La fe en tiempos urgentes

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ENFOQUES

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Domingo 29 de julio de 2012

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Sociedad

Una multitud de fieles eleva los símbolos de sus necesidades frente a San Expedito en el santuario donde se lo venera desde 2004, en Balvanera, con una popularidad en crecimiento

Continuación de la Pág. 1

Figuras en ascenso Pero a la par de los más instalados, como San Cayetano o la Virgen de Luján, la popularidad de algunas figuras está en ascenso. Al ya mencionado San Expedito se le suman San Ramón Nonato, Santa Rita, la Virgen de Itatí y la Virgen que desata los nudos (más conocida como “la Desatanudos”). La lista es, de todas maneras, dinámica. El staff de devociones no es permanente sino, más bien, rotativo. Y lo hace al ritmo de las urgencias, los temores y las preocupaciones de nuestra sociedad, que tampoco son siempre las mismas. En materia de religiosidad popular, se podría reformular el clásico refrán de la siguiente manera: “Dime a qué santos veneras y te diré en qué tipo de sociedad vives”. “Las devociones se alimentan de las dinámicas sociales, pero también las nutren. Pienso por ejemplo en el caso del desempleo y el crecimiento de la devoción a San Cayetano. No es que la Iglesia Católica haya sido la única que mostró el desempleo, pero fue un canal importante para darle forma al reclamo. Y, obviamente, así como las realidades sociales se instalan o expresan en la Iglesia, ocurre muchas veces lo contrario cuando, por ejemplo, la Iglesia santifica espacios o lugares”, analiza Pablo Semán, antropólogo y docente del Instituto de Altos Estudios Sociales (Idaes) de la Universidad Nacional de San Martín.

Santos a la carta

La fe en tiempos urgentes Es domingo y, entre misa y misa, la parroquia de San José del Talar, ubicada en el barrio de Agronomía, queda completamente despoblada en su nave central. Pero en el ala izquierda, frente a la imagen de la Virgen Desatanudos, el panorama es otro. El tránsito es incesante. Gente que reza, rostros sufrientes que se acercan para tocar la imagen. Una mujer, desde el altar, invita a los peregrinos a sumarse a una celebración que está por comenzar: la adoración del Santísimo. Pero nadie se da por aludido. La imagen de la Desatanudos –una advocación de la Virgen muy popular en Alemania, en la que desata nudos que simbolizan los problemas humanos– se popularizó en nuestro país en los años 80, de la mano del arzobispo Jorge Bergoglio, entonces sacerdote. Cuentan que durante la ceremonia en que se ordenó como obispo se repartieron estampitas de esa Virgen. La réplica de esa imagen, pintada por una artista plástica, terminó en 1996 entronizada en la parroquia de Agronomía. Cinco años más tarde, la Desatanudos ya integraba el ranking de los santos más populares entre los católicos, elaborado por la consultora Gallup. Estaba segunda, detrás de la Virgen de Luján. El último 8 de diciembre, cuando se cumplieron 15 años de aquel acontecimiento, en la parroquia no cabía un alfiler. “Le vengo a pedir que me ayude a destrabar una situación familiar complicadísima”, explica Ana, una mujer de unos 50 años que ingresa con tres botellas descartables vacías que más tarde se llevará llenas de agua bendita. En la mano izquierda tiene una pulserita del Gauchito Gil. “La religiosidad de la gente es ésa. Nos guste o no”, reconoce Alejandro Frigerio, antropólogo e investigador del Conicet. “Por eso yo hablo de religiosidad vivida –continúa–, porque hay una brecha importante entre las vivencias individuales y lo que propone la Iglesia como institución.” El investigador sostiene que el hecho de que la principal forma de relacionarnos con lo sagrado sea a través de individuos poderosos como santos o vírgenes tiene que ver con la matriz cultural argentina. “Para los argentinos, los seres poderosos son intercesores fundamentales entre los hombres y el mundo espiritual. La Iglesia sabe esto. Por eso, en los últimos años le presta mayor atención a lo que sucede en los santuarios milagrosos. En los últimos 20 años creció mucho la actividad en torno de figuras como las vírgenes de San Nicolás, Desatanudos, la Medalla Milagrosa, Luján”, sostiene. El padre Omar Di Mario está a cargo del santuario de la Virgen que desata los nudos desde hace tres años. Reconoce que la llegada de la imagen de la virgen a la parroquia marcó un antes y un después en el barrio. “El aluvión de devotos fue automático. En los primeros años, el 8 de cada mes, día de la Virgen, había que cortar la calle, con el consabido mal humor de algunos vecinos. La devoción de la gente desbordaba la parroquia”, recuerda. Como rector del santuario, Di Mario asiste regularmente a los encuentros nacionales de rectores de santuarios. En 2011 se reunieron 78 delegados procedentes de 25 santuarios. La próxima será a fines de septiembre. “Nos reunimos a reflexionar sobre este fenómeno, intercambiamos pareceres acerca de las inquietudes y necesidades que percibimos en los peregrinos y tratamos de acordar pautas comunes de manejo en los santuarios”, revela. Los datos que surgen de esos encuentros son como una especie de termómetro social. “En los últimos tiempos se percibe que los peregrinos acuden más angustiados por cuestiones familiares, por la inseguridad, y también por cuestiones económicas. Los peregrinos suelen ser muy generosos con sus donaciones a Cári-

FOTOS DE MARIA ARAMBURU

–aclara–, está bendecido por un cura, eh?”. El “qué sé yo” de Hernán nunca podría haber sido más oportuno. La parroquia Nuestra Señora de Balvanera –ubicada en el barrio porteño de Once y convertida en santuario de San Expedito desde 2004– está llena de seres que, como él, no saben. Oleadas de peregrinos que llegan hasta allí para pedir, agradecer, llevar una ofrenda, tocar una estatua, encender una vela, ocho velas, veinte velas. Pero que no se sienten convocados por la liturgia. No saben –ni parecen querer saber– de misas o confesiones. Tampoco parece importarles que el santo de las causas urgentes sea, en rigor, el mensajero. Que el milagro lo hará otro. Las velas y los ruegos son todos para él. También la popularidad. Dentro de la iglesia, en la nave central, todo es silencio y quietud. En tiempos de cuentapropismo religioso o religión a la carta, las devociones más populares del santoral católico también funcionan así. Santos y vírgenes suscitan en los fieles una devoción muy personal, completamente ajena a cualquier libreto eclesiástico y, sobre todo, atada a las urgencias terrenales y a la búsqueda de milagros exprés. No es casual que las figuras más convocantes sean el santo de las causas urgentes, el patrono del trabajo o la Virgen que deshace los problemas como quien desata nudos. Por eso esta fe sui géneris despierta todo tipo de posiciones dentro de la jerarquía católica: desde sacerdotes que sostienen que se trata de una fe genuina, en estado puro, que hay que acompañar, hasta posiciones como la del arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, quien el año último alertó sobre el “subjetivismo religioso”. “Si prevalece una inspiración populista de la pastoral, se puede promover imprudentemente la devoción a algunos santos con criterio exitista y multiplicar santuarios en los que se les rinde culto sin la debida iluminación de la fe”, expresó el religioso en un documento. Pese a esos temores, los santuarios se multiplican. Esta es la razón que atribuyen en el de San Cayetano, ubicado en el barrio de Liniers –uno de los más legitimados por la jerarquía– para que se esté registrando una baja en el número de peregrinos que lo visitan a lo largo del año. “Lo adjudicamos a que en el Gran Buenos Aires algunas parroquias comenzaron a abrir santuarios de San Cayetano, como en Berazategui, Quilmes o San Justo. Entonces, en lugar de viajar hasta Liniers, por cuestiones de tipo económico y tal vez de seguridad, los peregrinos prefieren ir al santuario de su barrio durante el año”, reconoce el párroco Jorge Torres Carbonel, quien, de todas maneras, hace la salvedad respecto de la fiesta anual, que tendrá lugar en pocos días. “Cada 7 de agosto, el fervor de los fieles continúa desbordando la parroquia, con devotos capaces de hacer 17 horas de cola para tocar al santo. Pero el resto del año el panorama es otro”, concluye.

tas, pero en los últimos tiempos recibimos menos donaciones y eso lo relacionamos con las dificultades económicas que padecen”, agrega el sacerdote. En la parroquia de Balvanera, algunas cifras sorprenden. En el año 2000 se celebraban entre 180 y 200 bautismos por año. En 2011 fueron 1013. “La proporción de la gente del barrio se mantiene. El resto viene de otros lugares y muchas veces dicen que bautizan aquí por una promesa que le hicieron a San Expedito”, comenta el sacerdote de la parroquia, Juan Carlos Ares, quien recibe a LA NACION en su despacho. Imposible no quedar prendado del mueble vidriado repleto de ofrendas que hay allí adentro: desde coronitas o ramos de novia, pasando por escarpines o ropa de bebe, hasta un botín de fútbol con la leyenda “gracias por el milagro”.

Santuario limítrofe

La Virgen Desatanudos, la más convocante después de la de Luján, en el santuario de Agronomía

Un mapa de los males del país GUSTAVO LUDUEÑA PARA LA NACION na constelación de figuras santificadas por el catolicismo es objeto de devoción creciente por parte de seguidores que, en su mayoría, exhiben poca o ninguna participación eclesiástica. San Expedito, San Judas Tadeo, Santa Rita, San Benito, San Cayetano y la virgen Desatanudos, entre otras, forman parte de un panteón que congrega las voluntades de multitudes. Una encuesta reciente sobre creencias en la Argentina indica que el 91,1% cree en Dios; el 76,2% en santos y el 80,1% en la Virgen, en tanto que el 76,5% se declara católico. El estudio señala que el 61,1% se relaciona con Dios por su propia cuenta y sólo el 23,1% a través de la institución eclesial. En suma, lo que se muestra como un debilitamiento de los lazos litúrgicos con la institución no se corresponde con la adopción de una identidad religiosa. Tampoco es impedimento para la creación y recreación de vínculos con lo sagrado, como lo atestiguan las masivas concurrencias que convocan los santos en sus aniversarios y santuarios. Su culto no es nuevo, como no lo son las solicitudes de intercesión. La naturaleza de los ruegos, empero, ostenta un nexo genético con la realidad y expone de manera elocuente

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los miedos y dramas sociales acuciantes de nuestro tiempo. Pese a que los pedidos son individuales y aluden a situaciones específicas, una mirada global ilumina una escena que revela con locuacidad dificultades extendidas de orden sociológico. Envestidas no sólo de poder mágico sino sobre todo de escucha y empatía con las experiencias vividas, los santos devienen en capilares que dejan conectar la aflicción cotidiana con opciones existenciales más deseables. Peticiones, ofrendas y promesas dan lugar a una asociación con entes vistos como interlocutores próximos, legítimos y verosímiles. La llegada a los santos en momentos de conflicto expresa no sólo la afección que hiere la sensibilidad subjetiva sino que, en la mayoría de los casos, visibiliza también los males de muchos trazando una geografía de los problemas más representativos. Así, malestares de salud, crisis familiares o interpersonales, demandas de justicia y súplicas por trabajo lideran las inquietudes que impulsan a numerosos acólitos. El conglomerado heterodoxo de objetos que, como anillos, collares, pulseras, integra la cultura material de los santos los muta en presencias que acompañan amistosamente en la intimidad a quienes los acogen. El autor es antropólogo e investigador del Conicet-Idaes

Ares es hombre de experiencia en esto de los santuarios. Fue diácono en San Cayetano en los tiempos de la hiperinflación de los 80 y además párroco en San Ramón Nonato durante nueve años. “En 2010 me llamó Bergoglio para proponerme el pase a esta parroquia. Yo le dije que no sabía nada sobre San Expedito. El me respondió que éste es un santuario limítrofe, porque viene gente atea, no practicante e, incluso, de otras religiones.” “En los otros santuarios no vi nada parecido –continúa–. Aquí se toman decisiones de vida. Se ven conversiones. La cantidad de adultos que se bautizan aumentó mucho desde la llegada del santo.” Tras el encuentro latinoamericano de obispos que tuvo lugar en la ciudad brasileña de Aparecida en 2007, el Episcopado argentino publicó dos años más tarde la Carta pastoral de los obispos argentinos en ocasión de la misión continental, un documento que, en sintonía con las conclusiones de Aparecida, proponía, entre otros aspectos, mirar con mejores ojos el fenómeno de la religiosidad popular, denostado durante largas décadas, al reconocerle un potencial misionero. Sin embargo, aún hoy, las formas en que los peregrinos dan cauce a su fe generan todo tipo de posiciones entre sacerdotes y obispos. “Cuando vas a San Cayetano, no vas sólo a agradecer o cumplir, sino a vivir un momento intenso de relación con lo sagrado. Hay una cosa afectiva en juego. No se trata tanto de la promesa como de la presencia. Con el tiempo se va generando una relación con el santo. Se vuelve casi un pariente que ayuda”, describe Frigerio. El padre Juan Carlos reconoce que las manifestaciones de fe que allí se ven no siempre son bien miradas por los colegas. “Uno ve que, a veces, durante las misas, hay gente que está en otro mundo, que sólo busca el vínculo con el santo. De todas maneras, es gente muy respetuosa, que sabe que ahí nomás está teniendo lugar algo sagrado y mira con respeto. A algunos sacerdotes, por ejemplo, no les gusta mucho esta necesidad imperiosa de tocar la imagen del santo. Pero yo creo que esa gente vive, a su manera, un momento de contemplación, pero necesitan ponerle el cuerpo a la fe. Llegan a tatuarse la imagen del santo”, dice. “Al vincularse con un santo, que fue una persona, como lo es uno, hay algo de apropiarse de esa santidad, de sentirla más cercana –analiza el sacerdote–. Yo veo este tipo de cosas como manifestaciones de quien gradualmente está comenzando a transitar el camino de la fe. Los sacerdotes tenemos que estar abiertos a acompañar.” Ares se despide de LA NACION admitiendo sin culpa que, con el tiempo, él también ha comenzado a tocar la imagen del santo. Que, incluso, le pidió dos cosas a San Expedito. Y que el santo de las causas urgentes no lo defraudó. © LA NACION