Moreno, el chico de la bicicleta

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NOTAS

Viernes 23 de enero de 2009

C

PARA LA NACION

ON la asunción de Barack Obama puede considerarse que el año 2009 empezó definitivamente, dejando atrás una transición durante la cual se acentuaron los efectos de la crisis económica y financiera internacional y estalló una nueva guerra judeo-palestina. Sólo el tiempo dirá si efectivamente comienza una nueva era, si la retirada de los “neocon” es definitiva, si vuelve una “economía mixta” con participación equilibrada entre mercado y Estado y mayor control del capital financiero, y si en el mundo se abren perspectivas de paz. Preguntas todavía sin respuesta, igual que en América latina, donde a los años del “boom” de las exportaciones le siguieron el frenazo económico y la disminución de los precios de las materias primas, sin que se avizore la constitución de espacios regionales consistentes. Y en medio de esta incertidumbre se destacan otra vez la fuerza y la solidez de la institucionalidad norteamericana: una elección presidencial cada cuatro años el primer martes de noviembre y la entrega del mando el tercer martes de enero, así desde hace décadas. Esta regularidad institucional –signo de cultura política– contrasta con los graves errores y los actos censurables del gobierno de los Estados Unidos durante la era Bush, desde la invasión a Irak hasta la implantación de la tortura, las cárceles secretas, las escuchas telefónicas, las detenciones indiscriminadas, la desvalorización de los derechos civiles. Pero no se puede olvidar que esto comienza con los atentados terroristas de septiembre de 2001, que dieron lugar a una imprecisa y generalizada respuesta que fue denominada “guerra antiterrorista”. Hubo otras bombas que explotaron en Estados Unidos durante el gobierno de Bush: el aumento de la pobreza y la desigualdad, la crisis hipotecaria y la explosión financiera que arrasó con miles de empresas y bancos y puso fin a casi 30 años de reinado del neconservadurismo. Los “neocon” se fueron con Bush y hoy gobiernan los demócratas, con la estampa de Franklin D. Roosevelt y John Kennedy y un presidente negro a la cabeza. Pero la relación entre Estado y mercado y la reconstitución del Estado del Bienestar sobre nuevas bases son los grandes temas del tiempo que viene, sin olvidar que hubo fenómenos político-económicos que todavía son un enigma histórico, como ese “comunismo de mercado” que llevó a China a la categoría de gran potencia y cuyo modelo es seguido, con un éxito de escala similar, por países como Vietnam y, en parte, Rusia. Pero sin duda, el nudo de la historia contemporánea sigue siendo el conflicto de Medio Oriente, que está en el origen de todos los demás conflictos y de cuya solución depende la evolución de la humanidad. Este es el más grave desafío, no sólo para Obama sino también para toda la comunidad internacional. © LA NACION

A

UNQUE no es una definición original, se la debería tener en cuenta. Israel ahora condensa el milenario odio hacia los judíos y es tratado con el mismo consciente o inconsciente prejuicio. Siempre es el culpable. Haga lo que haga, siempre está mal, excepto cuando contribuye a su autodestrucción. Se desconocen sus virtudes, se exageran sus defectos. El odio a los judíos empezó hace más de 2000 años, antes aún de Cristo. Prevalecen las teorías que lo atribuyen a la tenacidad con la que se aferraban a un Dios único y abstracto que, además, era ético. Gracias a Pablo, el apóstol de los gentiles, se expandió con fuerza el cristianismo que, durante sus primeros veinte años, no se alejaba de las sinagogas. Siglos más adelante, por la excepcional inspiración de Mahoma –articulada a los textos del viejo Israel–, nació el islam. Pero ambos descendientes tendieron al parricidio. Para los cristianos, la llegada de Jesús significaba el fin de la función “placentaria” de Israel: después de Cristo su supervivencia era vista como impugnadora, anormal. Para los musulmanes, al no aceptar los judíos a Mahoma como el último de los profetas, revelaban haber modificado sus propios textos, donde habría sido anunciado; una redonda e imperdonable perversidad. No obstante, tanto unos como otros fueron ambivalentes. Para los cristianos, Dios no quiere la desaparición de los judíos, porque terminarán convirtiéndose a la nueva religión y serán la corona del plan celestial. Para los musulmanes son el Pueblo del Libro, junto con los cristianos, y merecen un status superior al de los politeístas. Por eso en ambas jurisdicciones hubo períodos de fértil convivencia y períodos de sanguinaria persecución. Los judíos conforman la comunidad humana que ha padecido el maltrato más obstinado de la historia. Fueron convertidos en el chivo expiatorio de todos los males, por absurdas que fueran las acusaciones. Por ejemplo, durante la “peste negra” que asoló Europa, se les atribuyó haber envenenado

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LA INFLACION EN LA IRREALIDAD POLÍTICA

Después de los “neocon” JULIO CESAR MORENO

I

Moreno, el chico de la bicicleta U

N clásico del ensayo nacional en el siglo XX es El medio pelo en la sociedad argentina. Arturo Jauretche no sólo era conocidísimo cuando apareció el libro, sino que la década del 60 fue su gran momento. El medio pelo tuvo tres ediciones en 1966, aunque en los despachos la censura no cabeceara distraída. Como recuerdo, tengo el de haber provocado que Radio Municipal levantara el programa del Instituto Torcuato Di Tella, precisamente porque lo entrevisté a Jauretche. Cuanto más lejos parecía el peronismo de su regreso triunfal en 1973, tanto más influyentes eran sus intelectuales, que no encontraban en ninguna doctrina oficial peronista un obstáculo para levantar la barroca arquitectura de un movimiento, cuyo dirigente máximo, exiliado en España, debía aceptar más o menos a todo el mundo: aquellos cuyo prestigio se había forjado en la Resistencia, y también los intelectuales que lo habían seguido desde el principio, pero a quienes Perón siempre consideró con una desconfianza circunspecta, como a compañeros que, por alguna causa, no eran plenamente del mismo palo. Ese peronismo “teórico”, en sus diversas variantes, florece en los años 60 e incluso conquista bastiones universitarios. Para usar las categorías de Jauretche: poco a poco, y de manera torrencial, a comienzos de los 70 el “medio pelo” se nacionaliza y se hace peronista. Y a esas capas medias, muy jóvenes, les fascinó encontrar en las indicaciones que proporcionaban Jauretche, Hernández Arregui o Jorge Abelardo Ramos el juicio a sus padres (que no habían entendido el peronismo: gran tema de culpa colectiva durante tres décadas). Recordando a Jauretche, abrí El medio pelo, un viejo ejemplar de la editorial Peña Lillo, empresa ideológica en cuya Biblioteca de Estudios Americanos se publicó, sin límites a izquierda o derecha, el pensamiento “nacional”: Ernesto Palacio, José María Rosa, Rodolfo Puiggrós y los intelectuales que mencioné más arriba. Subrayado hasta la duplicación, mi ejemplar me delata como una lectora fervorosa, a la que un regreso cuarenta años después deja flotando entre esas huellas de la inocencia perdida y la comprobación de que el estilo de Jauretche, irónico y socarrón, forma parte de la mejor tradición criolla de la prosa argentina. Como sea, no sucedió simplemente eso previsible, sino que el reencuentro con unas páginas de Jauretche produjo una inesperada conexión con el presente. Me atrevo a recomendar la lectura de este par de páginas de Jauretche a los intelectuales del espacio kirchnerista para que refresquen las categorías nacionales de pensamiento, mientras difunden los textos más fashion de Laclau y Zizek, abundantemente citados en las jaculatorias semanales que distribuye por correo electrónico la Red Mujeres con Cristina. La “Advertencia preliminar” está dedicada a polemizar con alguien que Jauretche no nombra, pero a quienes todos consideran el fundador de la sociología como disciplina académica en la Argentina: Gino Germani, que había formado en la Universidad de Buenos Aires la primera promoción de sociólogos entrenados en investigación por encuestas y en estadística. Jauretche, especialista en burlarse de esos métodos, ofrece divertidos ejemplos de la imposibilidad de confiar en las investigaciones

BEATRIZ SARLO PARA LA NACION

académicas, dibujando pequeñas escenas en bares porteños donde los encuestadores, entre café y café, van llenando sus planillas con las ocurrencias del momento. Los datos así obtenidos tendrían, en el mejor de los casos, una validez “relativa” y, por si esto fuera poco, “existe el uso malicioso de la información para fines políticos y económicos”. En este punto, Jauretche intercala un subtítulo: El chico de la bicicleta, en el que dará las pruebas de este último argumento.

Las cifras del secretario de Comercio son graves, porque las emite el Gobierno en nombre de un organismo del Estado Un amigo suyo había descubierto, en 1927, que la información de los diarios sobre precios internacionales de los productos agropecuarios no provenía de ninguna fuente objetiva. La cosas habrían sucedido así: el jefe de redacción enviaba, al “chico de la bicicleta” a Bunge y Born, donde le entregaban una página con las cifras que debían publicarse como si fueran noticias proporcionadas por los cables llegados de los grandes mercados internacionales de granos. A la mañana siguiente, continúa Jauretche, los chacareros indefensos leían los diarios y allí encontraban los precios

que el gran comprador, es decir, Bunge y Born, había resuelto pagarles. La mentira forjada en los escritorios de los compradores monopólicos perjudicaba a quienes confiaban en la prensa para saber dónde estaban parados. Jauretche se refiere a dos aspectos: la invención de datos que pretenden pasar por representaciones más o menos próximas a la realidad, por una parte, y por la otra, la mentira como instrumento de un engaño social de magnitud considerable (miles de pequeños chacareros, víctimas de las maniobras de Bunge y Born). En estos días, los argentinos nos enteramos, estupefactos pero menos crédulos que los chacareros de Jauretche, de una mentira emitida desde el Gobierno y en nombre de los organismos del Estado: según el Indec la inflación de 2008 no habría superado el 7%. El dato lo inventó el actual chico de la bicicleta, Guillermo Moreno. Lo nuevo es que este chico hizo mucho más que el enviado por los diarios a las oficinas de Bunge y Born: capturó el Indec, les puso un índice a la mentira que resultara agradable a los dueños de la bicicleta, y se fue para Olivos. Este dato, que el Gobierno ha hecho propio, no sólo es una falsedad puesta de manifiesto por varias fuentes, entre ellas las estadísticas provinciales. Es también una afirmación que ha perdido conexión con la realidad. Y esto es lo que alarma, porque el Gobierno se atreve a mentir, entre otras razones, porque cree que su mentira

puede tener algún grado de verosimilitud. Si lo primero es inmoral e irresponsable, lo segundo indica una especie de doble falla políticamente muy grave: omnipotencia respecto de los efectos de la palabra propia y desprecio por la opinión y la experiencia ajenas. Reconcentrado en sí mismo, Kirchner pasa por alto la realidad en nombre de un realismo político cortoplacista. Y además de cortoplacista, equivocado como realismo. Las mentiras pueden ser prudentes o imprudentes, según sea su verosimilitud, es decir, su capacidad retórica de convencer. La de Kirchner respecto de los datos de la inflación indica que se siente desligado de un principio de verosimilitud y que, por lo tanto, puede decir cualquier cosa, ya que el chico de la bicicleta le traerá las páginas con las cifras que él desea. Confía, además, en una memoria corta, deteriorada; apuesta a que los más perjudicados por la mentira (los pobres que no aparecen como pobres en las estadísticas, por ejemplo) no se ocupen de estas cuestiones porque la miseria es siempre una pérdida de ciudadanía. Se entrega a la manipulación no simplemente de las cifras, sino de las personas. Ignoro si Kirchner va a pagar con un cercano castigo electoral este gesto de omnipotencia política. Saberlo equivaldría a tener una hipótesis precisa sobre el estado actual de la opinión pública, no simplemente cuáles son los “temas” que interesan a “la gente”, sino cuáles pueden ser los tópicos que, en el transcurso de un año de elecciones, tomen importancia para los votantes más difíciles de captar en las encuestas y más sometidos al clientelismo. De todos modos, si Kirchner no recibiera la condena política por el engaño desvergonzado y la incuria con la que permitió que su chico de la bicicleta destruyera un organismo del Estado, si todo se olvida mañana, la mentira del Gobierno no debería recibir solamente una sanción moral. Es una mentira política: se ha ocultado deliberadamente una realidad, que Cristina Kirchner manifestó hace unos meses su voluntad de modificar. No pudo hacerlo, como no pudo hacer casi nada de lo que se había preparado para hacer. La mentira de Kirchner se convirtió en una marca del segundo período presidencial, y las cifras falsas de la inflación vinieron a mostrar que las promesas de mayor institucionalidad y transparencia que se pronunciaron para las elecciones de 2007 fueron un desvaído sueño electoral, una decoración efímera de la cara arbitraria del poder. Según Jauretche, las cifras que Bunge y Born transmitía a los chacareros favorecían claramente los intereses de los grandes compradores de granos. Eran una falsedad, pero exitosa, cualidad que todavía no ha demostrado la mentira de Kirchner, que no sólo es soberbia y despectiva, sino también dañina por su potencial destructivo. Las cifras de Moreno tienen una gravedad incomparable porque las emite el Gobierno en nombre de un organismo del Estado. Jauretche escribió también un Manual de zonceras argentinas; a sus páginas debería agregarse esta última: mentir es mala política, un acto de viveza, no de inteligencia. La mentira del Gobierno alcanzó la intensa cima de un voluntarismo personalizado. El corto plazo consume todo, como si fuera una hoguera. © LA NACION

Israel, judío entre las naciones los pozos de agua y las turbas se dedicaron a incrementar el número de muertos judíos. Tuvo que intervenir el Papa para frenar tamaña locura. Siglos antes se había inventado el baldón del “crimen ritual”: los judíos extraían la sangre de niños cristianos para amasar el pan de su Pascua (¡!). Este vampirismo (no olvidar el ejemplo de Shylock; y que hasta el Concilio Vaticano II los judíos eran “deicidas”, peor imposible), permaneció ajeno a la tradición musulmana. Ahora el mundo musulmán ha sido colonizado por la vasta producción antisemita occidental, incluido el “crimen ritual” que genera terror. En Egipto, país que ha firmado la paz con Israel y debería contribuir a desalentar el odio, tuvo gran éxito una serie de TV donde se mostraba cómo los judíos degüellan

Israel ahora condensa el milenario odio hacia los judíos y es tratado con el mismo consciente o inconsciente prejuicio niños árabes sobre una palangana para llenarla con su sangre y luego amasar el pan de la Pascua. No hubo condena de ningún organismo internacional a tamaña usina de odio. La dolida queja de Israel fue contestada con esta frase: “En Egipto hay libertad de expresión”. Predicadores, políticos e intelectuales tienden ahora, como en la década de 1930, a incentivar el antisemitismo “demostrando” que el sufrimiento de los judíos, en vez de provocarnos solidaridad, debería hacernos comprender su maldad incurable. Son auténticos verdugos, criminales. Ya no queda bien calificarlos de “raza inferior”, por supuesto. Los racistas son ahora los judíos. Racistas, nazis, asesinos de niños, lo peor. En la Carta del Hamás, por ejemplo, se los identifica según el libelo fraguado por la policía zarista en Los protocolos de los

MARCOS AGUINIS PARA LA NACION

sabios de Sión: provocaron todos los males del mundo para dominarlo, incluida la Revolución Francesa, la Primera y Segunda Guerraa Mundial, la Revolución Rusa y otras calamidades por el estilo. Recordemos que las grandes matanzas comenzaron por una intensa descalificación. Luego resulta fácil avanzar. El Holocausto no hubiera sido posible sin las centurias previas, donde el judío era asociado con ratas y cucarachas. Las “leyes raciales” que lanzó Hitler durante años deshumanizaron a los judíos hasta que en muchas partes del mundo se considerara su eliminación como un acto de higiene. El Estado de Israel es descalificado de la misma forma. Se lo acusa con una tirria que no se aplica a otras naciones. En especial sobresale la izquierda fascista, que ha traicionado sus ideales de origen y ahora se asocia con dictaduras y teocracias. Si Irán, junto con las organizaciones terroristas que apoya, lograse su objetivo de borrar a Israel del mapa, no se derramarán muchas lágrimas, porque el mundo se está convenciendo de su malignidad innata. Terminado el Holocausto, tampoco se derramaron demasiadas lágrimas: los puertos del mundo se cerraron para los supervivientes, incluso los de América latina y los Estados Unidos. Un año después de terminada la guerra hubo otro progrom en Polonia. El Estado de Israel no fue un regalo por causa del Holocausto, sino que consiguió su independencia luchando contra la más poderosa potencia colonial de entonces, que era Gran Bretaña. Los foros internacionales sólo le fueron favorables en noviembre de 1947, cuando las Naciones Unidas votaron por más de dos tercios la partición de Palestina en un Estado árabe y otro judío. Al Estado judío no se le otorgaba casi ningún sitio bíblico de significación, ni siquiera Jerusalén, cuya mayoría de habitantes era judía. Para “compensar”, le adjudicaron el vasto desierto del Neguev. Los judíos acep-

taron felices. Los estados árabes, en cambio, juraron violar esa resolución y arrojarlos al mar. Ni mencionaron independizar un Estado palestino. Tampoco lo crearon durante los 19 años en que ocuparon la Franja de Gaza y toda Cisjordania. En 1967, Egipto bloqueó el Canal de Suez para el comercio con Israel y le cerró su salida por el golfo de Akaba. Manifestó que anhelaba borrarlo del mapa (como ahora Irán) y exigió el retiro del colchón de la ONU para terminar con la “entidad sionista”. ¿Qué hicieron las Naciones Unidas? Retiraron el colchón, por supuesto, y dieron luz verde al exterminio. Pero el resultado no fue el que se esperaba. Terminada la Guerra de los Seis Días, Israel ofreció la paz a cambio de la devolución de territorios conquistados. La Liga

El ejército jordano asesinó millares de palestinos en el Septiembre Negro de 1971. Siria mató más palestinos que Israel, según Arafat Arabe se reunió entonces en Khartun y emitió los famosos “Tres No”: no negociar con Israel, no reconocer a Israel, no firmar la paz con Israel. ¿Hubo una indignada reacción a semejante hostilidad? Ninguna. Sólo después de la Guerra de Iom Kipur el presidente Anwar El Sadat entendió que era imposible destruirlo y manifestó su propósito de acabar con la guerra. Entonces, el más duro de los israelíes, que era Menajem Beguin, le devolvió hasta el último grano de arena del Sinaí, territorio tres veces más extenso que todo Israel. No sólo eso: le entregó pozos de petróleo, aeropuertos, carreteras y hasta los centros turísticos más sofisticados que ahora posee Egipto, construidos por el mismo Israel. Como añadido, evacuó la ciudad de Yamit, al sudoeste de Gaza que, de haber existido aún, hubiese dificultado el contrabando de millares de

misiles en los que gastaron ríos de dinero los actuales señores de esa Franja. Después de ceder el Sinaí, Israel siguió siendo acusado de “expansionista”. Es el judío, el maligno. Tampoco ayudó a la paz que evacuase por completo la Franja de Gaza sin pedir nada a cambio. Y la esperanza de que cesara el lanzamiento de misiles contra las poblaciones del sur. La Franja se convirtió en un territorio Judenrein. ¿Qué hicieron los líderes de Hamás con las 20 colonias paradisíacas que les dejaban los pioneros israelíes, llenas de flores, árboles, invernaderos, centros sanitarios, granjas, escuelas y hasta fábricas? ¡Las destruyeron, quemaron y convirtieron en escombros! ¿Fue condenada esa depredación irracional? No. ¿Se mencionan otros responsables, además de Israel, por los sufrimientos del pueblo palestino? El ejército jordano asesinó millares en el Septiembre Negro de 1971. Siria mató más palestinos que Israel, según dijo el mismo Yasser Arafat. Hamás ejecutó 370 palestinos cuando se adueñó de la Franja de Gaza y luego impidió la peregrinación a La Meca de los musulmanes que no respondían a sus mandatos. Cierro con pena. Los terroristas están ganando la campaña que enciende el odio en vez de conducir a la moderación, el diálogo y la paz. Para ellos es mejor que muera un palestino a que muera un israelí, por eso los usan de escudos humanos. Cuando muere un israelí la prensa calla. Cuando muere un palestino brota lava ardiente. Mientras más palestinos sufran y mueran, más grande será la lástima. Pero esa lástima no aporta paz ni progreso. Israel, judío entre las naciones, imperfecto como toda construcción humana, deberá seguir tolerando la doble vara con que se miden sus acciones. Es ineluctable. Pese a ello, sólo le queda reforzar lo que fortifica una buena relación con los sectores pacifistas y racionales del mundo árabe. Ya ha realizado mucho y bueno en varios campos, aunque de eso no se habla. Tiene que hacer más. Allí reside su condena o su gloria. © LA NACION