Las bodas con el lenguaje

10 dic. 2010 - sura hogareña: los desechos industriales re- presentan entre 40 y 70 veces más que los domiciliarios. El lector sentirá angustia, agobio, ...
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Una treintena de entrevistas con una de las grandes poetas uruguayas, en un solo volumen

Las bodas con el lenguaje N

NO DEVELARÁS EL MISTERIO Por Marosa di Giorgio El Cuenco de Plata 168 páginas $ 59

i el “yo es otro” de Arthur Rimbaud ni la “vaporización” del sujeto de Stéphane Mallarmé, que abría el camino a la disyunción entre vida y poesía; ni siquiera aquella declaración del poeta Juan Laurentino Ortiz: “Soy un hombre sin biografía, en el sentido en que esta generalmente se considera”, para que el sujeto biográfico se constituyera en el mito Juanele. Marosa di Giorgio (1932-2004), en cambio, declaró una y otra vez, refiriéndose a toda su obra poética: “Yo soy Los papeles salvajes” y también: “La vida del escritor no interesa a la gente”. Es una declaración de principios, creada para que el poema se sostenga como una experiencia plena donde no hay restos biográficos, a menos que esos restos sean el contenido de una fábula ardiente en lo real. Eso se lee en las treinta y dos entrevistas realizadas de 1973 a 2004 a la gran poeta uruguaya, compiladas por Nidia di Giorgio y elegidas por Edgardo Russo para No develarás el misterio, volumen al cuidado de Osvaldo Aguirre. Y ese misterio consiste en afirmar en la existencia aquello que sostiene el poema como metamorfosis del yo: “Esa transformación, esa metamorfosis mía, que era lka lechuza y la niña. Volaba por el cielo y, de pronto, estaba sentada otra vez en la sala. Mamá lo sabía y se lo callaba”, dice Marosa, mientras deposita en la madre –la “poeta que no escribe”, aquella Clementina Médici, a la que rodeó de diamelas en su poema– el origen y la custodia de su vocación. Y de inmediato desafía a su entrevistadora: “¿Vos no creés que yo volaba?”. Ese contraste con la verosimilitud y la creencia recorre todos los diálogos, que a menudo confrontan con el enunciado del sentido común por parte de quienes la entrevis-

tan, como si la declaración quebrara la racionalidad para responder a otra lógica. Cuando le preguntan: “¿No tenés miedo de que el lector vaya creyendo que estás loca mientras está leyendo todo esto?”, Marosa responde con su astuta inocencia: “No, porque vos seguís preguntando. A menos que seamos dos. Pero pienso que locura y cordura están ensamblados”. Como observa Aguirre en su imprescindible prólogo, que resume los aspectos centrales de estos reportajes, “la biografía transfigurada reinstala la ensoñación.” Los motivos de los cuales habla Marosa en los diálogos son similares a los de su poesía: otra vez surge el ámbito rural de las colonias italianas de Salto, donde nació, y su sentido de lo sagrado, de imaginería católica; otra vez la observación alucinatoria del mundo vegetal y animal y la fascinación de sus nombres; otra vez la presencia tutelar de los ancestros –el padre, la madre, la hermana, los abuelos, las tías– y los orígenes toscanos; otra vez la infancia como reino originario que persiste en el tiempo, mutable e intocado. Y otra vez ese erotismo pánico, de connubios incesantes, de éxtasis sexuales, furias tamizadas y cópulas extrañas, entre seres que son signos, que son señales, que son piedras imanes de raras analogías, donde “los nombres de las gemas son más gema, resplandor”. Pero esa visibilidad del mundo de Marosa aquí se singulariza y pasa al crédito de una persona poética que genera un efecto doble: vuelve verosímil ese ensueño, como si fuera vivido con la fuerza material de su presencia y, a la vez, relativiza el mundo en un doble poético, “otro mundo”, como si lo imaginario fuera el plano real de su fundamento. Menos que la vida de Marosa, el lector reconstruye su sentido, que parece, paradójicamente, múltiple, variadísimo, incesante, en una existencia donde los sucesos simulan haber acontecido con ligereza o ínfima importancia fuera de los episodios infantiles, fundantes, en la zona agraria de Salto y en un jardín, donde aun los acontecimientos históricos adquieren un fulgor de pesadilla. El mundo de la poeta uruguaya es entonces, como ella lo llama, el transmundo, aquello que el poema revela y a la vez protege, o donde ese plano aparece como transfiguración en el lenguaje. Y ese punto es otro de los grandes temas de este libro: la escritura poética y el modo en el cual lo experimentado alcanza su aura. “La cuestión es con el lenguaje –dice Marosa–. Todo se realiza en el lenguaje. Y lo demás es cuento. Mejor dicho, es nada. La boda es con el lenguaje.” Así el lector comprende que este libro también forma parte de la extraordinaria poesía de Marosa di Giorgio, donde la persona poética no es menos irreal ni menos verdadera que la persona que dice de sí misma: “Es Marosa, es mi alma andando y andando como sin fin, encandilada”. Jorge Monteleone

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17 Viernes 10 de diciembre de 2010

da cáustica para tratar las telas. Muchas de las sustancias utilizadas en el acabado de la prenda están vinculadas a dermatitis, problemas respiratorios, ardor en los ojos y hasta cáncer. Los impactos ambientales, analizados en el capítulo Distribución, dejan de manifiesto desventajas claras del libre mercado en un mundo globalizado: por barco se mueven más de 1500 millones de toneladas anuales de mercaderías. Eso supone 140 millones de toneladas anuales de combustibles: casi un cuarto de las emisiones mundiales de dióxido de carbono, responsable del cambio climático. Dejamos para los lectores enterarse de las prácticas de los hipermercados, cadenas transnacionales que mueven ingentes volúmenes de los puntos más distantes del planeta. Leonard los califica de “hipermalos”. La sección Consumo es quizá la más localista de un libro que tiende a poner el acento en Estados Unidos. La tristeza acompaña una cultura de “más es mejor”, de mercantilismo extremo. El Índice de Pobreza Humana del Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD) ubica a Estados Unidos en último lugar entre los países industrializados. Y el Indice del Planeta Feliz, realizado por una fundación, lo coloca en el puesto 114 de 143 naciones. Leonard comenta estas cifras yuxtaponiendo otro dato: el gasto militar de esta potencia representa el 42 por ciento del gasto mundial. “Fuera de la vista, fuera del sitio, fuera de la mente” es donde va a parar el vasto conjunto que integra el apartado Desecho. Esa relativa invisibilidad de la basura es gran parte del problema. Reutilizar y reciclar es clave, pero no alcanza con controlar la basura hogareña: los desechos industriales representan entre 40 y 70 veces más que los domiciliarios. El lector sentirá angustia, agobio, desazón ante muchas páginas de La historia de las cosas. Leonard lo sabe y se apresura a ofrecer alternativas. Algunos ejemplos de la industria son alentadores: la empresa Interface, el mayor proveedor de alfombras en “baldosas”, inició una transformación en 1995 que le permitió reducir su consumo de agua, combustibles y energía y, reciclando, logró evitar que 74.000 toneladas de alfombras usadas llegaran a los basurales. A las sugerencias incluidas en cada capítulo dirigidas a los consumidores, se suma una sección final con recomendaciones de cambios legislativos, nacionales e internacionales, así como la necesidad de cambios culturales. Muchos de sus consejos pueden implementarse también aquí. En balance, quedan fuertemente reivindicados los ciudadanos de Gualeguaychú o Andalgalá que alertaron sobre la peligrosidad de ciertas industrias. En economía se habla de los impactos sociales y ambientales como “externalidades”. Leonard insiste en que se los incluya en los costos. De este modo, aumentaría el precio de los materiales nuevos y se alentaría el reciclado: una lata usada dejaría de ser basura para convertirse en valioso insumo. Imaginación, generosidad, voluntad: no es el futuro sino el presente lo que está en juego.