, Olimpia DE G o u g e s insiste en su Declaración de los derechos de la mu­ jer y de la ciudadanay replica al texto base de la revolución de título si­ milar. En Inglaterra Mary W O LLSTONECRAFT aborda la cuestión desde otro ángulo en Reivindicaciones de los derechos de la mujer. La cuestión queda planteada pero los frutos no se recogen todavía. Muy al contra­ rio, a Olimpia DE G o u GES, que había afirmado en el artículo X de su Declaración que «si la mujer tiene derecho a subir al cadalso también debe tener el derecho de subir a la tribuna», se le aplicó el primero sin llegar a conseguir el segundo, puesto que, como es bien sabido, murió guillotinada bajo el «régimen de terror» impuesto por Robespierre. El advenimiento del régimen napoleónico y la promulgación en 1804 del nuevo Código ahogó la esperanza que la Revolución había des­ pertado en las mujeres y consagró u minoría de edad civil, social y eco­ nómica y su exclusión de los derechos políticos. El Código de Bonaparte empeoró la situación de las mujeres en toda Europa ya que la mayoría de los países lo tomaron como modelo en su respectiva legislación. Sin embargo, la semilla de la aspiración a la igualdad estaba ya sembrada y sólo esperaba el momento oportuno para dar sus frutos. EL SUFRAGISMO Los vientos de libertad levantados por la Revolución encontraron un buen campo de cultivo en los Estados Unidos. A favor de estos

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vientos las mujeres lucharon por la independencia de su país junto a los varones y posteriormente se unieron a la causa de los esclavos. Ello les llevó a ocuparse cada vez en mayor medida de las cuestiones políticas y sociales (1). Las mujeres aprendieron a hablar en público defendiendo sus de­ rechos al tiempo que los de los esclavos porque comprendieron que eran cuestiones inseparables. Con ello existían ya las bases para un real y verdadero movi­ miento femenino; lo que hacía falta era un impulso que le diese vida, una cabeza y un programa. La ocasión fue el Congreso Anties­ clavista Mundial celebrado en Londres en 1840. La delegación nor­ teamericana incluía cuatro mujeres, pero el Congreso, escandalizado por su presencia, rehusó reconocerlas como delegadas e incluso ocultó su presencia tras unas cortinas. Lucrecia Mott y Elisabeth Cady Stanton, dos de las delegadas norteamericanas, volvieron de Londres indignadas, humilladas y decididas a intensificar su campa­ ña por el reconocimiento de los derechos. En 1848 convocaron una convención en la que Elisabeth Stanton pronunció un memorable discurso y pidió el voto para las mujeres. En esta convención se aprobó la Declaración de Séneca Falls, uno de los textos básicos del sufragismo americano. A partir de esta fecha las mujeres de Estados Unidos empezaron a luchar de forma organizada en favor de sus derechos, tratando de con­ seguir una enmienda a la Constitución que les diera acceso al voto, la enmienda Anthony (llamada así por el nombre de su redactora), que fue presentada a la Cámara en todos los períodos legislativos, desde 1878 hasta 1896. En este año decidieron cambiar de táctica para tratar de conseguir su propósito Estado por Estado, ya que algunos se habían mostrado más receptivos. En 1869 Wyoming había concedido el voto a las mujeres sin apenas lucha; le siguió Colorado en 1893, después Utah (1895) e Idaho (1896), y finalmente el Estado de Washington (1910). En 1918 la «enmienda Anthony» volvió a figurar en la agenda del Congreso y esta vez dos tercios de los representantes votaron afir­ mativamente. Se cuenta que Charlotte Woodward, firmante de la De(1) C appezzuoli y C appabianca; Historia de la emancipación femenina, Madrid, Mi­ guel Castellote editor, 1973, pág. 156.

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claración de Séneca Falls, fue la única mujer que vivió lo bastante para votar en las elecciones presidenciales de 1920. Fue una lucha larga y penosa, en la que muchas mujeres se pusie­ ron a prueba, pero no llegó al radicalismo de Gran Bretaña. SUFRAGISMO EN INGLATERRA En Europa, el movimiento sufragista más potente y radical fue el inglés. Surgió en 1951, sólo tres años después de la Declaración de Séneca Falls, cuando un grupo de mujeres inglesas celebraron en Sheffield un acto público en el que pidieron el voto para la mujer. Decididas a seguir procedimientos democráticos en la consecución de sus objetivos buscaron el apoyo de los parlamentarios. El día 13 de febrero de 1861, el conde de Carlisle presentó su petición en la Cá­ mara de los Lores. Fue el inicio de un largo camino. Posteriormente las sufragistas inglesas consiguieron tener como aliado a John Stuart, que se casó con una feminista, Harriet Hardy Taylor, y en 1869 escribió un libro que se hizo famoso. La sumisión de las mujeres. Stuart Mili presentó a la Cámara de los Comunes en 1866 la primera petición oficial del Comité por el Sufragio Femeni­ no. Pero el verdadero paladín de las mujeres en la Cámara baja ingle­ sa fue Jacob Brigt, que incansablemente una y otra vez insistía en pre­ sentar propuestas para obtener el derecho político de las mujeres. En 1867 Jacob Brigt profetizó: «Si los mítines carecen de efecto, si la ex­ presión precisa y casi universal de la opinión no tiene influencia ni en la Administración ni en el Parlamento, inevitablemente las mujeres buscarán otros sistemas para asegurarse estos derechos que les son constantemente rehusados» (2). Sin embargo, las sufragistas inglesas siguieron todavía casi cua­ renta años más defendiendo la causa feminista por medios legales. En 1903, cansadas de no ser tomadas en cuenta, cambiaron de estrategia y pasaron a la lucha directa. La táctica que adoptaron fue interrumpir los discursos de los ministros y presentarse en todas las reuniones del partido liberal para plantear sus demandas. La policía las expulsaba (2)

C apezzuolli y C appabianca, ob. cit., pág. 117.

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de los actos y les imponía multas que no pagaban, tras lo cual iban a la cárcel. Allí eran consideradas como presas comunes y no políticas como ellas hubieran deseado. Para atraer la atención pública sobre su situación recurrieron a la huelga de hambre; Gladstone, que era en­ tonces primer ministro, ordenó que las alimentaran por la fuerza, pero las feministas no desistieron, poniendo en práctica lo que una de ellas había escrito: «Para todas las conquistas en el campo de la liber­ tad muchos hombres y mujeres han debido padecer. Esta regla es también válida para nuestro caso» (3). Las feministas y la policía inglesa entraron en una espiral de vio­ lencia. En julio de 1903, lady Pankhurst, presidenta de la National Union of Women Suffrage, fue condenada a tres años de trabajos for­ zados pero las sufragistas lograron su evasión. El presidente Wilson la invitó a los EE.UU. Se había convertido en una figura casi legenda­ ria, pero eso no la libró de volver a ser encarcelada en cuanto regresó a Inglaterra. Mientras tanto, las sufragistas iniciaron una serie de actos terro­ ristas contra diversos edificios públicos, sin cometer ningún atentado personal. La única víctima mortal fue la militante Emily Davidson, que en junio de 1913, en el hipódromo de Epson, se arrojó a las pa­ tas del caballo del Rey que corría en él en la carrera del Derby. El funeral de Emily Davidson fue un grandioso acto feminista. Entre las numerosas carrozas que seguían al féretro iba una vacía con las cortinas bajas: era la que hubiera correspondido a lady Pankhurst, que no pudo asistir por estar de nuevo arrestada. Este terrible acontecimiento, aunque fue un paso más en el pro­ ceso, no puso fin a la lucha. Fue preciso llegar al estallido de la Pri­ mera Guerra Mundial. Con este motivo, el Rey Jorge V amnistió a todas las sufragistas y encargó a lady Pankhurst el reclutamiento y la organización de las mujeres para sustituir a los varones que debían alistarse; un buen ejemplo del pragmatismo inglés. Por fin, el 28 de mayo de 1917 fue aprobada la ley de sufragio fe­ menino, por 364 votos a favor y 22 en contra, después de cincuenta años de lucha y 2.584 peticiones presentadas al Parlamento. (3)

Ibm., pág. 181.

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FEMINISM O EN ESPAÑA En otros países europeos las mujeres lucharon también por con­ seguir el voto con menos dramatismo y apoyándose en las conquistas de sus hermanas de Inglaterra y de América. En España el feminismo entró tardíamente, cuando ya en Europa empezaba a perder su fuerza inicial, y nunca adquirió gran desarrollo. En 1920 existían varias asociaciones feministas de diferente sig­ no, de las cuales las más importantes eran la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, presidida por María Espinosa, y la Unión de Mu­ jeres Españolas (UME), presidida por la marquesa de Ter. Para ellas eran temas prioritarios la educación de las mujeres, la reforma del Código y el derecho al voto. La República, instaurada en abril de 1914, dio satisfacción a la mayoría de sus demandas. El 1 de octubre de este mismo año se aprueba en el Parlamento el artículo 34 de la Constitución, que re­ conoce el derecho de las mujeres al voto, después de un doloroso en­ frentamiento entre dos mujeres que se suponía deberían haber esta­ do de acuerdo. Clara Campoamor, del Partido Radical, defendió con calor el derecho al voto como cuestión de justicia, y Victoria Kent, del Partido Radical-Socialista, se opuso por una razón de oportunis­ mo político, suponiendo que las españolas se inclinarían hacia un voto conservador. Clara Campoamor consiguió una clara victoria, 161 votos a favor de la ley y 121 en contra, pero debió pagar un alto precio por ella ya que su propio partido llegó a abandonarla poste­ riormente. Hacia los años treinta la mayoría de las naciones desarrolladas ha­ bían reconocido el derecho al voto femenino, salvo Suiza, que no lo aceptó hasta 1970. El objetivo principal de las sufragistas se habían logrado y el feminismo pareció entrar en una fase de recesión. A pesar de su nombre las sufragistas no defendían sólo el derecho al voto. Sus objetivos eran más amplios, ya hemos visto que las ame­ ricanas lucharon contra la esclavitud junto a los abolicionistas y en fa­ vor de la igualdad en sentido muy amplio. Las feministas de esta pri­ mera época plantearon también el derecho al libre acceso a los estu­ dios superiores y a todas las profesiones; la igualdad de derechos

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civiles; compartir la patria potestad de los hijos; denunciaban que el marido fuera el administrador de los bienes conyugales, incluso de lo que ganaba la esposa con su trabajo; pedían salario igual para trabajo igual, etc. Todos estos objetivos se centraron en el derecho al voto, que parecía la llave para conseguir los demás. En resumen, las feministas del siglo XIX y primeros años del si­ glo XX lucharon por conseguir la igualdad de derechos respecto al va­ rón argumentando que era persona humana lo mismo que él. Se puso énfasis en los aspectos igualitarios y en el respeto a los valores demo­ cráticos. En ese sentido se ha puede decir que era un movimiento ba­ sado en los principios liberales. Junto a este feminismo, y a veces frente a él, se intentó desarrollar un feminismo de clase, socialista y comunista, que se debatió entre la fidelidad a la causa feminista y la fidelidad a los partidos políticos res­ pectivos. «Cuando las feministas socialistas tratan de empujar a sus camaradas varones a llevar sus promesas a la práctica, entonces surgen las ambivalencias y los conflictos. En ciertos momentos, las mujeres socialistas no se atreven a insistir demasiado en sus objetivos feminis­ tas por temor a perjudicar la causa socialista» (4). LA SEGUNDA OLA DEL FEMINISM O Durante muchos años se ha pensado que los años veinte marca­ ron el final de una época y que el feminismo quedó en suspenso du­ rante décadas hasta la eclosión en los años sesenta. Actualmente se es­ tán llevando a cabo estudios que aconsejan matizar un juicio tan ra­ dical; ahora se habla más bien de «crisis de transición entre dos feminismos». Algo se movía sin duda cuando en 1959 Simone DE B e AUVOIR da el grito de alarma en E l segundo sexo y algo estaba adorme­ cido cuando un libro tan importante no empieza a ser estudiado y comentado hasta después de una década larga. De cualquier forma, los que hemos vivido el movimiento femi­ nista de los últimos cincuenta años recordamos bien cómo surgió la (4) Anne-Marie K áPPELI: «Escenarios del feminismo», en Historia de las Mujeres, tomo IV, Madrid, Círculo de Lectores, pág. 520.

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llamada segunda ola y el interés que despertó en el mundo entero, lo mismo entre los que se situaron a su favor como entre los que lo hi­ cieron en contra. El detonante fue la publicación del libro de Betty F r i e d a n , La mística de la feminidad, que apareció en Norteamérica en el año 1963 y en seguida se difundió por todo el mundo occidental. La primera edición española, de 1965, lleva un prólogo de Lily Alvarez. Poco tiempo después, la propia autora viajó por diversos países explicando sus planteamientos a través de conferencias, mesas redondas, entrevis­ tas... Su presencia en Madrid, en los momentos que se iniciaba la transición política, dio ocasión a una de las primeras manifestaciones públicas de grupos de feministas después de la Guerra Civil. El mensaje central de Betty F r i e d a n fue que «algo» estaba pasan­ do entre las mujeres norteamericanas, algo todavía indefinido, que ella denominó «el problema que no tiene nombre». Eran muchas las mujeres que, a pesar de estar felizmente casadas, sin problemas eco­ nómicos y con hijos sanos, esperimentaban una asfixia interior tan misteriosa como intolerable. Era una sensación de vacío que Betty F r i e d a n achacó a no sentir la propia identidad, a saberse definida no por lo que se es sino por las funciones que se ejercen: esposa, madre, ama de casa... Según Betty F r i e d a n , las hijas de las mujeres que realizaron aquel «viaje apasionado» que supuso la lucha por el derecho al voto fueron atrapadas por la «mística de la feminidad», que les hizo cifrar su felici­ dad en la dedicación exclusiva al servicio de las personas que aman, ya que lo contrario sería violentar su propia naturaleza femenina. Para salir de esta trampa, «de este confortable campo de con­ centración», las mujeres deben romper las invisibles cadenas que les atan, tratar de desarrollar todas sus potencialidades y lograr su pro­ pia autonomía incorporándose al mundo del trabajo. Una vez plan­ teado el problema, Betty F r i e d a n pasó a la acción creando, en 1966, la NOW (Organización Nacional de Mujeres), que consi­ guió afiliar en poco tiempo un elevado número de mujeres en to­ dos los Estados de la Unión, llegando a ser la asociación feminista más influyente. Hubo una gran movilización de mujeres, unas veces en forma de manifestaciones masivas con aspectos provocativos y humoristas y

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otras en forma de trabrajo paciente y concienzudo, que contribuyó a conseguir importantes reformas legislativas en el campo matrimonial y familiar. Sólo en la década de los setenta el Congreso de los Estados Unidos aprobó 71 disposiciones relativas al «problema de la mujer». Esta movilización general no fue exclusiva de los Estados Unidos sino que se produjo en casi todas las naciones, favorecida desde 1975, Año Internacional de la Mujer, por la actuación de los Organismos Internacionales. Como veremos más adelante, las mujeres españolas se incorporaron a esta movilización feminista con gran entusiasmo y menos retraso que en el caso del sufragismo. La NOW, formada en su mayoría por mujeres blancas, de clase acomodada, con estudios superiores, conectaba con el espíritu liberal del primer feminismo. Consideraba que si las mujeres ejercían los de­ rechos adquiridos, los ampliaban y se incorporaban activamente a la vida pública, laboral y política, sus problemas tendrían solución. Aceptando este planteamiento, muchas mujeres en el mundo entero centraron sus esfuerzos en desarrollar una vida profesional compatible con sus funciones dentro de la familia, dando lugar a lo que se llamó la «superwoman», por el derroche de energía que se vio obligada a desplegar. M OVIMIENTO DE LIBERACION DE LA M UJER Poco a poco, incluso dentro de la misma NOW, fueron sur­ giendo mujeres más jóvenes con objetivos más revolucionarios que aspiraban a cambiar el sistema. Abandonando las ideas liberales adoptan el planteamiento marxista. Las mujeres son consideradas como el sexo oprimido. El culpable final de la opresión de la mujer no son los varones sino el capitalismo. «La liberación de la mujer no podía darse sin la liberación general de otros trabajadores opri­ midos y explotados bajo el capitalismo. El capitalismo era conce­ bido como responsable de la organización injusta del trabajo que oprime al obrero y oprime a la mujer con la doble jornada.» La es­ critora inglesa Sheila ROW BOTHAM expone estas ideas en sus dos obras principales, MujeVy Resistencia y Revolución (1972) y La Con^ ciencia de la Mujer en el Mundo de los Hombres (1973), toman­ do como antecedente la gran revolucionaria del siglo XIX, Flora Tris-

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tán» (5). Estos grupos intentan conectar con las mujeres de clase me­ dia y baja e incluso se dirigen a las mujeres de color. Los grupos se sentían solidarios de la Nueva Izquierda y se unie­ ron a todas las causas que promovía: movimiento de protesta juvenil, defensa de los Derechos Civiles, pacifismo. En seguida se encontra­ ron con la misma dificultad que sus hermanas del primer feminismo socialista: por un lado sus propios compañeros de partido les relega­ ban a los trabajos subordinados y por otra parte sus reivindicaciones siempre tenían que supeditarse a los objetivos más importantes de la lucha global. En consecuencia, decidieron separarse y de esta decisión nació el Movimiento de Liberación de la Mujer. En cualquier caso, no tiene duda que en un momento histórico el MLM tuvo un gran protagonismo y colaboró al logro de diferentes metas feministas.

FEMINISM O RADICAL Algunas mujeres tomaron otro camino y se apuntaron a lo que se ha llamado el feminismo radical. Este considera que la opresión de las mujeres es anterior al capitalismo y no termina con él, como lo de­ muestra el hecho palpable de que en los regímenes comunistas, en­ tonces todavía existentes, la mujer seguía siendo explotada. Por tanto, el origen de su explotación no está en el capitalismo sino en el «pa­ triarcado». En 1971, Kate M i l l e t publica Política sexual, donde de­ fine el patriarcado como «una institución en virtud de la cual una mi­ tad de la población (es decir, las mujeres) se encuentra bajo el control de la otra mitad (los hombres)» (6). Las radicales identificaron como centros de dominación pa­ triarcal esferas de la vida que hasta entonces se consideraban «pri­ vadas». A ellas corresponde el mérito de haber revolucionado la teoría política al analizar las relaciones de poder que estructuran la (5) Cristina M olina PetiT: E l neofeminismo de los años setenta: Feminismo liberal, Socialista y Radical, Ministerio de Educación y Ciencia, 1995. (6) Cristina M olina Petit , op. cit., pág. 67.

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familia y la sexualidad: lo sintetizaron con un eslogan: «lo personal es político» (7). El feminismo radical puso en práctica una forma de organización y trabajo que tuvo mucho éxito: los grupos de autoconciencia, en los que se impulsaba a cada participante a exponer su experiencia perso­ nal de opresión con la finalidad de que tomase conciencia de ella y la analizase en clave política con vistas a lograr una transformación de la situación. Estos grupos de autoconciencia pagaron el mismo precio que to­ dos los grupos que excluyen a priori cualquier tipo no sólo de jerarquización sino incluso de división de funciones. En el prurito de que cada participante debía tener la misma consideración, el avance se ha­ cía casi imposible porque la última recién llegada podía poner todo en cuestión y obligar al grupo a empezar de nuevo. FEMINISM O DE LA DIFERENCIA Algunos grupos de feministas radicales fueron evolucionando hacia el feminismo de la diferencia, que aboga por identificar y defender la identidad propia de la mujer y marcar bien sus señas diferenciales. Consideran que los varones, debido a su psicología, son agresivos, gue­ rreros, depredadores. Las mujeres no deben entrar en ese juego ni in­ tentar imitarlos. Una de sus teóricas, la italiana Carla Louzi, afirma que «la meta de la toma del poder es totalmente vana». Y la francesa Luce Irigaray considera inútil o incluso nocivo empeñarse en obtener la igualdad. En Francia y en Italia existen notables partidarias del femi­ nismo de la diferencia. Sus críticos dudan de que puedan construir la identidad femenina y a un tiempo destruir el mito «mujer». Las teóricas de cada una de las tendencias señaladas debaten entre ellas y en ocasiones se niegan mutuamente el título de feministas. Mientras tanto, los grupos feministas de base siguen su trabajo a me­ nudo utilizando los diferentes lenguajes de forma alternativa y a veces hasta simultánea. (7) Ana DE M iguel : «Feminismos» en Diez palabras clave sobre la mujer, Editorial Verbo Divino, Estella, 1995, pág. 242.

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LA SEGUNDA OLA DEL FEM INISM O EN ESPAÑA Fue alrededor de los años sesenta cuando las mujeres españolas empezaron a reclamar públicamente los derechos que se le venían ne­ gando desde la terminación de la Guerra Civil, cuando, como es bien sabido, perdieron todos los derechos que habían conseguido durante la segunda década del siglo y sobre todo durante la República. A N TECED EN TES Anteriormente, algunas mujeres habían actuado a título indivi­ dual. En 1948, después de unos años en los que nadie en España ha­ bló sobre el tema, María CA M PO A l a n g e se atrevió a escribir La se­ creta guerra de los sexos. Fue un acto de valentía, porque el ambiente no era propicio. En 1961 volvió a la carga con La mujer como mito y como ser humano, que fue seguida por una obra de mayor envergadu­ ra, La mujer en España. Cien años de su historia. En 1956, tres asociaciones religiosas, las Mujeres de AC, las Con­ gregaciones Marianas Universitarias y un grupo de universitarias de la Institución Teresiana, constituyeron una asociación llamada Amistad Universitaria, que fue durante años un lugar de encuentro y debate y donde se intentó fijar las bases de un feminismo cristiano en una lí­ nea que resultaba progresista respecto a la postura oficial, a la mante­ nida por la Iglesia católica y la que predominaba en el conjunto de la sociedad española de aquel momento. Por otra parte, ya en la década de los sesenta, el despegue econó­ mico de España y los Planes de Desarrollo hacen necesaria la incor­ poración de la mujer al trabajo y, como consecuencia, en 1960 las Cortes franquistas aprueban la Ley de los Derechos políticos, profe­ sionales y de trabajo de la mujer, por la que se eliminan la mayoría de las discriminaciones impuestas anteriormente en el campo laboral. Para preparar el proyecto de ley se realizaron diversos estudios, que pusieron de manifiesto la precaria situación de la mujer española. Estos acontecimientos dieron lugar a que fuera cristalizando una corriente de opinión favorable a las tesis feministas y a que las propias mujeres fueran tomando conciencia de sus problemas, aunque no pu­ dieran asociarse para reclamar sus derechos.

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En aquellas circunstancias, María Campo Alange reunió en su casa a un grupo de ocho mujeres de procedencia universitaria con la idea de fundar un grupo feminista informal en la imposibilidad de constituir una asociación. De esta manera en el año 1960 nació el SESM, que antes del cambio democrático publicó algunos libros y numerosos artículos sobre la problemática femenina y después, cuan­ do se pudo, participó en actos y reuniones de signo feminista o rela­ cionados con la mujer. Mientras tanto, todavía en la clandestinidad, empezaron a reunir­ se periódicamente diferentes grupos de mujeres para formular objeti­ vos comunes y preparar estrategias de acción, dentro de la oposición democrática al régimen. EL «BOOM » DE LOS AÑOS SETENTA En 1975, declarado por la O NU Año Internacional de la Mujer, el movimiento de mujeres progresistas estaba ya en plena efervescen­ cia en España. No hace falta recordar que fue un año muy peculiar. Después de cuatro décadas de régimen autoritario empezaba a ser in­ minente un cambio político, todavía de signo incierto. En todos los ambientes había grupos que se organizaban con vistas al próximo fu­ turo. Las mujeres aprovecharon el momento y a finales de año, a favor de una cierta permisividad de las autoridades gubernamentales, organiza­ ron en Madrid, en el colegio Montserrat, las Primeras Jornadas de Libe­ ración de la Mujer, a las que acudieron más de quinientas mujeres de toda España que, durante tres días en largos debates, intentaron perfilar su ideología. No fue tarea fácil. Se encontraban allí juntas por primera vez mujeres que hacían un planteamiento intelectual del problema con otras volcadas en la acción directa; jóvenes que se asomaban por prime­ ra vez al feminismo con veteranas, si no de una acción que hasta enton­ ces había sido imposible, sí en el pensamiento y en la discusión. Había incluso mujeres, como María Campo Alange, que recordaban los ini­ cios del feminismo en España y que habían escrito sobre ello. Al año siguiente se organizaron en Barcelona las Primeres Jornades Catalanes de la Dona. En ambas Jornadas se manifestaron claramente

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las dos tendencias que existían en los incipientes grupos feministas es­ pañoles: la que abogaba por una acción política simultánea a la ac­ ción feminista (la llamada doble militancia) y la que consideraba al feminismo como una alternativa global a una sociedad dominada por el hombre. Por debajo de esta división muy clara empezaban a perfilarse las diversas corrientes de feminismo que se estaban manifes­ tando en Norteamérica y en todo el mundo. Es imposible dar cuenta de los numerosos grupos feministas que nacieron, se formaron, se fragmentaron, desaparecieron y volvieron aparecer con características diferentes durante aquella década. Varios nacieron arropados por los diversos partidos políticos. El MDM (Movimiento Democrático de la Mujer) fue creado por mujeres del PCE y por independientes «con la intención de ser movimiento de masas y teniendo como campo de acción los barrios periféricos de las ciudades». En 1976 se crea la ADM (Asociación Democrática de la Mujer), integrada por mujeres militantes o simpatizantes del PTE y de la ORT. A pesar de su origen, tuvo vocación interclasista y propuso ob­ jetivos muy aceptables que podrían atraer a muchas mujeres, aunque no fueran feministas. La inteligente acción de su presidenta, Sacra­ mento Martí, estuvo a punto de conseguir que la ADM se convirtiera en la gran asociación feminista de masas que en España nunca hemos logrado tener. Dispusieron de una revista, la Gaceta feminista, de bas­ tante calidad. Después de un cierto éxito, agotada la fuente política de donde presumiblemente venían los subsidios, la ADM fue deca­ yendo hasta desaparecer. Junto a estos grupos, que propugnaban la doble militancia, esta­ ban los que repudiaban esta colaboración. Especialmente interesante entre ellos fue el que se organizó en el despacho de la abogada Cris­ tina AJberdi, que tomó el nombre de Colectivo Feminista de Madrid, porque había otros grupos con el mismo nombre en diferentes capi­ tales de España. Lidia Falcón, por su parte, alzó una bandera diferente al propug­ nar que las mujeres deben crear sus propias organizaciones políticas, con sus programas específicos y sus estrategias particulares. Conse­ cuente con sus ideas años más tarde fundó un partido y se presentó a las elecciones.

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Un carácter muy distinto tenía la Asociación para la Promoción y Evolución Cultural (APEC). Nada en su denominación indicaba que fuese una asociación feminista, sin embargo sus fundadores se propo­ nían que la clave de esta evolución y promoción fuese desde el primer momento una revolución que afectase al concepto tradicional de mu­ jer. El alma de la asociación fueron el matrimonio formado por Pilar Yzaguirre y Alvaro Meseguer. APEC se apuntó el tanto de traer a Es­ paña, con la colaboración financiera de la Fundación March, a la fa­ mosa feminista americana Betty Friedan, que estaba entonces en la cresta de la ola. El éxito fue estruendoso en todos los sentidos de la palabra. Fue esta una demostración palpable de que el feminismo español quería conectar con la poderosa nueva ola del feminismo americano en el que ya empezaban a manifestarse las líneas de divergencia que se reprodujeron inmediatamente en España. LAS REFORMAS LEGALES A pesar de estas divergencias había algunas reivindicaciones in­ mediatas en las que todos los grupos feministas estaban de acuerdo. La presión de los grupos feministas y las nuevas circunstancias que se vivían en España hicieron que se promulgaran una serie de le­ yes favorables a la mujer. La no discriminación legal por razón del sexo, que tanto habían reclamado los grupos feministas, quedó garantizada por la Constitu­ ción de 1978, en forma general en el artículo 4, en el 32 con referen­ cia al matrimonio y en el 35 al referirse al trabajo. En 1978 se despenalizaron los anticonceptivos y se eliminaron los delitos de adulterio y amancebamiento, que tradicionalmente desfa­ vorecían a la mujer. El Estatuto de los Trabajadores de marzo de 1980 declara nulos y sin efectos los anteriores preceptos reglamentarios y disposiciones que contengan discriminaciones en el empleo. En el año 1981 se aprobó la Ley del divorcio y en 1985 se pro­ mulgó la Ley de despenalización del aborto, bajo tres condiciones.

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reivindicación en la que no todos los grupos feministas están de acuerdo y no sólo por motivos religiosos. Algunas feministas italianas se oponen al aborto por considerar que refuerza los privilegios mas­ culinos... «la mujer se pregunta: ¿Para placer de quién he quedado yo embarazada? ¿Para placer de quién aborto yo? Estos interrogantes contienen las semillas de nuestra liberación: al formularlos, las muje­ res abandonan su identificación con los hombres y encuentran la fuerza necesaria para romper un silencio cómplice que es la corona­ ción de nuestra colonización» (8). En consecuencia, algunas asociaciones feministas italianas en el debate sobre el aborto optaron por pedir la despenalización y se opu­ sieron a su legalización.

EL FEMINISM O DESPUES DE LOS AÑOS OCHENTA A partir de los ochenta parece como si el movimiento feminista haya ido perdiendo el vigor de que dio muestras en las dos décadas anteriores. Algunos hasta se han apresurado a pronosticar su pronta defunción a causa de los debates y las divisiones internas. Sin duda tienen razón los que aducen que su presencia pública no es tan preponderante como hace unos años y que los debates que se producen en torno al sentido mismo del feminismo, su finalidad, sus objetivos y su estrategia hayan llegado a un punto donde a veces podría parecer que ya no se sabe de lo que se discute. Sin embargo, la presencia de 36.000 mujeres llenas de iniciativas y de vitalidad en el Fórum de Huairu, en el verano de 1995, con mo­ tivo de celebrarse en China la IV Conferencia Internacional de la Mujer, dan que pensar y obligan a replantearse la cuestión desde otra perspectiva. Cierto es que no todas las mujeres presentes en aquel Fórum eran feministas, pero sí muchas de ellas, y no sólo representantes del Pri­ mer Mundo, como suele pensarse y escribirse, sino que había femi(8)

Yasmine E rgaS: «Apuestas», en Historia de las Mujeres, tomo V, pág. 556.

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nistas de Africa, Asia y Latinoamérica, con planteamientos muy diná­ micos y muy interesantes. Quizá lo que ocurre es que el feminismo ha entrado en una nueva fase más difícil de analizar por varias causas. En primer lugar, los acon­ tecimientos están demasiado cercanos y por ello los árboles no nos de­ jan ver el bosque; por otra parte, el movimiento feminista que en los años sesenta estaba bastante polarizado en Norteamérica, se ha disgre­ gado en diferentes polos de acción y producción de pensamiento femi­ nista (por ejemplo, uno de ellos muy importante en Italia) y, además, una vez alcanzados los objetivos primarios que afectaban a todas las mujeres por igual, ahora los intereses no siempre son coincidentes. Esta última afirmación podría ser objeto de discusión en ciertos círculos feministas que consideran una batalla equivocada la empren­ dida a favor de la igualdad de derechos, llevada a cabo por mujeres de la burguesía liberal, que no pretendían cambiar las relaciones de po­ der sino simplemente entrar en la dinámica del sistema. Lo cual pro­ bablemente es muy verdad, pero sin aquel primer paso difícilmente podrían haberse dado los que han venido y vendrán después. Yasmine Ergas considera que «el término “feminismo” no designa una realidad sustancial cuyas propiedades puedan establecerse con exactitud; por el contrario, se podría decir que el término “feminis­ mo” indica un conjunto de teorías y de prácticas históricamente va­ riables en torno a la constitución y la capacitación de los sujetos fe­ meninos» (9). El hecho cierto es que las posturas del feminismo están lejos de ser unánimes. Un problema básico sin resolver es cómo articular la lucha por liberarse de la vieja afirmación antifeminista de que «la anatomía es el destino» con la defensa de la propia identidad propug­ nada por el feminismo de la diferencia. Sin embargo, a pesar de la dificultad de abrirse paso en la multi­ tud de manifestaciones diferentes que se dan entre los grupos que se llaman feministas, pueden detectarse algunos aspectos generales del feminismo actual. (9) Yasmine E rgaS: «El sujeto mujer: el feminismo en los años setenta-ochenta», en Historia de las mujeres, tomo V, pág, 543.

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GRUPOS PEQUEÑOS Y DIVERSIDAD DE OBJETIVOS Ya vimos que, frente a grandes organizaciones que tuvieron la ini­ ciativa en los años sesenta, fueron apareciendo multitud de grupos pequeños e informales en los que las mujeres se reunían, intercambia­ ban experiencias, promovían la autoconcienciación, realizaban accio­ nes puntuales y vivían la solidaridad. Para muchas mujeres estos gru­ pos llegaron a ser una alternativa global a su necesidad de relación, para otras constituyeron un lugar de encuentro y desahogo que no impedían otro tipo de relaciones humanas. En los últimos años mu­ chos de estos grupos se han ido transformando en asociaciones de ayuda mutua que ofrecen apoyo a las mujeres, muchas veces con pro­ gramas subvencionados por organismos estatales. En algunos casos es difícil marcar una diferencia clara entre los grupos que se autodefinen como feministas y los que son más bien reacios al término, pero tra­ bajan activamente en favor de las mujeres.

RECUPERACION DE LA PROPIA HISTORIA Las mujeres se han hecho conscientes de que hasta ahora su his­ toria ha sido ignorada por los historiadores, aunque, como es obvio, la mujer ha estado siempre presente en cualquier acontecimiento his­ tórico de forma activa o pasiva. En consecuencia, se han puesto a buscar los datos olvidados y a rastrear las huellas de su presencia invi­ sible. En esta tarea se afanan lo mismo las profesionales universitarias utilizando todos los recursos de las ciencias históricas, como las mu­ jeres de la base, que recurren a los relatos familiares y a la transmisión de información recibida oralmente de sus mayores. Estos estudios que rescatan del olvido a las mujeres están provo­ cando un cambio total de enfoque histórico, porque no se trata de es­ cribir dos historias paralelas, sino una sola que integre también la aportación de las mujeres. Se ha llegado a afirmar que se está gestan­ do un cambio parecido al que se produjo cuando el marxismo obligó a incorporar a los estudios históricos los fenómenos económicos: la perspectiva cambió totalmente. Lo mismo puede ocurrir ahora al in­ corporar la intervención de las mujeres en la vida privada y en la vida pública de los diferentes pueblos.

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FOM ENTO DE LA INVESTIGACION UNIVERSITARIA Otro fenómeno que hace menos visibles a las feministas en el mundo actual es que muchas de ellas se han dedicado a realizar estu­ dios sobre la problemática de la mujer dentro de las universidades, lo mismo en España que en otros países. No fue tampoco fácil que las universidades aceptaran albergar y financiar estos departamentos de investigación. En España, el pri­ mero se creó en 1979, en la Universidad Autónoma de Madrid, di­ rigido por María Angeles Durán, bien secundada por Pilar Folguera. La Universidad Complutense aprobó en el curso 1988-89 un Instituto de Investigaciones Feministas que, desde el año siguiente, imparte un curso de Historia de la Teoría Feminista, coordinado por Celia Amorós, catedrática de Historia de dicha Universidad. La mayoría de las universidades españolas tienen departamentos simi­ lares.

FEM INISM O INSTITUCIO NAL En los últimos años muchos países han creado ministerios o de­ partamentos ministeriales encargados de la cuestiones relativas a la mujer. En España contamos con el Instituto de la Mujer, que fue creado en el año 1983, a partir de la Subdirección de la Condición Femenina, establecida por el primer gobierno democrático en 1978. Cada una de las Comunidades Autónomas tiene también su corres­ pondientes organismo con diferentes denominaciones. Este feminismo institucional tiene sus ventajas y sus inconvenien­ tes: por un lado asegura la atención oficial a las reivindicaciones femi­ nistas, pero, por el otro, facilita que los grupos de base, confiados en su acción, desatiendan la lucha o, todavía peor, se acostumbren a vi­ vir de sus subvenciones. El feminismo institucional, que en muchos países está en manos de prestigiosas feministas, ha hecho disminuir el síndrome de miedo al poder que ha caracterizado al movimiento feminista durante mu­ chos años.

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BIBLIOGRAFIA A m o r o s , C ., y

otras: Diez palabras clave sobre la mujery Verbo Divino, Este-

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M ujeres en el umbral del siglo XXI Mairena Fernández Escalante Socióloga (antropóloga social)

Desde la Segunda Guerra Mundial se ha producido un proceso de cambio social con avances importantes en economía, forma em­ presarial, tecnología y comunicaciones, que han permitido a la socie­ dad lograr cotas de bienestar nunca pensadas, a la par que acortar dis­ tancias y matizar diferencias intercontinentales en la globalización del mundo. Pese a esto, es para todos claro que dicho avance ha sido también el origen de graves desigualdades y que éstas afectan en mayor medi­ da a las mujeres. Los PLANES DE IGUALDAD propuestos por países de la Unión Europea han conseguido poner en candelero problemas y si­ tuaciones que no se han resuelto bajo el Estado de Bienestar, antes bien, algunos se han agravado y otros generado. Durante los últimos años, al menos seis áreas han merecido la atención de los científicos sociales: cambio social, salud y protección social, educación, trabajo y empleo, familia, participación política y ciudadanía. Dichas áreas, que van a seguir siendo importantes en los comienzos del próximo milenio, constituyen los campos por los que brevemente, y a modo de flashes, discurriremos (1). Vivimos en una sociedad que los teóricos denominan con difercntcs categorías según el elemento de análisis que utilicen, en todo caso se refieren a su carácter complejo y problemático: (1) Quiero agradecer especialmente la inestimable dirección y ayuda personal de doña Amparo Almarcha Barbado, Universidad de La Coruña. Las aportaciones de doña Patricia García Ojeda, UCM , han enriquecido el artículo.

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Sociedad postindustrial para D a h r e n d o r f , B e l l o T o u r a i n e , quienes «subrayan el proceso de terciarización de las sociedades avanza­ das (esto es la entrada en una sociedad de servicios)». Sociedad neotecnológica p a ra COLEMAN o C a s t e l l s , q u e e n fa tiz a n la tra sfo r m a c ió n d e la v id a c o tid ia n a d e b id o a la in tro d u c c ió n d e las n u ev as te c n o lo g ía s d e la in fo r m a c ió n y la c o m u n ic a c ió n .

Sociedadpostmodernay como la llaman los que postulan el fin de los grandes relatos, cosmovisiones, apostando por «la primacía de las imá­ genes sobre los hechos» (L y o t a r d , R a b in o w , G e e r t z o B a u d r il l a r d ). Sociedad del riesgoy en lograda expresión de U. B e c k , que «se re­ fiere a un estadio de desarrollo en el que los pilares de la organización social (...) descansan sobre la distribución más o menos consensuada de aquellas consecuencias poco o nada anticipables que se derivan de la toma de decisiones de relevancia pública (o sea los riesgos)» (2). De este modo caracteriza a la sociedad del momento mantenien­ do un interesante debate con LUHMAN — desde la teoría de siste­ mas— y G u i d e n s — que adopta un punto de vista psicosocial— , abriendo nuevas vías hacia la búsqueda del sustantivo que defina con propiedad a la sociedad del presente y la por venir. O como en el caso de H a b e r m a s , que parece intentar la «recuperación de los ideales de la Ilustración» a través de aquel camino dejado al margen por la moder­ nidad, la acción comunicativa. Con estos precedentes elaboraremos unos escenarios de actuali­ dad, a partir de los que proyectar otros de futuro, que ofrezcan reali­ dades virtuales de cara a los próximos diez años (3).

CAMBIO SOCIAL En el reciente decenio la unión de los conceptos de desarrollo y desigualdad se ha consolidado. El incremento de la población activa no ha reducido las desigualdades entre hombres y mujeres, siendo és­ tas las más afectadas por el desempleo. (2) J. E. R o d r íg u e z I ba ÑEZ: «Hacia un nuevo marco teórico», en Revista de Occi­ dente, Fundación Ortega y Gasset, núm. 150, pág. 5 y ss., noviembre de 1993. (3) V Informe FOESSA: «Reciente y ambicioso informe sobre la realidad. Síntesis», en revista Documentación Social, núm. 101, 1995.

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Si nos referimos a la demografía se ve claro el menor crecimiento de la población y el descenso de la natalidad en el Primer Mundo; descenso que tiene como contrapartida el envejecimiento. En 1991 el 14% de la población española era mayor de 65 años. De mantenerse la tendencia, y según datos del Consejo de Europa («Documentación Social», op. cit., pág. 78), en España tendremos en el 2010 un 15,5% de población mayor de 65 años, cifra que se estima llegará hasta casi un 23% en el año 2040. Según las previsiones del INE en el año 2010 tendremos cerca de un 16% de mayores de 65 años (íderriy pág. 89), en cuyas vidas ha­ brán hecho aparición enfermedades degenerativas (demencias, Alzheimer) y nuevas causas de pobreza y marginación. Hay que pensar que más de la mitad de ellos serán mujeres. Otro factor a considerar es la inmigración. España, país tradicio­ nalmente emigrante, ha visto invertirse esta tendencia en los últimos quince años, siendo ahora país receptor. Si bien la inmigración tiene un rostro marcadamente europeo, la presencia de africanos evidencia importantes ascensos (17% del total) (ídem, pág. 98). La terciarización de la economía ha hecho que en quince años los ocupados en el sector servicios haya pasado del 42% en 1977 a casi el 59% en 1992. Como consecuencia se han generado las si­ guientes situaciones: poca relevancia en el agrícola, transformación acentuada del industrial, fuerte desempleo y grave precarización del mercado laboral debida, en gran parte, a las modalidades de contra­ tación aplicadas en los últimos años. En España, la raíz de esta precarización, que afecta más a las mu­ jeres como grupo social que a otros colectivos, se encuentra en las di­ ferencias socioculturales y en las menores posibilidades que tienen de ejercer sus derechos básicos. Según datos del INE para 1993 el umbral de la pobreza se situa­ ba en 37.792 pesetas, encontrándose la quinta parte de la población por debajo del mismo. Influyen en esta situación diferentes factores: escasa protección social, cambios en la familia, rotación entre empleo/desempleo con pérdida de la autoestima, acrecentando el pesi­ mismo frente al futuro. Entre 1980 y 1995 se han creado condiciones para la subordina­ ción de los mercados laborales a los de capital. Los capitanes de las fi­

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nanzas y del enriquecimiento fácil han incrementado sus activos, el desempleo, la precarización general de las condiciones de vida y am­ pliado un sistema asistencia! de «disimulo de los costes sociales del ajuste» (tdemy pág. 125), más que de enfrentamiento y solución al mismo.

SALUD, PROTECCION SOCIAL Y MARGINACION En España la esperanza de vida de las mujeres es superior en casi siete puntos a la de los hombres. Esta mayor longevidad no es garan­ tía de salud. Antes al contrario, las enfermedades degenerativas hacen su aparición precisamente por ella. Enfermedades del aparato respiratorio y óseo, tumores y altera­ ciones cerebro-vasculares, se hallan entre las principales causas de morbilidad y/o mortalidad general. Dolores de espalda y situaciones de agotamiento generalizado afectan especialmente a las mujeres (tdeniy pág. 233). Los recientes cambios en sus pautas de comporta­ miento las acercan al consumo de alcohol, tabaco y drogas, con lo que se producen efectos no deseados ni esperados en la igualación con el hombre (ídeniy pág. 233). La edad y la clase social condicionan subjetivamente la salud. Es indiscutible que la pobreza contiene una connotación de penuria y enfermedad que hace que más del 54% de las mujeres con bajos in­ gresos se consideren enfermas. No obstante esta situación global, la percepción que la mujer tie­ ne de su salud es la de buena y, como si apoyasen esta percepción, las cifras de hospitalización parecen demostrar que, en efecto, las mujeres viven con una mejor salud y resistencia que los hombres. La mayoría de las hospitalizaciones se deben a su función reproductiva. Un dato de sumo interés para orientar la discusión que nos ocupa es el referido a la participación de las mujeres en la actividad sanita­ ria. En la actualidad más del 65% del personal sanitario es mujer (iderriy tabla pág. 251); las médicas alcanzan el 30%; las farmacéuti­ cas, el 61%; las veterinarias, el 22%; las enfermeras, el 76%, y el 100% de las matronas son mujeres.

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37 Los estudios en el campo de la salud, como consecuencia de su feminización, han sufrido en los últimos años una infravaloración so­ cial. Ha disminuido la demanda de titulaciones superiores, dándose, como contrapartida, que la proporción de quienes las alcanzan en re­ lación con quienes empiezan las carreras es mayor que en otras facul­ tades. . Esta no es una más de las desigualdades ya que genera desequi­ librios y el mayor de todos es la dependencia, vejez, mínima cali­ dad de vida, pobreza, discapacidad, morbilidad crónica y deterioro. Todo esto se asocia con la variable género, y como quiera que una gran parte de la población con estas características es mujer, la ma­ yor desigualdad queda asociada a ella. Con poner más camas hospi­ talarias la anciana enferma y sola no adquiere juventud, salud y compañía. Ante esta situación se hace imprescindible acometer una evalua­ ción global de los recursos sanitarios y de las consecuencias derivadas de los cambios recientes para prevenir y afrontar las nuevas situacio­ nes que ya se perfilan: Dotar de calidad al sistema existente combi­ nando el uso de recursos tanto públicos como privados. Estudiar las carencias considerando el envejecimiento de la población, especial­ mente la situación de las mujeres en el desarrollo de las nuevas com­ petencias transferidas a las CC.AA. Apreciar qué cambios habría que introducir en el sistema sanitario y la sociedad para mejorar salud y calidad de vida. Por otra parte, nos encontramos con que las pensiones por vejez y viudedad son en su gran mayoría inferiores a 60.000 pesetas. El 16,7% de los hogares españoles pueden considerarse como pobres (ídem, pág 356). Conviene señalar que el perfil de las prestaciones asistenciales se corresponden con mujeres, mayores, de rentas muy bajas, de zonas rurales o marginales y con cargas familiares. No podemos olvidar que en ocasiones comportan una connotación despectiva socialmente aso­ ciada a la caridad, que influye en la perceptora, creándole un senti­ miento de degradación moral. Es previsible que ante todo esto las situaciones de extrema pobre­ za se vean acrecentadas, lo mismo que los abusos derivados de la vio­ lencia doméstica o civil (piénsese en Bosnia, centro y norte de Afri-

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ca). La gestión de la desigualdad no ha evitado la emergencia de otras nuevas desigualdades ni la exclusión social, confirmando el aumento de la pobreza en las mujeres bajo el Estado de Bienestar. Las desigualdades entre el Norte y el Sur, las diferencias cultu­ rales y el auge de los credos fundamentalistas, han colocado a las mujeres de nuevo en el ámbito íntimo así como en la radical subor­ dinación.

EDUCACION El mundo occidental ha mostrado que el gran motor del desarro­ llo para potenciar la igualdad y el acceso al ámbito público es la edu­ cación. Existen diferentes ritmos según países y bandas de edad, sien­ do la cuestión actualmente la de educación para el futuro, en el sen­ tido de lograr las destrezas necesarias para acceder al trabajo en las nuevas tecnologías. Recientes estudios en la materia muestran que son las mujeres las que en todos los niveles del proceso educativo obtienen puntuacio­ nes académicas superiores y evidencian mejores actitudes que los hombres. El crecimiento del sector público de la enseñanza no ha evitado que la percepción que de la privada se tiene siga atrayendo al 35% de los alumnos en los niveles básicos. De esta cifra más del 51% son mujeres. La formación profesional es el nivel que presenta mayor creci­ miento últimamente. Las causas pueden estar entre otras en la varie­ dad de formación y titulaciones existentes en otros países, que se es­ tán implantando en España en este sector educativo. Son las ramas administrativa, sanitaria, peluquería y estética — sobre todo en cen­ tros de enseñanza privados— las que especialmente se dirigen a las mujeres. En los países avanzados la participación de la mujer en la educa­ ción supera el 50%, mostrando preferencias por la enseñanza acadé­ mica sobre la profesional. En España «las mujeres estudiantes se cen^ tran en el estudio como primera aspiración (...); los varones deciden tra-

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bajaVy intentando compartir estudio y actividad en el mercado de traba­ jo» (4). Si bien se da una mayor presencia femenina entre el alumnado, no es tanto así entre el profesorado. Observamos que en los niveles básico y medio la presencia de las mujeres es alta, reduciéndose pro­ gresivamente en los de la enseñanza universitaria. Del total de los profesores en los niveles inferiores el 62,5% son mujeres. Es, pues, una profesión feminizada que ofrece perspectivas de futuro y especialización, si bien hay que luchar porque las carreras feminizadas y la profesión en sí no pierda valor en el mercado de trabajo. Siendo una actividad feminizada ocurre en ella lo mismo que en la sanitaria. El acceso a las posiciones de poder y decisión es más fácil para los hombres que para las mujeres. Es en los niveles más bajos donde los porcentajes de mujeres en puestos de toma de decisiones son más elevados descendiendo según se sube en la escala, siendo los de profesoras titulares de universidad y de catedráticas los más reducidos. La distribución en la categoría académica de las universidades pa­ rece reproducir esta situación puesto que las profesoras catedráticas y agregadas ocupan el 4,4% y las ayudantas lo hacen con un 14,6%, frente al 15,5% de varones catedráticos y agregados y 6,5% ayudan­ tes. Así lo advierten Almarcha y otros: «El sistema sigue siendo méritocrático y desigual (...) la barrera de cristal no permite a las mujeres llegar más allá de la categoría de titulan si no es a costa de un gran sacrificio fam iliar y personal» (REIS, op. cit.y pág. 135). EMPLEO, TRABAJO Y PARO Cuando refiriéndonos a la mujer hablamos de trabajo, hay que distinguir que si bien el concepto se asimila al de empleo son cosas diferentes, ya que las mujeres, aunque no hayan tenido nunca un em-

(4) A l m a r c h a , G o n z á l e z R o d r íg u e z y G o n z á l e z , Jorge: «Cambio y desigualdad en el profesorado universitario», en REIS, Centro de Investigaciones Sociológicas, abril-ju­ nio de 1994, núm. 66, pág. 120.

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^0 pleo, un trabajo remunerado, también trabajan y producen una ri­ queza en servicios en el hogar que no se contabiliza ni se tiene en cuenta como generadora de derechos. En los años 60 la incorporación de las mujeres al trabajo extrado­ méstico se producía tras el alumbramiento del primer hijo. En la ac­ tualidad se realiza al acabar los estudios, retrasando con ello la mater­ nidad hasta la consolidación de una situación laboral estable, renun­ ciando en muchas ocasiones a ser madre. Al analizar la evolución de la tasa de asalariadas se observa que las mujeres superan ligeramente a los hombres, ocurriendo todo lo con­ trario en las empresarias. En las cotizaciones de empleo irregular (que disminuye las aportaciones a la Seguridad Social) «el colectivo femeni­ no representa el 33,8% del total de ocupados y el 54,1 % del total de tra­ bajadores irregulares». La mayor dedicación de la mujer a las respon­ sabilidades familiares parecen impulsarla hacia la ocupación en estos trabajos. Del mismo modo, cuando hablamos de negocios familiares, mientras que la aportación sin remuneración a cambio por parte de los varones alcanza el 4,6% de la población ocupada, la de las mujeres llega al 8,5% {ídem, pág. 330). ¿En qué medida afecta a la mujer el desempleo? Las últimas ten­ dencias muestran un acortamiento de la vida ocupada por la fluctua­ ción entre espacios de empleo/desempleo, que puede cifrarse en unos quince años, entre 1966 y 1991 {ídem, pág. 320). Se aprecia un auge creciente de las tasas de actividad en todas las edades. Dichas tasas, que miden la rotación entre ocupación y paro, son superiores a las de ocupación caracterizadas por la contratación tem­ poral y parcial. Durante los años 60 la tasa de empleo femenino alcanzó el 44%, descendiendo al 32% en 1974; a fines de los 70 la proporción se mantuvo en 1/3 y bajó al 23% en 1990 {ídem, pág. 322). El paro se ha incrementado en los últimos cinco años en 10 pun­ tos entre las mujeres separadas y divorciadas, que fácilmente se con­ vierten en eternas desempleadas sin derecho a subsidio. Esto ha pro­ ducido que la situación en hogares monoparentales sea crítica. De la misma manera los trabajos en sábados, domingos, horarios nocturnos o en el propio domicilio, se han aumentado, con la consiguiente re­ ducción de relaciones sociales y aislamiento para la mujer.

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Pese a todo, y precisamente porque las tendencias muestran pers­ pectivas poco buenas para las mujeres, las acciones positivas deben te­ nerse claras.

FAMILIA La transformación del modelo clásico de familia y la disminución de las tasas de natalidad han sido elementos dominantes en los últi­ mos tiempos. Hemos asistido a la ruptura de su modelo tradicional y a la génesis de nuevos tipos de familia y relaciones entre sus miem­ bros: familias nucleares, monoparentales, o sin vínculos de sangre y/o legales; con diferentes padres/madres, tras divorcios o separaciones; y extensas, con más de una cabeza en el mismo hogar, sin que las unan lazos de parentesco. Más del 80% de las familias monoparentales están a cargo de mujeres, que encuentran múltiples trabas a la hora de desempeñar su trabajo fuera del hogar, viéndose obligadas a compatibilizarlo con un difícil cuidado de los hijos. El futuro es percibido como incierto, tendiendo hacia la flexibili­ dad e imposición de formas de familia no tradicionales. En cualquier caso, ningún modelo aparece como dominante. Las relaciones de parentesco y convivencia se han transformado presentándose en muchos casos situaciones de gran vulnerabilidad material y afectiva, así como cambios en los valores, que han hecho que se pase en pocos años del síndrome del «nido vacio» al síndrome de «Peter Pan». La presencia de ancianos en las familias extensas en las que hay mujeres es mayor, si se las compara con aquellas en las que no las hay. Partiendo del hecho de que los recursos sociales son insuficientes, son las redes familiares (hermanas, abuelas, tías) las que con su solidari­ dad resuelven en muchas ocasiones los problemas. Sin embargo, esta situación conlleva el desplazamiento del cuidado de los propios hijos hacia otras mujeres. La edad, el género y la condición económica intervienen significa­ tivamente. El 63% de los hogares unipersonales lo conforman mayores de 65 años, siendo el 44% de ellos ocupados por mujeres. Las crisis

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económicas y el desempleo impiden la emancipación de los jóvenes, encontrándose con que el 40% de los hogares ayudan a los hijos en edad de independencia. Como consecuencia éstos retrasan la edad del matrimonio o de formar su propia familia hasta después de los treinta años: sólo uno de cada cinco menores de treinta años es autónomo. No obstante, ya se aprecia una clara tendencia hacia la recupera­ ción de la familia en cuestiones de ayuda social y personal, perspecti­ va que requiere del necesario apoyo. No es aceptable ni técnica ni éti­ camente depositar en la familia un exceso de cuidados que desequili­ bren y enerven a las mujeres sin dotarlas de soportes públicos o privados suficientes. En tres de cada cuatro familias las tareas domésticas las realiza mayoritariamente la mujer trabaje o no fuera de casa. Ante este hecho se impone la necesidad de diseñar políticas educativas sobre el reparto de la responsabilidad entre toda la familia. El trabajo doméstico sigue entendiéndose como algo asimétrico, de «ayuda» y no de «correspori' sahilidad»y funcionando el igualitarismo más en el plano del discurso que en el de la realidad. En este sentido, extremadamente delicado es el mensaje centrado en el supuesto perjuicio para el hijo en el primer año de vida si la ma­ dre trabaja fuera de casa. Según datos del estudio FOESSA, el 55% de los entrevistados lo considera negativo, opinión que en forma similar se da en países como Irlanda, Escocia, Inglaterra y el BENELUX. Debemos ser cautelosos ante mensajes que asocian población con recursos, pues legitiman en el Tercer Mundo políticas de esteriliza­ ción que en muchas culturas significa la muerte social e incluso bio­ lógica de la mujer que no tiene hijos, por carecer de quienes la cui­ den, alimenten y garanticen su existencia como anciana. PARTICIPACION POLITICA Y CIUDADANIA La sociedad española, sin apenas haberse adaptado a su nueva si­ tuación democrática, ha vivido y vive aceleradamente los cambios in­ ternacionales de competitividad económica y crisis del Estado de Bie­ nestar. Desde hace quince años «la opinión pública ha crecido como institución democrática» {ídem^ pág. 179), capaz de asimilar informa-

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ción y tras una segunda lectura tomar decisiones racionales en fun­ ción de la misma. Hoy, los datos reflejan una democracia consolidada y altos índi­ ces de participación electoral en los que la clase social y la edad mues­ tran diferencias mayores que las que se dan por género. La presencia femenina en partidos políticos, asociaciones civiles y organizaciones va en aumento. Su historia, a partir de las Aso­ ciaciones de Madres de Alumnos y de Vecinos, ha ido encontrando nichos diferentes en las de Mujeres, Empresariales, Culturales y De­ portivas, de Ayuda Mutua, Colegios Profesionales, Ecologistas, Vo­ luntariado Social y sobre todo en las O N G ’s {idem, pág. 131). Este asociacionismo activo evidencia un mayor interés por lo público en la sociedad civil, recuperándose espacios de actuación que el Estado in­ tervencionista tenía copados. Los movimientos sociales son movimientos feminizados en los que la eterna solidaridad (piénsese en las monjas), está adquiriendo nuevas formas y rápido desarrollo, extendiéndose a ámbitos descono­ cidos en Europa, por ejemplo, el militar. El movimiento antimilitarista «mujeres de negro» ha sido uno de los más relevantes. Su punto de partida está en la guerra de la ex Yu­ goslavia y su defensa de la mujer — víctima por excelencia de la mis­ ma— ha significado un avance en la integración de la mujer en la toma de decisiones para la resolución de los conflictos armados. Estos movimientos sociales parecen surgir en los últimos tiempos separados aparentemente de los partidos políticos. La sociedad civil se moviliza para responder a necesidades e inquietudes concretas hacien­ do frente a las tendencias individualistas y hedonistas de la moderna sociedad de consumo. Gon todo lo más difícil es el acceso a los puestos de poder y de­ cisión, en los que la presencia de la mujer, pese a su fuerte incremen­ to en los últimos años, es aún baja. ¿QUE PODRIA PASAR EN LOS PROXIMOS DIEZ AÑOS? El horizonte debe ser trascender aspectos ideológicos y culturales en beneficio de una unidad de género: luchar contra la idea de mujer

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44 como todo soluble y acercarnos día a día a la de persona que ejercita sus derechos y deberes. Asociar salud con recursos sanitarios no es la mejor forma de eva­ luar su nivel. Otros conceptos como el de salud integral (nutrición, higiene, cuidados preventivos, salud física y mental y respeto al pro­ pio cuerpo evitando mutilaciones impuestas por mandatos culturales) o el de prevención y educación sanitaria, son los que con todas las cautelas podrían manejarse en el futuro. Depositar en la mujer — con todas las precauciones y repartiendo responsabilidades a fin de evitar una excesiva carga moral— la cuali­ dad de «AGENTE DE SALUD INTEGRAL», significará devolver a las manos de todas un campo que a lo largo de los dos últimos siglos el auge e institucionalización de los expertos ha ido arrebatándoles. Es importante implantar programas educativos que acentúen el dis­ curso del reparto de responsabilidades. Aprovechar todos los recursos de poder y decisión que un sector feminizado proporciona conducirá al logro de una mayor calidad de vida. Se hace imprescindible educar para la salud y evitar la pauperiza­ ción creando espectativas optimistas pero posibilistas, reduciendo ni­ veles de estrés mediante condiciones medioambientales más favora­ bles, fomentando el ejercicio físico, llevando una dieta sana y conso­ lidando relaciones más humanas y solidarias. El reto es lograr un concepto diferente de salud que dependa menos del sistema sanitario. Debe ser en la coeducación — mismos espacios y contenidos para hombres y mujeres y discurso ajustado a la realidad y no paralelo a ésta— , así como en la preparación tecnológica y de post-grado, en donde la mujer encuentre la plataforma de impulso. Hoy muchos cursos de las enseñanzas no regladas en post-grado van destinados a los varones, quienes con preparación especializada y menores trabas socioculturales acceden a los mejores puestos de trabajo. Ampliar estudios en nuevas tecnologías — informática, comuni­ caciones, fototécnica, telemática— para ocupar posiciones de deci­ sión en el sector servicios, en el que la presencia femenina es mejor aceptada culturalmente hablando, debe ser la meta. Es previsible que en los próximos años se produzca el abandono de los niveles superiores de la educación por parte de las mujeres.

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como consecuencia de la llamada a ejercer responsabilidades de apoyo y auxilio a la familia — asignadas histórica y culturalmente— debido a la crisis económica y del Estado de Bienestar. En este sentido es fundamental no perder de vista que asumirlas nuevamente sin dejar las oportunidades, puede tener un punto de en­ garce en las redes de mujeres (asociaciones y organizaciones en dife­ rentes campos de actividad conectados entre sí). Es preciso mantener y mejorar niveles educativos e ir cediendo generacionalmente posiciones en beneficio de una política de género: esto es una llamada a la solidaridad entre las mujeres. No podemos olvidarnos de aquellas que tienen niveles de ingresos más bajos (discapacitadas, mujeres rurales, inmigrantes, otras etnias con características culturales diferenciado ras), que requieren políticas educativas y formativas específicas, que habrán de elaborarse teniendo en cuenta esas diferencias. Se hace imprescindible luchar contra el fracaso escolar y la atrac­ ción de la familia hacia las tareas domésticas. Hay que implementar salidas profesionales junto con los programas de educación compen­ satoria. Para ello se hace necesario crear centros de orientación y educa­ ción hacia el empleo tanto en los institutos como en las universida­ des, para que las nuevas tituladas consigan ese primer empleo. La ac' ción positiva en dicho sentido por parte de las empresarias debe ser un hecho y orientarse hacia el mantenimiento de lo obtenido y la autosuperación tanto como la inducción de valores de autonomía intelec­ tual y económica. La fam ilia sigue siendo medio de transmisión de valores así como espacio de dominio de las mujeres. El papel que adoptemos será fun­ damental para la formación de futuras generaciones, a fin de que los logros alcanzados se incrementen sin perder lo mejor de la nueva si­ tuación que se prevé: la gran solidaridad y provisión que muestra. Tras cualquier período expansivo, las épocas de restricción se vi­ ven de forma más ¿olorosa, pero lo que la Historia parece demostrar es que siempre quedan estructuras mentales y usos sociales difíciles de cambiar. Las transformaciones más importantes a las que nos enfren­ tamos son la redefinición de roles y valores junto con la redistribu-

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ción de tareas domésticas, cosa que está siendo lenta y desigual según edades, posiciones geográficas y el hecho de que la mujer trabaje o no fuera de casa. Queda pendiente el cambio e implantación de nuevos roles que hagan real la corresponsabilidad en el reparto de tareas domésticas bajo la idea de que cada uno es responsable de sí mismo. El movimiento asociativo y la creación de redes de mujeres (plan de choque contra muchas de las deficiencias que los cambios en las formas del Estado de Bienestar produce) pueden ser y se muestran como una vía para la solución de los problemas y la consecución de nuevas cotas de participación en la vida pública y el poder. La emergencia de este fuerte movimiento se convierte en marco para las relaciones internacionales y plataforma de enseñanza para las mujeres de otras culturas, así como freno a las tendencias excluyentes que se perfilan.

ESCENARIOS DE FUTURO A la vista de las situaciones planteadas se nos impone la tarea de crear — con todas las cautelas y sabiendo que la reflexividad social hace de las predicciones modelos modificados y en numerosas ocasio­ nes falseados— escenarios en los que las soluciones a lo por venir puedan servir como herramientas de trabajo para la mujer. Para ello, es preciso afrontar nuevos modelos de análisis que deberán surgir del estudio de las nuevas condiciones sociales. Demografía. La atención a los aspectos demográficos aparece como variable determinante en lo que respecta a la economía, educa­ ción, sanidad, solidaridad y mercado de trabajo. El fenómeno de la inmigración hace de España, de Europa, la tierra prometida para mu­ chas mujeres desfavorecidas. Ante esto y dentro del marco de los acuerdos de Schengen (1-3­ 94 entre Benelux, Francia, Alemania, Italia y España), es vital la ges­ tión eficaz de los flujos y una política global de extranjería en la que la situación de la mujer se contemple de forma específica median­ te un programa de acción positiva coordinada, que se ajuste a los

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puntos de igualdad, desarrollo y paz establecidos en la Conferencia de Pekín. El progresivo envejecimiento de la población impone un cambio de valores que permita la renovación generacional con jóvenes de otras etnias y culturas. Romper tabúes y superar las desigualdades creadas por la modernización pasa por la aceptación de la otra como diferente pero igual. Salud. La situación de riesgo ante la enfermedad, que la anciani­ dad hacia la que volamos representa y que claramente parece asociarse con la pobreza, requiere un serio análisis y la adopción de medidas sobre la base de conceptos que reduzcan el viejo modelo médico far­ macéutico de bisturí y sutura. Es enormemente importante potenciar la disminución de las des­ igualdades en materia de asistencia y protección social entre CC.AA. En esta tarea la presencia de mujeres en los órganos de decisión polí­ tica debe ser una oportunidad de oro. Educación y trabajo. El proceso de reconversión de la economía sigue haciendo posible la incorporación de la mujer al mercado labo­ ral. Nos encontramos en una estructura de rápida especialización aus­ piciada por la tecnología avanzada que propicia el desplazamiento ha­ cia los márgenes de población rural, jubilados y mujeres. El nicho desde el que potenciar a la mujer se encuentra en las ca­ pas profesionales y técnicas, en donde la cualificación es fundamen­ tal. El sector servicios y mayores cotas de educación y formación es­ pecializada son la plataforma hacia el polo positivo en la dualización social. En este sentido la construcción de imágenes de características asociadas a las mujeres adscribiéndolas a posiciones concretas en di­ cho sector puede funcionar como impulso. Para ello se hace indispensable la creación de Centros de orienta­ ción y atención a los estudios y nuevas profesiones con el fin de paliar y superar las tendencias contrarias. Es necesario cambiar las dinámi­ cas sociales aprovechando al emergente empresariado femenino en beneficio del empleo femenino. Cualquier medio, desde la máxima educación dirigida y orienta­ da al trabajo remunerado en las nuevas tecnologías hasta la mínima posibilidad de poseer un trabajo ajeno al doméstico familiar, tienen

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una enorme importancia cualitativa en tanto que proporcionan re­ cursos económicos y otros verbales y simbólicos con los que enfren­ tarse a la desigualdad. Familia y participación. La familia va a ser sin duda el principal escenario, en él se van a representar muchas de las nuevas situaciones. Se presenta como un marco en el que una actitud inteligente puede hacer de la necesidad virtud y recuperar, y aún ensayar, viejas y nue­ vas recetas estratégicas de poder y control por medio de las relaciones de género. En el discurso tecnocrático que nos rodea, en el que a cada indi­ viduo se le asigna un yo proteico, la tarea pendiente para la mujer es la de conseguir que su yo de derechos efectivos sea integrado en el plano de la acción. Este puede ser el reto para los próximos diez años. Un marco puede ser ese intenso y expansivo movimiento político y asociativo, civil, que se muestra como instrumento para incremen­ tar la presencia y actuación de la mujer en los órganos de decisión y poder. El concepto de democracia paritaria (40-60) y los compromisos adoptados por los Gobiernos e Instituciones en la Conferencia de Pe­ kín, deben servirnos de guía para avanzar en el proceso de creación de condiciones para el acceso a la igualdad de oportunidades para todas las mujeres. Tengamos claro que, sin esas condiciones, la igualdad de oportunidades seguirá siendo un concepto vacío.

BIBLIOGRAFIA M.: VInforme sociológico sobre la situación social en España. Sociedad para todos en el año 2000. Sintesis. Fundación FOESSA, 1993. M in ist e r io d e A su n t o s S o c ia le s . I n s t it u t o d e la M u je r : Conferencia de la U.E. preparatoria de la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres, núm. 17. — Las mujeres y el poder político, núm. 16. — II Plan para la igualdad de oportunidades de las mujeres 1993-1995. — Las españolas en el umbral del siglo XXI, núm. 16.

J u á rez ,

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M ujer y democracia en España: Evolución jurídica y realidad social Esperanza Bautista Parejo Abogada

Democracia y derechos humanos suelen ser coincidentes, por eso, hablar de la evolución de la situación jurídica de la mujer equivale a recordar el largo camino recorrido en la conquista de sus derechos y el proceso que se ha seguido hasta verlos recogidos en los diferentes textos legales. La memoria histórica es algo que nos ayuda a evitar la repetición de nuestros errores. De ahí que recordemos, en primer lugar una visión de la situación jurídica de la mujer en un tiempo aún cercano, pero que aparece a nuestros ojos perdido en la noche de los tiempos porque, ante los logros adquiridos en la lucha de la mujer por la igualdad y la dignidad, se nos puede olvidar que, cuando el talante democrático de los legisladores y demás miembros de la sociedad no acompaña a los principios legales, surgen reacciones en contra del avance de la mujer que restarán efectividad al ejercicio de sus derechos en la sociedad. 1.

A N TECED EN TES

A pesar de los cambios sociales que comenzaron a surgir a finales del siglo pasado, y a pesar de la lucha por los derechos de la mujer de insignes juristas como Concepción A r e n a l , políticas como Clara C a m p o a m o r , o escritoras como Emilia PARDO B a z a n , en España, las mujeres hemos tenido que esperar mucho, casi hasta la llegada de la democracia, para ver recogidos plenamente nuestros derechos en la Ley. Esta lucha se concreta en cuatro campos especialmente significa­ tivos: el derecho a la educación; los derechos políticos, profesionales y laborales; los derechos dentro de la institución familiar y los dere­ chos en el ámbito del orden penal.

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Recordar el contexto socio-jurídico en que se enmarca la lucha de estas mujeres, y la de otras muchas, puede ayudar a comprender algu­ nas de las «razones» legales de ese complejo de inferioridad de la mu­ jer de que hablaba Emilia PARDO B a z a n . La legislación del sistema político liberal mantenía una continuidad básica con la Novísima Re­ copilación y, aun inspirándose en la Revolución Francesa, no mejora­ ba las relaciones asimétricas que en el antiguo Régimen discrimina­ ban a la mujer. La normativa que se inspira en el Código napoleónico dio lugar a situaciones restrictivas para las mujeres. Además de cons­ tituir una situación de hecho, las diferencias de género en la sociedad se vieron entonces reforzadas por la ley. El derecho a la educación La preocupación de Concepción A r e n a l por la educación de to­ dos los miembros de la sociedad, y en concreto por la de la mujer, es uno de los ejes principales de su pensamiento. En el informe que pre­ sentó al Congreso Pedagógico de 1892, decía: «... Lo primero que ne­ cesita la mujer es afirmar su personalidad, independiente de su estado, y persuadirse de que soltera, casada o viuda, tiene deberes que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie, un trabajo que realizar, e idea de que la vida es una cosa seria y grave... Dadme una mujer que tenga esas condiciones y os daré una buena esposa y una buena madre, que no lo será sin ellas. Y si permanece soltera, pue­ de ser muy útil, mucho, a la sociedad, harto necesitada de personas que contribuyan a mejorarla, aunque no contribuyan a la conservación de la especie» (1). Para ella, la idea fundamental en torno a la que gira el cambio social estaba en la soberanía personal y creía que la revolu­ ción que estaba por hacerse había de tener lugar en las conciencias. Por eso es importante la instrucción y la moralización (2), y tenía muy cla­ ro que uno de los medios de dignificar a la mujer consistía en su edu­ cación, que debía elevarse y extenderse, pues «si la educación es un me(1) Emilia Pa r d o B a za N: «La educación del hombre y de la mujer. Sus relaciones y diferencias». Memoria leída en el Congreso Pedagógico de 1892, La mujer española y otros artículos feministas. Selección y prólogo de Leda Scniavo, Real Academia Gallega, Editora Nacional, Madrid. (2) C o n c ep c ió n A renal d en u n cia que el pro greso m aterial y el m oral no crecen en lam ism a p ro po rció n . C . ARENAL; «C artas a un obrero». Obras Completas, to m o VII, 1995-

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dio de perfeccionar moral y socialmente al educando; si contribuye a que cumpla mejor su deber, tenga más dignidad y sea más benévolo; si procura fortalecer cualidades esenciales, generales siempre, aplicables cualquiera que sea la condición y circunstancias de la persona que for­ ma y dignifica; y si la mujer tiene deberes que cumplir, derechos que reclamar, benevolencia que ejercer, nos parece que entre su educación y la del hombre no debe haber diferencias» (3). Aunque hoy día nos pueden parecer insuficientes algunos de los derechos reclamados por Concepción AREN AL para terminar con la discriminación de la mujer, también es cierto que hizo mucho a favor de su liberación y de la igualdad de oportunidades educativas y, en muchas ocasiones, se adelantó a su época, sin caer en tópicos y pre­ juicios. Por ello, se la puede considerar como una de las primeras y más grandes defensoras de los derechos de la mujer porque, si bien su pensamiento se contextualiza en las preocupaciones y los condiciona­ mientos propios del siglo XIX, lo cierto es que por lo universal de mu­ chos de sus planteamientos, siempre se pueden encontrar rasgos sugerentes para nuestras preocupaciones actuales. Y también es cierto que su huella se dejó sentir muy pronto en esa nueva mentalidad, surgida a principios de nuestro siglo, sobre la igualdad de los sexos y de sus derechos a participar en el desarrollo de la sociedad. Instituciones como la Institución Libre de Enseñanza o la Institución Teresiana plasman la inquietud intelectual por la educación y la formación per­ sonal, cultural y profesional de la mujer. El derecho jurídico de la mujer a participar en todos los niveles de la enseñanza no se reconoció hasta el Real Decreto de 5 de marzo de 1910. Por primera vez la escolarización de las niñas estuvo respal­ dada por la legislación. Sin embargo, la enseñanza se enfoca más como una preparación para sus futuras responsabilidades familiares, más como un período de espera antes de casarse, que como un reco(3) En el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, núm. 37, de 31 de octubre de 1892, podemos leer lo que decía C. Arenal sobre la educación: «Si la educación no debe prescindir de la inteligencia, no se dirige exclusivamente a ella, sino a todas las facultades que constituyen el orden moral y social, a los impulsos perturbadores para contenerlos, a los armónicos para fortificarlos, a la conciencia para el cumplimiento del deber, a la dig­ nidad para reclamar el derecho, a la bondad para que no se apure contra los desventura­ dos. La educación procura fortalecer el carácter, hacer del sujeto una persona con cualida­ des esenciales generales, de que de no podrá prescindir nunca y necesitará siempre si ha de ser como debe.»

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nocimiento oficial de sus estudios y de su preparación para ocupar un puesto de responsabilidad en el desarrollo de la sociedad. Al finalizar el siglo XIX no llegaban al 10% las mujeres que sa­ bían leer y escribir. En los primeros años del siglo XX, niños y niñas comienzan a estar juntos en las aulas, pero las actividades son diferen­ tes en función del sexo. Las familias van comprendiendo la necesidad de la alfabetización de las niñas, pero los colegios de las niñas son dis­ tintos y la enseñanza que se imparte en el nivel primario es diferente. A las niñas se las prepara para ser buenas esposas, madres y amas de casa y se les enseña sobre todo religión y labores. Los centros de En­ señanza Secundaria ven aumentado el número de alumnas, pero el profesorado es masculino. María de M a e z t u introduce en el Institu­ to-Escuela la coeducación. Se dan los primeros pasos para abrir el mundo del trabajo a la mujer y aparecen estudios para ella en los cen­ tros de Formación profesional; en la Facultad de Medicina se comien­ zan a reconocer oficialmente los títulos de comadrona, enfermera y puericultora y surgen centros dedicados a la preparación de la mujer en otros campos y actividades. Son focos importantes de preparación laboral la Universidad Profesional de Acción Católica, la Escuela Central de Idiomas y el Real Conservatorio de Música y Declama­ ción, en los que se prepara para una dedicación pública. La labor do­ cente encuentra su ámbito oficial en la Escuela Normal Central y en la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio. Aumenta el número de alumnas en la Universidad y hacia 1920, Clara Campoamor funda la Asociación de la Juventud Universitaria Femenina. Pero si los objetivos de una política educativa por erradicar el analfabetismo habían comenzado a cumplirse, sin embargo en 1940 el 37% de las españolas era todavía analfabeta. La lucha por la liber­ tad y la igualdad de oportunidades tenía aún que esperar la llegada de tiempos mejores, quizá porque seguía sin tenerse en cuenta la situa­ ción de inferioridad en que se encontraba la mujer, tanto en ese pro­ ceso como en el social y cultural en general. Los Derechos Políticos, Profesionales y de Trabajo C la r a C a m p o a m o r d e sta có p o r su co n sta n te , a b n e g a d a y d e c id id a d e fe n sa d e lo s d e re ch o s d e la m u je r c o m o p e rso n a , d e su ig u a ld a d , d e

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su libertad y capacidad de participación. En 1925 comenzó a ejercer la profesión de abogado; como diputada al Parlamento fue muy im­ portante su participación en el debate parlamentario sobre el tema de la concesión del voto a las mujeres. Sus argumentos en pro de la igualdad de derechos de hombres y mujeres, de la igualdad de opor­ tunidades laborales y educativas, parten del convencimiento de que la concesión del voto a las mujeres beneficia a la democracia y en su confianza en que el ejercicio del derecho político del sufragio supone un paso decisivo para la consideración y la participación social de la mujer. Este derecho al voto fue el único que permaneció cuando se implantó la Dictadura en España. El triunfo del liberalismo dio lugar a un sufragio censitario tan restringido que sólo abarcaba entre el 0,8% y el 4,5% de la pobla­ ción. La inmensa mayoría de los varones, además de la totalidad de las mujeres, quedaba fuera de la participación política. El sexenio li­ beral implantó el sufragio universal, pero exclusivamente para los hombres, y la Restauración retrocedió a la situación anterior al «68». En 1890, mientras el derecho a voto se extiende a los hombres de to­ das las clases sociales (4), aparece la exclusión del sufragio por razón del género. De esta manera, en tanto que la sociedad de clases es definida como igualitaria jurídicamente, mujeres y hombres están en cambio considerados en las leyes de modo claramente desigual: hay derechos que se niegan a todas las mujeres por el simple hecho de serlo. Y el derecho al trabajo era uno de ellos. En este punto, surge una primera distinción que atañe directa­ mente a las mujeres: la del trabajo productivo, y por tanto remunera­ do, y el trabajo «doméstico» que, a priori, queda siempre clasifica­ do como no productivo. Un campesino bretón, al recordar la jornada de su madre a finales del siglo XIX, nos pinta el siguiente panorama: «... después de levantarse, se ocupaba de los animales: preparar las so­ bras para el cerdo, ordeñar la vaca. Daba de comer a los niños, los en­ viaba a la escuela, trabajaba en un pequeño retazo de encaje y regre(4) Gloria N ielfa C ristóbal: «El Nuevo Orden liberal», en Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinner (1992): Historia de las mujeres: una historia propia, apéndice «Historia de las mujeres en España», 2 vols., Crítica, Barcelona, pág. 620. Para una visión de conjunto del siglo XIX, ver págs. 617-634

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saba andando media legua hasta donde había llevado a pastar la vaca. Algunas tareas domésticas, algunas ropas que lavar y las ocupaciones del día continuaban: tener la comida al medio día preparada, hacer ganchillo mientras volvía al campo, trabajar la tierra con todas las fuerzas que pudiera reunir, volver tirando de la cuerda de la vaca, con la espalda cargada de heno, o una pesada cesta en la mano; encontrar a los niños en casa, conseguir que se portasen bien e hiciesen los de­ beres, remendar la ropa rota, rabiar y enojarse o reír abiertamente, se­ gún las circunstancias; engordar al cerdo, ordeñar la vaca por segunda vez, cocinar las gachas o las patatas, meter a todos los crios en la cama, poner orden, volver a su ganchillo o a su costura... esperar al padre y no meterse en la cama hasta que él no lo hiciera» (5). Esta es­ cena muestra cómo en el mundo rural se da a la vez este espacio de trabajo y ocio en el que, como recuerda Gloria NiELFA, no se da la se­ paración entre lugar y horario, entre trabajo y vida, algo bien conoci­ do por al ama de casa de cualquier medio y época histórica. Pero esto muestra también hasta qué punto le resulta difícil a la sociedad dis­ cernir en el trabajo de las mujeres lo que se considera trabajo «pro­ ductivo» y «doméstico». La oportunidades laborales consistían principalmente en el servi­ cio doméstico, seguida de la artesanía, la confección y, cómo no, la prostitución. Pero incluso en el trabajo productivo, la desproporción salarial en la mano de obra femenina ha estado siempre presente (6). Esta situación estaba aceptaba por la sociedad y por las propias muje­ res como algo que pertenecía al orden natural. En el Congreso Peda­ gógico de 1892, ante la afirmación de algunas congresistas acerca de la admisión de la mujer en todas las profesiones, Ana María SOLO DE Z a l d iv a r , que llega a decir que no creía que eso «pueda ser ni hoy ni mañana practicable en España», opone el siguiente argumento: «Opi­ no que es de todo punto impracticable que la mujer española, cual­ quiera que sea su estado y condiciones, pueda ejercer estas profesio­ nes — Medicina y Derecho— , pues le es difícil acusar a un delin­ cuente, ponerse en relaciones directas con un criminal en las cárceles, y mucho más pedir la cabeza de un reo o firmar una sentencia de (5) Historia de las mujeres. Una historia propia, vol. I. (6) Madoz recoge en una estadística de 1841 sobre la industria catalana algodonera que a los hombres les correspondía el 65,5% del salario total, mientras que a igual núme­ ro de mujeres les correspondía el 20,7%.

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muerte.» Admite la posibilidad de la docencia en el nivel primario y escuelas normales de Magisterio, pero rechaza el que pueda desempe­ ñar la docencia en la enseñanza media y en la universidad, «por no re­ conocer en la mujer cualidades bien apropiadas de carácter que lleven a poder dirigir un aula de hombres o de jóvenes» (7). Con la Dictadura, la mujer fue perdiendo los pocos derechos que había adquirido y se ignoró la igualdad jurídica de los sexos recogida en la Constitución republicana. El Fuero del Trabajo, en un falso afán de proteccionismo paternalista — «se liberaría a la mujer del ta­ ller y de la fábrica»— , eliminó en la práctica a la mujer casada del mundo laboral; se prohibió a la mujer ser notario, registrador de la propiedad, diplomático, funcionaria del Ministerio de la Goberna­ ción, etc., e incluso en los casos en que podía trabajar, necesitaba de la autorización del marido, quien, además, podía llegar a pedir para él el derecho a cobrar el salario de su mujer. El Derecho de Familia El Derecho de Familia es el que mayores resistencias ofrece a la hora de eliminar discriminaciones por razón de sexo. Las reformas anteriores a nuestra época no hicieron otra cosa que consolidar una situación de eterna minoría de edad de la mujer, especialmente de la casada, por ello es bueno recordar también algunos «pormenores» de su situación jurídica y de la reducción drástica de la personalidad de la mujer casada que se daba en la legislación civil (y que también se daban en el Derecho Canónico), tal y como se contemplaba en el Código Civil de 1889, un texto que mantuvo su vigencia durante casi un siglo, hasta las reformas de los años 1958, 1975 y 1981. En realidad, hasta la promulgación de la Ley 1/1981, de 13 de mayo, por la que se modifica el Título III del Código Civil, referente al Régi­ men Económico Matrimonial, no se llegaron a eliminar por el legis­ lador todas las diversas clases de discriminación por razón de sexo existentes dentro del matrimonio. En el Código de 1889, la situación de la mujer dentro del matrimonio nos recuerda más a una ideología (7) Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano. Reunido en M adrid en el mes de octubre de 1892, Librería de la Viuda de Hernando y Cía., Madrid.

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propia de la época del antiguo Derecho gentilicio de Roma y del po­ der ilimitado del «paterfamilias», ya en desuso en el siglo II de nuestra era, que a la propia de una sociedad en la que las corrientes de opi­ nión sobre la emancipación de la mujer estaban ya presentes, y que sin embargo el legislador ignoró totalmente. En este texto legal, el marido está protegido y custodiado al má­ ximo por la Ley, un ser tratado con exquisito cuidado y condescen­ dencia. El hecho de ser representante legal de la esposa y administra­ dor de los bienes de la sociedad conyugal, unido a otras disposicio­ nes, otorgaba realmente al marido la oportunidad de vivir amplia­ mente de los bienes de su esposa, y para dignificar el expolio que su­ fría la mujer casada en nombre de la Ley, se le revestía con el manto del honor y de la autoridad. Desde el punto de vista económico, la mujer casada solamente podía administrar, pero siempre con controles, los bienes parafernales que no hubiese entregado al marido, y tenía prohibido, bajo pena de nulidad, adquirir u obligarse a título oneroso o lucrativo; necesitaba la licencia marital para enajenar, gravar o hipotecar sus bienes para­ fernales o dótales inestimados. Sin esta licencia, tampoco podía acep­ tar herencias. Al ser su marido su representante legal, tampoco podía comparecer en juicio por sí misma, ni mediante procurador, ni si­ quiera para defender sus intereses, sin la previa licencia marital. El marido era, además, el administrador y «propietario» de los bienes ga­ nanciales — aunque éstos fuesen ganados por la mujer— , ya que te­ nía facultades de disposición sobre los bienes muebles e inmuebles; era también el administrador de los bienes dótales, así como de los parafernales que la mujer le hubiese entregado en escritura pública. Estaba sometida a la tutoría del marido y obligada a obedecerle, a adoptar su nacionalidad y a seguirle a donde él fijase su residencia. No tenía patria potestad sobre sus hijos, que incluso podían ser dados en adopción por el padre sin que ella ni tan siquiera se enterase. Si enviudaba y se volvía a casar, perdía la patria potestad sobre los hijos del matrimonio anterior. En caso de separación, y como la casa conyugal era considerada como «la casa del marido», tenía que pasar por la humillación de ser «depositada», y se veía obligada a salir de la casa con la cama, la ropa de uso diario y los hijos menores de tres años. Dictada sentencia, el culpable perdía los hijos, pero la mujer perdía, además, la administra-

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don de los parafernales que hubiese entregado al marido en escritura pública, la restitución de la dote y la mitad de sus gananciales, que los conservaba el marido en administración como si fueran dótales. A ella no le quedaba más que el derecho a alimentos. No podía ser tutor ni protutor. Cuando la ley la llamaba, como en el caso de las abuelas, se exigía que se conservase viuda. Al derogarse la Ley del Divorcio con la Dictadura, entró de nuevo en vigor el Código de 1889 y la casa conyugal volvió a ser la «casa del marido». La mujer soltera estaba mejor tratada; gozaba de plena capacidad de obrar al alcanzar la mayoría de edad, no obstante, estaba sometida a ciertas limitaciones por razón dd sexo, destacando entre ellas la contenida en el artículo 321, que le prohibía dejar la casa del padre o de la madre, en cuya compañía vivía, sin su licencia, a no ser para to­ mar estado, o cuando ellos hubiesen contraído ulteriores nupcias. Tampoco podía ejercer la patria potestad sobre sus hijos naturales si el padre los había reconocido, ni ser tutor o protutor, salvo en los ca­ sos en que expresamente la llamaba la ley; ni testigo en testamento, salvo en casos de epidemia... El Derecho Penal Uno de los problemas que suele presentar la normativa penal es la forma de aplicar, e incluso la ausencia de aplicación de determina­ das normas legales. En el orden penal destaca la dureza con que siem­ pre fue tratada la mujer, precisamente por considerarla como garantía estabilizadora de la familia patriarcal y de la pureza de la descenden­ cia. En el fondo, todo gira en torno al honor y la honra; unas veces de la mujer, pues ella, para ser mujer, debe tener honor, es decir, ser honorable y honesta; otras del varón; sin embargo, el honor de la mujer era sólo aparentemente, pues siempre estaba en relación al ho­ nor del marido o del padre. En realidad, tal y como se han venido concibiendo determinados tipos legales, parece que lo que se está re­ flejando es la opinión masculina respecto de la mujer. A menudo se nos ha presentado a una mujer preocupada por su honor, pero la con­ cepción de ese honor es bastante sintomática y, en definitiva, sirve para oscurecer la situación de abandono de la mujer, su falta de apoyo personal y económico por parte de las instituciones y de sus familias. Se oscurece además el que si la mujer se preocupa por su honor es

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porque la sociedad distribuye el honor y la reputación de las mujeres según su conducta sexual: no es la mujer la que está “obsesionada” por su honor, sino que ella está reflejando la obsesión de la sociedad por distribuir y eliminar reputaciones. Dice el penalista Gimbernat: «... se protege al hombre en tanto en cuanto actúa defendiendo la es­ fera de su pretendido honor y no se tiene consideración alguna con el otro varón, que ha osado poner en entredicho (al deshonrar a la hija) el honor de un padre. La mujer asiste como testigo silencioso a todo este reparto de privilegios; su tragedia a nadie le interesa» (8). Los redactores del Código Penal de 1848, a diferencia, en este caso, de lo establecido en el Derecho Canónico, entendieron el adul­ terio como un delito cometido por una mujer casada, sin que existie­ ra el concepto de adulterio del marido respecto de su esposa. El deber de fidelidad conyugal impuesto a ambos cónyuges quedaba claramen­ te diferenciado a lo largo del siglo y buena parte del nuestro: sólo la infidelidad de la esposa era considerada como adulterio y castigada con dureza; la del esposo era amancebamiento y sólo se castigaba cuando tenía la manceba dentro de la casa conyugal o notoriamente fuera de ella. Más allá del principio, lo que se intentaba proteger, de nuevo bajo el manto de honor, era la certeza de la paternidad. El Código Penal de 1870 recogía en su texto la fórmula de la «venganza de la sangre», una facultad criminal concedida a los padres y maridos para matar a sus hijas y esposas y a los hombres que yacían con ellas. Los antecedentes de esta facultad se remontan al Derecho gentilicio romano, a la Lex lulia de adulteris coercendiy promulgada por el emperador Augusto, que introduce legalmente la pena por adulterio para la mujer casada, y a dos textos de Papiano, 1 de adult. Dig.y 48, 5.21 y Dig.y 48, 5.23, que muestran el derecho del paterfamilias de matar al cómplice del adulterio, e incluso también a su mis­ ma hija. A finales del siglo II, se volvió a admitir que el marido pu­ diese matar impunemente a su mujer y, a pesar de la influencia del cristianismo, el emperador Constantino instauró la pena de muerte para la mujer culpable de adulterio. En el siglo XIII, el Fuero Real, en su Ley 1.^, Título VII, Libro IV, otorgaba al marido y al padre el «privilegio» de «lavar su honra con sangre», por el cual podían matar (8) E. G im b e r n a t : «La mujer y el Código Penal español», en Estudios de Derecho Pe­ nal, Madrid, Tecnos, 1990, 3.^ ed.

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a su mujer, o a su hija soltera y al hombre que yacía con ellas, si eran sorprendidas en flagrante delito. En cambio, en las Siete Partidas (Partida VII, Título XVII, Ley XIII), el marido podía matar al adúl­ tero, pero no a la adúltera, cuyo castigo era de azotes y reclusión en un convento, del que podía salir a los dos años cuando el marido la perdonaba (9). Este raro privilegio de la «venganza de la sangre» fue reintroducido por la Dictadura y revisado en 1963, eliminándolo del Código Penal. 2.

LA LLEGADA DE LA DEMOCRACIA

Desde el punto de vista formal, podemos y debemos afirmar que la democracia le sienta bien a la mujer. Las reformas realizadas en nuestro ordenamiento jurídico a lo largo de la época democrática vienen a establecer una igualdad formal de las mujeres y los hom­ bres ante la ley. Pero se fue haciendo camino a través de las sucesivas reformas del Código Civil. La reforma de 1958 permitió a la mujer soltera ser testigo en testamentos. La casada pudo ser albacea, testi­ go en testamentos y pasar a ocupar cargos tutelares. Pero la licencia marital era condición previa. En caso de separación, se eliminaron las figuras del «depósito de la mujer» y de «la casa del marido» y la vivienda común pasó a ser considerada como el «hogar conyugal» y en él podía permanecer la mujer con los hijos mientras durase el procedimiento. Dictada la sentencia, la mujer tenía derecho al do­ minio y administración de la mitad de los bienes gananciales y a la totalidad de sus bienes propios. Pero no se establecía el derecho a alimentos. El adulterio pasó a ser la causa única de separación para el hombre y la mujer. La viuda pudo conservar la patria potestad so­ bre los hijos a pesar de contraer nuevas nupcias. Pero la reforma más importante y que mayores conflictos provocó fue la de recortar la facultad de disposición que tenía el marido sobre los bienes ganan­ ciales, pues, ciertamente, con esta reforma el poder absoluto del ma­ rido se minaba, y con ello, se atacaba la base de la familia patriarcal. Para enajenar y obligar a título oneroso bienes inmuebles o estable­ cimientos mercantiles de la sociedad de gananciales, se comenzaba a (9) María T e l O: «La evolución de los derechos de la mujer en España», La mujer es­ pañola: de la tradición a la modernidad (1960-1980), Ed. Tecnos, Madrid, 1986.

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60 exigir el consentimiento de la esposa, y en su defecto, la autoriza­ ción judicial. Sin embargo, la figura del marido como cabeza de familia y la ne­ cesidad de la licencia marital no desaparecieron hasta la reforma del Código Civil de 1975, que supuso un paso decisivo; el artículo 62 del nuevo Código declaraba: «El matrimonio no restringe la capacidad de obrar de ninguno de los cónyuges», y el 63 establecía que ninguno de ellos podía atribuirse la representación del otro; el deber de obe­ diencia de la mujer al marido quedó eliminado y sustituido por el de­ ber de mutuo respeto y protección recíprocos. Desde el punto de vis­ ta práctico, la mujer podía disponer por ley de sus bienes parafer­ nales, aceptar herencias, comparecer por sí en juicio, contratar, ser tu­ tor, etc.; el domicilio conyugal se elegía de común acuerdo y ya no es­ taba obligada a seguir al marido ni perdía su nacionalidad. Pero el marido seguía conservando la patria potestad y la administración de los bienes gananciales y podía disponer de los bienes muebles, valo­ res, cuentas, etc., aunque los hubiese ganado la mujer con su trabajo. Consiguiente a esta última reforma me la modificación del Código de Comercio, por la que se permitía a la mujer casada el ejercicio de la actividad mercantil sin la licencia marital. Otras dos reformas importantes fueron la de 1970, que eliminaba la posibilidad de que el padre diese en adopción a los hijos sin el con­ sentimiento de la madre, y la de 1972, que permitía a las hijas mayo­ res de edad, pero menores de veinticinco años, abandonar la casa de los padres sin su consentimiento. El mundo del trabajo no se abrió de forma definitiva para la mu­ jer hasta la Ley de Derechos Políticos, Profesionales y de Trabajo de la mujer de 1961, que eliminaba toda discriminación por razón de sexo, exceptuándose su ingreso en la Administración de Justicia, los Cuerpos Armados y en la Marina Mercante. Se declaró también la igualdad de salario, pero seguía considerándose necesaria la licencia marital, con lo que en la práctica, el camino abierto volvía a cerrarse hasta la reforma de 1975. Finalmente, y con la instauración de la democracia en España, la no discriminación legal por razón de sexo quedaba garantizada por la Constitución de 27 de diciembre de 1978. En su artículo 9.2 se dis­ pone un mandato a los poderes públicos para la consecución de la

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igualdad efectiva y real de los individuos y de los grupos en los que se integran; la no discriminación legal por razón de sexo quedó garanti­ zada al declarar este principio expresamente en su artículo 14 y reco­ gerlo asimismo en los artículos 32, al tratar del matrimonio, y 35, al tratar del trabajo. El Tribunal Constitucional, en la Sentencia 128/ 1987, de 16 de julio, interpreta la norma contenida en el artículo 9.2 y en el artículo 14 de la Constitución declarando que dicho precepto «halla su razón concreta en la voluntad del constituyente de terminar con la histórica situación de inferioridad en la que en la vida social y jurídica se había colocado a la población femenina, situación que, en el aspecto que aquí interesa, se traduce en dificultades específicas de la mujer para el acceso al trabajo y su promoción dentro del mismo». La misma doctrina se reitera, entre otras, en las sentencias de 28/1992, de 9 de marzo, y 25/1993, de 25 de marzo. En la primera de las resoluciones citadas se pronuncia el Alto Tribunal a favor de las medidas de acción positiva, entendiendo que «...la referencia al sexo en el artículo 14 de la Constitución Española implica también acabar con una histórica situación de inferioridad atribuida a la mujer en el ámbito del empleo y las condiciones de trabajo, por lo que son cons­ titucionalmente legítimas aquellas medidas que tiendan a compensar una desigualdad real de partida». Con la democracia, la mujer puede comenzar a creer que se la considera como una persona libre y responsable por sí misma, sin ne­ cesidad de tutelas ajenas ni de paternalismos protectores. Ya no es la mujer sino la persona quien pasa a estar considerada como sujeto pa­ sivo de los delitos de estupro y rapto (Ley 46/1978, de 7 de octubre); se despenaliza la venta de anticonceptivos (Ley 45/1978 de 7 de oc­ tubre) y la Ley de 26 de mayo de 1978 elimina los delitos de adulte­ rio y amancebamiento. Pero el tema del honor no ha quedado elimi­ nado hasta el Código Penal de 1996. En la Exposición de Motivos de la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal, en vigor desde el 24 de mayo de 1996, se menciona como eje de los cri­ terios que han inspirado los distintos intentos de reforma de este tex­ to «la adaptación positiva del nuevo Código Penal a los valores cons­ titucionales». De entre los cambios introducidos se destaca el de ha­ ber «procurado avanzar en el camino de la igualdad real y efectiva... eliminando regulaciones que son un obstáculo para su realización». En la regulación de los delitos contra la libertad sexual, el tema del

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honor en relación a la mujer queda por fin conjurado al señalar que el bien jurídico protegido no es ya la honestidad de la mujer, sino la libertad sexual de todos. Y se añade: «Bajo la tutela de la honestidad de la mujer se escondía una intolerable situación de agravio, que la regulación que se propone elimina totalmente.» El Estatuto de los Trabajadores (1980) declara el derecho al tra­ bajo y a no ser discriminado por razón de sexo o de estado civil, sien­ do causa de nulidad aquellas cláusulas de los contratos o convenios laborales, o pactos individuales, o decisiones unilaterales del empresa­ rio, que contengan o impliquen discriminaciones laborales o salaria­ les por razón de sexo, origen, estado civil, etc. Finalmente, la Ley de 13 de mayo de 1981, otorga a la mujer la capacidad plena, y la Ley de Divorcio de 7 de julio de 1981, no contiene en principio discrimi­ nación legal alguna de la mujer. Se puede decir que, por primera vez en su historia, la mujer ha conseguido la más amplia igualdad jurídi­ ca. Pero si esto es verdad formalmente, la realidad social deja todavía mucho que desear. Se dice que del dicho al hecho hay un buen tre­ cho, y en ese trecho hay mucho que hacer todavía. Y la mujer sigue siendo la protagonista principal. 3.

REALIDAD SOCIAL

En las mujeres que superan las barreras de la costumbre se despier­ ta un deseo de realidad, de una realidad distinta de la vivida hasta en­ tonces. Esto es lógico e importante porque, como ha escrito Zubiri, el ser humano es un animal de realidades. La persona humana tiene vo­ cación de realidad. Por ello, la igualdad jurídica que determina la Ley no significaría mucho si no fuese aceptada por la sociedad, pues si cuando una norma legal no es aceptada y su aplicación puede crear problemas (en ciertas culturas incluso de orden público) difícilmente se traducirá la igualdad jurídica en una igualdad real en la sociedad. En España se ha asistido en la última década a una profunda transformación de la realidad social femenina, que se manifiesta espe­ cialmente en los terrenos demográficos, educativos y laborales; los cambios legislativos e ideológicos configuran una realidad muy dis­ tinta a la de hace sólo diez años. Sin embargo, aún estamos lejos de alcanzar efectivamente esa realidad social, pues para ello se requiere

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un talante democrático que no siempre se da en todos los miembros de la sociedad. Conciencia de sí misma La efectividad de los derechos de la mujer suele provocar reac­ ciones y actitudes que unas veces intentan sesgar el avance de la mu­ jer en su acceso a la cultura y al trabajo, manteniendo que se debe a un «abaratamiento» de la cultura y de los puestos de trabajo. Y adu­ cen como prueba que los sectores privilegiados y mejor pagados si­ guen siendo exclusivos del varón. Otras veces se dan actitudes que promueven el regreso a antiguas posturas conservadoras, y procuran crear una opinión pública que justifique, alabe y glorifique el retor­ no de la mujer al hogar. O bien utilizan el problema laboral que existe en la sociedad para justificar así que los escasos puestos de tra­ bajo se repartan sólo entre los varones y se niegue el acceso a ellos a las mujeres que, al igual que los emigrantes, sólo son unos recién lle­ gados. Para que los derechos adquiridos se vean reflejados en la realidad social sigue siendo fundamental que la mujer tome conciencia de su ser como persona porque, como pensaba Concepción AREN AL, la ple­ nitud de la vida de la conciencia es la esperanza de emancipación de los individuos y del progreso de las sociedades. Esta idea subyace también en el pensamiento de Emilia PARDO B a z a n cuando, al en­ frentarse con ese complejo de inferioridad tan interiorizado por las mujeres, dice: «... si este fuera sitio para dar consejos, yo no me can­ saría nunca de repetir a la mujer que en ella residen la virtud y la fuerza redentoras. Más que nuestros discursos y nuestros estudios nos ha de sacar a flote el ejercicio de nuestra propia voluntad y la rectitud de nuestra línea de conducta. La mujer se cree débil, se cree desarma­ da porque todavía está bajo el influjo de la idea de su inferioridad. Es gravísimo error: la mujer dispone de una fuerza incontrastable, y bas­ ta a que se resuelva a hacer uso de ella sin miedo» (10). También para (10) Emilia Pa r d o B^AZAN: «La educación del hombre y de la mujer. Sus relaciones Y diferencias», Memoria leída en el Congreso Pedagógico de 1892, La mujer española y otros artículos feministas, selección y prólogo de Leda Schiavo, Real Academia Gallega, Editora Nacional, Madrid.

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Emilia P a r d o B a z a n es fundamental que la mujer tome conciencia de su ser y su valía como persona. Y desde ahí, es preciso crear una conciencia colectiva y solidaria entre las mujeres. Pero no es ésta una tarea fácil porque, aún hoy día, las mujeres tienen que transformar la conciencia que ellas tienen de sí mismas, su pensamiento. Y concienciar a los hombres de que si tienen que com­ partir las oportunidades que ofrece la sociedad es porque las mujeres, y los «otros», tienen un derecho auténtico a participar en todo ello en igualdad de condiciones. No se trata de buena voluntad ni de una ne­ cesidad puntual. Y ser muy conscientes de que sólo si cambian los hombres y las mujeres cambiarán las instituciones.

La realidad social y el orden penal La aplicación irregular, e incluso la inaplicación en los Tribunales de determinados tipos de delitos contra la mujer, la forma como se aplican e interpretan las normas, inciden en una realidad que guarda escasa relación con ese talante democrático que se requiere para acep­ tar y asumir la igualdad jurídica y social. En el IX Congreso Estatal de Mujeres Abogadas, celebrado en Alicante en noviembre de 1995, se tuvo muy en cuenta esta realidad, por ello se afirma a modo de conclusiones que es un sentir y una re­ alidad históricas que los ordenamientos jurídicos suelen ser un medio para la formación de género y que el Derecho ha sido usado históri­ camente para conservar la posición hegemónica de un género sobre el otro. El Derecho, que en definitiva es un instrumento de poder, ha sido y es utilizado por los hombres para controlar a las mujeres y su aplicación es diferente según el género al que pertenezca la persona destinataria de la norma. De ahí se concluye la necesidad de la parti­ cipación paritaria en la toma de decisiones en la sociedad civil y todas las instituciones, porque sólo entonces el Derecho regulará las relacio­ nes entre hombres y mujeres en condiciones iguales. Algunos aspectos de cómo se aplica el Derecho Penal y las conse­ cuencias que tiene en la vida real constituyen ejemplos bastante clari­ ficadores sobre la distancia que existe entre la igualdad jurídica for­ mal y la realidad social.

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En este IX Congreso se pone de manifiesto la indignación que producen las reflexiones contenidas en las recientes Memorias elabo­ radas por los Fiscales Jefes de la Comunidad Foral de Navarra y del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, por considerar que con­ tienen juicios de valor de signo claramente sexista, en el caso de la Fiscalía de Navarra, y contrarios al ordenamiento jurídico vigente en el del TSJ del País Vasco. Las juristas denuncian y rechazan el que se impute a las mujeres que determinadas agresiones sexuales vengan provocadas por sus pro­ pias conductas, indumentarias, mayor presencia en la calle y ausencia de control de los padres, tal y como manifiesta el Fiscal Jefe del Tri­ bunal Superior de Justicia del País Vasco; también el que se haya ma­ nifestado contrario al divorcio, al aborto, incluso en los supuestos ac­ tualmente regulados, y a las relaciones homosexuales, y todo ello am­ parándose en una Ley natural no siempre aceptada actualmente por muchos juristas. Si bien estas opiniones podrían ser respetables en su condición de ciudadanos particulares en el ejercicio de la libertad de expresión, en modo alguno pueden admitirse en quien se ve obligado por su propio Estatuto a defender el Principio de Legalidad y a actuar con imparcialidad en el marco del ordenamiento jurídico. Porque así la aplicación del Derecho es diferente según el género al que perte­ nezca la persona destinataria de la norma, al tiempo que se demuestra hasta qué punto nada, ni siquiera la administración de Justicia es neutra o insensible. Pero no son solamente estas dos Memorias. No son tan infre­ cuentes las sentencias en las que también se vierten juicios de valor de signo sexista para sustentar una decisión judicial contraria a la mujer. Los medios de comunicación han difundido sentencias en las que las agresiones sexuales, y sobre todo el acoso sexual, se justifican por el tamaño del vestido o la falda de la mujer agredida; los inte­ rrogatorios a que se somete a una mujer que haya sufrido una agre­ sión sexual siguen siendo a menudo humillantes y vejatorios y en la práctica la mujer se convierte por segunda vez en víctima a causa del sistema; se ha dado algún caso en que el juzgador ha detenido el procedimiento en espera de que la víctima de una violación se recu­ pere para poder interrogarla sobre si ella consintió u opuso la sufi­ ciente resistencia a ser violada. Hasta el tema del honor vuelve a re­ surgir, como ocurre en esa sentencia de los tribunales italianos que

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justifica el que, por celos, el marido pueda maltratar físicamente a la mujer. Otro tema que desde hace tiempo preocupa mucho a las juristas es el de la violencia doméstica, y más en la actualidad, ya que las estadísticas a nivel mundial señalan un aumento progresivo de los ca­ sos de malos tratos, con la circunstancia de que este dato suele ir acompañado de una mayor incidencia en casos de violencia física ejercida sobre los niños. Aunque el nuevo Código Penal se ocupa e intenta corregir la deficiencia de regulaciones anteriores, los remedios que se proponen pueden perder eficacia, pues las instituciones legales siempre intentan preservar la unidad familiar. Las agresiones tienen que ser denunciadas y probadas mediante los informes médicos per­ tinentes, lo que implica una publicidad de los hechos; pero cuando la víctima, por temor ante el agresor, o porque éste le impide por cualquier medio salir del hogar para denunciar ante la policía los he­ chos o para ir a un centro de asistencia sanitaria (lo que podría supo­ ner en algunos supuestos una situación de secuestro encubierto, no siempre fácil de probar), las agresiones se convierten en «privadas», algo que pertenece a la «sagrada» privacidad del hogar, y el juzgador difícilmente va a entrar en la cuestión. El artículo 153 del nuevo Código Penal sigue requiriendo la habitualidad de la violencia física para poder ser calificada como delito y castigarla con la pena de prisión (seis meses a tres años), lo que sig­ nifica que si los malos tratos son esporádicos, el agresor puede quedar impune, salvo que se diese un resultado de lesiones de las contempla­ das por la ley, en cuyo caso se aplicarían las normas que regulan este tipo de delitos. Y cuando las lesiones ocasionadas constituyan faltas, la pena será la de arresto de tres a seis fines de semana o multa de uno a dos meses. Pero no se excluye al agresor del domicilio común ni tampoco se resuelve la necesidad de que la víctima pueda adquirir una nueva vivienda y protección para ella misma. Las casas de acogida para las mujeres víctimas de violencia do­ méstica resuelven el problema, pero sólo momentáneamente, lo que ya es mucho, pero lo más frecuente es el estado de indefensión en que finalmente queda la mujer, aún más si carece de recursos económicos para remediar definitivamente su situación. Tampoco debe olvidarse que en los supuestos de separación conyugal judicial, el impago de la pensión por alimentos señalada presenta en la práctica numerosos

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problemas que, a pesar de lo previsto en la ley para obviarlos, no siempre son todo lo eficaces que sería de desear. La realidad socio-laboral Los datos estadísticos recogidos por los Informes del Consejo Eco­ nómico y Social indican que, como consecuencia tanto de las modifi­ caciones del sistema productivo como de los cambios legislativos e ideo­ lógicos, la realidad socio laboral de la mujer española ha cambiado pro­ fundamente en la última década; pero también cómo la discriminación por razón de sexo sigue estando presente en nuestra sociedad. Este proceso se manifiesta sobre todo en el campo de la educa­ ción. La tasa de escolarización de las mujeres ha mejorado sensible­ mente; está siendo superior a la de los hombres en preescolar, y en se­ cundaria representan casi una media del 10% superior a la de los hombres, así como mayor éxito en la finalización de los estudios; por ejemplo, son más las mujeres que alcanzan el título de Graduado Es­ colar. A nivel universitario es también mayor el número de mujeres graduadas que el de los hombres, y en formación profesional se está acercando el número de hombres y mujeres que se matriculan. Así pues, las estadísticas demuestran que el nivel educativo de las mujeres ha mejorado claramente, pero falta conseguir una equiparación del contenido de los estudios entre ambos sexos en las etapas destinadas a la inserción profesional; las mujeres se encuentran en mayor pro­ porción en las carreras de humanidades, ciencias jurídicas y sociales y ciencias de la salud, que son las que tienen peores salidas profesiona­ les, mientras que en las carreras técnicas su presencia todavía sigue siendo menor que la de los hombres; en formación profesional, la distribución desigual por ramas — mayor presencia de los varones en las ramas de electricidad y electrónica, automoción, metal y agraria, frente a una mayor presencia de mujeres en las ramas administrativa y comercial, hogar, moda, y confección, peluquería y estética y sani­ taria— sigue mostrando una segregación sexual que, con toda proba­ bilidad, puede ser el origen de los problemas de segregación en la en­ trada al mercado del trabajo de las mujeres. No obstante, el cambio en el ámbito laboral es también impor­ tante. La mujer no sólo se ha incorporado más al mundo del trabajo.

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sino que permanece en él incluso en las edades en que antes lo aban­ donaba para dedicarse al cuidado de los hijos. Sin embargo, es sobre todo a partir de los veinticinco años cuando se produce realmente un fuerte aumento de la actividad laboral femenina; pero ésta comienza a decrecer a partir de los treinta y nueve años. No obstante, esta ten­ dencia no siempre significa un progreso en la igualdad del empleo masculino y femenino, porque una parte de esa mayor actividad fe­ menina se traduce en paro: en 1993 las mujeres representaron el 47% del total de parados y sólo un tercio de la población activa y esta si­ tuación es particularmente grave en las más jóvenes, 54% para el gru­ po de edad entre dieciséis a diecinueve años y del 45% para el grupo entre veinte y veinticuatro años. Las mujeres se han incorporado al mundo del trabajo sobre todo en el sector servicios y, dentro de éste, en la Administración Pública. Pero, además del paro, soportan un mayor grado de temporalidad en los contratos de trabajo y usan con más frecuencia que los hombres el empleo a tiempo parcial, pero no por compaginar su actividad profe­ sional con las actividades domésticas, sino por segregación profesio­ nal y ocupacional. La compaginación del trabajo doméstico con la actividad laboral continúa suponiendo una doble jornada y una traba para el desarrollo profesional de la mujer y, además, determina un mayor riesgo de enfermedades psicosomáticas. La feminización de la pobreza No podemos terminar esta reflexión sobre la realidad social de la mujer sin hacer referencia a ese fenómeno que se está produciendo en todo el mundo y del que no escapan ni Europa ni España: la femini­ zación de la pobreza. La pobreza recae cada vez más sobre la mujer. El recurso a la asis­ tencia social, junto con el menor nivel de ingresos de las mujeres y la todavía limitada aceptación de las madres solteras, son factores que reducen la autonomía de la mujer respecto de la familia y limitan sus posibilidades de elegir su propia vida. En la sociedad actual, el estatus de adulto y su reconocimiento social viene determinado y está estre­ chamente unido a la realización de un trabajo remunerado, lo que lle­ va a aceptar cualquier trabajo, pues, por bajo que sea el salario, siem­

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pre será mejor que la desocupación. Y esto degrada a los trabajadores y los hace más sumisos. Pero además, esta sitación suele ir asociada al grado de formación y al nivel de ingresos, a lo que se añade, en el caso de las mujeres, que el reforzamiento de las relaciones patriarca­ les, no sólo por las leyes tradicionales, sino también por las costum­ bres que imponen la inferioridad de las mujeres, incida sobremanera en su dependencia económica y esta circunstancia limita, a menudo de manera decisiva, las oportunidades sociales, educativas y políticas. A nivel mundial, las causas generales de la feminización de la po­ breza son la recesión económica; las escasas posibilidades de acceso a los recursos económicos; la situación generalizada de paro, que incide en el hogar y lo empobrece, y dentro de él, afecta mucho más a la mujer, y la nula valoración deí trabajo de la mujer en el hogar (11), a pesar de que es ella la que con su aportación ajusta el presupuesto de manera «invisible» para hacer frente a la situación de pobreza. Pero también que los ingresos de las mujeres son menores respecto de los de los hombres, con independencia del estado civil, la raza, la edad o el tipo de actividad u ocupación laboral. Desde este punto de vista, las mujeres más desfavorecidas son en primer lugar, las casadas, segui­ das por las de mediana edad y las pertenecientes a una raza distinta de la blanca. En términos generales, los salarios de las mujeres, en comparación con los de los hombres, han disminuido en los últimos años y más de la mitad de las ocupaciones que normalmente desem­ peñan las mujeres no proporcionan un nivel de ingresos suficiente para mantener a sus familias por encima del nivel de pobreza. Tam­ bién en el ámbito laboral existe una jerarquía cuya lógica no permite tratar con más ecuanimidad a la mujer, pues la igualdad reduce las ganancias, eleva los costes de los servicios públicos y altera las relacio­ nes cotidianas entre hombres y mujeres, entre los directores y los su­ bordinados. Faltan estructuras de soporte para el cuidado de los hijos y el trabajo doméstico, lo que implica que la mayoría de las mujeres tengan que enfrentarse con graves problemas en su lucha por la igual­ dad laboral. Sin olvidar el problema, casi habitual para las mujeres trabajadoras, del acoso sexual, que no deja de ser una de las formas de discriminación sexual casi sistemática que disuade a muchas mujeres (11) Un ejemplo extremo es el que una de las primeras medidas que se toman en los regímenes fundamentalistas islámicos consiste en prohibir a la mujer que trabaje, fuera del hogar, claro, y, por tanto, sin remunerar.

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en su intento de conseguir una mejora laboral. También el aumento de las separaciones matrimoniales, sobre todo entre las familias con hijos que no han alcanzado todavía su independencia económica, ha arrastrado a muchas mujeres a la pobreza. Y dado que no siempre pa­ gan los maridos las ayudas económicas señaladas por los tribunales en los procedimientos de separación o divorcio, las mujeres se ven obli­ gadas a solicitar los servicios de la asistencia social para poder mante­ ner a sus familias. Este panorama general tiene su reflejo en la situación real de la naujer española. El Informe 3/94 del CES (12) menciona los factores que en nuestro país están conduciendo a la feminización de la pobre­ za. Entre ellos, cabe destacar el riesgo que supone la concentración de la actividad laboral femenina en el sector servicios, especialmente en la Administración. Como señala este Informe, si bien el empleo fe­ menino en el sector público y de servicios puede hacer más resistentes a las mujeres frente a la crisis de otros sectores, existe el riesgo de una mayor precarización respecto del tipo de contrataciones, salarios y costes laborales. De hecho, entre los funcionarios públicos de nivel superior y directivos de empresa el número de mujeres asalariadas es inferior al de los hombres. La contratación temporal representaba en 1993 el 37,2% de las mujeres asalariadas mientras que la de los hombres era del 29,8%. En la contratación a tiempo parcial se detecta una mayor utilización de esta modalidad por parte de las mujeres (el 14% frente al 2% de los hombres), de las que sólo un 9% adujeron motivos familiares para estar en esta situación, mientras que el 43% lo atribuía al tipo de trabajo que estaba desarrollando y de éstas casi un tercio estaban em­ pleadas en la rama del servicio doméstico. Lo que puede estar indi­ cando que la segregación profesional y ocupacional de las mujeres ha sido la causa de su contratación a tiempo parcial. La información proporcionada por la Encuesta de Salarios según sexos indican que las mujeres con categoría profesional ganaban el 73,5% del salario mas­ culino (1989), las empleadas el 64% del salario de los hombres en esa categoría y las obreras el 71,6%.

(12) C o n s e jo E c o n ó m ic o nes, Madrid, febrero de 1995.

y

S o c ia l : Informes 1994, Departamento de Publicacio­

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El problema del acoso sexual también está presente en nuestra so­ ciedad y refleja la posición subordinada de las mujeres en la estructu­ ra jerárquica laboral y constituye otro factor posible de la feminiza­ ción de la pobreza, pues, como ya se ha dicho, suele disuadir a las mujeres a la hora de intentar mejoras laborales. Este problema está contemplado por nuestra legislación nacional y por las Instituciones Comunitarias que en la Recomendación de la Comisión de 27 de no­ viembre de 1991 sobre protección de la dignidad de la mujer y del hombre en el trabajo, incluye un código de conducta para combatir el acoso sexual. Pero según se puede deducir de lo expuesto hasta ahora, los textos jurídicos no son efectivos frente a una práctica que está muy arraigada y que no sólo representa un grave obstáculo para la integración de la mujer en el mundo laboral, sino que pone ade­ más de manifiesto la discriminación por razón de sexo. Y la realidad es que a pesar de la presencia real de esta situación no existen bastan­ tes datos sobre el acoso sexual, pues no hay suficiente información so­ bre las denuncias presentadas por esta causa. Un índice clarísimo del proceso de feminización de la pobreza en España nos lo proporcionan los datos sobre las prestaciones contribu­ tivas y asistenciales por desempleo. El número de mujeres beneficia­ rlas de estas prestaciones ha aumentado, y no sólo por su mayor pre­ sencia en el mundo laboral, sino también por ser una parte importan­ te de la contratación temporal, y por ser mayor el número de des­ empleadas que perciben los subsidios de paro. Una de cada dos hom­ bres percibe las pensiones de jubilación e invalidez y, nuevamente, las diferencias entre las cuantías de las pensiones expresa la diferencia de recursos económicos en perjuicio de las mujeres. De forma que la manera en que se distribuye la asistencia social por sexos afecta a las mujeres e incide en la feminización de la pobreza, de manera que se puede afirmar que la protección social de carácter asistencial se ha feminizado. Si sumamos a esto el sector «inactivo» de las mujeres dedi­ cadas a las tareas domésticas, cuya aportación a la economía familiar no se reconoce, se puede afirmar que todo ello está reflejando la po­ sición desigual, laboral y social, que todavía existe en nuestra socie­ dad, y que a pesar del progreso conseguido respecto de la igualdad ju­ rídica, los riesgos de segregación, discriminación y exclusión social de la mujer continúan siendo muy altos.

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Las mujeres, del género a la diferencia Consuelo Flecha García Universidad de Sevilla

Para muchas personas y grupos ha empezado ya a quedar muy le­ jos una cultura de la identidad que consideraba al hombre como úni­ ca referencia y a la mujer como una copia menos perfecta de ese mo­ delo presentado como universal. Lo cual no significa que no siga manteniéndose la urgencia de aportar nuevas formas para explicar los cambios que esperan a quienes todavía permanecen ajenos y desinte­ resados hacia un planteamiento que consideran no afecta a sus pro­ pias vidas; medios más eficaces para romper las concepciones que to­ davía se defienden respecto de la identidad y del género, y también elementos que muestren su construcción social e histórica desvelando las bases ideológicas, políticas y económicas en las que identidad y gé­ nero se asientan, y no en las biológicas, como se ha hecho y se sigue haciendo creer. Porque vemos cómo con una periodicidad sospecho­ sa, los medios de comunicación difunden avances de las ciencias biomédicas que confirman diferencias biológicas de las que se despren­ den disposiciones, asociaciones y percepciones distintas de acuerdo con el sexo, sin entrar en una explicación más detenida de las causas que pueden estar en el origen de lo observado. Los hombres no han dejado de construir la sociedad, la cultura, las ciencias, la tecnología, las religiones, las ideologías aunque estén variando las mediaciones y los procedimientos que utilizan como fru­ to de una estrategia que ha convertido en políticamente correcto visibilizar perspectivas más amplias. Pero los resultados de ese modo de hacer y sus consecuencias en nada han dejado de contribuir al afian­ zamiento de una ideología marcada por el sexismo, es decir, por un sistema de creencias y de valores, de estereotipos y de actitudes, acep­ tadas sin lugar a discusión, que acaban dirigiendo nuestros actos, pro­ vocando nuestros sentimientos y generando reacciones que creemos

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autónomas aunque no lo sean. Creencias que además especifican de­ rechos y deberes en razón del sexo, y que llevan a defender una ima­ gen del mundo construida sobre una rígida jerarquía y sobre una ad­ judicación de roles que determinan la experiencia vital de quienes no pueden sino ajustarse a ellos. ¿Dónde está el origen de esta situación? ¿Cómo y cuándo llega­ ron a cristalizar unos modos de entender el mundo y a quienes lo habitan tan evidentemente asimétricos? ¿Qué ausencias, qué silen­ cios fueron necesarios o desde qué lógica se construyó? Interrogantes que han permitido entrar en el proceso de «desconstrucción» de un pensamiento que siendo parcial había sido impuesto como el único válido. SEXO Y GENERO Lo que estas dos palabras, sexo y género, significan y, más espe­ cialmente, la interacción que se ha establecido entre ellas, ha permiti­ do en estas últimas décadas del siglo XX desbrozar el camino hacia un primer análisis de un tema que mueve muchas voluntades. No es difícil ponerse de acuerdo en que el sexo es una caracterís­ tica biológica que divide a las personas en dos grupos: el de los hom­ bres y el de las mujeres, y menos todavía en que niñas y niños van ad­ quiriendo, a medida que crecen, una identidad sexual en función de las peculiaridades biológicas que su cuerpo posee. Y relacionada con ella se ha ido generalizando cada vez más la utilización en muchos de los temas que tienen que ver con las mu­ jeres — menos todavía en los que afectan a los hombres— , o con las relaciones que se establecen entre ambos, la palabra género. Por­ que niños y niñas, al mismo tiempo que la identidad sexual corpo­ ral, van asumiendo una identidad de género de acuerdo con pautas sociales que se les van transmitiendo desde el momento de su naci­ miento. En las ciencias sociales, y más especialmente en la psicología y en la antropología, se había apuntado ya hace más de un siglo al hecho de que las conductas de hombres y de mujeres eran una construcción social y que no tenían que ver necesariamente con su realidad bioló­

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gica (1), pero hasta hace aproximadamente tres décadas no se empe­ zaron a aislar con mayor rigor lo que eran conductas sociales de lo que eran manifestaciones derivadas de la naturaleza biológica de cada persona. Es en los años setenta cuando se acertó a acuñar el concepto de género que ha permitido explicar que hay comportamientos de hombres y comportamientos de mujeres que han sido construidos so­ cialmente y a los que no hemos de ver como determinados ni condi­ cionados por el sexo al que la persona pertenece (2); un concepto que ha contribuido al desvelamiento de ese conjunto de disposiciones por el que una sociedad vehicula la sexualidad biológica a través de deter­ minados comportamientos sociales Las expresiones roles sexuales o papeles sociales pueden ayudar a entender mejor lo que con el género se quiere significar; es decir, el hecho de que hay actividades que se han unido a lo femenino o a lo masculino, pero que en realidad pueden ser desempeñadas indistinta­ mente por hombres o por mujeres. Funciones, papeles, tareas, que la sociedad a lo largo del tiempo ha distribuido en razón del sexo, y que hoy se intenta no seguir manteniendo ni reproduciendo inevitable­ mente. Pero lo mismo se ha hecho con las actitudes, con los valores, con los afectos, con los espacios, con los símbolos, con las expectati­ vas de comportamiento social, con muchos objetos, todo lo cual se convino que lo fueran bien femeninos o bien masculinos, criterio desde el que habían de distribuirse. Aunque en la vida cotidiana sexo y género se presentan como prácticamente inseparables, hay que reservar el concepto de sexo para la descripción de esas diferencias estrictamente biológicas que, por sí mismas, no implican capacidades ni determinan actitudes o compor­ tamientos, ni tienen otras consecuencias que puedan justificar los es­ tereotipos que a ellas van unidos; por ejemplo, el que históricamente se hayan presentado modelos de socialización que en las niñas han fo­ mentado la dependencia y la sumisión y que en los niños han exigido el control de la emotividad y de la capacidad de cuidar de las cosas y

(1) John Stuart M ill planteó ya de este modo la cuestión en su obra La esclavitud femenina, prólogo de Emilia Pardo Bazán, Madrid, Imprenta de la Cía. de Impresores y Libreros, 1892, 295 págs. (2) Cfr. Rivera C arretas, María Milagros: Nombrar al mundo en femenino, Barce­ lona, Icaria, 1994, pág. 157.

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de las personas, si no era a través de la mediación materna; que han asignado a las mujeres tareas invisibles socialmente, mientras que las de los hombres lo eran públicas y relevantes; que a ellas las ha defini­ do como intuitivas, amables y cariñosas, y a ellos como fuertes, agre­ sivos y valientes. Requerimientos que podemos pensar que no son ajenos a ciertas dificultades, que hoy se han hecho más visibles, en unas relaciones entre hombres y mujeres que difícilmente pueden sustraerse a una cultura y a unas instituciones sociales pen­ sadas a la medida del varón y de sus intereses. Para todo ese conjunto de aptitudes, de comportamientos, de cualidades y de normas que cada cultura, cada sociedad, atribuye a cada uno de los sexos limitando las posibilidades individuales de de­ sarrollo, es para lo que se ha reservado el término género. Caracterís­ ticas que se imponen diferenciadamente a cada individuo y que de­ terminan expectativas de conducta social conformadas a lo largo de la historia de las relaciones personales y de las interacciones sociales. Lo que ha llevado no sólo a reducir la realidad a dos géneros, el masculino y el femenino, sino a que encima uno de ellos sea conside­ rado más valioso y goce de mayor prestigio, con lo que tal valoración puede suponer para quienes sufren esos procesos de socialización; pues además de tener que procesar información de forma dicotomizada, los niños encuentran una mayor facilidad para identificarse con un modelo que se presenta como superior, al mismo tiempo que para las niñas la falta de valoración pública de lo que han de integrar en su propia personalidad, se puede convertir demasiadas veces en fuente de contradicciones (3). Los símbolos del género y los estereotipos sexuales aparecen con­ tinuamente ante las niñas y los niños desde que tienen capacidad de interacción; y aprenden a través de ellos que el cómo tienen que pen­ sar, qué deben hacer y qué sentimientos pueden exteriorizar varían en función del sexo al que pertenezcan. El clima social en el que crecen les presenta ideales distintos de acuerdo con su condición biológica: el ideal masculino, que exalta la individualidad y el protagonismo, la fuerza y el prestigio, y el ideal femenino, que lleva a las niñas primero y a las mujeres después a la obediencia y a la dependencia, al deseo de (3)

Cfr. Acker, Sandra: Género y educación, Madrid, Narcea, 1995, págs. 115-116.

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agradar y a la obligación de ceder. Niños y niñas observan activa e in­ teligentemente el entorno donde encuentran esas referencias que con­ vierten en objetivos personales a la hora de orientarse en la búsqueda de la propia identidad (4). Y aunque puede parecemos que las cosas ya no son igual — ¡esta­ ría bueno!— , está al alcance de cualquiera observar que el ámbito fa­ miliar y el de la escuela, los cuentos y las películas infantiles, la tele­ visión y la calle, siguen contribuyendo a que se aprendan los papeles que son los más adecuados o los que no pueden faltar en la propia identidad sexual; unos mecanismos muy eficaces para dejar claros los límites y los contenidos de las identidades de género. Todo ello es una construcción cultural que el discurso patriarcal ilustrado justificó como algo «natural», como una «exigencia de la naturaleza», como lo que se «deriva de la biología», y que fue transmitido muy eficazmen­ te, al menos desde entonces, como parte irrenunciable del ser mujeres o del ser hombres; un pensamiento que sigue socializando también a las personas adultas a lo largo de toda la vida, modelando muchos de sus comportamientos y de sus expectativas personales. La desigualdad social entre los sexos tiene su base en factores cul­ turales, históricos, no en la naturaleza; en una categoría convencio­ nal, en una construcción social, en algo que ni es inmutable ni es una verdad absoluta, por lo que debe ser modificado de acuerdo con la decisión de cada persona. Simone DE B e a u v o IR acuñó en 1949, en su obra El segundo sexo, una célebre frase que hicieron suya en los años sesenta numerosos movimientos feministas; una afirmación que entonces pareció a muchos y a muchas no ajustada a la realidad, pero que ahora entendemos muy bien la mayor parte de las mujeres; era la siguiente: «no se nace siendo mujer, se llega a serlo» (5). Una expe­ riencia y una convicción que Luce Irigaray sentiría veinte años más tarde al decir que «nosotras todavía no hemos nacido mujeres» (6). Relativizar el carácter esencialista de que venía rodeado el concepto de mujer era un primer paso imprescindible para salir del círculo ce-

(4) F reixas Parre, Ana, y W A A .: L a coeducación, un compromiso social, Sevilla, Instituto Andaluz de la Mujer, Consejería de Educación, 1993, pág. 32. (5) De B eauvoir , Simone: E l segundo sexo, Buenos Aires, Ed. Siglo XX, 1987, 2.° tomo, pág. 13. (6) Irigaray, Luce: Sexes etparentés, París, Edit. Munit, 1987, pág. 78.

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rrado, así como, al mismo tiempo, lo era alertar a quienes tuvieran la capacidad de escucharlo sobre la decisiva importancia que adquiría no aceptar cualquier indicador del camino que los otros propusieran. Ser mujer o ser hombre, podemos decir hoy con mayor audien­ cia, que es más el resultado de una voluntad que la consecuencia de un destino, aunque las jóvenes se encuentren todavía en demasiados casos con un plus de dificultad para desarrollar una identidad satis­ factoria, por el freno que los estereotipos sobre la feminidad ponen en sus procesos de socialización. Estereotipos que no han dejado de ac­ tuar tanto a nivel de creencias y de mentalidad general, como de ac­ titudes y de oferta de recursos, que asignan criterios de valor, y que determinan la ocupación de lugares asimétricos en todos los espacios de los que hombres y mujeres participan. No haber reconocido, por ejemplo, la interdependencia de lo pri­ vado — reservado a las mujeres— y de lo público — espacio de los hombres— , ha llevado a que en la inmensa mayoría de las sociedades se haya desarrollado un dominio masculino, un poder social de los hombres sobre las mujeres desencadenado por la asignación, en fun­ ción del género, de conductas, de ámbitos y de actividades que en ellas sólo generaban costumbres y en ellos normas, aunque las condi­ ciones ambientales de todo tipo dieran forma e intensidad a las situa­ ciones de protagonismo vividas. El análisis de género está permitiendo a mujeres y a hombres des­ hacerse de un entramado cultural densísimo tejido en torno a ellos y que circulaba con la etiqueta de «natural»; es decir, que era inculcado como parte inalienable del ser sexuado. Y aunque no se consigue una nueva manera de pensar creando simplemente un nuevo concepto, el de género ha ayudado, al menos, como modelo de interpretación de las relaciones sociales y de su historia, al reconocimiento y a la acep­ tación de estereotipos falsos asignados a los sexos, a una mayor con­ ciencia sobre las trampas para el pensamiento que han provocado, y siguen provocando, conductas injustas de unas personas hacia otras. PLURALIDAD DE GENEROS La construcción social de las diferencias es explicada por teorías como el determinismo biológico, el constructivismo y la interacción

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entre biología y cultura. Y los resultados de numerosas investigacio­ nes en estos campos han puesto de manifiesto la diversidad de conte­ nidos de lo femenino y de lo masculino que están presentes en distin­ tas culturas y épocas; han señalado que las actividades asignadas a cada sexo diferían mucho entre sociedades que se han conocido en fa­ ses diferentes de desarrollo, e incluso en una misma sociedad a través del tiempo; datos que ayudan a poder afirmar que eso que llamamos género varía de una sociedad a otra (7), que las diferencias de género se deben más que a características biológicas a factores culturales, lo que hace posible que pueda haber más de dos géneros. Como consecuencia del estudio que múltiples ciencias han reali­ zado sobre temas en los que estaba implicado el modo de ser y de comportarse personas individuales o grupos sociales, los dos concep­ tos — sexo y género— han podido quedar desligados desde el punto de vista científico, aunque todavía se les siga considerando como con­ currentes (8). Ha permitido afirmar con mayor legitimidad que lo que se suele entender por hombre y por mujer son, por encima de un conjunto de datos anatómicos, construcciones sociales y culturales con una apoyatura biológica que, en muchas de sus afirmaciones, es ambigua e inestable. Que las posibilidades de modelos de referencia y de identificación son innumerables. Haberse encontrado con los límites de esa ambición de neutrali­ dad y de objetividad de la que la ciencia presumía ha dejado abierto el camino para que podamos distinguir qué características y qué dife­ rencias implica el sexo, a las que hemos de seguir dándoles el espacio que les corresponde, y qué condicionamientos y qué servidumbres nos impone el género a mujeres y a hombres; qué diferencias son realmente innatas, las aporta la naturaleza, y cuáles provienen del proceso de socialización en el que cada persona ha crecido y del que sigue participando. Unos datos que son básicos si se quiere evitar un control diferencial, en lo que este término puede encerrar de des(7) Las investigaciones de Margaret M e a d , por ejemplo, constituyeron una impor­ tante contribución, que la autora publicó con el título Sex and Temperament in Three Primitive Societies, New York, New American Library, 1935 (Sexo y Temperamento), traduc­ ción de Inés Malinow, Barcelona, Altaya, 1994, 268 págs. (8) Junto a los de la antropóloga Margaret Mead, hoy contamos con acercamientos a este tema desde la psicología, la historia, la biología, la filosofía, la sociología, la medi­ cina y desde muchas otras ciencias.

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igualdad, del acceso a los recursos que la vida ofrece, así como para poder brindar posibilidades más plurales al desarrollo de cada perso­ nalidad. Las características, las conductas, las imágenes normalmente aso­ ciadas con las mujeres, encierran siempre una particularidad cultural, histórica o etnográfica; no son instintivas, no están en los genes se­ xuales, son variables en el tiempo y son variables en el espacio; en una palabra, se aprenden. Abrirse a otras referencias menos mediatizadas por la cultura dominante dará lugar a muchos modos diferentes de ser mujer, lo que sucederá también, si entran en esta dinámica, entre los hombres. El concepto de género se creó para mostrar estos factores cultura­ les que uniformaban, pero que igualmente pueden diversificar, y el de sistema de género (9) para sacar a la luz cómo se organizaban las socie­ dades para crear, para mantener y para reproducir esas características y esos comportamientos a los que no ajustarse implicaba sanción so­ cial. Como en otras áreas de investigación psicosocial, se separó la biología de la cultura y adquirió visibilidad propia lo que hasta en­ tonces había permanecido oculto bajo el concepto de esencialidad. Se abría así el camino al pluralismo de referencias y de posibles combi­ naciones entre ellas. Por otra parte, la utilización del concepto género por parte de las teóricas feministas ayudó al reconocimiento de la legitimidad acadé­ mica de los Estudios de la Mujery pues se percibía como una formula­ ción más cercana y objetiva y con mayores posibilidades de seriedad y de rigor. Y el de sistema de género ayudó a entender que esos estu­ dios de las mujeres no podían quedar reducidos al sexo, como sinóni­ mo de sexualidad y de reproducción biológica, sino que tenían que abarcar todos aquellos ámbitos desde los que la sociedad y las relacio­ nes que en ella se producen pueden ser conocidas. Acercamientos que han provocado una mayor visibilidad de la pluralidad de formas con que hoy las mujeres están presentes en ellas.

(9) Expresión utilizada en 1975 por la antropóloga norteamericana Gayle Rubin en un trabajo titulado: «The TrafFic in Women: Notes on the “Political Economy o f Sex”», que publicó en Reiter, Rayna (ed.): Toward an Anthropology o f Women, Nueva York, Monthly Review Press, 1975, págs. 157-210.

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La introducción en los últimos años de esta perspectiva en dife­ rentes campos de investigación ha pretendido responder a tres intere­ ses fundamentales: Primero, a la búsqueda de un modo que permita romper con las representaciones tradicionales procedentes del esencialismo o del biologicismo, de las relaciones que se establecen entre hombres y mujeres. Segundo, a la necesidad de conocer mejor cómo se producen las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Terce­ ro, a la pertinencia de ajustar la teoría feminista a ciertos cánones de la legitimidad académica, a lo que parece ha contribuido la sustitu­ ción del término mujer por el de género. Y entre los resultados hay uno cada vez más evidente, el que dice que hablar de género femenino representa una abreviación del pen­ samiento si no indicamos las mujeres concretas que a él pertene­ cen (10). Hay muchas mujeres, hay muchas personas, puede haber muchos géneros. LAS RAICES DE LA BIPOLARIDAD Ese enfoque bipolar y asimétrico hunde sus raíces en el pensa­ miento que ha generado la cultura occidental, en la cual cada genera­ ción se encargó de adecuar los argumentos justificadores a las cam­ biantes circunstancias sociales. Aristóteles, en el siglo IV a. de C., definió en su obra La Política que la relación del marido con su mujer era de carácter aristocrático: es decir, tenía que mandar porque al ser hombre era mejor. Una afir­ mación con la que este filósofo no sólo marcó las diferencias entre hombre y mujer, y las definió como de carácter desigual, sino que también las jerarquizó, aun reconociendo que el carácter básico de la relación entre ellos debía estar marcado por el hecho de darse entre seres libres e iguales (11). Argumento de valor — el hombre es supe­ rior— que se ha aceptado y se ha transmitido a través de los siglos con tanta eficacia histórica que ha permanecido hasta nuestros días; (10) Cfr. Z a m b o n i , Chiara; «Lo inaudito», en DiOTIMA: Traer a l mundo el mundo, Barcelona, Icaria, 1996, pág. 33. (11) Cfr. M o r e n o S a r d a , Amparo: La otra «política» de Aristóteles, Barcelona, Ica­ ria, págs. 66-70.

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quizá ha sido ésta una de las razones por las que durante unos años los cambios de comportamiento buscados fueron unidireccionales, esto es, de lo femenino a lo masculino y no viceversa, de lo asumido como menos valioso a lo presentado como de mayor valor. De hecho las mujeres, al incorporarse al llamado mundo público, se vieron ten­ tadas a adoptar, y en muchos casos se les exigió aceptar como condi­ ción previa, modos, lenguajes, estrategias que los hombres utilizaban y que eran ajenos al mundo de valores en el que ellas habían sido educadas. La jerarquización, una de las causas de los problemas de los que hay que salir, se encuentra claramente expresada en el pensamiento de Jean Jacques ROUSSEAU. En su obra Emilio, publicada en 1762, en la que planteaba una alternativa revolucionaria para la formación de los jóvenes de aquella sociedad que quería ser ilustrada y moderna, seña­ ló que para el hombre que necesitaba el nuevo orden social que había que construir — eran los albores de la Revolución de la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad— , se requería la presencia de una mujer, Sofía, cuya educación había de ajustarse a lo que ese hombre necesi­ taba. «Después de haber trabajado — escribió ROUSSEAU en Emilio— en formar al hombre natural, para no dejar imperfecta nuestra obra, veamos cómo debe formarse también la mujer que conviene a ese hombre.» El contrato social entre hombres definido por ROUSSEAU tan acertadamente, pero que no estaba dispuesto a universalizar, que conduciría a una nueva sociedad de ciudadanos con derechos y debe­ res igualitarios, requería, para poder cumplirse, un contrato sexual previo, que legitimara la subordinación de las mujeres a los hombres, que las conformara según la conveniencia de quienes estaban llama­ dos a ser ciudadanos. Por eso, continuaba ROUSSEAU en su relato: «en la unión de los sexos, cada uno concurre de igual forma al objetivo común, pero no de igual manera. De esa diversidad nace la primera diferencia asigna­ ble entre las relaciones morales de uno y otro. Uno debe ser activo y fuerte, el otro pasivo y débil: es totalmente necesario que uno quiera y pueda; basta que el otro resista poco. Establecido este principio, de él se sigue que la mujer está hecha especialmente para agradar al hombre; si el hombre debe agradarle a su vez, es una necesidad me­ nos directa; su mérito está en su potencia, agrada por el solo hecho de ser fuerte. Convengo en que no es ésta la ley del amor, pero es la de

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la naturaleza, anterior al amor mismo. Si la mujer está hecha para agradar y para ser sometida, debe hacerse agradable para el hombre en lugar de provocarle: la violencia de ella reside en sus encantos; con ellos debe forzarle a él a encontrar su fuerza y a utilizarla» (12). Un texto nítido sobre el género que a cada uno correspondía, aunque lo que él define en este párrafo por naturaleza, impidiera vivir de acuerdo con lo que reconocía que convenía al amor; un pensa­ miento expuesto con gran convicción para justificar la desigualdad como base de la relación entre el hombre y la mujer. Se repite aquí el tema de la desigualdad de los géneros planteado como el problema «del otro», del que es diferente, con el que me ten­ go que contrastar, al que también Simone DE B e a u v o i r se refería en E l segundo sexo. Una asimetría sexual que se ha considerado como la piedra angular de la estructura social construida dentro del sistema patriarcal, de modo que cualquier intento de cambio por parte de las mujeres se ha visto siempre como un problema que había que evitar, como un desajuste improcedente, como una amenaza para el sistema y para la convivencia; todavía más, se ha juzgado como una vuelta al caos, como una regresión a la naturaleza, como un desorden primiti­ vo de quienes pretendían socavar algo tan firmemente asentado. De las contradicciones en que las mujeres se han visto obligadas a vivir se han derivado hasta hace poco tiempo —y es muy probable que todavía no hayan desaparecido del todo— actitudes de miedo al éxito o de búsqueda del éxito por persona interpuesta, es decir, por un hombre, fuera éste su padre, su marido o su hijo; de menor moti­ vación para nuevos logros; y de preferencias por carreras y profesio­ nes, cuando se empezaron a incorporar a ellas, que no pusieran en peligro el rol de la feminidad, para de ese modo poder ser aceptadas por los hombres como compañeras sexuales y por la sociedad como personas morales. Y ha podido llevar a situaciones como la descrita por algunas in­ vestigaciones que hace unos años señalaban que los niños en Estados Unidos se habían visto afectados por el hecho de que el profesorado

(12) Jean Jacques ROUSSEAU dedicó el Libro V de su obra Emilio, a Sofía, la mujer que sería su esposa. A este libro corresponden las citas que incluimos.

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estuviera formado mayoritariamente por mujeres. Para aquellos chi­ cos el identificar estudio y cultura con el sexo femenino les había lle­ vado a no valorar lo primero — el estudio y la cultura— debido a lo segundo — estar representado por mujeres— . Para ellos, las activida­ des verdaderamente masculinas eran determinados deportes, la caza, incluso la delincuencia. Y se llegó a decir que esa era la razón de que los niños norteamericanos sufrieran un retraso escolar respecto de los europeos, en cuyos países el proceso de feminización de la enseñanza se produjo con posterioridad al norteamericano; una circunstancia que no sucedía, sin embargo, en la Universidad, en donde el profeso­ rado era mayoritariamente masculino (13). Porque el sistema sexo/género estructura las percepciones y la or­ ganización concreta y simbólica de la vida social en la que se estable­ cen las distribuciones de poder y la asignación de funciones y de comportamientos. LAS IDENTIDADES COMPARTIDAS Como sin duda muchas circunstancias han contribuido a que algo se esté removiendo, las mujeres han empezado a experimentar la necesidad de reconocerse más allá de la identificación o la contrapo­ sición con el hombre; una toma de conciencia que ha permitido que hoy estemos asistiendo a un cambio desencadenado por la mayor plu­ ralidad de formas de vida de hombres y de mujeres, las cuales al asu­ mir estilos y funciones que se distancian de lo que era habitual, faci­ litan la evolución. No están cambiando sólo los contenidos — o algu­ nos contenidos— de lo femenino o de lo masculino, sino de ambos. Pero aunque los cambios en una cultura se producen siempre en relación, se puede observar que aquí están afectando a las mujeres y a las niñas, bastante más que a los hombres y a los niños. Una mayor lentitud caracteriza el proceso de transformación de las actitudes y de las funciones en la población masculina o, al menos, de su visibilidad social. Como si las referencias de su identidad sexual fueran menos versátiles y pensaran que puede quedar afectada su condición de (13) S a u , Victoria: «Sexo, género, educación», en Cuadernos ¿ie Pedagogía, núm. 171, junio de 1989, págs. 11-12.

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hombres al modificar determinados comportamientos; o como si te­ mieran perder en este camino algunos privilegios. Los pasos dados demuestran, por el contrario, que este proceso de transformación es un enriquecimiento en la medida en que se ad­ mite que manifiesten sus sentimientos sin sanción social negativa; en que les libera de la responsabilidad de ser los únicos proveedores del sustento familiar; en que les permite conductas de cuidado hacia los demás; en que les proporciona una mayor independencia personal al hacerle posible una autonomía en las tareas domésticas en las que históricamente ha sido dependiente de las mujeres... y muchas otras cosas. De esta forma, el área compartida por las identidades que cono­ cemos como femenina y como masculina ha crecido extraordinaria­ mente. Pautas de conducta, imágenes, percepciones, actitudes y signi­ ficados desarrolladas en torno al género, son cada vez menos diver­ gentes. Si aceptamos que no tiene que haber un destino social distinto en función del sexo, era improrrogable descubrir el carácter universal de los valores y de las tareas que se adscribían dicotómicamente, para que cada persona pudiera decidirse a elegir entre aquello que respon­ diese mejor a sus inquietudes, a las metas que quiere conseguir, a sus opciones de vida..., sin que su pertenencia a un sexo determinado tu­ viera que condicionar la elección. Pero avanzar por este camino no tiene que significar invertir los papeles, o que los cambios sean unidireccionales, de mujer a hombre, como se corrió el peligro en algún momento; y tampoco la mera asi­ milación de lo que se presenta como más relevante, sino en llegar a conquistar la libertad de poder vivir y de poder hacer las cosas, las mismas o no, de manera distinta. Se trata de compartir, en el pleno sentido de la palabra, la multiplicidad de posibilidades que se ofre­ cen, sin previa asignación, porque mientras que para los hombres todo lo relativo al mundo «femenino» no deje de suponer una pérdi­ da de estatus, una humillación, y para las mujeres «lo masculino» el único medio para incorporarse a nuevas funciones sociales, va a variar poco la situación. El esfuerzo que hemos visto realizar en las últimas décadas a muchas mujeres, bien con acciones individuales o bien desde dife-

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rentes grupos, necesita ser todavía mantenido para que las nuevas generaciones de jóvenes puedan encontrar menos obstáculos en ra­ zón del sexo. PENSAR D ESD E LA DIFERENCIA SEXUAL FEMENINA Mientras este movimiento iba haciéndose espacio, lo que ha lo­ grado incluso con mayor éxito del que se preveía, tanto desde algu­ nos ámbitos de la antropología como del feminismo se venía para­ lelamente llamando la atención, hasta hace poco con desiguales re­ sultados, sobre la necesaria atención al concepto de diferencia. Resituados los logros del movimiento para la igualdad y después de haber utilizado la perspectiva que el sistema de género ha aportado, estamos asistiendo a un modo nuevo de afrontar la presencia de las mujeres en el mundo que pone el énfasis en resaltar «la diferencia entre cuerpos sexuados, la no equivalencia de los dos sexos» (14), que ha de tener como consecuencia la restitución del lugar negado al sexo femenino. Porque el camino ya recorrido estaba pidiendo salir de una cate­ goría de gran éxito en ambientes académicos e intelectuales y que tanto ha aportado al discurso de las mujeres, pero que se mostraba ya como insuficiente. El concepto de diferencia sexual que ha tardado más tiempo que el de género en ser aceptado, por la desconfianza que producía la posibilidad de que se entendiera como una vuelta atrás, se está imponiendo como imprescindible para poder seguir avanzando en el movimiento y en el pensamiento de las mujeres. El hecho de haber ganado en una mejor comprensión del sentido de cómo ser y de cómo estar en el mundo en cuanto mujeres, ha ali­ mentado la certeza de que hay muchas formas de ser hombre o de ser mujer, pues al destino que marca el haber sido nacida o nacido con un sexo determinado, que estará presente en todas ellas, se une la vo­ luntad — pero aquí no el destino— de cómo constituir cada forma concreta de ser una misma. Una voluntad de la que, sin duda, for­ man parte tanto la historia como el futuro y que de hecho siempre ha

(14)

R iv er a C a r r e t a s , María Milagros: Nombrar el mundo..., op. cit., pág. 185.

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dado lugar a un pluralismo de identidades personales, de opciones de vida, de actividades individuales y de formas de organización, aunque socialmente se hayan querido presentar como excepciones. Hoy es evidente el convencimiento, si bien en círculos menos amplios de los que sería de desear, de que la mujer, el eterno femenino en el imagi­ nario patriarcal, no puede seguir uniformando a todas en un conjun­ to de características seleccionadas por los otros, a las que la población femenina debía responder obligatoriamente. Sólo la mera constata­ ción de las diferencias y también de las desigualdades que existen en­ tre mujeres de contextos, de grupos sociales, de culturas, etc., diver­ sas, avalan que no es posible agotar la realidad con planteamientos y respuestas esencialistas. El carácter irrefutable de la dicotomía necesaria para la repro­ ducción biológica — los seres humanos estamos claramente dicotomizados sólo en lo que respecta a esa función— deja de serlo cuan­ do entramos en el significado social que a este hecho ha de asignár­ sele; no puede generar ni explicar por tanto las desigualdades psicológicas y de situación social de la población de hombres respec­ to de la de mujeres que, desde él, se pretende justificar, y no tiene por qué ser la causa de que los hombres hayan ocupado histórica­ mente el poder — y de que aún no hayan dejado de hacerlo— , de que se sientan más llamados a las actividades del llamado mundo público, o de que tengan mayor dificultad y mayor pudor para ex­ presar sus sentimientos. Hay que dar el paso a la diferencia, distanciándonos del modo de entenderla desde los criterios dados por el orden patriarcal que la convertía en marginación, porque hoy sabemos que el género oculta mucho más de lo que muestra, pues en él cabe casi todo, mientras que la diferencia nos hace entrar en la búsqueda de un camino propio y en la categoría fundamental del decir de la propia experiencia. Decibilidad que produce sentido de sí y que da significado al propio ser mujer y al mundo desde nuevas claves; que descubre potencialidades propias; que permite reconocer genealogías y autoridad fuera de los canales por los que hasta ahora tenía que circular; esto es, genealogías femeninas y autoridad entre mujeres para dar otra medida del mundo y nuevas formas de mediación con la realidad. Tenemos el deber de denunciar el condicionamiento sexual del pensamiento que regula la visión del mundo y hacer surgir con toda

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su fuerza la necesidad de la diferencia (15). Para ello habrá que desar­ ticular el arraigo de las filosofías occidentales tradicionales que han construido sistemática y repetidamente el mundo en términos jerár­ quicos, de universales masculinos y de especificidades femeninas. Ne­ cesitamos modos alternativos de pensar y de actuar que no inviertan simplemente las viejas jerarquías, pero tampoco que las confirmen, lo que indudablemente no podrá hacerse ignorando las prácticas sociales y políticas que contribuyen tan eficazmente a mantenerlas sin fisuras. Hoy estamos asistiendo al cambio de los presupuestos y de los condicionamientos sociofilosóficos sobre los que se sustenta el cono­ cimiento, así como la aceptación de la impotencia del pensamiento para alcanzar una verdad con independencia de quien la haya formu­ lado. La importancia del punto de vista de quien observa en la de­ finición del objeto está cada vez más asentada en una cultura que ha perdido la confianza ingenua en las ideologías y, en parte, en la ciencia, por lo que se han empezado a privilegiar otros elementos que puedan dar mejor cuenta de la realidad, como la cultura, la experien­ cia individual, el grupo étnico o la clase social a la que se pertene­ ce, etc. En este marco, la voz de la cultura de las mujeres se está de­ jando oír con el objetivo de poner en evidencia la diferencia sexual, precisamente en un momento en el que está en crisis cualquier inten­ to de elevación del yo a la universalidad, que acaba creando siempre falsos absolutos. Como sucedió con el pensamiento acerca de la mu­ jer que, no obstante su pretendida neutralidad, vemos cómo durante siglos ha manifestado, universalizado y absolutizado el punto de vista dominante, en este caso el masculino, revestido del correspondiente prestigio científico y moral que lo convertía en referencia obligatoria para todas las mujeres (16). La luz que arroja la experiencia vivida está llevando hoy a ese pensar desde la diferencia que supone como punto de partida salir de un tipo de epistemología y de cultura pensada y elaborada desde la ausencia de lo femenino — en la que no hay que gastar ninguna ener­ gía, ni siquiera para confrontarla— y entrar en otra que nombre a las (15) Cfr. G il l ig a n , Carol: In a Different Voice, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1982. (16) Cfr. D i N ic o l a , Ciulia Paola: Reciprocidad hombre/mujer. Igualdad y diferencia, Madrid, Narcea, 1991, págs. 94-97.

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mujeres, que reconozca sus experiencias, sus deseos, sus logros, su vida. Nombrar a las mujeres concretas se está convirtiendo en una práctica necesaria, imprescindible. Por eso hay que dar cuerpo, por ejemplo, a una presencia femenina que hoy es una realidad en casi to­ dos los ámbitos, como recurso significativo de visibilidad y de refe­ rencia, porque no dejamos de observar que a pesar de que los hom­ bres son algo menos del cincuenta por ciento de la población total — siempre que barajamos grandes números de individuos— su fre­ cuencia de aparición en el sistema de representaciones es mucho ma­ yor que la de las mujeres. Esta repetición de sujetos de un mismo sexo, individualmente o en grupo, provoca no sólo que ellos se en­ cuentran en la práctica con muchas más ocasiones de ser representa­ dos y expresados como científicos, como ejecutivos, como deportis­ tas, etc., lo cual es ya indicador de la división sexual de funciones, sino que se acompaña frecuentemente con una puesta en escena de­ valuada de las actividades que se reservan a las mujeres, hasta el punto de no merecer más representaciones que las estrictamente necesarias para reforzar su decisión de realizarlas, además callando. Pero aún nos encontramos aquí con otra consecuencia: el indivi­ duo que se expresa más veces, que es representado más veces, acaba invadiendo hegemónicamente el campo de la conciencia colectiva, con el resultado de encarnarse en ella como el único o el normal — en el sentido de normativo— , dejando en este caso para las otras el pa­ pel de auxiliar de, de complemento de o, como máximo, de imitado­ ra de. O sea, con un vacío de identidad propia, con una no-represen­ tación, con un silencio de sí mismas, porque el sujeto más represen­ tado no sólo tiene más ocasiones de volver a serlo, sino que además es el que está en los lugares donde se decide cuáles son esas ocasiones de aparecer representados y de poder tomar la palabra, aumentando con ese poder de decisión su «índice de frecuencia de representación». Acogiendo la diferencia como recurso nos atreveremos a leer con categorías nuevas la vivencia femenina cotidiana; la elaboración de la experiencia de las mujeres y la interpretación del significado de su propio cuerpo, contribuirán a que la población femenina pueda reco­ nocerse como portadora de significados humanos no necesariamente referidos a los hombres y manifestar la diferencia que su ser sexuado en femenino le aporta.

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Puede ayudar en este itinerario la mayor sensibilidad y apertura del mundo contemporáneo a la valoración de las dimensiones feme­ ninas, en otros momentos rechazadas por ingenuas y hoy redescubier­ tas y hasta buscadas por la sabiduría que encierran. Sin la luz que cada vez más arroja esta situación de echar en falta lo femenino en el mundo que nos ha sido transmitido, el presente podría resultar enga­ ñosamente aceptable para quienes se habían situado en un nivel de satisfacción respecto de las relaciones hombre/mujer en la sociedad occidental. Se ha convertido en más importante ser capaz de hablar desde las mujeres que de las mujeres y, sobre todo, es prioritario dejar hablar a las mujeres para que sean ellas las que digan quiénes son y qué quie­ ren, después de una tan larga historia en la que han sido habladas por otros. TODAVIA LA EDUCACION Los cambios experimentados en la situación de las mujeres, cuan­ do nos referimos a las occidentales, blancas y de clase media, en los diferentes niveles educativos en los que son mayoría en las aulas y en­ tre el profesorado, obtienen mejores rendimientos académicos y han diversificado sus opciones de estudios, no ha contribuido a superar, como podía esperarse, todas las condiciones que dificultan su derecho a ser y a existir como mujeres, porque siguen sin poderse reconocer en los contenidos, en las referencias y hasta en los valores que en las aulas se les presentan. Los procesos de enseñanza-aprendizaje están demostrando mucha lentitud a la hora de tener en cuenta las nuevas perspectivas desde las que la educación de las chicas tiene que plan­ tearse; las implicaciones que el principio de la diferencia sexual ha de tener en la educación es más urgente por el incremento que ha expe­ rimentado el número de mujeres en las instituciones de enseñanza, en las que nuevos mecanismos de desplazamiento de motivaciones y de significados pueden seguir perpetuando los filtros con los que la po­ blación femenina ha de seleccionar las decisiones y las posibilidades ante las que se encuentra. No es difícil comprobar que la experiencia del acceso a un hori­ zonte educativo y cultural más amplio, así como de las condiciones

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en que éste se ha producido, ha tenido una doble repercusión; mien­ tras que por una parte ha producido en muchas mujeres la necesidad de establecer unas nuevas formas de relación social entre los sexos que están contribuyendo a modificar tanto la condición femenina como la masculina, por otra la escuela ha permitido socializar a toda la po­ blación, con una enorme eficacia durante décadas, en unos principios que pueden suponen reproducir las desigualdades. Y sobre todo, las referencias ideales para unas y para otros, cargadas de valores especí­ ficos y jerarquizados, no ofrecen ni una verdadera imagen de las mu­ jeres, ni una verdadera imagen de los hombres. Hoy que estamos asistiendo a un debate que señala que el análisis de género no consigue deshacerse del orden socio-simbólico patriar­ cal, que no lo cuestiona radicalmente, y que hay que actuar desde es­ trategias alternativas, hemos de caminar en todas las direcciones posi­ bles para cualificar los procesos en los que participemos y muy espe­ cialmente en la de conceder el valor que le corresponde a la existencia femenina. La realidad neutra patriarcal en la que ahora educamos tie­ ne que ir dejando hueco para una educación en la diferencia que haga espacio a una formación de los dos sexos (17). Hay que alterar prácticas y creencias, de ahí el énfasis que se está dando en las Universidades y en los Centros de Investigación al desa­ rrollo de los estudios de las mujeres, a los cursos que sobre esta temá­ tica se van introduciendo en las diferentes carreras, a la formación del profesorado y a tantas otras iniciativas puestas en marcha que, ade­ más de cuestionar el proceso de construcción del conocimiento y la exclusión de las mujeres como sujeto y objeto del mismo, irán con­ tribuyendo a una progresiva transformación de la condición femeni­ na (18). La dificultad no está tanto en formular nuevas ideas como en deshacerse de las antiguas. Es por tanto imprescindible, a pesar de los (17) Cfr. PlUSSI, Anna María: «Estrellas, planetas, galaxias, infinito», en DiOTIMA: traer a l mundo..., op. cit., págs. 147-158, y COBETA, María; JARAMILLO, Concha, y M a ÑERU, Ana: «Coeducación hoy. El estado de la cuestión», en Cuadernos de Pedagogía, núm. 245, marzo de 1996, págs. 48-55. (18) B a l l a r in D o m in g o , Pilar: «Los estudios de las mujeres en las Universidades españolas», en R uiZ B e r r io , Julio: Educación y marginación social. Homenaje a Concepción Arenal en su centenario, Madrid, Universidad Complutense, Dirección General de la Mu­ jer, 1994, págs. 97-105.

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evidentes pasos dados por las mujeres, no dejar de tener en cuenta los obstáculos que ponen límites a que la libertad femenina pueda circu­ lar con referentes de los que ellas y otras mujeres puedan ser protago­ nistas en los diferentes espacios del saber y de la autoridad, ya que las instituciones educativas y otras instancias siguen actuando, aunque no siempre sea de forma intencionada, como un lugar de reproduc­ ción de los sistemas construidos desde el patriarcado.

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L as razones sociales de la acción positiva Capitolina Díaz Martínez Profesora de Sociología de la Universidad de Oviedo

«La igualdad entre mujeres y hombres, por mucho que sea una exigencia de la razón humana, no es un hecho ni siquiera en las so­ ciedades que proclaman ideales democráticos. Es preciso emprender acciones para inducir los cambios de índole psicológica, sociológica e institucional que permitirán que las dos partes que componen la Hu­ manidad se sientan iguales y se reconozcan como tales.» (Informe del Consejo de Europa: «L’égaité entre les hommes et les femmes», Estrasburgo, 1982.)

1.

LA DESIGUALDAD ES REAL AUNQUE ALGUNOS TRATEN DE OCULTARLA

Sostiene el sociólogo Fierre BOURDIEU (1 ) que los grupos domi­ nantes tienden a sobrestimar los logros de los grupos dominados y por ello, algunos exageran los éxitos de la revolución feminista. «Se enumeran las conquistas de las mujeres, los puestos sociales, hasta ahora vedados, que ocupan. Se pone cara de inquietud ante las ame­ nazas que este nuevo poder plantea a los hombres y se crean movi­ mientos de defensa de los intereses masculinos.» Ahora bien, la contemplación de unos pocos datos (ver Gráfi­ co 1) nos puede dar una idea de lo limitados que son todavía los lo­ gros de las mujeres en su demanda de igualdad y de cómo el poder masculino dista mucho de desaparecer. Las medidas de acción positi-

(1)

«Una suave violencia», E l País, 29-9-1994.

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va van encaminadas a suprimir los obstáculos que se erigen contra la participación igualitaria de hombres y mujeres, de cualquier origen y condición social, en todas las esferas de la vida pública y en todos los países del mundo. G r á f ic o 1

R A M A S D E LA E C O N O M IA , LA S M A S Y LA S M E N O S F E M IN IZ A D A S , 1992 (E U R 12) Servicios domésticos Salud Indus. del calzado y vestido Enseñanza Comercio al por menor

Manufactura en metal Construcc. autom. y mat. transp. Metalurgia Transporte terrestre Construcción y obras públicas

En la vida pública, la representación de las mujeres viene marcada por un diferencial de poder respecto de los hombres. Así, por ejem­ plo, en el ámbito educativo, las mujeres están escasamente represen­ tadas en la jerarquía académica en todos los países del mundo [el 20% del profesorado universitario es femenino, tanto en Bélgica como en Arabia Saudí, mientras que en la educación primaria el 90% del profesorado es femenino en ambos países (Lily T a l a p e s s y , 1993)] y las mujeres y sus actividades están prácticamente ausentes en el cu­ rrículum escolar (Nuria G a r r e t a y Pilar C a r e a g a , 1985). En la es­ fera laboral, el porcentaje de mujeres desempleadas (2) es más elevado (2) Utilizaremos los datos al uso sobre «desempleo», sin entrar — por razones de es­ pacio— en el cuestionamiento de la definición de «trabajo» y «población activa», que sostiene la O IT y que en nuestro país acepta el INE. Pero señalaremos al menos: a) de la categoría «trabajo» se excluye el trabajo doméstico-familiar, y b) de la categoría «po­ blación activa» se excluye a la persona que realiza el trabajo doméstico-familiar. (Para mayor detalle, ver M.^ Teresa Ajichanco , 1993, págs. 18-23.)

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que el de hombres (3) y éstas cobran un salario menor (en la Europa de los Doce, las mujeres cobran entre un 15 y un 40% menos que los hombres) (4). Más del 80% de los trabajadores a tiempo parcial en Francia, Reino Unido y Suecia son mujeres, pero ellas ocupan muy pocos puestos en el nivel de toma de decisiones — ver Gráfico 2— . En el espacio político hay muy pocas mujeres que cubran puestos como representantes y todavía es menor el número de mujeres diri­ gentes (de los aproximadamente 40.000 parlamentarios del mundo menos de un 10% son mujeres). G r á f ic o 2

PRESENCIA DE LAS MUJERES EN ALGUNOS AMBITOS DE DECISION ALREDEDOR DE LOS AÑOS 90 (EUR, 12)* Poder ejecutivo y legislativo

%

%

Parlamento

Administración pública

Gobierno

lotai. iNivei iNivei iNivei univ. geren. sup.

Panorama. Datos estadísticos relativos a la participación de las mujeres en la toma de decisión política y pública. Com isión Europea, DGV, 1994. * M edia comunitaria. Fuente:

(3) En los últimos diez años la media de desempleo masculino en la CEE ha estado en torno al 9%, mientras que el desempleo femenino, en el mismo período, ha sido su­ perior al 13% (Eurostat, 1995, pág. 164). (4) Eurostat, op. cit., pág. 156.

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2.

NATURALEZA DE LA ACCION POSITIVA

Acción positiva es cualquier esfuerzo realizado para lograr la igualdad de resultados para las mujeres u otros grupos que hayan sido socialmente discriminados en relación con los grupos tradicional­ mente favorecidos — los hombres— , gracias a medidas temporales que compensen o contrarresten tal discriminación. Las medidas de acción positiva parten del reconocimiento de la existencia de modelos — y de prácticas— de discriminación, desven­ taja y exclusión social, y de la necesidad de un cambio de mentalidad, tanto de los poderes públicos como de las personas y entidades priva­ das, para lograr una satisfactoria igualdad de resultados. La acción positiva, como tal, surge de la constatación de las limi­ taciones de las políticas de igualdad de oportunidades. Trata, por una parte, de afianzar los logros de la política de igualdad de oportunida­ des en su esfuerzo por eliminar la discriminación directa. Por otra parte, intenta eliminar y compensar todo tipo de discriminación in­ directa. Se considera discriminación directa al conjunto de normas y le­ yes que a) explícitamente prohíben a las mujeres su participación en alguna actividad formativa, de empleo o pública; b) les dan un trato legal diferente al de los hombres en aquellos asuntos o ámbitos de in­ teracción en los que participan (matrimonio, por ejemplo). Por dis­ criminación indirecta se entiende aquella forma de discriminación producida por la costumbre y la tradición en una sociedad de domi­ nancia masculina y consecuentemente organizada con parámetros masculinos. Este tipo de discriminación permea toda la sociedad, desde el ámbito doméstico (M.^ Angeles D uran, 1987, 1993), al educativo (Marina SUBIRATS, 1990), tecnológico (Cynthia CoCKBURN, 1988), laboral (Carme Alemany, 1995) y político (Amelia Valcarcel, 1995), etc. Sus mecanismos de actuación sobre las con­ ciencias de los individuos son, a veces, muy profundos y sutiles, sien­ do por ello mucho más difícil de eliminar o reducir. Hacia su desapa­ rición van dirigidas las políticas de acción positiva. Las desigualdades que tratan de corregir las medidas de acción po­ sitiva se expresan en diversas formas. Nos encontramos, por una parte, con la desigualdad de partida o de origen. Para eliminar la desigualdad

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de partida no ha resultado suficiente la política de igualdad de oportu­ nidades. Las limitaciones de esa política son manifiestas. En efecto, en cualquier ámbito de la vida socia se puede constatar que la simple eli­ minación de las barreras legales para el ejercicio de una actividad no ponen a todas las personas en igualdad de condiciones para iniciar di­ cha actividad (Capitolina DiAZ, 1996, 3). La situación psicológica y familiar de muchas mujeres, así como las dificultades estructurales que ellas enfrentan en relación con el mundo educativo, el mercado de tra­ bajo y la vida política, les impiden, con excesiva frecuencia, el acceso a dichas esferas en igualdad de condiciones con los varones. Otra manifestación de la desigualdad de género es la que pode­ mos llamar desigualdad simbólica. La acción positiva está encaminada a transformar las imágenes tradicionales del orden social, intenta cambiar la percepción que del mundo y de sí misma y de sí mismo tienen mujeres y hombres. Muchas de estas percepciones forman par­ te del substrato emotivo profundo de los individuos y son difíciles de modificar la esfera de la argumentación racional. Los cambios en esos niveles, para que sean efectivos, tienen que ir acompañados de cam­ bios en las prácticas sociales. Por eso las políticas de acción positiva van más allá de la eliminación de los obstáculos de carácter jurídico. Tratan de incentivar los cambios reales en la acción social diaria. Cambios que deben producirse en paralelo con los cambios en las concepciones que sobre cada sociedad tienen sus propios miembros. Las dos formas anteriores de desigualdad se concretan en una des­ igualdad de resultados. Esta forma de desigualdad hace referencia al hecho de que las desigualdades de género siguen siendo una caracte­ rística evidente de nuestras sociedades, a pesar de la modernización de gran parte de las estructuras sociales y de la mejora — relativa— de las mujeres en muchos campos. Una muestra de este desigual resulta­ do final a pesar de las políticas sociales de igualdad puede verse en los gráficos 1, 2 y 3. Téngase en cuenta que los datos de dichos Gráficos corresponden a la Europa de los Doce (el 1 y el 2) y a España (Gráfi­ co 3), países en los que la igualdad jurídica es un hecho y en los que desde hace años se aplican formalmente políticas de igualdad de oportunidades. Aún así, la desigualdad de resultados, como se puede ver, es manifiesta. Este estado de cosas es el que lleva a plantear la igualdad de resultados como el objetivo último de las medidas de ac­ ción positiva.

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98 G rá fic o 3 P O B L A C IO N A C T IV A O C U P A D A P O R S E C T O R E S D E A C T IV ID A D

3 Hombres 1980

% Mujeres

% Hombres

% Mujeres

% Hombres

% Mujeres

1980

1985

1985

1993

1993

F uente : E laboración propia a partir de los datos de la E ncu esta de Población Activa, series revisadas 19 7 6 -8 7 y cuarto trim estre de 1993, IN E .

La característica del proceso que conduce hacia ese objetivo final de igualdad en los resultados define otras notas de la acción positi­ va, como son: a) Su talante dinámico y progresivo: Las propuestas de acción positiva van cambiando a medida que alcanzan sus objetivos, b) Su validez temporal: Esas propuestas dejan de promoverse una vez que se han corregido las discriminaciones contra las que actúan, c) Su espectro global: Las propuestas en cuestión afectan a todos los ámbi­ tos de la actividad humana, d) Su carácter paradójico: Con la conse­ cución de sus propios objetivos desaparecería su razón de ser de la ac­ ción positiva. Las medidas de acción positiva pueden tener una apariencia dis­ criminatoria (5), pero están destinadas a eliminar o reducir las des­ igualdades existentes. (5) En castellano se ha usado hasta hace poco, y aún se sigue usando, la expresión «discriminación positiva», que progresivamente está siendo sustituida por «acción positi­ va». Expresión que empleamos en este artículo y que viene a ser una traducción directa del concepto de «positive action» utilizado en inglés.

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Cualificaciones La acción positiva, al procurar deliberadamente la promoción de los miembros de un grupo discriminado no pretende perjudicar a ter­ ceros ni desprecia la apropiada cualificación de las personas. La acción positiva no significa elegir mujeres (o cualquier otro grupo discrimi­ nado) insuficientemente preparadas, sin méritos para ocupar un em­ pleo, para recibir una beca, un crédito bancario, etc., en demérito de otras personas más cualificadas. La acción positiva respeta y valora la cualificación de las personas candidatas al trabajo, puesto escolar o actividad de la que se trate. Sólo pretende que entre dos personas de igual mérito se le dé la oportunidad a aquella persona del grupo me­ nos representado en ese medio. Dejar de lado las cualificaciones de una persona y seleccionarla sólo en base a la discriminación que his­ tóricamente ha sufrido el grupo social al que pertenece, sin prepararla previamente para desempeñar esa labor, sería negativo a la larga. Aun­ que, como alguna feminista (6) ha señalado, las mujeres no estarán en igualdad de condiciones con los varones hasta que no haya tantas mediocres y mal preparadas en puestos de responsabilidad como hombres hay y ha habido en esas mismas condiciones. Sabemos que, por lo general, cuando compiten por el mismo ob­ jetivo una mujer y un hombre con las cualificaciones apropiadas y de un nivel equivalente, el hombre, por el mero hecho de serlo, añade de forma implícita un plus que inclina la balanza a su favor. Con la ac­ ción positiva lo que se intenta es invertir, o al menos igualar, ese plus. Se podría decir que las medidas de acción positiva buscan una igual­ dad de oportunidades compensaday en el sentido en que intentan «compensar» ese plus que la sociedad tradicionalmente ha reconocido a los varones. En cualquier caso, convendría revisar lo que se entiende por «cua­ lificación apropiada», pues las definiciones de cualificación pueden ser menos neutrales de lo que parecen. Cynthia C O C K B U R N (1988) indica que las cualificaciones y el status ocupacional derivado de ellas no están determinados por la tecnología, sino por quienes detentan el poder en el lugar de trabajo. S. W O O D (1982), en la misma línea, se­ ñala que «la etiqueta de algunos trabajos como “cualificados” simple(6 )

Alida

H

e v ia ,

miembro de la Tertulia Feminista Les Comadres, de Gijón.

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mente refleja un proceso social y no una base técnica subyacente». La situación actual demuestra que todavía ahora se considera que los tra­ bajos de las mujeres requieren bajas cualificaciones y, en consecuen­ cia, son mal pagados. Otras sociólogas que han profundizado sobre la cuestión de las cualificaciones profesionales, entre ellas Carme Alemany (1996), han señalado que debe diferenciarse entre dos tipos de cualificaciones: las llamadas cualificaciones formales y las cualificaciones informales. Las primeras son aquellas que se obtienen en el sistema educativo y/o en el propio empleo a partir de la experiencia. Por lo general son reco­ nocidas a nivel de categoría profesional y salario. Las cualificaciones informales son las adquiridas fuera de la actividad profesional, en la vida cotidiana, y más en concreto en las tareas reproductivas (las tare­ as doméstico-familiares). Estas no son tenidas en cuenta en la elabo­ ración de las categorías laborales, ni siquiera en la descripción de las cualificaciones necesarias para desempeñar ciertos trabajos. Conse­ cuentemente, tampoco son pagadas. Sin embargo, a las mujeres, con mucha frecuencia, se les dan puestos de trabajo que requieren esas cualificaciones aprendidas en la práctica de su rol de género. Cualida­ des como la pulcritud, la minuciosidad, el esmero, la delicadeza, la habilidad en las relaciones sociales, etc., son imprescindibles en mu­ chos puestos de trabajo. Pero, como también señala Carme Alemany, no son ni reconocidas ni pagadas. La acción positiva rastrea todas las esferas de la vida social para descubrir cuáles son las causas de la invisibilidad y/o discriminación de las mujeres con el fin de proponer medidas activas para eliminar, o al menos ir reduciendo, dicha discriminación.

3.

BREVE HISTORIA DE LAS POLITICAS DE ACCION POSITIVA

Ni este artículo ni el debate actual sobre la acción positiva se dan en un vacío histórico. Las demandas de medidas de acción positiva comenzaron en los Estados Unidos a partir del momento en que tan­ to ciertas minorías étnicas como las mujeres disfrutaron de mayores posibilidades de empleo como consecuencia de la II Guerra Mundial y el período inmediatamente posterior. En 1964 la Ley de Derechos

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Civiles recoge por primera vez el concepto de acción positiva («affirmative action») referido a las medidas encaminadas a corregir la dis­ criminación por razones de raza. En 1965 la Ley del Derecho al Voto recoge explícitamente la discriminación por razón de sexo. A partir de 1970 se empiezan a producir decisiones judiciales y a dictarse nor­ mas y decretos que, de hecho, imponen en todos los sectores de la vida pública estadounidense medidas de acción positiva en favor de las mujeres y de cualquier minoría discriminada. En 1979 la O N U adoptó la «Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación hacia las mujeres». En ella se reco­ gen medidas de acción positiva encaminadas a garantizar la igualdad de derechos y obligaciones de mujeres y hombres. España no firmó dicha Convención hasta 1983, y desde la pasada Conferencia de Pe­ kín de 1995 casi todos los países del planeta la han ratificado. De to­ dos modos, es sabido que entre la ratificación y el cumplimiento a menudo hay un largo trecho. La Directiva sobre Igualdad de Trato adoptada por la Unión Europea en 1976 establece medidas positivas en relación con el acce­ so al empleo, la promoción profesional y las condiciones de trabajo. Dichas medidas se han ido desarrollando a través de diversas senten­ cias y normas desde entonces. Aunque algunas de ellas obligan al cumplimiento de tales medidas en los países miembros, la mayoría son sólo recomendaciones. Estas medidas de igualdad de trato, en lo referente al empleo, se han ido complementando con otras dirigidas a fomentar la igualdad en la educación y la participación de las mujeres en la vida política, como veremos en el apartado siguiente. En España se han lanzado programas de acción positiva a partir de las iniciativas de la Unión Europea. Estos programas han sido ge­ neralmente impulsados por el Instituto de la Mujer (y los equivalen­ tes institutos de las Comunidades Autónomas) y se han lanzado pro­ gramas de acción positiva. Los más destacables han sido los cuatro programas para la Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mu­ jeres (PIOM, a partir de ahora) y los derivados de la Iniciativa Empleo-NOW. Lamentablemente, la mayoría de las medidas de acción positiva sugeridas en dichos programas no tiene carácter obligatorio, por lo que su cumplimiento es desigual y depende de factores muy variados y difíciles de controlar.

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4.

BASES LEGALES PARA LA ACCIO N POSITIVA

Cualquier programa de acción positiva requiere una base legal que le sirva de apoyatura. A este respecto, vamos a referirnos única­ mente a las disposiciones jurídicas españolas y comunitarias, por ser las que nos afectan más directamente. No debemos dejar de mencio­ nar, sin embargo, que Estados Unidos, Canadá y algunos países nór­ dicos que permanecen fuera de la Unión Europea, como Islandia y Noruega, han desarrollado una normativa legal muy efectiva para la imposición de medidas positivas. En España En nuestro país, la política de acción positiva se fundamenta en nuestra propia Constitución. El artículo 9.2 dice: «Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas: remover los obstáculos que impidan o dificultan su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudada­ nos en la vida política, económica, cultural y social» (7). Y el artículo 14 señala: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, reli­ gión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.» Así pues, la Constitución no sólo afirma la igualdad como prin­ cipio, sino que responsabiliza a las autoridades de promover las polí­ ticas tendentes al desarrollo real de tal igualdad. De ahí que, con la Constitución en la mano, se les pudieran exigir responsabilidades a las autoridades públicas por su inacción al respecto, o por la falta de éxito de sus intervenciones positivas en los pocos casos en los que han actuado en esa dirección. (7)

La cursiva es nuestra.

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Por lo que se refiere al trabajo, y sin pretender entrar en detalle en el ordenamiento jurídico español (8), el artículo 35 de la Cons­ titución Española dice: «Todos los españoles tienen el deber de tra­ bajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión y ofi­ cio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración sufi­ ciente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo.» Este derecho se recoge también en los artículos 17.1 y 28 del Estatuto de los Trabajadores y en la Ley de la Función Pública. Como se puede ver en el Gráfico 3, y a pesar de la legislación, la discrimina­ ción por razones de sexo parece seguir operando en el mercado de trabajo. Artículos como los arriba mencionados son los que han permiti­ do la supresión de los obstáculos legales que impedían la participa­ ción de las mujeres en las Fuerzas Armadas, en el interior de las mi­ nas y en un sinfín de lugares que les eran previamente vedados. Por otra parte, y como se ha señalado antes, España ha firmado una serie de protocolos internacionales que la obligan a promover po­ líticas de acción positiva. España también está obligada a cumplir las directivas de la Unión Europea, y en la medida de lo posible debe se­ guir sus recomendaciones y resoluciones (9). Comentaremos las más sig­ nificativas a continuación. Cristina A l b e r d i (1985) sostiene que «España está a la cabeza de los países desarrollados en materia de igualdad entre hombres y mu­ jeres en el ordenamiento jurídico», pero también habla de la necesi­ dad de superar el «déficit democrático» que todavía arrastra nuestro

(8) Para un conocimiento detallado de los mecanismos de acción para la igualdad de las mujeres, los planes aprobados, los convenios suscritos y los cambios legislativos, ver Las españolas en el umbral del siglo XXI, Subdirección General de Estudios y Documenta­ ción, Ministerio de Asuntos Sociales, Instituto de la Mujer, Madrid, 1994, págs. 22-49. (9) Las directivas de la CEE obligan a los Estados miembros a llegar a unos resulta­ dos determinados en unos plazos fijados, pero respetan la autonomía de cada Estado para desarrollar las formas y los medios de conseguirlos. Las recomendaciones no son obligatorias, tan sólo señalan algunas pautas para el desa­ rrollo de las legislaciones de cada Estado miembro. Las resoluciones del Consejo de la Comisión Europea no son tampoco vinculantes y es­ tablecen un marco general dentro del cual se desarrollarán los programas de acción comu­ nitaria. (Para más detalles, ver Juan José MARTIN ARRIBAS, págs. 50-51.)

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país en relación a la participación igualitaria de los hombres y muje­ res en la vida social española. Hacia la superación, en el sentido más amplio, de ese déficit democrático, es hacia donde se encaminan las medidas de acción positiva. Entre las medidas de acción positiva destacan aquellas surgidas a raíz de los PIOM. Entre ellos, caben señalar los programas GIRA, DESCUBRE OTRAS PROFESIONES, NOVA, MABEM, EM­ PRENDEDORAS, OPTIMA, ANIMA, etc.

En la Unión Europea Desde la firma del Tratado de Roma, la Comunidad Europea ha intentado, con una cierta timidez, poner fin a la discriminación a la que el ordenamiento jurídico de los diferentes Estados miembros ha sometido tradicionalmente a las mujeres. Una de las medidas de ma­ yor relevancia en la búsqueda de la plena igualdad entre hombres y mujeres han sido los cuatro Programas de Acción Comunitaria para la Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mujeres. 1.

Los Programas para la Igualdad de Oportunidades

Los Programas parten de una resolución del Consejo de Minis­ tros de la Comunidad Europea y tienen como objetivo último erradi­ car las causas que producen la desigualdad. Los cuatro Programas in­ vitan a los Estados miembros a la creación y cumplimiento de pro­ gramas nacionales similares a los comunitarios. El primer PIOM (1982-1985) preveía la promoción del principio de igualdad de oportunidades en los ámbitos educativos, de forma­ ción y empleo, de protección social de las mujeres trabajadoras y de reparto de responsabilidades familiares entre el hombre y la mujer. El segundo PIOM (1986-1990) proponía la adopción de medi­ das para favorecer el autoempleo de las mujeres, potenciar la contra­ tación de mujeres en empresas con tecnologías de la información, y apoyar a la promoción de las mujeres a puestos de trabajo con res­ ponsabilidad.

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El tercer PIOM (1991-1995), además de evaluar lo conseguido por los dos programas anteriores y denunciar la persistente desigual­ dad de las mujeres, sobre todo en el terreno del empleo, hace una se­ rie de recomendaciones detalladas a los agentes sociales, a los Estados miembros y a la Comisión. Entre sus propuestas destacan aquellas que llaman a la elaboración de planes concretos para la implantación de la igualdad. Van desde la adopción de medidas para que las muje­ res formen parte activa de los órganos directivos de los sindicatos, hasta la integración de los objetivos de igualdad en los Programas de Acción de la Comunidad. El cuarto PIOM (1996-2000), que es el primero de la Europa de los Quince, parte de la constatación de que vivimos en una sociedad cambiante para proponer el establecimiento de la cooperación y el fo­ mento de la igualdad en una economía cambiante. Aboga por el esta­ blecimiento de medidas para la conciliación del trabajo y la vida fa­ miliar de los hombres y de las mujeres y propone el fomento de una participación equilibrada de hombres y mujeres en las tomas de deci­ siones. Busca también la realización del ejercicio de los derechos de las mujeres. Los cuatro programas han surgido en un contexto jurídico — a la par que social— progresivamente más decidido en favor de la igual­ dad entre hombres y mujeres. Las limitaciones jurídicas a la igualdad real son todavía grandes, y la necesidad de implementar un programa tras otro lo confirma. Además de los PIOM, la Unión Europea ha dado una serie de pasos para dotarse a sí misma de algunos instru­ mentos jurídicos que vayan acercando la situación real de las mujeres a la de los hombres. Señalaremos, brevemente, alguno de los cambios legislativos, siguiendo el agrupamiento realizado por el profesor J. J. Martin Arribas (1993).

2.

La igualdad de retribuciones entre hombres y mujeres

A pesar de que el principio de igualdad retributiva entre hombres y mujeres para un mismo trabajo data de la firma del Tratado de Constitución de la Comunidad Económica Europea (art. 119), dicha igualdad retributiva sigue sin ser real. Debido a ello, se han tomado diversas medidas desde la Comunidad para impulsar y garantizar su

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cumplimiento. Pero hay todavía un amplio margen de intervención de medidas de acción positiva para hacer efectiva dicha igualdad, tan­ to desde la Unión Europea como desde los Estados y entidades me­ nores. Una de las medidas tomadas desde la Comunidad para hacer efectiva la igualdad ha sido la propuesta de directiva del Consejo relati­ va a la carga de prueba en el ámbito de igualdad de retribución y de tra­ to entre hombres y mujeres (10), presentada en mayo de 1988. Esta propuesta reconoce la dificultad legal de demostrar la discriminación retributiva (salarial, de pensiones, de indemnizaciones, etc.) y exige que en el caso de denuncia sea la entidad demandada quien aporte las pruebas de que no discrimina.

3.

La igualdad de trato entre hombres y mujeres

,

La directiva de la Comunidad Europea 76/207/CEE regula el principio de igualdad de trato entre hombres y mujeres en lo referen­ te a empleo, formación y promoción profesional y a las condiciones de trabajo (11). Está directiva fue desarrollada en lo relativo a igual­ dad en materia de seguridad social (12), en los regímenes profesiona­ les de la Seguridad Social (13) y en el régimen de autónomos (inclui­ dos los agrarios) (14). Tales normativas dan pie legal al desarrollo de amplias medidas de acción positiva en lo referido al trato. Cualquiera de las que se señalarán más adelante, en el apartado 5, estarían plena­ mente justificadas con arreglo a ellas.

4.

La dignidad del hombre y la mujer en el trabajo

Con el objeto de preservar la dignidad del hombre y la mujer en el trabajo caben destacar las resoluciones del Consejo (90/

(10) (11) (12) (13) (14)

D O CE, D O CE, D O CE, D O CE, D O CE,

núm. núm. núm. núm. núm.

C176, 5-7-1988, páe. 5. L39, 14-2-76, pág. L16, 10-1-79, pág. 24. L225, 12-8-1986, pág. 40. L359, 19-12-1986, pág. 56.

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157/CEE), las recomendaciones de la Comisión (92/131/CEE), el Código de conducta sobre las medidas para combatir el acoso se­ xual (15) y la recomendación de la Comisión 92/131/CEE. Estas normas comunitarias, aunque no tienen todavía el carácter de obligatorias, van creando el marco conceptual e ideológico en el que se puede desarrollar la normativa jurídica de los países miem­ bros. Son normas que además de definir el acoso sexual en el trabajo como intimidatorio, humillante y creador de un ambiente de trabajo hostil, pide a los Estados miembros que desarrollen me­ didas de acción positiva en el sector público y que implementen programas de toma de conciencia del problema. También piden a los interlocutores sociales (empresarios y sindicatos) la inclusión de cláusulas apropiadas en los convenios que garanticen un am­ biente de trabajo libre de acoso sexual. Como hemos señalado, son sólo recomendaciones, tienen un ca­ rácter muy general y no obligan al desarrollo de medidas legales. Así todo, y a partir de esa base, tanto desde instancias privadas como pú­ blicas, cabe la puesta en marcha de acciones positivas concretas tanto en el ámbito laboral como fuera de él.

5.

E l cuidado de los niños y niñas y la igualdad de oportunidades

La CEE ha tardado en reconocer explícitamente que el cuidado de niñas y niños recae fundamentalmente sobre las mujeres y que la falta de servicios asequibles para dicho cuidado, así como la escasa responsabilidad de los padres respecto a compartir esas tareas con el empleo y la formación, dificultan la participación de las mujeres en el mercado de trabajo y en otros ámbitos de la vida pública, en igualdad de condiciones con los hombres. La CEE también sostiene que desde la perspectiva del mercado único la infrautilización del potencial de las mujeres europeas es una pérdida que tal vez no se puedan permitir (Gráfico 4).

(15)

D O CE, núm. C157, 27-6-1990, pág. 3, y D O CE, núm. L49, 24-2-92, pág. 1.

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108 G ráfico 4

TASA DE ACTIVIDAD (20-39 AÑOS) POR SEXO Y NUMERO DE NIÑOS/AS A SU CARGO, 1992 (EUR, 12) Mujeres

Hombres

niños/as Fu en te:

niños/as

Instituto de la Mujer, Las españolas en el umbral del siglo XXl, p á g . 97.

En 1992 el Consejo de Ministros adoptó la Recomendación 92/241/CEE sobre el cuidado de niños y niñas. Esta recomendación anima a los Estados miembros a: a) establecer servicios asequibles para el cuidado de niños y niñas mientras sus progenitores están tra­ bajando, buscando un empleo o formándose; b) conceder permisos especiales tanto a madres como a padres; c) flexibilización del entor­ no de trabajo para los/as trabajadores/as con hijos; d) desarrollar pro­ gramas para que padres y madres compartan las responsabilidades la­ borales y familiares. En la medida en que el tercer, y especialmente el cuarto PIOM, insisten en la conciliación del trabajo y la vida familiar para mujeres y hombres, un cambio legislativo que estimule dicha conciliación debería seguir a dichos PIOM 3 y 4. A partir de las genéricas recomendaciones hasta ahora presenta­ das, las posibilidades de implementar acciones positivas en cualquiera de los Estados miembros es amplísima. En el nuestro, el Instituto de la Mujer y sus equivalentes en algunas Comunidades Autónomas han propuesto diversas iniciativas; el gobierno central, la mayoría de los

ínidice

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gobiernos autonómicos y muchos gobiernos locales han suscrito ios PIOM y legislado siguiendo sus directrices, pero todavía falta sensibi­ lidad entre los poderes públicos para entender la necesidad de accio­ nes positivas decididas.

5.

COM O PODRIA OPERAR LA ACCION POSITIVA

En primer lugar, en el Estado español contamos con una base constitucional para tomar medidas de acción positiva. La Constitu­ ción, aunque insuficiente, ofrece un marco desde el que se pueden proponer numerosas medidas favorecedoras de igualdad. En segundo lugar, podría desarrollarse el mandato constitucional de tal manera que en todos los niveles de participación ciudadana se explicitara públicamente el objetivo de igualdad de oportunidades compensadas para toda la ciudadanía. En tercer lugar, cabría ejercer una acción verdaderamente decidi­ da para sacar a la luz los datos y hacer consciente a la ciudadanía de lo infrarrepresentadas que están las mujeres en aquellos espacios en los que por sus cualificaciones merecen estar en igualdad con los hombres, pero de los que tradicionalmente se las ha excluido y siguen parcialmente excluidas. En cuarto lugar —y el orden de la numeración no indica el orden de la intervención, que debería ser simultánea— , es preciso identificar aquellas barreras que impiden la paridad de mujeres y hombres en las instancias educativas, económicas, políticas, etc., y desarrollar ahí las políticas concretas de acción positiva. Estas pueden ir desde la creación de guarderías en las empresas a la motivación y apoyo a las mujeres para que entren en actividades de las que tradicionalmente han sido excluidas, particularmente en los órganos de decisión. La demanda de una mayor participación de las mujeres en los órganos de decisión tie­ ne un objetivo doble. Por un lado, se trata de compensar el tradicional déficit de mujeres en órganos decisorios de cualquier tipo. Por otro lado, se confía en que cuando haya un número abundante de mujeres en las esferas en las que se toman las decisiones, esas decisiones podrían cambiar de carácter al contemplar aspectos de la realidad generalmente ocultos. Ocultos al menos para los hombres en el poder.

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lio

En quinto y último lugar, convendría realizar un control y eva­ luación del cumplimiento progresivo de los objetivos de la igualdad de oportunidades, en todos los niveles de la vida social. Los resulta­ dos de ese control deberían hacerse públicos y contar incluso con un sistema de gratificación o penalización según el grado de efectividad de la implantación de la igualdad de oportunidades. Sobre estas bases deberían operar los poderes públicos, sirviendo de modelo a las empresas privadas y a los agentes sociales. Ofrecien­ do, a la vez, incentivos para el desarrollo de políticas de acción posi­ tiva. En otras palabras, para erradicar la discriminación no es sufi­ ciente con que se cumpla el aspecto formal de la ley de no discrimi­ nar por razón de sexo. Las actitudes sexistas están tan profundamente arraigadas en nuestra sociedad, que si no se regula, educa, se toma conciencia y se incentiva a los individuos y colectivos — públicos y privados— a practicar una acción positiva hacia las mujeres, éstas se­ guirán excluidas de muchos espacios, sobre todo de aquellos donde se toman las grandes decisiones. Mientras las mujeres no estén proporcionalmente representadas en todas las esferas de la vida pública, no sólo como individuos, sino como grupo diferenciado, seguirán siendo necesarias las medidas de acción positiva. El sistema democrático que conocemos no será real­ mente igualitario mientras no se abra y se amplíe para escuchar, ade­ más de las voces de los partidos políticos, las voces de grupos hasta hace poco silenciados y ocultos. De estos grupos — pretendidamente asimilados bajo el concepto de «ciudadano»— el grupo diferenciado de las mujeres es el más numeroso. Pero hay otros que también quie­ ren hablar con voz propia. Estos grupos necesitarán también medidas de acción positiva para conseguir sus objetivos.

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uran,

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Mujeres en la Historia María José Arana, RSCJ Profesora de Teología V. R. Comité ejecutivo del Fórum Ecuménico de Mujeres Cristianas de Europa

RECUPERANDO LA HISTORIA Este verano fui dos veces al concierto en Austria; es un plan muy socorrido; lo diferente estaba en las intérpretes y en los programas que se ofrecían en ambos. Desde el comienzo hasta el fin se interpre­ taban obras de mujeres compositoras, actuales y pasadas: Carlotta Fe­ rrari (siglo X V ll), Pauline Viardot-García (xix-xx), Nadja Boulanger (xix-xx), María Felicia García (xix), Johanna Doderer (siglo xx)... y por supuesto composiciones, de Alma M. Mahler, A. M. Bach... y me parece — no estoy segura— que también de Nannerl Mozart (Walburga)... y otras. Algunos de estos nombres nos suenan mucho más gracias a la gloria de los varones que tenían cercanos y a los cuales, sin ninguna duda, les «echaron más de una mano»... Seguro que el públi­ co no tuvo muchas ocasiones de escuchar sus partituras mientras ellas vivían; menos aún después, y se ha ido amontonando sobre ellas el polvo, el silencio y el olvido. También aproveché para visitar Salzburgo. El «tours» estaba orga­ nizado siguiendo los pasos y las huellas de Salomé, Nannerl, Cons­ tanza, Carolina Augusta y otras mujeres que allí vivieron... El progra­ ma «The best for ladies» ofrece todo tipo de alternativas, entre las que se incluyen colecciones de retratos, alguno «de» y la mayoría «a» mu­ jeres, pintados en los siglos XVI-XIX; grabados, curiosidades musicales, artísticas e incluso comerciales..., en fin, existen también diversos iti­ nerarios turísticos para contemplar sus casas, recomponer recuerdos y también — ¿por qué no?— asomarse a su vida íntima. La Oficina de Turismo local tiene ya instituida esta forma original de ver esta pre­ ciosa ciudad; es como contemplarla «a través de los ojos y la acción de las mujeres»; se respira un talante distinto y las guías, realmente.

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consiguen revivir a muchas de ellas en la memoria colectiva; ¡se des­ cubren cosas interesantísimas! Un puñado de mujeres concienciadas de ese país se ha empeña­ do en recuperar arte y autoras y, muy modestamente, ya empiezan a «tomar la calle».... Me gustaba comenzar este artículo con ellas, reco­ nociendo su original trabajo, aunque, a decir verdad, son sólo un ejemplo más entre otras iniciativas. Porque otras, en muchos lugares del Globo, hacen cosas pareci­ das, con fino ingenio y de mil formas distintas. Hay librerías de mu­ jeres, emisoras privadas de radio, seminarios culturales de toda clase, despachos y bufetes, festivales y congresos que organizan las asocia­ ciones de mujeres «en la Música», «en la Teología», «en la Agricultu­ ra», «en la Salud», o en cualquier ámbito... En muchísimos lugares cuentan con el apoyo oficial de los «Institutos de la Mujer»... y otros organismos y departamentos. Rebuscan entre los cuadros, las poesías, las ciencias, la religión, la política...; desempolvan objetos y hechos, reconstruyen vidas. Se ha co­ menzado una especie de «excavación» en la Historia, casi arqueológica, con el fin de encontrar mujeres, de extraer palabras y obras olvidadas en la fosa del tiempo, tiradas en los márgenes de la misma Historia. Los rincones son infinitos y a veces la hondonada profunda. Es un trabajo casi artesanal, lento y minucioso, hecho con amor; es una auténtica y palpitante excavación colectiva y solidaria ejercida desde todos los ám­ bitos posibles — los del saber y los de la vida— , que propicia un en­ cuentro real con aquéllas que nos precedieron en la lucha, el amor, el arte, la música, la ciencia, la mística... en la vida. Sabemos muy poco de ellas, muchas veces ni siquiera nos suenan sus nombres, y sin embar­ go queremos conocerlas. Estamos empeñadas en «recuperarlas», en en­ tablar un diálogo con ellas y escucharlas, porque queremos establecer una relación, una cadena histórica, solidaria, construir el futuro desde y con las que nos precedieron, y..., por supuesto, ¡necesitamos aprender de ellas!. Es un trozo de Historia que nos pertenece. La tarea es extensa y profunda; es sugerente, necesaria y a veces también resulta ardua; colorea el pasado, lo ilumina, incide en el pre­ sente y, prolongándose hacia lo que vendrá, diseña un futuro distinto, unas relaciones nuevas. Pero... ¿por qué resulta tan complicado hallarlas?...

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ESCONDIDAS TRAS EL ANONIMATO Y LA INCOM PRESION Continuemos con nuestras mujeres músicas. No hace mucho compré cinta y libreto de los himnos y secuen­ cias litúrgicas compuestas — letra y música— por la medieval aba­ desa de Bigen, Hildergarda (siglo X ll) ( 1 ) ; una preciosidad, es cier­ to, pero también es, casi, una auténtica excepción, porque, cierta­ mente, si algo resulta difícil en esta búsqueda es precisamente tropezar con las partituras femeninas. Y es que someterse al juicio masculino bajo el nombre de una mujer era algo, ya sin más, abo­ cado al fracaso; por eso, parece que la mayoría de las mujeres músi­ cas o no se animaban a componer o bien no firmaban sus obras y las dejaban en el anonimato; pero también se daba el caso de que las publicasen amparadas bajo la firma de algún varón, por ejemplo, la del padre, marido, hermano (2), y así sus nombres han desapare­ cido para siempre. Por ejemplo, estudios recientes han demostrado que la brillante obra del compositor Gustavo Mahler se hizo posible, en su mayoría, gracias a la valiosa colaboración de su esposa, también compositora, la vienesa Alma María Mahler (siglos XIX-XX) (3). Además, seguro que el caso de Nannerl Mozart (siglos XVIII-XIX) (Walburga) no fue un hecho aislado en la Historia. Ella también des­ tacó como niña prodigio, y quizá no debía de tener menos cualidades artísticas que su célebre hermano. A él lo educaron y lo prepararon para que triunfara; ella, en la injusta desproporción, casi se vuelve loca... Al final sólo Wolfgang Amadeus logró dar a conocer sus dotes y hoy únicamente conocemos el genio masculino... (4). Clara Wieck (siglo Xix) fue compositora y, al parecer, buena, pero la boda con el compositor Roberto Schumann truncó su fama y su carrera y ya no

(1) A b b e s s H i l d e r g a r d OF B i g e n ; Secuences and Hymns, Gothic Voices, Hyperion records, London, 1981. (2) M i g u e l , Andree: Le Féminisme, París, 1980, pág. 55. (3) A A .W :. Diccionario de mujeres célebres, Espasa, Madrid, 1994. (4) PEREZ S e v i l l a , G.: «Mozart», n. 2, Las giras triunfales de un genio adolescente, Cuadernos editados por la Dirección General de Tráfico, Madrid, 1991.

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se le permitió sino interpretar al piano... Pero seguro que sus conoci­ mientos musicales «ayudaron» al compositor (5). También hubo alguna monja que, como Hildegarda, compuso motetes religiosos. Conocemos el nombre de la Madre Gracia Bautis­ ta (siglo XVl) que aparece citada junto a grandes personalidades de la música sacra española del Renacimiento, pero de ella solamente se conserva una pieza... Esto ha dado pie a algunas para pensar que fue­ ron más las que compusieron en los conventos (6), pero aún falta una investigación detallada. Conocer historias concretas ayuda a iluminar las anónimas... Pero todo esto ocurre también con los cuadros y otras creaciones artísticas. No es fácil tampoco hallar lienzos firmados por mujeres. Encon­ tramos algunos, siempre excepciones. Por ejemplo, ya Plinio el Viejo (t 79 d.C.) reseñó seis mujeres artistas del mundo clásico, las nom­ bra, pero ni conocemos su vida y menos aún sus obras (7). La pintora castellana del siglo XIV Teresa Diaz firmó sus telas, al igual que la «Pintrix et Dei aiutrix» (Pintora y ayudadora de Dios), bella expre­ sión con la que se autodenominaba la miniaturista catalana y monja Ende (s. x). También contamos con las enigmáticas y sugestivas ilus­ traciones en los libros de la polifacética abadesa Hildergarda de Ri­ gen... (8). Laviana Fontana (siglo XVl) pintó numerosos cuadros y también realizó algo para El Escorial; tuvo fama, pero además, problemas a causa de su condición femenina. Margarita Van Eyck (siglos xiv-xv) trabajó para sus célebres hermanos (9). Artemisia Gentileschi (si­ glo XV ll) fue una pintora importante y muy reconocida en su mo­ mento, pero después quedó encerrada en el taller y en la sombra de

(5)

OZAITA, M. Luisa; «La otra historia de la Música», Emakundey n. 3 (1991).

(6) (7)

Ibtdem.

(8)

W h it n e y C h a d w ic k : Mujer, arte y sociedad, Barcelona, 1992, pág. 27. Muchos de estos datos e ideas los expresé ya en M. Jo S E A r a n a ; Tras las huellas

de las mujeres a lo largo del tiempo. Sal Terrae, t. 81/3 (1993). Sobre estas dos mujeres tam­ bién en Bea PORQUERES; «Reconstruir una tradición». Cuadernos Inacabados, n. 13, Ma­ drid, 1994. Montserrat CABRE; «Formes de cultura femenina a la Catalunya medieval», AA.W .; Mes enlld del silenci, Esplugues del Llobregat, 1988, pág. 46. (9) M ic h e l , a .; o . c ., pág. 40.

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su padre Orazio, al que está claro que prestó «colaboración» e inge­ nio. Luego se casó y pintó maravillas comparables a las de los grandes maestros... ¿Dónde quedó su fama? Elisabetta Siri (siglo XVIl) ha de­ jado unos cuadros, hoy casi todos poco conocidos pero preciosos, a pesar de su muerte prematura y de haber tenido que soportar, como otras, la tutela de los varones de la familia; ha quedado en la «letra pequeña» de los libros, a veces invisible, cuando no desplicentemente definida como una más entre los insignificantes discípulos de Guido Reni (10). En el siglo XIX se descubrió que muchos cuadros mundial­ mente conocidos y atribuidos a Frans Hals, en realidad pertenecían a Judith Leyster (siglos XV I-XV ll); ella trabajó en su taller, pintó, pero su monograma había sido alterado (11). Hubo muchas más, y a veces incluso cotizadas; ahora comienzan las exposiciones monográficas so­ bre mujeres y estudios; son los trabajos de recuperación desempol­ vando el olvido y «los errores»... Pero a mí siempre me ha llamado especialmente la atención el Tintoretto (siglo XVll) porque sitúa a las mujeres en la «Ultima Cena» — por supuesto sirviendo en alegre desenfado— , porque su «Adúlte­ ra» ante Jesús acarreando a un paralítico tiene una especial fuerza y orgullo, porque muchas veces tiene detalles poco comunes... Cuando me he enterado de la historia de su hija Marietta Robus ti (siglo X V ll), me he aclarado perfectamente de dónde procede mi entusiasmo y su sensibilidad. Es esta una vida muy ilustrativa de la realidad y tragedia de muchos talentos femeninos... (12). Jacques Louis David (siglos XVIII-XIX), pintor de cámara de Napo­ león, fue uno de los escasos artistas que se preocupó de hacer escuela con mujeres y de formar artistas, ¡sin ánimo de «utilizarlas»! (13). Las ha habido literalmente «borradas» de la Historia, como por ejemplo la reina de Egipto Hatshepsut (siglo XVI a.C.), que aparecía siempre vestida de varón — seguramente para hacerse respetar— y a la que su hijastro Tutmés III eliminó de la lista de los Faraones

(10) C h ADWICK, W.: o . c .; POQUERES, B.: O. c. (11) Ibídem. (12) La reproducción de «Cristo y la adúltera», ROM EO DE M a i O: M ujer y Renaci­ miento, Madrid, 1988; Cenas, en diversas enciclopedias. Datos sobre la pintora en ibídem. (13) C h a d w i c k , W.: o . c ., pág. 22.

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cuando subió al trono (14). Angélica KaufFmann y Mary Moser (siglo XVlll) fueron dos grandes pintoras y tan bien consideradas en Inglaterra, que tuvieron el honor de formar parte de los miembros fundadores de la Royal Academy; sin embargo, ninguna de las dos aparecieron en el cuadro que inmortalizaba a los miembros fundado­ res de tal Institución; Johann Zofifany prescindió de ellas al pintar su lienzo (15). Olivia SABUCO DE N antes Barrera (siglo xvi) escribió un libro de Medicina y Filosofía, La Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre; fue un gran éxito, pero su padre, bajo amenazas, le recla­ mó para sí mismo la autoría de la obra (16). Todos estos «recuerdos», más que elementos para la amargura, pueden y deben ser datos y pis­ tas que nos ayuden a rebuscar en la Historia. Porque aunque hayan existido otras muchas que se atrevieron a de­ jarnos su nombre impreso en lienzos y papeles, sin embargo, esto no fue lo corriente. Ante los innumerables anónimos expuestos en los museos me he preguntado siempre, evidentemente con muy pocas respuestas, si buena parte de ellos no podrían corresponder a mujeres. Hoy la investi­ gación comenzada empieza a confirmar mi intuición primera. A veces es el mismo tema el que me impulsa a pensar así. Por ejemplo, existe una pintura que representa a María Magdalena predi­ cando desde el pulpito a las gentes — varones incluidos— que le es­ cuchan en la iglesia de Aix; data del siglo XVI y corresponde a un anó­ nimo de la escuela suiza (17). ¿No parecería lógico que fuera una mujer la que, en una especie de travesura, se escondiera tras el anoni­ mato para mostrar un hecho insólito y condenable en su época? Por­ que no solamente la mayoría de los varones preferían, como Bernardino de Siena, que «toda mujer predicara únicamente desde el silen­ cio» (18), sino que, en contra de lo que fue al principio, se habían ido acumulando leyes y censuras para evitarles tal ministerio, y, como dice el Concilio de Toledo (siglo X V l), que «las mujeres, aunque sean muy doctas, no enseñen a los hombres» (19). Y por otra parte, siendo (14) M o n t e r o , Rosa: «Mujeres», artículo en E l País, 5 de febrero de 1995, pág. 54. (15) C hadwick, W.: o . c ., pág. 7. (16) R iv e r a , M. Milagros: Nombrar el mundo femenino, Barcelona, 1994. pág. 43. (17) Reproducción del cuadro, M o l t m a n n W e n d e l , Elisabeth: Le Donne che Gesú incontró, Brescia, 1989, pág. 84. (18) R o m e r o d e M a io : O. c., pág. 230. (19) T e ja d a y R a m ir o , J.: Colección de Cánones de todos los Concilios de la Iglesia Es­ pañola, Madrid, 1855, t. V, pág. 731.

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«de ellas el encerrarse y encubrirse»...^ ¿no podríamos suponer que la timidez, el miedo, las circunstancias o la «natural honestidad de su sexo» impulsara a muchas a exhibir sus obras contemplando, con ex­ pectación y desde el anonimato, las reacciones masculinas? Y es que seguro que Gregorio, el fraile medieval de aquella nove­ la, no ha sido el único en considerar que aquéllo «no estaba tan mal para ser mujer» la que lo había hecho.... (20) Ante los cuadros de Su­ sana Horenbout (siglo X V l), también Durero se había admirado de que «una mujer pudiera hacer tales cosas», y por cierto, le compró uno (21). El impresionista Degas exclamó algo semejante ante las obras de Mary Cassatt: «¡No puedo admitir que una mujer dibuje tan bien!»... Cecilia B ó HL de Faber (siglo Xix) se escondía bajo el pseudónimo de «Fernán Caballero», quizá para mantener así alejada su obra de la «sospechosa» procedencia femenina. Detrás de «George Sand» no en­ contramos ningún hombre, sino que Aurora DURPIN (siglo XIX), ves­ tida también como varón, firmaba así sus escritos, no siempre exentos de la amargura procedente de frustrantes experiencias amorosas. Mary Anne Evans (siglo xix) ha pasado, con gloria, a la historia literaria bajo el pseudónimo de «George Eliot»... (22). La filósofa francesa Gabrielle SUCHON (xvil) firmaba con el nombre de G. S. Aristophile y escribió un Tratado de la moral y la política (23). Y así otras. De algunas nunca conoceremos su verdadero nombre. Muchos anónimos jamás recuperarán su verdadero rostro. Otras nunca tuvieron oportunidades: ¿qué sabemos de Judith, hermana de SHAKESPEARE?; pa­ rece que ella también tenía dotes de literata (24). Otras quedaron escon­ didas de mil modos, entre el polvo de los rincones históricos... Es ver­ dad, una inconfesable inseguridad ha paralizado a muchas o, también, les ha impulsado a ampararse tras más aceptables máscaras y atuendos. Sabemos que muchas tuvieron que utilizar los vestidos masculi­ nos, bien para protegerse y defenderse, bien para poder realizar haza(20) M e r k l e R il e y , Judith: Una mujer en tormenta, Barcelona, 1992, pág. 339. (21) A n d e r s o n , B.; Z i n s s e r , J.: Historia de las mujeres; Una historia propia, Barce­ lona, 1992, pág. 438. (22) Estas mujeres son sobradamente conocidas. (23) R i v e r a , M. Milagros: O. c., pág. 50. (24) M o n t e r o , Rosa: O. c., pág. 51.

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ñas destinadas a los héroes y a los santos o incluso para encubrir pe­ cados... Juana de Arco (siglo xv), la vasca Catalina de Erauso, «La Monja Alférez» (xvil); Antoinette Bourignon (siglo XVl)... Son sólo algunos ejemplos más conocidos de una larga lista. En China fue muy popular Mu-Lan (siglo XVl), la muchacha que durante doce años sustituyó a su padre en el ejército (25). Las hay también disfra­ zadas de piratas, de estudiantes, de clérigos, de amantes, de ermitaños o/y también, simplemente fugadas, por amor o por odio, con trajes de hombre. Algunas se colaron en la Universidad — prohibida para ellas— en tales capas; otras navegaron o lucharon... En fin, también se santificaron; por ejemplo, las «madres del desierto» a menudo pa­ saban por «padres del desierto», envueltas en sus atuendos de monjes, y solamente después de su muerte — ¡al amortajarlas!— descubrían su verdadero sexo. La verdad es que hubieran estado expuestas a toda clase de atropellos en lugares tan remotos y desprotegidos... Algunas fueron descubiertas, varias se hicieron célebres después de pasar por innumerables condenas y vituperios, pero la mayoría ha­ brán quedado ocultas, anónimas para siempre, tras sus disfraces y pa­ rapetos. Aunque también es verdad que la amnesia histórica puede y suele ser selectiva y sexista... EN UN M UND O ANDRO CENTRICO Evidentemente, Fray Luis de León no se desmarcaba del sentir masculino de su época cuando dice que «...la Naturaleza no las hizo para el estudio de las ciencias, ni para los negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico: así las limitó el entendi­ miento y, por consiguiente, les tasó las palabras y razones» (26); o en otro lugar, «...porque como la mujer sea de su natural flaca y delez­ nable más que ningún otro animal»... (27). Santo Tomás estaba abso­ lutamente convencido de la inferioridad femenina, de su «estado de sumisión», e incluso de que «la imagen de Dios se encuentra en el hombre de forma que no se verifica en la mujer; así, el hombre es el principio y el fin de la mujer como Dios es el principio y el fin de (25) (26) (27)

R o m e r o d e M a io : O. c., pág. 114. F ray L u is d e L e ó n : La perfecta casada, Madrid, 1959. pág. 180. F ray L u is d e L e ó n : O. c., pág. 102.

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toda la Creación» (28). Hugo DE F e r r a r a llegó a la conclusión de que «la mujer no es miembro perfecto de la Iglesia, sino el varón...» (29). Por tanto, no es extraño que se dedujera que «es una corrupción de las malas costumbres el que la mujer ejerza la autoridad» (30), así que ¡se impidió con todo empeño esta perversión social! La expresión del Derecho Romano de hi jragilitas sexus la incapa­ citó jurídica y cívicamente. Imbecilitas, infirmitasy humilitas.., han sido conceptos y expresiones aplicados en exceso y por demasiados si­ glos al talento — mejor, falta de él— y al sexo femenino, al imbecillior sexus (el sexo más imbécil), que en realidad se la llega a concebir como «algo deficiente y ocasional» (31). En resumen, habrá que en­ tenderla como: miseriabiliorpersonUy ¡la más miserable!, porque, y en algunos documentos se dice sin el menor rubor, quia mayor dignitas est in sexu virili! Siento una irresistible tentación, y voy a caer en ella, de recordar aquí un ingenioso acróstico del siglo XV sobre la palabra mulier. Es una «perla» más de las muchas que hay, pero ilustrativa, y dice que: la my es el mal de los males; Uy que se asociaba con Vy vanidad de vani­ dades; ly lujuria de las lujurias; iy ira de las iras; Cy Erinias de las EriniaSy es decir, la furia; r, ruina de los reinos (32). ¡Todo está dicho! El rosario de frases misóginas a lo largo del tiempo es casi lo de menos; revelan una mentalidad y son un descaro, eso sí. Pero lo más triste era toda la carga de dolor, frustración y de desprecio consciente o inconsciente que todo esto ha provocado. Y lo peor es todo lo que con este arrinconamiento histórico la Humanidad entera ha perdido. No sólo se la ha privado de la aportación y el talante femenino, sino que se ha perpetuado injustamente unas relaciones empobrecidas y empobrecedoras, que dañan seriamente a señores y oprimidas. La cultura de la inferioridad y de la sumisión femenina atravesó la Historia y las conciencias... y afectó a la Humanidad. (28) Muchos de estos textos los he citado ya en M. JO SE A r a n a y M a r ia S a l a S: Mujeres sacerdotes, ¿por qué no^, Madrid, 1993, SANTO T o m a s DE A q u i n O: Obras comple­ tas, BAC, Madrid, 1956, la q. 93, a. 4, ad 1. (29) D e F e r r a r a , Hugo: Summa in Decretum Gratiani, C. 27, q. 1, c.23. (30) S a n t o T o m a s d e A q u i n o : O. c., SupL q. 19, a. 4. (31) Ibídem, l a q. 9 2 , a. 1 ad 1. (32) R o m e r o d e M a i o : O. c., pág. 74.

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A ellas casi se las privó del derecho a la existencia (no hay más que recordar China y otros lugares), se atacó su dignidad y, por su­ puesto, se les negó el derecho a la educación y ciencias. El humanista Leonardo Bruni (siglo XVl) — aunque no sólo él— disuadía a las mu­ jeres de que estudiaran retórica por su inutilidad dada su radical «in­ competencia». La frenología quiso demostrar la inferioridad de la mujer basándose en que las dimensiones del cerebro femenino son menores que las del cerebro masculino (33). Se determinó que ellas eran de constitución débil, pasiva y tierna; incapaz de pensar o de or­ ganizarse; ya lo dijo Darwin (siglo Xix), que la superioridad masculina y la inferioridad de las mujeres «resulta sobradamente probada» (34). Herbert Spencer (siglo xix) desarrolló la teoría de que la actividad in­ telectual era incompatible con procreación y por tanto las mujeres no debían estudiar; además, su mente se degradaba a medida que engen­ draban hijos (35). Los griegos incluso pensaban que si la mujer estu­ diaba se le secaba la matriz... Galdos (siglo Xix) estaba seguro de que «el mayor encanto de la mujer reside en su ignorancia» ... MOLIERE (siglo XVll) temió a las mujeres sabias y se burló de las «latinipar­ las» (36). Todo ello ha quedado en el subconsciente popular colectivo y como dice el refrán español, «Mujer que sabe latín no puede tener buen fin»..., y así la situación fue deplorable para la mayoría de ellas. En fin, dada su vulnerabilidad, falta de juicio e incapacidad se les negaba hasta la formación religiosa y mística... «por más que las mu­ jeres reclamen este fruto (la lectura de las Sagradas Escrituras) es me­ nester vedarlo y ponerlo a cuchillo de fuego» (37). Y ya, por negárseles todo, se les privó hasta del poder de engen­ drar: «El padre procrea, ella conserva el retoño», o dicho de otro modo: «No es la madre la que engendra al que llama su hijo; ella no es más que la nodriza del germen sembrado en ella. El que engendra es el hombre que la fecunda» (38). (33) (34) (35) (36)

R o i g , Montserrat: E l feminismo, Madrid, 1986, pág. 25. Ibídem, pág. 24. Ibídem, pág. 25. Ibídem, pág. 7. (37) L la m a s M a r t ín e z , Enrique: «Teresa de Jesús y los Alumbrados. Hacia una re­ visión del alumbradismo en España», AA.W . Actas del Condeso Internacional Teresiano, Salamanca, 19 8 3 . (38) E s q u i l o : Orestiada, 3.^ parte, y Eumínides, w. 658-661. Para otros datos sobre las mujeres en la Grecia clásica, Claude M O SSE , Madrid, 1990.

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Se las quería «sufridas, castas, cuidadosas, benignas, piadosas, obe­ dientes, calladas y recogidas» (39). Y bajo la apariencia de protección y ayuda, siempre se desconfiaba de ellas, porque «conosciendo por una parte la flaqueza y por otra los riesgos a los que se ponen...» (40). Se las encerraba en la casa y en la ignorancia, en la clausura doméstica y en la monástica. En realidad, dicho de una u otra forma, se repetía sin cesar aquello de que: «las mujeres están hechas para estar encerradas y ocupadas en sus casas y los varones para andar e procurar las cosas de fuera» (41). O como lo dijo N iE T Z SC H E de forma más posesiva y des­ garrada aún: «El (el hombre) debe considerar a la mujer como propie­ dad, un bien que es necesario poner bajo llave, un ser hecho para la domesticidad y que no tiende a su perfección más que en esta situa­ ción subalterna» (42). Así, pues, quedaron recluidas, a la sombra y tu­ tela de ellos, pero se pensó que esto era lo justo y necesario: «para que encerradas, guardasen la casa...» (43) ¡y también su honestidad! Incluso Luis V iv e s (siglo XV l), que además y como es sabido se preocupó mucho de una «mesurada» formación e instrucción de las mujeres, sin embargo en algún momento le delató el subconsciente y dijo con claridad que: «Así como hay abundancia de instrucciones para la formación de los hombres, la formación de la mujer puede conten­ tarse con pocos preceptos; porque son hombres quienes actúan en casa y fuera de casa, en los asuntos privados y en los públicos. Las normas para tan numerosas y variadas actividades requieren prolijos volúme­ nes. En cambio, el único cuidado de la mujer es la honestidad: una vez que se haya hecho una buena exposición de ella, la mujer está ya sufi­ cientemente instruida. Por eso resulta tanto más vituperable el delito de quienes tratan de corromper esta única virtud de las mujeres, como si uno quisiera extinguir la poca luz que le queda a quien es ya tuerto» (44). (39) D e l a C e r d a , Juan: Libro intitulado vida politica de todos los estados de las mu­ jeres, Impreso en Alcalá de Henares, 1599, fol. 297. (40) A n d r a d e , Alonso: Libro de la Guía de la Virtud y de la imitación de Nuestra Se­ ñora, Madrid, 1642, Lib. 8, cap. 2, fol. 170. (4 1 ) F r a y H e r n a n d o d e T a l a y e r a : De vestir e calzar, tratado provechoso que mues­ tra cómo en el vestir e calzar comunmente se cometen muchos pecados y aún también en el co­ mer e beber, B.A.E. Madrid, 1921, pág. 61. (42) N i e t z s c h e , E: «Más allá del bien y del mal», en Obras completas, Madrid-Buenos Aires-Mexico, 1932, pág, 48. (43) F r a y L u i s d e L e o n : O. c., pág. 180. (44) V i v e s , Juan Luis: Formación de la mujer cristiana, Madrid, 1959, Citado en Diccionario Enciclopedia de Teología Moral, Madrid, 1980, v. mujer.

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Total, que se encerraron talentos, personalidades, posibilidades...; se les impidió realizar lo que se consideró «impropio a su sexo», que era casi todo; se las hizo invisibles, imperceptibles, se las alejó del bu­ llicio de la Historia, pero apenas nadie las echaba en falta. La mayoría de los varones, en casi todos los tiempos, prefirieron, como Eurípides, que no entrara en su casa «mujer que sepa más de lo que una mujer debe saber». Otros muchos consideraron que «su mayor encanto» re­ side en su «ignorancia». En fin, muy pocos pensaron, como AVERROES (siglo X lll), que «de ahí — de esa ignorancia— proviene la miseria que devora nuestras ciudades». Menos aún consideraron que : «el cambio de una época histórica puede determinarse siempre por el progreso de la mujer hacia la libertad» (Charles FO URIER, siglos XVIII-XIX) (45). Y es que además reflexiones como éstas eran muy aisladas, poco insisten­ tes y poco convincentes y la libertad un bien casi casi desconocido. COM O LAS RAICES DE UN GRAN ARBOL También entre las mujeres hubo muy pocas que se quejaron por todo ello. Muchas temieron, algunas se defendieron. La mayoría se resignaron e incluso, consciente o inconscientemente, interiorizaron su situación y se paralizaron pensando, como la napolitana Ceccarella (siglo X V l), que «al ingenio de la mujer no le es posible volar tan alto». Lorenzo DE G lU ST lN lA N I (siglo XVl) parece que estaba tan com­ penetrado con estos sentimientos de inferioridad y casi culpabilidad que sentían las mujeres, y se hacía tan bien cargo de ello, que contó el estupor de la Virgen María cuando, al entrar en el Cielo y ser reci­ bida con todos los honores por el mismo Cristo, exclamó asombrada: «¡Esto excede a la dignidad del sexo femenino!» (46). Algunas sí reaccionaron y su protesta ya viene de antiguo. A R IS­ recogió en Las Tesmosforias una queja que circulaba por Gre­ cia: «que las mujeres estamos tan enfadadas contra Eurípides, porque ha dicho cosas malas contra nosotras»... De tal forma que hasta el propio interesado temió por ello: «Las mujeres van a poner fin a mi vida hoy en Las Tesmosforiasy porque hablo mal de ellas» (47). Escribió TOFANES

(45) (46) (47)

Citado por RoiG, Montserrat: O. c., pág. 14. Citado por Romero de Maio: O. c ., pág. 20 Aristófanes: Las Tesmosforias, Madricl, 1987, págs. 26 y 16.

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otras dos obras más con este tema y recogiendo reproches de ese esti­ lo. Pero la cosa, aunque demuestra una situación contenida, no fue más allá de la risa y el teatro... Según los Evangelios Apócrifos, algo debió detectar María Mag­ dalena, lloró y se quejó, «porque Pedro odia a las mujeres» (48). Cristina DE PiSAN (siglos XIV-XV) representa un puntal en el tema; tuvo una pluma excelente y se fijó en la educación como punto nu­ clear del cambio. María DE GOURNAY (xvi-XVIl) escribió, ya entonces, sobre la «Igualdad de Hombres y Mujeres». Ana María Van SchurMAN (xvil) se proclamaba abiertamente feminista. Madame N ecker y su hija Germana DE Stael (xvill) fundaron una cadena de periódi­ cos para extender las ideas de un feminismo muy incipiente (49). Sí, existen casos, pero en realidad fueron pocas, o conocemos muy pocas, las que se atrevieron, como lo hiciera Sor Juana Inés DE LA CRUZ (si­ glo XVll) a reivindicar, para sí misma y como mujen su vocación inte­ lectual, literaria y teológica (50).

Menos aún las que intentaron alertar y concienciar a sus colegas: «¡Ah, flaqueza femenil de las mujeres — clamará la escritora María Zayas (siglo XVll)— , acobardadas desde la infancia!»... Y apunta a las causas y razones de esta situación, que estaba, claro está, en la educa­ ción — más bien amaestramiento— que se les ha dispensado en casi todas las épocas y lugares (51). Pero si rebuscamos en la Historia, sí nos encontramos con movi­ mientos más colectivos y alternativos. Reinas, nobles, intelectuales y, muy especialmente, abadesas medievales han jugado papeles muy im­ portantes y lúcidos. Lástima que no podamos ahora adentrarnos en sus vidas y obras. Siempre ha habido beguinatos, salones, conventos, palacios... e incluso cabañas campesinas abiertos al cambio; auténti­ cos «cenáculos» de mujeres, revolucionarios en estilos de vida, ideas u obras e incluso en movimientos sociales, políticos, religiosos o de cualquier índole. Las hubo también tenidas por brujas y quemadas (48) H ennecke, E.: New Testament Apocrypha, I, Filadelfia, 1965, págs. 250 y ss. (49) Información sobre estas mujeres, A. M iC H EL: O. c. (50) Hace alusión a este hecho VlLANOVA, Evangelista; Historia de la Teología Cris­ tiana, Barcelona, 1989, pág. 728. Se refiere a una intervención concreta de Sor Juana, pero toda su obra esta llena de una viva conciencia como mujer. (51) Zayas, María: Desengaños amorosos, Madrid, 1950, II, pág. 29.

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como herejes, a menudo sin causa. ¡Es una pena que ahora no sea el momento de adentrarnos en vidas y obras! Los reiterados intentos eclesiásticos de poner, mejor imponer, la clausura en los monasterios femeninos, y la tenaz oposición de las monjas, nos muestran a mujeres valientes e inconformistas por una si­ tuación que consideraban injusta porque se «encaramaba» sobre su vida y reglas. Violante de Moneada (siglo xv), Giovana de Parma (siglo xv), Constanza de Praguera (xv), Ana de Boch (siglo XVl), Jerónima Olivan (xvi), Yolanda de Palau (xvi) y otras tantísimas, protago­ nizaron historias increíbles y nos muestran rostros concretos de lo que fue una auténtica sublevación colectiva. Pero, ¡en vano!, se decidió por ellas, se legisló para ellas; algunas sufrieron duros reproches, castigos y humillaciones y a todas les fue impuesto «el siempre temido y recha­ zado encerramiento». Luego se ocultó historia y monjas (52). Sakina, Aicha (siglo Vil) y otras mujeres musulmanas se enfrenta­ ron a cadíes e imanes, durante el primer siglo islámico, porque se ne­ gaban a aceptar algunas leyes concernientes a la obligatoriedad del velo, la reclusión, la poligamia, la obediencia ciega al esposo..., tuvie­ ron una entereza admirable. Al parecer hoy sólo una pocas femenistas, y con muchas dificultades y adversidades, se apoyan en su recuer­ do (53). Las mujeres vasco-francesas, como otras, protestaron en 1789 porque no fueron convocadas a los Estados Generales. Bajo el título «Las dolencias del sexo de San Juan de Luz y de Cibur al Rey», expo­ nen lo que supone de empobrecimiento e injusticia, que se prescinda de la mitad de la población francesa (54). No consiguieron nada, sólo disgustos, pero hoy valoramos su esfuerzo. Margarita DE NAVARRA (siglo XVl) ironizó a BOCACCIO y escribió el Heptamerón. La duquesa de Newcastle (siglo XVll) pidió que «las mujeres fueran tan libres, dichosas y célebres como los hom-

(52) Para todo el tema de la Clausura y el Encerramiento de las mujeres: Arana, María José: La Clausura de las Mujeres. Una lectura teológica de un proceso histórico. (53) M ernissi, Fátima: E l poder olvidado. Las mujeres ante un Islam en cambio, Bar­ celona, pág. 194. (54) G oyeneche, Eugenio: Le Pays Basque, Soul, Labourd, Basse Navarre. Pau, 1979, pág. 401.

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bres»... (55. Mary W a r d (siglo XVll) tampoco estaba de acuerdo con respecto a la vida y actividades religiosas de unos y otras: «No hay di­ ferencia entre el hombre y la mujer que impida a las mujeres hacer grandes cosas... Pues, ¿qué opináis de esta expresión, “no son más que mujeres”? Como si en todo fuéramos inferiores a otra criatura que su­ pongo debe ser el hombre» (56). Santa Teresa y Santa Teresita se lo dijeron al Señor en privado, pero su queja aparece publicada en sus obras, y nos alegra... (57). En fin, hace falta rebuscar más en la Historia más antigua. De to­ das formas poco a poco, ya se va excavando y encontrando pilares de resistencia y sufrimiento.Son como faros que alumbran, desde lejos, el camino hacia adelante. Son como madres que dejaron escrito, con su vida, un testamento; ahora, con las demás mujeres, queremos leer­ lo, comprenderlo y ponerlo en marcha. Olimpia de Gouges, en 1791, fue guillotinada, según la prensa, porque quiso «ser hombre de Estado y, al parecer, la ley ha castigado a esa conspiradora por haber olvidado las virtudes que convienen a su sexo»... O como opinaba el procurador Chaumette: «este olvido de las virtudes de su sexo la ha llevado al cadalso» (58). No cabe duda de que esta fecha es un hito. El siglo XIX será ya testigo de un feminismo incipiente, pero más extendido y organizado. Un feminismo absolutamente también incomprendido, ironizado y desacreditado por el «orden estableci­ do» de uno y otro sexo. Así llenaron de sufrimiento a aquéllas mu­ jeres idealistas. Este movimiento supuso y fue fruto, sin duda, de un crecimiento en la conciencia colectiva de la Humanidad; concien­ cia trabada con la lucha obrera, los movimientos de liberación y de emancipación mundiales, con los incipientes movimientos minori­ tarios pacifistas — a veces de iniciativa puramente femenina— , los antirracistas; los movimientos unidos a los vuelcos políticos, demo(5 5 ) T e l l e , Emile: L ’Oeuvre de Marguerite d ’Angouléme Reine de Navarre et la Que­ relle des Femmes, Toulouse, 1937. M iC H E L, A.: O. c., pág. 47. (56) Citado por A n d e r s o n , B., y ZiNSSER, J. R: O. c., pág. 274. (57) Santa Teresa, un bonito texto citado por LOPEZ, Ana María: «Reticencias ecle­ siásticas frente a la mujer», Communio, Revista Internacional Católica, julio/agosto 1981. pág. 251. S a n t a T e r e s i t a d e l N i ñ o J e s u S: Manuscritos autobiográficos, historia de un alma. Burgos, 1958, pág. 242, (58) Citado por V a l v e r d e , Lola: «Olimpia Gouges», Emakunde, 4 (1991), pág. 45.

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cráticos, sociales... a los Derechos Humanos. El feminismo está lle­ no de nombres y rostros concretos. Todos ellos, con los que les precedieron forman una larga cade­ na, una historia de dolor y aguante; un germen a la intemperie. Como la arena sobre la que se formará pacientemente la perla. Como el río que fluye con nostalgia, arrastrando recuerdos y agua siempre fresca y nueva. Como las raíces de un gran árbol que ellas nunca vie­ ran, pero que apunta ya hacia el futuro...

EN LA GRAN EXCAVACION COLECTIVA Casi sin darnos cuenta, con amor y con dolor, nos hemos aden­ trado y, de alguna forma, participado en esa excavación colectiva de la Historia, de la que hablábamos al comienzo. A la sombra del gran ár­ bol, queríamos contemplarlas por un instante e intentar reconocerlas tras sus camuflados disfraces y parapetos. Sentimos necesidad de co­ nocer y re-conocer nuestro pasado, de saludar y entender a las que nos precedieron, de dialogar con ellas y de recuperar nuestra historia. La acogemos como una parte de nosostras mismas que nos antecede y nos pertenece. Aunque es verdad que la historia de las mujeres, en su inmensa mayoría, la tengamos que leer en la «historia privada», la «historia co­ tidiana», etc., cercanas a la casa, a lo habitual y común de la vida y re­ flejada en no muchos rostros concretos, sin embargo, no podemos contentarnos en esta limitación salvable; podemos y debemos cami­ nar hacia adelante, porque aún queda mucho por desempolvar y en­ contrar. Los archivos, las ciudades y mil objetos ocultan materiales interesantes «de» y «para» las mujeres. Seguro que muchos «anóni­ mos» serán irrecuperables, pero otros podremos descubrirlos tras va­ riadas capas e incluso sepultadas en el polvo y el olvido. Es cuestión de concienciación, de paciencia, de ánimo, de responsabilidad y de solidaridad en el trabajo colectivo. Las mujeres de hoy vamos adquiriendo rápidamente una mayor conciencia de nuestra precaria situación, conciencia que, como veía­ mos, nos viene de lejos, y sentimos la urgencia de la liberación. Pero los movimientos liberadores no parten de la nada; una historia, que

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se traba lentamente, les antecede siempre. Nosotras somos conscien­ tes de que la historia de las mujeres, aunque se va desvelando y vamos excavando en ella, sin embargo, aún permanece oculta porque ha sido borrada, terjiversada o/y interpretada únicamente por los varones, no siempre sensibles a los problemas femeninos y muy alejados de los horizontes que a éstas conciernen. Tenemos un «gran fondo» común, es cierto, pero, a menudo, desconocido, y este desconocimiento nos resta operatividad. Las mujeres no queremos continuar en esta situación ahistórica o antihistórica, pues «es precisamente el poder de la opresión lo que priva a los pueblos de su historia» (59). Urge la reinterpretación y el rescate de la memoria histórica, que nos irá conduciendo hacia una mayor y más verdadera conciencia de nuestra identidad, hacia una real autocompresión femenina, grupal y comunitaria que, a la vez, nos aleje de los esquemas androcéntricos, ampliamente interiorizados entre nosotras durante siglos. Una experiencia que nos fortalezca en la convicción de que las mujeres, en esa gran marcha de la Humani­ dad que es la Historia, no estamos solas. Sostenidas y anticipadas por tentativas anteriores, nos sabemos solidarias en éxitos y fracasos, en las decepciones y logros ya intentados y realizados por otras. Partici­ pamos de ese «gran fondo común» que es nuestra historia y a la hora de continuar el trabajo de liberación sabemos que tuvimos predecesoras y tratamos de dar continuidad a lo que de alguna forma ya ha co­ menzado. Al adentrarnos ahí conocemos mejor situaciones que nos des­ piertan y, sobre todo, sabemos que es posible otorgar una conciencia nueva y liberadora a lo que entonces se hizo, pero sobre todo nos otorga una conciencia comunitaria, un sentido de pertenencia y res­ ponsabilidad ante la situación de hoy que nos interpela y llama. A la vez nos ayuda a descubrir el presente, nos otorga sabiduría para dis­ cernir y caminar con las mujeres del mundo entero, en redes solida­ rias y, especialmente, con las más oprimidas y las más pobres del pla­ neta. Solamente desde la justicia, desde el sentirnos formando una única Humanidad, podemos intuir y construir el futuro.

(59) SCHÜSSLER F i o r e n z a , Elisabeth; En Memoria de Ella. Una reconstrucción femi­ nista de los orígenes del cristianismo, Bilbao, 1989, pág, 22.

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Existen muchos grupos de mujeres, cada día crecen y se adhieren más y más desde todos los rincones del mundo; desde todos los cre­ dos, razas, situaciones y convicciones... También se suman varones, convencidos de que la liberación es conjunta; de que mientras no se liberen las mujeres, tampoco ellos serán libres; de que el modelo an­ terior de «varón» y/o de «fémina» está ya caduco y obsoleto... y ade­ más daña positivamente a unos y a otras. Es esta cadena, ya, como un gran pañuelo multicolor que va cubriendo la Tierra y bajo el que se van cobijando cada día rostros nuevos; es un lugar de diálogo, recon­ ciliación y encuentro que repercute en la Naturaleza y en la Humani­ dad entera transformándolas, haciendo así más habitable nuestra Tie­ rra. Es como una gran excavación solidaria, empeñada en la recons­ trucción colectiva de una Humanidad nueva, en la que todos y todas cabemos en el trabajo; en la que todos los obreros y obreras, pasados y presentes, son necesarios y necesarias. Como las raíces de un gran árbol que ellas, nuestras antepasadas, nunca vieran pero que ya comienza a dar una sombra misericordiosa y crece hacia el futuro.

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Una nueva forma de ver el poder. El empoderamíento Cristina Alberdi Diputada por Málaga

La Conferencia de Pekín trató sobre uno de los temas fundamen­ tales del presente, de nuestro siglo, y de gran importancia también para el futuro: el avance de las mujeres y su protagonismo en el cam­ bio de la sociedad. En Pekín se ha producido un avance sin precedentes para las mu­ jeres, pues la comunidad internacional ha tomado definitiva concien­ cia de que la sociedad del futuro y el pleno desarrollo económico y social no se producirán sin contar con la participación plena de las mujeres. En la Conferencia de Pekín se tradujo un salto cualitativo impor­ tante en relación a Conferencias Mundiales de la Mujer previas (Mé­ xico, 1975; Copenhague, 1980; Nairobi, 1985). Hasta entonces las Conferencias Mundiales de la Mujer fueron encuentros de las mujeres, o encuentros para tratar las cuestiones que afectaban a las mujeres. Las mujeres eran las únicas destinatarias de las líneas de actuación que se enmarcaban o de las medidas propues­ tas. A partir de Pekín se considera que el cambio de la situación de la mujer afecta a la sociedad en su conjunto y se considera por primera fez que su tratamiento no puede ser sectorial y tiene que integrarse en el conjunto de las políticas. Por primera vez se consolida la idea de la potenciación de las mu­ jeres en la sociedad, la idea del empoderamiento, de la necesidad de que las mujeres contribuyan en plenitud de condiciones y de capaci­ tación a la construcción de la sociedad. Ese empoderamiento, esa potenciación del papel de la mujer, pasa desde luego por tres elementos clave que fueron desarrollados en

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Pekín y totalmente aceptados como ejes fundamentales del avance de las mujeres en la sociedad: los derechos humanos, la salud sexual y re­ productiva y la educación. A partir de ahí se trata de potenciar la participación de las muje­ res en igualdad de condiciones con los hombres en la vida económica y política y en la toma de decisiones a todos los niveles. La Plataforma para la Acción reafirma que los derechos funda­ mentales de las mujeres y las niñas son parte inalienable, integrante e indivisible de los derechos humanos fundamentales. Se ratifica así el acuerdo alcanzado en 1993 en Viena, en la Conferencia Mundial de Derechos Humanos. En Pekín, además de ratificar este importante acuerdo de Viena, histórico para la causa de las mujeres, se va un paso más allá al esta­ blecer que ninguna cultura, religión, costumbre o tradición podrá ser causa de discriminación o violencia contra las mujeres. Es decir, que el respeto a las diferentes tradiciones, culturas y re­ ligiones encuentra su límite en el respeto de los derechos humanos de las mujeres, de modo que no pueden esgrimirse estos valores como justificación para la discriminación contra las mujeres o para atentar contra sus vidas y sus derechos fundamentales. Por lo que se refiere al ámbito de la salud, la Plataforma para la Acción reafirma los derechos de las mujeres en materia de reproduc­ ción, tal como se acordó en la Conferencia Internacional sobre la Po­ blación y el Desarrollo (El Cairo, 1994). Por primera vez se afirma que el disfrute de los derechos funda­ mentales por las mujeres incluye el derecho a ejercer un control sobre las cuestiones relativas a su sexualidad, sin ser sometidas a coerción, discriminación o violencia. La educación es el principal factor de igualdad de oportunidades y especialmente para las mujeres es la clave de nuestra emancipación. Una educación no discriminatoria, tanto a los niños como a las niñas, contribuye a unas relaciones más iguales entre ambos. Por ello, en Pekín se ha definido como objetivo lograr la alfabeti­ zación de las mujeres, clave para mejorar su salud, su nutrición y la educación de sus familias, así como para potenciar a las mujeres en la toma de decisiones.

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En lo que respecta al ámbito económico, la Plataforma parte de la base de que existen considerables diferencias en el acceso y las oportunidades de las mujeres y los hombres para ejercer el poder so­ bre las estructuras económicas en la sociedad. Las mujeres están excluidas o muy escasamente representadas en la toma de decisiones económicas, sufren discriminación en la forma­ ción y educación profesional, en las condiciones de trabajo, en las prácticas de contratación y en los salarios. Mientras que crece la participación de las mujeres en el trabajo remunerado, no aumenta paralelamente la de los hombres en las tareas domésticas y familiares, ni existen suficientes servicios para el cuidado de los hijos e hijas, lo que limita la movilidad laboral de las mujeres y su acceso a los recursos productivos. Los objetivos estratégicos que se definen en la Plataforma para la Acción resultan claves para el avance de las mujeres: — Promover los derechos económicos y la independencia de las mujeres, incluyendo su acceso al empleo, a unas condiciones de tra­ bajo adecuadas y al control sobre los recursos económicos. — Facilitar el acceso igualitario de las mujeres a los recursos, el empleo, los mercados y el comercio. — Facilitar servicios, formación y acceso a los mercados, in­ formación y tecnología, particulamente para las mujeres con bajos in­ gresos. — Incrementar la capacidad económica de las mujeres y ampliar las redes comerciales, reclutando a mujeres para puestos directivos y programas de formación. Un aspecto de especial importancia en Pekín, y que implica di­ rectamente el denominado empoderamiento, y que se refleja también en la Plataforma aprobada, es el objetivo de la participación equilibra­ da de mujeres y hombres en la toma de decisiones políticas^ y que refleja claramente la voluntad de potenciación del papel de la mujer en la construcción de su propia sociedad. Los Gobiernos reconocen en la Plataforma para la Acción que la participación de las mujeres, en condiciones de igualdad, en la toma de decisiones políticas, desempeña un papel fundamental en el proce­ so de avance de las mujeres y de las sociedades.

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Las acciones de los Gobiernos incluyen que se establezca como objetivo el equilibrio de hombres y mujeres en los Gobiernos e Insti­ tuciones. Los Gobiernos se comprometen a proteger y promover la igual­ dad de derechos de hombres y mujeres para comprometerse en acti­ vidades políticas, la libertad de asociación y el derecho a pertenecer a partidos políticos y sindicatos. La Plataforma para la Acción sugiere que se revise el impacto di­ ferencial de los sistemas electorales sobre la representación política de las mujeres en los órganos electos, y que se ajusten o se reformen di­ chos sistemas en caso necesario. Por otro lado, la Plataforma para la Acción insta a los partidos políticos a examinar sus estructuras organizativas y sus procedimien­ tos y a remover las barreras que, directa o indirectamente, discrimi­ nan a las mujeres e impiden su participación. Anima a los partidos políticos a desarrollar iniciativas que permi­ tan a las mujeres su participación plena en las estructuras de toma de decisión interna, en los procesos de elección y nombramiento. La Plataforma afirma explícitamente que los partidos políticos, los Gobiernos, los sindicatos y todo tipo de organizaciones privadas deben adoptar medidas de acción positiva para permitir que las muje­ res adquieran capacitación como líderes, ejecutivas y directivas. Los desafíos para elfuturo de las mujeres: la plena participación eco­ nómica y política. El empoderamiento. Se considera importante seguir avanzando en el cambio estructuraly mediante un cambio en la organización de la sociedad, con el fin de que las condiciones de vida y de trabajo sean las mismas para hombres y para mujeres. Hay que dar respuesta desde Europa al desafío de la participación equilibrada de los hombres y las mujeres en la vida pública en general y en la vida política en particular. Hay que superar el «déficit democrático» existente en la actuali­ dad por la todavía insuficiente representación de las mujeres en los órganos de decisión. Es una condición esencial de la democracia. Sig-

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niñeará un refuerzo de la legitimidad de las decisiones, que de este modo se adoptarán en representación de toda la sociedad. Es fundamental que las mujeres tengan capacidad de decidir cómo debe ser la sociedad. Con este objetivo es preciso impulsar y fortalecer todos los mecanismos de participación. Los sistemas de cuotas en el acceso a puestos de representación política, o las activi­ dades para promover la mayor afiliación de las mujeres a partidos po­ líticos, sindicatos y organizaciones sociales son algunos modos posi­ bles de favorecer la participación política de las mujeres. Sin medidas temporales para aumentar la participación de las mujeres, como son los sistemas de cuotas, no pueden conseguirse cambios a corto plazo. Han sido los instrumentos que hasta ahora han dado mejores resultados. Además, es preciso fomentar otros mo­ dos de participación social y política, como son los grupos de muje­ res, las redes, los lobbies y las organizaciones no gubernamentales es­ pecíficas. Se considera aceptado que las mujeres tenemos el deber de partidpan de aportar nuestros puntos de vista y nuestras opiniones. No es tanto una reivindicación. Esy cada vez más, una obligación. Hemos pa­ sado de reivindicar la participación equilibrada de hombres y mujeres en todos los ámbitos a considerarla no sólo enriquecedora, sino inelu­ dible para las propias mujeres. Todavía queda camino por avanzar en lo que hemos denominado cambio estructural. El «contrato social» implícito, vigente durante si­ glos, por el que hombres y mujeres ocupaban los espacios públicos y privados en función del sexo, está afortunadamente roto. Hoy se comparten ambos espacios cada día en mayor medida y es preciso, por tanto, adecuar la organización de nuestras sociedades a esa nueva realidad. Es preciso definir un nuevo modelo de relaciones sociales entre hombres y mujeres (un nuevo «contrato social»), en el que el reparto de papeles sociales no esté predeterminado por la pertenencia a uno y otro sexo. Tenemos que aprovechar al máximo las nuevas posibilidades que se nos plantean, ya que el progreso de la Humanidad y la moderniza­ ción de nuestras sociedades dependen del nuevo papel de las mujeres.

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de su nueva visibilidad y de su entrada en la toma de decisiones, en suma, de la potenciación del papel de la mujer en la sociedad de su empoderamiento (empowerment). Con la perspectiva del siglo XXI, podemos decir que los nuevos tiempos reclaman nuevas soluciones. El reto en los próximos años es avanzar en propuestas constructivas, convertir la reivindicación por la igualdad en un proyecto activo, con una propuesta y un compromiso concreto de cambio de nuestra sociedad, para hacerla más justa, de­ mocrática y participativa.

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El trabajo invisible en España: aspectos económicos y normativos M.^ Angeles Durán Heras

I.

LAS FRONTERAS EN TRE ECONOM IA Y SOCIEDAD

Una de las clasificaciones dualistas más extendidas en nuestros días es la que divide los fenómenos sociales en «económicos» y «no económicos». Para el observador interesado en estos temas sin preten­ siones de especialista, la dualidad genera cierta confusión por la co­ bertura de dos conceptos distintos bajo una misma palabra: la que designa los procesos económicos y la que se refiere al conocimiento sobre estos mismos procesos. ¿Es que, quizá, sólo son económicos los fenómenos analizados por los economistas? ¿O al ser estudiados por los especialistas se dota a los fenómenos de una condición necesaria y suficiente que permite delimitar sin ningún género de dudas la fron­ tera entre lo económico y lo que no lo es? De hecho, la economía como disciplina científica se ha concen­ trado en el estudio de las mercancías (entre ellas, los objetos, el traba­ jo y el capital) y ha olvidado casi por completo el estudio de la di­ mensión económica de los recursos que no se utilizan directamente para el mercado. N ota: Las Tablas presentadas en este artículo son inéditas y anticipan un trabajo mío más extenso sobre el Trabajo no Remunerado, financiado por la Comisión Interministe­ rial de Ciencia y Tecnología, que se publicará próximamente. Agradezco a CIRES las fa­ cilidades concedidas para la utilización de sus datos. En cuanto al texto, es en parte una síntesis y versión abreviada de otros trabajos anteriores, especialmente E l dualismo en la economía española. Una aproximación a la economía no mercantil (ICE, marzo 1988). «Economie et citoyenneté en Espagne» (en Del Re et Reinen, Quelle citoyenneté pour les femmes? La crise des Etats-providence et de la représentation politique en Europe, L’Harmattan, París, 1996). «Invitación al análisis sociológico de la Contabilidad Nacional» {Política y sociedad, núm. 19, agosto, 1995) e «International Comparisons of Gross National Pro­ ducts» (w. P. European University Institute, Firenze, 1995).

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Con ello se ha producido una disociación importante entre el ob­ jeto y su ciencia, siendo mucho más reducida la segunda que el pri­ mero; la ciencia económica sólo ha desarrollado el conocimiento de una pequeña parcela de los recursos escasos susceptibles del uso alter­ nativo, pero ha retenido el nombre correspondiente a la totalidad de los procesos. En definitiva, la parte ha usurpado el nombre del todo. Ahora se trata de saber si esta utilización desmedida del nombre del todo debe corregirse con una adjetivación que indique su dimensión más reducida (por ejemplo, «economía del dinero», o «economía de los procesos mercantiles», o «economía convencional»), creándose al mismo tiempo otra especialización económica que se ocupe del resto de los procesos (y que, siguiendo la línea de las simplificaciones dua­ listas, podría designarse por ahora, en su condición excluyente, como «economía no dineraria» o «economía no convencional»). O si, por el contrario, conviene desarrollar una economía de aspiración más integradora y globalista, como disciplina que pretenda dar cuenta de to­ dos los procesos económicos y de sus interacciones. G r á f ic o I

LA S L IN E A S D E E M E R G E N C IA E N LA E C O N O M IA E S P A Ñ O L A

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De cara a la economía española resulta mucho más fácil conocer lo que los economistas han dicho sobre los procesos que los procesos mismos. Estos siguen siendo en buena parte «térra ignota», y de ahí su gran atractivo intelectual y político. Del análisis de lo que los eco­ nomistas han hecho puede concluirse que la economía, como ciencia o disciplina, es el estudio de la formación y circulación del dinero. Sin embargo, de cara a una definición sustantiva, los fenómenos eco­ nómicos son los de la producción y distribución de recursos escasos y susceptibles de uso alternativo. Si aceptamos que esta segunda defini­ ción es la adecuada para un posterior desarrollo de la propia ciencia económica, tendríamos que concluir que la relación actual entre la economía como proceso y la economía como disciplina adopta la for­ ma de iceberg. Menos de una tercera parte de la población española, y mucho menos de una tercera parte de sus horas de vida, transcurre del lado de la actividad que interesa a los economistas, pero es más que dudoso que pueda aceptarse que el resto de la población y el res­ to de sus actividades no tengan una dimensión económica tan nece­ sitada de estudio como esta fracción emergida. A nadie se le oculta que frente al grado de sistematización, formalización y acumulación de datos conseguido por la «economía del di­ nero», la «economía de los recursos» está en mantillas y que esta des­ proporción sigue siendo válida aun cuando se facilite la comparación reduciéndose solamente al estudio de uno de los factores productivos: el trabajo. El traba]o/mercancía ha conseguido una ingente masa de observación y teorización, de la que carece absolutamente el trabajo que no se dirige al mercado. Por poner una comparación cercana, el trabajo no mercantil se conoce aún peor de lo que se conocía la es­ tructura de la producción mercantil tras la realización del Censo de Floridablanda hace dos siglos, en 1787. El casquete o cima emergente de la economía española flota por­ que le sostiene su base oculta o sumergida. Como las imágenes desli­ zan mensajes sutiles e implícitos en sus lectores, la visualización de la estructura económica en forma de iceberg es muy adecuada para contrarrestrar otra imagen muy común, difundida desde los paradigmas dominantes en las ciencias sociales, en la que es el casquete emergente el que sostiene al resto de la estructura. Un tipo de conocimiento económico que se limitase exclusiva­ mente al estudio de la producción y distribución de las mercancías

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sólo sería válido si se aceptara que el resto de los recursos disponibles son invariables y no hay alternativas en su uso; si se aceptase, igual­ mente, que entre la producción o distribución de las mercancías y el resto de los recursos no hay ningún tipo de relación. Sin embargo, esta especie de cláusula de reserva mental o suposición de que el mundo ajeno a las fronteras no varía o no influye en el mundo aco­ tado, no puede mantenerse en pie. Los recursos productivos no apli­ cados directamente al mercado varían en España de modo importan­ te de unas épocas a otras, según las regiones, según las clases sociales, según los sectores productivos y según las cohortes generacionales. Podemos constatar de modo muy superficial estas variaciones porque no hay instrumentos estadísticos fiables para su cuantificación, como tampoco existe un corpus de conceptos o de teorías bien elaboradas para analizar sus interacciones. Pero, ¿puede alguien dudar, en buena lógica, de la necesidad de conocer mejor esa tierra desconocida? Si nuestro conocimiento sobre estos procesos económicos es torpe, po­ bre y confuso no es por las características inherentes al objeto de es­ tudio, sino por la ausencia de reivindicaciones sociales para sus cono­ cimiento.

G r á f ic o 2

IN T E G R A C IO N E N T R E S IS T E M A S P R O D U C T IV O S E N LA E C O N O M IA E S P A Ñ O L A

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En ningún otro punto del análisis económico es tan evidente la contradicción entre el paradigma del dinero y el paradigma de los re­ cursos como en la Contabilidad Nacional, y en ningún otro sitio es tan evidente la incapacidad de los actuales modelos económicos para interpretar la globalidad de la economía española. No sólo el trabajo de las amas de casa, sino todo el trabajo no mercantil del resto de la población es expulsado del análisis, reducido a la inexistencia por obra de un convencionalismo socialmente admitido en el seno de una comunidad científica. Para entender lo que esta exclusión supone basta recordar que del volumen de horas de trabajo doméstico en España, el trabajo remu­ nerado (que es el único que recoge la Contabilidad Nacional) no lle­ ga al 0,1%. Si este volumen de trabajo (o sea, de producción no mercantil) se repartiese por igual en todos los países, regiones, épocas, clases socia­ les, sectores productivos y cohortes generacionales, las comparaciones entre todos estos segmentos de la realidad económica estarían mutila­ das, pero no distorsionadas. Sin embargo, las variaciones son muy profundas y con ritmos intensos de cambio, por lo que el resultado de cualquier comparación (en definitiva, de cualquier análisis) se dis­ torsiona en la misma medida. Más difícil todavía de integrar en el análisis económico de este sector es la producción demográfica; sin embargo, es difícil de justificar teóricamente su ausencia en cuanto producción de la futura fuerza de trabajo, tanto para la producción mercantil como para la no monetaria. II.

LAS BASES ECONOM ICAS DE LA CIUDADANIA

El cambio legal más importante de los últimos veinte años en Es­ paña ha sido la aprobación, en 1978, de una moderna Constitución, que es más igualitaria respecto a las relaciones entre mujeres y hom­ bres que la mayoría de las Constituciones europeas. El texto legal ofrece una interpretación de la desigualdad en tres niveles diferentes: a) En el nivel interpretativoy o como descripción de lo que la sociedad española es (formas y orígenes de la desigualdad), b) En el nivel normativOy o interpretación de los que la sociedad española debiera ser (afirmación del valor de la igualdad como principio político básico).

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c) En el nivel políticoladministrativoy o interpretación de lo que la so­ ciedad española proyecta ser (propuestas de actuación en ámbitos so­ ciales específicos). Como en cualquier documento aprobado por consenso, en la Constitución Española pueden rastrearse las huellas de distintas orientaciones ideológicas, que en algunos puntos rozan el conflicto o la contradicción. El modelo de iguddad subyacente en el articulado se aproxima en algunos puntos al igualitarismo radical (igualdad en la distribución de tareas e igualdad en los privilegios y en la valía deri­ vada), pero en otros está más cerca del igualitarismo nominal (divi­ sión de tareas, igualdad en valía derivada) o incluso del igualitarismo a través del mercado (versión liberal de la competencia desde la igual­ dad de oportunidades). La Constitución Española hace la primera referencia a la igualdad en el artículo preliminar, artículo 1.®: «España se constituye en un Es­ tado social y democrático de Derechoy que propugna como valores supe­ riores de su ordenamiento jurídico la libertady la justiciay la igualdad y el pluralismo político» N. (1.1). En este título preliminar, la igualdad se interpreta y propone como valory junto a otros tres valores «superio­ res». Si el orden de enumeración tuviese algún significado jerárquico o de evidencia, estaría situado en la escala axiológica por debajo de la libertad y de la justicia. El artículo 14 ofrece una interpretación de los orígenes o fuentes de la desigualdad, ya que al condenar explícita­ mente algunas formas de discriminación, reconoce de hecho su exis­ tencia: «Los españoles son iguales ante la leyy sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimientOy raz,ay sexoy religióny opi­ nión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.» El rechazo a la discriminación por sexo, que los sociólogos de hoy llamarían de género, vuelve a manifestarse en otros puntos del texto constitucional. Así, se refieren expresamente a ella los artículos 32.1 y 35. El artículo 32.1 se refiere a la igualdad en el matrimonio, y el 35.1, a la igualdad en el trabajo. El primero tiene interés porque al establecer «el derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica»y plantea algunas cuestiones relevantes: ¿El derecho es, también, un deber, o puede renunciarse a su disfrute? ¿Cabe reclamar la igual­ dad jurídica ante los jueces, pero no ante otras manifestaciones eco­ nómicas o simbólicas?

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Hay en el texto constitucional una confusión o ambigüedad de grandes repercusiones políticas y sociales en torno al trabajo. Al no distinguir claramente entre trabajo y empleo, el primero resulta exce­ sivamente vago y desprotegido: aunque en este punto, la Constitu­ ción no ha hecho sino reproducir las carencias conceptuales de la so­ ciedad española, y muy especialmente de sus teóricos, tanto políticos como sociólogos. Cuando una sociedad sólo logra que una minoría (un tercio) de la población mayor de 18 años goce del privilegio de una relación de intercambio directamente remunerada de su fuerza de trabajo, el olvido de los ciudadanos no empleados es demasiado grave como para no preguntarse por sus implicaciones políticas. La Constitución interpreta el trabajo como una obligación y un derecho, pero no dice lo mismo del empleo. No dice que el trabajo haya de ser de «libre elección», pero sí lo afirma a propósito del «ofi­ cio o profesión». Y, sin embargo, el trabajo (y no el empleo) es lo que se afirma como generador del «derecho a la promoción y a la remune­ ración suficiente para satisfacer las necesidades propias y las de la fam i­ lia». Este punto es uno de los más oscuros y contradictorios en el mo­ delo igualitario de la Constitución Española: de una parte afirma un igualitarismo radical (el derecho/obligación de trabajar) y de otra nucleariza el sistema de recompensas en esa zona limitada del trabajo, inaccesible a la mayoría de la población, que es el trabajo vendido en el mercado. En el nivel normativo^ la Constitución presenta la escala de valores básicos que deben orientar la construcción de una sociedad futura. Son valores «propugnados» (a defender)^ por el ordenamiento jurídico que se inicia en 1978, derogando y reformando el ordenamiento jurídico ante­ rior en tanto que los contradiga. Como afirmación de valores y del «de­ ber ser» de la sociedad española, esta declaración es al mismo tiempo esencial e inútil; esencial porque realmente recoge las aspiraciones básicas, pero inútil porque los modelos abstractos encubren sin dificultad las ten­ siones entre los valores contrapuestos y las fórmulas organizativas enfren­ tadas. Ningún programa político negará abiertamente ninguno de estos valores, pero el pacto social se creará o romperá en el acuerdo sobre el modo de jerarquizarlos e instrumentarlos. El nivel político/administrativo se refleja sobre todo en el artícu­ lo 9.2: «Corresponde a los poderes políticos promover las condiciones para

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que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se inte­ gra sean reales y efectivas: remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social.» En este punto, la Constitución se refiere a un sujeto básico de la igualdad que es el «individuo», conver­ tido en la última parte de la referencia en ciudadano. Pero, junto al in­ dividuo, aparece la mención de «los grupos en los que se integra»: la redacción no es muy clara y tanto parece cobijar la igualdad de los grupos entre sí como la de los individuos en el seno de los grupos. Como proyecto político/administrativo, el texto señala la obliga­ ción de los sujetos intermedios («los poderes políticos») de contribuir a una tarea gigantesca: la de promover las condiciones y la de remover los obstáculos que dificulten la aplicación del valor básico de la igual­ dad. Este es el punto de la Constitución que más se aproxima al mo­ delo del igualitarismo radical, puesto que se trata de un objetivo de gran alcance en extensión y profundidad, no limitado a la infracción de la ley sino a situaciones generales de dificultad para su aplicación. Por ello es especialmente llamativo que tres grandes ámbitos de la vida española donde las relaciones desigualitarias han sido la norma tradicional (Familia, Iglesia y Ejército) no reciban en el texto una mención expresa. Puede alegarse que hay menciones específicas refe­ rentes al matrimonio, pero la ausencia de las otras dos grandes insti­ tuciones sigue siendo muy evidente. La participación implica un elevado grado de presencia en los grupos y las instituciones; no se agota en el «derecho» a participar sino en su correlativo «deber de participación». Y, si no es una forma disfrazada de obediencia, los participantes tienen que ser coresponsables en la toma de decisiones y en el acceso a los riesgos y las recompensas. En este aspecto, la Constitución rebasa claramente las propuestas del igualitarismo nominal y del igualitarismo del merca­ do, y propone el inicio de medidas específicas para conseguir una ra­ dical transformación de la sociedad española, que en el momento de su promulgación (1978) le sirve de punto de partida. En el plano legal, los avances en la equiparación de mujeres y hombres han sido extraordinarios a partir de la promulgación de la Constitución de 1978. Sólo en el acceso a la Corona, en la relación con la Iglesia Católica y en algunos temas específicos muy debatidos.

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como la ampliación de los actuales supuestos de despenalización del aborto o la intervención del Estado a través de un Fondo de Garantía para los abundantes casos de impago de las pensiones familiares en casos de abandono o divorcio, hay todavía disparidad entre los géne­ ros o demandas insatisfechas de cambios legales. También en el plano educativo los avances han sido espectaculares, y en la creación de ins­ tituciones encaminadas a fomentar la igualdad, tanto en el nivel de la Administración del Estado como en las administraciones autonómi­ cas y locales. El texto constitucional es la referencia obligatoria para el análisis de las relaciones entre ciudadanía y estructura económica, puesto que define los límites normativos de una y otra y presenta los «modelos» a los que la sociedad española ha de tender. El artículo 31 define la relación económica entre los ciudadanos y el Estado en lo referente a la tributación. En el artículo 31.1 se es­ tablece que la tributación debe de ser justa, esto es, igual y progresiva: «Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspi­ rado en los principios de igualdad y progresividady que en ningún caso tendrá alcance confiscatorio.» La justicia se produce cuando concilia dos principios relativamente antitéticos, la igualdad y la progresividad; pero no son solamente los ciudadanos españoles, sino «todos», quienes han de contribuir al sostenimiento de los «gastos públicos». La idea de «gasto» y de «capacidad económica» van entrelazadas, pero el texto legal no define con más precisión lo que se entiende por «capacidad económica»: el gasto es, esencialmente, un ejercicio de movimiento de dinero, pero la «capacidad económica» puede inter­ pretarse de un modo más amplio que la simple disponibilidad de li­ quidez o de efectivos liquidables. «El gasto público realizará una asignación equitativa de los recursos públicos y su programación y ejecución responderá a los criterios de efi­ ciencia y economía» (art. 31.2) y «Sólo podrán establecerse prestacio­ nes personales o patrimoniales de carácter público con arreglo a la ley» (art. 31.3). La insistencia en la dimensión pública de la tributación refleja la visión que los legisladores tienen de la economía española y de la

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esfera de actuación del Estado: es una visión muy restringida a los re­ cursos y prestaciones monetarias, que desconoce excesivamente el pa­ pel de los recursos y de los intercambios no monetarios entre distin­ tos grupos sociales. Sin embargo, el propio texto habla de «recursos», que son más amplios que el simple gasto, y reconoce también la po­ sibilidad de establecer prestaciones de otros tipos, además de las pa­ trimoniales. Para los colectivos que reciben, de hecho, la presión so­ cial para realizar «prestaciones personales» a lo largo de toda su vida, la distinción entre ley y costumbre no tiene tanta relevancia política, ni tampoco la distinción entre el ámbito de lo público (al que todo este articulado se dedica) y de lo privado. Es digno de notar que esta sección sobre los derechos y debe­ res de los ciudadanos contiene un artículo dedicado al matrimonio (art. 32) en el que se reconoce el derecho de hombres y mujeres a «contraer matrimonio con plena igualdad jurídica», y que es asimismo en este contexto de derechos ciudadanos donde se sitúa el «derecho a la propiedad privada y a la herencia» (art. 33.1). En el mismo artículo se establecen límites y protección para estos derechos económicos: «la función social de estos derechos delimitará su contenido, de acuerdo con las leyes» (art. 33.2) y «Nadie podrá ser privado de sus bienes y derechos sino por causa justificada de utilidad pública o interés social, mediante la correspondiente indemnización y de conformidad con lo dispuesto por las leyes» (art. 33.3). Otros artículos definen el derecho de fundación (art. 34), el derecho y deber de trabajar (art. 35), el papel de los co­ legios (art. 36), los convenios y conflictos laborales, la libertad de em­ presa y la economía de mercado (art. 38). El art. 39, contenido en el capítulo dedicado a «Losprincipios rec­ tores de la política social y económica», se refiere a la familia: «Los po­ deres públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la fam ilia» (art. 39.1). No resulta fácil la identificación del tipo de fami­ lia al que brinda protección la Constitución, y en el transcurso de 1978-95 las familias españolas se han hecho más heterogéneas, con mayor presencia de hogares que no se ajustan al esquema tradicional del matrimonio adulto con fuerte separación de funciones y con hijos en edad infantil o adolescente. Cada vez abundan más los hogares unipersonales, o de ancianos, multisalariales, sin hijos, con conviven­ cia sin vínculos jurídicos, monoparentales, reconstruidos o proceden­ tes de culturas muy distantes de la española.

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El título VII de la Constitución se dedica íntegramente a la Eco­ nomía y Hacienda. La redacción del artículo 128.1 es más abierta que la de los artículos referentes a la tributación antes referidos. « Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titu­ laridad está subordinada al interés general.» Entre la idea de «riqueza del país» y la de «capacidad económica de los ciudadanos» hay coinci­ dencias y discoincidencias parciales. Este artículo se refiere a España y no a los ciudadanos, y resalta las variadas formas y diferencias de ti­ tularidad. Sin mencionarles expresamente, pueden reflejarse aquí los recursos no monetarios (trabajo no monetarizado, patrimonio artísti­ co, medio ambiente, etc.) y los recursos cuya titularidad no coincide con la del ciudadano común (Iglesia, instituciones, extranjeros, etc.). El interés general es más fuerte — según la Constitución— que los intereses de los titulares de la riqueza. Como el interés general, e incluso una parte más específica de éste como el «bienestar general», es difícil de determinar, la Constitución promueve la participación de los «interesados» a través del artículo 129.1: «La ley establecerá las formas de participación de los interesados en la Seguridad Social y en la actividad de los organismos públicos cuya fun­ ción afecte directamente a la calidad de vida o al bienestar general.» El concepto de «interesado» no se desarrolla con más profundi­ dad, pero es inimaginable que cualquier habitante del país pueda quedar al margen de esta condición de «interesado» (e igualmente, cuando menos, los nacionales residentes en el extranjero) en las acti­ vidades de los organismos públicos cuya función afecta a la calidad de vida o al bienestar. Tampoco hay por qué suponer «no interesados» a los residentes no nacionales, tema éste cada vez más importante a me­ dida que 1a población inmigrante crece y es ya mayor que la de algu­ nas Comunidades Autónomas. La Constitución plantea como un deber del Estado el crecimien­ to de la riqueza y de la renta; y no sólo su crecimiento, sino su «más justa distribución». El crecimiento y buena distribución debe hacerse a nivel general (aunque no lo menciona expresamente, parece referir­ se a la distribución más común, esto es, la personal), pero también a nivel regional y entre sectores. La Constitución no obliga, pero auto­ riza al Estado a planificar la actividad económica general: «El Estado, mediante ley, podrá planificar la actividad económica general para aten­

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der a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo re­ gional y sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución», artículo 131.1. Al igual que en los artículos anteriores que mencionan a