El peaje no da plata, pero igual atrae

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ECONOMIA & NEGOCIOS

I ECONOMIAS REGIONALES

Las principales exportaciones de Mendoza Más de 51% de las exportaciones de Mendoza se concentraron en cinco bienes: vino (32,7%), ajo (5,3%), peras frescas (4,7%); jugo de uva, incluido el mosto (4,4%), y naftas para petroquímica (4%), según el Consejo Empresario Mendocino.

Domingo 4 de julio de 2010

MENSAJES CIFRADOS

DILBERT

300

20%

MILLONES DE DOLARES Es la suma que adeuda la cadena de indumentaria chilena Johnson’s, que podría ser comprada por el consorcio argentino LeadGate.

VENTA DE AUTOS Es el porcentaje que creció el mercado local de autos, en el primer semestre del año, con 334.899 vehículos patentados.

Consumo y negocios

El peaje no da plata, pero igual atrae

ENTREVISTA DEL LECTOR

Las nuevas concesiones no son atractivas, pero la obra pública que promete hacer el Gobierno sedujo a las principales constructoras DIEGO CABOT LA NACION Parar en la barrera del peaje de una ruta; bajar la ventanilla; mirar de reojo al cobrador; pagar los mismos pesos desde hace años; esperar que la barrera suba; acelerar y seguir. Esa es la rutina que se repite en cada una de las cabinas de peaje que hay en el país. Pero detrás de cada cabina se esconde un negocio a pérdida, manejado por empresas que no quieren ese modelo, pero que sí les interesan las obras que allí se hacen; se escuda el crecimiento del Sutpa, un sindicato que tiene sólo cuatro años y que maneja Facundo Moyano, hijo de Hugo, y también hay una maraña de subsidios y privilegios para camiones y colectivos, que no pagan por pasar las barreras. Hubo tres etapas en la vida de las concesiones viales. En la primera, el peaje debía servir para todo: mantener la ruta, invertir y remunerar a la concesionaria. A cambio de manejar esta caja, la empresa que explotaba el corredor tenía que pagar un canon. Eso ocurrió desde 1993 hasta 2003. No funcionó porque las tarifas nunca se actualizaron como establecían los pliegos, y Estado y empresas incumplieron por igual. Luego empezó otro sistema, ya con Néstor Kirchner como ideólogo: las concesionarias quedaron como meras gerenciadoras. Se limitaban a cortar el pasto, bachear y correr los animales sueltos en las banquinas. El peaje ya no era de ellos, sino que debía depositarse diariamente en el Organo de Control de Concesiones Viales (Occovi), el organismo que manejó durante años Claudio Uberti hasta que sus excursiones a Venezuela lo eyectaron del Gobierno. Luego, con una transferencia, se liquidaba una comisión a las empresas. Todas las obras y las licitaciones las hacía el Estado. El concesionario cortaba el pasto, cobraba, pagaba los empleados y no mucho más. Funcionó peor que el primero. El peaje se congeló y los costos subieron; el Estado hizo pocas obras y las concesionarias no pudieron ni quisieron cumplir sus compromisos. Esos contratos tenían una fórmula que disparaba los aumentos. Se tomaban en cuenta varios índices que cuando subían más de un 5%, gatillaban la tarifa. “Hubo alrededor de 15 aumentos. Nos dieron uno solo, en 2004. De los otros, ni noticia”, dijo el director de una de las empresas que acaban de entregar una concesión. Hace algo más de dos meses se dio comienzo a un tercer intento. Ya no hay más canon, sino subsidios o compensaciones por la operación, que el Estado les da a las concesio-

narias. Las empresas, ariscas a quedarse con un negocio que no rinde, sólo entraron por presión oficial y por el anzuelo de la obra pública. Cada uno de los corredores, traía por cuerda un paquete de obras que el Gobierno promete hacer, en seis años, con una inversión de fondos públicos de 13.000 millones de pesos. Las empresas cotizaron ese plan de obras, Y como souvenir se llevaron la operación de la concesión. “Son dos contratos: uno, de obra pública, y otro, de concesión. Entre los dos se puede hacer un buen negocio”, contó, café de por medio, un ejecutivo de una de las adjudicatarias que rogó que no apareciera su nombre. Nadie sabe aún si el experimento será exitoso. Sólo pueden mirarse otros ejemplos de sectores que cayeron bajo la impronta del subsidio kirchnerista –energía o transporte público, por caso– y el resultado es magro.

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