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montan al siglo VI a.C. y que, desde entonces, desvela a los gobernantes de buena voluntad, cada vez menos dispuestos a aceptarla. La mejor prueba son las ...
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| Domingo 24 De agosto De 2014

Guerras defensivas en la historia Jamás una guerra recibió la etiqueta unánime de “justa”, pero en el fragor de los combates algunas suelen ser más justas que otras

1939

1991 1994

1999

2011

frEnAr A hitlEr

El hombrE dEl Golfo

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Al rEscAtE dE Kosovo

El fin dE KhAdAfy

El voraz expansionismo alemán sobre Europa central acabó con la indolencia de los líderes de Francia y Gran Bretaña con las actitudes de Hitler y declararon la guerra

Lanzada para librar a Kuwait de la ocupación del gobierno iraquí de Saddam Hussein, la Guerra del Golfo tuvo el aval de la ONU y convocó a una vasta coalición internacional liderada por Estados Unidos

Ninguna potencia ni alianza se movió para contener las masacres de Ruanda, donde un millón de personas de la etnia tutsi fueron víctimas de las milicias hutus en pocos meses

La aviación de la OTAN bombardeó objetivos militares del gobierno serbio que conducía Slobodan Milosevic, en defensa de la castigada población civil de la provincia separatista de Kosovo, que buscaba su independencia

Otra campaña aérea de la OTAN, esta vez contra las fuerzas del dictador libio Muammar Khadafy, que volcó las cosas a favor de los combatientes rebeldes durante el estallido de la “primavera árabe”

el Mundo Edición de hoy a cargo de Inés Capdevila | www.lanacion.com/mundo

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El Papa justificó, la semana pasada, el empleo de la fuerza en Irak para detener “agresiones injustas” de los jihadistas contra cristianos; sin embargo, ese tipo de ofensiva es cuestionada crecientemente

El fin de las guerras justas. Una estrategia cada vez más rechazada Texto Luisa Corradini (Corresponsal en Francia) | Ilustración Ippoliti

Siria, el caso paradigmático Aunque varios especialistas coinciden en que podría ser razón de una “guerra justa”, los gobiernos no logran ponerse de acuerdo

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PARÍS

n el avión que lo traía de Corea del Sur, el papa Francisco planteó, la semana pasada, una cuestión crucial –ética, política y filosófica– que desde las penumbras de la historia atormenta a pensadores, dirigentes y jefes militares: “Es necesario detener una agresión injusta”, exclamó para justificar el uso de la fuerza contra los jihadistas que asuelan el norte de Irak. La invocación del Pontífice a una guerra justa es la última de una interminable serie cuyas raíces se remontan al siglo VI a.C. y que, desde entonces, desvela a los gobernantes de buena voluntad, cada vez menos dispuestos a aceptarla. La mejor prueba son las resistencias, interminables debates y bloqueos en las Naciones Unidas que precedieron las operaciones militares occidentales de las últimas décadas, desde Kosovo hasta Irak, Libia o Siria. En todo caso, 400 años antes de nuestra era ya era evidente que la moral, aliada a la ley, estaba llamada a ocupar un lugar significativo en la decisión de hacer la guerra. Ella es la que permite hacer lo que está prohibido, confiriéndole al mismo tiempo un fuerte contenido de legitimidad. Matar a seres humanos se vuelve aceptable si es el medio para salvar a un número mayor. Lo mismo que hacer la guerra para detener la guerra o atacar un Estado dirigido por un tirano, si es la única forma de salvar a su población. Pero intentar diferenciar una

guerra de una guerra justa es un ejercicio que, en 2000 años, sólo llegó a una conclusión: el carácter de lo que es justo es una construcción teórica subjetiva. En consecuencia, es altamente improbable llegar a un acuerdo unánime en cuanto a su definición precisa. En una placa conmemorativa de la abadía de Westminster figura la lista de todos los pilotos de caza muertos en combate durante la Segunda Guerra Mundial. Pero no hay ningún recordatorio de los pilotos de bombardero, que “permanecerán anónimos para siempre, a pesar de haber sufrido pérdidas mucho más numerosas”. ¿Por qué ciertos pilotos son así honrados, mientras que otros son olvidados? Porque los primeros se enfrentaron, según las reglas de la guerra, contra otras unidades militares, mientras que los segundos participaron en una forma de combate que plantea un grave problema moral a todo ser humano: contribuyeron, aunque en forma indirecta, a matar civiles inocentes. El bombardeo sistemático de poblaciones civiles, cuyo principal objetivo es imponer el terror, no es la forma moral y justa de hacer la guerra. Salvo y únicamente si la comunidad política combatiente está en peligro absoluto de desaparición. Ahí reside el nudo de la cuestión: ¿quién, cuándo y con qué criterios se puede juzgar si los medios empleados en un conflicto son moralmente aceptables? Contrariamente a lo que todos es-

taban acostumbrados a oír durante décadas, el papa Francisco cruzó el Rubicón al lanzar un llamado a la intervención internacional en Irak, bajo la égida de la ONU, a fin de “detener una agresión injusta”. La actitud del jefe de la Iglesia Católica contrasta con su franca oposición hace un año, cuando algunas potencias occidentales se aprestaban a intervenir militarmente en Siria después de que el régimen de Bashar al-Assad utilizó armas químicas contra su propia población. Esos interrogantes dejan al desnudo el profundo dilema que se plantea cuando se trata de definir una guerra justa. “La actitud justa y moral consiste en primer lugar en no desatar una guerra. Ese aspecto moral es crucial para aquellos que pretenden, como las democracias occidentales, lanzarse exclusivamente en guerras justas”, afirma el politólogo François Mabille. Sometidos a opiniones públicas

Hubo interminables debates y bloqueos antes de actuar en Kosovo, Irak y Libia El caso sirio era incluso más claro que el libio, pero no se intervino

cada vez más individualistas y reacias a enviar sus soldados “a pelear en guerras ajenas”, los dirigentes occidentales suelen resistirse a intervenir fuera de sus fronteras. Después de jugar el papel de “gendarme del planeta” durante más de medio siglo, Estados Unidos eligió en 2008 a un presidente que le prometió “traer sus tropas de regreso a casa”. Para Barack Obama, fue un dilema mayor decidir si debía intervenir militarmente frente a crímenes contra la humanidad, como podían considerarse las decenas de miles de muertos que, en 2013, provocó el régimen de Al-Assad. Reglas morales o cinismo Obama y el presidente francés François Hollande respondieron, sin embargo, por la afirmativa. Para ambos, era necesario sancionar el uso de un arma de destrucción masiva proscrita por los tratados internacionales. Pero ambos se hallaron bien solos. Según el especialista Pierre Hassner, en el plano de la legitimidad moral, el caso sirio era mucho más claro que la crisis en Libia donde, durante un año, se invocaron las masacres infligidas por su dirigente a una población pacífica: “Era el caso típico contemplado en la doctrina de la responsabilidad de proteger”. “El problema es que ese nuevo instrumento del derecho internacional resultó inoperante. Y la represión se transformó en guerra civil. Un marco, ése, que establece que la comunidad internacional opte por

otros medios de intervención, fundamentalmente diplomáticos”, explica Mats Berdal, del King’s College de Londres. En Europa, la mayoría de los dirigentes que se negaron a seguir a Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos contra Muammar Khadafy en 2011, que invocaron el precedente de Kosovo 12 años antes, una intervención también guiada por el imperativo de “hacer algo” en favor de la población. “Esa guerra justa no sólo profundizó la fractura entre Rusia y Occidente, sino que tampoco consiguió atenuar las divisiones internacionales en torno a las condiciones de la intervención”, señala el profesor Gilles Andréani. A su juicio, esas operaciones siguen pesando duraderamente sobre las opciones actuales de la comunidad internacional en el caso de Siria e incluso de Irak. Aunque el hombre contemporáneo se deje influenciar cada vez menos, la Iglesia ha propuesto una reflexión permanente sobre el principio de la guerra justa, que irá desde la Antigüedad hasta nuestros días. Transformado a través del tiempo, ese principio establece una serie de reglas morales que los Estados deben aplicar en una guerra. En la práctica, las cosas suelen ser siempre infinitamente más complicadas. Con el cinismo que lo caracterizaba, Maquiavelo escribió en El Príncipe: “Una guerra es justa cuando es necesaria”. Cinco siglos más tarde, la necesidad de combatir a Hitler terminó por darle la razón.ß

Obama ahora pone su mira en Siria Analiza extender a ese país los bombardeos contra el EI WASHINGTON (ANSA).– En una curiosa vuelta del destino, un año después de haber desistido de atacar a las fuerzas del dictador Bashar al-Assad, la administración Obama evalúa pedir la autorización del Congreso para extender las operaciones militares contra los jihadistas de Estado Islámico (EI) de Irak a Siria, donde esta milicia es uno de los más poderosos enemigos del dictador. Así lo reveló el diario The New York Times en su edición digital de ayer y recordó que un mandato de los legisladores sería comparable al concedido en contra de los talibanes en 2001 y al que autorizó la “caza” de Saddam Hussein en 2002. El aval del Congreso “daría cobertura legal interna al uso potencial de la fuerza sin restricciones contra extremistas islámicos tanto en Irak como en Siria”, señaló el diario, generalmente bien informado sobre temas de la Casa Blanca. Washington sigue con extrema preocupación la situación en Irak y en Siria, donde los milicianos de Estado Islámico continúan extendiendo su poder. Obama y sus asesores saben que, para derrotar a esos milicianos astutos y con cuadros bien formados en ámbitos occidentales es necesario combatirlos también en Siria, lo que puede implicar hasta colaborar con Al-Assad. Toda una contradicción. Ben Rhodes, viceconsejero de Seguridad Nacional, dijo que Estados Unidos “evaluará lo que sea necesario en el largo plazo para asegurarse de proteger a los estadounidenses”. Estado Islámico, grupo escindido de Al-Qaeda, pretende instaurar un califato en territorios de Siria e Irak, que funcionaría como una suerte de refugio para los jihadistas. Sus prácticas son conocidas: en los últimos dos días ejecutó al menos a 18 personas en varias provincias sirias. La mayoría de ellas fueron crucificadas por colaborar con el régimen de Damasco, según informó el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Washington además tiene la punzante situación de la decapitación del periodista James Foley. “Estados Unidos podría haber hecho más por los rehenes occidentales”, dijo ayer el hermano del reportero. Además, al menos otros tres norteamericanos están en el “corredor de la muerte” de EI, entre ellos el periodista Joel Stoloff, capturado el 4 de agosto de 2013 en la ciudad siria de Aleppo. Washington, que se negó a pagar un rescate por la liberación de Foley, se ve ahora más presionado para montar un plan de batalla efectivo contra los fundamentalistas. Las opciones no son muchas: la más sólida sería continuar con la campaña de bombardeos, pero extenderla a Siria. Fuentes de inteligencia aseguran que los líderes de Estado Islámico se retiraron de Irak a Siria para quedar a cubierto de los ataques aéreos en el norte iraquí. “No todo es tan sencillo. No podemos decir «bien, ahora bombardeemos Siria»”, dijo Daveed Gartenstein, de la Fundación para la Defensa de la Democracia. Washington debe decidir cómo informar al gobierno de Assad y cómo coordinar con sus tropas, justo cuando las relaciones no pasan por su mejor momento. Además, existe la posibilidad de provocar víctimas civiles, en un país donde la guerra ya dejó al menos 191.000 muertos.ß