La caída de Brasil, espejo de un país en apuros

15 jul. 2014 - La caída de Brasil, espejo de un país en apuros. Madrid. Me apenó mucho la cata- clísmica derrota de Bra- sil ante alemania en la semifinal de ...
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OPINIÓN | 23

| Martes 15 de julio de 2014

mentiras que se pagan caro. Para el escritor peruano, el milagro brasileño iniciado por Lula

no es más que un mito desmentido por estadísticas que no deja ver la realidad

La caída de Brasil, espejo de un país en apuros Mario Vargas Llosa —Para La NaCiON—

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Madrid

e apenó mucho la cataclísmica derrota de Brasil ante alemania en la semifinal de la Copa del Mundo, pero confieso que no me sorprendió tanto. de un tiempo a esta parte, la famosa canarinha se parecía cada vez menos a lo que había sido la mítica escuadra brasileña que deslumbró mi juventud y esta impresión se confirmó para mí en sus primeras presentaciones en este campeonato mundial, donde el equipo carioca dio una pobre imagen haciendo esfuerzos desesperados para no ser lo que fue en el pasado, sino jugar un fútbol de fría eficiencia, a la manera europea. No funcionaba nada bien; había algo forzado, artificioso y antinatural en ese esfuerzo, que se traducía en un desangelado rendimiento de todo el cuadro, incluido el de su estrella máxima, Neymar. Todos los jugadores parecían embridados. El viejo estilo –el de un Pelé, Sócrates, Garrincha, Tostão, Zico– seducía porque estimulaba el lucimiento y la creatividad de cada cual, y de ello resultaba que el equipo brasileño, además de meter goles, brindaba un espectáculo soberbio, en que el fútbol se trascendía a sí mismo y se convertía en arte: coreografía, danza, circo, ballet. Los críticos deportivos han abrumado con improperios a Luiz Felipe Scolari, el entrenador brasileño, al que responsabilizan de la humillante derrota por haber impuesto a la selección carioca una metodología de juego de conjunto que traicionaba su rica tradición y la privaba de la brillantez y la iniciativa que antes eran inseparables de su eficacia, convirtiendo a los jugadores en meras piezas de una estrategia, casi en autómatas. Sin embargo, yo creo que la culpa de Scolari no es sólo suya, sino, tal vez, una manifestación en el ámbito deportivo de un

fenómeno que, desde hace algún tiempo, representa todo el Brasil: vivir una ficción que es brutalmente desmentida por una realidad profunda. Todo nace con el gobierno de Lula da Silva (2003-2010), quien, según el mito universalmente aceptado, dio el impulso decisivo al desarrollo económico de Brasil, despertando de este modo a ese gigante dormido y encarrilándolo en la dirección de las grandes potencias. Las formidables estadísticas que difundía el instituto Brasileño de Geografía y Estadística eran aceptadas por doquier: de 49 millones los pobres bajaron a ser sólo 16 millones en ese período y la clase media aumentó de 66 a 113 millones. No es de extrañar que, con estas credenciales, dilma rousseff, compañera y discípula de Lula, ganara las elecciones con tanta facilidad. ahora que quiere hacerse reelegir y que la verdad sobre la condición de la economía brasileña parece sustituir al mito, muchos la responsabilizan a ella por esa declinación veloz y piden que se vuelva al “lulismo”, el gobierno que sembró, con sus políticas mercantilistas y corruptas, las semillas de la catástrofe. La verdad es que no hubo ningún milagro en aquellos años, sino un espejismo que sólo ahora comienza a despejarse, como ha ocurrido con el fútbol brasileño. Una política populista como la que practicó Lula durante sus gobiernos pudo producir la ilusión de un progreso social y económico que era nada más que un fugaz fuego artificial. El endeudamiento que financiaba los costosos programas sociales era, a menudo, una cortina de humo para tráficos delictuosos que han llevado a muchos ministros y altos funcionarios de aquellos años (y los actuales) a la cárcel o al banquillo de los acusados. Las alianzas mercantilistas entre gobierno y empresas privadas enriquecieron a buen número de funcionarios y empresarios, pero crearon un sistema tan endemoniadamente burocrático que incentivaba la corrupción y ha ido desalentando la inversión. de otro lado, el Estado se embarcó muchas veces en

faraónicas e irresponsables operaciones, de las que los gastos emprendidos con motivo de la Copa del Mundial de Fútbol son un formidable ejemplo. El gobierno brasileño dijo que no habría dinero público en los 13 mil millones que invertiría en el mundial de fútbol. Era mentira. El BNdS (Banco Brasileño de desarrollo) ha financiado a casi todas las empresas que ganaron las obras de infraestructura y que, todas ellas, subsidiaban al Partido de los Trabajadores, actualmente en el poder. (Se calcula que por cada dólar donado han obtenido entre 15 y 30 dólares en contratos.) Las obras mismas constituían un caso flagrante de delirio mesiánico y fantástica irresponsabilidad. de los doce estadios acondicionados sólo se necesitaban ocho, según advirtió la propia FiFa, y la planifica-

ción fue tan chapucera que la mitad de las reformas de la infraestructura urbana y de transportes debieron ser canceladas o sólo serán terminadas ahora que el campeonato finalizó. ¡No es de extrañar que la protesta popular ante semejante derroche, motivado por razones publicitarias y electoralistas, sacara a miles de miles de brasileños a las calles y remeciera a todo el Brasil! Las cifras que los organismos internacionales, como el Banco Mundial, dan en la actualidad sobre el futuro inmediato del Brasil son bastante alarmantes. Para este año se calcula que la economía crecerá apenas un 1,5%, un descenso de medio punto sobre los últimos dos años, en los que sólo raspó el 2%. Las perspectivas de inversión privada son muy escasas, por la desconfianza que ha surgido ante lo que se creía un modelo original y ha re-

sultado ser nada más que una peligrosa alianza de populismo con mercantilismo y por la telaraña burocrática e intervencionista que asfixia la actividad empresarial y propaga las prácticas mafiosas. Pese a un horizonte tan preocupante, el Estado sigue creciendo de manera inmoderada –ya gasta el 40% del producto bruto– y multiplica los impuestos a la vez que las “correcciones” del mercado, lo que ha hecho que cunda la inseguridad entre empresarios e inversores. Pese a ello, según las encuestas, dilma rousseff ganará las próximas elecciones de octubre y seguirá gobernando inspirada en las realizaciones y logros de Lula da Silva. Si es así, no sólo el pueblo brasileño estará labrando su propia ruina y, más pronto que tarde, descubrirá que el mito en el que está fundado el modelo brasileño es una ficción tan poco seria como la del equipo de fútbol al que alemania aniquiló. Y descubrirá también que es mucho más difícil reconstruir un país que destruirlo. Y que, en todos estos años, primero con Lula da Silva y luego con dilma rousseff, ha vivido una mentira que irán pagando sus hijos y sus nietos, cuando tengan que empezar a reedificar desde las raíces una sociedad a la que aquellas políticas hundieron todavía más en el subdesarrollo. Es verdad que Brasil había sido un gigante que comenzaba a despertar en los años que lo gobernó Fernando Henrique Cardoso, que ordenó sus finanzas, dio firmeza a su moneda y sentó las bases de una verdadera democracia y una genuina economía de mercado. Pero sus sucesores, en lugar de perseverar y profundizar aquellas reformas, las fueron desnaturalizando, regresando el país a las viejas prácticas malsanas. No sólo los brasileños han sido víctimas del espejismo fabricado por Lula da Silva, también el resto de los latinoamericanos. Porque la política exterior del Brasil en todos estos años ha sido de complicidad y apoyo descarado a la política venezolana del comandante Chávez y de Nicolás Maduro, y de una vergonzosa “neutralidad” ante Cuba, negándoles toda forma de apoyo ante los organismos internacionales a los valerosos disidentes que en ambos países luchan por recuperar la democracia y la libertad. al mismo tiempo, los gobiernos populistas de Evo Morales, en Bolivia; del comandante Ortega, en Nicaragua, y de Correa, en el Ecuador –las más imperfectas formas de gobiernos representativos en toda américa latina– han tenido en Brasil su más activo aval. Por eso, cuanto más pronto caiga la careta de ese supuesto gigante en el que Lula habría convertido al Brasil, mejor para los brasileños. El mito de la canarinha nos hacía soñar hermosos sueños. Pero en el fútbol como en la política es malo vivir soñando y siempre preferible –aunque sea dolorosa– atenerse a la verdad. © LA NACION

La fiesta de la destrucción Héctor M. Guyot —La NaCiON—

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currió lo impensable: un pueblo había entendido que una derrota no necesariamente es una derrota y que se puede ganar habiendo perdido. No era el consabido y necio “merecíamos el triunfo”. al contrario, se aceptaba que el rival era mejor y que, más allá de la polémica alrededor de un dudoso penal no cobrado, el partido estaba para cualquiera. Pese a la derrota, ese pueblo se sentía vencedor. Esto no ocurrió durante un torneo de criquet en la inglaterra victoriana. Era la argentina de hoy. Y era fútbol, un deporte que suele exacerbar pasiones primarias. Enaltecidos por un equipo que lo había dejado todo en la cancha –sacrificio, entrega, amor propio–, decenas de miles salieron a la calle a festejar un 0-1. importaba más el cómo que el qué. En una sociedad impiadosa y exitista, un verdadero milagro: el festejo devolvía dignidad y alegría a la gente. Pero había algo más: después de una década marcada por las divisiones, en ese sentimiento se encontraba un país entero. Pero no. No se trataba de un solo país. En todo caso, no era más que la imagen de

uno posible. O deseable. Porque anteayer en el Obelisco también se dio cita otro país. Otro que también, reconozcámoslo desde ahora, es el nuestro. Un país escondido, muchas veces ignorado, que irrumpió sin aviso para desbaratar la fiesta de los buenos sentimientos en la que la gran mayoría buscaba reconocerse. No era la primera vez que ese país de los márgenes hacía estallar, desde el mismo centro, la expresión de una alegría genuina. dejemos de lado por un momento a los que fueron al Obelisco con la intención deliberada de provocar desmanes y saquear, que los habrá habido. detengámonos en los que fueron a festejar y terminaron rompiéndolo todo. También los hubo. a ellos y a los que nutrieron la fiesta de los buenos sentimientos los iguala la pasión por Messi y Mascherano. Todos visten la misma camiseta. Pero unos y otros tuvieron maneras muy distintas de festejar. a la hora de desatar las pulsiones propias de toda fiesta, ríos de alcohol mediante, los que arruinaron la celebración desde dentro liberaron una violencia de intensidad inusitada.

Es difícil determinar cómo empezó todo. Primero había una marea humana que unía ambas orillas de la 9 de Julio y no dejaba de crecer. Hombres, mujeres, jóvenes, chicos, familias enteras. Todo era canto y excitación. La señal de alarma llegó cuando un grupo trepó al techo de uno de los móviles de la TV. Tal vez la oportuna intervención de la policía hubiera evitado lo que siguió. Pero lo que siguió se precipitó con la fatalidad de un río que desborda y entonces empezó la fiesta de la destrucción, que se fagocitó a la otra. Los que se entregaban a ella eran cientos, y se multiplicaban aquí y allá. En los casos extremos, el afán destructivo, que se descargó contra negocios, bienes públicos y todo lo que se cruzara enfrente, llegó hasta el virtual sacrificio de los propios cuerpos: muchos, como si no tuvieran nada que perder, como kamikazes sin objeto, desafiaban en soledad, a metros de las formaciones policiales, la descarga de los camiones hidrantes. Como si, en el clímax del extravío, esperaran el tiro de gracia. Más allá de acusaciones livianas, la po-

licía y los funcionarios responsables deberían llegar hasta los instigadores de los sucesos de anteayer, si los hubiere. Pero es poco probable que esto ocurra. a los profesionales de la violencia y a los destructores espontáneos los cobija una misma cultura del aguante que creció al calor del Estado. Una cultura que, en un cóctel fatal de indiferencia y cinismo, fue institucionalizada por una casta de dirigentes políticos que llega al poder para gozar de un mundo de dinero y privilegios vitalicios a costa de aquellos a quienes debe gobernar y servir. También, por un sistema –o un mundo– que convierte en material descartable a aquellas franjas de la población que “sobran” o que no acceden a una educación y a un trabajo digno de ese nombre y sólo prestan servicios electorales. Esto no ha empezado con el kirchnerismo, claro. Pero tampoco podemos desconocer que hoy tenemos un gobierno que desincentiva la cultura del trabajo, tanto desde sus políticas como desde el ejemplo de funcionarios que sólo parecen pensar en zafar, en enriquecerse, y que se ríen no

sólo de los valores que deberían sostener la vida en común, sino también de las normas concretas que apuntan a ordenarla. Los márgenes, como en la fiesta de anteayer, se han trasladado al centro. El lumpenaje es ya una forma de vida institucionalizada, una cultura que ha ido contaminando los distintos órdenes de nuestra vida social. Y, se diría, de arriba para abajo. El domingo se celebraba a la selección por su capacidad de entrega y de trabajo. Por su humildad, por su sentido de equipo. En pleno corazón del país, en pleno festejo, esos valores fueron violentamente desplazados, en una ceremonia ciega, por otros antagónicos. Ésa fue la desazón. Es necesario imaginar un país mejor. Quizá muchos de los que el domingo se desplazaron hasta el Obelisco inspirados por Sabella y sus muchachos lo hayan vislumbrado cuando empezaban los festejos. Lo que pasó después fue triste, pero no inexplicable. Y vino a recordarnos que si queremos un país mejor no debemos olvidar ni ignorar al otro. de lo contrario, no habrá fiesta posible. © LA NACION

claves americanas

El impacto político del Mundial Andrés Oppenheimer —Para La NaCiON—

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uchos analistas coinciden en que la humillante derrota de 7 a 1 sufrida por Brasil ante alemania y el decepcionante cua to puesto de la seleção en la Copa del Mundo ha creado un clima de desesperanza sin precedente en Brasil, que aumentará las posibilidades de que la presidenta dilma rousseff pierda las elecciones de octubre. Sin embargo, hay varias razones para creer que rousseff logrará capear el temporal y triunfar en la segunda vuelta. Poco después de que Brasil fue demolido por el equipo alemán en uno de los resultados más sorprendentes de la historia del fútbol, el país entró en un estado de shock. aun antes de que terminara el partido, cuando alemania estaba ganando 5 a 0, algunos hinchas brasileños comenzaron a entonar cánticos contra rousseff y a subir fotos por Twitter en las que se veía a la presidenta en

la escalerilla de un helicóptero, como si estuviera huyendo del país. aunque en el pasado los resultados adversos en las Copas del Mundo no han afectado las elecciones en Brasil, casi todos los analistas brasileños coinciden en que este año la situación es diferente. La selección brasileña nunca antes había sufrido una derrota tan aplastante en las etapas finales de una Copa del Mundo y nunca antes había sufrido tal humillación jugando de local. En medio de la depresión nacional que se vive, ya están resurgiendo las voces de protesta que se escucharon antes de la Copa del Mundo sobre el enorme despilfarro y la corrupción gubernamental que han rodeado la construcción de los estadios mundialistas. además de estar enojados con el gobierno por haber gastado 11.000 millones de dólares en estadios y otras obras que en muchos casos no servirán de mucho, en vez de mejorar la educación y los servicios de salud, los

brasileños están impacientes por una economía estancada que sólo crecerá alrededor del 1% este año. incluso antes del Mundial, una encuesta del Pew research Center concluyó “que el ánimo nacional en Brasil es sombrío” y que el 72% de los brasileños estaba insatisfecho con la manera en que iban las cosas en su país. Pero hay varias razones para creer que rousseff, quien según las encuestas anteriores al Mundial tenía casi el 40% del voto, aún podrá ganar su reelección, probablemente en la segunda vuelta. En primer lugar, recibió a importantes jefes de Estado para la final de la Copa del Mundo y, luego, para la cumbre de mañana con los Brics, el grupo de potencias emergentes constituido por China, rusia, Sudáfrica, india y Brasil. Esto le permitirá a rousseff proyectar una imagen presidencial y presentarse ante el pueblo brasileño como una líder mundial, con lo que podrá empezar a despegarse de

la memoria del Mundial. Sus reuniones con los líderes de China, rusia, india y alemania la ayudarán a cambiar la agenda y referirse al Mundial como algo del pasado. En segundo lugar, rousseff dispondrá del doble de tiempo gratis en televisión que sus rivales. Según el sistema electoral del país, que concede tiempo televisivo gratuito a los partidos, la coalición de izquierda de rousseff tendrá 11,5 minutos de los bloques de propaganda de 25 minutos diarios, y su rival más próximo, el centrista aécio Neves, tendrá un bloque de apenas dos minutos. En tercer lugar, el reciente anuncio de rousseff de que aumentará los subsidios del programa social Bolsa Familia la ayudará a que salgan a votar a su favor alrededor de 15 millones de las familias más pobres de Brasil. El gobernante Partido de los Trabajadores ya ha iniciado una campaña afirmando que los opositores de rousseff anularían el programa Bolsa Familia, algo

que los rivales de rousseff han desmentido. En cuarto lugar, aunque rousseff no es una líder carismática, tiene el activo respaldo del ex presidente Luiz inácio Lula da Silva, quien pese a su polémica política exterior, que respalda a algunas de las peores dictaduras del mundo, sigue siendo muy popular en Brasil. “Si sacáramos a Lula de la ecuación, dilma [rousseff] ya estaría políticamente muerta”, me dijo el analista político brasileño Paulo rabello de Castro. Mi opinión: si las posibilidades de rousseff de ganar la reelección eran del 60% o 70% antes de la debacle futbolística de la semana pasada, ahora diría que son del 51%. Será muy difícil que gane por goleada. Será una elección más reñida de lo que parecía antes de la Copa, pero, por ahora, lo más probable es que todavía gane por un pelo. © LA NACION

Twitter: @oppenheimera