Los hermanos Henríquez Ureña en Cuba Este año la

seriedad profunda, vestida de sonrisa, y dedicada al trabajo”. (A. Reyes, 1941). A pesar de no haber residido en Cuba durante mucho tiempo, Pedro .... esta tendencia en sus estudios sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Gabriela Mistral, Mirta. Aguirre y – ¿por qué no? – Salomé Ureña. Se necesitaría un espacio aparte para ...
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Los hermanos Henríquez Ureña en Cuba Este año la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo ha sido dedicada a Salomé Ureña, un nombre que muchos reconocemos y asociamos con la vida cultural e intelectual dominicana de la segunda mitad del siglo XIX. Y, si acaso nos pareciera poca su labor como escritora y educadora, como madre tuvo muchas razones por las cuales sentirse orgullosa. Salomé tuvo cuatro hijos: Francisco Noel Henríquez Ureña, Pedro Henríquez Ureña, Maximiliano Adolfo Henríquez Ureña y Salomé Camila Henríquez Ureña, que le dieron lo mejor de sí a la América Hispana. Cuando aconteció su muerte en 1897, luego de una larga enfermedad, su esposo, Francisco Henríquez y Carvajal, se hizo cargo de las cuestiones familiares. La inestabilidad política que atentaba contra la paz y seguridad de la República Dominicana durante aquella época obligó al padre a trasladarse a La Habana y a establecerse luego en Santiago de Cuba en 1904 con la pequeña Camila. Sus tres hijos varones se encontraban en los Estados Unidos por aquel entonces. Sin embargo, dada la situación familiar, los mayores se emplearon en el comercio de Silveira y Compañía en La Habana, mientras que Maximiliano se trasladó a Santiago junto a su padre y Camila. No se conserva prácticamente ninguna información sobre la vida de Fran en Cuba, pero sus tres hermanos aún se mantienen frescos en la memoria de algunos privilegiados que llegaron a conocerlos. Hagamos este recorrido en orden descendente. En primer lugar tenemos a Pedro Henríquez Ureña, quien quizá fue el que menos tiempo pasó en Cuba de todos ellos, pero quien desde el principio se involucró en la vida cultural del archipiélago, colaborando en revistas como La Discusión de La Habana y Cuba Literaria, fundada esta última por Max. También enviaba durante esos años artículos a La Cuna de América. Muchos de sus escritos sobre crítica y literatura, principalmente aquellos publicados en Cuba Literaria bajo el seudónimo de León Roch, fueron escritos durante su estancia en Cuba y recopilados luego en lo que sería su primer libro: Ensayos Críticos (1905). En estos ensayos, junto con los temas europeos (Oscar Wilde, Bernard Shaw, etc.), desarrolla otros de carácter americano (Rubén Darío, Rodó, El modernismo en la poesía cubana) que marcarían el inicio de la preocupación fundamental de todo su trabajo posterior: el humanismo y el pensamiento en la América Hispana. Ensayos Críticos tuvo una excelente acogida. Asentó el nombre de Pedro Henríquez Ureña en la marea intelectual de la época y fue el primero de muchos trabajos que han sabido mantener su valor por décadas. Da testimonio de ello la carta que le envía José Enrique Rodó, fechada en 20 de febrero de 1906, luego de leer el libro:

Agradézcole su libro y su juicio porque revelan un espíritu levantado sobre el nivel de la mediocridad, y porque veo en Ud. un verdadero escritor, una hermosa promesa para nuestra crítica americana, tan necesitada de sangre nueva que la reanime. Me agradan mucho las cualidades de espíritu que Ud. manifiesta en cada una de las páginas de su obra, y que son las menos comunes, y las más oportunas y fecundas, con relación al carácter de nuestra literatura. Me agradan la solidez y ecuanimidad de su criterio, la reflexiva seriedad que da el tono de su pensamiento, lo concienzudo de sus análisis y juicios, la limpidez y precisión de su estilo. Me encanta esa rara y felicísima unión del entusiasmo y la moderación reflexiva que se da en Ud. como en pocos. Y me complace reconocer, entre su espíritu y el mío, más de una íntima afinidad y más de una estrecha simpatía de ideas. Casi inmediatamente después Pedro se embarcó a México. Así lo dejó escrito en su diario: “El 28 de diciembre de 1905 me fue entregado mi libro Ensayos Críticos, y el día 4 de enero me embarqué para Veracruz”. Luego solo hará un par de visitas fugaces al territorio cubano. De la primera, en 1911, excusándose en su paso hacia Santo Domingo, quedaron dos artículos: el primero sobre una conferencia del maestro Enrique José Varona pronunciada en El Ateneo de La Habana y otro sobre José de Castellanos, ambos publicados El Fígaro. De sus encuentros con Francisco y Max, en La Habana, con su padre y Camila, en Santiago, y acerca de su percepción de la vida isleña reflexionó en su diario con una claridad de ideas casi fantástica para su corta edad: “La época, la vida universal de estos momentos, envía a Cuba (como a toda América), aires de superficialidad. Las llamadas tendencias prácticas producen en todas partes faltas de solidez, apresuramiento, falta de interés por muchas cosas serias. So pretexto de modernidad, se ha roto con la tradición que nos dejaron los españoles; la cual, aunque peca de limitada, tenía seriedad”. En otro de sus viajes, en abril 1914, continúa colaborando con numerosos periódicos cubanos: El Fígaro, Letras, Revista Bimestre Cubana, El Heraldo de Cuba y Cuba contemporánea. Fungió como corresponsal en Washington de El Heraldo de Cuba, enviando sus colaboraciones firmadas con el seudónimo “E.P. Garduño”. Su tercera visita aconteció en 1940, seis años antes de su muerte. Allí se reunió con sus hermanos menores y asistió a conferencias y tertulias con amigos. Aquella última impresión quedó pintada en un carta dirigida a Alfonso Reyes: “Encontré a Cuba pobre, pero llena de espiritualidad: hay una juventud regenerada por el sufrimiento con una seriedad profunda, vestida de sonrisa, y dedicada al trabajo”. (A. Reyes, 1941) A pesar de no haber residido en Cuba durante mucho tiempo, Pedro dejó su marca y fue marcado, como corroboran distintos artículos y ensayos publicados en diversos medios

alrededor del mundo; las múltiples menciones y comentarios sobre las ideas de José Martí que colmaron sus escritos, por ejemplo. Maximiliano Henríquez Ureña se trasladó en 1904 a Santiago de Cuba con su padre y su hermana Camila, lugar donde residió hasta 1931 – por 27 años. Funda casi de inmediato la revista Cuba Literaria. Allí, en Santiago, obtuvo el título de Doctor en Filosofía y Letras. Además, impartió clases en la Escuela Normal para Maestros de Santiago y fundó y dirigió la Escuela Libre de Derecho. Algún tiempo después se trasladó a La Habana, donde fundó y dirigió junto a Jesús de Castellanos la Sociedad de Conferencias. El primer ciclo de conferencias se inició el 6 de noviembre de 1910. Éstas se ofrecieron en los salones del Ateneo de La Habana. Entre los temas tratados en aquel primer ciclo se encuentran: “La Expulsión de los diputados cubanos del parlamento español en 1837”; “Martí y su obra”; “La Mujer cubana en la revolución”; “Preliminares de la revolución de 1895”; entre otros. Max estuvo a cargo de una conferencia titulada “Martí en Santo Domingo”. El último ciclo de conferencias se ofreció en marzo de 1915. Se casó en Santiago de Cuba, en 1914, con Guarina Lora Yero, de quien se recuerda que tal vez fuera sorda (Bernardo Vega) y con quien tuvo dos hijos: Hernando y Leonardo Henríquez Lora, nacidos en 1915 y 1919 respectivamente. Maximiliano también dirigió el Ateneo y la Academia de Derecho González Lanuza, e ingresó como Miembro de Número a la Academia Nacional Cubana de Artes y Letras. Se dio a conocer como poeta con la publicación de Ánforas (1914) y, como ensayista con El ocaso del dogmatismo literario (1919). En Cuba desarrolló casi toda su vasta labor literaria y ensayística. Entre sus obras críticas se encuentra Panorama Histórico de la Literatura Cubana, una de sus muchas investigaciones histórico-filológicas dedicadas a las letras cubanas, que aún hoy es considerado un libro de consulta obligatorio en las universidades del país a pesar de los muchos años pasados y de los múltiples intentos posteriores de especialistas de renombre de reemplazarlo. Max se involucró en movimientos que cambiarían la estructura socio-política del país. Influenciado por el ambiente cultural, político y social, apoyó el manifiesto del Grupo Minorista, publicado en 1927. Ésta era una agrupación de jóvenes intelectuales abocados a la defensa de los valores nacionales y a la apertura a nuevas corrientes políticas y artísticas coherentes con la realidad de la época. Quizá en República Dominicana se tenga una imagen diferente de Max Henríquez Ureña de la que conocieron los cubanos, en especial porque luego de la muerte de su padre volvió al país para servir durante el régimen trujillista y ocupó cargos como Secretario de Relaciones

Exteriores (1931-1933), Delegado ante la Sociedad de Naciones (1936-1939), embajador en varias ocasiones (Brasil-1943, Buenos Aires-1945-6), etc. Sin embargo, en Cuba se le recuerda de manera especial por sus grandes aportes al mundo cultural y se le ha homenajeado en el 2010, por el 135 aniversario de su natalicio, dándole su nombre a la biblioteca pública del antiguo Lyceum, hoy sede de la Casa de la Cultura “Plaza de la Revolución”. Por último, pero no por ello menos importante, tenemos a Camila Henríquez Ureña. Parafraseando a Manuel Matos Moquete, si Camila fue dominicana por nacimiento y origen familiar, fue cubana por educación e historia de vida. Por elección sobre todo, diría yo, pues se nacionalizó cubana en 1926. Camila, quien perdió a su madre siendo muy joven y la tuvo que conocer “a través de la memoria ajena”, abandonó su país natal con apenas diez años. Continuó sus estudios básicos en la Escuela Modelo de Santiago de Cuba. Para estudios posteriores se trasladó a La Habana, primero en el Instituto de Segunda Enseñanza y luego en la Universidad de La Habana, donde se doctoró en Pedagogía y Filosofía y Letras. Su tesis para obtener el primer título fue: “Las ideas pedagógicas de Hostos”. Su tesis de Filosofía, que fue calificada de sobresaliente, se tituló: "Francisco de Rioja: su verdadera significación en la lírica española". Esto ocurrió en 1917, cuando tenía Camila apenas 22 años. Entre 1916 y 1921 se radicó en los Estados Unidos mientras estudiaba en las universidades de Vassar, Middebury, Columbia y Minnesota; de esta última obtuvo su Master of Arts. Al término de sus estudios regresó a Cuba para ser profesora en varias instituciones privadas. Vuelve a viajar en 1932. Esta vez es a Francia, a cursar estudios en La Sorbona, mientras su padre estaba al frente de la delegación dominicana en París. Dos años después se encuentra otra vez Santiago de Cuba y comienza a enseñar en la Escuela Normal para Maestros de Oriente. Por esa misma época se involucró de lleno en las luchas feministas. Ya se podía observar esta tendencia en sus estudios sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Gabriela Mistral, Mirta Aguirre y – ¿por qué no? – Salomé Ureña. Se necesitaría un espacio aparte para discutir la importancia de la figura de Camila en la historia del despertar social de la mujer latinoamericana. De no ser por su fama como educadora y sus numerosos títulos, las ideas que defendía, demasiado progresivas para la época, hubieran podido meterla en graves problemas, como ocurrió en 1935 cuando fue encarcelada por participar en el recibimiento de un grupo de intelectuales comunistas llegados de los Estados Unidos. Tuvo tiempo, también, entre sus labores de conferencista, crítica literaria y amiga de las innovaciones, de presidir el Pen Club de Cuba. No sólo eso; luego de otra estancia corta en París para finalizar los estudios comenzados en La Sorbona, se trasladó a La Habana y presidió por un tiempo la Sociedad Femenina Lyceum.

Esos años son decisivos en su permanente preocupación por el papel de la mujer en la cultura y en la creación intelectual. Sus conocimientos sobre los clásicos griegos y latinos, la literatura medieval y la antropología la condujeron a producir un notable ensayo sobre la situación de la mujer a lo largo de la historia: Feminismo. Esta obra se convertiría en una de sus más importantes contribuciones al pensamiento feminista contemporáneo. En la década de los cuarenta otros cargos importantes se sumaron a sus funciones, como el de vicepresidenta de la Institución Hispano Cubana de Cultura y la de editor-consejero del Fondo de Cultura de México en el ámbito latinoamericano (1946-47). A partir de entonces comenzó a viajar constantemente entre universidades americanas y europeas. Visitó Panamá, Ecuador, Perú, Chile, Argentina, México, España, Francia e Italia. En 1942 obtuvo una Cátedra en Vassar College, donde permaneció por 17 años, hasta que en 1960 abandona su posición como catedrática de literatura del departamento de Lenguas y Literaturas Hispánicas para incorporarse a la recién creada Escuela de Letras y de Arte de la Universidad de La Habana durante el proceso de reconstrucción luego del triunfo de la Revolución cubana. Permaneció en el mundo de la enseñanza superior cubana hasta su fallecimiento en 1973. El ciudadano promedio, tan poco familiarizado con Camila Henríquez Ureña, tal vez no sepa que fue una escritora prolífica y que publicó sus trabajos literarios en variadísimos medios: Revista de Instrucción Pública, Ultra, Archipiélago, Revista Bimestre Cubana, Grafos, Isla, Revista Lyceum, Revista de la Biblioteca Nacional, Universidad de La Habana, la Gaceta de Cuba, Casa de las Américas, entre otras. Asimismo recibió importantes reconocimientos internacionales, como el título de Profesora Honoraria concedido por la Universidad Autónoma de Santo Domingo en reconocimiento a su aporte a la cultura latinoamericana; o el de Profesora Emérita, otorgado por las universidades de La Habana y Vassar. Además, ha sido la inspiración detrás de obras como el ensayo “Camila Henríquez Ureña: la virtud del anonimato” (1992), escrito por Andrés L. Mateo; y las novelas “En el nombre de Salomé” (2000), de Julia Álvarez, y “Camila y Camila” (2003), de la escritora cubana Mirta Yáñez. Pequeñas oportunidades como esta modesta conferencia a veces deben aprovecharse para sacar a la luz temas oscurecidos por el peso de las circunstancias, pero invariablemente significativos en la construcción de la cultura e identidad de una nación o conjunto de ellas. Tal es el objetivo que se ha intentado lograr con estas páginas.