Historia de las Ideas II

Pero la falacia del “modelo” es tranquilizadora. Permite creer (o hacer creer) que el capitalismo puede cambiar “este” modelo de concentración de riquezas y ...
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Aportes teóricos para la Cátedra:

Historia de las Ideas II

Profesorado Superior de Ciencias Sociales Concordia 2015

Carrera: Profesorado de Historia Segundo Año

Si se trata de decir la verdad digámosla: ¡No es el modelo, es el sistema! Por: José Pablo Feinmann. Fecha de publicación: 24/07/03 Las cifras recientes de la hiperpobreza sorprendieron –si aún cabía tal cosa– al país. La devastación está llegando tan lejos que pareciera no tener retorno. Siempre que esto ocurre se habla del “modelo”. Algunos, los moderados, hablan de las fallas del modelo. O de las insuficiencias del modelo.

Otros, menos moderados o francamente no moderados, hablan de la necesariedad de cambiar el modelo. Todos cometen un error. El mismo error. El error radica en la utilización de ese concepto que se ha impuesto desde hace ya tiempo y que es falaz hasta la última de sus raíces. El concepto de “modelo”. ¿Qué es el “modelo”? Se lo diga o no, todos acuerdan en que el modelo es el “modelo neoliberal”. Así las cosas, se dibuja la imagen de un sistema capitalista capaz de ofrecer varios rostros, estos rostros variados son los posibles “modelos”, de los cuales el “modelo neoliberal” sería uno de ellos. Falso. El “modelo neoliberal” no es uno de los modelos “posibles” del sistema capitalista, es el capitalismo. El capitalismo tal como ha llegado a ser, tal como es hoy, y tal como no puede dejar de ser salvo al costo de no ser más el capitalismo. Pero la falacia del “modelo” es tranquilizadora. Permite creer (o hacer creer) que el capitalismo puede cambiar “este” modelo de concentración de riquezas y generación de pobreza extrema por “otro” que contemple más piadosamente las necesidades de los sumergidos. O sea, lo malo no es el capitalismo sino “este” rostro que ahora presenta, este rostro que es transformable, atemperable, que puede ser modelado –en manos más piadosas– hacia un rostro más amable, generoso, que nos acerque hacia “otro” modelo. O, si preferimos ser gradualistas, hacia una humanización del modelo. Los países pobres viven de la quimera de pedir esta humanización, esta piedad: “No nos dejen caer. Sosténgannos. Otro modelo, que nos incluya, es posible”. Conviene detenernos en esta traslación: por qué el capitalismo ha dejado de llamarse así y ha conseguido que se lo llame “modelo”. Algo debe tener que ver con lo fashion, con la exaltación de las modelos y los modelos, con las pasarelas de la ostentación, ya que una de las características del modelo es la de exhibir las riquezas del poder con una impudicia obscena. Como sea, el mundo de hoy –se dice– no es el del capitalismo, es el del “modelo neoliberal”. Pareciera que este “modelo” (como los que se exhiben en las pasarelas del modelaje) podría ser cambiado en cualquier momento, en la próxima estación, en el pasaje del invierno al verano, o, desde luego, por el capricho o la inventiva genial de los diseñadores. El capitalismo queda en manos de los Armani y los Versace. Ellos (o sus equivalentes en el plano de la economía y la política) dirán qué modelo conviene ahora, si hay que cambiar o no, cómo se cambia, qué nos ponemos, qué nos sacamos. El capitalismo presenta una inagotable serie de rostros, de “modelos”, entre los cuales el “modelo neoliberal” es uno más, transitorio, modificable. ¿Qué ilusoria ventaja representa esto para el capitalismo y sus apóstoles? La de manejar una gama de posibilidades históricas casi infinitas, la de una creatividad sin límites. “Una vez agotado este modelo, que tanta miseria produce, caramba, apelaremos a otro.” Pues bien, no. El modelo neoliberal es el capitalismo y el

capitalismo es el modelo neoliberal. No hay modelo neoliberal, hay sistema capitalista. Y ya no tiene modo de ser otra cosa, ya no hay keynesianismo, ni New Deal, ni Plan Marshall, ni nada de nada. Lo que hay es un sistema que no garantiza la existencia del hombre sobre la Tierra y que va en camino de no garantizar la Tierra, pues la está destruyendo. La Argentina (y ya la entera América latina) se ha convertido en ejemplo de esta devastación. La utopía de un capitalismo humanizado alimentó varios imaginarios políticos en el pasado. Cuando Perón (en un célebre discurso que da en la Bolsa de Comercio en, creo, 1944) dice: “Se verá que no sólo no somos enemigos del capital sino sus verdaderos amigos”, decía algo muy concreto. Perón les dijo a los capitalistas que subieran los sueldos, que al subirlos aumentaría el consumo, que al aumentar el consumo aumentaría la producción y que ellos, los capitalistas, ganarían más. Estableció una economía distributiva, un pasaje de la renta agraria a la esfera industrial (liviana) y un equilibrio social que lo sostuvo durante unos años. No se lo perdonaron. La vieja oligarquía agraria lo echó a patadas y se alió a la gran burguesía financiera que representaba el FMI, ya que ahí entramos en las redes del todopoderoso organismo. El capitalismo distribucionista siempre tuvo corta vida, dado que el capitalismo no es un sistema de distribución sino de concentración. Adam Smith no lo quería así, detestaba a los monopolios, pero el centro ético sobre el que edificó la teoría del capital (el egoísmo) llevó, inexorablemente, a hacer del capitalismo lo que fue siendo y lo que hoy, más que nunca, es: un sistema de concentración de riquezas en manos del capital financiero. Y esto no es “el modelo”, es “el capitalismo”. Supongo que ya vamos viendo qué es lo que hay que cambiar para que la devastación del mundo se detenga. (Que esas experiencias de cambio hayan fracasado en el pasado no implica que uno no siga diciendo lo que decimos. Porque otra gran falacia del capitalismo se basa en decir que es mejor porque ha sobrevivido y superado al socialismo. Falso. Si el capitalismo hubiera, en verdad, superado al socialismo, habría superado también los problemas que lo hicieron surgir: la desigualdad, la miseria, el hambre. Por el contrario, los ha intensificado.) Un economista al que leo y respeto –Claudio Lozano– acaba de decir: “Esta devastación del aparato productivo y del mercado interno indica que sólo rompiendo la matriz de la desigualdad, por vía de un shock distributivo que amplíe el consumo popular y reindustrialice la Argentina, hay salida”. Lozano no lo dice (no se puede decir todo en todo lugar), pero tal cosa no sólo implica salir del modelo sino del capitalismo. Veamos. El aparato productivo está devastado. El mercado interno (que posibilita la dinámica del aparato productivo), también. ¿Cuándo ocurrió esto? Con Martínez de Hoz y Videla. Aquí se unen la burguesía agraria y la burguesía financiera. Se arrasa el aparato productivo y se arrasa el mercado interno. A sangre y fuego, literalmente. Se establece, aquí, la “matriz de la desigualdad”. Martínez de Hoz y Videla realizan el sueño de los sectores dominantes: retrotraer el país a los tiempos del pre-peronismo y del pre-yrigoyenismo. No se detienen más. Menem, desde el peronismo, realiza luego la obra maestra de la devastación total. Con la complicidad del Fondo. ¿Qué hace falta hoy? “Romper la matriz de la desigualdad.” De acuerdo. ¿Qué fuerza política lo hará? Y, también, “un shock distributivo”. Por supuesto. Pero esto se hace desde el Estado, desde un Estado nacional. ¿Cómo reconstruirlo? (Estas cosas las sabemos todos. Pero siempre hay que insistir sobre ellas. Sobre, digamos, la relación entre propuestas económico-políticas y poder político para imponerlas.)

Pero, aquí, mi punto es otro. Es llevar claridad sobre esta cuestión: cuando proponemos “romper la matriz de la desigualdad” no estamos proponiendo otro “modelo”. Tampoco cuando proponemos un “shock distributivo”. Romper la matriz de la desigualdad es romper con el capitalismo, ya que el capitalismo es el sistema de la desigualdad, su matriz. Un “shock distributivo” no es una alternativa al “modelo”, no es otro modelo posible del capitalismo, otro rostro, un rostro “humanizado”. Es “otra cosa” del capitalismo. Porque si se trata de decir la verdad, digámosla: no es el “modelo” lo que hay que cambiar sino el sistema (que no es un modelo sino un sistema) de la desigualdad y de la concentración de riquezas. Y ese sistema es el capitalismo.

Artículo publicado en: Revista “Panza Verde”, Agosto de 2003 N ° 99.

¿Qué es el Capitalismo?

Desde los más rabiosos defensores hasta los más consecuentes críticos, todos coincidimos que vivimos en un mundo globalizado, un mundo donde predomina una forma de organización económico-social denominada capitalismo.

Dicha forma de organización no es una entelequia, una metáfora, o una forma de crítica trasnochada de los “zurdos”, como muchos suponen o pretenden hacernos creer.

Se trata de algo bien concreto: Un sistema socioeconómico. Ni más ni menos que la forma en la que una sociedad se organiza para obtener lo necesario para vivir y las relaciones culturales, políticas, jurídicas, etc., que de ella se desprenden.

En algunos casos, como el de la sociedad capitalista, esta forma de organización es absolutamente desigual e injusta. Desde el punto de vista social, unos pocos poseen los grandes medios de producción de bienes materiales, de servicios, o culturales. Estamos hablando de los grandes grupos económicos, grandes empresas transnacionales, los grandes medios de comunicación, quienes detentan el monopolio de la información mundial, y los grupos locales que en cada país se arrogan el poder económico.

Estos sectores antes mencionados, en complicidad con políticos corruptos (muchos de los cuales también son ricos empresarios) y las jerarquías de las instituciones que están al servicio de este orden, se constituyen en la minoría privilegiada que acumula la inmensa mayoría de las riquezas a expensas del trabajo, la explotación y el hambre de las inmensas mayorías de la población.

Asimismo, la distribución internacional del trabajo y las riquezas es absolutamente desigual, unos pocos países poseen el control de la economía mundial, la tecnología y el poderío militar, mientras la inmensa mayoría de los países y regiones, dependientes económicamente, se empobrecen indefinidamente.

Seguramente a estas alturas de la nota muchos lectores piensen que este es un discurso político plagado de pesimismo y resentimiento social, es por esto que me siento en la obligación de aportar algunos datos cuya fuente no puede ser sospechada de anticapitalista, sino que se limita a reflejar crudamente la realidad.

A fines de julio de este año los informativos de la televisión capitalina difundían la noticia de que un hipermercado mendocino, perteneciente a una empresa multinacional, obligaba a sus empleados a usar pañales durante las horas de trabajo para que no perdieran tiempo yendo al baño. La noticia que paso rápidamente mezclada entre las frivolidades de la tele, desnudaba crudamente las consecuencias de la explotación, la flexibilización laboral y la precarización de las condiciones de trabajo (1). El propio miedo a perder el trabajo y engrosar las largas filas de desocupados, lleva a estos trabajadores a aceptar callados este tipo de vejámenes.

Este no es un caso aislado ni mucho menos, el escritor uruguayo Eduardo Galeano en uno de sus últimos libros cuenta que: “El precio de una camiseta con la imagen de la princesa Pocahontas, vendida por la casa Disney, equivale al salario de una semana del obrero que ha cosido esa camiseta en Haití, a un ritmo de 375 camisas por hora” (2) , vale agregar al ejemplo, que mas allá de lo perversas en sí mismas, este tipo de relaciones son la esencia misma del capitalismo, es justamente aquí donde se generan las enormes desigualdades sociales que lo caracterizan.

Un informe oficial del Banco Mundial publicado por el diario CLARÍN en el año 2001 revela que para 1998, fecha mas reciente para la cuál se cuenta con estadísticas “1200 millones de personas vivían en pobreza absoluta .Esto significa el 20% de los habitantes de la tierra. Señala igualmente que 10 millones de niños pobres menores de cinco años murieron en 1999, la mayoría por enfermedades previsibles”. (3)

Podríamos continuar indefinidamente agregando ejemplos y datos estadísticos, para corroborar lo injusto del sistema global en que vivimos, el desigual acceso a la educación al trabajo, la salud, la vivienda, la justicia, la tecnología, han sido temas sobre los cuales ya hemos hablado sobradamente en números anteriores de esta revista. Sin embargo no está de mas agregar algunos datos en ese sentido: la enciclopedia del diario La Nación (ciertamente insospechada de anticapitalista) publicada en el año 1998, revelaba que en países africanos como Malí existe un televisor cada 1000 personas, que en Níger por ejemplo existe un medico cada 33.000 personas, que en Sierra Leona la expectativa de vida al nacer es de 42 años y la tasa de alfabetos adultos en Burkina –Faso ronda el 20 %.(4)

Este es el capitalismo, el mundo al servicio de unos pocos, que poseen infinitamente mucho, a costa de millones que no poseen nada.

Pero admitir que esta es la realidad en la que vivimos no significa aceptarla fatalmente, o conformarnos con lamentos, tenemos que ser concientes de que podemos y debemos cambiarla, se trata de construir un mundo sin privilegios, un mundo en el que el 90 % de la población que hoy es víctima de la injusticia pueda conquistar su dignidad, la tarea es entonces, organizarnos políticamente, para diseñar y construir una sociedad diferente.

Juan R. Menoni

(1) (2) (3) (4)

Noticiero de América Dos.31/07/03 Galeano, Eduardo. “Patas Arriba”.Páginas 179,180. Suplemento Económico, diario Clarín, 30/04/01, pagina 9. Enciclopedia Visual La Nación, 1998.

Mapa conceptual del sistema Capitalista según la Teoría Marxista :

Ideología

Plusvalía

La ideología La ideología guarda relación directa con la división social del trabajo y responde a los intereses de las clases sociales. Podríamos definirla como el conjunto de comportamientos, hábitos, reacciones, conceptualizaciones, sistematizaciones, etc., que expresan los intereses de las distintas clases sociales. Los intereses de clases pueden interpretarse fundamentalmente de dos maneras: los intereses inmediatos y los históricos o estratégicos. Los primeros no se refieren a la estructuración de la totalidad, sino sólo a conseguir ciertas ventajas. En otras palabras, estos intereses no miran a la toma, la conservación o consolidación del poder de clase, sino sólo a ubicarse mejor en la totalidad estructurada. Es así como la clase obrera lleva a cabo numerosas luchas en forma de protestas, huelgas, manifestaciones, etc., a fin de conseguir mejoras salariales, o las distintas fracciones de la burguesía luchan entre sí para obtener mayores dividendos en la explotación de la fuerza de trabajo de la clase obrera. Los intereses históricos, en cambio, miran directamente a la totalidad, buscan sea la toma del poder si no se lo posee para proceder a estructurar la totalidad de acuerdo con los mismos, sea la conservación y consolidación del poder si se lo posee, o la reafirmación y reacomodamiento, si se lo siente en crisis. Así, por ejemplo, los intereses históricos de la burguesía se sintetizan sustancialmente en la estructuración, conservación, consolidación y expansión de1 modo de producción capitalista. Para no perder este objetivo estratégico, muchas veces fracciones de la burguesía o la burguesía en su conjunto deben ceder parte de sus intereses inmediatos, como acontece en el caso de los populismos o de los regímenes de excepción. La ideología en sentido propio expresa los intereses históricos de las clases. El concepto es amplio pero riguroso. En primer lugar, la ideología debe comprenderse en el amplio margen que abarca desde los comportamientos más espontáneos del hombre, como sucede en su conducta diaria al levantarse, caminar, trabajar y jugar, hasta las construcciones teóricas más refinadas. En otras palabras, comprende tanto la zona del ethos como la teoría. Al expresarse conceptualmente en su nivel más alto, asume la forma de filosofía. En segundo lugar, lo característico de la ideología es expresar los intereses históricos de clase. De aquí provienen otras características en determinados sistemas sociales, como son el encubrir o mistificar la realidad que equivocadamente se suele hacer pasar como definitoria. De hecho, ideología no es sinónimo de enmascaramiento ni de falsa conciencia. Cuando Aristóteles sostenía que los esclavos eran tales porque tenían alma de esclavos, es decir, una esencia instrumental, y en consecuencia sólo sometiéndose a los que tenían alma de hombres libres accedían a un obrar racional, ni enmascaraba nada ni tenía falsa conciencia. En lugar de disfrazar, ponía a la luz. Sin embargo, formulaba filosóficamente la ideología de los amos. En tercer lugar, la ideología se corporiza en determinadas instituciones 'como universidades, escuelas, Iglesias, etc., a las que, a partir de Althus'ser, se suelen denominar "aparatos ideológicos de Estado". La denominación se presta a confusiones, por cuanto el que una determinada institución como un partido político o la Iglesia sea aparato ideológico de Estado no depende de una pretendida esencia intrínseca suya, sino de los intereses de clase que expresa. Nos parece mucho más correcto hablar de instituciones de la sociedad civil, empleando el concepto de sociedad civil en el sentido gramsciano de espacio del consenso. Estas instituciones, como decíamos, pueden convertirse en aparatos ideológicos de Estado o pueden dejar de serlo, de acuerdo con la lucha de clases.

Precisamente la conquista de la hegemonía de las instituciones de la sociedad civil es uno de los aspectos fundamentales de tal combate. Según el método indicado, definimos la ideología a partir de la sociedad capitalista. Para extender el concepto a los otros modos de producción deberemos hablar de sectores o grupos sociales en lugar de hablar de clases sociales en sentido estricto. Esto es sumamente importante. No tenerlo en cuenta puede llevarnos a trasladar de forma unívoca la función de la ideología a las diferentes etapas históricas, en las que sin embargo cumplió roles distintos. Ahora bien, en la sociedad capitalista, haciendo una abstracción y creando una especie de tipos ideales, podemos distinguir dos clases fundamentales: la burguesía y el proletariado, que serían los sujetos de dos ideologías contrapuestas: la burguesa o conservadora y la proletaria o revolucionaria. En su seno se presentan múltiples variantes, de acuerdo con los diversos sectores sociales de que están formadas estas clases fundamentales, así como debido a las diferentes culturas, tradiciones y otras múltiples variantes. Pero sin lugar a dudas una de las dos clases es dominante y la otra, dominada. Lo mismo acontece con las dos ideologías, pero es necesario hacer algunas precisiones al respecto para no caer en simplificaciones superficiales y dogmáticas. En primer lugar, el hecho de haber ubicado un sistema filosófico, sociológico o religioso en un campo ideológico, de ninguna manera significa haber dado cuenta de él. Todo el logro consistió en ubicarlo en un contexto en que se torna inteligible. El ubicar, por ejemplo, El ser y el tiempo en el contexto de la situación de la pequeño burguesía en el momento de una de las extensas y profundas crisis del capitalismo posibilita comprender por qué la angustia deviene la experiencia privilegiada para la captación del ser, pero de ninguna manera con ello se puede dar por terminado el tratamiento de la misma que hace Heidegger. La angustia no es algo que sólo acontece a los pequeñoburgueses en contextos de crisis. Es algo importante que acontece al hombre, sea noble, burgués o proletario. Develada la situación socioeconómica particular en la cual irrumpe con fuerza, queda por ver todavía qué revela ese fenómeno en cuanto al ser mismo del hombre y, en este aspecto, tanto Soren Kierkegaard como Martin Heidegger tienen algo que decir. Muchas veces al colocarlos en la subideología perteneciente a la pequeño burguesía sirve de pretexto para no leerlos o, si se los lee, para no entenderlos. Siendo coherentes con esa manera de pensar, habría que condenar de antemano casi todo el saber elaborado por la humanidad, por cuanto en su mayor parte está inscripto en la ideología de los sectores dominantes. En segundo lugar, si "las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época"," ello no se debe simplemente a una imposición establecida desde arriba por la fuerza o por la educación mediante el control de los órganos de difusión ideológica, sino también a la misma estructuración social. 19 En tercer lugar, teniendo en cuenta lo anterior, cobra su importancia la distinción entre ideología dominante y hegemónica. Es dominante aquella 18. K Marx y F. Engels, La ideología alemana, p. 50. 19.Véase R. Lichtman, "La teoría de la ideología en Marx", Cuadernos Políticos, N° 10, octubre-diciembre de 1970, pp. 7-24. ideología que se impone en una sociedad determinada tanto por el poder de coerción que tiene la clase dominante como por su capacidad de expresar a todos los demás sectores

sociales por responder a la estructuración social en esa etapa. Es, en cambio, hegemónica aquella ideología que suscita el consenso de la mayoría de los sectores sociales, por responder de una manera más completa a sus intereses y aspiraciones que la ideología dominante. En la etapa de consolidación-expansión de un modo de producción, la ideología dominante es al mismo tiempo hegemónica, pero cuando el modo de producción entra en crisis, ambos momentos de la ideología tienden a separarse. Mientras la ideología de la clase dominante acentúa el momento de la coerción mediante la censura, la represión ideológica, el control estricto de los órganos masivos de la ideología (como la prensa, la radio y la televisión), la ideología de la clase dominada va ganando el consenso de los otros sectores mediante su mayor capacidad para responder a sus intereses y aspiraciones. El ejemplo clásico de la disociación entre los momentos de la dominación y la hegemonía es el correspondiente a la etapa previa a la revolución francesa. En efecto, durante el siglo XVIII la ilustración -ideología de la burguesía en ascenso-- da la batalla decisiva en contra de la teología, ideología de las clases feudales entonces en el poder. En cuarto lugar, la ideología de una determinada clase va tomando aspectos distintos de acuerdo con la etapa de la formación social a la que corresponde. Así, la ideología burguesa desde su nacimiento hasta su muerte expresará los intereses y anhelos de la burguesía y, en este sentido, sostendrá siempre algunos principios como inmutables: tales son, por ejemplo, la legitimidad de la propiedad privada de los medios de producción, la existencia del Estado como detentador de la legítima violencia y órgano conciliador de clases, etc, Sin embargo, dado que la situación de la burguesía va cambiando en las diferentes fases de las formaciones sociales del modo de producción capitalista, van variando también las formas que adquiere su ideología. Así, el liberalismo es la forma que asume la ideología burguesa en la etapa de la reciente consolidación del modo de producción capitalista, si bien no tiene las mismas connotaciones el liberalismo inglés que el francés o el alemán, puesto que responden a formaciones sociales distintas; en la etapa del capital monopólico asume otras formas. La-ideología de la burguesía del capitalismo dependiente puede asumir, por ejemplo, formas populistas o desarrollistas, En las coyunturas de crisis tienen lugar las ideologías bonapartistas, fascistas o de seguridad nacional. No hay problema en hablar de la ideología de seguridad nacional o del fascismo, por ejemplo, siempre que se tenga en cuenta que son modalidades de la ideología burguesa. La ideología admite distintas formas como el folclore, el arte, la literatura, la novela, la religión, etc. La filosofía constituye su nivel más alto de expresión, como lo aclararemos al examinar las relaciones entre ideología y filosofía. ¿Puede identificarse la ideología con la cultura? No en forma total. Existe una identificación parcial. En efecto, es correcto decir que toda cultura tiene elementos ideológicos o expresa una ideología, en cuanto es manifestación de los intereses y anhelos, en una palabra, de la cosmovisión de ciertos sectores sociales. Pero no se agota en ello. Junto a los intereses o a la visión de éstos, dice algo con respecto al hombre o a la sociedad. La cultura griega, por ejemplo, tal como se expresa en sus grandes filósofos, en sus trágicos y en sus artistas, refleja sin duda alguna la visión particular del mundo que tenían los amos, pero nadie podrá decir que este aspecto ideológico la agota. Aún hoy tiene algo importante que decirnos.

Rubén Dri, “Los modos del saber y su periodización”.