Justicia por mano propia en calles sin ley

1 abr. 2014 - como si ése fuera el corralito donde se per- mite pastar a los monstruos que llevamos adentro, total son inofensivos, sólo juegan con palabras ...
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OPINIÓN | 21

| Martes 1º de abril de 2014

linchamiento. La reacción de vecinos de Rosario contra un joven de 18 años tras un robo

tuvo réplicas que muestran una violencia social que crece ante un Estado impotente

Justicia por mano propia en calles sin ley Carolina Arenes

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—LA NACION—

al vez en el barrio Azcuénaga de Rosario, donde hace unos días una turba enardecida asesinó a David Daniel Moreira –18 años, supuesto ladrón de una cartera–, hoy haya algunos vecinos acongojados. Ojalá. Ojalá que alguno de ellos, por su propio bien y por el nuestro, se mire las manos con vergüenza y le cueste convivir con el recuerdo de lo que hizo. La foto es estremecedora. No sólo por el muchacho tirado en medio de la calle, la cabeza herida ladeada hacia un costado, la sangre. Estremece la expresión casi indiferente de las personas que miran, sentadas sobre el cordón de la vereda. Eso, y saber que no hubo otros vecinos que llevaran cordura, que se atrevieran a frenar la paliza fatal. Como si el deterioro social que produce la exclusión, el miedo y la violencia se hubieran incorporado a la realidad cotidiana como un dato más: un colectivo que pasa, el verdulero, chicos que salen a pedir o a trabajar, otros que van a la escuela, muchachos sin rumbo a la buena de dios, un transa, la señora con el changuito, un robo, vecinos descontrolados, un muerto tirado en mitad de la calle, la ciudad sin ley. “Si creyeron que robó, lo tendrían que haber llevado a la comisaría”, dice la madre desconsolada, con la sensatez de esas primeras lecciones escolares que siempre es bueno volver a recordar. Sin embargo, en la base de los crímenes cometidos por venganza contra un supuesto delincuente está siempre la desconfianza en la actuación policial, según confirman los estudios sobre el fenómeno de la justicia por mano propia, un delito de baja frecuencia en la Argentina. Pero la alarma se enciende cuando los casos se repiten. En la misma semana en que los vecinos de Azcuénaga se declaraban en zona liberada y daban rienda suelta a su asesino interior disfrazado de justiciero, se repetían en distintos lugares de Rosario palizas contra supuestos ladrones y, en Palermo, los vecinos del barrio casi linchan ayer a un motochorro pescado in fragantti. Después llegaron noticias de Río Negro, de Junín, de Rosario otra vez. Coincidencias fortuitas, quizás, o el peligro del efecto contagio.

Aunque tampoco habría que perder de vista que en esa misma semana en que fue atacado y murió David Daniel Moreira otras imágenes mostraron hasta dónde están llegando las cosas: el traslado de un preso en el contexto de la narcoinvestigación en Rosario requirió de un grupo de elite penitenciario que se trasladó en camionetas especiales, a cara cubierta y con armas largas (¿o era un fotograma de la miniserie Pablo Escobar, el patrón del mal?). El preso en cuestión era un policía involucrado en un plan para matar a un juez y a un fiscal. También los tiros contra la casa del gobernador de Santa Fe provenían de filas policiales. Si la confianza en la policía es valla de contención para que no actuemos como hordas primitivas, tal vez no sea tan raro que estos episodios empiecen a aparecer en Rosario, acosada como está por el avance narco, que succiona voluntades y deja a la intemperie a los ciudadanos, sin protección del Estado y sin ley, el marco civilizatorio que nos ampara de nuestras peores pulsiones humanas. O los deja a merced de vecinos voluntaristas que le disputan al Estado el monopolio legítimo en el uso de la violencia. Como los linchadores del barrio Azcuénaga. O como los más organizados comuneros de Michoacán y Guerrero, muy cerca de Ciudad de México, que crearon autodefensas ciudadanas para enfrentar a los grupos criminales que todos los días les ganan la pulseada a las fuerzas de seguridad. En esos distritos hoy hay zonas donde el Estado, como un anciano derrotado e impotente, sufre la humillación de tener que pedir autorización a los vecinos para poder circular. Todavía no llegamos a tanto, pero hay signos que inquietan. El viernes 21, un día antes de que fuera asesinado David Daniel Moreira, el portal Rosario3.com había publicado una nota con este título: “Cuatro pibes armaron una «patrulla comunitaria» en barrio Azcuénaga”. El barrio donde mataron a David. Acompañan a los vecinos cuando entran y sacan el auto, cuando vuelven de trabajar o esperan el colectivo, y portan armas. Según cuenta la nota, también tienen pensado blanquear

sus servicios ante el Concejo Municipal. Tras la paliza, los exponentes violentos del barrio encontraron otros canales donde volcar su furia: “Por suerte la policía llegó tarde y le dio un buen tiempo para matarlo a patadas, vi vecinos quemándolo con cigarrillos, ojalá alguno le hubiera cortado las manos”, pudo leerse (hasta que lo borraron) en el grupo de Facebook “Indignados Barrio Azcuénaga”. La calle donde se lincha a un ladrón puede pensarse en espejo con la gran autopista digital, en donde a diario se linchan las leyes que se dice defender y hasta los pilares del Estado de Derecho. “Justicia por mano propia, extermino de ratas y linchamientos comunitarios es la única opción ante

la justicia cuadripléjica”, decía otro post subido a un prestigioso diario. Hay quienes minimizan el poder de influencia de esas voces desatadas y rayanas en la apología del delito que circulan por los foros online, como si ése fuera el corralito donde se permite pastar a los monstruos que llevamos adentro, total son inofensivos, sólo juegan con palabras, no con armas. El riesgo es que esos llamados de guerra encuentren eco en coberturas periodísticas irresponsables que amplifiquen un consenso social capaz de avalar cualquier cosa para defenderse de la inseguridad creciente. “Siento una gran impotencia. Quiero creer en la Justicia. Que esto no quede en la nada como un caso más y que se busque a los responsables”, dice la madre de David Daniel Moreira. Como cualquier otra víctima de cualquier otro delito, la madre interpela al Estado. El Estado veleta que se achica o se vuelve elefante según soplen los vientos o saca pecho en defensa de las buenas causas mientras convive promiscuo con los corruptos que lo dejan sin fuerza, o se distrae y se diluye hasta que las calles parecen tierra de nadie en las narices de la gran ciudad civilizatoria y civilizada. “Como sociedad, retrocedimos 2000 años”, dice un concejal peronista, y reclama que se declare la emergencia en seguridad pública en Rosario porque el socialismo, dice, bajó la guardia y los resultados están a la vista. “Los vecinos lo hacen porque hay un Estado ausente”, se sumó ayer Sergio Massa. Puede ser. Son algunas de las conclusiones posibles. Pero lo peor que podría pasarnos es que tragedias como éstas se conviertan en el plato de donde come el oportunismo político. La situación de las barriadas rosarinas –pobreza, exclusión, penetración del narcotráfico, connivencia policial y política con el delito, juventud sin trabajo, estudio ni horizontes, violencia cotidiana, presencia intermitente del Estado– no es exclusividad de esa ciudad santafecina, tierra de socialistas. Que alguien le haga llegar al peronismo que gobierna Buenos Aires un ejemplar de La violencia en los márgenes, el libro en el que Javier Auyero y María Fernanda Berti desnudan los estragos que causan la pobreza y la falta de políticas públicas en el barrio Ingeniero Budge, de Lomas de Zamora, donde la violencia y el delito vinculado a las drogas crecieron exponencialmente en los últimos años. Auyero ha dicho que estos lugares se están convirtiendo en fábricas de violencia y que, en los sectores populares, el mismo Estado que interviene es el que produce delito. Es decir, el problema no es sólo que el Estado a veces está ausente. Lo grave es que incluso cuando está presente enseña que aceptar los límites que marca la ley es sólo para los giles o los tibios. La tragedia ferroviaria de Once, las inundaciones fatales de La Plata, el crecimiento del narcotráfico en Rosario o los policías que entran en el negocio de la droga en Ingeniero Budge no dicen que el Estado está ausente, dicen que está presente así, al margen de las normas. Y es esa anomia el ejemplo que gotea y está inundando las calles. © LA NACION

Cuando se derrumbe el palacio Vicente Palermo —PARA LA NACION—

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uando se derrumba el palacio de los poderosos, los humildes, que no habían participado de las horas de jolgorio, son los primeros en sentir caer sobre sus cabezas el peso de las piedras”, dice Bertold Brecht en una de sus obras de teatro, El círculo de tiza caucasiano, y me temo que su pluma grafique muy bien un peligro de los próximos años. En realidad, si tomáramos al pie de la letra la alegoría de Brecht, seríamos un poco injustos con los años kirchneristas. En ellos, sobre todo en los primeros de la década de gobierno, las condiciones de vida de los sectores afectados por la pobreza –una parte sustancial de nuestros conciudadanos– mejoraron significativamente. Esto fue un producto de las políticas sociales que

sintieron fuertes incrementos del gasto, por un lado, y de una recuperación económica que ensanchó el mercado de trabajo y permitió una reformalización parcial, pero también significativa, de ese mercado. Todo esto es innegable, como también lo es que estas mejoras partieron de un piso dramáticamente bajo, en esencia mantuvieron la concentración del ingreso y habían comenzado antes del inicio de la gestión kirchnerista. Los pobres, por ende, no fueron meros convidados de piedra en las horas de jolgorio. Pero el peligro de que el derrumbe del palacio caiga otra vez sobre sus cabezas está en el horizonte. La caída política del kirchnerismo tal vez no alcance trazos catastróficos, pero todo indica que su gobierno marcha a una inexorable decli-

nación. El derrumbe económico del “modelo” es por lo demás patente, aunque tampoco en este campo sabemos su magnitud ni su alcance. Así las cosas, nos encontramos frente a un escenario, muy probable, en el que se conjugarán dos procesos: una renovación de la clase política gobernante y un largo y complicado ajuste que el actual gobierno, calculando que tiene todavía casi dos años por delante, se resiste con uñas y dientes a llevar a cabo, más allá de algunas medidas perentorias (como las adoptadas recientemente por el Banco Central). En ese escenario, es grande el peligro de que los ajustes a encarar por un futuro gobierno recaigan sobre los sectores más golpeados, y serán precisos arte político, innovación y hasta inventiva para conjurarlo.

Las mejoras del kirchnerismo son frágiles; su vulnerabilidad proviene, en parte, de que se sustentan en una estructura fiscal que pide a gritos reformas de envergadura, y en parte, de las bajas capacidades estatales con que se formulan e implementan. Por otro lado, durante la renovación política, y una vez instalado el nuevo gobierno, las presiones fiscales serán formidables y los pobres no serán precisamente aquellos que tengan la voz más fuerte para reclamar. Aun en el caso de que los pobres (acompañados esta vez por el personal local que administra la ejecución de gran parte del gasto social) activen su potencial para la revuelta, la probabilidad de que sean el pato de la boda es alta. No cabe descartar, por fin, que los partidos gobernantes después de

2015 se dispongan a atender a las clientelas electorales que les son más próximas y encuentren dificultades para incorporar los problemas de los pobres en sus agendas. Si realmente se desea dar una respuesta diferente y contundente a este grave peligro, será imprescindible comenzar desde ahora a identificar los nudos fiscales, del mercado laboral, políticos, que habrá que desatar, las alianzas que será necesario conformar y las capacidades estatales que se requerirán. Si no lo hacemos, la inercia nos llevará a un terreno tristemente conocido y deberemos hacer nuestras las palabras de Brecht. © LA NACION El autor es investigador principal del Conicet y miembro del Club Político Argentino

claves americanas

Los países que van para adelante Andrés Oppenheimer —PARA LA NACION—

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mIAMI

ay muchas maneras de intentar pronosticar cuáles países prosperarán más –y cuáles menos– en los próximos años, pero una de las más reveladoras es la que surge de un informe que acaba de ser publicado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), con el número de patentes internacionales de nuevas invenciones solicitadas el año pasado. El informe anual de la OMPI, una organización integrada por 187 países, revela que Estados Unidos sigue siendo el líder mundial en innovación, con 57.300 solicitudes de patentes internacionales presentadas ante la OMPI en 2013, lo que representa un aumento del 11% sobre el año anterior. En segundo lugar se encuentra Japón, con 44.000 solicitudes de patentes (1% de aumento sobre el año anterior) y luego China, con 22.000 solicitudes (16% de aumento sobre el año anterior). En cuarto y quinto lugar están Alemania y Corea del Sur, respectivamente.

En comparación, el número de patentes internacionales solicitadas por los países europeos no varió y el de los países latinoamericanos permaneció en niveles insignificantes. “Hay un aumento en las solicitudes de patentes internacionales de Estados Unidos y China, pero no en otras jurisdicciones”, me dijo Carsten Fink, el jefe de economistas de la OMPI, en diálogo telefónico desde Ginebra. Dijo también que las estadísticas de la OMPI son una de las mejores maneras de medir el nivel de innovación de cada país, porque reflejan las patentes de mayor potencial. Habitualmente, los inventores particulares o las empresas suelen registrar primero una patente en su país de origen y sólo solicitan una patente internacional ante la OMPI cuando creen que pueden vender su producto en otros países. En total, las naciones latinoamericanas solicitaron alrededor de 1000 patentes internacionales el año pasado, una cifra mínima si se la compara con las 12.400 de Corea del Sur o las 1600 de Israel. En otras

palabras, los 32 países de América latina juntos –con una población de casi 600.000 millones de personas– presentaron menos del 10% de las solicitudes de patentes internacionales presentadas por Corea del Sur, un país de solo 50 millones de habitantes. Dentro de América latina, el año pasado Brasil presentó 660 solicitudes de patentes internacionales; México, 233; Chile, 144; Colombia, 82; la Argentina, 26; Perú, 13; Costa Rica, 12; Cuba, 9, y Venezuela, 1, según el informe de la OMPI. “El desafío de los países latinoamericanos –me dijo Fink– es crear un ecosistema donde pueda florecer la innovación.” Y agregó: “Eso implica tener un buen sistema educativo, incentivos fiscales para estimular la investigación y desarrollo de nuevos productos, mecanismos financieros para respaldar el capital de riesgo y políticas que favorezcan la movilidad de personas altamente calificadas, para traer talentos de otros lugares”. ¿Hay una relación directa entre la inversión de los países en investigación y la can-

tidad de patentes que producen? Fink dice que sí: “China gasta el 1,7% de su PBI en investigación y desarrollo, mientras que casi todos los países latinoamericanos gastan menos del 1%”, explicó. Respecto de si América latina no debería gastar más en escuelas, hospitales y comida para los pobres en lugar de estimular la innovación tecnológica, Fink dijo que esos argumentos pueden ser válidos para los países más pobres del mundo, pero no para países latinoamericanos de ingreso medio. “China es un país de ingreso medio, pero ha invertido más en investigación y desarrollo que cualquier otro país de ingreso medio”, dijo. “En la medida en que el progreso tecnológico es uno de los grandes impulsores del crecimiento económico, lo que deberían hacer los países latinoamericanos de ingreso medio es invertir más en investigación y desarrollo”. Mi opinión: coincido con Fink. Y agregaría que ahora que parece haberse acabado el boom de los precios de las materias primas, existe una urgencia aún mayor para

que los exportadores latinoamericanos de materias primas se integren a la carrera mundial por la innovación productiva. Por más que estén muy atrás, como muestran los nuevos datos de la OMPI, pueden hacerlo: hace apenas 50 años, Corea del Sur y otros países asiáticos que hoy sobresalen en innovación eran tanto o más pobres que los países latinoamericanos. Pero mientras los países asiáticos invirtieron en educación de calidad, investigación y desarrollo, gran parte de América latina despilfarró su dinero en subsidios sociales provisorios que crearon una falsa sensación de progreso, sin generar crecimiento a largo plazo. Los nuevos datos de la OMPI ayudan a explicar por qué los países asiáticos han crecido tanto y reducido la pobreza más rápidamente que los latinoamericanos. Habría que seguir su ejemplo y apostar a la educación de calidad, la ciencia y la tecnología. © LA NACION Twitter: @oppenheimera