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Las claves del periodo María Luna Argudín

Entre 1824 y 1880 nacieron paulatinamente un Estado y una nación con instituciones y prácticas políticas y económicas propias de la modernidad, ajenas al orden virreinal. En un mundo signado por el cambio, México pudo afirmar su soberanía en el ámbito internacional, construyó una identidad nacional a través de la vida política y cultural, y experimentó complejas transformaciones en la actividad productiva y en la circulación de bienes y capitales que permitirían una sostenida recuperación económica. Narrar esta historia es el objetivo de este volumen. Para comprender el desenvolvimiento del periodo fueron claves los poderes regionales, actores protagónicos, con un papel más relevante que el de los gobiernos generales que se sucedían. Los poderes locales se habían formado durante el virreinato tardío, favorecidos por la conformación social, la geografía y topografía mexicanas, que aislaban las capitales regionales, y una población escasa para tan vasto territorio, todos ellos factores que imprimieron determinados rasgos tanto a los patrones demográficos como a la dinámica económica. En 1830 México era un país con una composición diferenciada: la población indígena, con sus múltiples etnias, 13 http://www.bajalibros.com/Mexico-La-construccion-naci-eBook-21524?bs=BookSamples-9788430601417

se estima en un 60 por ciento, y la mayoría vivía en el campo, aunque también, en menor número, en ciudades, villas y pueblos; un poco más del 20 por ciento eran criollos y mestizos, distribuidos en ciudades y pueblos, y el 20 por ciento restante lo constituían mulatos, negros y variadas castas. En términos generales, el patrón de asentamiento colonial se mantuvo: el centro y sur de la república concentró la presencia indígena; el norte, la de criollos, mestizos y castas. La nueva nación estaba escasamente poblada —tendría entre siete u ocho millones de habitantes— y el número de mexicanos prácticamente no aumentó hasta 1870 por los efectos negativos de las guerras internas e invasiones extranjeras, el limitado crecimiento económico, y fundamentalmente debido a las nuevas patologías que afectaron a la población. Estas condiciones no favorecieron la inmigración extranjera, aunque, como en el periodo tardocolonial, se mantuvo el flujo de españoles que llegaron a residir a México. En cambio, las condiciones señaladas propiciaron que la población que vivía en el campo migrara a las principales ciudades de la república en busca de empleo y, en general, de mejores oportunidades. No obstante, la joven nación continuó siendo eminentemente rural, tal y como estudia detenidamente Sonia Pérez Toledo en el capítulo «Población y sociedad». La mayor parte de los mexicanos vivían en pequeños pueblos y rancherías dispersos en el campo, mientras que unas pocas ciudades concentraron la población urbana: en la región central, Guadalajara, Puebla, Querétaro y la ciudad de México; al sur, Oaxaca, y en el golfo de México, Jalapa y el puerto de Veracruz. Un grupo de pequeñas ciudades —como en el periodo virreinal— formaron una red 14

Las claves del periodo http://www.bajalibros.com/Mexico-La-construccion-naci-eBook-21524?bs=BookSamples-9788430601417

que articulaba el consumo y la distribución interna. Es importante subrayar este patrón demográfico porque la agricultura en la primera mitad del siglo XIX se desarrollaría para abastecer estas ciudades y los centros mineros y urbanos del norte, en los estados de San Luis Potosí, Zacatecas, Nuevo León, Chihuahua, Coahuila-Texas y Nuevo México (véase el mapa que se reproduce en el capítulo «El proceso económico»). La diferenciación económica regional había sido propiciada por una topografía dominada por montañas y, en el norte, por el desierto, por el patrón demográfico señalado y por la ausencia de medios de comunicación que rompieran el aislamiento impuesto por la geografía, pues la recua de mulas continuaba siendo el principal transporte para las mercancías. En el occidente la extracción de la plata había sido la principal actividad económica durante el periodo virreinal y continuó siéndolo a lo largo del siglo XIX —en particular en Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas—. En el norte —Chihuahua— se descubrirían nuevos yacimientos en la década de 1820. En contraste, en el sur coexistieron —aunque en permanente conflicto— la hacienda, ranchos y pueblos antiguos, que producían para los mercados locales. La ciudad de México continuó concentrando la población, la riqueza y las actividades económicas. Era desde el siglo XVIII la ciudad más grande de América y, como antaño, fue sede de los poderes civiles y eclesiásticos, asiento de las principales instituciones educativas y artísticas, y de innumerables talleres artesanales y obrajes. Los contrastes sociales eran especialmente notorios en la capital, donde convivían las opulentas élites económicas con mendigos harapientos y pululaba una creciente plebe urbana formada María Luna Argudín http://www.bajalibros.com/Mexico-La-construccion-naci-eBook-21524?bs=BookSamples-9788430601417

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por marginados sociales, conocidos como «léperos». La altísima mortandad y la escasa esperanza de vida de la población mexicana —algunos especialistas sostienen que era de 29 años y otros de 35— son buenos indicadores de la desigualdad social y de la pobreza. La regionalización económica se incrementó con las reformas borbónicas introducidas al final del periodo colonial, en particular con el libre comercio y el inicio de la crisis del imperio español. Al mediar el siglo XVIII una centena de grandes familias, que en su mayoría vivía en la ciudad de México o en las capitales provinciales, concentraba la riqueza. El origen de sus fortunas estaba en la minería, en la agricultura comercial y el comercio, pero pronto diversificaron sus inversiones adquiriendo propiedades rurales y urbanas, se incorporaron a los circuitos del comercio internacional y ejercieron como prestamistas al emplear diversos mecanismos de financiación. Su rasgo característico fue la capacidad para lograr la «integración vertical de sus inversiones», es decir, controlaban la producción, el procesamiento y la distribución de las mercancías, tanto en el comercio internacional como en el local. La guerra de independencia también acentuó el regionalismo con la destrucción de las vías de comunicación del comercio interregional; amplias regiones permanecieron al margen de la insurgencia y poderosos caudillos que pugnaban entre sí dominaban los corredores mercantiles GuerreroOaxaca-Puebla-Veracruz y Jalisco-Michoacán-Guanajuato. El derrumbe del imperio español, los disturbios políticos y la expulsión de los españoles (1828) terminaron de minar el monopolio sobre el comercio internacional que hasta entonces habían ejercido las familias de potentados. En consecuencia, 16

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la economía se fragmentó, dando paso a que cada provincia fuese prácticamente autónoma en la producción, comercio y organización regional e interregional. Carlos Contreras y Antonio Ibarra muestran en el capítulo «El proceso económico» que en el México independiente la economía mantuvo un desarrollo desigual entre las regiones y los sectores productivos. Desde la década de 1820 la inversión de capital británico, en asociación con mineros locales, permitió una paulatina reactivación tanto de la industria extractiva como de las actividades agrícolas y ganaderas para proveer de insumos a esta industria. No obstante, para el empresariado mexicano el aprendizaje para producir en condiciones de competencia y abierto al mercado internacional resultó difícil, por lo que también fueron frecuentes los errores de cálculo que condujeron a la quiebra de innumerables empresas. Si bien las condiciones topográficas, la ausencia de transportes y la guerra insurgente habían favorecido una regionalización económica, los poderes locales adquirieron una nueva dimensión política y social con dos instituciones que introdujo la Constitución de 1812: los ayuntamientos constitucionales, antecedente de los actuales municipios, y las diputaciones provinciales, que precedieron a las entidades federativas. Fundar nuevos ayuntamientos había sido una potestad del rey que con la Constitución de Cádiz se transfirió a los pueblos y a la diputación provincial, ante la cual bastó acreditar una población de mil almas y recursos materiales suficientes para sostener el ayuntamiento. A cambio, los pueblos obtuvieron el derecho de establecer un gobierno local electo encargado de su administración. Las diputaciones provinciales fueron gobernadas por un consejo también elegido por la población, y contaron con María Luna Argudín http://www.bajalibros.com/Mexico-La-construccion-naci-eBook-21524?bs=BookSamples-9788430601417

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facultades limitadas para legislar. La jurisdicción de las diputaciones correspondió a la pluralidad del espacio mexicano, por lo que dieron forma a lo que serían los estados del pacto federal de 1824. Tras un breve periodo en el que el país intento organizarse como una monarquía «nacionalizada» —el imperio de Agustín de Iturbide (1822-1823)—, los poderes regionales se impusieron para establecer una república federal mediante el Acta Constitutiva de la Federación y, enseguida, con la Constitución de 1824. Establecer el sistema federal fue —como señala el capítulo «La vida política»— una solución de compromiso frente a una acelerada desintegración del territorio mexicano. Al asumir su independencia, México era el más grande de los países hispanoamericanos, y en 1822 se amplió aún más al incorporar las provincias centroamericanas (hoy Guatemala, Nicaragua y Costa Rica), de modo que el territorio alcanzó los 4.665.000 kilómetros. Al poco tiempo las provincias centroamericanas se separaron, aunque México anexó Chiapas (1824); después se independizó Texas (1835), que terminaría por unirse a Estados Unidos; otra provincia, Yucatán, se separó y reincorporó en varias ocasiones. El federalismo instituyó una doble soberanía: una nacional, que residía en el conjunto de las entidades federativas (el pacto federal); la otra reconoció la soberanía interna de los estados. El gobierno de éstos adquirió la clásica división de poderes, con un gobernador electo, un tribunal de justicia y las diputaciones provinciales, que se transformaron en congresos estatales y contaron con amplias competencias para legislar en materia económica, social y para organizar la milicia. Así, la Ley Fundamental les otorgó una inde18

Las claves del periodo http://www.bajalibros.com/Mexico-La-construccion-naci-eBook-21524?bs=BookSamples-9788430601417

pendencia jurídica que potenció la autonomía que habían adquirido de facto. Siendo esta primera Constitución mexicana producto de las negociaciones entre las fuerzas y poderes regionales, estableció una administración federal débil, con una muy precaria Hacienda Pública, que dependía únicamente de las aduanas, encargadas de cobrar los aranceles al comercio, y de las exiguas aportaciones de los estados, mientras que éstos controlaron la mayor parte de los impuestos. En pocas palabras, en el periodo estudiado, las finanzas públicas de la federación estaban quebrantadas y en más de una ocasión cayeron en la bancarrota. Ante sus siempre escasos ingresos, el gobierno federal se vio obligado a acudir al crédito privado, tanto interno como externo. Sin un sistema bancario constituido, las diversas administraciones recurrieron a los prestamistas tradicionales: los comerciantes, que en su mayoría eran descendientes de las viejas grandes familias. Éstos otorgaban los créditos de manera discrecional, pues, como en el Antiguo Régimen, orientaban su juicio por el prestigio, los lazos familiares, de amistad y compadrazgo. Bajo estas condiciones, los préstamos al gobierno eran considerados de alto riesgo, por lo que solían otorgarse con intereses del 30 por ciento que se pagaban por adelantado. El persistente endeudamiento del gobierno federal obstaculizó que se implantara un sistema fiscal de corte liberal capaz de generar recursos para la Hacienda Pública, lo que obligó a mantener antiguas instituciones como el monopolio de la Corona (estanco) sobre el tabaco. Clave fue la incapacidad del gobierno para pagar los créditos privados obtenidos en el extranjero, porque determinó María Luna Argudín http://www.bajalibros.com/Mexico-La-construccion-naci-eBook-21524?bs=BookSamples-9788430601417

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la dinámica de las relaciones internacionales con las potencias europeas durante la primera mitad del siglo XIX, pues éstas se caracterizaron por las reclamaciones de los acreedores —problemática que analiza detenidamente María Cecilia Zuleta en el capítulo «México en el mundo»—. Los conflictos internacionales, incluso, desembocaron en dos intervenciones militares francesas para exigir el pago de la deuda externa: la Guerra de los Pasteles (1838-1839) y la Guerra de Intervención (1862-1867). Pese a que la Constitución de 1824 había sido una solución de compromiso, profundizó las diferencias entre las élites en su búsqueda por establecer un sistema político que diera gobernabilidad al país. En el periodo 1824-1846 se enfrentaron aquellos que se inclinaban por un confederalismo, quienes lo hacían por un federalismo y los que preferían un gobierno central fuerte. Los confederalistas y federalistas, en líneas generales, reconocieron la diversidad de la nación en términos económicos, étnicos, políticos y culturales, por lo que defendieron la soberanía interna de las entidades federativas para que cada una de ellas pudiera gobernarse en función de sus intereses territoriales y particularidades. Los centralistas, por el contrario, defendieron ciertos rasgos de la experiencia del gobierno virreinal, como la recaudación fiscal y el nombramiento de funcionarios —prefectos y subprefectos— que dependían directamente del poder central. En la dispersión del sistema confederal vieron la causa de la inestabilidad política y del desorden económico: escasas rentas nacionales, incremento de la deuda pública…, por ello pugnaron por suprimir la soberanía de los estados y establecer una sola soberanía, la nacional. 20

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