El mito de la segunda parte - Goodreads

un gran maestro en artes marciales: Alibombombero. Le informaron que su academia estaba en un rincón perdido del Sahara, exactamente a diecinueve millas ...
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El mito de la segunda parte Segunda edición ampliada, corregida y trastocada

Valentina Truneanu

El mito de la segunda parte © Valentina Truneanu, 2015 www.valentinatruneanu.com Primera edición: 2000 Segunda edición ampliada, corregida y trastocada: 2015 ISBN: 978-1523387533 Diseño de portada: Derek Murphy @ Creativindie bookcovers.creativindie.com Edición y maquetación: Valentina Truneanu Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra en cualquier tipo de soporte, comprendidos la reprografía, la grabación y el tratamiento informático.

Tabla de contenido

Advertencia preliminar Prólogo a la segunda edición Dedicatoria Epígrafes que pasarán por alto al lector y a los que se volverá al final de la lectura, para reflexionar sobre el sentido global del texto y escribir a continuación un ensayo de quince (15) cuartillas, cuya discusión se realizará en dos (02) horas académicas de un seminario de literatura, sin obviar la mención a la paremiología y la intertextualidad según los postulados del teórico preferido del docente, so pena de suspenso Declaración de plagio

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Continuación de la historia Josie, la gatimelódica (Versión cuasi-siglo XXI) Forrest Gump, parte II Sahara, parte II Historia de la reencarnación del pastor mentiroso Salvado por la campana, parte II

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Versiones e inicios La noche de los espejos

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La noche de los espejos, parte II La noche de los espejos, en otra parte Barbazul (Versión capitalista) El último futbolista en Moscú Los lentes torcidos Cuento de terror (1) Cuento de terror (2) La mancha La mancha (Versión «Salvado por la campana, parte II») Los merodeadores de las esquinas Comer en tiempos de crisis

35 38 40 41 46 49 51 53 62 63 65

Catálogo de famosos en vías de extinción Quise escribir sobre Michael Jackson Mis tres instancias La Fundación de Escritores Bohemios Reconocimiento No es tan largo el olvido Currículum vítae Revelación en el cónclave

71 72 74 76 77 78 83

Historias de fans Stella Hollyday Alguien famoso Lo que descubrí con las papitas chips Perfiles de Baco El primo olvidado La radionovela interminable La última telenovela Extracto de una entrevista a la autora del Mito

87 91 96 97 99 101 102 105

Abreviaturas empleadas en el presente Mito Glosario Ilustraciones faltantes Sobre la autora Otros libros de Valentina Truneanu Encuesta a los lectores Agradecimientos

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Advertencia preliminar

Ningún parecido con la realidad o la ficción es mera coincidencia. Quien se reconozca en alguno de los si­ guien­tes relatos probablemente haya sido observado sin su consentimiento. Este libro contiene nombres de personas vivas o fallecidas, publicidad inesperada y otras provocaciones que podrían ocasionar reacciones alérgicas. Las quejas y peticiones de cambios serán bienvenidas a la bandeja de spam de mi blog.

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Prólogo a la segunda edición

Fui una cuentista local. A los diecisiete años, me con­ ce­­dieron un premio literario pasando por encima de varios adultos. A los veinte, me llamaban del periódico regional con frecuencia, no solo para hablar de mi libro delgadito publicado por el desaparecido Fondo Editorial Sinamaica, sino también para opinar sobre otros escritores, como si un libro delgadito y un premio me convirtieran en una autoridad. Aparecí en una enciclopedia regional, me entrevistaron dos veces por televisión, llené un álbum de recortes de prensa que me aludían (la mayoría citándome mal o errando la ortografía de mi apellido) y ocupé la portada de una revista. Como representación lepórida de la fábula de la tortuga y la liebre, me veo quince años después de la publicación de mi primer mito de la segunda parte, sin ningún volumen de ficción que haya vuelto a ostentar mi nombre, felicitando a mis amigos que sí han escrito libros premiados de verdad, sí se saben desenvolver en las entrevistas y sí pueden hablar con autoridad sobre literatura. Me doy cuenta de que esa joven escritora que se llama igual que yo y publicó unos pocos relatos está en peligro de desaparición. Eso me identifica con las especies y las lenguas en iguales circunstancias y me motiva a preguntarme qué se puede hacer por nosotras: ¿aceptar que nos morimos, reproducirnos, momificarnos, resucitarnos, mantenernos vivas a punta de tecnología? Para no escatimar en intentos, 12

armo un catálogo de famosos en vías de extinción, relleno el libro de secciones preliminares y finales (en combinación con mi figura de treintañera), comento los relatos del Mito original y me abro a cierres e inicios. Valentina Truneanu Berna, enero de 2015

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Dedicatoria

Algunos de mis libros tienen una página arrancada. Mi marido me los ha extendido, abiertos en una dedicatoria a bolígrafo, y yo la leo por última vez antes de rasgar la hoja y balbucear una explicación. Para evitarles a otros tales momentos de perplejidad, procuro no dedicar mis textos. He debido deshacerme de las excepciones, que arrastran mi cuento o mi poema enteros a la basura. En adelante, me toca pecar por omisión.

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Epígrafes que pasarán por alto al lector y a los que se volverá al final de la lectura, para reflexionar sobre el sentido global del texto y escribir a continuación un ensayo de quince (15) cuartillas, cuya discusión se realizará en dos (02) horas académicas de un seminario de literatura, sin obviar la mención a la paremiología y la intertextualidad según los postulados del teórico preferido del docente, so pena de suspenso A buen entendedor, pocas palabras. La mejor palabra es la que no se dice.

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Declaración de plagio

Me estoy plagiando a mí misma. La diferencia entre quien escribe estos relatos y quien los escribía hace más de quince años es tan grande que podría declarar: Estoy plagiando a una adolescente que se llama igual que yo, tiene mi mismo número de cédula de identidad (aunque en su cédula mi país llevaba otro nombre) y mis padres son sus padres (aunque hayan afirmado alguna vez no conocernos). Ignoro si debo avergonzarme de plagiar a esta muchacha más de lo que me avergonzaría si reconociera un pobre intento de imitación de algún maestro del cuento porque, al fin y al cabo, ninguno podría acusarme de plagio. La diferencia es que tengo acceso a algunos de los borradores y primeras versiones de aquella chica, y me doy el lujo de usurparlos y trastocarlos, y concluir «esto es patético» porque ella ya no se puede ofender ni defender. Confieso que le plagié un diario que le destruí, así como el título de lo primero que ella publicó para una novela de mi autoría, y mi plagio es plagio en todos los sentidos porque no solo le he tomado la idea de un libro sobre famosos para integrarla a mi edición de su Mito, sino también algunos relatos tal como los escribió entonces; a otros les he cambiado algunas palabras, y al mismo tiempo quiero homenajear a esa joven cuentista. Al decir esto, no puedo olvidar a un profesor mío, el ya fallecido 16

poeta Hesnor Rivera, víctima de muchos homenajes, quien me confesó: «Cuando a uno lo homenajean tanto es porque creen que uno ya se va a morir».

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Continuación de la historia

Josie, la gatimelódica (Versión cuasi-siglo XXI)

El timbre del recreo había sonado minutos atrás. Entré en el salón. Había un par de muchachas intercambiando brollos y otra, en un rincón, oyendo clandestinamente Red Hot Chili Peppers. Esta había sido mi amiga desde preescolar, hasta su extraña metamorfosis. La bautizaron como Ana Josefina. Así la conocía yo en otros tiempos. Ahora, la llaman Josie. Llevábamos medio año separadas y, por fin, hoy me decidí a hablar con ella. Me senté en un pupitre al lado del suyo. Ella se quitó los audífonos de su discman y dijo: «Hola, chama, ¿qué deseas?». —Ana, necesitaba hablar contigo. Estoy muy preocupada por ti. No tienes que preguntarte por qué. Nada más mírate en un espejo: las pestañas se te han caído por el peso de tanto rímel, llevas las uñas negras (y encima puedes dejar ciego al mundo entero con ellas), cuatro tintes en el pelo, perfume entre chicote y lavanda. ¿Es que no te das cuenta? ¿No tienes amor propio? Disculpa por decirte esto. Sucede que yo soy como las muchachas de antes. A mí no me importaría si siempre hubieras sido así, pero no. Tú eras distinta. Cuando otros niños leían al Pato Donald, tú ya ibas por Shakespeare. ¿No recuerdas cuando hablabas de Edipo Rey y dejabas a todos los mayores impresionados? Ahora, solo lees los iconos de Windows 95. Tú oías cassettes de Mozart y Schubert, y los botaste por CDs de Heavy Metal. Sé que te escapas de tu casa a las dos de la madrugada y regresas a las 21

seis, pero del día siguiente. Cuando aterrizas en tu casa, te adhieres a tu computadora. Vives entre jueguitos de CD-ROM, la tarjeta de sonido, el joystick, la impresora láser, el mouse, el módem. Encima, tu televisor pantalla gigante y tu VHS último modelo no te convencen. Cada vez que veo una moto a 500 por hora en la calle, sé que allí vas tú. Para ti, todos los carros ensamblados antes del 2000 son chatarra. Ana, ¿qué te ha pasado? No te voy a obligar a que cambies de vida. Simplemente, deseo oír tu opinión. —Hola, chama, ¿qué deseas? Hola, chama, ¿qué deseas? Hola, chama. Sus resortes saltaron y ella cayó entre un ruido metálico. Le había dado un corto circuito. Escribí este relato cuando tenía dieciséis años y, para entonces, el año 2000 se perfilaba como el inicio del fin del mundo. Lo menos que nos pasaría sería el colapso de las computadoras cuando los calendarios se resetearan. Al someter mi manuscrito a publicación, ya había actualizado las referencias tecnológicas. Antes hablaba del Windows 3.1 y los carros ensamblados antes del 95. ¿Qué tendría que poner para esta segunda edición ampliada, corregida y trastocada? ¿Cuál sistema operativo, qué tipo de televisor, qué reproductor de música y video que no me haga quedar como una obsoleta dentro de un año? Hasta el título habría que cambiarlo porque no creo que alguien que no fuera de mi generación comprendiera la referencia y, por mucho que se buscara en Internet sobre las caricaturas, ya se perdería mucha sal en el camino.

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Forrest Gump, parte II

Sus padres sabían que sería una persona importante; por eso, le pusieron un nombre difícil de olvidar: Lucrecia Lindell. Pero, para nosotros, este, además de matarla, la hacía más rara de lo que ya era. Lucrecia había sido eso que llaman niña prodigio: a los tres años leía y escribía a la perfección; a los cinco tocaba piano, pintaba tipo Dalí, resolvía logaritmos, qué sé yo. Todo lo hacía mejor que todo el mundo. Convencidos de que ella distaba mucho de ser normal, sus padres la mandaron a un psicólogo. Le realizaron un test de inteligencia y la niña resultó tener un coeficiente intelectual de trescientos, el más alto registrado en la Humanidad. Algo realmente impresionante. ¡Si una persona de ciento cincuenta ya podía considerarse genio! Aquello suscitó mucho revuelo en su época. Su nombre apareció en libros y publicaciones de todo el mundo. No es por nada. Su derroche de inteligencia se había convertido en el octavo pecado capital. Lógicamente, Lucrecia siempre fue la mejor estudiante en todas partes. Por si fuera poco, se ganaba premios internacionales de poesía, ciencia, música, pintura, ajedrez. Los términos «nerd» y «cerebrito» se le quedaban cortos. Encima de todo esto, le adelantaron no sé cuántos grados en el colegio. Entró a la universidad de once años. Ahora tiene veinticuatro y un consultorio propio en una de las mejores clínicas de la ciudad. Es el colmo. Desde luego, nadie la soporta. Somos demasiado poco 23

para ella. ¿De qué se puede hablar con una persona así? Nos parece verla en las tardes. Seguramente, se la pasa todo el día leyendo de cuestiones complicadísimas de física y, luego, se pone a escribir teorías en su computadora. Es lógico pensar que esta mujer está más que quedada. Últimamente, este problema le había preocupado un poco y se metió en una de esas organizaciones de amigos por correspondencia. Curiosamente, alguien le había estado escribiendo. ¡Y se había enamorado! El espía del vecindario nos comunicó que habían concertado una cita para el viernes por la noche. Hacía tiempo que no había un chisme tan bueno por aquí. Días antes, mis amigos y yo nos llamábamos para hablar sobre eso. ¿Quién podría ser tan demente de salir con Lucrecia Lindell? Me ofrecí a tomarle una foto. Sin duda, se había fugado del Psiquiátrico. Nos preguntábamos qué edad tendría, qué aspecto, qué profesión. Debía ser un cerebrito; de lo contrario, ella no se hubiera fijado en él. Los más crueles pensábamos que todo era un plan arreglado por su mamá. En verdad, ¿cómo sería una salida con Lucrecia? Probablemente, comerían en un sitio serio y tranquilo y se pondrían a hablar de quarks o del cariotipo de los lepidópteros. Qué aburrimiento. El viernes al atardecer, medio vecindario estaba pegado de las ventanas, dispuesto a conocer a aquel fenómeno. Y él llegó. Todos lo miramos boquiabiertos. Aterrizó en su nave espacial y, luego, se llevó a Lucrecia.

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Sahara, parte II

Desde niño, Williansons solo tenía una meta, un propósito, un sueño: ser ninja. Había llegado a la edad ideal para comenzar su entrenamiento y convertirse en un guerrero digno de aparecer en la televisión. Pero necesitaba ir a la mejor academia, donde sería instruido por un gran maestro en artes marciales: Alibombombero. Le informaron que su academia estaba en un rincón perdido del Sahara, exactamente a diecinueve millas en dirección norte cuarta al noreste de la ciudad. Williansons había realizado muchos ejercicios y confiaba en que podría llegar a su destino ese mismo día. Todos sus estudios habían sido dirigidos a su ilusión de ser ninja. No sabía casi nada de matemáticas. Como el número diecinueve le pareció pequeño, supuso que la tienda de Alibombombero estaría muy cerca. Partió con una minicantimplora medio llena de agua y más nada, así le probaría a su maestro cuán resistente era. A media tarde, ya estaba tirado entre las dunas, delirando, y sin fuerzas para mover un solo músculo de su cuerpo. Al cabo de un rato, abrió los ojos y vio una gran tienda negra y roja, que tenía la insignia de una A. ¡Esa era la academia! Williansons se levantó a duras penas y avanzó tambaleándose. Cuando estaba a punto de entrar, se agarró a la tela de la tienda, pero esta se disolvió en sus manos y él cayó de nuevo en esa arena solitaria e inmensa. Luego, fue atendido por unos viajeros, quienes le proporcionaron una cantimplora decente 25

y ciertas provisiones. A Williansons le daba pena que lo hubieran tenido que cuidar como a un niño (aunque se sentía mucho mejor). Por la mañana, reanudó su viaje. Al mediodía, se sintió de nuevo desfallecer; pero, en el horizonte, distinguió claramente la tienda de Alibombombero. Corrió hacia allá, entró en la tienda y se encontró con un infinito desfile de dunas y el mismo sol infernal. Cada tres horas le sucedía lo mismo y así estuvo por cuatro días. Al comienzo del quinto día volvió a ver la tienda de los ninjas, pero no se acercó a ella. —Ya no soporto más. He estado casi una semana como un bobo corriendo hacia los espejismos. Pero ya me cansé. Esa cosa que está allá también es un espejismo. Ya no creo que vaya a conseguir a Alibombombero y su academia de ninjas. Seguramente, eso ni siquiera existe. Mejor me regreso a mi casa y seré un mercader como mi padre y las diez generaciones anteriores de Williansons. Emprendió el camino de vuelta. Del interior de la tienda de Alibombombero, uno de los ninjas lo vio. —Maestro, ¿ese muchacho no vendrá para acá? —Si quisiera venir, ya hubiera entrado. Seguramente, busca otra cosa.

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