la dama blanca nic weissman

más, aunque en realidad aquello era todo lo que conseguiría transportar en un solo viaje. La distancia hasta su guarida en los Montes Metálicos era demasiada ...
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LA DAMA BLANCA NIC WEISSMAN

Referencias seleccionadas de Nic Weissman

“Nic Weissman ha demostrado ser un narrador dotado de una imaginación vívida y con gran habilidad para diseñar mundos fantásticos.” Autora Peg Glover. Blog Write-Escape

“Sigue las palabras de Nic Weissman y como construye escenas maravillosas, personajes interesantes y una historia de verdadera aventura en otro mundo.” Blog Tome Tender

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La Dama Blanca: © 2015, Nic Weissman Diseño de la portada: Nic Weissman Primera Edición: Noviembre 2015, Nic Weissman

Imagen de la portada: © olbor62, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com Divisor de página ‘divider-29115_640.png’ es de dominio público (CC0) y fue obtenido en pixabay.com.

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A mi hijos

ÍNDICE

Capítulo 1: Encuentro en el valle perdido Apéndice Acerca del autor Descubre otros títulos Conecta con Nic

LA DAMA BLANCA

CAPÍTULO 1: ENCUENTRO EN EL VALLE PERDIDO

Estaba solo, como él prefería. El delgado joven caminaba tranquilo al final de la tarde. Su endeble figura avanzaba despacio por el sendero que ascendía la loma. Su cabeza, completamente rapada, brillaba bajo el sol. Su convencional túnica resultaba razonablemente confortable para las temperaturas del otoño en el Reino de Bor. Llevaba caminando un rato, tras dejar su caballo en la posada que se ubicaba en un cruce de caminos cercano. Este último tramo de su breve viaje tenía que hacerlo a pie. Hubiese sido muy problemático llevar su caballo al lugar donde tendría lugar la reunión. El joven podía ya ver, un poco más adelante, el camino de la colina. Su punto de encuentro se hallaba en un estrecho y encajonado valle que se encontraba justo detrás de aquel promontorio. Estaba a punto de alcanzar el sendero que comenzaba a bordear la loma cuando tres hombres encapuchados aparecieron, de repente, cortándole el paso: dos de ellos al frente y otro por detrás. –¡Vaya, qué pena! Fijaos, este chico se ha perdido –dijo el más alto de los rufianes. –Sí, pero no hay problema, nosotros podemos ayudarte, chico –rió el segundo. –Solo tendrás que pagar una pequeña cuota –añadió el alto entre risas–. Anda, entréganos todo lo que llevas –ordenó. El joven se quedó quieto y en silencio, observando a los hombres que tenía delante. No dijo nada. No movió ni un dedo, ni siquiera lo intentó. De repente, algo de lo más sorprendente comenzó a suceder. Los dos rufianes del frente desenvainaron sendas dagas y se giraron, se colocaron el uno frente al otro y comenzaron a atacarse con decisión. –¿Qué haces? –dijo el alto mientras esquivaba una embestida de su compañero.

–No lo sé, no puedo evitarlo –respondió el otro–. ¿Y tú qué haces? ¡Casi me cortas el brazo! –añadió mientras evitaba la daga por los pelos. La pelea se fue calentando con embestidas cada vez más decididas por ambas partes, mientras los rufianes contemplaban incrédulos y sorprendidos lo que estaba sucediendo. Poco a poco esas miradas de sorpresa fueron cediendo y se convirtieron en dos miradas de puro odio. –¡Vas a morir! –gritó el primero mientras alcanzaba con su daga en el hombro izquierdo a su adversario, que comenzaba a sangrar profusamente. –¡Por Oris, deteneos! ¿A qué viene todo esto? –dijo el tercer ladrón impotente, sin entender nada de lo que estaba sucediendo. Sus compañeros no le respondieron; ni siquiera parecieron oírle. El hombre alto se zafó para eludir un par de ataques y lanzó una puñalada directamente al cuello de su oponente, seccionado una arteria principal con precisión. El ladrón echó la mano al cuello, comprimiendo lo mejor que pudo la herida, pero tenía suficiente experiencia para comprender que estaba sentenciado. Aún le quedaba algo de tiempo, sin embargo. El rufián herido se abalanzó, dando un salto y abriendo los brazos, sobre el ladrón alto que, sorprendido, intentó esquivarle. Para su desgracia ya lo tenía encima. Los hombres forcejaron mientras el herido sangraba a borbotones. Entonces el bribón consiguió zafarse y clavó su daga directamente en el pecho de su compañero, alcanzando una de las arterias que conecta directamente con el corazón. Ambos cayeron al suelo de rodillas. Sus mortales heridas eran demasiado serias para, siquiera, permitirles continuar en pie. Los dos hombres se miraron volviendo a mostrar un gesto de incredulidad y, a continuación, cayeron muertos casi al mismo tiempo. El joven viajero se viró inmediatamente para encarar al tercer bandido, que parecía completamente aturdido, sobrepasado ante la increíble escena que acababa de presenciar. Sus ojos comenzaron a perder brillo y expresión. El ladrón parecía tener ahora la mirada perdida en el infinito. Extrajo un largo cuchillo de su cinturón, lo empuñó y lo dirigió despacio hacia su cuello, apoyándolo sobre la yugular. Tras detenerse durante un instante, comenzó a deslizar despacio el cuchillo, que penetraba y destrozaba los tejidos. La herida era, también, mortal de necesidad, y el rufián cayó al suelo poco después.

El joven rapado miró sus ojos con atención mientras su vida se extinguía. Con gesto de cruel satisfacción reanudó la marcha esquivando el cadáver que yacía a sus pies. Sin perder un instante se adentró por el camino que bordeaba la colina. Crugar, que así se llamaba el joven, recordó un tiempo no muy lejano en el que un encuentro como aquel le habría aterrorizado. Había aprendido mucho desde aquella. Sin razón aparente su mente vagó un poco más atrás en el tiempo y recordó cuando tenía diez años. Vivía en un lugar horrible: un orfanato. Había llegado allí con solo nueve años, cuando su madre le echó de casa para no tener que mantenerle. ¡Escoria, púdrete en la calle! –le había oído decir en varias ocasiones. En el orfanato los otros niños procedían de todas las zonas de la peor calaña. Algunos eran unos auténticos matones. Al poco de llegar se las hicieron pasar canutas y tuvo que espabilar muy rápido para poder sobrevivir. Sin embargo, los otros niños no eran lo peor. Sus supuestos cuidadores les pegaban a menudo con la menor excusa. Crugar comprendía ahora que disfrutaban con ello. Uno de ellos incluso abusaba de otros niños, especialmente de los más pequeños. Tuvo suerte de poder evitarle por un tiempo pero al final, como a todos, le tocó su turno. Unos meses más tarde tuvo la oportunidad de vengarse. Aquel indeseable iba a realizar un pequeño viaje en carro en el que transportaría a una decena de los chicos de mayor edad que serían transferidos a otro lugar. Muchos de ellos eran unos auténticos bastardos. Nadie les echaría de menos. El niño observó satisfecho como uno a uno los chicos mayores se montaban en el carro, mientras el cuidador les propinaba collejas. Después el hombre se sentó en la parte frontal y tomó las riendas para partir. El orfanato se hallaba en lo alto de una loma, y se accedía a él por un empinado y estrecho camino que serpenteaba por la ladera. Era un terreno bastante escarpado. Nadie se dio cuenta cuando el pequeño Crugar se acercó y, uno a uno, aflojó los tornillos que sujetaban la carreta a las riendas de los dos caballos. El carro inició su camino. El corazón de Crugar palpitaba rápido mientras observaba con excitación. El carro giró en la primera curva sin mayores problemas. La inclinación de la pendiente aumentaba a continuación. En la segunda, un gran chasquido indicó que algo no estaba bien. Antes de que nadie pudiese reaccionar el carro se soltó de las riendas y comenzó a tomar

velocidad saliéndose del camino. Nadie habría podido detenerlo. En pocos segundos se despeñaba ladera abajo para ir a estallar en mil pedazos en el fondo del valle. Nadie sobrevivió. Los cuidadores obligaron a un numeroso grupo de chicos a bajar la loma para despejar el lugar del accidente y cavar tumbas para los muertos. Crugar no evitó esta vez estar visible entre el grupo de huérfanos, como intentaba hacer siempre, cuando los hombres del orfanato acudieron a reclutar a los ‘voluntarios’. Necesitaba ver con sus propios ojos que aquel cuidador malnacido no había sobrevivido. Fue una tarde de trabajo muy duro, pero para Crugar fue un esfuerzo bien empleado. Su existencia en el orfanato continuó siendo una dura carrera por la supervivencia. Al menos los abusos cesaron. No así las palizas y el hambre que continuaban siendo frecuentes. El niño se convirtió en joven y con el tiempo su carácter se endureció aún más. Cualquier esperanza de que, en algún lugar, podría haber gente buena había desaparecido. El mundo era un lugar cruel donde solo los más fuertes podían sobrevivir. Pero Crugar no lo era, o eso pensaba entonces. Fue probablemente cuando tenía unos doce años cuando tuvo la sensación por primera vez. Si se concentraba mucho podía influir en los actos de los que estaban a su alrededor. No todos resultaban igual de fáciles, aunque la gran mayoría acababan haciendo más o menos lo que él quería. Con el tiempo sus habilidades se fueron perfeccionando, y podía conseguir que los demás hiciesen cosas, incluso, que no les resultaran agradables. Sin embargo, Crugar sabía que no podía excederse. Debía tener cuidado. Era fundamental que no descubriesen sus habilidades o de lo contrario estaría condenado. Así que tuvo que esperar pacientemente a cumplir los catorce años, edad mínima en la que los chicos más fuertes y maduros eran liberados para retornar al mundo. Aunque él no estaba dentro de esa categoría, nadie se sorprendió sobremanera cuando un domingo su nombre sonó para abandonar el orfanato. Previamente había coaccionado adecuadamente al Maestro Cuidador que estaba a cargo de aquel lugar. Ese fue un día que recordaba ahora con especial agrado. Envuelto en estos pensamientos había avanzado a buen paso durante una media hora y había alcanzado, al fin, la entrada del valle escondido. No mucho después estaba en el punto de encuentro a la hora señalada, cuando el sol se ponía. Aguardó.

La poca iluminación que quedaba dentro del desfiladero desapareció. Alzó la vista hacia el cielo y vio una gigantesca figura alada que descendía rápidamente sobre el claro. Era un enorme dragón negro. Sus escamas, más duras que el acero, más negras que el carbón, cubrían todo su cuerpo como la armadura de placas de un guerrero. Las dimensiones del dragón eran colosales. Debía medir más de veinte pasos de largo y su cabeza se elevaba sobre el suelo no menos de nueve pasos. Los enormes ojos del dragón, su mirada terrible, contemplaban al joven. –Crugar –dijo el dragón por fin. –Venerable Azuharr –respondió el chico haciendo una reverencia. –Tengo una misión para ti. –Te escucho. –Deberás partir inmediatamente y actuar con celeridad. He tenido noticias de El Ojo. Parece ser que se encuentra en Darphem, probablemente en la ciudad de Nuberg bajo la cordillera Deuteron –explicó el dragón. El Ojo era absolutamente mítico. Era considerado como el objeto de adivinación y visión más poderoso que todavía existía en el mundo. Hubo otros, en tiempos más remotos, como las Lágrimas de Oris de la Primera Edad, que serían incluso más poderosos, pero que parecían haberse perdido irremediablemente en los anales del tiempo. Crugar sintió una punzada de orgullo. Era un gran logro haber alcanzado un nivel de poder y de prestigio tal que le hiciese digno de realizar una misión como aquella para el gran Azuharr. –Será un honor servirte, como siempre –dijo el joven inclinando la cabeza. –Por la forma en la que he conseguido la información, debemos asumir que nuestros enemigos también la conocen y que, probablemente, se han puesto en marcha ya. Deberás dirigirte a tu destino lo más rápido que puedas –ordenó el dragón con una voz que resonaba en las paredes del valle, poderosa. –Sí. Me pondré en marcha enseguida –asintió el joven. –Entiendo que no hace falta que te diga lo que está en juego. Si conseguimos El Ojo tendremos una ventaja definitiva. Pero si cae en manos de nuestros rivales, la ventaja será de ellos, aunque no tan decisiva –razonó el dragón–. ¡Ahora, márchate!

Crugar, el mentalista, hizo una última reverencia, se giró y despareció por el sendero que salía del valle oculto.

*******

El dragón observaba con detenimiento al joven partir mientras intentaba contener su genio. Azuharr se viró hacia uno de los lados del valle, respiró hondo y con toda la fuerza de sus gigantescos pulmones descargó una bocanada de aire. El aliento del dragón salió propagado a gran velocidad mezclado con ácido altamente corrosivo. En solo unos instantes, donde antes había una formación de rocas y árboles ahora quedaba solo un extraño y humeante charco. De alguna forma, descargar su aliento siempre resultaba balsámico para Azuharr; le ayudaba a calmarse. Solo que esta vez no funcionó. La ira de la bestia no tenía fin. Los planes no habían salido como esperaba. La guerra nunca comenzó. Los ridículos humanos no habían pereciendo en grandes cantidades como había deseado. Y lo peor de todo: al no haber un escenario de guerra, no iba a poder forzar a Tazar a salir de su escondite; esto considerando que realmente estuviese en Bor. Por otra parte, lo sucedido no era normal. Después de planear todo con mucho cuidado, el plan había colapsado delante de sus narices. Era como si sus rivales hubiesen estado todo el tiempo un paso por delante de él. Era como si.... como si... alguien muy poderoso les hubiese ayudado. Incluso si esta hipótesis era cierta, no podía estar seguro de quién lo había hecho. Debía centrarse en este aspecto. Si el benefactor resultaba ser algún sabio con grandes riquezas o un Maestro en Magia aburrido, entonces sabría que Bor no era el reino donde Tazar se ocultaba. Por el momento no tenía que descartarlo. Era probable que Tazar tuviese la misma información. Tenía que adelantarse. Por eso había acudido a Crugar, uno de los sirvientes en los que más confiaba. Y además no estaría solo, otros se le unirían para ayudarle. El gigantesco monstruo aprovechó la oscuridad para emprender el vuelo de regreso. Pasar tiempo en la caverna donde guardaba su gigantesco tesoro resultaba siempre reconfortante. Recordó el glorioso día, más de un milenio antes, cuando él y su padre mataron a aquella wyrm

plateada y forzaron a huir a su hijo, el entonces adolescente Tazar. Azuharr le siguió para intentar acabar con él, pero estaba muy cansado tras el fiero combate y el joven dragón consiguió escapar. Sin embargo, se hizo con la caverna y se apoderó de sus enormes riquezas. Azuharr pasó los siguientes siglos acumulando más tesoros y buscando, infructuosamente, al escurridizo dragón de plata. Ahora presentía que la hora de la verdad se acercaba: la hora de terminar el trabajo que había empezado con su padre tanto tiempo atrás. Mientras volaba alto, ocultándose entre las sombras de la noche, el malvado dragón recordaba otros episodios de su juventud. Una vez se desplazó lejos hasta territorios de los ricos Emiratos Aurum. Allí atacó una de sus ciudades más apartadas en las proximidades de los Montes del Fin del Mundo. Durante tres días y tres noches destruyó, aplastó, quemó y asesinó sin piedad y con verdadero deleite. A continuación habló con voz terrible a los supervivientes y les advirtió que volvería al día siguiente. Ordenó que el Emir colocase sus mayores riquezas en dos grandes carros en la entrada de la ciudad si no querían morir todos. Después se retiró. Descansó tranquilo en un risco en lo alto de la cordillera y al día siguiente regresó. Al llegar a la entrada de la ciudad, tal y como había ordenado, dos carros cargados hasta los topes con oro, piedras preciosas, objetos de arte y joyas le esperaban. Le hubiese gustado encontrar todavía más, aunque en realidad aquello era todo lo que conseguiría transportar en un solo viaje. La distancia hasta su guarida en los Montes Metálicos era demasiada como para hacer más de uno. Azuharr se fijó en la muralla. En lo alto de la misma había muchos soldados que le observaban intentando contener el pánico. Desde el lugar en el que se hallaba, estaba fuera del alcance de los arcos. Sin embargo, si atacaba la ciudad le resultaría un poco más complicado que en los días anteriores. Entre los hombres en lo alto del muro vio una comitiva que intentaba pasar desapercibida. Pero su entrenado y perspicaz ojo no perdía detalle. En el centro de ese grupo estaba el propio Emir, vestido con ropas de soldado convencional. El dragón levantó el vuelo manteniéndose quieto en el aire a poca altura del suelo, y se situó frente a la sección donde estaba el Emir. –Bonitas ropas de soldado, aunque a mí no me engañas –dijo la bestia con voz atronadora. Media docena de soldados próximos al Emir se movieron rápidamente para rodearle completamente. Eran sus guardaespaldas.

–¡Te ordené que colocases en estos carros todas tus mayores riquezas! –¡Oh, gran dragón! Está todo ahí; todas las joyas más valiosas –dijo uno de los hombres próximos al Emir, posiblemente un ayudante de cámara o algún otro tipo de funcionario. –Falta una: la más valiosa de todas –dijo el dragón con terrible maldad–. ¿Dónde está la hija del Emir? ¡Entregádmela ahora mismo! –¡Nooooo! –gritó el Emir desconsolado–. ¡Disparad! ¡Disparad! –añadió dirigiéndose a sus soldados. Una lluvia de flechas voló hacia el dragón negro, que ni siquiera tuvo que esforzase en esquivarlas ya que solo dos o tres le alcanzaron y rebotaron inútiles contra sus duras escamas. Azuharr respondió lanzando su terrible aliento de ácido contra una de las secciones del muro, próxima a la zona en la que se hallaba el Emir. Entre gritos terribles los soldados se consumieron bajo la fétida nube. La misma piedra del muro se resquebrajó primero y se desgajó después en millones de pequeños guijarros. Un par de cientos de hombres habían perecido ante un solo gesto de la bestia. Azuharr no dijo nada, pero volvió sus terribles ojos al Emir y sostuvo la mirada durante un rato. El Emir comprendió: si no entregaba a su hija, todos morirían. No tenía opción. Quizás el dragón la quería para que le hiciese compañía. No era desconocido el hecho de dragones que se enamoraban de doncellas humanas. Quizás su hija estaría bien. Con un gesto cargado de terrible pesar, el Emir ordenó que se cumpliese la voluntad del dragón negro. Un poco más tarde dos de sus hombres llevaban a su hija. La sacaron de la ciudad por el portón principal y se dirigieron a donde estaban los carros. La chica era muy joven, debía tener unos dieciséis años y lloraba desconsolada. El Emir sintió como se le desgarraba el corazón, no podía contemplar aquella escena. Los hombres colocaron a la joven sobre el primer carro y se marcharon corriendo. Azuharr la tomó con una de sus garras inmediatamente, evitando cualquier intento de huida. Era una delicada y bella flor del desierto; para algunos la más hermosa entre la nobleza de los Emiratos. El monstruo volvió entonces a mirar al Emir. –Ahora sí está todo –dijo con su terrible voz.

El dragón comenzó a apretar su zarpa despacio. La chica comenzó a chillar de terrible dolor mientras sus huesos comenzaban a estallar uno a uno. El Emir gritaba desconsolado. Por suerte la joven no duró mucho. Segundos más tarde yacía muerta en la garra de la bestia. Azuharr dejó caer el cadáver al suelo, tomó los dos pesados carros y emprendió el vuelo de regreso, mientras reía a grandes carcajadas. Quería asegurarse de que todos allí pudiesen contemplar el cuerpo destrozado de la chica. No olvidarían jamás su encuentro con el dragón negro. Los que conocen esta historia en los Emiratos dicen que la risa del dragón fue la más terrible que jamás se oyó, y que en medio de una tormenta en el desierto a veces todavía se puede escuchar su vil carcajada. La crueldad del terrible Azuharr se convirtió en leyenda en Aurum y aún hoy su nombre es pronunciado con pavor en aquellas tierras. Azuharr había llegado a su destino pensativo. El siguiente capítulo de esta historia estaba a punto de comenzar y él estaría ahí para escribirlo.

APÉNDICE

Unidades de medida Estas son las principales unidades de medida en el Mundo de Oris:

Medidas de distancia Dedo: 23 mm Paso: 1.2 m Legua: 5 km

Medidas de peso Quintal: 46 kg Arroba: 5.2 kg Cuarterón: 1.3 kg (1/4 de arroba)

Medidas de volumen Cántara: 16 litros Botella: 0.75 litros Cortadillo: 0.19 litros (1/4 de botella)

Acerca del autor

Nic Weissman es un Best-Seller en Amazon y un nombre de rápido crecimiento en el campo de la Ficción Fantástica. Nic es el creador de la saga El Destino del Mercader y el Mundo de Oris. Nic nació en 1974 en lugar místico donde termina el mar. Su primera novela El Orbe de la Ira ya está disponible a través de múltiples canales, tanto en libro electrónico como en paperback, en Inglés y en Español, y está recibiendo excelentes comentarios. La novela ha sido referida por varios bloggers como Jack Moreno y Shah Wharton. Durante los últimos dieciseis años, Nic ha vivido en catorce direcciones en tres continentes diferentes. Ha viajado a treinta países y habla cuatro idiomas. Como te puedes imaginar, a Nic le encanta viajar. Puedes seguir Nic a través de medios sociales como Facebook (https://www.facebook.com/nicweissmanpage), Twitter, Google+, Linkedin y Slideshare.net entre otros. Puedes encontrar más detalles en Conecta con Nic a continuación. Nic escribe bajo seudónimo por motivos profesionales.

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