la crisis alimentaria mundial

1 jun. 2009 - Ya se han reportado ensayos en Estados Unidos de estas líneas de “maíz biorreactor”. Junto a las seductoras promesas de bienestar, salud, ...
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Introducción a la Lectura y Escritura Académica - Sede Andina (El Bolsón) Comisiones correspondientes a: -Tecnicatura en Producción Vegetal Orgánica

CUADERNILLO PRÁCTICO - UNIDAD II – III - IV

TEXTO 1 El fin de la abundancia: la crisis alimentaria mundial [Artículos] Escrito por: Joel K. Bourne Jr. el 01 de Junio de 2009 | 6:00 am Etiquetas: Tags: crisis alimentaria Una población que alcanzará los 8 000 millones en 2025 es el factor determinante de una mayor demanda de alimentos.

BANGLADESH Una mujer barre un arrozal cosechado y recoge granos sobrantes para alimentar a su familia. Uno de los mayores consumidores de arroz en el mundo, Bangladesh, necesita más cada año para alimentar a su población. En los últimos dos años, un aumento de casi el doble en los precios –exacerbado por inundaciones y un ciclón que devastó las cosechas en 2007– elevó a 35 millones el total de personas hambrientas en la nación. Foto de John Stanmeyer

El acto más sencillo y natural de todos. Nos sentamos a la mesa, tomamos un tenedor y probamos un jugoso bocado, sin darnos cuenta de las ramificaciones mundiales que supone volvernos a servir. Las reses vienen de Iowa, alimentadas con maíz de Nebraska. Para los estadounidenses las uvas vienen de Chile, las bananas de Honduras, el aceite de oliva de Sicilia, el jugo de manzana no viene del estado de Washington, sino de China. La sociedad contemporánea nos ha liberado de la carga de cultivar, cosechar, incluso de preparar el pan nuestro de cada día a cambio de sólo pagar por ello. Únicamente hacemos caso cuando los precios suben. Y las consecuencias son profundas.

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El año pasado el alza vertiginosa del costo de los alimentos fue una llamada de atención para el planeta. Entre 2005 y el verano de 2008 se triplicó el precio del trigo y el maíz, y se quintuplicó el del arroz, dando lugar a motines a causa de los alimentos en una veintena de países y dejando más de 75 millones de personas expuestas a la pobreza. Sin embargo, a diferencia de las sacudidas anteriores impulsadas por una escasez alimentaria a corto plazo, el alza de precios aconteció en un año en el que los agricultores mundiales obtuvieron máxima histórica en su cosecha de cereales. Más bien, los precios altos eran síntoma de un problema mayor que tira de los hilos de nuestra red alimentaria mundial. Y no desaparecerá en el futuro cercano. En palabras llanas: durante la mayor parte de la década anterior, el mundo ha consumido más alimentos de los que produce. Después de años de reducir las reservas, en 2007 el mundo presenció una caída de los remanentes mundiales a 61 días de consumo mundial, la segunda menor registrada. “El crecimiento de la productividad agrícola es apenas de 1 a 2 por ciento anual –advirtió en plena crisis Joachim von Braun, director general del Instituto Internacional de Investigaciones sobre Políticas Alimentarias con sede en Washington, D.C.–. Es demasiado bajo para cubrir el crecimiento de la población y el aumento en la demanda”. Los precios elevados son la señal última de que la demanda sobrepasa a la oferta, de que simplemente no hay alimentos suficientes. Esta agflación, es decir, inflación alimentaria, golpea con mayor fuerza a los miles de millones de personas más pobres del planeta, dado que suelen gastar entre 50 y 70 por ciento de sus ingresos en alimentos. Aunque los precios hayan disminuido con la implosión de la economía mundial, aún se hallan cerca de máximos históricos y permanecen los problemas subyacentes de reservas bajas, población creciente y estabilización en el aumento de los rendimientos. Se prevé que el cambio climático (con temporadas de cultivo más calurosas y mayor escasez de agua) reducirá las cosechas en gran parte del mundo, aumentando el espectro de lo que algunos científicos llaman ahora una crisis alimentaria perpetua. ¿Qué hará entonces un mundo caluroso, lleno de gente y hambriento? Esa es la pregunta con la que lidian Von Braun y sus colegas del Grupo Consultivo sobre Investigaciones Agrícolas Internacionales. Se trata del grupo de centros de investigación agrícola de renombre mundial que contribuyó a doblar el rendimiento promedio de maíz, arroz y trigo entre mediados de los cincuenta y de los noventa, un logro tan asombroso que fue conocido como la revolución verde. Sin embargo, dado que la población mundial aumenta vertiginosamente y alcanzará los 9 000 millones de personas hacia mediados de siglo, estos expertos aseguran que hace falta repetir el logro y duplicar la producción actual de alimentos hacia 2030. En otras palabras, necesitamos otra revolución verde. Y en la mitad del tiempo. Desde que nuestros antepasados abandonaron la caza y la recolección para arar y sembrar hace unos 12 000 años, nuestro número avanza de la mano con nuestra capacidad agrícola. Cada adelanto (la domesticación de animales, el riego, la producción de arroz de regadío) condujo a un salto correspondiente en la población humana. Cada vez que las existencias de alimentos se estancaban, la población se estabilizaba. Antiguos escritores árabes y chinos señalaron los nexos entre población y recursos alimentarios, pero no fue sino hasta fines del siglo XVIII cuando un estudioso británico intentó explicar el mecanismo exacto que relacionaba ambos; y se convirtió, quizá, en el científico social más infamado de la historia. Thomas Robert Malthus, cuyo nombre diera origen a términos como “catástrofe maltusiana” y “maldición maltusiana,” era un apacible matemático, clérigo y, a decir de sus críticos, el referente supremo del vaso medio vacío. Cuando unos cuantos filósofos de la Ilustración, atolondrados por el éxito de la Revolución Francesa, comenzaron a predecir el mejoramiento continuo e ilimitado de la condición humana, Malthus aplastó sus predicciones. La población humana, observó, aumenta a una tasa geométrica, duplicándose cada 25 años más o menos si no encuentra obstáculos, mientras que la producción agrícola aumenta a una tasa aritmética, con mucha mayor lentitud. Allí yacía una trampa biológica de la cual la humanidad jamás podría escapar. “La capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la de la tierra para producir alimento para la humanidad –escribió en su Ensayo sobre el principio de la población, en 1798–. Esto implica que la dificultad para conseguir alimento ejercerá sobre la población una fuerte y constante presión restrictiva”. Malthus pensaba que las restricciones podrían ser voluntarias (como el control de la natalidad, la abstinencia o el retraso del matrimonio) o involuntarias (por el azote de la guerra, la hambruna y las enfermedades). Se opuso a la ayuda alimentaria para todos, salvo las personas más pobres, pues sentía que esa ayuda alentaba a que nacieran más niños en la miseria. La revolución industrial y la siembra de tierras comunales inglesas aumentaron espectacularmente la cantidad de alimento en Inglaterra, barriendo con Malthus y depositándolo en el cesto de basura de la era victoriana. Sin embargo, fue la revolución verde la que volvió al reverendo el hazmerreír de los economistas contemporáneos.

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Desde 1950 el mundo ha experimentado el mayor crecimiento poblacional de la historia humana. Después de la época de Malthus, se agregaron 6 000 millones de personas a las mesas del planeta. Pero, gracias a mejores métodos de producción de cereales, se alimentó a casi todas estas personas. Por fin nos habíamos desecho por completo de los límites maltusianos. O eso pensábamos. La décimo quinta noche del noveno mes del calendario lunar chino, 3 680 aldeanos, casi todos de apellido He, estaban sentados bajo una lona con goteras en la plaza de Yaotian, China, y se apresuraron a degustar una comida de 13 platos. El acontecimiento era un banquete tradicional en honor de los ancianos. Incluso con la recesión mundial, los tiempos aún son relativamente buenos en la provincia suroriental de Guangdong, donde se sitúa Yaotian en medio de parcelas de estampilla postal y lote tras lote de fábricas nuevas que contribuyen a convertir esta provincia en una de las más prósperas de China. Cuando las épocas son buenas, los chinos comen cerdo. Mucho cerdo. El consumo per cápita en el país más poblado del mundo aumentó 45 % entre 1993 y 2005, de 24 a 34 kilogramos al año. Un empresario afable, el consultor de la industria porcina Shen Guangrong, recuerda que su padre criaba un cerdo anualmente, que era sacrificado en el año nuevo chino. Era la única carne que comían al año. Los cerdos que criaba el padre de Shen no necesitaban mucha atención, eran variedades resistentes de color blanco y negro que comían casi cualquier cosa: restos de comida, raíces, basura. No sucede lo mismo con los cerdos contemporáneos de China. Después de las mortales protestas realizadas en la Plaza Tiananmen en 1989, que culminaron un año de disturbios políticos exacerbado por los elevados precios de los alimentos, el gobierno comenzó a ofrecer incentivos fiscales a las grandes granjas industriales para satisfacer la demanda creciente. A Shen se le encomendó trabajar en una de las primeras granjas de cerdos en China que forman parte de las Actividades Concentradas de Alimentación de Animales (CAFO, por sus siglas en inglés), en la cercana Shenzhen. Estas factorías, que han proliferado en años recientes, dependen de razas alimentadas con mezclas avanzadas de maíz, harina de soya y suplementos para que crezcan rápidamente. Esas son buenas noticias para el chino promedio, amante de la carne de cerdo, que, con todo, consume apenas 40 % de la carne que comen los estadounidenses. Sin embargo, esto es preocupante para las existencias mundiales de cereales. Comer carne es una forma increíblemente ineficaz de alimentarnos. Hacen falta cinco veces más cereales para obtener la cantidad equivalente de calorías que se generan al comer cerdo que al sólo comer cereal: 10 veces más si hablamos de las reses de EUA engordadas con cereales. A medida que se destinan más cereales al ganado y a la producción de biocombustibles para autos, el consumo anual mundial de cereales ha aumentado de 815 millones de toneladas métricas en 1960 a 2 160 millones en 2008. Incluso China, el segundo país productor de maíz del planeta, no puede producir cereal suficiente para alimentar a todos sus cerdos. Casi todo el déficit se compensa con soya importada de Estados Unidos o Brasil, uno de los pocos países que puede ampliar sus tierras de cultivo, a menudo arando el bosque tropical. La creciente demanda de alimentos, piensos y biocombustibles ha sido un factor determinante en la deforestación de los trópicos. Entre 1980 y 2000 más de la mitad de las hectáreas de tierras de cultivo nuevas se obtuvieron de bosques tropicales vírgenes. Brasil aumentó 10 % anual sus hectáreas de soya en la Amazonia entre 1990 y 2005. Parte de esta soya brasileña podría terminar en los molinos de las Granjas Guangzhou Lizhi, la mayor de las CAFO de la provincia de Guangdong. Algunos expertos prevén que para cuando en China haya más de 1 500 millones de personas, en algún momento de los próximos 20 años, harán falta otros 200 millones de cerdos sólo para mantenerse al paso. Y eso es sólo en China. Se espera que hacia 2050 el consumo mundial de carne se duplique. Eso significa que vamos a necesitar muchos más cereales. Esta no es la primera vez que el mundo se encuentra al borde de una crisis alimentaria, es sólo la iteración más reciente. A los 83 años, Gurcharan Singh Kalkat ha vivido lo suficiente para recordar una de las peores hambrunas del siglo XX. En 1943 murieron hasta cuatro millones de personas en la “corrección maltusiana” conocida como la hambruna de Bengala. Durante las dos décadas posteriores a esa fecha, India tuvo que importar millones de toneladas de cereales para alimentar a su pueblo. Luego llegó la revolución verde. A mediados de la década de los sesenta, cuando India luchaba por alimentar a su pueblo después de otra grave sequía, un biogenetista estadounidense llamado Norman Borlaug trabajaba junto con investigadores indios para llevar sus variedades de trigo de alto rendimiento al Punjab. Las nuevas semillas eran un don del cielo, dice Kalkat, en esa época director adjunto de agricultura para el Punjab. En 1970, los agricultores casi habían triplicado su producción con la misma cantidad de trabajo. “Teníamos el gran problema

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de qué hacer con el excedente –afirma–. Cerramos las escuelas un mes antes para almacenar la cosecha de trigo en los edificios”. Borlaug nació en Iowa y consideró que su misión era llevar a los lugares pobres de todo el planeta los métodos agrícolas de alto rendimiento que convirtieron la región central de Estados Unidos en el granero del mundo. Sus nuevas variedades de trigo enano, de tallos cortos y robustos que soportaban infrutescencias completas y gordas, fueron un avance sorprendente. Podían producir un cereal distinto a cualquier variedad de trigo antes vista, siempre y cuando hubiera agua abundante, fertilizantes sintéticos y poca competencia de malas hierbas o insectos. Con ese fin, el gobierno de India subsidió canales, fertilizantes y la perforación de pozos entubados para el riego, y dotó a los agricultores de electricidad gratuita para bombear agua. Las nuevas variedades de trigo se difundieron rápidamente por toda Asia, modificando las prácticas agrícolas tradicionales de millones de agricultores; pronto fueron seguidas por nuevas cepas de arroz “milagroso”. Los nuevos cultivos maduraban con mayor rapidez y permitían a los agricultores recoger dos cosechas al año en lugar de una. Hoy día, una cosecha doble de trigo, arroz o algodón es la norma en el Punjab, que, junto con la vecina Haryana, hace poco suministró más de 90 % del trigo que hacía falta a los estados de India con déficit de cereales. La revolución verde comenzada por Borlaug no tenía nada que ver con la etiqueta verde amable con el ecosistema que está en boga en la actualidad. Dado su empleo de fertilizante sintético y plaguicidas para cuidar enormes campos de un mismo cultivo, práctica conocida como monocultivo, este nuevo método de agricultura industrial era la antítesis de la tendencia orgánica actual. Más bien, William S. Gaud, entonces administrador de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, acuñó la frase en 1968 para describir una alternativa a la revolución roja de Rusia, en la que obreros, soldados y campesinos hambrientos se habían rebelado violentamente en contra del régimen zarista. Más pacífica, la revolución verde fue un éxito tan asombroso que Borlaug obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1970. En la actualidad, sin embargo, el milagro de la revolución verde ha terminado en el Punjab. En esencia, el aumento en los rendimientos se ha estancado desde mediados de la década de 1990. El riego en exceso ha llevado a un marcado descenso de las capas freáticas, que alimentan ahora 1.3 millones de pozos entubados, al tiempo que se han perdido miles de hectáreas de tierras productivas por la salinización y anegación de los suelos. Cuarenta años de riego intensivo, fertilización y plaguicidas no han sido amables con los limosos campos grises del Punjab. Ni con las personas mismas, en algunos casos. En la polvorienta aldea agrícola de Bhuttiwala, hogar de unas 6 000 personas en el distrito de Muktsar, el anciano de la aldea Jagsir Singh, de barba larga y turbante azul cobalto, saca cuentas: “Los últimos cuatro años hemos tenido 49 decesos debido al cáncer –señala–. La mayoría eran personas jóvenes. El agua no es buena. Es venenosa, contaminada. Pero las personas la siguen bebiendo”. Jagdev Singh es un joven de rostro dulce de 14 años cuya columna vertebral se deteriora lentamente. Desde su silla de ruedas mira Bob Esponja doblada al hindi mientras su padre habla acerca de su pronóstico. “Los doctores dicen que no vivirá para ver los 20”, afirma Bhola Singh. No hay prueba de que estos cánceres fueron causados por plaguicidas. No obstante, investigadores han hallado en el Punjab plaguicidas en la sangre, las capas freáticas, las hortalizas, incluso en la leche materna de sus esposas. De modo que muchas personas toman el tren, que hoy en día recibe el nombre del Expreso del Cáncer, desde la región de Malwa hacia el hospital oncológico de Bikaner. El gobierno está bastante preocupado como para gastar millones en plantas de tratamiento de agua por ósmosis inversa para las aldeas más gravemente afectadas. Si eso no preocupara lo suficiente, el alto costo de los fertilizantes y plaguicidas ha sumido en deudas a muchos agricultores punjabíes. Un estudio halló más de 1 400 suicidios de agricultores en aldeas entre 1988 y 2006. Algunos grupos sitúan el total para el estado entre 40 000 y 60 000 suicidios durante ese periodo. Muchos bebieron plaguicidas o se colgaron en sus campos. “La revolución verde sólo nos ha traído la ruina –menciona Jarnail Singh, maestro jubilado de la aldea de Jajjal–. Arruinó nuestro suelo, nuestro medio ambiente, nuestras capas freáticas. Antes teníamos ferias en las aldeas donde las personas se reunían y divertían. Ahora nos congregamos en centros médicos. El gobierno ha sacrificado a la gente del Punjab a cambio de cereales”. Otros, desde luego, lo ven de manera distinta. Rattan Lal, connotado edafólogo de la Universidad Estatal de Ohio y egresado de la Universidad Agrícola del Punjab en 1963, considera que fue el abuso, no el uso, de las técnicas de la revolución verde lo que causó la mayoría de los problemas. Ello incluye el empleo excesivo de fertilizantes, pesticidas y riego, así como la eliminación de los residuos de los cultivos en los campos, en esencia extrayendo los

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nutrientes del suelo. “Estoy consciente de los problemas de la calidad del agua y su extracción –afirma Lal–, pero salvó a cientos de millones de personas. Pagamos un precio en agua, pero la opción era dejar morir a la gente”. En cuanto a la producción, resulta difícil negar los beneficios de la revolución verde. India no ha sufrido una hambruna desde que Borlaug llevó sus semillas al país, mientras que la producción mundial de cereales ha aumentado en más del doble. Algunos científicos atribuyen sólo al aumento en el rendimiento del arroz la existencia de 700 millones de personas más en el planeta. Muchos científicos especialistas en cultivos y agricultores piensan que la solución de nuestra crisis alimentaria actual está en una segunda revolución verde, basada sobre todo en nuestros nuevos conocimientos sobre genética. Los biogenetistas conocen ahora la secuencia de casi todos los alrededor de 50 000 genes de las plantas de maíz y soya, y están aprovechando ese conocimiento en formas que eran inimaginables hace apenas cuatro o cinco años, dice Robert Fraley, técnico en jefe de la gigante agrícola Monsanto. Él está convencido: la modificación genética, que permite a los biogenetistas mejorar los cultivos con rasgos benéficos obtenidos de otras especies, conducirá a la formación de variedades nuevas con mayor rendimiento, menor necesidad de fertilizantes y mejor tolerancia a la sequía: el Santo Grial de la década anterior. Cree que la biotecnología permitirá que en 2030 se duplique el rendimiento de los cultivos fundamentales de Monsanto: maíz, algodón y soya. “Estamos listos para contemplar quizá el periodo más grandioso de adelantos científicos fundamentales en la historia de la agricultura”. África es el continente donde nació el Homo sapiens y dados sus suelos desgastados, las lluvias irregulares y la creciente población, bien podría ofrecer un atisbo al futuro de nuestra especie. La revolución verde nunca llegó al continente por numerosos motivos (falta de infraestructura, corrupción, mercados inaccesibles). De hecho, la producción agrícola per cápita disminuyó en el África subsahariana entre 1970 y 2000, mientras que la población aumentó vertiginosamente, dejando un déficit alimentario anual de 10 millones de toneladas. En la actualidad es el hogar de más de un cuarto de las personas más hambrientas del mundo. Diminuto, sin salida al mar, Malaui, apodado el “corazón ardiente de África” por una esperanzada industria turística, se halla también en el centro del hambre, caso emblemático de los males agrícolas del continente. La mayoría de los malauíes, que habitan uno de los países más pobres y densamente poblados de África, cultivan maíz y a duras penas sobreviven con menos de dos dólares al día. En 2005, las lluvias fallaron otra vez en Malaui y más de un tercio de su población de 13 millones necesitó ayuda alimentaria para sobrevivir. El presidente de Malaui, Bingu wa Mutharika, declaró que no fue elegido para gobernar un país de mendigos. Tras un fracaso inicial de persuadir al Banco Mundial y otros donantes para que contribuyeran a subsidiar los insumos para la revolución verde, Bingu, como lo conocen en su tierra, decidió gastar 58 millones de dólares de las arcas de su país para poner en manos de los agricultores pobres semillas híbridas y fertilizantes. A la larga, el Banco Mundial se unió al empeño y persuadió a Bingu para que dirigiera el subsidio a los agricultores más pobres. Alrededor de 1.3 millones de familias agrícolas recibieron cupones que les permitían comprar tres kilogramos de semillas de maíz híbridas y dos sacos de 50 kilogramos de fertilizante a un tercio del precio de mercado. Lo que sucedió después se ha denominado el “Milagro de Malaui”. Buenas semillas y un poco de fertilizante (y el regreso de lluvias abundantes) contribuyeron a que los agricultores obtuvieran excelentes cosechas durante los dos años siguientes (las cosechas del año pasado, sin embargo, disminuyeron un tanto). La cosecha de 2007 se calculó en 3.44 millones de toneladas métricas, un récord nacional. “Pasaron de un déficit de 44 % a un superávit de 18 %, duplicando su producción –afirma Pedro Sánchez, director del Programa de Agricultura Tropical de la Universidad de Columbia, quien asesoró al gobierno de Malaui en el programa–. El año siguiente tuvieron un superávit de 53 % y exportaron maíz a Zimbabue. Fue un cambio espectacular”. Tan espectacular que, de hecho, ha llevado a una mayor conciencia sobre la importancia de las inversiones agrícolas en la reducción de la pobreza y el hambre en lugares como Malaui. En octubre de 2007, el Banco Mundial emitió un informe de suma importancia, en el que se concluye que el organismo, los donantes internacionales y los gobiernos africanos se han quedado cortos en la ayuda a los agricultores pobres de África, además de haber descuidado las inversiones en agricultura durante los 15 años anteriores. Tras décadas de desalentar las inversiones públicas en agricultura, y de hacer un llamamiento en favor de las soluciones de mercado, que rara vez se materializaron, en los últimos dos años instituciones como el Banco Mundial han cambiado el curso y aportado fondos a la agricultura. El programa de subsidios de Malaui es parte de un movimiento de mayor envergadura que busca llevar, finalmente, la revolución verde a África. Desde 2006 la Fundación Rockefeller y la Fundación Bill y Melinda Gates han donado casi 500 millones de dólares para financiar la Alianza para una Revolución Verde en África, que se

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centra principalmente en llevar programas de mejoramiento de plantas a universidades africanas, y fertilizantes suficientes a los campos de los agricultores. Sánchez, junto con el destacado economista y guerrero contra la pobreza Jeffrey Sachs, brinda ejemplos concretos sobre los beneficios de este tipo de inversiones en 80 pequeñas aldeas agrupadas en una decena de “aldeas del milenio”, dispersas en los sitios críticos por el hambre en toda África. Con la ayuda de algunas estrellas de rock y actores famosos, Sánchez y Sachs gastan en cada pequeña aldea 300 000 dólares al año. Esa cantidad representa hasta un tercio por persona del PNB per cápita de Malaui, lo que ha orillado a muchos organismos del ámbito del desarrollo a preguntarse si un programa de estas características puede sostenerse a largo plazo. Phelire Nkhoma, mujer pequeña, enjuta y fuerte, es la agente de extensión agrícola de una de las dos aldeas del milenio de Malaui, en realidad, son siete aldeas en las que habitan 35 000 personas. Ella describe el programa mientras nos desplazamos en una nueva camioneta de la ONU, desde su oficina en el distrito de Zomba, por campos ennegrecidos por incendios, salpicados por el violeta de los árboles de jacaranda. Los aldeanos reciben gratuitamente semillas y fertilizantes, siempre y cuando donen en la temporada de cosecha tres sacos de maíz a un programa de alimentación escolar. Ellos reciben mosquiteros y medicamentos antipalúdicos. Tienen derecho a una clínica con agentes de salud, un granero para almacenar sus cosechas y pozos de agua potable a no más de un kilómetro de cada unidad familiar. Estos relatos son una recompensa para Faison Tipoti, el dirigente de la aldea. Él desempeñó un papel decisivo para que llevaran el famoso proyecto a su localidad. “Cuando Jeff Sachs vino y preguntó: ‘¿Qué quieren?’, le respondimos que no queríamos dinero, sino harina, pero que nos diera fertilizante y semillas híbridas, y haremos algo bueno”, relata Tipoti con voz grave. Los aldeanos ya no pasan sus días recorriendo el camino suplicando por comida para alimentar a niños de barrigas hinchadas y enfermos. Sin embargo, ¿la respuesta a la crisis alimentaria mundial es en verdad una repetición de la revolución verde, con el tradicional paquete de fertilizantes sintéticos, plaguicidas y riego, supercargada por semillas genotecnológicas? El año pasado, un estudio a gran escala, llamado Evaluación internacional de la ciencia y la tecnología agrícolas para el desarrollo, llegó a la conclusión de que los inmensos aumentos en la producción generados por la ciencia y la tecnología en los últimos 30 años no han logrado mejorar el acceso a los alimentos de la mayoría de las personas pobres del mundo. El estudio, que duró seis años, comenzado por el Banco Mundial y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, y en el que participaron unos 400 expertos agrícolas de todo el mundo, hizo un llamamiento para un cambio de paradigma en la agricultura, hacia prácticas más sostenibles y respetuosas con el medio ambiente que beneficiarían a los 900 millones de pequeños agricultores del mundo, no sólo a la agroindustria. El legado de suelos corrompidos y acuíferos agotados de la revolución verde es una de las razones por las cuales deben buscarse nuevas estrategias. Otra razón es aquello que el autor y profesor de la Universidad de California en Berkeley, Michael Pollan, llama el tendón de Aquiles de los actuales métodos de la revolución verde: una dependencia de los combustibles fósiles. El gas natural, por ejemplo, es una materia prima de los fertilizantes nitrogenados. Hasta ahora, los descubrimientos genéticos que liberarían los cultivos de la revolución verde de su gran dependencia en el riego y los fertilizantes han sido escurridizos. Fraley predice que su empresa tendrá hacia 2012 maíz tolerante a sequías en el mercado de Estados Unidos. Sin embargo, el rendimiento prometido durante los años de sequía sólo es entre 6 y 10 por ciento mayor que el de los cultivos normales golpeados por la sequía. Así, ha comenzado un cambio orientado hacia proyectos pequeños e insuficientemente financiados, dispersos en toda África y Asia. Algunos llaman a esto agroecología; otros, agricultura sostenible, pero la idea subyacente es revolucionaria: debemos dejar de concentrarnos en sólo maximizar el rendimiento de los cereales a cualquier costo y considerar las repercusiones que tiene la producción de alimentos tanto en el medio ambiente como en la sociedad. Vandana Shiva, física nuclear convertida en agroecologista, es la crítica más acérrima de la revolución verde de India. “La denomino como los monocultivos de la mente –dice–. Sólo se fijan en los rendimientos del trigo y el arroz, pero en general la canasta de alimentos está disminuyendo. Antes de la revolución verde había en el Punjab 250 tipos de cultivos”. Su investigación ha demostrado que el empleo de composta en lugar de fertilizantes derivados del gas natural aumenta la presencia de materia orgánica en el suelo, capturando carbono y reteniendo humedad, dos ventajas fundamentales para los agricultores que afrontan el cambio climático. “Si hablamos de resolver la crisis alimentaria, estos son los métodos que hacen falta”, agrega Shiva. En la región septentrional de Malaui un proyecto está obteniendo muchos de los resultados del proyecto de las aldeas del milenio, a una fracción del costo. El proyecto Soils, Food and Healthy Communities (SFHC) distribuye semillas de leguminosas, recetas y consejos técnicos para cultivar productos nutritivos como maní, guandú y soya,

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que enriquecen el suelo al fijar el nitrógeno, al tiempo que enriquecen también la alimentación de los niños. El programa comenzó en el año 2000 en el hospital de Ekwendeni, donde el personal observaba altas tasas de malnutrición. Una investigación sugería que el culpable era el monocultivo de maíz, que había dejado a los pequeños agricultores con rendimientos pequeños debido a suelos agotados y el elevado precio del fertilizante. En la pequeña aldea de Encongolweni, un grupo de veinte agricultores del SFHC nos da la bienvenida con una canción sobre los platillos que elaboran con soya y guandú. Tomamos asiento en la casa donde se reúnen, como si estuviéramos en una tienda de antaño, mientras ellos testimonian cómo la siembra de leguminosas les ha cambiado la vida. El relato de Ackim Mhone es típico. Al incorporar leguminosas en la rotación, duplicó el rendimiento del maíz en su pequeña parcela, al tiempo que redujo el uso de fertilizante a la mitad. “Eso fue suficiente para cambiar la vida de mi familia”, refiere, además de permitirle mejorar su casa y comprar ganado. Investigadores canadienses descubrieron que, después de ocho años, los niños de más de 7 000 familias que participan en el proyecto mostraron un considerable aumento de peso, lo cual apoya el argumento de que en Malaui la salud del suelo y la de la comunidad están relacionadas. Precisamente por ello, la coordinadora de investigación del proyecto, Rachel Bezner Kerr, está alarmada por que las fundaciones de grandes recursos monetarios aboguen insistentemente por una nueva revolución verde en África. “Lo encuentro sumamente perturbador –menciona–. Está estimulando a los agricultores a basarse en insumos caros producidos lejos, que reportan ganancias para las grandes empresas en lugar de métodos agroecológicos para aprovechar los recursos y capacidades locales. No creo que esa sea la solución”. Sin importar qué modelo prevalezca, el desafío de llevar alimentos suficientes a 9 000 millones de bocas en 2050 resulta abrumador. Dos mil millones de personas viven en las partes más áridas del planeta, y se prevé que el cambio climático cause una disminución radical ulterior de los rendimientos en estas regiones. No importa cuán grande sea el rendimiento potencial, las plantas siguen necesitando agua para crecer. Además, en un futuro no muy distante, cada año podría haber sequía en gran parte del planeta. Nuevos estudios climáticos demuestran la gran posibilidad de que las ondas de calor extremo, como la que marchitó cultivos y mató a miles de personas en Europa occidental en 2003, se vuelvan comunes en los trópicos y en las regiones subtropicales a finales del siglo. Los glaciares de los Himalayas, que en la actualidad dotan de agua a cientos de millones de personas, ganado y tierras agrícolas de China e India, se están derritiendo rápidamente, y podrían desaparecer por completo hacia 2035. Todo este tiempo sigue avanzando el reloj de la población, con el nacimiento de 2.5 bocas más que alimentar cada segundo. Eso da un total de 4 500 bocas más en el tiempo que le llevará a usted leer este artículo. Lo que nos regresa, de manera inevitable, a Malthus. Un día fresco de otoño que ha llenado de color las mejillas de los londinenses, visito la Biblioteca Británica y reviso la primera edición del libro que aún ocasiona tan acalorados debates. El Ensayo sobre el principio de la población de Malthus parece un manual básico de ciencias de octavo grado. De su prosa vigorosa y transparente, surge la voz de un humilde párroco en espera, más que nada, de que le demostraran que estaba equivocado. “Las personas que afirman que Malthus está equivocado, por lo general no lo han leído –señala Tim Dyson, profesor de estudios demográficos de la London School of Economics–. No tenía una opinión muy distinta de la de Adam Smith en el primer volumen de La riqueza de las naciones. Nadie en su sano juicio duda de la noción de que las poblaciones tienen que vivir dentro de los límites de su base de recursos. Ni de que la capacidad de una sociedad para aumentar sus recursos a partir de esa base es en última instancia limitada”. Aunque sus ensayos recalcaban los “frenos positivos” a la población fijados por las hambrunas, las enfermedades y la guerras, sus “frenos preventivos” quizá hayan sido más importantes. Una creciente fuerza laboral, explicaba Malthus, reduce los salarios, lo cual tiende a causar que las personas aplacen su matrimonio hasta que puedan sostener mejor una familia. El aplazamiento del matrimonio reduce las tasas de fecundidad, lo cual crea un freno igualmente fuerte para las poblaciones. Hoy día se ha demostrado que este es el mecanismo básico que reguló el crecimiento de la población en Europa occidental durante unos 300 años antes de la revolución industrial. Pero cuando Gran Bretaña emitió hace poco un nuevo billete de 20 libras, puso en el dorso a Adam Smith, no a T. R. Malthus. No se ajusta a los valores del momento. No queremos pensar en límites. Sin embargo, a medida que nos acercamos a los 9 000 millones de personas en el planeta, hacemos caso omiso de estos límites bajo nuestro propio riesgo. Ninguno de los grandes economistas clásicos vio venir la revolución industrial, ni la transformación de las economías y la agricultura que traería aparejada. La energía barata y en extremo disponible contenida en el carbón (y después en los combustibles fósiles) desencadenó el mayor aumento en la cantidad de alimentos,

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riqueza personal y número de personas jamás visto en el mundo, permitiendo que la población de la Tierra aumentara siete veces desde la época de Malthus. Y, sin embargo, el hambre, la hambruna y la desnutrición siguen con nosotros, justo como Malthus dijo que estarían. “Hace años trabajé con un demógrafo chino –menciona Dyson–. Un día me señaló dos caracteres chinos que estaban sobre la puerta de su oficina y que juntos significan ‘población’. Eran el caracter que significa persona y el caracter que significa boca abierta. Realmente quedé impresionado. En última instancia, debe haber un equilibrio entre la población y los recursos. Y esta noción de que podemos seguir creciendo eternamente, es ridícula”. Quizá en algún lugar profundo de su cripta en la abadía de Bath, Malthus está haciendo tranquilamente un gesto admonitorio con el dedo y expresando: “Se los dije”. _______ Joel. K. Bourne, Jr. es colaborador de la revista. Las fotografías para National Geographic de John Stanmeyer sobre malaria obtuvieron el National Magazine Award.

TEXTO 2 Fuente: Página web National Geografic en español

SOJA TRANSGENICA

Daniela F. Hozbor y Aníbal R. Lodeiro Instituto de Bioquímica y Biología Molecular (IBBM) Facultad de Ciencias Exactas. Universidad Nacional de La Plata Calles 47 y 115 (1900) La Plata, Argentina E-mail: [email protected] [email protected] Sobre genes y transgénicos A principios del siglo XX se desató un debate entre los científicos, que no alcanzaban a comprender cómo los seres vivos, en apariencia, violaban el segundo principio de la termodinámica. Este principio es bien conocido y sostiene que cualquier proceso espontáneo lleva inevitablemente a un aumento del desorden, o entropía. Esto es fácil de comprobar si observamos cómo aumenta el desorden en una habitación librada a su suerte o si pretendiéramos separar el café de la leche después de haberlos mezclado. Para que un proceso donde aumenta el orden (disminuye la entropía) tenga lugar, necesitamos entregar trabajo al sistema: ordenar la habitación o llevar a cabo un procedimiento químico muy complicado para separar el café de la leche. Sin embargo, los seres vivos parecemos apartarnos del segundo principio de la termodinámica, puesto que iniciamos nuestras existencias como entidades unicelulares y crecemos y nos desarrollamos en seres muy complejos, compuestos de múltiples tejidos y tipos celulares exquisitamente coordinados y ensamblados, espontáneamente. Mientras Albert Einstein publicaba su Teoría Especial de la Relatividad, los biólogos debatían sobre si los seres vivos pueden ser explicados sólo apelando a principios físico-químicos o bien si existe alguna “fuerza vital” diferente a todo lo aplicable a la materia inanimada. Fue recién en los años 50, cuando Watson y Crick descubrieron la estructura en doble hélice del ácido desoxirribonucleico (ADN) y Shannon publicó la Teoría de la Información, que se comprendió que justamente es la información lo que permite a los seres vivos “crear orden a partir del desorden”. En otras palabras, la información es la misteriosa fuerza vital que buscaban los biólogos de hace un siglo. La información necesaria para que nos desarrollemos a partir del óvulo fecundado y para que todos nuestros procesos vitales se lleven a cabo con la integración y coordinación requerida se encuentra guardada en nuestros genes. Pero esta información debe expresarse. Así como una computadora expresa la información contenida en sus programas cuando se los ejecuta, nuestro cuerpo expresa la información de sus genes en todo lo que hacemos. Es más: no es simplemente que contenemos genes; somos la expresión de nuestros genes. Siguiendo la analogía con la computadora, podríamos observar lo siguiente: los programas de computadora están escritos en un código binario (ceros y unos) que representan los estados “abierto” y “cerrado” de los circuitos de los microchips. Esos programas en código binario se traducen en instrucciones o sentencias, que cuando se ejecutan, dan por resultado un dibujo, un texto o un e-mail por ejemplo. De la misma forma, la información

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contenida en nuestros genes se traduce a proteínas, las cuales actúan coordinadamente (“ejecutan su información”) para producir finalmente todas las actividades de los seres vivos, ya sea el crecimiento de un tomate o el relincho de un caballo. Los genes están hechos de ADN y más específicamente de cuatro tipos diferentes de bases: adenina, guanina, citocina y timina. Como los ceros y unos en el programa de la computadora, estas bases se suceden en secuencias irregulares en el ADN. Los genes se traducen en proteínas, que están hechas de 20 tipos diferentes de aminoácidos, también en secuencias irregulares la irregularidad es una característica inherente a la información: las palabras que Ud. está leyendo y mediante las cuales compartimos información, son secuencias irregulares de letras. Alterando la la composición de los genes se puede cambiar las características de una planta o de un animal, porque se altera una instrucción del programa de que está hecha esa planta o animal (para tener una idea de la escala, el genoma humano contiene unos 30.000 genes que se combinan para dar como resultado decenas de miles de programas de desarrollo, o programas metabólicos, etc.). Los alimentos transgénicos provienen de organismos que han sido manipulados en laboratorio para modificar algunas de sus características específicas. Se puede introducir en el ADN de una especie de planta o animal un gen de otro organismo de la misma especie o de otra distinta; o se puede modificar o suprimir un gen del mismo organismo para modificar una determinada característica. Siin embargo, la práctica de la manipulación de genes es tan antigua como la agricultura misma, y en sentido amplio, podemos decir que los organismos transgénicos están entre nosotros desde hace miles de años. Por ejemplo, las coles de bruselas, la coliflor, el broccoli y el colinabo son variedades artificiales de la misma planta (aunque no lo parezcan). Decenas de variedades de manzanas, peras, papas, etc. no sólo han sido modificadas genéticamente desde tiempos ancestrales sino que además son clones. Por ejemplo, la manzana deliciosa es un clon que proviene de un único árbol seleccionado en el siglo XIX. El maíz es un híbrido entre dos especies diferentes de cerales obtenido por los indígenas mesoamericanos en épocas precolombinas, pero que nunca existió como tal en la naturaleza. Así, la mezcla de genes de diferentes especies en el maíz equivale a varias decenas de transgénicas. El triticale, un híbrido de trigo y centeno, lleva décadas prosperando en terrenos de mala calidad (útiles para centeno, pero no para trigo), pero con algunas buenas propiedades del trigo, lo que lo hace mucho más valioso para alimentación humana. Los cítricos se cultivan como injertos donde la raíz pertenece a una especie, por ej. resistente a virus, y el tronco y la parte aérea pertenecen a otra especie, que da los frutos de buena calidad pero cuyas raíces son sensibles a esos mismos virus. Y hablando de virus, son incontables las variedades de plantas ornamentales que deben su característico marmolado a que contienen virus que alteran los pigmentos de sus hojas o flores (y por supuesto, expresan los genes de dichos virus). Entre los animales, la mula es un conocido híbrido entre burro y caballo (mezcla de genes de ambos animales), la vicuña es un híbrido análogo entre llama y alpaca, y las manipulaciones genéticas realizadas en perros, gatos, aves y ganado vacuno y ovino son incontables y se remontan, también, a los inicios de la domesticación. Aunque parezca raro, términos y conceptos como “clon”, “recombinante”, “gen”o “genoma” tienen casi un siglo de antigüedad y provienen de los inicios de la Genética. De manera que cuando se habla de ingeniería genética, biotecnología o transgénicos, conviene estar informados puesto que en muchos casos, aún cuando las técnicas involucradas son novedosas, sus enfoques, objetivos, resultados, implicancias y productos no necesariamente difieren apreciablemente de los obtenidos con métodos “clásicos” y que, como dijimos, componen nuestra alimentación y nuestra agricultura desde hace cientos y a veces, miles de años. Descubriendo a Fankenstein Nos enfocaremos aquí sólo en la soja transgénica, pero debe tenerse presente que hoy en día existe una gran cantidad de alimentos transgénicos. La soja transgénica que se cultiva en Argentina es resistente al herbicida glifosato cuyo nombre comercial es Roundup y se la comercializa con el nombre de "Roundup Ready" o RR. Esta soja ha sido desarrollada y producida por la empresa Monsanto, y se diferencia de la soja no transgénica en que contiene una variante de la enzima 5-enolpiruvil-shikimato-3-fosfato sintasa (EPSP sintasa) que normalmente se encuentra en ciertas especies de bacterias del suelo, inofensivas para el hombre. La soja transgénica contiene esta variante bacteriana de la EPSP sintasa, además de la suya propia, porque el gen que lleva las instrucciones para la producción de esta enzima (en la terminología biológica decimos “el gen que codifica para esta enzima”) en la bacteria ha sido introducido en el genoma de la soja. Esta enzima participa en la síntesis de los aminoácidos aromáticos, y la acción del glifosato consiste en inhibir fuertemente la actividad de la EPSP sintasa vegetal, con lo cual las plantas tratadas con glifosato se mueren

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porque no pueden sintetizar sus aminoácidos aromáticos (1). Este es el principio por el cual el glifosato se utiliza como herbicida desde los años 70, cuando la ingeniería genética aún estaba en pañales. Las mayores ventajas del glifosato aparte de su amplio espectro son: 1) no es tóxico para los animales ni el hombre, puesto que no tenemos la enzima EPSP sintasa (esta es una de las razones por las cuales no podemos “fabricar” los aminoácidos aromáticos y debemos ingerirlos “listos para usar” en la dieta) y 2) se trata de una molécula simple, similar al fosfoenol piruvato un compuesto normal del metabolismo celular y por ello es fácil y rápidamente degradado por las bacterias del suelo, lo que le confiere una muy baja toxicidad ambiental. Justamente de una de estas bacterias del suelo que degrada el glifosato se obtuvo el gen de la EPSP sintasa introducido en la soja RR. La diferencia entre la EPSP sintasa vegetal y la bacteriana radica en que la EPSP sintasa bacteriana no es reconocida y por lo tanto, no es inhibida por el glifosato. En resumen, la soja transgénica contiene el gen de la EPSP sintasa bacteriana o sea que produce este tipo de enzima con lo cual es resistente al glifosato. De esta manera, un cultivo de soja transgénica puede tratarse con glifosato para eliminar selectiva y completamente todas las malezas sin utilizar ninguna otra maquinaria ni labor especial. Esto permite el uso de la metodología conocida como siembra directa, donde el campo, en vez de ararse, se trata con glifosato y luego se siembra. ¿Cuáles son los riesgos de comer soja transgénica? Por lo que sabemos hasta hoy, tales riesgos no son mayores que los que entraña cualquier otro alimento. Vayamos por partes: como dijimos antes, la soja transgénica se diferencia de la no transgénica en que posee la variante bacteriana del gen que codifica la EPSP sintasa. Pero no es ésta la única diferencia. Para poder observar si la transferencia del gen desde la bacteria hasta la planta es exitosa se suele acompañar al gen que se desea introducir en este caso, el que codifica la EPSP sintasa con otro gen que confiere resistencia a un antibiótico. Así, el gen de resistencia al antibiótico puede quedar también insertado en el genoma de la planta. Ahora que sabemos cuáles son exactamente las diferencias entre la soja transgénica y la no transgénica, podemos preguntarnos qué problemas nos podría traer ingerir este tipo de soja en vez de la no transgénica o común. La pregunta obvia es si el gen mismo, o la enzima que se produce gracias a la expresión del gen, o bien el producto de la acción de la enzima, pueden tener algún grado de toxicidad. Antes de empezar el análisis debemos tener presente que tanto el ADN (del que están hechos los genes) como las proteínas (de que están hechas la inmensa mayoría de las enzimas, y la EPSP sintasa no es una excepción) son sensibles al calor. En otras palabras, se degradan completamente y pierden todos sus efectos si se las hierve durante unos 15 minutos. Ingerir genes no tiene absolutamente ningún efecto, así sean genes que producen cáncer o genes que codifican venenos de serpientes o alacranes. La razón es muy sencilla: los genes, por sí mismos no hacen nada; es la información contenida en los genes la que puede dañarnos, pero para ello dicha información debe ser expresada, la proteína o enzima codificada allí debe sintetizarse y actuar. Comparando con nuestra analogía de la computadora, podríamos decir que la secuencia de ceros y unos que codifica las instrucciones para la ejecución de un virus no le va a hacer nada a la máquina a menos que se ejecute: podemos escribir en un editor de texto de la computadora la secuencia de ceros y unos del virus más peligroso del mundo y aun guardarla como un archivo de texto, y la computadora no va a sufrir ningún daño, porque en esas condiciones el virus no se puede ejecutar. Para “ejecutar” las instrucciones contenidas en un gen, dicho gen debe estar en un cromosoma, que debe hallarse en el núcleo celular y debe ser expresado por la maquinaria de síntesis de proteínas, que es muy compleja. Ningún ADN desnudo y por lo tanto ningún gen puede alcanzar tal condición después de ser tragado y sometido a la acción de los jugos gástricos, que destruyen completamente la molécula de ADN. Por otra parte, nosotros estamos ingiriendo genes todo el tiempo, no sólo cuando comemos sino también cuando respiramos, ya que el aire contiene infinidad de especies de bacterias y hongos que pasan segundo a segundo a través de nuestras vías respiratorias. Todo lo que comemos tiene genes, y nosotros hacemos tremendas mezclas de genes al comer: aún el simple churrasco con ensalada nos provee una mezcla de genes de vaca, lechuga, tomate y cebolla. Ni los genes, ni la mezcla de genes tienen efecto alguno al ser ingeridos. La soja transgénica también contiene la EPSP sintasa bacteriana, o sea la enzima. Al igual que el ADN, la enzima se degrada totalmente por la acción de los jugos gástricos. Y si la enzima se degrada, pierde totalmente su actividad. Una prueba de ello es que aún cuando comamos gran cantidad de vegetales, no adquirimos la capacidad de sintetizar los aminoácidos aromáticos a pesar de que ingerimos EPSP sintasa vegetal. Ni adquirimos la capacidad de hacer fotosíntesis, a pesar de que ingerimos todo el aparato fontosintético de las hojas de lechuga, por ejemplo. Se han reportado, sin embargo, casos de alergias a ciertas proteínas. La soja (o cualquier vegetal) tiene

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miles de proteinas extrañas para el hombre, por lo que existen bastantes personas alérgicas a la soja. La soja transgénica tiene una proteina más entre esos miles, por lo que el aumento del riesgo es minúsculo. Entre los ensayos de bioseguridad realizados sobre la soja transgénica antes de su liberación comercial, se midió la actividad alergénica de la EPSP sintasa bacteriana contenida en dicha soja. Esta actividad alergénica no difirió significativamente de la actividad alergénica basal de las proteínas de la soja común y sí fue significativamente inferior a la actividad de alergenos conocidos (2). Finalmente, tenemos el producto de la acción de la enzima. Este producto es justamente el 5-enolpiruvilshikimato-3-fosfato, o EPSP, que se encuentra en todas las plantas y por lo tanto, lo ingerimos cuando comemos cualquier producto vegetal a menos que el vegetal haya sido tratado con glifosato, en cuyo caso tampoco vamos a tener producto alguno, ya que la planta se murió. Por lo tanto, no deberíamos esperar que el EPSP nos cause algún daño. Por otro lado, como los niveles de la enzima EPSP sintasa están alterados en la soja transgénica respecto de la común, podrían producirse cambios en la composición química de la soja transgénica respecto de la común. Sin embargo, en los análisis realizados sobre ambos materiales no se detectaron tales cambios (2). ¿Y qué hay respecto del gen de resistencia al antibiótico? Para el gen y para el producto del gen, o sea la enzima que destruye el antibiótico vale lo mismo que dijimos antes: ambos son totalmente destruidos en el estómago y no existe posibilidad alguna de que a su paso por la tráquea vayan a transferirse a una bacteria haciéndola resistente al antibiótico o bien se alojen en algún otro sitio para ejercer su acción. Además, debemos recordar que los productos de soja son en general sometidos a tratamientos térmicos con calor para inactivar los factores antinutricionales, algunos de los cuales, por ejemplo la hemaglutinina o el inhibidor de tripsina, son también proteínas. Así, el ADN y las enzimas mencionadas son con toda probabilidad destruidos en estos tratamientos, previos al consumo. Por otra parte, la digestibilidad de los alimentos aumenta si las proteínas son destruidas (por eso es que cocinamos la carne, por ejemplo). Si las proteínas fuesen ingeridas intactas, nuestro aparato digestivo tendría mucho más trabajo puesto que debería hidrolizarlas él antes de asimilar los aminoácidos. En conclusión, no hay ninguna evidencia, ni siquiera una hipótesis con un mínimo de seriedad científica, que nos indique que el consumo de soja transgénica pueda ser riesgoso. ¿Existe algún riesgo ambiental con el cultivo de soja transgénica? Aquí es más discutible si la soja transgénica es equivalente a la soja común. Por empezar, el cultivo de soja transgénica se realiza utilizando gran cantidad del herbicida glifosato, que como dijimos anteriormente, es biodegradable y no afecta a animales ni humanos. Así, aún cuando el uso del glifosato sea preferible al de otros herbicidas más tóxicos o menos degradables, su aplicación indiscriminada puede traer efectos no deseados, por ejemplo, seleccionando posibles malezas resistentes al glifosato. También tenemos la presencia del gen de resistencia al antibiótico, que podría transferirse a las poblaciones bacterianas del suelo, creando varientes resistentes. El proceso aquí es complicado y la probabilidad de transferencia es baja, pero dada la gran cantidad de raíces que quedan en el suelo después del cultivo de soja, podría ocurrir que durante la descomposición de las mismas una insignificante cantidad de dicho gen quede intacto y pueda incorporarse en algún genoma bacteriano por un proceso denominado “transformación”. Aún así, la probabilidad de que las bacterias transformadas pasen a conformar una parte significativa de la población bacteriana total es muy baja ya que el antibiótico normalmente no se encuentra en los suelos y entonces, no existe una presión de selección que favorezca a los individuos portadores de dicho gen. Estos genes, en realidad, se encuentran dispersos en diversas especies bacterianas desde donde la transferencia a otras es más probable, y la presión de selección se da intensamente en otras áreas de la producción agropecuaria, como por ejemplo la producción de pollos, donde el uso de hormonas y antibióticos es indiscriminado. De todos modos, aunque nuestra atención sobre el problema de los antibióticos deba enfocarse en estos ejemplos, la liberación de materiales transgénicos llevando genes de resistencia a antibióticos es una preocupación mundial. Además, dado que el gen de resistencia al antibiótico ya no cumple ninguna función en el vegetal transgénico una vez obtenido, su incativación y/o remoción debería ser una práctica normal. Otro inconveniente proviene del uso muy extendido de un solo genotipo de soja. Es como si todas (o casi todas) las plantas de soja que se cultivan en Argentina fueran hermanas. Al ser tan parecidas, pueden tener propiedades muy deseables en todos sus caracteres (no sólo en la resistencia al glifosato) pero si apareciera alguna plaga capaz de atacar dicha soja, rápidamente acabaría con todos los cultivos. Esto, por supuesto, no se debe a que la soja sea transgénica sino a la utilización de una muy baja variabilidad genética, contra lo que continuamente alertan los

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buenos genetistas, y que justifica la conservación de bancos de germoplasma de diversas especies en todo el mundo en nuestro país dicha tarea es realizada en su mayor parte por el INTA. Las ventajas y desventajas del sistema de siembra directa el que se utiliza con la soja transgénica también son materia de debate. En su origen, la siembra directa fue muy apreciada como metodogía conservacionista, es decir, un conjunto de prácticas que conservan la fertilidad y las buenas propiedades de los suelos. Esto se debe a que en la siembra directa se evita el arado y ciertas labores culturales, entre ellas el desmalezado con métodos mecánicos, que son agresivas para el suelo y en muchos casos conducen a la erosión. Sin ser un técnico especialista, puede apreciarse que un sistema de cultivo que mantenga el suelo tal como está es más conservacionista que sistemas que hacen pozos, surcos, dan vuelta patas arriba capas enteras de suelo y todo ello con la consiguiente pasada continua de maquinarias pesadas que luego aplastan el suelo con sus grandes ruedas. Sin embargo, se ha detectado que la siembra directa conduce a ciertos desbalances nutricionales en el suelo. Dado que estos suelos soportan una biomasa de raíces muy alta, podría producirse una lenta disminución del contenido de oxígeno del suelo, lo cual repercute en la actividad microbiana la que degrada el humus para restaurar los nutrientes. Nuevamente, estos no son problemas exclusivos de la soja transgénica sino de la siembra directa en general y deben encararse y evaluarse adecuadamente para el buen manejo de los cultivos. ¿Existe algún problema comercial alrededor de la soja transgénica? Aquí la respuesta es un rotundo “SI”. Como dijimos antes, la soja transgénica fue desarrollada y actualmente es producida por Monsanto, una empresa multinacional con sede en Estados Unidos. Monsanto es una de las firmas más poderosas en lo que a biotecnología agrícola se refiere y como toda multinacional poderosa tiene conflictos de intereses tanto dentro como fuera de Estados Unidos. Un conflicto de intereses evidente de esta firma es con la Unión Europea. Además, tanto el Roundup como la soja RR están protegidos por patentes internacionales a nombre de Monsanto. De manera que mucho de lo que se dice sobe la soja como “solución al hambre del mundo” o por el contrario, mucho del temor que se pretende infundir alrededor de la soja transgénica (y de los alimentos transgénicos en general) puede muy bien estar relacionado con esta guerra de intereses comerciales. La información está ahí y Ud. ahora puede elegir con un poco más de conocimiento de qué se quiere alimentar y qué riesgos correr. El riesgo cero no existe. Siempre la tecnología es peligrosa: Ud. puede sufrir una descarga eléctrica si enchufa mal un aparato, puede sufrir daños en los oídos si escucha muy fuerte su walkman, su vista puede ser alterada por la televisión, puede chocar con su auto, etc... y la soja transgénica podría alterar en algo los ecosistemas. Todo esto es cierto y también es cierto que gracias al progreso tecnológico la esperanza de vida de los argentinos pasó de 40 a 70 años en el último siglo y cada uno de nosotros está mejor informado y sabe más que cualquiera de nuestros abuelos. Referencias bibliográficas: (1) Schönbrunn, E., Eschenburg, S., Shuttleworth, W.A., Schloss, J.V., Amrhein, N., Evans, J.N. y Kabsch, W. (2001) Interaction of the herbicide glyphosate with its target enzyme 5-enolpyruvylshikimate 3-phosphate synthase in atomic detail. Proc. Natl. Acad. Sci USA 98:1376-1380. (2) Rogers, S. (1998) Biotechnology and the soybean. Am. J. Clin. Nutr. 68(Suppl):1330S-1332S.

Sin referencia de publicación. Texto aportado por el Ing. Carlos Rezzano. TEXTO 3 Rev. Mar. N° 19, Septiembre de 2008. pp. 89-98

Transgénicos: Perspectivas y riesgos desde América del Sur Oleski Miranda Magíster en Antropología y Desarrollo, Universidad de Chile. Sociólogo, Universidad del Zulia, Venezuela [email protected]

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Resumen El presente artículo aborda el tema de los transgénicos y el importante debate que tiene lugar en las comunidades académicas, así como la atención creciente de la opinión pública, especialmente la reflejada en los medios de comunicación impresos. En Suramérica, salvo contadas excepciones, apenas se empieza a ventilar el tema de manera abierta, a pesar de que la región es una considerable fuente productora de materias primas para la industria agroalimentaria. Asimismo, se observa que uno de los potenciales riesgos sobre la biogenética aplicada en los alimentos guarda relación estrecha con la poca información dirigida al consumidor y, en su caso extremo, con su ocultamiento. A modo de conclusión se deja un registro de los posibles riesgos que contienen los transgénicos, aunque a mediano plazo se plantea la hipótesis de que podrían constituir una oportunidad para América Latina si se optara por posicionar en mercados internos y externos productos libres de intervenciones genéticas. Abstract The present article discusses the subject of transgenics and the important debate that is not only currently taking place in the academic field, but that is also catching growing public attention, as specifically reflected in the news media. In South America, with very few exceptions, the subject of transgenic food has barely been discussed in an open fashion regardless of the fact that it is a region that produces a great deal of goods for the agricultural industry. As a result, it should be acknowledged that one of the potential risks presented by biogenics can be blamed on the fact that there is very little information directed toward the consumer, and in extreme cases, it is actually hidden from consumers in Latin America. In its conclusion, this article lists the possible risks that transgenic foods present, while it also suggests the hypothesis for the short term that could constitute an opportunity for Latin America, if it chooses, to put products free of genetic intervention in its internal and external markets. Palabras Clave: Transgénicos. Medios de Comunicación. Riesgos. Biogenética. Suramérica. Keywords: Transgenics, Media, Risks, Biogenetics, Southamerica. Introducción Como parte del acelerado desarrollo tecnológico global de las últimas décadas, los avances logrados dentro del campo de la Biotecnología han detonado cambios de gran envergadura en la intrincada carrera por mejorar las condiciones de vida de los seres humanos. Una de estas novedades son los Organismos Genéticamente Modificados Transgénicos: Perspectivas y riesgos desde América del Sur (OMS), identificados comúnmente bajo el nombre de transgénicos. Si bien es cierto que la hibridación de plantas y animales no es un proceso de nueva data, la entidad y magnitud de esta tecnología ha abierto un importante debate sobre los posibles riesgos, desafíos e implicaciones éticas del uso de la biogenética en organismos vivos. En la actualidad, un alto volumen de la producción mundial de alimentos se encauza entre los márgenes de procesos biotecnológicos. En los últimos años ha habido un aumento considerable de la información al respecto, así como una creciente resonancia del tema en la opinión pública. Pero más allá de lo que pueden registrar los medios, el grueso de la información se encuentra dispersa en la Internet, de modo que es muy poco lo que se puede conocer en los medios de comunicación masivos tradicionales. La información, pues, aun sigue siendo mínima. De forma equivalente, es posible aseverar que prevalece un sentimiento de desconocimiento en el consumidor respecto a los posibles riesgos de la intervención genética. Mediante los recursos de la ingeniería genética, los transgénicos “se producen al introducir un gen de un organismo en el DNA (material genético contenido en el núcleo de las células) de otro, sea este de la misma especie o de otra completamente distinta, incluso de uno diferente (genes de animales, bacteria, virus) para conferir a la planta un rasgo especifico nuevo, por ejemplo resistencia a un herbicida” (Torrico, 2001:37). Dada la naturaleza critica de esta tecnología y de su producto terminal, ambas están sujetas a las regulaciones y normas de la propiedad intelectual. “Esto significa que el organismo vivo modificado a partir de un procedimiento biológico que cambia de estructura genética natural puede estar sujeto a un registro o a una patente, que establezca su uso y aprovechamiento exclusivo”. (Hermani, 2001:21). De allí que el Derecho en Propiedad Intelectual sea en la actualidad una de las áreas punteras de las Ciencias Jurídicas.

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Para los defensores de los transgénicos, los beneficios están en la reducción de costos de producción, el manejo de maquinarias y el empleo de pesticidas. Por otro lado, sus críticos señalan un trasfondo comercial observable en el pago de los derechos de patente, lo que es causa de una ampliada dependencia económica. Las semillas transgénicas son estériles y pierden sus características en una segunda generación, por lo que se hace necesaria nuevamente su adquisición. Junto a esa dependencia, se encuentra el hecho de que las empresas dueñas de las patentes son compañías privadas de Estados Unidos (EEUU) y Europa, las cuales controlan todo lo relacionado a la producción, manejo y propiedad intelectual. Con todo, las varias aristas del problema no solo están constreñidas a los conflictos comerciales y económicos. Primeros obstáculos En Agosto de 1998, el científico británico Arpad Pusztai apareció en la televisión británica para mostrar parte del resultado de sus investigaciones. Semanas después perdió su trabajo y su equipo de investigadores fue removido, sus experimentos detenidos y su información y datos confiscados. El crimen de Pusztai fue cuestionar la seguridad de los transgénicos. Su investigación indicaba que las ratas alimentadas con papas transgénicas sufrieron daños en los sistemas de inmunodeficiencia, y detuvieron su crecimiento orgánico. El suyo fue el primer estudio independiente orientado a examinar los efectos de los alimentos transgénicos (bioengineered) en seres mamíferos, mientras que los trabajos anteriores habían sido posibles bajo el patrocinio de firmas biotécnicas.1 Este fue uno de los casos que se discutió en la reunión anual de medios independientes en la ciudad de Nueva Orleáns en el año 2001. Fue parte del reporte anual número 25 del llamado “Project Censored”, donde son recogidas las noticias más importantes ignoradas por los grandes medios de comunicación de EEUU. El reporte informa que The Lancet, una de las revistas médicas británicas más prestigiosas, había publicado un artículo arbitrado en el verano de 1999. En éste, Pusztai sugiere que los problemas de salud observados en las ratas podrían no haber sido causados por los químicos añadidos a las papas, si no por el proceso de ingeniería genética en sí mismo. Sin llegar a un planteamiento concluyente, en el reportaje se planeta que es posible que los problemas que Pusztai encontró sean limitados a un tipo de variedad de papas, pero también es posible que sean comunes a cualquier tipo de organismo transgénicos, incluyendo gran parte de la comida que se puede conseguir en los estantes y refrigeradores de los mercados (Roth, 2001). En este caso uno de los riesgos potenciales que rodean a los transgénicos, más allá de los efectos y alteraciones en los organismos vivos, está ligado más bien a la paliación que se hace con la información. No es una situación equivalente a la guerra donde la primera víctima es la verdad. Pero en los Estados Unidos, por ejemplo, los únicos periódicos que cubrieron brevemente la noticia fueron The Washington Post y The Wall Street Journal, mientras que en Inglaterra logro un poco más de atención y los medios que destacaron los hechos fueron: The Independent, The Herald, The Irish Time, The Guardian y The Times. Otros importantes medios no consagraron un centímetro al asunto. Conflictividad socio-ecológica y matización de la información Los estudios de Pustzai, como hemos visto, fueron las primeras investigaciones independientes que mostraron resultados de los que se podía inferir la posibilidad de graves riesgos para la salud en los seres humanos. La comunidad científica, por su parte, venia discutiendo sobre los efectos que podía causar los OGM liberados en el medio ambiente. La cita in extenso aborda el tema sin sensacionalismo y llama la atención sobre la magnitud creciente del problema. Este aspecto representa una justificada preocupación publica por las repercusiones sociales que podría tener, en la seguridad y en la salud de las personas, mucho más si tomamos en cuenta que en los últimos veinte años, se han hecho liberaciones al medio ambiente, de organismos manipulados mediante la ingeniería genética. En la década de los noventa, se habían reportado 246 liberaciones de organismos vivos genéticamente modificados. (Crespo, 2000). Se carece de información de base empírica sobre el presente inmediato, pero no hay elementos de juicio razonables para suponer que la tendencia se ha revertido. Significativamente, los estudios han mostrado que los cultivos de organismos genéticamente modificados pueden contaminar las plantas no transgénicas. El fenómeno se conoce como la huída de genes o el flujo genético y ha sido causa de serios daños al equilibrio ambiental, al balance ecológico y a la biodiversidad (Torrico, 2001:37). Los impactos varían de acuerdo al lugar, de modo que en áreas con altos niveles de endemismo es posible que experimenten alto niveles de erosión e incluso la extinción de especies. Asimismo, se conjetura sobre la pérdida de biodiversidad dada las abruptas transformaciones que implica la alteración del medio en que se encuentran los organismos, trayendo en su conformación variados tipos de genes ajenos.

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Asimismo, es de anotar que los transgénicos pueden afectar organismos naturales benéficos. Un caso relevante es el de la Mariposas Monarca que se alimentan del polen de flores en cultivos transgénicos de Maíz BT2 y cuyo número de muertes ha aumentado considerablemente. Sobre la relación hay una controversia pues otros estudios han contestado la incidencia de los transgénicos en las muertes de las mariposas. Precavidamente, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO, ha evitado asumir una posición expresa.3 Dada la escasa y en gran medida difusa de información sobre los transgénicos, el consumidor tiende a redimensionar equívocamente el ya de por si confuso tema. Desde sus inicios, es posible decir que ha existido un marcado énfasis en matizar la información dirigida a los consumidores. Desde Paris, por ejemplo, Le Monde se hizo eco del secretismo reinante; así lo recogió puntualmente en el año 1999: Asociaciones denuncian el secreto que rodea a los cultivos de OMG (04/03/99). Y de mirar hacia el otro lado del Atlántico, la opacidad es semejante. Así, por ejemplo en EE.UU., hay encuestas que revelan que la población que masivamente consume OMG por ignorancia, no lo haría sabiéndolo (Sabini Fernández, 2001:21). Sin tremendismos inviables, la pregunta a dilucidar es si estamos en presencia de un engaño colectivo. El problema, sin duda, es complejo, y se proyecta al caso de los ácidos grasos insaturados. Conocidos en inglés como trans fat, se trata de insumos utilizados para freír papas y la preparación de otros productos de consumo masivo comúnmente usados por cadenas de comida rápidas. Para la mundialmente conocida franquicia McDonald’s la problemática relacionada a los trans fat no es sólo por el uso del tipos de grasa, que se evidencia en quebrantos de la salud, al incrementar considerablemente la tendencia del consumidor al padecimiento de enfermedades coronarias y de obesidad. Los consumidores enfrentaron un doble riesgo, ya que voceros de la corporación aseguraron que usaban aceite vegetal comestible y no grasa animal hidrogenada, por lo que mucha gente y en especial los vegetarianos, no se abstuvieron de consumir productos como las papas fritas4. La cuestión, como puede observarse, no es sólo un producto más alterado biogenéticamente, sino el ocultamiento y negación del derecho a los consumidores a escoger los productos alimenticios adecuados. Como un efecto indirecto del ambiente de riesgos prevaleciente en el mercado alimenticio, en los países industrializados han proliferado los grandes mercados distribuidores de comidas orgánicas, los cuales escasos años atrás eran nichos para un grupo limitado de consumidores. Su target, para decirlo en el lenguaje del mercadeo, apuntaba hacia adultos que llevaban un estilo de vida alternativa. Hoy en día la masificación de los mercados-franquicias es a tal grado que ha provocado que el mercado de los alimentos cambie sustancialmente. Muchos supermercados tradicionales, al tomar nota del éxito de los productos orgánicos, han incluido secciones y estanterías completas llenas de los llamados productos naturales. En los Estados Unidos, la cadena Whole Foods es quizás el ejemplo más notable del éxito que ha tenido esta clase de productos. El número creciente de consumidores se extiende y ya son millones de personas las que buscan opciones más saludables de ingesta ante los productos transgénicos, o productos dañinos para la salud como las verduras y hortalizas contaminadas con fertilizantes, pescados con altos niveles de mercurio, aunado a la apremiante necesidad de combatir la obesidad con una dieta más orgánica y balanceada. Dada la gran cantidad de casos de enfermedades asociadas al consumo de alimentos contaminados (sin descontar el uso de colorantes artificiales y peligrosos ingredientes como el glumato monosodico MSG), Whole Foods adoptó una agresiva estrategia de posicionamiento de mercado, con lo que desplazo a tiendas más pequeñas en distintas ciudades. En menos de 15 años pasó de ser una pequeña tienda de esquina en la capital de Texas, a convertirse en una de las corporaciones más grande y lucrativa de la economía norteamericana actual. Las cifras hablan por sí solas, la comercialización de productos orgánicos le permitió cerrar el año fiscal de 2005 con $4.7 billones en ventas y $136 millones de ganancias, por lo que sus ejecutivos han calculado que la meta para 2010 será de unos 12 billones de dólares, convirtiéndola en el “Walt-Mart” de los supermercados de alimentos. Con todo, la masificación no significa acceso seguro de todo los consumidores a los productos orgánicos. Basta señalar que este tipo de producto cuesta entre un 30% y 40% más que los artículos no orgánicos que se consiguen en los supermercados comunes. El hecho de comprar alimentos libres de fertilizantes, preservativos, antibióticos o manipulaciones genéticas implica pagar un precio elevado, incluso para muchas familias de clase media norteamericanas, no obstante su consumo se traduzca en salud y bienestar. Podría argüirse que el auge de productos orgánicos en los países desarrollados está relacionado con el incremento de productos alimenticios nocivos para la salud. Los transgénicos han pasado a ser el centro de un conflicto que, en palabras de Ulrich Beck, ha superado la primera etapa caracterizada por los efectos y auto amenazas que se producen sistemáticamente, pero que aun no ha sido tema de debate públicos o centro de conflictos políticos (Beck, 1998). En los países desarrollados se encuentra en una segunda fase, donde el tema

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comienza a ser el centro de debate público y privado, dada sus implicaciones en la discusión política y social. En América Latina, por contraste, a pesar de ser una importante región productora de alimentos, apenas se comienza a desarrollar un debate donde se incluye al consumidor y no solo a los productores y comercializadores. 5 La situación en América del Sur Ante los avances y amenazas que presenta la ingeniería genética, se ha establecido dos conceptos que enmarcan sus alcances e implicaciones. Son, a saber, la Bioética y la Bioseguridad. La primera es el análisis de los asuntos éticos surgidos de la biotecnología y la medicina, especialmente aquellos producidos por la actividad humana en el ambiente a través de la tecnología. La segunda se define como una disciplina que ha devenido en una compleja estrategia multidisciplinaria para regular el uso y liberación en el ambiente de organismos modificados genéticamente (Otayza, 1999). En América Latina, ha sido el sector agropecuario el espacio donde la comunicación biocientífica y biotecnológica ha tenido mayor impacto (Arnold, M. Osorio, F. Robles, F,: 2001) En la mayoría de los países del hemisferio occidental la tecnología ha sido desarrollada por el sector privado, en general ha sido tareas de laboratorios al servicio de la industria agropecuaria, sumados algunos estudios e investigaciones llevadas a cabo en centros universitarios con apoyo del Estado. La idea a retener es que la Biotecnología le ha otorgado una nueva dimensión a la ética ampliando el horizonte más allá de la tradicional ética médica (Edgar Otayza:1999). Y es que ella comprende ámbitos como el jurídico (registro de patentes); económico (carácter utilitario y comercial de la biotecnología); medio ambiental (protección y uso); y, finalmente, el político y social (valoración de riesgos). En efecto, puede aseverarse que estamos frente a un nuevo campo del saber. Como parte integral y análogo a los procesos asociados a la Biotecnología, emerge el concepto de Bioseguridad. También se trata de un campo relativamente novedoso del conocimiento de carácter aplicado: A Biossegurança é uma ciência surgida no século XX, voltada para o controle e minimização de riscos advindos da prática de diferentes tecnologias em laboratórios ou quando aplicadas ao meio ambiente. A Biossegurança é regulada em vários países no mundo por um conjunto de leis, procedimientos ou directivas especificas (CTNBio, Informe de la Comision Técnica Nacional de Bioseguridad de Brasil, 1999:15). Es de anotar, sin embargo, que su aplicación en los países del hemisferio no ha sido uniforme. Tomemos algunos casos que nos ilustren al respecto. En el caso de Venezuela, bien puede decirse que los estudios biotecnológicos se remiten a principios y mediados de los ochenta: De acuerdo a estudios realizados por la Dr. Yolanda Texera, CENDES UCV, en octubre de 1984, existían en el país 8 laboratorios de cultivos de tejidos en funcionamiento, realizando actividades de investigación, desde investigación básica, técnica de transferencia, hasta aplicación básica y producción. (Martínez Guarda, 1986:21). Años después, en 1986 precisamente, se reconocía su uso en la agroindustria venezolana: “En Venezuela, la Biotecnología se ha centrado, fundamentalmente, hacía la producción de etanol para licores y rones; vinagres para la industria alimentaria y el mercado domestico; producción de levaduras de panificación y cervezas” (Carrizales, 1986:115). A pesar de no ser un país netamente agro productor, Venezuela ha tenido un desarrollo importante en lo concerniente a avances biotecnológicos. Debido a la relativa situación económica de ser un país petrolero, mantuvo una onerosa importación de insumos biológicos cuyo destino era la industria agroalimentaria. En fecha reciente, valga anotar que se están haciendo experimentos en la Universidad de los Andes, Mérida, con la lechosa (papaya). Por ser investigaciones en desarrollo, desconocemos sus resultados. Lo sustantivo es que a pesar de que la biotecnología tiene una historia de varios años de investigación, desarrollo y producción en Venezuela, es muy poca la legislación específica en cuanto a su uso, aplicación y comercialización. Hasta principios del año 2005 había solamente obligaciones bajo la figura de acuerdos internacionales del derecho de propiedad intelectual (Trips), suscrita con la Organización Mundial del Comercio de 1994 y la Decisión 344 del Acuerdo de Cartagena de 1993. Sin la existencia de leyes específicas en torno a la bioseguridad, el problema se enfocó (como en el resto de la región), hacia el estudio de la propiedad intelectual. Dada la presión que ejercen los organismos internacionales para hacer valer las leyes de propiedad intelectual, el tratamiento del tema se ha concentrado en todo lo concerniente a las patentes, haciendo caso omiso respecto a la seguridad y las potenciales amenazas. Sin embargo, a mediados de abril de 2005, el ministerio de Agricultura y Tierras (MAT), a través de la junta nacional de oleaginosas-soya, el gobierno venezolano aceptó la petición de rechazo del uso de insumos agrícolas y de semillas con componentes transgénicos. Es de anotar que los gremios representados mostraron su acuerdo en extremar el cuidado para que no se utilicen productos genéticamente alterados 6.

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En Venezuela no solo habrá que mirar con celo la importación de semillas genéticamente modificadas, sino también los insumos procesados tales como cereales, estratos de frutas, enlatados y jaleas que ingresan al país importados. No es ocioso preguntar si la popular harina que se consume masivamente en Venezuela en forma de arepa está libre del maíz transgénico.7 La interrogante es válida ya que la empresa que elabora el producto más popular de la dieta del venezolano, utiliza en parte, maíz importado. De allí la necesidad perentoria de una ley (tal como existe en varios países europeos y en Japón, y que empieza a ganar espacios en el hemisferio como lo muestra Bolivia), que obligue a fijar una etiqueta con la advertencia al consumidor de que está consumiendo un producto modificado. Ese sería un tratamiento justo para el consumidor. Continuando con los países andinos, en Colombia, el clavel representa el producto transgénico de mayor cultivo, aunque también realiza experimentos con renglones como el algodón, la yuca, la bracharia y otros. En Perú y Ecuador se llevan a cabo actividades experimentales con la soya, la papa y algodón, pero la información es escasa. El año 2000 fue un hito para Bolivia. Debido al debate público en los medios y la presión que ejercieron grupos productores y público en general, se detuvo la introducción de un tipo de papa identificada con el nombre Desiree, aunque denominada Papa Tomasa o Toralaba, intervenida con genes de arroz, una tecnología desarrollada por la Universidad de Leeds de Inglaterra. En Brasil, el país que alberga la biodiversidad más amplia del planeta, ha venido aumentando significativamente la producción de cultivos de soja transgénica, al mismo tiempo que se hace experimentos con rubros como el maíz, algodón, caña de azúcar, papa, arroz, eucaliptos y tabaco. Pero Brasil no es solo el país con la fiesta más grande del mundo. También es uno de los países de la región en donde se va a poner en ejecución cultivos a gran escala de maíz transgénico. La iniciativa es impulsada por Monsanto, la mayor corporación comercializadora de productos modificados. La buena noticia es que el plan ha suscitado un vibrante debate público sobre el tema, estimulado por la prensa escrita (Folha de Sao Paulo y Zero Hora de Porto Alegre), y en especial en la región de Rio Grande du Sul. Afortunadamente ha habido una gran cantidad de seminarios y conferencias en los que el tema ha sido tratado desde distintos ángulos analíticos. A mediados de 2006, Chile suscribió acuerdos para certificar la producción orgánica de alimentos para la exportación, visto que el país posee una superficie cultivada con organismos modificados de maíz, soya, tomate, tabaco, eucaliptos, zapallo (calabacín), remolacha y otros. No hay datos que hablen de liberaciones u otros experimentos. En Paraguay se llevan a cabo algunas actividades experimentales pero con muy poca información al respecto. Más al Sur, Uruguay por su parte, también posee una superficie cultivada con transgénicos, especialmente con soja. Por último Argentina tiene una posición puntera en la materia. Es el país líder en la región y segundo en el mundo como exportador de OGMs. Muestra una historia de crecimiento sostenido desde 1995, al grado que en el 2005 sembró 17,1 millones de hectáreas de cultivos transgénicos. Casi el 100% de la soya sembrada en Argentina es transgénica, lo que representa un 14% de las exportaciones totales de ese país. Asimismo, ha hecho liberaciones de organismos modificados y experimenta con maíz, girasol, soya, algodón, papa, col, trigo, alfalfa, arroz, remolacha, tomate, tabaco y otros. No debe perderse de vista que Argentina es, de acuerdo a la FAO, el décimo primer productor de alimentos del planeta. Con todo, no posee ninguna patente sobre biotecnología, eventualidad que de acuerdo a las reglas en el sector es un factor importante de desventaja en lo que se refiere a la generación de ingresos por concepto de derechos de propiedad. En suma, vista las cosas desde una perspectiva regional, las desventajas científicas y comerciales son enormes: El motivo que rige las investigaciones y las aplicaciones OGMs son estrictamente comerciales y de inversión. Las primeras pruebas y liberaciones fueron efectuadas por empresas privadas en EEUU y Francia. Desde 1986 a la fecha, más del 75% de las pruebas y desarrollo son llevadas a cabo por empresas privadas, las mismas que han patentado dicha biotecnología. Esto implica que el pago de patentes lleva a una gran dependencia no solo de carácter económica, sino también tecnológica, al no ser traspasada a los productores (países donde se cultivan los transgénicos), manteniendo una relación de desventaja al mismo tiempo que aumentan este tipo de cultivos. Oportunidades y riesgo Paradójicamente, la conflictividad generada a partir de los riesgos de los transgénicos pudiera significar para Latinoamérica (si revirtiéramos la ecuación en la cual crece la participación de la región en la producción mundial), en una gran gama de oportunidades dentro del escenario de la llamada globalización de los riesgos. Como se sabe, el caso que inicialmente advirtió y amplificó las comunicaciones en torno a los peligros de la ingeniería genética, fue la encelopatía espongiforme, enfermedad bovina conocida como vaca loca o mad cow (EEB o BSE por sus siglas en inglés). La epidemia, causada a principios de los noventa por un prión o proteína infectada, se extendió entre la población animal vacuna, azotando gran parte de Europa y parcialmente a

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Norteamérica, lo que dejó al descubierto los serios riesgos que los seres humanos tendríamos que enfrentar como consecuencia de la manipulación genética. Luego de que se reportaran varios decesos humanos y pérdidas materiales millonarias, países como Argentina y Brasil, resultaron beneficiados dada su condición de productores netos de carnes y otros productos derivados del ganado vacuno. Estos países ganaron mercados como el de Japón, Corea del Sur y otros países asiáticos por las restricciones que se aplicaron a los productores británicos y estadounidenses, mercados que generalmente son difíciles de acceder por las distintas medidas proteccionistas que los hermetizan. La carne argentina de ganado vacuno alimentado en pastizales libremente es reconocida en los mercados internacionales, en contraposición de otros métodos de engorde como el del corral o el feed lot, aunque no existe una estrategia de promoción definida del producto. Reconocemos que la entrada y ventas de productos latinoamericanos bajo estas circunstancias no es la más adecuada, es un ejemplo de cómo la región podría aprovechar las crecientes amenazas bioalimentarias que se ciernen en el mundo globalizado. Si bien la producción mundial de alimentos se desarrolla y orienta bajo los márgenes de la biogenética, también ha empezado a gestarse una mayor conciencia en el consumidor y en consecuencia, un gran mercado entre los países desarrollados por la vital necesidad de productos alimenticios orgánicos libres de agentes modificados. Creemos entonces que es allí donde América Latina debe conducir su participación en la producción alimentaria mundial, y bajo esta óptica, la globalización de los riesgos también podría convertirse en oportunidades y beneficios para la región. A la par del avance de los cultivos transgénicos y de su comercialización en América del Sur y otros países emergentes, ha ido creciendo un movimiento opositor que ha asumido posición desde distintas organizaciones campesinas y productoras de insumos agrícolas, hasta aquellas que incluyen a estudiantes y consumidores. Esta oposición, tamizada por una disposición al debate, reflejada en manifestaciones públicas varias, ha llamado a evitar el uso y consumo de transgénicos. Prueba de estas declaraciones son, a saber: Compromiso de Río Branco, Río Branco-Brasil (2002); RALLT Quito-Ecuador (2001); Red por una América Latina Libre de Transgénicos; Declaración de Dakar, Dakar-Senegal (2000); y Declaración de la introducción de la papa transgénica en Bolivia (1998). Estos movimientos, en el caso de Bolivia, lograron detener la introducción de la papa transgénica Desiree, y en Brasil han alcanzado hacer resonancia en la opinión pública con resultados positivos. No obstante la realidad muestra un panorama distinto, el incesante y eficaz lobby político de poderosas corporaciones biotecnológicas y, por consiguiente, el desmedido aumento en la región de la producción de semillas transgénicas apunta a una lucha de intereses sin precedentes en el futuro inmediato. Esperemos que la respuesta este en la conciencia vigilante de productores y consumidores que al final son los verdaderos afectados. RM Bibliografía Arnold, M. Osorio, F. Robles, F. 2001. “Complejidades Emergentes: La comunicación Genética y el inicio de la otra historia.” En Revista Chilena de Antropología, Núm. 16 2001-2002 Universidad de Chile. Arnold, Marcelo. 2002. “La comunicación genética desde la perspectiva de los sistemas sociales” Acta Bioética 2002; año VIII, Núm. 1 Beck, Ulrich. 1998. “La Sociedad del Riesgo. Hacia una nueva modernidad.” Ed. Paidós, Barcelona Documento Informativo de la Comissiao Tecnica Nacional de Biosseguranca .1999. “Transgénicos”, Ministerio de Ciencia e Tecnología, Brasil. Di Prisco, M. Texera, Y. Comp. 1986. “Biotecnología: oportunidades para Venezuela”Fondo editorial Acta Científica Venezolana, Caracas. Dezeo, Ana. 2006. “Soya Transgénica, un fantasma recorre América” Diario Frontera, Miércoles 11 de Enero de 2006, Mérida –Venezuela, cuerpo B pág. 4 Crespo, Miguel Angel, (Mayo de 2000) . “Bolivia: Control Biológico vs Transgénicos” en Biodevirsidad en America Latina. Disponible en: http://www.biodiversidadla.org/content/view/full/4821 Accedido el 20 de julio de 2008 Jungemann, Beate. 2005. “Venezuela Visión Plural, Una Mirada desde el CENDES Tomo II” Colección Intramuros, Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES), Universidad Central de Venezuela. McKinney Kacy .2006. “The Contested Development of the Transgenic Landscape: Policy, Narrative, and Networks in Agrarian Struggles in Rio Grande do Soul, Brazil.” Ponencia presentada en el marco del XXVI congreso de Estudiantes ILASSA Teresa Lozano Long Institute of Latin American Studies. University of Texas, Austin 10 de Febrero de 2006.

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Memoria del Seminario Nacional. 2002. “Problemática de los cultivos transgénicos en Bolivia” Movimiento Agropecuario para América Latina y del Caribe- Maela. Santa Cruz-Bolivia 14 y 15 de Septiembre de 2000. Nota de prensa. 2005. “Mc Donald’s abonará 8,5 millones de dólares para evitar juicio” Diario ABC, Año CII, Martes 15 de Febrero de 2005, Madrid, España, pág. 72. Otayza, Edgar. 1999. “Bioética no es ética médica” en Revista SIC año LXII Núm. 616 Julio 1999, Caracas, Venezuela Pérez, Yiralí. 2005. “Consumidores rechazan uso de semillas transgénicas” Diario LaVerdad, Jueves 14 de Abril de 2005, Maracaibo-Venezuela cuerpo A pág. 11 Roth, Gabriel. 2001. “Stopping the Presses, Project Censored present its 25th annual report of all news that didn’t fit.” Gambit Weekley, 8 de Mayo de 2001 New Orleans- Louisiana pág. 19-25 Sabini Fernández, Luis. 2001. “Transgénicos la guerra en el plato la increíble y triste historia de la cándida Argentina y su tío desalmado Sam” Fusión Creativa Editores y Rel-UITA, Buenos Aires-Argentina. Torrico, Bernardo. 2002 “¿Qué son y cómo se construyen los Organismos Genéticamente Modificados? Dos visiones de la ciencia: El Dogma Central y el Genoma Fluido” en Los Transgénicos en el Contexto de Bolivia, Memoria del Seminario 12 y 13 de diciembre de 2001: pp. 37-43, La Paz-Bolivia. Notas 1 Véase Gabriel Roth (2001) “Stopping the Presses, Project Censored present its 25th annual report of all news that didn’t fit.” Gambit Weekley, 8 de Mayo de 2001 New Orleans-Louisiana págs. 19-25 2 Según la pagina web en español de la gran empresa productora mundial de transgénicos: Monsanto, el Maíz BT es un maíz que ha sido modificado genéticamente para protegerlos contra los insectos plaga conocidos como taladros (Ostrinia Nubilalis y Sesamia Nonagrioides), gracias a una proteína procedente de una bacteria natural del suelo llamada Bacilus thurengiensis BT. Véase: http://monsanto.es/files/MonsantoDinA3Med.pdf Accedido el 4 de Julio de 2008 Véase documento al respecto: http://www.fao.org/documents/show_cdr.asp?url_file=/DOCREP/006/Y5160S/y5160s10.htm Accedido el 14 de Julio de 2008 4 Mc Donald’s aceptó pagar 8,5 millones de dólares para evitar el juicio de la demanda que introdujo un grupo de consumidores estadounidenses con respecto a este caso, apelando a sus derechos sobre la información que recibe el consumidor sobre los alimentos que adquiere. Véase Diario ABC, Año CII, Martes 15 de Febrero de 2005, Madrid, España, pág. 72. 5 Véase Pérez, Yiralí. (2005) “Consumidores rechazan uso de semillas transgénicas” Diario La Verdad, Maracaibo Jueves 14 de Abril de 2005, cuerpo A pág. 11 6 Al respecto Beate Jungemann trata el tema a partir de las contradicciones que genera el mismo: “el gobierno de Chávez (Ministerio de Agricultura) prohibió el uso de transgénicos en la producción agrícola, pero sin ninguna ley o ningún decreto para la regulación de la importación de semillas transgénicas producidas por las transnacionales, importaciones que está llevando a cabo dicho ministerio”. Véase Jungemann B. (2005) “Venezuela Visión Plural, Una Mirada desde el CENDES Tomo II” Colección Intramuros, Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES), Universidad Central de Venezuela, pág. 611. Revista Digital Universitaria 10 de abril 2009 • Volumen 10 Número 4 • ISSN: 1067-6079 © Coordinación de Publicaciones Digitales. DGSCA-UNAM

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Clarín.com

Jueves 5 de agosto de 2010 Opininón - Tribuna

Proteínas como arma de negociación con el mundo 05/08/10 Pensar que la producción de alimentos es sólo soja es achicar el horizonte. Pero sin soja, es probable que no tengamos cómo gestionar la colocación de otros productos. Por Gustavo Grobocopatel, PRODUCTOR AGROPECUARIO, TITULAR DE “LOS GROBO” Los recientes acontecimientos que tuvieron a nuestra relación con China como protagonista permiten, una vez más, reflexionar sobre la estrategia de desarrollo de nuestro país. No es casual: China es una locomotora que absorbe materias primas diversas -entre ellas, a los alimentos-, es el país que tendrá el 25% del PBI mundial en pocos años más y aparece como una economía con enormes complementariedades con la nuestra. Muchos países, que hoy son los líderes en el mundo, hubiesen querido tener hace 10 años este escenario de certezas básicas. También es cierto que estos fundamentos no resuelven por sí mismos una estrategia de desarrollo inclusivo y es aquí donde el conjunto de fuerzas de la nación deben construir una visión de largo plazo. Los gobiernos han sido elegidos para ejecutar políticas pero, sobre todo, se les ha delegado la facultad de generar y facilitar el funcionamiento de espacios de creación colectiva. La complejidad del mundo es tal que el pensamiento único tiene amplias probabilidades de llevarnos a errores. El sistema de liderazgo de la sociedad debe participar activamente en estos debates. Desde hace varios años venimos sosteniendo que hay fundamentos muy sólidos para la demanda de alimentos hay que sumarles desde hace 5 años las energías verdes- y que las oportunidades para nuestro país son extraordinarias. Muchas personas no lo creyeron o miraron con desconfianza pensando que era una opinión teñida de interés sectorial, pero son pocos los que hoy -por fuerza de la realidad- dudan. Los beneficios están presentes en el conjunto de la sociedad y el modelo económico se sustenta, entre otros pero sobremanera, en el aumento de la producción de alimentos, su exportación y provisión asegurada al mercado interno. Yo agregaría que este proceso está en sus albores y que, si bien tenemos una plataforma muy buena, podemos perder la oportunidad de crear un siglo de bienestar para nuestra sociedad. Todavía puede ser peor: podríamos tener la ilusión que lo logramos, pero nos quedamos a mitad de camino. Sólo analizando las posibilidades de colocar proteínas en forma de carnes varias y derivados de lácteos, de fibras o de biocombustibles de segunda y tercera generación podemos ver la oportunidad que tenemos, lo lejos que estamos todavía y el arduo camino que tenemos que transitar. Desde mi punto de vista, pensar que la producción de alimentos es sólo soja y que nuestro rol debería reducirse a él es empequeñecer el horizonte. Argentina posee competitividad para producir una enorme cantidad de productos y el enorme desafío es crear y exportar productos con mayor grado de complejidad. Esto crearía mayor utilización de mano de obra, trabajo más calificado, mayor valor de las exportaciones y más oportunidades para más gente. Lo que está errado, en mi percepción, es creer que la soja es responsable de que ello no ocurra. En principio, porque hay una complejidad creciente en la producción de soja que sólo por ignorancia o mala fe no se puede reconocer, y también porque hay mayor valor de las exportaciones, ya que éstas no sólo dependen del valor por tonelada sino de la cantidad de toneladas que podemos vender. Lo más importante es que la soja no sólo no compite con los productos de valor agregado sino que puede ser su aliada natural y principal. Si el mundo necesita soja y sus derivados, se los podríamos dar a cambio de que también nos compren otros productos. Si no tenemos soja es muy probable que no tengamos cómo negociar la colocación de los otros productos, sean del origen que sean.

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Las proteínas pueden ser nuestra mejor arma de negociación ante el mundo. Estas deberían darse en el marco de una creciente integración regional previa, la escala aumenta las posibilidades y el poder de negociación. Junto a Brasil y la región tendremos el rol de contribuir con más del 50% de la oferta futura de alimentos y energía verdes; hay una necesidad de rápida y profunda convergencia de intereses entre los países del sur de América. Los sectores exportadores encontrarán más capacidad de negociación frente a otros países o bloques y los sectores ligados al consumo interno deberán asumir que “el gran mercado interno de Argentina” es toda la región sin fronteras. Pensar en los flujos de bienes y servicios a mediano y largo plazo y el rol de Argentina permitirá hacer una asignación eficiente de los recursos, se podrían generar incentivos que orienten la inversión pública y privada y construir una multilateralidad en las relaciones globales. Los pueblos deben confiar y saber que los argentinos cumpliremos con el desafío de alimentar al mundo y proveer las energías limpias para que el desarrollo sea sustentable. Necesitamos un horizonte claro para la sociedad y que el Estado facilite este proceso haciéndolo de todos. Facilitar es hacer cumplir con las reglas y no cambiarlas para incentivar la inversión privada, es invertir en servicios públicos de calidad e infraestructura, es redistribuir riqueza con equidad e inclusión. La sociedad en su conjunto debe estimular el desarrollo de un empresariado fuerte, grande e integrado al mundo, que gane dinero y que reinvierta sus utilidades. En este marco estratégico el debate profundo y relevante no es quién captura las rentas sino con qué eficiencia se utilizan las mismas para lograr el desarrollo sustentable. En: www.clarin.com/opinion/Proteinas-arma-negociacion-mundo_0_311368927.html. Fecha de consulta: 16-082010

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Miércoles, 11 de agosto de 2010

Carta abierta a Grobocopatel: soja sí o soja no Por Mempo Giardinelli

Estimado Gustavo, Ante todo, gracias por enviarme la nota que publicaste en Clarín el 5 de agosto; no la había leído porque soy lector habitual de La Nación y Página/12. Otra aclaración: no integro el colectivo Carta Abierta y el título de esta nota responde a un estilo de artículos que escribo desde hace años. Lo hago ahora porque siento respeto por tu inteligencia y guardo hacia vos una simpatía personal basada en el hecho de que hace años cantábamos con la misma, querida maestra, y en el común origen de nuestras familias, pues mi madre era de Carlos Casares, donde yo pasé muchos veranos en mi infancia. Siento, por ello, una cercanía de la que hablamos la última, en el Ministerio de Educación, y que ahora me autoriza, dado tu envío, a discutir algunos conceptos de tu nota. No soy experto en soja, ni en agro ni en nada. Declaro mi ignorancia de antemano, y acepto que vos sí sos un experto. Pero también un dirigente con fuertes intereses, que te hacen mirar las cosas desde un ángulo que también respeto, pero al que cuestiono por todo lo que, sin ser experto, puedo ver con mis ojos y con el corazón. Las oportunidades económicas que mencionás en tu artículo podrían ser incluso compartibles, pero si muchos decimos que la soja es mala para la Argentina es porque vemos los daños que ha producido y produce: bosques arrasados; fauna y flora originarias destruidas; quemazones irresponsables de maderas preciosas; plantaciones desarrolladas a fuerza de glifosatos, round-up y otras marcas que parecen de Coca-Cola pero venenosa. Yo recorro el Chaco permanentemente y viajo por los caminos de las provincias del NEA y el NOA: Santiago del Estero, Santa Fe, Corrientes, Formosa, Misiones, Salta, Jujuy, y veo los “daños colaterales”, digamos, que produce la soja: agricultura sin campesinos; cada vez menos vacas en los campos; una industrialización completamente desalmada (eso digo: sin alma) y el incesante, inocultable daño a nuestras aguas.

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Esto no es una denuncia más, Gustavo, y no es infundada: la modesta fundación que presido ayuda a algunas escuelitas del Impenetrable y en una de ellas hice tomar muestras del agua de pozo que bebe una treintena de chicos. El análisis, realizado por trabajadores de la empresa provincial del agua, mostró que el arsénico es 70 veces superior a lo humanamente admisible. Siete y cero, Gustavo, 70 veces. Lo traen las napas subterráneas de los campos sojeros de alrededor. Hace veinte años esa agua era pura. Como no sé quién es el exacto responsable de este horror, entonces digo que es la soja. Porque en los viejos campos de algodón, tabaco, girasol o trigo que había en el Chaco trabajaban familias enteras para cultivar cada hectárea. Pero ahora un solo tractorista puede con 300 o 400 hectáreas de campo sojero y eso se traduce en la desocupación a mansalva y el amontonamiento de nuevos indigentes en las periferias de las ciudades de provincia. A esto lo ve cualquiera en las afueras de Resistencia, Santa Fe, Rosario y muchas ciudades más. Aun admitiendo por un momento que quizás no sea la soja específicamente la responsable, hay una agricultura industrial –tu artículo elogia su presente y sus posibilidades– que es la que está cometiendo otros crímenes ambientales. Ahí está, como ejemplo, la represa que intereses arroceros –al parecer dirigidos por un tal Sr. Aranda, del Grupo Clarín– están haciendo o queriendo hacer en el Arroyo Ayuí, en Corrientes. Esa represa va a cubrir unas 14.000 hectáreas de bosques naturales, va a tapar uno de los ríos más hermosos del país con un ecosistema hasta ahora virgen, y, lo peor, va a contaminar todo el acuífero de los Esteros del Iberá con pesticidas y químicos para producir arroz, soja o lo que China necesite. ¿Se entiende este punto de vista, Gustavo? Yo entiendo el tuyo y comparto que nuestro país “necesita una estrategia de desarrollo con una visión de largo plazo” dado que estamos frente a una extraordinaria oportunidad. De acuerdo en eso. Pero no a cualquier precio. No si nos va a dejar un país ambientalmente arrasado. Nos vamos a quedar sin pampa, sin sabanas donde pacer el ganado, sin el agua potable que es el tesoro mayor que tiene el subsuelo argentino y que ya, también, destruye una minería descontrolada. Tu nota subraya “la oportunidad que tenemos”, pero ¿qué desarrollo y qué sustentabilidad tendrán las futuras generaciones de argentinos sobre un territorio desertificado en enormes extensiones, un subsuelo glifosatizado y con las aguas contaminadas con cianuro, arsénico y una larga lista de químicos letales que ya es pública y –sobre todo– notoria? Tampoco es cierto que “los beneficios están presentes en el conjunto de la sociedad”, porque si así fuera y con las gigantescas facturaciones sojeras no tendríamos las desigualdades que tenemos. Que no son sola culpa del Gobierno, la corrupción o los políticos. Son el resultado de una voracidad rural que a estas alturas está siendo, por lo menos, obscena. Como bien decís, el desacuerdo no puede reducirse a soja sí o soja no. Eso sería, en efecto, “empequeñecer el horizonte”. Pero entonces gente sensible como vos –y me consta tu sensibilidad y creo que no pertenecés a la clase de neoempresarios argentinos que no ven más allá de su cuenta bancaria y son incapaces de tener más ideas que las que les dictan los economistas que les sacan la plata– gente como vos, digo, debería hacer docencia para que tengamos, si ello es posible, grandes producciones de soja pero no a cualquier precio. Soja sí, entonces, pero no si se descuidan el medio ambiente y el agua. No sin desarrollar alternativas verdaderas para los miles de campesinos que han sido y están siendo expulsados de sus tierras de modos brutales o sutiles. No si los sojeros siguen eludiendo impuestos y negreando a sus empleados. No si las grandes empresas semilleras o herbicidas siguen comprando medios y periodistas para que mientan a cambio de publicidad. No todo es soja sí o soja no, de acuerdo. Pero tampoco la declaración de idealismo e inocencia que se lee en tu artículo. Si querés lo seguimos discutiendo. Vos sos un experto. Yo apenas un intelectual. Capaz que enhebramos buenas ideas para el país que amamos. Un cordial saludo. En: www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-151117-2010-08-11.html. Fecha de consulta: 15-08-2010

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Viernes, 13 de agosto de 2010

Respuesta a Giardinelli Por Gustavo Grobocopatel

Estimado Mempo: Qué alegría poder intercambiar ideas, con respeto, entre personas comprometidas con el interior del país. El afecto que sentí de tus palabras lo retribuyo por los mismos motivos. En principio no me considero un experto, creo que las cosas son tan complejas que se necesitan miradas desde varios lados. Creo en los procesos colectivos con una certidumbre que me asusta. Lo que sí me estimula es el conocimiento, no como verdad, sino como proceso. No es que desestime lo emotivo, ya sabés que tengo una parte de músico, sólo digo que debe haber una tensión entre la emoción y la razón. Quiero decir también que no me hago cargo de todos los empresarios, como seguramente no te harás cargo vos de todos los intelectuales. Voy a hablar de mí mismo, mi empresa y mi punto de vista, que un amigo definió como la vista en un punto. Dejame entonces poder reflexionar sobre cada uno de los párrafos de tu carta y, como bien lo decís al final, que sea sólo el principio. Quizá pueda visitarte pronto en tu querido Chaco y vos en mi querida Casares, y así podamos, sobre las geografías, seguir construyendo juntos. Es cierto que tengo intereses, todos los tenemos, pero creo que esto no me debe marginar del debate. Yo creo en el interés que también es compromiso y, mejor aún, integridad. En mi caso particular, mi interés está vinculado con el placer de la creación y la realización con otros. Todo lo que ves y te preocupa es sin duda una realidad que, desde mi punto de vista, se debe no sólo al oportunismo de algunos pocos, sino a la falta de un Estado de calidad, responsable y respondible. Los problemas que describís deberían ser resueltos con un ordenamiento territorial, con organismos de control, con justicia. Sin soja, este proceso de deterioro que observás se hubiera acelerado, más pobreza, más migraciones a las villas de Rosario o Buenos Aires. Los problemas importantes de degradación datan en el Chaco de mucho tiempo atrás, antes de la soja, y estaban vinculados con una agricultura con labranzas. La agricultura sin campesinos es parte de un nuevo paradigma vinculado con trasformaciones en la sociedad. Es un proceso que observamos desde la década del ’40, no está asociado a una ideología y no afecta sólo al campo; también hay muchas industrias con menos obreros. Por supuesto que las políticas aceleran o retrasan el proceso y lo pueden hacer más o menos equitativo, pero es inevitable y, desde mi punto de vista, positivo más allá de los temores que despierte. Yo recuerdo a mi abuelo y sus vecinos trabajando en el campo, un esfuerzo enorme, con condiciones de vida hoy inaceptables, sin comunicaciones, sin acceso. La movilidad social era mucho más lenta, para ser agricultor tenías que ser hijo de... Hoy los emprendedores, no importa su origen, pueden llegar a ser productores. Un sistema de acceso muy democrático a los factores de la producción. También recuerdo, no hace mucho tiempo, a pequeños productores que estaban a punto de perder sus campos en manos de los bancos o de los usureros locales. Este nuevo sistema agrícola de servicios ha hecho mucho más por ellos que el Estado o los organismos públicos o multilaterales. La nueva agricultura, con campesinos transformados en emprendedores, en proveedores de servicios, con hijos en las universidades o escuelas técnicas, con condiciones de trabajo calificadas, creo que es lo mejor para toda la sociedad. Hay más empleo, pero alocados en diferentes lugares, menos productores, más proveedores de servicios, más industrias. El impacto sobre la sociedad está estudiado incipientemente, pero los primeros resultados son optimistas. En un reciente trabajo encargado por Naciones Unidas se comprobó que diferentes grupos de interés vinculados con Los Grobo han ganado en autonomía, empleabilidad (que para mí es más importante que el empleo), emprendedurismo y liderazgo. Una sociedad más libre, más creativa, con más capacidad de adaptarse a los cambios, con más acceso al conocimiento. Por supuesto que esto no basta. Tenemos que tener un Estado e instituciones fuertes, robustas, que faciliten, que estimulen, que den igualdad de oportunidades. Mempo, en Casares el agua está contaminada igual y en muchos lugares también, pero esto no es por la soja. No es que no haya riesgos; en Europa, las napas están contaminadas por siglos de agricultura irracional; felizmente en la Argentina no tenemos esos problemas y hay que prevenirlos sobre la base de los conocimientos y la

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presencia de un Estado que controle, que no es lo mismo que detener o impedir. Yo creo que la desocupación es menor a la que hubiera habido sin soja, en todo caso lo que falta es la industrialización de la soja en origen y así dar más trabajo. Por ejemplo, transformar la soja en pollo, cerdos, milanesas o derivados lácteos. El tema es cómo se estimula ese proceso. Mi punto de vista es que debería ser la inversión privada con incentivos desde el Estado. Para que haya inversión tiene que haber una percepción de que el esfuerzo vale la pena. En nuestro país el éxito está mal visto, los empresarios son permanentemente degradados, los emprendedores no tienen ganancias suficientes porque la presión impositiva es grande, no hay posibilidades de invertir. Yo puedo decirlo, ya que contra viento y marea en los últimos años invertí en producción de pollo, de harinas, de fideos, etcétera. No lo hice con ganancias grandes, tuve que vender el 25 por ciento de mi empresa a inversores brasileños y no tuve gran apoyo de los bancos. Qué bueno sería que sean las ganancias genuinas las que incentiven estas inversiones y que haya grandes empresas nacionales que se globalicen y sean parte de una gesta nacional en el mundo. Entonces en Charata o en Sáenz Peña o cualquier otro lugar de Chaco tendríamos más trabajo y retendríamos a la gente en sus lugares. No para subsistir sin dignidad, que para mí es sinónimo de “agricultura familiar”, sino para vivir con calidad y oportunidades. Yo creo que los beneficios de la agricultura están distribuidos en la sociedad. La Argentina este año crecerá el 7 u 8 por ciento, de eso el 3 por ciento se debe a la soja. Y hay otros sectores vinculados: la industria automotriz, petroquímica, química, electrónica, metalmecánica, etcétera. No hubiesen sido posibles las Asignaciones por Hijo, los aumentos a jubilados, sin el aporte del campo. No es lo único, por favor; pero debemos reconocer y agradecer el aporte. Aunque sea sólo para que haya entusiasmo y seguir aportando. Las cosas que te preocupan tienen para mí otra lectura: gracias a la siembra directa no estamos desertificando más, el glifosato es el menos malo de los herbicidas y no pasa a las napas porque se destruye al tocar el suelo. La desigualdad no se puede combatir si no hay creación de riqueza, salvo que quisiéramos igualar para abajo. Creo que la sociedad se debe un debate claro y objetivo sobre estos temas. Dejame que te dé otro punto de vista sobre la “voracidad rural”. Hoy un productor aporta el 80 por ciento de sus ganancias como impuestos, con el agravante de que si pierde dinero sigue pagando. El problema no es pagar impuestos. Yo creo que debemos pagar muchos impuestos y fortalecer al Estado. El problema es cómo se paga. Las retenciones son anti-Chaco, anti–desarrollo rural, anti-equidad. De esto tengo certeza. Hay que cambiar el modelo impositivo, en forma transicional, pero urgente. Por más parches que se les ponga como segmentaciones de todo tipo, devoluciones, si esto no ocurre, no podremos dar vuelta la página y caminar hacia el desarrollo inclusivo. Aquí hay varios socios para que esto no cambie: parte de los políticos, muchos empresarios y muchos confundidos por las peleas políticas de corto plazo. Creo que los empresarios debemos tener una responsabilidad enorme en este proceso, también los intelectuales, los académicos y todos los sectores de la comunidad. La acusación de negrear o comprar medios es, por lo menos, injusta para la mayoría que cumplimos con nuestras obligaciones. No digo que no haya casos, pero no puedo aceptar este prejuicio como parte de un debate equilibrado entre lo emocional y lo racional. Los prejuicios no ayudan a las emociones y a las razones. Espero, con entusiasmo, el momento de vernos personalmente y discutir sobre, como bien vos decís, nuestro amado país. Un abrazo. * Respuesta a la nota publicada por Mempo Giardinelli en la edición del miércoles 11 de agosto. En: www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-151221-2010-08-13.html. Fecha de consulta: 17-08-2010

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Domingo, 15 de agosto de 2010 EL PAIS › OPINION > NUEVA CARTA ABIERTA A GUSTAVO GROBOCOPATEL

Soja transgénica y glifosato, ésa es la cuestión Por Mempo Giardinelli

Estimado Gustavo, También agradezco el afecto contenido en tu carta, que celebro hayas hecho pública. Me parece que ambos intentamos no tener razón, sino claridad para ayudar a otros a entender un aspecto del presente. Eso exige un debate público, no privado. Así nos lo han pedido varios amigos. Ante todo, quiero precisar nuevamente el argumento medular de mi carta anterior: que no es suficiente pensar una “estrategia de desarrollo con una visión de largo plazo” a cualquier precio. No cuestioné tu rol empresario ni tu visión de la economía mundial. Lo que cuestioné y me preocupa, y quiero discutirlo, es el daño –para mí palpable y enorme– que produce el abuso de agroquímicos vinculados con la soja. Expuse lo visible: una geografía degradada a partir de plantaciones a fuerza de glifosatos y otros venenos. Y enumeré los “daños colaterales” – despoblación, indigencia, contaminación–, los cuales son negados o minimizados sistemáticamente por productores, empresarios y corporaciones del sector. Ese y no otro fue mi cuestionamiento, expresado antes desde mi ignorancia que desde mis prejuicios. Y eso porque no los tengo ni respondo a dogmatismo alguno. Apenas tengo curiosidad y ojos y corazón para ver. Por lo tanto, no cuestiono tus intereses ni los de nadie que trabaja y gana dinero. Saludo el éxito bien habido, la fortuna transparente y sobre todo el empeño de los emprendedores. Mi padre fue uno de ellos, seco pero decente y tenaz. Con tu permiso, entonces, voy a discutir algunas de tus afirmaciones. 1) Decís que “Falta un Estado de calidad” y proponés “un ordenamiento territorial, con organismos de control, con justicia”. Digo yo: ¿No es justamente eso lo que intenta el Estado ahora, al proponer un Plan Agropecuario Nacional a 10 años, y una ley de arrendamiento que incluye un principio de ordenamiento territorial? ¿Es razonable oponerse sólo porque son propuestas K? Ignoro tu posición al respecto, pero la del llamado “campo” me parece muy contradictoria. Con el debate por la “125” pasó lo mismo, y ahora muchos se dan cuenta de que les salió el tiro por la culata. Por lo tanto, yo prefiero decir que los problemas deberían ser resueltos con un ordenamiento legal muy estricto en materia de soja transgénica y de agroquímicos. Y explico por qué. Hacia el final de tu carta decís que “gracias a la siembra directa no estamos desertificando más, el glifosato es el menos malo de los herbicidas y no pasa a las napas porque se destruye al tocar el suelo”. Pero esto no es así, porque son muchos los millones de hectáreas que se deforestaron para sembrar soja y tienen destino de desierto ya que las rotaciones son difíciles. Y cuando deforestan para ampliar el área sembrada inevitablemente desertifican, al generar “cambio climático” (ciclos de sequías e inundaciones, como padecemos en el Chaco). En cuanto al glifosato, no es inocuo. Según autorizados genetistas y científicos que he consultado (entre ellos un reputado investigador en Medio Ambiente y Salud del Hospital Italiano de Rosario, que hace veinte años trabaja en esto) el problema son los agregados, empezando por los detergentes para penetrar la tierra, que acompañan siempre la mezcla y que son disruptores orgánicos poderosos, como el viejo DDT. Además, como las malezas se vuelven cada vez más resistentes, le agregan otros agroquímicos –endosulfan, clorpirifo o el 24D–, la mayoría de los cuales están prohibidos en los países serios. En Francia e Inglaterra el cultivo extensivo de soja transgénica está penado por la ley. Y en otras sociedades desarrolladas no se permite bajo ningún motivo el uso de agroquímicos. Entonces no es posible presumir inocencia para el glifosato, producto del que además en la Argentina se abusa, como se abusa de la soja transgénica, que tiene agregado un gen que la hace resistente al glifosato, que es el herbicida que mata todo, excepto a ella. Y la verdad es que nadie sabe cómo actúa este gen en un organismo

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vegetal, animal o humano. Y cuando esto sucede, en ciencia se aplica lo que se llama un “principio de precaución” hasta que se sepa qué pasa con las otras especies que interactúan con este gen. La FDA (EE.UU.) lo está experimentando en animales, pero no en humanos. De ahí que muchos tenemos la fuerte sospecha de que millones de argentinos indirectamente somos quizás conejitos de Indias. 2) Vos decís: “Sin soja este proceso se hubiera acelerado” y que la degradación data en el Chaco “de mucho tiempo atrás, antes de la soja”. Es cierto, todos los problemas son anteriores, pero eso no autoriza a dar la bienvenida a la soja a cualquier precio. Es lo que propuse discutir. No para tener razón, repito. Sí para saber y que sepamos todos. Porque si no va a resultar que la soja no es culpable de nada. Y eso no es verdad. También afirmás que “la agricultura sin campesinos es parte de un nuevo paradigma vinculado con trasformaciones en la sociedad”, viene “desde la década del ‘40, no está asociado a una ideología y no afecta sólo al campo; también hay muchas industrias con menos obreros”. A mí en cambio me parece que las ideologías siempre juegan un papel y con los intereses mueven al mundo. Y los paradigmas son cambiantes y no siempre se erigen en favor del bienestar de los pueblos. La transformación de los últimos 40 a 60 años es producto de la tecnología, los costos de la mano de obra, las luchas sociales por la redistribución de las ganancias y varios etcéteras. No acuerdo con que la pérdida de mano de obra campesina no es tal porque pasa a los sectores de servicios. Pero además, esa idea del nuevo paradigma agricultor me parece cuestionable si, casi inexorablemnete, deja sin trabajo a la gente y destruye familias, tradiciones culturales, apegos a formas de trabajar. No propongo que volvamos al arado de manceras, pero la modernidad desalmada tampoco. Y menos cuando hay minorías demasiado minoritarias que se enriquecen tanto mientras las mayorías cada vez más mayoritarias se empobrecen hasta niveles de indigencia. Es por esto que el crecimiento y el desarrollo, para mí, no son una cuestión económica, sino cultural. Si el nuevo paradigma agricultor destruye la cultura de los pueblos y a sus pobladores, es un paradigma negativo. 3) “La movilidad social era mucho más lenta, para ser agricultor tenías que ser hijo de... Hoy los emprendedores, no importa su origen, pueden llegar a ser productores...” Aquí tengo otro desacuerdo, Gustavo, porque en la Argentina de hoy, a 15.000 dólares la hectárea, la concentración es asombrosa: hay media docena de grandes agroindustrias, mientras 200.000 productores familiares tienen el 15 por ciento de la tierra. Y a mí sí me importa el origen de quien emprende, porque ese origen me permite conocer sus intenciones, su valoración del esfuerzo ajeno y su sensibilidad social. 4) Mencionás luego a los “pequeños productores que estaban a punto de perder sus campos en manos de los bancos o de los usureros locales. Este nuevo sistema agrícola de servicios ha hecho mucho más por ellos que el Estado... “ Pero esto no es verdad. Fue el Estado el que condonó deudas; fue el Banco Nación el que refinanció a muy bajo costo y apoyó de múltiples maneras a los que perdían sus propiedades. Me parece injusto atribuirle semejantes méritos al nuevo sistema. 5) “En Europa, las napas están contaminadas por siglos de agricultura irracional; felizmente en la Argentina no tenemos esos problemas...” En Europa los pueblos consumen agua envasada y purificada con tratamientos muy estrictos, Gustavo. En la Argentina el 80 o 90 por ciento de la población consume aguas contaminadas que son dudosamente tratadas. Y como se cortan bosques enteros y el glifosato está descontrolado, la contaminación se extiende a las nuevas áreas sembradas. 6) Decís que “la desocupación es menor a la que hubiera habido sin soja” y que falta industrializar la soja en origen para “dar más trabajo”. Esto también es discutible. Hay muchísimos cultivos sin mano de obra, y el 70 por ciento de los que trabajan están en negro. Sobran datos sobre esto. Pero además aquí se dice que no es posible industrializar porque la demanda (es decir, China) la requiere tal como se exporta: puro poroto. Lo que es una condena adicional. Un amigo empresario al frente de una pyme me dice: “De aquí sale tabla aserrada pero nada de muebles. Yo visité la región de La Marca, en Italia, y en una zona que no es más grande que Tucumán hay 5000 fábricas de muebles, y exportan 20.000 millones de euros al año. ¡Todo con madera importada!” Eso es lo que hace China: nos compra el poroto, nuestra tierra queda exhausta y el agua contaminada, y la industrialización la hacen ellos. Finalmente, imagino que a vos te han reprochado haber entrado en este debate. A mí también me pasa. Pero sostengo que si algo vale de este intercambio es que ni vos ni yo escribimos para la tribuna, sino para saber.

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Y me consta que hay empresarios tanto o más poderosos que vos, que se esconden todo el tiempo; procuran que nadie los conozca y algunos convierten sus empresas en asociaciones ilícitas. Por eso te respeto: porque vos ponés el pecho y la cara, y tenés ideas, y aunque tu modelo productivo puede no convencerme yo valoro tu perfil de empresario y me encantaría que la Argentina tuviera muchos más como vos. Un abrazo.

En: www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-151380-2010-08-15.html. Fecha de consulta: 16-08-2010

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Domingo, 15 de agosto de 2010 EL PAIS › OPINION

Yo sojizo Tú sojizas El sojiza Por José Natanson

Pensando sobre todo en los países monoproductores de hidrocarburos, la politóloga Terry Lynn Karl, de la Universidad de Stanford, escribió The Paradox of Plenty. Oil Booms and Petro-States (University of California Press), donde desarrolla la tesis de “la paradoja de la abundancia”, la idea de que aquellos países con una dotación extraordinaria de recursos naturales tienen mayores dificultades para lograr un crecimiento económico sostenido, arrastran niveles de pobreza y desigualdad altos y son políticamente inestables. En suma, son menos desarrollados. La clave es el rentismo, que puede definirse como aquella actividad económica que no depende de la innovación o el riesgo empresarial, sino de la dotación de recursos naturales, es decir de la generosidad de la naturaleza. Las actividades rentistas generan un ingreso que no tiene contrapartida productiva, en el sentido de que no son el resultado del esfuerzo de los factores de producción –el trabajo y el capital– sino de la suerte. Por eso la renta no se produce; se captura. El ejemplo más claro es el petróleo. De hecho, aunque el rentismo ha sido conceptualizado por la ciencia económica al menos desde Adam Smith, los primeros esfuerzos serios por indagar en sus consecuencias datan de principios de los ’70, en coincidencia con el primer boom petrolero. La concentración de la producción en uno o unos pocos recursos naturales tiende a distorsionar la estructura económica y la asignación de los factores productivos, impide la generación de encadenamientos virtuosos y limita el mercado interno, generando una redistribución regresiva del ingreso. En el caso extremo de los países extractivistas como Bolivia o Venezuela, la economía funciona con una lógica de enclave, islas hiperrentables de actividades primario-exportadoras en medio de océanos de atraso. Esto expone al aparato productivo a los vaivenes del mercado mundial, donde el subibaja de los precios –como sucede con esas relaciones atormentadas que años de psicoanálisis nos enseñaron a evitar– lo desilusionan o lo llenan de alegría, pero nunca lo dejan en paz. Hay excepciones, por supuesto. Un caso interesante es el de Noruega, octavo productor de petróleo del mundo y segundo país en el Indice de Desarrollo Humano del PNUD, situación que se explica por el hecho de que el petróleo fue descubierto y comenzó a explotarse tardíamente, pasados los ’60, cuando Noruega ya era país de punta. Pero más allá de este tipo de excepciones y admitiendo las flexibilidades del caso, la idea básica es que existe una relación inversa entre riqueza natural y desarrollo. O incluso más: la maldición de los recursos naturales ha sido asumida por algunos académicos casi como un determinismo geográfico, un fatalismo tropical. Estudios recientes del BID, por ejemplo, sostienen que los países más ricos en recursos naturales y más cercanos a la línea ecuatorial están condenados a ser más atrasados y pobres. En América latina, el caso más claro de fracaso del rentismo es Venezuela, que depende casi exclusivamente del petróleo, con una producción manufacturera en bancarrota y una agricultura devastada, un Estado que bate

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records de ineficiencia y un proceso de desinstitucionalización rampante del sistema político. Chávez, lejos de revertir esta situación, la empeoró: las exportaciones petroleras representan hoy cerca del 94 por ciento de los ingresos por exportaciones totales, cuando diez años atrás constituían el 68; del mismo modo, cerca del 49 por ciento de los ingresos fiscales del gobierno central proviene hoy del petróleo, por vía de impuestos, regalías y dividendos, contra 37 por ciento en 1999. Quizá no tenga sentido, al menos en este espacio, discutir si esto es resultado de la gestión chavista, de los altos precios del petróleo o del espíritu saudita de las elites venezolanas, cuyo mal gusto en materia de ropa, autos y yates es una buena muestra, especialmente desagradable, de los efectos que el rentismo produce incluso en el sentido de la estética. Pero al menos habrá que reconocer que el proceso bolivariano no ha logrado mejorar las cosas: hay en América latina países con bajo crecimiento y baja inflación (Colombia, México) y otros con alto crecimiento y alta inflación (Argentina); Venezuela combina ambas cosas (el PBI cayó 5,8 en el primer trimestre de este año y la inflación superará el 30 por ciento). Un deterioro económico indisimulable que se refleja en una baja del rendimiento de las misiones sociales, el gran logro de la gestión chavista. Según datos del Aponte Bank, en los últimos dos años cerraron un 30 por ciento de los centros de atención primaria de la Misión Barrio Adentro, la primera lanzada por Chávez y la más valorada por los venezolanos de bajos recursos, que encontraron en los médicos cubanos una solución a los déficit crónicos del sistema de salud. La soja es una actividad productiva, pero genera superganancias casi tan extrordinarias como las producidas por el rentismo. Esto se explica por una conjunción de factores. En primer lugar, la nueva realidad del mercado mundial de alimentos, con los commodities batiendo records de precios gracias al empuje de India y China. El segundo factor es la fertilidad del campo argentino y la abundancia de tierras, que ha permitido una ampliación de la frontera agrícola hacia zonas no pampeanas, pero pampeanizadas, como el sur de Chaco y Santiago del Estero. El tercero es el salto tecnológico producido en los ’90, una década mala desde el punto de vista de la rentabilidad pero que a pesar de ello –o quizá como consecuencia de ello– permitió incorporar semillas genéticamente modificadas, fertilizantes, maquinaria agrícola, ese invento argentino que son las silobolsas, nuevas terminales portuarias, etc. Aprovechando al máximo el uno a uno, los productores lograron enormes ganancias de productividad que después de la devaluación impulsaron el boom sojero. La soja no es una actividad rentista, pero casi. Parte de las condiciones que explican su auge –el clima, el suelo– no tienen que ver con la astucia o la capacidad schumpeteriana de asumir riesgos de los productores, sino con la generosidad de la naturaleza (igual que sucede con el petróleo, el oro o el gas). De hecho, los márgenes de ganancia que produce son tan inmensos que sólo pueden compararse con los generados por industrias extractivas, como el petróleo y la minería, o con aquellas actividades en las que el Estado, justamente por los altos ingresos que producen, se reserva el monopolio fiscal, como el juego. La soja, a diferencia de los hidrocarburos o los minerales, es un recurso renovable. Pero hasta cierto punto. Las nuevas tecnologías transgénicas, claves para el despegue sojero, producen un agotamiento de los suelos si no se rotan con otros cultivos. Con los precios por las nubes, los productores se ven tentados a no hacerlo, con el consiguiente deterioro del principal factor de producción (la tierra). En suma, el suelo puede agotarse si la tasa de extracción es más alta que la tasa ecológica de renovación del recurso. Esto no significa que haya que dejar de cultivar soja ni caer en los cuestionamientos livianos, a veces técnicamente infundados, a las nuevas tecnologías de la agricultura. Tampoco se trata de recuperar el viejo dogma desarrollista que dice que cualquier exportación industrial es buena y cualquier exportación basada en recursos naturales es mala. Como sabe bien un trabajador de la frontera mexicana, la maquila –el ensamble de piezas destinadas a crear productos que luego se exportan– es una actividad manufacturera que no crea puestos de trabajo de calidad ni se derrama sobre el resto de la economía. Contra lo que piensan los viejos desarrollistas (todavía quedan algunos), no todo se soluciona construyendo una planta de agua pesada. De hecho, hay países que han logrado altos niveles de desarrollo con una estructura exportadora basada en recursos naturales. El 49 por ciento de las exportaciones de Nueva Zelanda son alimentos. Allí, el Gobierno ha creado organismos y programas que alientan la cooperación entre el sector público y las empresas privadas con objetivos tan precisos como incrementar las exportaciones de vino a los segmentos de mayor poder adquisitivo del Sudeste de Asia o desarrollar nuevas variedades de kiwi –que en el pasado era un fruta exclusivamente neocelandesa pero que ahora se cultiva en todo el mundo– para no perder presencia en el mercado mundial. El resultado es que una tonelada de alimentos exportada por Argentina vale, en promedio, 300 dólares, mientras que una exportada por Nueva Zelanda vale 1600. En un interesante informe publicado por la Cepal (“Australia y Nueva Zelanda: la invocación como eje de la competitividad”), Graciela Moguillansky sostiene que ambos países “basaron su desarrollo en los recursos

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naturales, pero a diferencia de América latina, han experimentado un alto ingreso per cápita, estabilidad en su crecimiento y superado la pobreza. La explicación de ello –afirma– no es sólo un buen manejo macroeconómico, sino una estrategia de crecimiento e inserción internacional, donde la innovación tiene un lugar central”. Las retenciones son un mecanismo necesario pero insuficiente para combatir los males del rentismo y redistribuir las ganancias generadas por la soja. La semana pasada, Clarín informó que Los Grobo –con 100.000 hectáreas en la Argentina y una facturación de 800 millones de dólares en esta campaña– decidió comenzar a producir pastas secas, con una primera planta en Chivilcoy, de modo de integrar la producción de trigo y diversificar sus exportaciones. ¿Este tipo de operaciones serían posibles sin las retenciones, que le quitan rentabilidad a la exportación del commoditie? Quizá, si no hubiera retenciones al trigo, Los Grobo nunca se hubieran lanzado a producir fideos y capeletis. Pero esto no significa que con ello alcance. Para un desarrollo más profundo se necesita también cierta previsibilidad macroeconómica (que el Gobierno viene garantizando bien), una mejor sintonía Estado-privados a través de políticas sectoriales más amplias y activas (clave de una estrategia desarrollista) y un entorno legal claro. En esto los neoliberales tienen razón.

En: www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-151356-2010-08-15.html. Fecha de consulta: 16-08-2010

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ARGENTINA: DIEZ AÑOS DE PROMESAS INCUMPLIDAS, DIEZ AÑOS DE DESIERTO VERDE Soja transgénica: Agricultura sin agricultores Corría el año 1996 y la por entonces secretaria de Medio Ambiente, María Julia Alsogaray, aseguraba que con la introducción de la soja transgénica se reduciría el consumo de agroquímicos, que además ayudaría a reducir el avance de la frontera agropecuaria, y que entraríamos al desafío de una agricultura capaz de proveer de alimentos a una creciente población mundial. Diez años después, la realidad es otra: la frontera agrícola avanzó sobre los bosques nativos, se aumentó considerablemente el uso de agroquímicos y nuestras exportaciones sólo alimentan los pollos y los cerdos de Europa y China. La soja RR, Randup Ready, de Monsanto (resistente al herbicida glifosato, también de Monsanto) ha cambiado drásticamente el perfil productivo, social y ambiental de la Argentina. Y estos cambios se han visto facilitados por la acción del mundo corporativo, la adopción intensa de tecnologías insumo-dependientes, una coyuntura internacional y paridad cambiaria favorable, y un Estado virtualmente ausente que permitió la instalación y difusión de la soja transgénica, favorecida por el modelo de labranza conocido como Siembra Directa, en un amplio espacio del país. En esa época, productores desesperados por la crisis del campo fueron ganados a fuerza de campañas publicitarias y marketing para que acepten las nuevas semillas genéticamente modificadas y nuevas tecnologías para la agricultura, a través de ejércitos de consultores y lobbistas. Avanzando sobre los bosques nativos La importante adaptación del cultivo está produciendo un fuerte impacto ambiental sobre millones de hectáreas (cientos de miles por año) que son transformadas para la siembra. El país está perdiendo rápidamente su diversidad biológica y su diversificación social y cultural sobre la mitad de la superficie. La tremenda tasa de transformación de nuestros bosques nativos en el norte de Argentina para la ampliación de la superficie agrícola (en la mayoría de los casos para el monocultivo de soja transgénica) no tiene precedentes en la historia.

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La Selva de Yungas, el Parque Chaqueño, el Monte y la Mesopotamia están directamente amenazados y bajo una enorme presión de transformación que para el caso de las Yungas Pedemontanas de hecho, al ritmo actual de desmonte, podrían llevarlas a la extinción en poco tiempo. Se calcula que en Argentina, por año, se desmontan más de 250.000 hectáreas de bosque nativo, principalmente en el Chaco Seco, donde se produce el 70% de la deforestación por la expansión agrícola. En los últimos años, Salta, Santiago del Estero y Chaco, son las provincias más afectadas por la altísima tasa de deforestación impulsada por el boom de la soja. Con este fenómeno cientos de campesinos e indígenas son constantemente desalojados por las topadoras y en muchos casos las provincias otorgan permisos para desmontar en zonas tradicionalmente habitadas. Los bosques juegan un papel fundamental en la regulación climática, el mantenimiento de las fuentes y caudales de agua y la conservación de los suelos. Y de éstos obtenemos una serie de bienes y servicios indispensables para nuestra supervivencia: alimentos vegetales y animales, maderas y medicamentos. El reciente desastre ambiental en Tartagal y las inundaciones de Santa Fe, nos muestran algunas de las consecuencias de la desaparición de la superficie forestal en la zona: pérdida de biodiversidad, desertificación e inundaciones. Actualmente el monocultivo de soja transgénica representa cerca del 54% de la producción agrícola argentina: unas 43 millones de toneladas anuales. Pero los grandes productores y el Gobierno Nacional pretenden llevar la producción de granos a 100 millones de toneladas, lo que implicaría un avance de la frontera agrícola que destruiría a la mitad de los bosques nativos existentes. Con la introducción de la soja transgénica, sólo entre 1998 y 2002 el área forestal se redujo en más de 900.000 hectáreas. Llenando de químicos a la tierra La soja transgénica es el principal responsable del crecimiento del consumo de agroquímicos en Argentina. El cultivo demanda alrededor del 46% del total de pesticidas utilizados por los agricultores. El masivo uso del glifosato en soja, ha favorecido la aparición de malezas tolerantes (que ya suman aproximadamente diez y continúan apareciendo) y que estarían indicando el punto de inflexión, de quiebre, en la aparente imposibilidad de existencia – según afirmaban enfáticamente las empresas – de una tolerancia al herbicida. Al utilizarlo de forma continua en el ecosistema, lo que han favorecido es un importante cambio en el patrón de uso del glifosato, cuyos impactos comienzan a detectarse en Argentina. El riesgo relativo de contaminación por agroquímicos, se concentra claramente en las áreas donde los cultivos anuales de cosecha como la soja se expandieron con mayor intensidad. Otro aspecto vinculado directamente con la fuerte implantación del modelo sojero-exportador es la pérdida de nutrientes, de estructura y la estabilidad de los elementos constitutivos del suelo. Argentina extrae y exporta junto con sus granos alrededor de 3.500.000 toneladas de nutrientes que, dadas las prácticas intensivas de la agricultura, ya no puede reponer bajo su clásico sistema de rotaciones agrícola ganaderas, abonos verdes y largos períodos de descanso, que facilitaban una reposición importante y mantenían el balance por los nutrientes perdidos. Más tierra para menos hombres El ingreso de este cultivo representó una fuerte pérdida de nuestra diversidad productiva y produjo una fuerte concentración de la tierra. Se calcula que la producción de soja transgénica da trabajo a sólo una persona cada 500 hectáreas, lo implica la pérdida de cuatro de cada cinco puestos de trabajo en la agricultura. De la mano de este fenómeno, desaparecieron más de 180.000 productores agropecuarios y hoy sólo el 10% de la población nacional pertenece de alguna manera al sector agropecuario. El modelo transgénico también ha producido importantes impactos sociales: Mientras en el país hay 127.565 familias de pobres rurales, el proceso de acumulación rentista y concentradora, con búsqueda de nuevas tierras, crece tanto en la región pampeana como extrapampeana. Muchos capitales extranjeros se instalan esporádicamente para acelerar el circuito extractivo de ganancias y otros tantos se utilizan en "fondos de inversión", que desplazando al productor tradicional arrendan (alquilan) campos en ciclos muy cortos, de menos de un año, que no hacen más que acelerar el proceso de destrucción del suelo. Todos los sectores, salvo la soja que crece, se vieron afectados: en el sector lácteo desaparecieron casi el 30% de los tambos, y el consumo promedio de leche bajó también de 230 a 180 litros. Además, el cultivo de 30

arroz se redujo en más del 44%, el de maíz un 26%, el de girasol un 34%, y 12 veces la producción de algodón. Los pequeños y medianos agricultores ven constantemente amenazada su permanencia o el acceso a la tierra, a la estabilidad de la familia rural y a su economía regional. El modelo actual lleva directamente a una agricultura industrial y sintética, sin agricultores. Son estos mismos excluidos los que terminan viviendo en las periferias de las ciudades y sobreviven con planes asistenciales, y a quienes luego se pretende alimentarlos con los productos derivados de la soja transgénica o directamente con los granos, en planes promovidos por las grandes corporaciones impulsoras de los transgénicos, como el irresponsable plan de promoción conocido como "Soja Solidaria" durante la crisis económica de 2002. Hacia una agricultura sustentable Es claro entonces, lo importante que debió haber sido para la Argentina evaluar antes todos estos impactos derivados de un paquete tecnológico de alta intensidad. No es suficiente analizar sólo meros formalismos técnicos a pocos factores ambientales sin realizar una evaluación de impacto ambiental integrado en cada uno de los ecosistemas de las diferentes ecorregiones que Argentina posee. Además el Estado y las empresas promotoras fueron claramente advertidos de estos impactos por investigadores independientes y organizaciones no gubernamentales tanto del país como del exterior. Lamentablemente, para el ambiente y la sociedad argentina, claramente impactada luego de diez años de soja transgénica, los daños y efectos directos e indirectos son una cuestión tangible e incontrastable. Es claro que en materia agropecuaria y de desarrollo social, Argentina ha perdido el rumbo de protección y fortalecimiento de su soberanía alimentaria. Pero puede decidir cambiar y recuperar el camino perdido apuntando al desarrollo de una agricultura familiar sustentable. La Argentina, rica aún en recursos naturales y recursos humanos, cuenta con todos los elementos para recuperarse. Lamentablemente, el modelo de la soja transgénica, ante la falta de las regulaciones oficiales, esta reduciendo literalmente la rica diversidad productiva del país. Para todos, el lamentable ejemplo argentino de reconversión y especialización monoproductiva de los ´90 es un riesgoso modelo a no ser seguido, dados los importantes daños ambientales, sociales y culturales que el país ha sufrido y del que debe salirse rápidamente, promoviendo una verdadera política de promoción de desarrollo agropecuario sustentable, y por ende, con inclusión social. Septiembre de 2006 Hernán Giardini Campaña de Biodiversidad En: www.greenpeace.org/argentina/bosques/transgenicos/soja-transgenica-agricultura. Fecha de consulta: 02-08-2010

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Alimentos transgénicos: ¿Qué tan seguro es su consumo? MARÍA DELROCÍOFERNÁNDEZ SUÁREZ Estudiante de la maestría en Ciencias Bioquímicas, Facultad de Química UNAM [email protected] Alimentos transgénicos: ¿Qué tan seguro es su consumo? http://www.revista.unam.mx/vol.10/num4/art24/int24.htm

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Alimentos transgénicos: ¿Qué tan seguro es su consumo? Resumen: Los alimentos transgénicos están en la mesa de los consumidores de muchos países en el mundo desde hace ya casi quince años. A lo largo de todo este período, el debate en torno a la seguridad de los mismos no ha cesado. Por un lado, las compañías biotecnológicas productoras de organismos genéticamente modificados, apoyadas por un sector de la comunidad científica (a veces ligado directa o indirectamente a los intereses de las mismas compañías), afirman que los alimentos transgénicos son seguros, que ningún alimento en la historia ha sido tan escrupulosamente evaluado y que no hay evidencia científica de que puedan provocar daños en la salud del consumidor. Por otro lado, estudios científicos independientes encaminados a investigar los efectos a largo plazo en la salud humana, indican posibles efectos adversos en el organismo de animales de laboratorio alimentados con alimentos transgénicos. Hay muchas opiniones pero pocos datos precisos, objetivos y confiables acerca de los riesgos potenciales asociados al consumo de alimentos transgénicos, a pesar de que estos riesgos debieron ser examinados antes de su introducción al mercado Los conocimientos actuales en torno a alimentos transgénicos siguen siendo insuficientes y resulta imprescindible que la comunidad científica internacional asuma el reto de llevar a cabo los estudios pertinentes. Palabras clave: alimentos transgénicos, seguridad alimentaria, riesgos en la salud humana, incertidumbre Genetically modified foods: How safe is its consumption? Abstract Genetically modified (GM) foods have been on the table of many consumers around the world for almost fifteen years. Throughout this period, the debate on GM foods security has not stopped. On one hand, the biotechnological companies producing GM organisms, supported by a percent of the scientific community, say that GM foods are safe. They also affirm that any food in history has been so scrupulously evaluated as GM foods, and damage on consumers health has been not scientifically proved. On the other hand, there are independent scientific studies that have investigated the long-term effects on human health and indicate possible adverse effects on the health of laboratory animals feed with genetically modified foods. There are many opinions but few precise, objective and reliable datas about the potential risks associated with the consumption of GM foods, even when these risks should be considered before introduction to the market. Current knowledge about genetically modified foods is not enough. In order to evaluate objectively the possible risks it is crucial that the international scientific community assume the challenge of making relevant studies. Keywords: Genetically modified foods, food safety, health risks, uncertainty Introducción: En la segunda mitad de 2008 los mercados financieros se desplomaron y los titulares de las noticias pasaron de la crisis alimentaria a la crisis financiera. Sin embargo, la crisis alimentaria persiste: Robert Zoellick, el presidente del Banco Mundial, ya ha anunciado que los precios de los alimentos seguirán altos por varios años. En 2006 y 2007, la cantidad de personas en condiciones de inseguridad alimentaria aumentó de 849 millones a 982 millones. La evaluación de julio de 2008 del Departamento de Agricultura de Estados Unidos pronostica que la cantidad de personas que padecen hambre en 70 países aumentará a 1 200 millones para el año 2017 (10). Es decir, no se reducirá a la mitad la cantidad de gente con hambre para el año 2015 (como se tenía proyectado), sino que aumentará en un porcentaje significativo. Por otro lado, se calculó que el gasto de la importación de alimentos de 82 países pobres (designados países de bajos ingresos y con déficit alimentario) alcanzaría los 169 mil millones de dólares en 2008, un 40 por ciento más que en 2007 (4). Producir suficiente cantidad de alimentos (sanos e inocuos) y lograr la distribución equitativa de los mismos es el gran reto, si es que se quiere alimentar y librar del hambre a la creciente población mundial, al mismo tiempo que se reducen los impactos negativos en el medio ambiente. Este reto no se reduce a “milagrosas innovaciones tecnológicas generadoras de alimentos”, sino al replanteamiento de las políticas agropecuarias surgidas en el contexto neoliberal1.

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Es, en este contexto, en el que se desarrollan los alimentos transgénicos, promovidos en el nombre de la lucha contra el hambre y la desnutrición, garantizando simultáneamente el uso sustentable de los recursos naturales. El dilema ético es que estas promesas no se han cumplido. Después de varios años de haberse introducido al mercado los cultivos y alimentos transgénicos, la inseguridad alimentaria persiste y aumenta año con año. Hasta el momento, no se han comercializado alimentos transgénicos más nutritivos y parece ser que las prácticas agrícolas que acompañan a los cultivos transgénicos no han sido menos agresivas con el medio ambiente. No sólo eso, cultivos como el maíz que debieran destinarse para el consumo humano en un mundo con pueblos que padecen hambre, han sido modificados genéticamente para producir sustancias no comestibles (fármacos y sustancias industriales). Ya se han reportado ensayos en Estados Unidos de estas líneas de “maíz biorreactor”. Junto a las seductoras promesas de bienestar, salud, riqueza y desarrollo, se han identificado también riesgos potenciales para el medio ambiente2, la salud humana y los derechos fundamentales de campesinos y pequeños productores. Las dudas son mayores cuando se tiene en cuenta que los cultivos transgénicos son impulsados por poderosas corporaciones agroalimentarias, las mismas que han promovido y promueven el uso de pesticidas y otros agroquímicos (Monsanto, DuPont, Bayer, Dow Agro Sciences y Syngenta). Más preocupante aún es la historia de una de estas corporaciones, Monsanto, manchada de numerosos escándalos que remontan a la época en la cual era solamente una empresa de productos químicos. La disimulación de la toxicidad de los PCB, de la dioxina y del “agente naranja” son claros ejemplos. Más recientemente, la corporación fue condenada dos veces en los Estados Unidos y en Francia por publicidad engañosa sobre su producto estrella, el herbicida Roundup. La Biotecnología Moderna, que utiliza técnicas de Ingeniería Genética, ha brindado a la sociedad en los últimos años una serie de productos verdaderamente útiles en el área farmacéutica. Un buen ejemplo es la producción de insulina recombinante que ha permitido poner a disposición de los pacientes diabéticos insulina casi exactamente igual a la hormona humana a un precio más accesible. Estas aplicaciones farmacéuticas de la Biotecnología Moderna han tenido una amplia aceptación en la sociedad, pero algo distinto ha ocurrido con la misma tecnología aplicada a la producción de alimentos transgénicos. ¿Por qué? Hasta el momento, los consumidores no hemos recibido un beneficio “tangible” de los alimentos transgénicos. No son ni más económicos ni mejores que los alimentos convencionales. Por otro lado, la controversia y los resultados totalmente opuestos es la norma cuando se trata de determinar los efectos de este tipo de alimentos sobre la salud en humanos y animales de laboratorio. El “acalorado” debate en torno a los alimentos transgénicos se ha politizado a un grado tal que resulta difícil para las personas tomar decisiones informadas sobre la compra y consumo de alimentos transgénicos. Menos aún cuando en países como México, los alimentos transgénicos no se encuentran etiquetados. Algo distinto ha ocurrido en Europa, donde las preocupaciones de los consumidores así como el alto porcentaje de rechazo hacia los alimentos transgénicos han dado lugar al etiquetado de los mismos así como a diversas moratorias a la siembra de cultivos transgénicos. ¿Es seguro el consumo de alimentos transgénicos? ¿Existen evidencias científicas de daños a la salud humana? Estas son las preguntas que se intentarán responder a continuación. Son muy pocos los estudios científicos que se han realizado, algunos de ellos con resultados opuestos a los obtenidos en los estudios auspiciados por las corporaciones desarrolladoras de cultivos transgénicos. Por otro lado, ha sido prácticamente imposible dar seguimiento a casos de seres humanos alimentándose con alimentos transgénicos, sobre todo, en países en los que dichos alimentos no se etiquetan. A pesar de la escasa información, un ejercicio indispensable es averiguar el nivel de investigación en torno a los efectos de este tipo de alimentos en la salud humana, así como conocer los procedimientos que han implementado las autoridades competentes para la evaluación de la inocuidad de los organismos transgénicos destinados para consumo humano. ¿Dónde están los alimentos transgénicos? Se conocen como alimentos transgénicos a aquellos alimentos elaborados y / o procesados a partir de cultivos y / o microorganismos modificados genéticamente por técnicas de Ingeniería Genética. Alimentos transgénicos son: 

Cultivos que se pueden utilizar directamente como alimento y que han sido modificados genéticamente (por ejemplo, plantas de maíz o soya manipuladas genéticamente para ser tolerantes a un herbicida o resistentes al ataque de plagas)

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 

Alimentos que contienen un ingrediente o aditivo derivado de un cultivo modificado genéticamente. Alimentos que se han producido utilizando un producto auxiliar para el procesamiento, el cual puede provenir de un microorganismo modificado genéticamente (por ejemplo, quesos elaborados a partir de la quimosina recombinante, producida por un hongo filamentoso manipulado genéticamente, Aspergillus níger, para la producción de una enzima bovina).

Los cultivos transgénicos más utilizados en la industria alimentaria son, por el momento, la soya tolerante al herbicida glifosato y el maíz resistente al barrenador europeo, un insecto. Tanto el maíz como la soya pueden consumirse directamente o bien, podemos encontrar en el mercado proteína de soya o la harina de maíz y sus productos. La soya se utiliza también como materia prima para obtener aceite y lecitina. El maíz se utiliza como fuente de almidón, que tiene aplicaciones directas, y que a su vez es materia prima para fabricar glucosa, ésta última con aplicaciones directas o como materia prima para fabricar fructosa. A pesar de que en México es poca la producción de cultivos transgénicos (soya y algodón a escala piloto), se importan granos y alimentos provenientes de Estados Unidos, el principal productor de cultivos y alimentos transgénicos, por lo tanto, es probable que los productos que ofrece la industria alimentaria sean alimentos elaborados a partir de materias primas transgénicas. Resulta complicado enunciar con certeza qué productos del mercado son transgénicos debido a que en México y Estados Unidos los alimentos transgénicos no son etiquetados como tales. Sin embargo, Greenpeace que es una organización no gubernamental que se opone a los alimentos transgénicos, ha elaborado una lista de marcas de alimentos que esa organización sugiere que contienen o no contienen ingredientes transgénicos. Esta lista puede revisarse en: http://www.greenpeace.org/mexico/prensa/reports/copy-of-gu-a-roja-y-verde-de-a Las tortillas, los tamales, los atoles y otros productos hechos a base de maíz, consumidos en grandes cantidades por los mexicanos, pueden ser también la vía de ingesta de alimentos transgénicos. De hecho, la Dra. Amanda Gálvez Mariscal (coordinadora del Programa Universitario de Alimentos de la UNAM) en colaboración con otros investigadores de la Facultad de Química, ha hecho un gran esfuerzo en la detección y cuantificación de secuencias transgénicas en alimentos procesado a partir de maíz, como son las tortillas y algunas frituras. Seductoras promesas y posibles beneficios Los cultivos transgénicos comercializados hasta el momento, y que son utilizados en la industria alimentaria, han sido modificados genéticamente en dos rasgos principales: la resistencia a insectos y la tolerancia a herbicidas. Los desarrolladores de estos cultivos afirman que ambos rasgos agronómicos tienen como propósito aumentar los rendimientos de los cultivos, reducir los costos de producción y la disminución del uso de agroquímicos. Aunque no es el consumidor el beneficiario directo de estas variedades transgénicas, podría serlo a largo plazo si realmente se producen más alimentos a menor costo. El problema es que después de varios años de siembra de cultivos transgénicos, no se han producido más alimentos ni se ha reducido el costo de los mismos. Serios análisis de investigaciones independientes a las corporaciones biotecnológicas así lo han indicado. Por otro lado, en los últimos años se han obtenido plantas transgénicas en las que se ha modificado la composición bioquímica de sus frutos o semillas, con la intención de producir alimentos que sean mejores que los convencionales en cuanto a su composición nutricional. Se han conseguido modificar, tanto la composición de los ácidos grasos de sus triglicéridos y fosfolípidos, como las características y cantidad de su almidón, proteínas o vitaminas. De esta manera, se han logrado alimentos con mayor contenido vitamínico y un mejor balance de ácidos grasos, alimentos “hipoalergénicos” y alimentos “con valor añadido”. Pero hasta la fecha, no se han comercializado este tipo de alimentos transgénicos, a pesar de que sus desarrolladores afirman que se encuentran en etapas de investigación avanzadas. Las incertidumbres del método Existen serias preocupaciones en torno a la incertidumbre del método de transformación genética. ¿Cuáles son esas incertidumbres? Un organismo transgénico es un organismo que ha sido genéticamente modificado al introducir en su genoma, de forma estable y heredable, un gen exógeno (transgén) mediante técnicas de Ingeniería Genética. Así, los organismos modificados genéticamente pueden adquirir propiedades o características novedosas provenientes de otros organismos o microorganismos. La inserción de transgenes en el genoma de de una planta o de un animal es de naturaleza azarosa, es decir, no se puede predecir el sitio exacto de inserción de los transgenes, de ahí que la selección de las mejores líneas

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transgénicas se lleve a cabo con base en pruebas de laboratorio, invernadero y campo a posteriori, de manera empírica (prueba y error). La mayoría de los científicos biotecnólogos reconocen que esto es así, no obstante, algunos consideran que la Ingeniería Genética aporta mayor precisión, en comparación con los movimientos de genes que se producen cotidianamente a través del mejoramiento clásico de cultivos y que los riesgos que se atribuyen a esta tecnología son los mismos que los producidos por las técnicas convencionales. En contraposición a esto, otros científicos afirman que las incertidumbres en torno al método requieren que los organismos genéticamente modificados se sometan a una evaluación especial, sobre todo porque: 1. Las plantas cultivadas y aquellas que son obtenidas por mejoramiento clásico se han ido seleccionando y probando cuidadosa y colectivamente 2. Los intercambios genéticos que se dan como resultado de las técnicas de mejoramiento clásico no implican combinaciones entre organismos tan distantes como virus, bacterias, plantas y animales, pues no se sobrepasan las barreras reproductivas o de especie. Las incertidumbres del método fueron evidentes en un interesante estudio de Pusztai3 y Ewen, científicos de la Universidad de Aberdeen, Escocia, quienes mostraron que ratas alimentadas con dietas que contenían papas modificadas genéticamente presentaban cambios y diversos efectos en diferentes partes del tracto gastrointestinal así como en el sistema inmunológico. Los investigadores afirman que no fue la proteína transgénica la causante de algunos de los cambios y efectos detectados, sino el contexto genómico de la inserción del transgén (3). Además, de acuerdo a documentos desclasificados de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés), se sabe que algunos científicos de esta agencia expresaron dudas sobre la seguridad de los organismos genéticamente modificados a partir de los análisis de inocuidad de productos transgénicos llevados a cabo por la FDA durante 1992. En ese entonces se determinó que estos alimentos son perfectamente seguros, pero sin contar con el consenso de todos los científicos evaluadores. Los documentos desclasificados son interesantísimos y educativos. En uno de ellos, el microbiólogo Louis Pribyl dice que “los efectos involuntarios no pueden ser desechados tan fácilmente, simplemente suponiendo que éstos también ocurren en los cultivos mejorados por técnicas convencionales. Hay una profunda diferencia entre los tipos de efectos inesperados de los cultivos convencionales y los de la ingeniería genética.” En el siguiente enlace pueden revisarse los documentos mencionados: http://www.biointegrity.org/list.html Los riesgos potenciales ¿Es posible precisar y dar un nombre a los riegos asociados al consumo de alimentos transgénicos? Sí. Pueden enumerarse algunos riesgos, lo cual no implica que existan suficientes evidencias científicas. Esto último se debe, como se explicará posteriormente, a que son muy pocos los estudios científicos divulgados sobre el efecto del consumo de alimentos transgénicos en la salud humana Sin embargo, la falta de suficientes evidencias no debe interpretarse como ausencia de riesgo. Los riesgos potenciales son reales y requieren investigarse. A continuación se enunciarán los principales temores: Proteínas “novedosas” causantes de procesos alérgicos.1. Los alérgenos alimentarios más comunes son los productos con alto contenido de proteína, sobre todo, los de origen vegetal o marino. Uno de los riesgos para la salud asociado a los alimentos transgénicos es la aparición de nuevas alergias, ya que estos alimentos introducen en la cadena alimentaria nuevas proteínas que nunca antes habíamos comido. Si la proteína es un enzima, pueden ocurrir importantes cambios en el metabolismo de la célula y ello puede formar de nuevo sustancias tóxicas y alergénicas. Producción de sustancias tóxicas o efectos no esperados.2. Este temor está directamente relacionado con la incertidumbre del método. Existe el riesgo de que la inserción azarosa del transgén en el genoma del organismo a transformar conduzca al “encendido” o “apagado” de genes aledaños a la inserción. Si así ocurre, pueden generarse procesos desconocidos que conduzca a la aparición de toxicidad. Para evaluar estos riesgos, son requeridos ensayos de toxicidad, los cuales implican la experimentación con animales de laboratorio a corto, mediano y largo plazo.

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Resistencia a los antibióticos y transferencia horizontal de genes.3. El empleo de marcadores de resistencia a antibióticos en el proceso de desarrollo de cultivos transgénicos ha despertado inquietudes acerca de la posibilidad de que estos cultivos promuevan la pérdida de nuestra capacidad de tratar las enfermedades con medicamentos antibióticos. Ello se debe a que existe la posibilidad de “transferencia horizontal” de un gen de resistencia a antibiótico proveniente de un alimento transgénico a los microorganismos que normalmente se alojan en nuestra boca, estómago e intestinos, o a bacterias que ingerimos junto con los alimentos. Si estos microorganismos adquieren el gen de resistencia a antibióticos, sobrevivirán a una dosis oral de un medicamento antibiótico, lo que hará difícil el tratamiento de ciertas enfermedades. Sobreexpresión de genes.4. Para insertar un transgén en el genoma de cualquier organismo es necesario que vaya acompañado de secuencias adicionales de ADN para dirigir la actividad de dicho transgén. Estas secuencias adicionales son conocidas como promotores y terminadores. El promotor más ampliamente usado es el promotor 35S del virus del mosaico de la coliflor (promotor CaMV). ¿Existe la posibilidad de que el promotor CaMV escape del proceso normal de descomposición digestiva, penetre en una célula del organismo y se insertara en un cromosoma humano alterando la expresión de ciertos genes? Tendrían que producirse múltiples acontecimientos escalonados para que ocurriera algo así, pero ello no significa que se descarte la posibilidad. Alteraciones de las propiedades nutritivas.5. Debido a los efectos no esperados, se ha planteado la necesidad de evaluar si la inserción azarosa del transgén genera cambios en la composición nutrimental de los alimentos transgénicos. Los estudios divulgados hasta la fecha no aclaran si, por ejemplo, los cultivos de soya tolerante a herbicidas tienen las mismas cantidades de nutrientes que las variedades tradicionales. Las investigaciones recientes indican que las cantidades de isoflavonas4 presentes en la soya cambian en respuesta a varios factores: Existen datos que hacen sospechar que la aplicación del herbicida usado en la soya transgénica puede provocar un efecto, pero no está claro si el cambio resultante es un aumento o una disminución de las cantidades de isoflavonas (1). Toxicidad por la presencia de residuos de herbicidas en plantas tolerantes a ellos.6. El glifosato o Roundup es uno de los herbicidas más utilizados en la agricultura química y para el que son tolerantes muchas plantas modificadas genéticamente. Debido a que las plantas tolerantes a herbicida son rociadas por el glifosato, residuos de este agroquímico están presentes en los cultivos transgénicos y existen temores acerca de su inocuidad. Las agencias reglamentarias siguen clasificando los herbicidas a base de glifosato como “no cancerígeno para el hombre”, pero esta afirmación ha sido recientemente puesta en entredicho por una serie de estudios epidemiológicos. De la misma manera, han surgido temores en torno al glifosato como generador de desórdenes de reproducción5. Los estudios científicos independientes Los desarrolladores de organismos transgénicos afirman llevar a cabo todos los estudios pertinentes, ninguno de los cuales ha aportado evidencia científica de daño a la salud humana. Los riesgos potenciales que se enunciaron anteriormente han sido descartados. Sin embargo, mucho de los estudios realizados por los desarrolladores son confidenciales y aquellos que se han divulgado, han levantado serias críticas de algunos científicos independientes. En los párrafos anteriores, se refirieron varios estudios científicos independientes sobre algunos de los riesgos potenciales de los alimentos transgénicos, sin embargo, estudios formales sobre la toxicidad de estos alimentos se han hecho muy pocos. El debate sobre los alimentos transgénicos se ha instalado fundamentalmente en las prestigiosas revistas científicas British Medical Journal, Lancet, Nature y Science; las publicaciones aparecidas en las mismas, salvo algunas excepciones, no corresponden a estudios experimentales o evaluaciones originales sobre los efectos adversos o la potencial toxicidad de los alimentos transgénicos (9). De hecho, no existen publicaciones arbitradas sobre estudios clínicos de los efectos en la salud humana de los alimentos transgénicos (8)

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El Dr. Domingo Roig, toxicólogo de la Universidad de Tarragona, hizo una revisión bibliográfica de los artículos científicos publicados desde enero de 1980 hasta mayo de 2000. En este largo período sólo se encontraron seis estudios formales sobre toxicidad. Para conocer detalladamente este trabajo, se recomienda visitar: http://recyt.fecyt.es/index.php/RESP/article/view/1040/710 Por otro lado, Pryme y Lembcke (7) publican en el 2003 una revisión bibliográfica acerca del estado de la investigación dentro de la comunidad científica internacional sobre los efectos en la salud humana a consecuencia del consumo de alimentos transgénicos. Declaran que existen dos tendencias: 1. Muchos de los estudios científicos independientes encuentran posibles efectos adversos en la salud humana asociados al consumo de alimentos transgénicos. 2. Los estudios financiados por la industria biotecnológica descartan todo riesgo potencial y corroboran la seguridad e inocuidad de los alimentos transgénicos Definitivamente, aún falta mucho camino por recorrer y muchos estudios por realizar. En este camino, México pone su granito de arena con un grupo de investigación del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo en Hermosillo Sonora. Bajo la dirección de la doctora Ana María Calderón de la Barca, se han hecho estudios de toxicidad en ratas alimentadas con proteína de soya transgénica. Dichos estudios reportan ciertos efectos adversos en el organismo de las ratas (6). Este resultado confirma aún más la necesidad de llevar a cabo estudios más escrupulosos que los que se tiene hasta el día de hoy. Los análisis de inocuidad ¿Cómo se evalúa la seguridad de un alimento transgénico? ¿Cuál es el procedimiento que siguen las instituciones gubernamentales encargadas de garantizar la seguridad de los alimentos distribuidos en el mercado? En México y en muchos países se sigue un procedimiento similar al recomendado por la FDA. El 29 de mayo de 1992, la FDA publica en el Federal Register su reglamentación sobre los alimentos derivados de nuevas variedades de plantas: “Los productos alimenticios obtenidos de la biotecnología serán reglamentados de la misma forma que los alimentos convencionales”. “Los alimentos derivados de variedades vegetales desarrolladas por nuevos métodos de modificación genética serán reglamentados en el mismo campo y según el mismo enfoque que los obtenidos por fitomejoradores tradicionales”. Esta declaración es la consecuencia inmediata del principio adoptado, equivalencia sustancial: “Si un nuevo alimento o un nuevo ingrediente del producto final es equivalente a un alimento o a un ingrediente existente en el mercado, entonces el alimento nuevo o el nuevo ingrediente pueden ser tratados de la misma manera que su contraparte convencional” A pesar de las críticas hechas por científicos independientes y en su momento, por científicos de la FDA así como por miembros de la Comunidad Europea, el principio de equivalencia sustancial es el que rige los protocolos de evaluación de la FDA y ha sido aprobado por la Organización Mundial de la Salud (2). La identificación de la “equivalencia sustancial” no es una evaluación de seguridad en sí misma, sino una aproximación analítica para la evaluación de un alimento nuevo en relación con uno que ya existe y que tiene una larga historia de seguridad en su consumo. Al determinar la “equivalencia sustancial”, los elementos críticos que se identifican son los nutrimentos y las sustancias tóxicas que pudiera contener el alimento denominado como “nuevo” o “novedoso”. En base a este principio, las autoridades encargadas de verificar la seguridad de los alimentos transgénicos diseñan protocolos o árboles de decisión que contemplan los siguientes aspectos (2): 1. 2. 3. 4. 5. 6.

Análisis caso por caso Identificación Aprobación en el país de origen Historial de uso seguro Pruebas de alergenicidad Pruebas toxicológicas

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7. Pruebas de patogenicidad 8. Composición nutrimental. El Dr. Puztai, sin embargo, menciona que estas pruebas así cómo los métodos empleados son insuficientes para asegurar la inocuidad de los alimentos transgénicos. Puede revisarse un análisis detallado al respecto en el siguiente enlace: http://www.actionbioscience.org/biotech/pusztai.html En México, la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS) es el organismo encargado de llevar a cabo las evaluaciones de inocuidad de organismos genéticamente modificados. En la página electrónica de dicho organismo es posible conocer cuáles han sido los organismos genéticamente modificados aprobados para consumo humano así como el protocolo de evaluación adoptado. Sin embargo, más allá de los protocolos de evaluación, la preocupación fundamental se encuentra en el hecho de que ni la COFEPRIS en México ni la FDA en Estados Unidos, realizan directamente los ensayos de inocuidad. Es decir, los aspectos de evaluación enlistados anteriormente se analizan a partir de la documentación y los estudios entregados por los mismos desarrolladores que buscan introducir sus productos comerciales al mercado. Ni la FDA ni la COFEPRIS cuentan con laboratorios propios o un equipo de científicos independientes que lleven a cabo pruebas toxicológicas, de patogenicidad o de alergeniciad. Conclusiones Los conocimientos actuales son insuficientes para evaluar los beneficios y riesgos de los alimentos transgénicos, especialmente a la luz de las consecuencias a largo plazo que estas tecnologías puedan tener no sólo en la salud humana, sino en el medio ambiente y en la vida de los pequeños productores. De acuerdo a los pocos estudios científicos independientes con los que se cuentan, es posible que las “pequeñas” diferencias entre los cultivos transgénicos y sus equivalentes convencionales sí sean significativas, de manera que el principio de “equivalencia sustancial” pierde sentido. Ante ciertas evidencias científicas de posibles efectos adversos sobre la salud humana como consecuencia del consumo de alimentos transgénicos, estudios independientes en el ámbito científico internacional son impostergables. Se requieren métodos y conceptos nuevos para analizar las diferencias de origen toxicológico, metabólico y nutricional entre los alimentos transgénicos y sus equivalentes convencionales. Necesitamos más ciencia, no menos. Más que grandes corporaciones biotecnológicas “luchando” por erradicar el hambre en el mundo, necesitamos científicos responsables y comprometidos con las sociedades actuales, amenazadas por el cambio climático e inmersas en una severa crisis alimentaria y financiera. Hoy más que nunca resultan indispensables políticas agropecuarias encaminadas a garantizar la soberanía y seguridad alimentaria de los pueblos que padecen hambre. La primera evaluación mundial independiente de ciencia y tecnología agrícolas, aprobada por 58 gobiernos en abril de 2008, advierte que el mundo no puede depender de “reparaciones tecnológicas”, como los cultivos transgénicos, para resolver problemas sistémicos de pobreza, hambre y crisis ambiental persistentes. No se trata solamente de un problema de producción de alimentos, es sobre todo, un problema de acceso a los mismos y justicia social. He aquí el gran reto de la comunidad científica contemporánea en colaboración con todos los sectores de la sociedad, incluidos los consumidores, los pequeños productores y los campesinos. Notas

Las tendencias del comercio mundial de alimentos cambiaron radicalmente en los últimos años. Según un informe de la FAO del año 2004, a principios de la década de 1960, los llamados países en desarrollo tuvieron, en general, un excedente comercial agrícola, pero esta tendencia se revirtió una vez que se implementaron las reformas neoliberales en materia agropecuaria, y hoy, los “países en desarrollo” importan un alto porcentaje de los alimentos que requieren. Si se desea consultar a profundidad el informe de la FAO que se ha mencionado, consultar en el siguiente enlace: http://www.fao.org/docrep/007/y5419s/y5419s00.htm 2 Los efectos en el medio ambiente han despertado un sinfín de preocupaciones, sobre todo, ante la posibilidad de flujo génico y la contaminación de variedades criollas con transgenes. Para el caso específico de un país como México, que es centro de origen y diversidad genética de varios cultivos alimentarios, entre ellos el maíz, las preocupaciones son aún mayores. Sobre todo cuando a pesar de que no se ha aprobado ninguna solicitud para la 1

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siembra de maíz transgénico, ya se ha reportado la presencia de transgenes en cultivos de maíz criollo de varias localidades en Oaxaca y el Distrito Federal. 3 Arpad Pusztai, Ph.D., recibió su grado en Química en Budapest y su B.Sc. en Fisiología y su Ph.D. en Bioquímica de la Universidad de Londres. En sus más de 50 años de carrera ha trabajado en universidades e institutos de investigación en Budapest, Londres, Chicago y Aberdeen (Rowett Research Institute). Ha publicado casi 300 artículos científicos arbitrados y escrito y/o editado 12 libros científicos. En los últimos 30 años ha sido pionero en la investigación acerca de los efectos de las lectinas dietéticas en el tracto gastrointestinal, incluyendo aquellas expresadas por cultivos genéticamente modificados. Generó una gran polémica cuando hizo pública su preocupación sobre la seguridad de los alimentos transgénicos y la necesidad de evaluarlos cuidadosamente antes de llegar a la mesa del consumidor. 4 Compuestos que se han estudiado bastante pues se cree que desempeñan una función importante en la prevención de cardiopatías y cáncer de mama. 5 Estos son los títulos de algunos de los estudios independientes sobre el efecto del gifosato en la salud humana: “Non-Hodgkin’s lymphoma and specific pesticide exposures in men: cross-Canada study of pesticides and health” “Exposure to pesticides as risk factor for non-Hodgkin’s lymphoma and hairy cell leukaemia : pooled analysis of two Swedish case-control studies” “Roundup inhibits steroidogen-esis by disrupting steroidogenic acute regula tory (StAR) protein expression” “The teratogenic potential of the herbicide glyphosate Roundup® in Wistar rats” Bibliografía 1. Byrne P, Ward S, Harrington J. 2004. “Cultivos Transgénicos: Introducción y Guía a Recursos”. Universidad de Colorado. Estados Unidos de América. Disponible en: Www.colostate.edu/programs/lifesciences/CultivosTransgenicos/index. 2. Constable A, Jonas D, Cockburn A, Davi A, Edwards G, Hepburn P, Herouet-Guicheney C, Knowles M, 2. Moseley B, Oberdörfer R, Samuels F. 2007. “History of safe use as applied to the safety assessment of novel foods and foods derived from genetically modified organisms”. Food and Chemical Toxicology, 45: 2513-2525. 3. Ewen SWB, Pusztai A. 1999. “Efect of diets containing genetically modified potatoes expressing Galanthus 3. nivalis lectin on rat small intestine”. Lancet, 354: 1353-1354. 4. AO. 2008. “Perspectivas Alimentarias. Análisis del Mercado Mundial”. Disponible en: http://www.fao.org/docrep/011/ai466s/ai466s00.htm 5. Food and Drug Administration. 1992. “Statement of policy: foods derived from new plant varieties”. Federal 5. Register, 57(104). 6. Magaña JA, López G, Calderón de la Barca AM. 2006. “Histological and genetic expression changes on 6. pancreatic acinar cells of rats induced by feeding genetically modified soy protein”. Food Science and Food Biotechnology in Developing Countries, International Cientific Congress, Saltillo Coahuila México. 7. Pryme I, Lembcke R, 2003. “In vivo studies on possible health consequences of genetically modified food 7. and feed-with particular regard to ingredients consisting of genetically modified plant materials”. Nutrition and Health, 17. 8. Pusztai A. 2001. “Alimentos Genéticamente Modificados: ¿Son un Riesgo para la Salud Animal o 8. Humana?”. Disponible en www.actionbioscience.org 9. Roig D. 2000. “Health risks of genetically modified foods: Many opinions but few data”. Science, 288: 1748-9. 1749. 10. Rosen S, Shapouri S, Quanbeck K, Meade B. 2008. Food Security Assessment, 2007. USDA, Economic 10. Research Service. Disponible en: http://www.ers.usda.gov/Publications/GFA19/ 11. Traavik T, Ching, LL. 2007. Biosafety First: Holistic Approaches to Risk and Uncertainty in Genetic Engineering 11. and Genetically Modified Organisms. Tapir Academic Press, Trondheim.

En: www.revista.unam.mx/vol.10/num4/art24/int24.htm. Fecha de consulta: 10-08-2010

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