El poder de un estilo

tiempo el causante de la mayor hecatombe de la historia. Se llama Adolf Hitler. El historiador alemán Thomas Weber (1974), doctorado en Oxford y profesor de ...
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ENFOQUES

Domingo 25 de marzo de 2012

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El mundo

MICHELLE OBAMA El poder de un estilo

La primera dama norteamericana le da un fuerte impulso a la industria de la moda en EE.UU. y refuerza con sus elecciones de vestuario la promesa de cambio que llevó su marido a la Casa Blanca JUANA LIBEDINSKY LA NACION

NUEVA YORK ada de carteras, relojes o pulseras: el accesorio más efectivo que luce Michelle Obama en el brazo, concuerdan los especialistas, es un marido presidente del país más poderoso del planeta, que la lleva bien cerca de él en las fotos oficiales. Fuera de eso, su estilo al vestir es accessible para que lo copie cualquier ciudadano medio de EE.UU., a la vez que original y creativo. El efecto de esta combinación ha sido inmediato. De cara a las próximas elecciones, al evaluar el mandato de Obama se ha subrayado el impacto económico de su mujer en la industria textil. El Harvard Business Review recientemente calculó que con sólo mostrarse con una prenda, Michelle Obama puede incrementar sus ventas en unos 15 millones de dólares. Y hay una cifra estimada del negocio que les genera a los diseñadores y a las tiendas cuyos modelos luce: más de 2600 millones al año. “Un paquete de estímulo económico para la industria de la moda condensado en una persona”, la llamó André Leon Talley, subeditor de la edición norteamericana de la revista Vogue. Michelle Obama –cuyo cuerpo, claramente, no es el de una supermodelo– es capaz de encumbrar carreras con sólo mostrarse ante las cámaras 10 minutos. En junio de 2008 apareció en un programa con un vestido de hojas estampadas en blanco y negro de Donna Ricco. Se vendía a 112 euros y agotó stock en cuestión de horas. A Jason Wu, un diseñador nacido en Taiwan de 29 años, lo lanzó violentamente a la fama al usar un vestido blanco (símbolo evidente de pureza, frescura y nuevo comienzo) creado por él para su primer baile tras el triunfo electoral de su marido. La prenda fue donada al museo Smithsonian; la “Wu fever” tomó al país por asalto y el joven inmigrante asiático entró de un día al otro en la historia de la moda. Otros grupos étnicos se han beneficiado también de su interés pluralista a la hora de elegir guardarropas. “Aprecio como latina que Michelle haya escogido a una de mis diseñadoras favoritas, Isabel Toledo, para la inauguración de la toma de mando. Eso nos puso a los latinos bien alto”, dijo a LA NACION Yaz Hernández, presidenta del consejo de alta costura del museo del Fashion Institute of Technology. Hernández aclara que la forma de vestir de Obama es algo que, hasta ahora, no se había visto en las primeras damas estadounidenses. Los modelos eran o bien la sofisticación de Bill Blass y Oscar de la Renta que lucían

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Jackie Kennedy o Nancy Reagan, la discreción ligeramente aburrida de los eternos tailleurs de Laura Bush y el total desinterés por el tema de Eleanor Roosevelt, siempre de pollera gris o azul marino, sin maquillaje y a menudo con el pelo en redecilla para que no molestase. Con su particular mezcla de diseños interesantes y sin precios exorbitantes, Michelle Obama “ha logrado influir a la norteamericana promedio para que se vista mejor”, subraya Hernández. Algunos señalan que el efecto ha ido aún más allá. Kate Betts, autora del libro Michelle Obama and the Power of Style, aseguró que está “ayudando a liberar a una generación de mujeres de la falsa idea de que el estilo y la sustancia son mutuamente excluyentes”. Otras primeras damas, como las mujeres de su generación, tuvieron que elegir entre el papel de esposa y madre atractiva (Jackie Kennedy) o la ejecutiva seria (Hillary Clinton). Michelle Obama pudo sintetizar ambos polos, lo cual indica, según Betts, que el papel que se espera de la mujer ya no se pinta en blanco y negro. Símbolo posfeminista El ambiente de la moda es altamente demócrata. Ana Wintour, la legendaria editora de Vogue, organizó hace poco en esta ciudad todo tipo de actos a favor de la campaña de reelección de Obama. Varios diseñadores cedieron creaciones que se venden para engrosar las arcas de su equipo electoral. El lunes último, además, la primera dama presidió un acto de recaudación de fondos en Manhattan, en el que la entrada era de unos 5000 dólares. Por eso, no sorprende encontrar, entre los especialistas, análisis de sus prendas que quizá exceden su significancia. Un saquito de la marca de precios medios J.Crew que Michelle usó la noche en que su marido fue elegido presidente, así como para el encuentro con la reina de Inglaterra, por ejemplo, fue calificado de “símbolo posfeminista de la mujer independiente cuyo espíritu libre no va a ser constreñido por lo convencional”. Observadores más cínicos, en cambio, sugieren que detrás de las elecciones de guardarropas de Michelle Obama no hay una nueva espontaneidad creativa sino un frío cálculo de la estética necesaria para suavizar la imágen de “angry black woman”, o mujer negra enojada, de ideas revanchistas y radicales que la acompañó durante la primera campaña presidencial de su marido. Nadie

El baile inaugural, en enero de 2009, en el que Michelle Obama vistió un vestido blanco de Jason Wu como símbolo de frescura y nuevo comienzo

AFP

Dos visiones: la mujer del año que marca tendencias, según Glamour, y el retrato, luego corregido por The New Yorker, de la “mujer negra enojada y revanchista”

puede olvidar una polémica tapa de la revista The New Yorker donde se la retrataba (irónicamente, en seguida explicaron los editores) con el puño en alto del Black Power. Lejos de los soleros suavemente estampados y las sandalias pastel que hoy favorece, llevaba traje de combate y borceguíes. Un libro reciente, Los Obama, de Jodi Kantor, la retrata como temperamental, intespestuosa e irascible con los asesores presidenciales, más preocupados por los intereses del partido que por los de su marido. Los colores alegres de la ropa de Michelle, los estampados juveniles y el pelo prolijamente lacio y carré, muy distinto del afro con el que la retrató The New Yorker, naturalmente transmiten otra imagen, mucho menos alienante para un sector amplio de la población, y todo esto sin necesidad de abrir la boca. “Política y simbólicamente, el estilo de vestir es una expresión de quienes somos”, dice Betts a LA NACION, y señala que Michelle Obama “usa su estilo para expresar el tenor emocional de la Casa Blanca.” “La gran promesa de la campaña electoral de Obama fue traer el cambio –explica a su vez Robb Young, autor del libro Power Dressing– y, en ese sentido, la ropa de Michelle Obama mostró que, al menos en espíritu, efectivamente se trató de una renovada Casa Blanca”. Claro que todo el mundo comete errores. Y algunas elecciones de Michelle Obama no han sido acertadas desde el punto de vista de la opinión pública. Para el encuentro con el primer mandatario chino, usó un vestido colorado de Alexander MacQueen. Desde la derecha

se la censuró por haber elegido homenajear el color de la China comunista, y en la izquierda cayó mal que se hubiera inclinado por un diseñador británico de lujo en vez de favorecer un talento local. Quienes la critican, igual, no lo tienen fácil. Según cuenta Young, cuando Oscar de la Renta desaprobó públicamente la informalidad de su atuendo para el encuentro con Isabel II, recibió tanta presión para disculparse que este venerable decano de la moda norteamericana –y que vistió a generaciones de primeras damas, aunque nunca fue llamado por la actual administración– debió aparecer en un talk-show para retractarse. El cuerpo de la señora Obama (o al menos ciertas partes de él) también parecerían tener algo de tabú. Se mencionan a menudo en los medios sus maravillosos bíceps, fruto del ejercicio constante que realiza desde que se convirtió en abanderada de la lucha contra la obesidad. Recientemente, sin embargo, a un diputado republicano se lo escuchó decir (mientras hablaba por teléfono celular con otra persona) que la primera dama “nos da lecciones de cómo debemos comer cuando ella misma tiene un trasero grande”. Al trascender esto, a pesar de tratarse de una conversación privada, el senador hizo saber por su vocero que la iba a llamar para pedirle perdón. Los entusiastas de Michelle Obama creen que, así como hizo con la moda, ella podrá imponer una nueva estética corporal. “A pesar de no ser un talle dos –concluye Betts, ex directora de la Harper’s Bazaar de Estados Unidos– se siente muy cómoda consigo misma, muy segura con respecto a su figura. Creo que esto contagia de poder a todas las mujeres.” © LA NACION

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¿Qué hiciste en la guerra, Adolf? Una investigación del historiador alemán Thomas Weber da por tierra con algunas creencias sobre la participación del líder nazi en la I Guerra Mundial JACINTO ANTON EL PAIS

MADRID se anodino hombre gris de uniforme que cruza una calle adoquinada fusil al hombro y tocado con el pickelhaube, el característico casco alemán de la Gran Guerra coronado por un pincho, será con el tiempo el causante de la mayor hecatombe de la historia. Se llama Adolf Hitler. El historiador alemán Thomas Weber (1974), doctorado en Oxford y profesor de Historia Europa e Internacional en la Universidad de Aberdeen, en Escocia, se ha asomado a la vieja fotografía desenfocada en la que se destaca, cómo no, un bigote, para investigar cuál fue en realidad la experiencia bélica del futuro líder nazi en la I Guerra Mundial, y si fue tan decisiva para él y su ideología (opina que no). El resultado es un libro revelador y apasionante, La primera guerra de Hitler (Taurus), en la que Weber, mediante un concienzudo estudio de los registros del regimiento

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en el que luchó Hitler –el 16º Regimiento Bávaro de Infantería de Reserva, RIR 16, o Regimiento List, por su comandante– desmonta lugares comunes, tópicos y clichés. De entrada, y esto sorprenderá a muchos, apunta que en realidad Hitler no fue cabo. “No, no es que yo lo haya degradado. Su único ascenso fue a gefreiter, soldado de primera. Nunca tuvo mando de tropa, ni de un sólo soldado. No sé de dónde viene lo de atribuirle el rango de cabo. En Alemania se conoce perfectamente el término, probablemente es un problema de traducción a otras lenguas que ha persistido a lo largo del tiempo.” Tampoco fue su experiencia la de un soldado de primera línea, como el propio Hitler sostuvo luego, sino que se mantuvo casi toda la guerra en un servicio menos arriesgado. Desde luego no fue un Jünger. Once días después de su llegada al frente y tras participar el 29 de octubre de 1914 en la primera batalla de Yprés, bautismo de fuego de su regimiento, Hitler fue nombrado correo y destinado

al puesto de mando de la unidad, un sitio mucho más cómodo y menos peligroso que las trincheras. “Fue un buen soldado, diligente, concienzudo. Hizo lo que le mandaron. Sin embargo, lo que hizo no fue lo que luego contó en Mein Kampf y lo que recogió la propaganda. Es un hecho que mintió sobre su experiencia bélica, sobredimensionándola, que se reinventó por razones políticas”. Un cerdo en la retaguardia Weber es taxativo al asegurar que Hitler no fue ningún héroe. “Mostró valor en su cometido. Pero había una distancia entre el hombre de las trincheras y él. No era el típico producto del regimiento; de hecho, sus camaradas del frente lo evitaban, lo veían como un Etappenschweine, un cerdo de la retaguardia. Pensaban que hacía un trabajo fácil, en la plana mayor. Hitler no es un soldado clásico de la Gran Guerra, no conoció la vida de las trincheras ni la hermandad de las armas como luego trató de hacer creer.” Weber no discute

que Hitler ganara la Cruz de Hierro de Primera Clase. “Es cierto, y era algo muy raro para un soldado. No obstante, se la concedieron en un momento en que se abrió la mano para hacerla más accesible a la tropa y subir la moral. Se benefició de esa nueva política. Y en su caso fue decisiva su intimidad con los oficiales, sus conexiones.” Para Weber, lo esencial es desmontar la idea de que el Hitler que conocemos es resultado de la I Guerra Mundial, que aquella experiencia fue lo que creó al Führer, la que hizo que un pintor de postales se convirtiera en el mayor criminal de la historia. “No fue la deshumanización de la guerra lo que lo radicalizó, fue mucho después cuando vemos surgir al Hitler de las convicciones. Su antisemitismo, por ejemplo, no va entonces más allá de los clichés religiosos, no es para nada el antisemitismo racial y radical nazi.” ¿Mató Hitler a alguien en la guerra? “Lo más probable es que no; sería raro. Excepto en esos días del principio en Yprés

no tuvo oportunidad. No podemos excluir la posibilidad, pero nunca lo reivindicó y dada su absoluta falta de preparación al llegar al frente y la entidad profesional del enemigo al que se enfrentó aquella única vez –regimientos británicos como los Highlanders– es extremadamente improbable.” Es curioso pensar que el hombre que causó la muerte de tantos millones pudiera no haber matado con su propia mano a nadie. Excepto a sí mismo. Al acabar la conversación, le digo a Weber que no hemos hablado de sexo. “Siempre hay tiempo para eso”, dice tomando asiento otra vez. Del de Hitler. “Es difícil decir. Sus camaradas lo consideraban asexuado. Era un obseso de la higiene y temía mucho contraer la sífilis, lo que no es coherente con el no practicar el sexo, si bien se piensa.” El historiador desmiente que Hitler perdiera un testículo en el Somme y que, como se ha sugerido, hubiera procreado un vástago durante la guerra en Francia. © El País, SL