MATEO 5:3 "...bienaventurados..." Muchos eminentes ... - ObreroFiel

A nuestra vista cometió dos pecados grandes: Adulterio y homicidio. Pero su pecado no lo dejó vivir tranquilo, dijo: "Mientras callé se envejecieron mis huesos".
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MATEO 5:3 "...bienaventurados..." Muchos eminentes pensadores sostienen que todo lo que hace el ser humano lo hace buscando la felicidad. Dicen que la felicidad es el objetivo de nuestra existencia. Todos vamos al colegio luego a la universidad para prepararnos, dicen "para afrontar la vida". Pero en realidad buscamos con eso ser felices en el futuro, eso es, tener una economía saneada, tener un buen trabajo, una linda familia, un buen nombre, etc. Nos casamos con el propósito de tener una familia y ser felices con ella. Es que es tan "bonito ser feliz". ¿Por qué buscaron a Jesús las multitudes que llegaron a Galilea atraídos por su fama? Porque querían ser felices. Porque veían en Jesús a uno que podía satisfacer los anhelos y esperanzas que abrigaban sus corazones. Y Jesús responde a esos lícitos anhelos de felicidad con ocho breves frases, que tienen por contenido la felicidad, cada una de las cuales comienza con la palabra griega "macários". Es una palabra de difícil traducción al castellano y que aparece en nuestras versiones bíblicas generalmente como "bienaventurado", "feliz", "dichoso" o "bendito". En el original significa sencillamente "feliz". Pero nuestro concepto de felicidad está demasiado afectado por la idea de felicidad terrena. El mundo considera felices a los que tienen buena salud, a los que les va bien en la vida y no sufren calamidades, a los que tienen "salud, dinero y amor", como dice la canción, o como dice la otra canción " cantar, bailar y darse un besito, esa es la vida", pero macários es más que esto. Por otra parte, si traducimos macários por bienaventurado, corremos el riesgo de relegar la felicidad a la otra vida, lo que tampoco está comprendido en el término macários. De cualquier manera, una cosa está clara, y es que por medio de la palabra macários Jesús da a entender que no es indiferente al anhelo de felicidad del hombre y la mujer. Él va a proporcionar la felicidad que buscan. Pero será una felicidad distinta a lo que ellos entienden como tal. No será algo vago o impreciso, no será algo limitado, ni algo únicamente para ultratumba, no, seguro que no. Será algo que comprenda tanto el más allá como el más acá. Es una felicidad que, comenzando aquí y ahora, durará por la eternidad. Esta felicidad no es algo únicamente para el alma; también el cuerpo, como creación de Dios, disfrutará de ella. Será una felicidad en toda la extensión de la palabra, pero, sin embargo, será distinta a la que la gente entiende normalmente como tal. Ocho veces dirá Jesús "bienaventurados". La mayoría de estas bienaventuranzas está en tiempo futuro. Sin embargo, con esta formulación futura no se trata de relegar la felicidad del reino de Dios al porvenir, pues, con la venida del reino de Dios en nuestro mundo el futuro ha comenzado ya, el futuro, gracias a Jesucristo, nos ha alcanzado ya en nuestro presente. Recordemos las palabras de Jesús dirigidas a aquellos fariseos que le acusaban de sanar de expulsar demonios gracias a algún pacto con el diablo: "Si por el dedo de Dios echo yo fuera demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lucas 11:20). La persona de Jesús y su mensaje, o sea, su evangelio, son señales indubitables de la presencia del reino de Dios entre nosotros. Además la promesa que acompaña la primera y a la última de las

bienaventuranzas está en tiempo presente: "… porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt. 5:3 y 10). De manera que la felicidad que anuncia y trae Jesús abarca tanto el cuerpo como el alma, la eternidad y la temporalidad, el presente y el futuro. Es la felicidad perfecta. "¡Bienaventurados¡", dice Jesús, ¡dichosos¡, ¡felices¡ ¿Qué significa esto? Es necesario explicar el significado de bienaventuranza, felicidad y dicha, porque lo que el mundo entiende por tal es muy distinto a lo que Jesús dio a entender. El mundo entiende por felicidad al estado de euforia que procede de la abundancia de bienes materiales y de la ausencia de todo dolor y conflicto. Cuando una persona es rica, cuando tiene salud, cuando sus negocios le van bien, cuando florece la fábrica y cuando los hijos progresan, la gente se siente feliz. El mundo llama a todo esto felicidad. Como vemos, la felicidad para el mundo depende de las circunstancias y está relacionada con las cosas que están debajo del cielo. ¡Pero si nosotros fuéramos felices sólo cuando nos va materialmente bien, entonces somos dignos de lástima! Pues todo lo que hay en este mundo cambia, se transforma, se gana y se pierde. Nuestra sociedad no quiere saber nada de los que sufren. Nadie quiere pensar en la muerte. A los ancianos y a los moribundos se los deja a un lado. Tenemos habitaciones especiales para ellos. No queremos que los enfermos y los pobres nos recuerden nuestra propia debilidad y pobreza. ¡Fuera de nuestra vista¡ Queremos ver a los sanos, a los atletas, a los guapos, a los deportistas, los banqueros, los hombres y mujeres de éxito, a las estrellas, etc. Si la felicidad consiste en la salud del cuerpo, ¿qué harán, entonces, las personas que sufren físicamente o que están atadas a una cama de hospital o a una silla de ruedas? ¿Están condenadas a un estado de infelicidad toda su vida? ¡Qué lamentable sería esto! Y si ser feliz significa tanto como ser rico, ¿qué pasa entonces con los pobres, con los obreros y con los que no tienen trabajo, que solo a duras penas consiguen abrirse camino en la vida? ¿Qué hay entonces de las madres solteras y de las viudas, quienes sólo con mucho esfuerzo consiguen sacar adelante a sus hijos en la vida? ¿Están todas estas personas condenadas a ser infelices de por vida? ¡Esto sería terrible! No, nuestra felicidad no puede descansar en las circunstancias de la vida. Si nosotros sólo esperamos la felicidad de las circunstancias, nunca seremos felices, porque siempre viviremos con el temor de perderla. Pues, un accidente, y ¡adiós a la salud!; un revés en los negocios, y ¡nos vemos en la más negra bancarrota!; un despido del trabajo y el paro consume nuestra dicha; una muerte en la familia, y ¡la desgracia viene a hacernos compañía! Así están las cosas en nuestro mundo de hoy. Y cada uno hace bien en amoldarse a ellas. Pero, ¿de verdad que hacemos bien en esto? ¿Es que es feliz todo aquel que se hace rico? ¿Es que es feliz todo aquel que goza de buena salud? ¿Es verdad que al final solo los fuertes avanzarán en la vida? En un interesante estudio realizado recientemente por la televisión educacional norteamericana se revela que la cantidad de gente que se percibía a sí mismo como muy feliz llegó a su pico máximo en 1957. Es interesante notar que la sociedad norteamericana de nuestros días consume el doble de bienes materiales de los que consumía la sociedad de los 50. Sin embargo, y a pesar de tener menos bienes materiales, se sentían igualmente felices. Jesucristo dijo: "... la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee" (Lucas 12:15). Vivir nuestra vida, y vivirla en abundancia. Vivir en abundancia significa predicar las buenas nuevas a los pobres y a los ricos, pregonar el año agradable del Señor a los vecinos, aprender a restaurar al caído y a sanar al herido. Significa, para nosotros los varones, poder mirar a nuestra esposa a los ojos y decirle "te amo". Poder llegar a ser un modelo de líder-siervo para nuestros hijos. Significa dejar una marca más allá de nuestra existencia.

Ese es el tipo de vida que Dios quiere de nosotros. Ese es el oro, la plata y las piedras preciosas con las que Jesucristo quiere que construyamos nuestras mansiones en el cielo. Esa es la idea de ser "rico para con Dios" que nos habla en Lucas 12:21. EL FRACASO EN LAS PERSONAS ES CAUSADO MÁS POR FALTA DE DETERMINACIÓN QUE POR FALTA DE TALENTO. "No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos si no desmayamos" Gálatas 6:9. Realmente parece como si hoy sólo consiguiesen avanzar los fuertes, los que no tienen escrúpulos, los que se abren camino a codazos, los que pisan a los demás para subir la escalera del éxito. Pero ¿se es feliz sólo cuando se ha escalado bastantes peldaños en la escalera del éxito? De cara a esto, sería muy lamentable que nuestra felicidad no tuviera un fundamento mejor y más sólido. Pero gracias a Dios que tenemos una felicidad que no depende de las circunstancias de la vida, una felicidad que no depende de nuestra salud, ni de nuestra economía, ni de nuestra posición social. UN HOMBRE ES RICO POR LO QUE ES; NO POR LO QUE TIENE. "Hay quienes pretenden ser ricos; y no tienen nada; y hay quienes pretenden ser pobres, y tienen muchas riquezas" Proverbios 13:7. Hay quienes envidian la suerte de los muertos, porque los consideran ya libres de dolor, y porque gozan de la bienaventurada presencia del Señor en los cielos. Pero aunque los muertos en Cristo sean llamados bienaventurados por la misma Palabra del Señor, esto no agota el significado de la palabra bienaventurado. Pues la felicidad no es patrimonio exclusivo del más allá, sino que también hay una felicidad en el más acá. Es más, nosotros tenemos que ser bienaventurados en este mundo, si es que queremos serlo en el venidero. Y si no conseguimos la felicidad en esta vida, tampoco la conseguiremos en la vida eterna. Dios quiere que seamos felices y dichosos ya aquí en la tierra. No me tomen a mal, no digo que trabajar, estudiar para tener una profesión, tener un buen nombre, esté mal. Todo deseo de progresar en la vida es bueno y agradable a los ojos del Señor. Tanto que el apóstol Pablo dijo: "Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo" 1 Ti. 5:8. QUIEN QUIERA LECHE NO DEBE SENTARSE EN UNA BANQUETA EN MEDIO DEL POTRERO Y ESPERAR QUE LA VACA VAYA Y SE LE PLANTE AL LADO. "La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece." Proverbios 10:4 Sólo que si ponemos estas cosas en primer lugar en nuestras vidas y sólo vivimos para trabajar, no nos importa nadie más, sólo nuestro futuro, sólo nuestra comodidad y alcanzar escalar en la vida sin importar los demás, no somos bienaventurados. Pero ¿cómo alcanzaremos nosotros esta bienaventuranza? Ninguna persona es bienaventurada por naturaleza. Todos nosotros somos desdichados. Dichoso, bienaventurado, es sólo Dios. Pablo dice en 1 Timoteo 1:11 "Según el glorioso evangelio del Dios bendito [en griego macários], que a mí me ha sido encomendado." Y en el capítulo 6:15 de la misma epístola, hablando de la aparición de Cristo, vuelve a decir Pablo: "La cual a su tiempo mostrará al bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes y Señor de señores". Dios es bienaventurado. Él está por encima de las penas y fatigas terrenas. Él está por encima de la transitoriedad y del carácter cambiante de todo lo que nos rodea, y que tanto nos influye. En él no hay

cambio ni mudanza alguna. Siempre permanece él mismo, invariablemente feliz y bienaventurado. Nada importuna su paz y su equilibrio. No hay oscuridad que le amenace, ni luces que le deslumbren. Su felicidad es perfecta. Y lo maravilloso es que Dios no quiere su felicidad para él sólo. Él quiere compartirla con nosotros. Quiere que seamos felices como él es feliz. ¿Cómo podremos alcanzar esa felicidad? Para esto es necesario, en primer lugar, remover de nuestra vida lo que nos impide ser felices. Y esto es el pecado. Mientras estemos dominados por el pecado será inútil todo intento de felicidad. Pues el pecado hace desgraciado, el pecado carga nuestra conciencia y nos roba la paz. El pecado obra sobre nuestra alma como un maleficio. Mientras que el pecado nos domine no gozaremos de verdadera paz, ni de auténtica felicidad. No podemos pecar deliberadamente y ser dichosos. El pecado produce invariablemente muerte, y la muerte no es bella ni agradable. No, la muerte no hace feliz. Sólo cuando el pecado ha sido removido de nuestra vida comienza la felicidad. Por eso escribe el apóstol Pablo en Romanos 4:7 y 8: "Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado". Estas palabras fueron dichas por el rey David en el Salmo 32. Era la voz de un hombre que fue perdonado. A nuestra vista cometió dos pecados grandes: Adulterio y homicidio. Pero su pecado no lo dejó vivir tranquilo, dijo: "Mientras callé se envejecieron mis huesos". Pero allí está el gran amor de Dios perdonador, misericordioso. Nosotros por mucho menos sacrificamos a las personas. Nosotros pecadores vemos el pecado de otros y no los nuestros, pero Dios en su gran amor y misericordia perdonó a David y dijo de él que era un hombre conforme al corazón de Dios. Es tan grande el amor de Dios que tiene el poder para olvidarse de nuestros pecados y nos mira a través de la sangre de Cristo. Con la remoción de los pecados y el perdón divino, comienza en nuestra vida la verdadera felicidad, la bienaventuranza. ¿Quieres conocer y apropiarte de esta felicidad? Entonces apártate del pecado que labra tu mal y tu desgracia, y entrégate a Cristo. Establece con Jesús una relación perpetua y de amor. Ser feliz es estar en comunión con Dios. Pues de esta comunión viene a nosotros toda la paz, la fuerza y la alegría que hará nuestra vida bienaventurada. Porque hemos gustado la misericordia divina, somos misericordiosos para con nuestro prójimo. Porque tenemos paz con Dios somos pacificadores. Porque hemos sido aceptados por Dios, somos "limpios de corazón", o sea, no tenemos más un corazón dividido entre Dios y el mundo, vivimos orientados hacia Dios. Porque somos consolados podemos consolar a otros. Porque hemos sido tan ricamente bendecidos por Dios, reconocemos nuestra propia pobreza e imperfección y nos reconocemos "pobres en espíritu". Las bienaventuranzas son extrañas porque van dirigidas sólo a gente que se considera extraña en este mundo. Los cristianos no somos hijos de este mundo (recordemos las palabras de Jesús: "Ustedes no son del mundo como tampoco yo soy del mundo" (Juan 17:16). Somos hijos del reino celestial. Vivimos en este mundo, trabajamos en este mundo, sufrimos en este mundo, pero sabemos que aquí somos extraños, extranjeros, que este mundo no es nuestro auténtico hogar. Lo importante es que hemos sido aceptados por Dios, que hemos sido comprendidos por Dios, que hemos sido amados por Dios. ESTO ES SER BIENAVENTURADO. Reconoce que eres pecador, no lo encubras, sino confiésalo a Dios, como hizo David: confesó su pecado, pidió perdón y fue liberado del pecado que le traía angustia, tristeza y lo estaba envejeciendo. Y pudo

decir: "Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado". Acéptale, él vino y dio su vida por ti y por mí, para darnos salvación y vida eterna. Solo Cristo puede darte esa felicidad, esa paz, esa tranquilidad que buscas. Y a ti hermano un consejo: NUNCA DEBES PERMITIR QUE LA ADVERSIDAD TE HAGA CAER, EXCEPTO QUE SEA DE RODILLAS. "¿Está alguno de vosotros afligido. Haga oración" Santiago 5:13. Tomado de la revista “Momento de Decisión”, www.mdedecision.com.ar Usado con permiso ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.