Lectores de viaje

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turismo | 7

| Domingo 26 De enero De 2014

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Pachacámac, una consulta secreta que se está cumpliendo Por Luis salvarezza Durante siglos, curacas e importantes señores peregrinaron al Santuario de Pachacámac –temido oráculo bifronte de gran poder, etimológicamente “hacedor del mundo”, y cuya representación es la dualidad del pensamiento andino prehispánico–, a los efectos de consultarlo. El sábado 3 de noviembre pasado, en taxi, desde Miraflores y quizá con similares intenciones que aquellos peregrinos, llegamos a Pachacámac. Pagamos nuestro boleto de 8 soles, visitamos el Museo de Sitio, inaugurado en 1965 por el Dr. Arturo Jiménez Borja, donde observamos la colección de quipus más importante del Perú, recuperados durante excavaciones en el lugar, además de textiles, piezas de metal, cerámicas de diversas formas y estilos, y el ídolo de Pachacámac, una talla en madera hallada en 1938 por Alberto Giesecke. Luego nos dispusimos a recorrer a pie este santuario o complejo arquitectónico de aproximadamente 500 hectáreas y un perímetro de 13.000 metros

lineales, que se encuentra en el Valle del río Lurín, muy cerca del océano Pacífico, a 30 kilómetros de la ciudad de Lima. El recorrido que es posible visitar nos demandó aproximadamente cuatro horas. Ligado al agua y los temblores terrestres, de ahí el nombre de Dios de los Temblores, Pachacámac era quien provocaba las catástrofes, circunstancia por la que era necesario venerar, agradar, ofrendar (spondylus) y festejar (con el uso de alucinógenos, como el cactus San Pedro, Floripondio y Chamico), para que no genere esos azotes. El lugar es desértico, desprovisto de vegetación, salvo algunas plantas espinosas, cactus y las arboledas y sembradíos del valle que lo rodean. Sin el aire fresco que recibe del océano, este lugar sería realmente desolador y sus construcciones, aunque impactantes, se verían como espejismos. La época más antigua corresponde a la cultura Lima (desde inicios de nuestra era hasta el 600); de este período son el Templo Viejo o de Pachacámac, el Templo Urpi Huachac (la esposa mitológica de Pachacámac) y el Conjunto Adobitos. En el Museo de Sitio se conservan muestras de este tipo de arte en telas y vasijas de cerámica tricromada (negra, blanca y roja), conocida como cerámica Lima. Le suceden los Wari o Huari (del año 600 al 900), originarios de Ayacucho, que dejaron la cerámica Pachacámac, cuyo ícono es un ser alado con cuerpo de felino y

cabeza de ave en posición de vuelo denominado “grifo”. Pertenecen a esta época el Templo Pintado, que lució en su momento coloridas paredes con peces y aves, y el Cementerio Uhl, donde se encontraron entierros envueltos en finos textiles multicolores con la técnica y decoración de los Wari. Los Ychsma y otros (año 900 a 1450) revelan cierto apogeo arquitectónico y pertenecen a este período las dieciséis Pirámides con Rampa o las Nunciaturas. Por último, los incas, quienes remodelaron Pachacámac de acuerdo con sus intereses políticos y religiosos. De esta época son el Templo del Sol, la parte más alta e imponente del santuario, compuesto por cuerpos de pirámides truncas que se superponen una sobre otra, lo que genera una pirámide escalonada desde donde se contempla el océano y sus islas, el Templo de la Luna, Acllahuasi o Mamacona, donde las mujeres hilaban y tejían; la Plaza de los Peregrinos y el Palacio de Tauri Chumpi. Felices de haber conocido este sitio arqueológico, escuchando los pututos (trompetas de caracol gigante) y arrojado algunas hojas de coca en “pago a la tierra”, y después de algunas compras en la feria artesanal, salimos fuera del complejo. Luego cruzamos la ruta, la Antigua Panamericana Sur, en el kilómetro 31,5, y en un colectivo de línea regresamos a Miraflores. Nadie sabe la consulta que hicimos a Pachacámac, pero se está cumpliendo.ß