Muchos billetes, poca plata

25 ago. 2013 - corralito de 2001. Una vez que se estableció el corralito, que inicialmente era por 90 días, la pregunta de ese momento era: ¿y qué puede.
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economía

| Domingo 25 De agosto De 2013

opinión Cepo cambiario: la misma encerrona del corralito columnista invitado Roberto Cachanosky PARA LA NACION

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no de los temas que hay que pensar con cuidado es si se puede levantar el cepo sin que se produzca una crisis cambiaria y financiera. Para ir al punto, veo al cepo con el mismo problema que el corralito de 2001. Una vez que se estableció el corralito, que inicialmente era por 90 días, la pregunta de ese momento era: ¿y qué puede ocurrir el día 91? Obviamente, la gente iba a estar en la puerta de los bancos el día 91 a las 10.01 minuto, para retirar sus depósitos. Una vez que uno se mete en un problema de este tipo se pierde la confianza y es casi imposible reconquistarla. Meterse con el bolsillo de la gente es muy complicado en términos de confianza. Ahora bien, el establecimiento del cepo cambiario tuvo que ver con la continua fuga de divisas por falta de confianza. En el período kirchnerista-cristinista se fugaron del

país casi US$ 91.000 millones. La mayor fuga se produjo a partir de 2007 y se aceleró en los años posteriores, hasta que se impuso el cepo cambiario justo luego de las elecciones de 2011. Esos capitales se fugaron por falta de confianza en la seguridad jurídica del país. Las arbitrariedades y los abusos contra la propiedad privada y la feroz carga impositiva generaron esa fuga masiva de ahorro que, de haber habido seguridad jurídica y confianza en la política económica, hoy estarían financiando el crecimiento de la economía argentina. Pero, además, el Gobierno utilizó el tipo de cambio como ancla para frenar la inflación generada por la emisión monetaria. Desde que asumió Néstor Kirchner el dólar oficial subió 94% y la inflación fue de 400%, en números aproximados. Esto no es otra cosa que una caída del tipo de cambio real o, puesto en castellano básico, la Argentina es nuevamente cara en dólares. Si se toma la serie mensual desde enero de 1970 hasta julio de 2013 del tipo de cambio real, hoy el dólar oficial está casi en el mismo nivel que tenía en enero de 1981,

último mes de la tablita cambiaria y casi igual que en la convertibilidad. Es decir, el actual tipo de cambio real es uno de los más bajos de toda la serie histórica de los últimos 43 años, junto con los dos períodos mencionados. En un país el dólar puede ser barato porque ingresan capitales o porque se lo retrasa contra la inflación mediante intervenciones del BCRA. Hoy en la Argentina no estamos en presencia de un dólar oficial barato por ingreso de capitales, sino porque se lo retrasó respecto de la tasa de inflación. Esta aclaración vale porque no soy de los que consideran que las devaluaciones solucionan los problemas de una economía. Por el contrario, soy partidario de una economía con disciplina fiscal y monetaria y reglas de juego que incentiven el ingreso de capitales, con lo cual estoy diciendo que prefiero una moneda fuerte, cuya economía gana competitividad por medidas estructurales (legislación laboral, sistema tributario, gasto público bajo y eficiente, y demás medidas que mejoran la competitividad de la economía en forma real). Pero la realidad es que hoy no tenemos

medidas que mejoren la competitividad de la economía en términos genuinos y, encima, el tipo de cambio oficial fue retrasado artificialmente junto con un cepo cambiario que le prohíbe a la gente comprar dólares. A la desconfianza se le contestó con medidas que generaron más desconfianza. Estamos ante el verdadero dilema de tener el cepo cambiario que no deja salir dólares de la economía, pero tampoco estimula el ingresos de divisas, salvo las que se generan en las exportaciones, las que a su vez están jaqueadas por la caída del tipo de cambio real. Con un dólar oficial artificialmente bajo el deterioro del saldo de balance comercial continuará, especialmente por las importaciones de combustibles. Si se quita el cepo sin un contexto de confianza y disciplina fiscal que lleve a la disciplina monetaria, el estallido es inevitable. Al igual que con el corralito, al otro día de eliminar el cepo la gente saldría corriendo a comprar dólares a $ 5,60. Si el BCRA no interviniera en el mercado, el tipo de cambio subiría en forma abrupta. Si interviene para frenar la suba del dólar, lo más probable es que le barran las reservas.

Desde mi punto de vista, no tiene demasiado sentido desdoblar el mercado de cambios. Si se establece un dólar comercial más o menos como el actual, los problemas de comercio exterior continuarán y la brecha entre el financiero y el oficial mostrarían la desconfianza en el peso, pero no se solucionaría el problema del comercio exterior. Para poder salir del cepo con el menor costo posible se requieren las siguientes condiciones: a) disciplina fiscal, bajar el gasto público que el Gobierno no quiere bajar y modificar el sistema tributario, b) disciplina monetaria y c) fuertes señales de respeto a los derechos de propiedad. La realidad es que el gobierno no está en condiciones de ofrecer ninguna de estas tres condiciones, particularmente confianza para atraer capitales que reduzcan el impacto de un salto cambiario a la salida del cepo. ¿Entonces? Mi impresión es que seguiremos así hasta que el día menos pensado y por la causa menos sospechada el mercado ajuste los desequilibrios por las malas.ß El autor es economista

Muchos billetes, poca plata al margen de la semana Néstor O. Scibona PARA LA NACION

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na elocuente evidencia de la desvalorización del peso es comparar cuánto dura hoy un billete de 100 pesos en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero, contra cualquier momento del pasado reciente. Es tan bajo su poder adquisitivo que el 90% de los billetes que pone en circulación el Banco Central corresponde a los de mayor denominación, que hoy equivalen a 17,7 dólares al tipo de cambio oficial y a sólo 11 al paralelo. Otra es el deterioro físico de los billetes más chicos impresos hace algún tiempo y cuyo papel está a punto de desintegrarse. La resistencia del gobierno de Cristina Kirchner a emitir billetes de 200 o 500 pesos, ha sido proporcional a su negativa a reconocer la magnitud de la crónica inflación de dos dígitos anuales, que persiste desde 2007. De ahí que cueste creer que la Presidenta haya admitido ante empresarios en Santa Cruz que este año se ubique cerca de 20% anual. Aunque se quede corta, debería desplazar a la politizada cúpula del Indec como primer paso hacia un imprescindible sinceramiento estadístico. De lo contrario, no tendría sentido que el dudoso debate sobre el futuro del “modelo” se apoye sobre indicadores socioeconómicos ficticios. Nadie, sin embargo, apuesta a que eso vaya a ocurrir. Ni aún cuando el Gobierno ya no hable del irrelevante congelamiento de 500 precios en supermercados, ni del control militante en el olvidado plan “Mirar para cuidar”, lanzado ruidosamente hace apenas tres meses. Aquí también la realidad sobrepasa al relato oficial. El relevamiento que realiza esta columna en la misma sucursal porteña de una cadena líder de supermercados, muestra que en agosto es necesario desembolsar 994,21 pesos para comprar una canasta fija integrada por 30 alimentos, bebidas y artículos de limpieza, que en febrero costaba $ 828,21. Este aumento de 20% en seis meses, corrobora que el congelamiento general de

precios en supermercados fue un parche transitorio entre febrero y mayo para reprimir subas de precios, que repuntaron en los tres meses siguientes. De esos 30 rubros, 26 registran alzas, que en varios casos como las bebidas sin alcohol (con ajustes uniformes de 6% en gaseosas, agua mineral y amargo serrano), llevan la impronta del propio Guillermo Moreno. Su estrategia es similar a la aplicada fuera de las góndolas con los combustibles, con alzas sucesivas de centavos que acumulan incrementos de dos dígitos anuales (de 14 a 20% en el caso de esas bebidas). O a la del BCRA con el dólar oficial. Pero lo que quemó los papeles del secretario de Comercio fueron los impresionantes aumentos en hortalizas. Los zapallitos redondos que el funcionario recomendó no consumir treparon 263% y probablemente deba hacer lo mismo con las berenjenas (192%) y también con los pimientos rojos (169%) que cotizan a $ 43, casi lo mismo que un kilo de milanesas. Las únicas cuatro bajas con respecto a febrero se registran precisamente en milanesas de cuadrada (-11,9%), así como en

carne picada especial (-3,9%); queso en barra (-15,9%) y yerba mate (-11,5%). En este último caso, el precio (de $ 10,65 por paquete de medio kilo) resulta 8% más alto que el de julio, aunque 40% más bajo que en supermercados chinos; una oferta que las grandes cadenas no promocionan por acatar la prohibición de Moreno de publicar avisos en diarios no oficialistas. Sin embargo, esas bajas son contrarrestadas por subas de dos dígitos en jamón cocido (13,4%); fideos guiseros (21,6%); queso rallado (48%); detergente cremoso (33,8%) y suavizante para ropa (11,8%). La inutilidad del congelamiento es aún más evidente en la comparación interanual, con un incremento de nada menos que 30% para la misma canasta, cuyo ticket se elevó de $ 764,88 en agosto del año pasado a los $ 994,21 de este mes. Bolsillos sensibles Así como en los últimos tres meses repuntaron los precios de productos básicos, paradójicamente también lo hicieron las expectativas favorables de los consumidores.

En agosto, el índice de confianza del consumidor de la Universidad Di Tella (UTDT) muestra una suba de 5,4% (17% interanual), mientras que el de expectativas económicas que elabora la Universidad Católica (UCA) registró en julio su segunda mejora consecutiva (de 3,6%, aunque 1,6% por debajo de julio de 2012). A primera vista, una explicación es que en estos meses preelectorales el Gobierno puso “toda la carne en el asador” para reactivar el consumo, con la suba de la Asignación Universal por Hijo (35%); los aumentos salariales de paritarias (24% promedio) y el reintegro de Ganancias al medio aguinaldo, a lo que se sumará en septiembre el ajuste automático de 14,4% en las jubilaciones –anunciado por CFK con más de un mes de anticipación– que redondeará una suba anual de 31,7 por ciento. Así esos indicadores cualitativos revelan que, con más pesos en el bolsillo, los consumidores mejoran sus expectativas sobre la economía, aunque el poder adquisitivo de esos aumentos sea carcomido por la inflación, que claramente no

se limita sólo a los precios en supermercados. Es el fenómeno que los economistas denominan “ilusión monetaria”. Esta evidencia justifica además que la Presidenta busque corregir antes de las elecciones el error de haber subido el impuesto sobre los sueldos, al ajustar en 2013 el mínimo no imponible de Ganancias muy por debajo de la inflación real. El ajuste de 20% aplicado desde marzo en realidad tendría que haber rondado 50% tras casi dos años sin actualización. En ese lapso, incluso, la suba de la canasta mencionada anteriormente fue de 89% (costaba $ 523 en marzo de 2011). Claro que ahora es tan alto el costo fiscal de poner al día el piso de Ganancias – ya que también debería incluir las escalas, aún más desactualizadas– que CFK optó por endosárselo a los empresarios convocados a Santa Cruz, ya sea con un nuevo impuesto (a la renta financiera) y/o aumentos de aportes, para no asumir el costo político de tratarlo en el ámbito natural del Congreso controlado por el oficialismo. No obstante, esta forma aislada de atacar el problema complica otros. Gravar los intereses de plazos fijos –negativos frente a la inflación– provocaría una huida de ahorros en blanco del sistema financiero, en tanto que hacerlo con las acciones va a contramano de la política oficial de revitalizar el alicaído mercado de capitales. A su vez, un mayor costo laboral conspira contra la creación de empleos y la reducción del trabajo en negro. De ahí que la respuesta empresarial haya oscilado entre un tibio apoyo y sacarle el cuerpo a la jeringa: cuando el titular de la UIA sostuvo que la suba del MNI debe ser financiada por el Estado –una obviedad– en realidad apuntó a que se desacelere el aumento del gasto público. Un desafío inoportuno para un gobierno que acaba de subir el gasto y los subsidios a la energía en 23.000 millones de pesos –de los cuales cubrirá la mitad con emisión de billetes cada vez más desvalorizados– y echar mano a casi 4000 millones de dólares de las declinantes reservas del BCRA para inversiones en infraestructura energética; que bien podrían ser cubiertas por capitales privados si no se dedicara a perseguir empresas, como ahora ocurre en el caso de LAN.ß [email protected]

Larga vida al auge económico de la República Popular China perspectiva global Justin Yifu Lin PARA LA NACION

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espués de tres décadas de crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) a un ritmo anual promedio del 9,8%, la expansión económica de China lleva ya trece trimestres consecutivos de desaceleración. Se trara de la primera vez que se observa un período de desaceleración tan prolongado desde que en 1979 se lanzó la política de “reforma y apertura”. En el segundo trimestre de este año, el PBI real del país oriental creció a un ritmo anual de solamente el 7,5% (igual a la meta fijada por el gobierno chino al comenzar el año). Muchos indicadores señalan que esta desaceleración económica continuará y los inversores son cada vez más pesimistas respecto del futuro de China. ¿Puede China experimentar un colapso? De hecho, muchas otras economías emergentes de crecimiento rápido sufrieron (incluso más que China) la caída de la demanda global derivada del continuo recorte de gastos en las economías de altos ingresos desde la crisis financiera de 2008. Por ejemplo, el crecimiento del PBI brasileño se desaceleró abruptamente, de 7,5%

en 2010 a 2,7% en 2011 y apenas 0,9% en 2012, mientras que en el mismo período, la tasa de crecimiento de India se redujo de 10,5% a 3,2 por ciento. Además, muchas nuevas economías industriales (NEI) de altos ingresos con pocos problemas estructurales tampoco se libraron de los efectos de la crisis financiera de 2008. El crecimiento del PBI de Corea del Sur se redujo de 6,3% en 2010 a 3,7% en 2011 y 2% en 2012; el de Taiwán cayó de 10,7% a 1,3% en el mismo período, y el de Singapur se hundió desde 14,8% hasta 1,3 por ciento. Esto da motivos para pensar que la desaceleración de China después del primer trimestre de 2010 se debe ante todo a una combinación de factores externos y cíclicos. Puesto frente a una perturbación procedente del exterior, el gobierno chino debe y puede mantener una tasa de crecimiento del 7,5%, apelando para ello a medidas de política fiscal anticíclicas y proactivas, sin dejar de mantener al mismo tiempo una política monetaria prudente. Después de todo, China cuenta con un nivel elevado de ahorro público y privado, reservas externas que superan los 3,3 billones de dólares y amplio margen para la modernización industrial y la mejora de infraestructuras. De hecho, el coloso oriental puede mantener un 8% de crecimiento anual del PBI durante muchos años, porque en la actualidad, el crecimiento económico es un pro-

ceso continuo de innovación tecnológica y modernización industrial. Por supuesto, esto vale tanto para países desarrollados como en vías de desarrollo. Pero entre unos y otros hay una diferencia sumamente importante. Desde la Revolución Industrial, los países desarrollados siempre estuvieron a la vanguardia mundial del avance tecnológico e industrial, lo que los obligó a invertir en actividades locales de investigación y desarrollo, con los costos y riesgos que ello supone. La ventaja del recién llegado En cambio, las tecnologías e industrias existentes en los países en desarrollo suelen ir por detrás de la vanguardia, de modo que estos países disfrutan de la “ventaja del recién llegado”: pueden lograr innovación tecnológica y modernización industrial por medio de la imitación, la importación y la integración de tecnologías e industrias ya existentes, todo lo cual implica costos de investigación y Desarrollo (I+D) mucho menores en comparación. En teoría, cualquier país en desarrollo que pueda aprovechar la ventaja del recién llegado para lograr la modernización tecnológica e industrial podrá crecer más rápido que los países desarrollados; cuánto más rápido, eso es una cuestión empírica. Según la Comisión sobre Crecimiento dirigida por el premio Nobel Michael Spence,

después de la Segunda Guerra Mundial trece economías aprovecharon su condición de “recién llegadas” para sostener tasas de crecimiento anual del PBI del orden del 7% o superiores (al menos el doble del ritmo de crecimiento de los países desarrollados) durante 25 años o más. La República Popular China se integró a este grupo de trece economías después de 1979. Puesto que sus 33 años de crecimiento económico acelerado se explican en virtud de su condición de recién llegada, la clave para comprender su capacidad de mantener un crecimiento veloz en el futuro radica en estimar cuánto queda todavía de esa ventaja comparativa. Para dicho cálculo, resulta útil tomar como indicador aproximado el PBI per cápita, que refleja la productividad media de la mano de obra de un país y su grado general de avance tecnológico e industrial. Es decir: la diferencia entre el producto bruto interno per cápita de China y el de los países desarrollados representará, en esencia, la diferencia de los respectivos grados de avance tecnológico e industrial en términos generales. Según las estimaciones más actualizadas efectuadas por el difunto historiador de la economía Angus Maddison, el producto bruto per cápita de China en 2008 fue 6725 medido en dólares de 1990, igual en ese momento al 21% del PBI per cápita de Estados Unidos.

Esta diferencia es aproximadamente la misma que Estados Unidos tenía con Japón en 1951, con Singapur en 1967, con Taiwán en 1975 y con Corea del Sur en 1977; cuatro economías que también forman parte del grupo de trece economías exitosas estudiadas por la Comisión sobre Crecimiento. Japón aprovechó la ventaja del recién llegado para impulsar su tasa de crecimiento anual hasta el 9,2% a lo largo de los 20 años que siguieron, mientras que Singapur logró un 8,6%;Taiwán, un 8,3%, y Corea del Sur, un 7,6 por ciento. Si la ventaja del recién llegado implícita en la diferencia de ingresos entre las cuatro NEI y Estados Unidos permitió a aquéllas sostener tasas de crecimiento anual promedio del porducto bruto interno de entre 7,6% y 9,2% durante 20 años, China también debería poder crecer a un ritmo del 8% anual durante el período que va de 2008 a 2028. Para hacer realidad este potencial de crecimiento derivado de su condición de recién llegada, China necesita, sobre todo, profundizar sus reformas de mercado, encarar diversos problemas estructurales y desarrollar su economía de acuerdo con sus ventajas comparativas.ß © Project Syndicate 2013 El autor es profesor de la Escuela Nacional de Desarrollo de la Universidad de Pekín