En Tigre, un Choricine

5 ago. 2011 - En un pueblito italiano de ca- sas bajas, calles de piedra, oli- vos y almendros, un niño des- cubre el proyector en el cine ubicado frente a su ...
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Los cineastas Martínez y Barone, junto al camión que los lleva de La Quiaca a Esquel; la entrada de la casa de Tigre y la parrilla rebosante de chorizos que completa la fiesta vecinal

En primavera y verano, Mausi Martínez y Luis Barone hacen funciones en Rincón de Millberg; el resto del año, llevan un festival ambulante al interior

En Tigre, un Choricine POR LEONARDO TARIFEÑO La Nacion

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ausi Martínez y Luis Barone no están locos, o al menos no mucho, y en realidad la sutil indiferencia con la que enfrentan el frío invernal de Rincón de Millberg es una muestra de su temple y fortaleza moral. A veces la suma de pasión y optimismo a rajatabla se confunde con locura, y ése podría ser el caso de esta pareja de realizadores que ha convertido el cine en una causa capaz de superar todo tipo de inclemencias. Desde hace siete años ambos recorren buena parte del país, de La Quiaca a Esquel, en dos grandes camiones que ellos mismos transforman en la sede ambulante de un

Cinema Paradiso según Damiano POR NATALIA GELÓS

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Viernes 5 de agosto de 2011

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Para La Nacion

La historia del proyectorista de la distribuidora Vigo es idéntica a la del héroe del film de Tornatore ANDREA KNIGHT

En un pueblito italiano de casas bajas, calles de piedra, olivos y almendros, un niño descubre el proyector en el cine ubicado frente a su casa. Mira cómo el rollo de la película gira. Se fascina con el haz de luz que choca contra la pantalla y refleja la imagen. El niño quiere quedarse ahí. Estar cerca. El proyectorista no lo deja, pero él no claudica y se gana su lugar. Aprende el oficio. No. No se trata de Cinema Paradiso, la película de Giuseppe Tornatore. Aunque el propio Damiano Berlingieri, el niño proyectorista, haya quedado atónito cuando ya de adulto, en 1990 y en Buenos Aires, echó a andar esa película. Exclamó: “¡Eso que están contando es mi vida!”. Porque él, Berlingieri, de joven abandonó su pequeño pueblo y rompió la tradición de familia

festival cinematográfico (“Siempre Cine”) asociado con cooperativas del interior. Y cuando no están de viaje, el festival transcurre en su hogar de Rincón de Millberg, en una isla de Tigre, con dos funciones gratuitas por fin de semana, choripán (también gratis) para los espectadores y uno de los camiones disfrazado de bar. Alrededor de la casa hace mucho frío, sí, pero parece que ellos no lo sienten: se ve que pensar y trabajar con la mira puesta en octubre, cuando regresen con el proyecto Choricine, los vuelve inmunes a las flaquezas cotidianas y a las debilidades de la sensatez, esos vicios de los excesivamente cuerdos

de agricultores para seguir el sueño del cine. Hoy, en el microcine Vigo, el más antiguo de Buenos Aires, Berlingieri, todo un rey en sus dominios, dice: “Cecil B. de Mille decía que el proyectorista es el segundo director de la película. Yo lo siento así”. En sus 73 años cumplió otros sueños: conoció a Marcello Mastroianni y al propio Giuseppe Tornatore; actuó en una película, Despabílate amor, de Eliseo Subiela, y hasta escribió y publicó sus memorias: El otro paraíso (editorial La Crujía). La pasión le nació a los ocho años, en la sala de proyecciones del señor Biscardi, que era ebanista y por las noches transformaba su carpintería en uno de los dos cines de Terranova di Sibari. El cine se llamaba Turio. Damiano siempre se ofrecía para ayudar. Un día, Biscardi se lo

permitió. Al llegar a la adolescencia, ése se volvió su trabajo. “Las películas llegaban en rollos de veinte minutos. Había que pegarlos con acetona –recuerda–. No me importaba comer, no me importaba nada. Yo revisaba pegadura por pegadura. Todo tenía que estar perfecto. Al volver a casa, mi mamá me decía: ‘¡Vos y tus películas!’. Ellos no lo entendían, pero yo sí”. En 1957, con diecinueve años, Damiano decidió viajar a la Argentina, donde ya había emigrado uno de sus hermanos. El idioma no fue un obstáculo: había aprendido a hablar castellano viendo películas en el Cinema Turio. Llegó con un solo objetivo: trabajar en el mundo del cine. “La mayoría de mis paisanos no tenían oficio cuando llegaban. Les decían los botelleros. Yo dije que iba a hacer lo que