El padre de la reforma

15 jul. 2007 - en bermudas, sandalias, gorrita y mochila con botella de agua. Es que, con termómetros que rondan los 40 grados, ni siquiera este gladiador ...
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Enfoques

Domingo 15 de julio de 2007

LA NACION/Sección 7/Página 3

[ DESDE PARATY, BRASIL ]

[ BIOGRAFIA ]

ESCRIBE LUIS ESNAL

El escritor y su silencio

Tito, el dandy rojo

J. M. Coetzee, el Premio Nobel de Literatura de 2003, es un personaje especial: no le gusta hablar. El sudafricano aceptó venir a Paraty –una pequeña ciudad colonial frente al mar, en el sur del Estado de Río de Janeiro– para participar en la Fiesta Literaria Internacional de Paraty (Flip), que se realizó la semana pasada. Pero con una única condición: no dar entrevistas, no compartir la mesa de debates con nadie y no discutir su obra. A cambio, leería un trecho inédito de su próximo libro, mezcla de ficción y ensayo, que se llamará Diary of a bad year. Mientras la también Premio Nobel sudafricana Nadine Gordimer daba entrevistas o el israelí Amos Oz debatía con otros escritores, Coetzee circulaba por las calles empedradas apenas sonriendo, sin decir una palabra. Este corresponsal lo vio un día perdido frente a la entrada a uno de los debates, en medio de un gentío. No fue reconocido y tampoco podía decir en portugués que necesitaba entrar. “Aha”, dijo, cuando se le preguntó si necesitaba ayuda. “Aha”, nuevamente, cuando se le pidió un autógrafo en su ópera prima, Deshonra. Y “aha”, en relación a un comentario sobre la crítica que escribió para The New Yorker sobre el último libro de Gabriel García Márquez. A la noche, sentado en una mesa con otros seis escritores de su estatura, avisó con una profunda timidez al comenzar la cena: “Disculpen, yo no voy a hablar. Pero adoraría escucharlos, me haría muy feliz”. Coetzee llegó mudo y se fue callado.

RECUERDOS DE LA EX YUGOSLAVIA

[ DESDE MADRID ] ESCRIBE SILVIA PISANI

Se impone el “yoga ibérico” CORBIS

“Un muslito de gorrión, presidente Tito? ¿O prefiere la pechuga?” Fue suntuoso aquel banquete oficial que el camarada Deng Xiaoping ofreció una noche de septiembre de 1977 en el inmenso salón del Palacio del Congreso en Pekín: el fuego de las dieciséis cocinas encendido desde hacía dos días, ochocientos comensales, mil camareros. Entonces, presidente, ¿la pechuga o el muslo? Ni una cosa ni la otra, pensó el Mariscal, que detestaba comer aves, pero en esa ocasión sólo podía pensarlo. China es China, la ofensa estaba cerca. ¿Cómo salir airoso? Al estilo Tito: con una mirada directa a Deng, con una sonrisa al camarero. Y un rechazo cortés condimentado con ideología: “Lo lamento, pero en mi país se dice que los gorriones son los proletarios del cielo. Y yo no puedo comer a un proletario”. Cuando en Italia el caricaturista Giorgio Forattini dibujaba al aburguesado Enrico Berlinguer bebiendo té en bata de seda, mucho antes de que llegaran los cachemires de Fausto Bertinotti, en Yugoslavia había un comunista con estilo, a quien los reyes deseaban tener a su mesa y las actrices de Hollywood iban a visitar. Alguien que se permitía hospedar a la familia real británica en la campiña de Leskovac y encender el carbón para el asado (“una experiencia única”, comentó la reina Isabel en 1972) o invitar a Sofía Loren a Brioni (1974) para que le cocinase espaguetis al tomate. Tiraba enemigos a las fosas y horneaba. Reprimía y recibía. “El era el verdadero Dandy del comunismo”, dice Enzo Bettiza, el gran escritor y periodista de origen dálmata y de sino liberal al que el croata Tito le expropió una casa familiar y que hablaba con él sin intérpretes: “Tenía el porte de un noble de Europa Central, más que el de un comunista balcánico. Incluso porque se daba poco con el proletariado. Luego de la caída de Yugoslavia, un día que almorzaba en el club de escritores de Zagreb me lo explicaron: ¿Se ha preguntado alguna vez por qué Tito hablaba tan bien el alemán, practicaba esgrima, tocaba el piano, andaba a caballo, amaba la opereta, el champagne y los yates? Porque, en realidad, y esto en Zagreb siempre se ha murmurado, era

Por Francesco Battistini En momentos en que la figura del mariscal Tito empieza a ser evocada con nostalgia en los Balcanes, una nueva biografía lo retrata como el hombre que anticipó el hedonismo de izquierda, a quien los reyes deseaban tener en su mesa y las actrices de Hollywood iban a visitar el hijo natural de un noble croata”. Tito, el “bon vivant”. Tito el dandy rojo. Será también por esto que luego del derrumbe de Yugoslavia, (casi) finalizada la borrachera del nacionalismo, una extraña nostalgia atenaza ahora a los Balcanes. En recuerdo a Josip Broz aparecen ahora restaurantes, clubs de fans, sitios web. Están los que proclaman, en un terreno serbio de algunas hectáreas, la Titoslavia, y los que lanzan ropa blanca íntima con la estrella roja. Un nieto del Mariscal hasta ha impuesto el derecho de autor sobre el nombre. El último fenómeno en las librerías de Belgrado y de Zagreb es El libro de cocina de Tito, de 255 páginas de intrigas y de maravillosas fotos con los grandes de mediados del siglo XX, menús de los encuentros e instrucciones para cocinarlos. Exceptuados Adenauer y De Gaulle, Tito se encontró con todos. Porque la locomotora de la revolución de Tito, donde no alcanzaba el carbón, funcionaba con bicarbonato: el pollo con panceta de Kruschev( el más maleducado, nos hace saber el maestro de ceremonias de la corte, Branco Trbovic) y el cordero con hongos para el Shá (el más carismático), la salchicha para Willy Brandt y el carnero a la cebolla con Saddam Hussein. El lujoso camino al socialismo incluía galantes comidas con Josephine Baker (arrollados al queso) y Gina Lollobrigida (sopa de pescado), Liz Taylor (tartas) y Jackie Kennedy Onassis (mariscos)… “No se puede decir que haya sido el hombre más rico del mundo –aclara

Bettiza–, pero ciertamente se rodeó del bienestar más grande, a orillas de un mar que está entre los más bellos. Era un gran mujeriego. Ivan Mestrovic, el escultor, le regaló su villa de Spalato: a Tito le servía para encontrarse con la soprano del teatro local, lejos de los ojos de su esposa, Jovanka”. La “Yugostalgia” no es nueva “si se piensa que la Eslovenia comunista ya era entonces más rica que Calabria”, pero según Bettiza “esta nostalgia por Tito, este libro, son una novedad sobre todo en Serbia, donde en los años duros de Arkan [el líder paramilitar serbio Zeljko Raznatovi, N. de T.] los partidarios de Milosevic forzaron la historia y casi parangonaban a Tito con el exterminador [Ante] Pavelic, y le reprochaban haber debilitado a Serbia en una Yugoslavia fuerte, de haber concedido demasiado a los albaneses de Kosovo, de ser, en definitiva, un croata”. Un poscomunista, también, al menos al hojear El libro de cocina de Tito: había aprendido a desconfiar incluso de los amigos y, si aceptaba el cocktail Hemingway que le preparaba el camarada Fidel Castro, prefería llevar los limones y el agua para el hielo de su casa, así como no se escandalizaba cuando el estimado líder [rumano Nicolae] Ceausescu iba a su encuentro y exigía exclusivamente botellas hechas en Rumania. La “dolce vita” de un no alineado requería cierta cautela y en Belgrado, en el palacio presidencial, funcionó siempre un centro contra intoxicaciones que etiquetaba todos

los alimentos con dos palabras: “analizado”, “utilizable”. Una precaución que se remontaba a las comidas con Stalin, no se sabe si más pesadas para el estómago o para la política. “Eran siempre, sin embargo, regímenes relacionados con crímenes, aunque Tito –según Bettiza–, no tenía con su pueblo la crueldad de un Ceausescu o de un Castro. En las memorias de Micunovic, embajador yugoslavo en la Moscú de Kruschev, se cuenta que, al morir Stalin, llevaron un escritorio al museo. Parecía vacío, pero de un cajón apareció un papel apelotonado con rabia. Era una misiva de Tito al dictador soviético. Decía: “Ud. me ha mandado a muchos para que atentaran contra mí, pero todos fueron arrestados. Si nosotros le mandáramos uno a Moscú, estoy seguro de que volvería a casa vivo”. Una vida, según las palabras de Bettiza, no alcanzaría para contar todos los hechos del dandy rojo: “Empeñada en revalorizar a Craxi, la izquierda italiana lo ha removido, olvidado. Inexplicable. ¿Se nos rinde cuenta de lo que impidió? ¿Y de lo que anticipó? No se avergonzaba del lujo burgués y, dentro de los límites de un país como ése, concedía algunas migajas incluso a sus yugoslavos. Un trotskista de salón como Bertinotti, o un Massimo D’Alema [de origen comunista, luego diputado del Olivo, vicepresidente del Consejo y hoy canciller en el gobierno de Romano Prodi, N. de T.] tendrían interés en revalorizar a este camarada con estilo. Tito fue un precursor del hedonismo de izquierda. Queda como un gigante. Porque siempre es mejor un político sobre el barco que un político en la iglesia”. Traducción: María Elena Rey © LA NACION y Corriere della Sera CORBIS Y CORRIERE DELLA SERA

La realeza fue su anfitriona en muchas oportunidades: aquí con los reyes de Grecia, en 1954. Apasionado por el cine, Tito tuvo varios encuentros con Sofía Loren, y también con Elizabeth Taylor, entre otras grandes figuras del mundo del espectáculo

Esto no es por culpa de la globalización sino, solamente, del “globo” (terráqueo). Lo cierto es que, mientras Buenos Aires tirita de frío y de escasez de combustible, el sol peninsular se carga, incluso, a esa especie casi inextinguible, ese guerrero capaz de soportarlo casi todo que es el turista en bermudas, sandalias, gorrita y mochila con botella de agua. Es que, con termómetros que rondan los 40 grados, ni siquiera este gladiador resiste. Y su éxodo hace que el mediodía en el centro sea un desierto, una cocción lenta al arrullo cansino del “abanico a tles eulos, abanico a tles eulos” que vocean los vendedores chinos para hacerse, con tal vital producto, su “agosto” desde el momento en que julio enciende el horno urbano. Pero ya no son ellos los únicos. Porque el calor acaba de potenciar un viejo producto –tan viejo como el abanico– con el reciclaje que impone el marketing. El producto no es otro que la siesta, la famosa siesta, reconvertida aquí –y gracias al ingenio del fallecido Camilo Cela– en “yoga ibérico”. Pues bien: que a lo dicho. Los hoteles españoles anuncian esta temporada cuatro horas de “yoga ibérico” con una tarifa reducida que corre, naturalmente, desde después del almuerzo. Los principales beneficiarios son –además de los hoteles– las almas en bermudas. Y los vendedores chinos, que les venden el abanico como instrumento necesario y previo a la siesta. Perdón, quise decir, al “yoga ibérico”; que aquí todo suma. Hasta el sueño.

[ DESDE MONTEVIDEO ] ESCRIBE NELSON FERNÁNDEZ

El padre de la reforma Las tertulias de cafés o mesas familiares coinciden en un tema de conversación, además del frío que golpea con dureza a los uruguayos: se trata de la reforma tributaria que comenzó a regir en julio y que tiene como punto clave la introducción del impuesto a la renta personal. El gobierno de izquierda había impulsado ese tributo en las dos últimas campañas electorales bajo la consigna: “el que tiene más, que pague más, y el que tiene menos, que pague menos”. En esencia, el impuesto no grava el nivel de riqueza sino el flujo de ingresos, y sus tasas apuntan con más fuerza a los que reciben salarios o rentas más altas. Pero también afecta a los que tienen ingresos no muy altos (se aporta desde un ingreso mensual de U$S 375, aunque con tasas reducidas). Las discusiones se dan sobre el monto de dinero que muchos pierden, pero sobre todo por la confusión con respecto al alcance del impuesto. El director de la autoridad impositiva, Nelson Hernández, tuvo que explicar a mitad de semana, ante las cámaras de TV, cómo el impuesto nuevo grava también a las prostitutas que ofrecen servicios sexuales tanto en whiskerías como en las calles de Montevideo. También sobre cómo los cuidacoches y los que esperan frente a semáforos para limpiar parabrisas a cambio de propina deberán pasar por la caja de Impositiva y pagar un “monotributo”. La modista de barrio, el peluquero, el mecánico, todos aquellos que cobraban sin factura y no pagan tributos, ahora buscan asesorarse con un contador para no incurrir en delito de evasión. Y a nivel político las miradas se focalizan en el ministro de Economía, Danilo Astori, referente económico de la izquierda uruguaya desde los años setenta y potencial candidato presidencial para 2009. La pregunta que muchos se hacen es cuál será el costo político de la reforma que, si bien es de todo el gobierno del Frente Amplio, tiene un padre natural en el ministro de Economía.