Leyenda del hueco del diablo

18 feb. 2011 - que el lector dialogue libremente con el texto y sal- ga distinto después de ... –¿Cómo ves la literatura infantil en este mo- mento en nuestro ...
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tura infantil y juvenil. Ahí sentábamos nuestras posiciones. Nos reuníamos bastante, hablábamos, intercambiábamos ideas. Después eso se fue atomizando, fuimos creciendo y cada cual asumió su tarea, y apareció gente más joven. –De tu experiencia como editora, ¿qué tiene que tener un buen libro para chicos? –Tiene que ser literatura, estar bien escrito, tener una buena trama, fundamentalmente permitir que el lector dialogue libremente con el texto y salga distinto después de haberlo leído. Lo mismo que los libros para grandes. –¿Es diferente escribir para niños que para adultos? –Para mí, primero es la literatura. Uno escribe y después mira para quién. En general, yo no me he puesto un público sentado delante. Uno tiene un interlocutor interno a quien le habla cuando escribe, al otro yo o a los otros yoes que nos habitan. Y pasan cosas muy extrañas. Por ejemplo, escribí textos que supuestamente iban a ser para grandes, y después salieron publicados para chicos. Creo que a muchos colegas les pasa lo mismo. –En torno a la literatura infantil hay debates que tienen años pero que se siguen repitiendo. Por ejemplo, si la literatura para niños debe transmitir alguna enseñanza. –Existen ideologías en relación con la cultura. Están los que piensan que a los chicos hay que darles cosas cuadradas y los que piensan que hay que darles cosas abiertas. La escuela está muy abierta en este momento con respecto a la lectura. Pero aquellos que están escolarizados en el mal sentido quieren el libro pedagógico, políticamente correcto, lo que ahora se llama “la educación en valores”. Te vienen con tablas

Leyenda del hueco del diablo

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Viernes 18 de febrero de 2011

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“La muchacha vivía llena de rabia y de vergüenza, sin poder sacárselo de encima. Trató de ocultarlo, de esconderse...” POR LAURA DEVETACH

para ver qué valores tienen los libros, como si los valores fueran piedritas que vos podés ir poniendo en casilleros. Creo que eso de separar o encasillar es una cosa que tiende a ser superada. No es la vanguardia de la educación, pero hay lugares donde pesa. –¿A qué llamás “la escolarización del libro”? –Sucede cuando un libro de literatura pasa a ser convertido en un manual o un libro de texto, y lo usan para enseñar y para ver los adjetivos o la gramática, o lo desmenuzan en un análisis racional, en lugar de que ocupe el lugar que tienen que ocupar, que es el lugar de la lectura y el de ver qué le pasa al lector. “Trabajé con el libro”, dicen. A veces es necesario darles pautas a los chicos para que hablen, escriban o dibujen, sobre todo a los más pequeños. Pero hay una serie de clichés. Como ponerse a cambiar los finales de los libros. O crearles una moraleja si no la tienen. Cerrarlos con llave, que es para mí lo que hacen. Se convierte al libro en un instrumento, y yo no creo en la literatura instrumental. Por eso la biblioteca es un lugar fantástico, neutro, fuera del aula, donde los chicos pueden ejercer su elección, su decisión, ir construyendo su camino lector. No importa si el chico se lleva un libro que no sea tan bueno. Al contrario, yo creo que a veces es un elemento más que le sirve para cotejar y poder alimentar su gusto. –¿Cómo se construye el camino lector? –Si descubrimos y le damos valor a todo lo que ya traemos, a todo lo que ya hemos “leído” antes de aprender a leer, y después nos damos cuenta de que eso se engancha con la palabra escrita y que eso puede crecer, divulgarse y volver a nosotros para enriquecernos… si eso sucede, es un proceso sensacional. Reconocer todo lo que uno lleva dentro, lo que una comunidad tiene, desde el folklore familiar, las can-

Cuentan que el diablo estaba harto de navegar encerrado en una botella. Pero esperaba que se le diera la buena, porque sabía que siempre que llovió, escampó. Y así fue. Un día la botella se hizo pedazos en una roca y el diablo salió como loco haciendo tumba cabezas. Enseguida se puso a buscar un buen lugar para vivir. Era pretencioso y haragán, quería verlo todo desde arriba y que lo transportaran y lo cuidaran. Cuando vio pasar a la hermosa muchacha, no dudó más. Se le prendió como un abrojo en el pelo. Imposible de desenredar. Se acomodó muy contento sobre la espalda y así andaba, de patas cruzadas. Criticaba todo lo que veía, decía groserías a los demás y se tiraba pedos con el mayor desparpajo. La muchacha vivía llena de rabia y de vergüenza, sin poder sacárselo de encima. Trató de ocultarlo, de esconderse, de parar el planeta, pero todo fue inútil. El diablo le comía la comida, le enturbiaba el agua y se le metía en los sueños. Entonces la muchacha decidió hacer huelga de soledad. Se recluyó

ciones de cuna, las palabras de la región. No desvalorizar lo que es de uno. Al contrario: recopilar, atesorar esas cosas, intercambiar. Que las regiones no estén separadas por un lenguaje diferente. Que se sepa cómo acá se dice “ananá” y en otro lado “piña”. –¿Te pidieron alguna vez que escribieras con lenguaje neutro para comercializar el libro en otros países de habla hispana? –Alguna vez me pasó, pero yo no me enganché. –¿Y eso dificultó que se conocieran tus libros en otros países? –Alguna vez me dijeron, no sé si como piropo o como reproche, que yo era muy argentina. Fue un comentario de gente que había querido editar en México mi libro Oficio de palabrera y después no lo hizo. –¿Tus libros se venden en España o en otros países de habla hispana? –Se venden en México, en Chile… Pero no me he movido mucho. Yo no fuerzo las cosas; si me las piden, las doy. No me pasó que me pidieran de España, si bien ahora obtuve el premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil. Pero no es conmigo, es en general, es muy difícil. Son compartimentos estancos. Incluso con los países latinoamericanos tenemos muy poco intercambio. –¿Leíste la serie de los libros de Harry Potter o de Crepúsculo? –Leí un tomo de Harry Potter. Lo demás no. La verdad es que no disfruto mucho ese tipo de literatura. –¿Cómo ves la literatura infantil en este momento en nuestro país? –Te voy a deber esa respuesta. Estoy en una impasse en este momento. No estoy observando mucho. Y si no tengo elementos ciertos, prefiero no opinar. –¿Cómo te llevás con las nuevas tecnologías?

durante mucho tiempo dispuesta a no comer ni hacer nada de nada. El diablo se las vio feas porque si había algo insoportable para él era el hambre. Tuvo tanta hambre que le crujía el estómago y, berreando lastimeramente, se lo contó a la muchacha. Le contó que tenía un hueco en el estómago. Un hueco que le dolía mucho. —Ay Ay Ay —dijo ella—. Veremos qué se puede hacer. Y se puso a pensar durante un rato largo. —Hay que vomitar —dijo por fin—. Vomitá, vamos. El diablo se puso los dedos en la garganta con temor. Entre arcadas, vomitó sobre la tierra. Ella miró con gesto de asco y vio que había vomitado el hueco. Era un círculo hondo, muy hondo, la boca de una bolsa sin final. La pura oscuridad. Miró al diablo. Estaba pálido, pero daba ínfimas señales de reponerse con celeridad de diablo. Ella pensó que no había tiempo que perder. Venciendo el miedo se asomó al hueco y miró muy interesada.

—Así debe ser estar ciego —se dijo aturdida por lo oscuro. El aturdimiento le dio la idea. Miró al diablo de reojos. —Oh —gritó, fingiendo sorpresa. —¿Qué? —preguntó el diablo, inquieto. —Hay... se ve... Su voz temblaba y sintió que la tensión la hacía balancearse en el borde. Pero bien valía la pena el riesgo. —Nunca me imaginé —siguió diciendo mientras se inclinaba hacia el hueco—. Nunca, nunca me imaginé que vería esto. —¿Qué? —dijo el diablo inquieto—. ¿Qué ves en mi hueco? —Y se precipitó hacia el borde como queriendo proteger todo lo que allí existía. Entonces ella se plantó sobre la tierra y con las palmas de las manos ensanchadas para que no le fallaran, dio un golpe firme sobre el diablo y lo perdió para siempre. El llanto le surgió a borbotones y sin permiso, salpicó al hueco. Y la tierra volvió a quedar áspera y tersa como de costumbre. Extraído del Diablos y mariposas, Ediciones del Eclipse, 2005.