El libro-porvenir - Ciudad CCS

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Narra-Libros

AÑO 7 / NÚMERO 336 DOMINGO 23 DE ABRIL DE 2017

Diversas lecturas del perdón en los Soldados de Salamina Por Annel Mejías

El libro-porvenir JORGE DÁVILA I.

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rente al libro abierto, hay deleites de infancia que, como fantasmas, vuelven con frecuencia en la lectura. Uno de mis preferidos lo enunciaría así: desenfocar la mirada entre las líneas impresas, desviándola hacia la perpendicular del paralelismo horizontal del texto, para conseguir figuras trazadas por las manchas del contraste entre espacios en blancos y caracteres impresos; manchas que reflejan toda luz y manchas que absorben toda luz; en ese momento todavía no hay forma. Comienza entonces una navegación entre extraños ríos. Unos ríos son dulcemente transparentes, sin fondo posible, otros cálidamente opacos, que sólo ofrecen superficie. Es una navegación muy compleja, como en una tormenta, pues jamás se puede entender cómo es que pasamos de un río a otro. Son ríos extraños, muy extraños; claro que desembocan unos en otros —como le

pasa a todo río, ¡en eso son tan reales! Pero ocurre también que corren paralelos y juntitos, y eso es lo extraño, que sus márgenes se comunican, y cuanto más uno se esfuerza en comprender la vecindad riberana, cuanto más se quiere afinar el enfoque de la mirada desenfocada, entonces ocurre el milagro: estamos ya fuera de las márgenes ribereñas emergiendo a la auténtica superficie de las aguas del texto, a la superficie de esas diminutas, apacibles y navegables olas —negras, blancas, perfectamente alineadas—, olas que corren en la mirada unas tras otras en perfecto paralelismo. La mirada ya enfocada vuelve a sí misma, ya no hay dolor en el globo ocular, la brújula del pensamiento vuelve a señalar el rumbo riguroso: navegar siempre sobre el rompimiento suave de la ola, y así pasar de ola en ola... hasta un nuevo asalto repentino de alguna ola blanca que acecha en el minúsculo e instantáneo salto a cualquier ola negra, haciéndonos cambiar de rumbo hacia los ríos transparentes y opacos, hacia una nueva tormenta en la navegación.

Otro fantasma que retorna con frecuencia de mi infancia es éste: abrir el secreto y no poder saber cómo ni cuándo se vuelve a cerrar. Es como con esas frutas maduritas, tentadoras, de las que no conocemos nada y cuyo atractivo color o forma nos sopla un aroma de sospechoso veneno. Es abrir el libro y no saber si hemos quedado con algún veneno incorporado, porque ni siquiera llegamos a saber si es veneno, o porque aún siendo tal, no sabemos nada aún de sus efectos. Abrir el libro y darse uno cuenta de que el más temeroso veneno es la incomprensión del texto: esos libros en lengua desconocida con dibujos atractivos; esos libros cuya primera frase dice al tiempo que desdice —todo y nada a la vez; esos libros prohibidos torturadores en el deleite. En fin, este fantasma de libro abierto que no sabemos cómo cerrar, que es lo mismo que no sabemos cuándo volveremos a abrirlo pues no atinamos a saber si ya lo abrimos, si tiene secreto con uno mismo, o si uno con él.

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NARRA-LIBROS

Annel Mejías Guiza

II. Los libros han estado siempre entre fantasmas. Ellos mismos son fantasmas. Simplemente aparecen. Aparecen así, como en mi infancia, por su propia cuenta, bien ajustados a la circunstancia; o aparecen, ya no en mi niñez, porque me gusta encontrarme con los fantasmas, al menos con los de la infancia... y quizás no sea más que por fabricar nuevos fantasmas. Yo creo que el fantasma que siempre aparece (o se busca) en el libro, es otro libro. Es cierto que la mayor parte de las veces es otro libro del que tenemos una cierta idea de que ya existe y por lo tanto no tan fantasma. Pero, en el fondo, quiero decir, el verdadero, el puro y auténtico fantasma, es el libro que eternamente queremos leer; es decir, el libro que no está escrito,ni pensado: el libro que nunca habrá, que nunca vendrá, que nadie escribirá, que no dirá nada porque dirá todo. Entre libro y libro corremos tras ese libro realmente fantasma. Es el libro-porvenir, no el libro que habrá de venir sino el porvenir del libro: esa cadena inagotable que nos aprisiona en el sobresalto de cerrar el libro que no sabemos cuándo volveremos a abrir. Que no sabemos si será el mismo o será otro, si ya fue y volverá a ser. El porvenir del libro, o el libro-porvenir, es la seguridad que nos ofrece esa cadena en la que cada eslabón cierra la muerte y abre la vida, o viceversa, pues siempre saltamos de una ola a otra dejando atrás una no-ola cuando ya entrevemos la siguiente: siempre andamos ola a ola, río a río, libro a libro; siempre en un pasar. Yo me digo que si un libro no viene cargado de fantasmas entonces no merece ser libro. Es verdad que en ese caso no hay por qué dejar de tenerlos por tales; quiero decir, son libros cuyos fantasmas no se han enterado del juego del porvenir. Sus fantasmas están adormecidos; se pudiera decir que se han entretenido de tal manera con el porpasar que no nos dicen nada de lo que les pasa, de lo que nos pasa con ellos. Son esos libros que convierten el pasar en puro pasado pesado. Por eso nos pesa pasar por ellos y no nos pasa casi nada, o nada, cuando nos pasa que tenemos que estar en ellos, cuando nos pasa que tenemos que pasar tiempo con ellos: sus fantasmas ni deleitan ni asustan, sus fantasmas son puro pasatiempo. Habría mucho qué decir de esos libros con los que no nos pasa nada, o casi nada. Baste decir que pasa que los leemos sintiendo su oquedad de fantasmas y así nos ayudan a amar a los otros, a los libros encadenados con el libro-porvenir, a los libros que nos deleitan y nos asustan, a los que tienen sus fantasmas vivos.

III. Peter Sloterdijk, rememorando al poeta Jean Paul (Richter), comparó toda escritura de textos con la epístola. Siempre es aventurada la afirmación que engloba toda la variedad. Pero la metáfora es atractiva: todo libro es una carta, una epístola. Digo que la metáfora es atractiva por cuanto la carta representa muy bien a los fantasmas de mi infancia y a los de siempre (y, claro está, esta última ¡es mi metáfora!). Las buenas cartas asustan o nos deleitan, son fantasmales. Si dejamos de lado las cartas que no parecen tales, que no son tales, me refiero a lo que la jerga moderna de la burocracia reservó para sí en el género de los oficios —recibos de compra y venta, citaciones, boletines y reportes publicitarios incluidos— si apartamos ese género, repito, nos queda la epístola, la carta del amigo, de la amada, o incluso la del enemigo que, todas ellas, asustan y deleitan. El libro se abre como esas cartas y viceversa (o sea, las cartas se abren como libro-porvenir). También se cierran las cartas como el libro. Siempre la carta es cartaporvenir; siempre remite a otra carta, siempre remite a otra carta que vino, que va, que vendrá, que irá. Siempre soy el destinatario de la carta-porvenir, siempre soy el lector del libro-porvenir. Siempre soy la espera del cartero, de ese que sigo atento, allá en la calle, con mi mirada extraviada a través de la ventana en una tarde lluviosa del jueves. Siempre soy la esperanza, dulce espera, de mi remitente que, de antemano, sé que me remitirá a otra epístola, a otros epistolarios. El libro, la epístola, me transforman en porvenir, porvenir esperanzado en la más pura esperanza. El libro-porvenir, la epístola esperada, son en sí mismos la pura esperanza medida en la exacta distancia, en ese volumen fantasmal, que une y separa al remitente del destinatario; ese volumen fantasmal en que muere un remitente para que nazca un destinatario y renazca otro remitente: morir y vivir entre el susto y el deleite o, lo que es igual, morir en la vida asustadiza viviendo en la muerte deliciosa.

Diversas lecturas del perdón en los Soldados de Salamina

Quiso Dios, con su poder, / fundir cuatro rayitos de sol / y hacer con ellos una mujer. / Y al cumplir su voluntad, / en un jardín de España nací / como la flor en el rosal. ¿Cómo un hecho que ha ocurrido hace sesenta años puede marcar tan vivamente el presente? Javier Cercas (Cáceres, España, 1962) se propone como periodista reconstruir un hecho: el fusilamiento fallido de Rafael Sánchez Mazas durante el final de la guerra civil, poeta creador del partido fascista Falange Española; pero más allá de este hecho se centra en cómo, luego de huir milagrosamente, un soldado republicano —en esa búsqueda de los dos fugitivos que salen ilesos— lo encuentra en el bosque, apunta con su fusil al poeta y, a pesar de ser su enemigo, le perdona la vida. En la indagación sobre el porqué de ese perdón, punto neurálgico del libro Los soldados de Salamina, Cercas nos hace reflexionar si Sánchez Mazas merecía o no morir por ayudar a llevar al dictador Francisco Franco al poder, quien lo ejerció autoritariamente sin piedad durante 35 años (¿y si lo hubieran matado antes el país no se hubiese ahorrado todo?, ronda esta pregunta al final). Porque Sánchez Mazas, con sus escritos periodísticos y políticos, legitimó ideológicamente el régimen franquista. Con más de un millón de ejemplares vendidos, leí Soldados de Salamina (Tusquets Venezuela, 2015) luego de dieciséis años escrita. Esta novela-testimonio está dividida en tres partes: Los amigos del bosque, Soldados de Salamina y Cita en Stockton. La primera y tercera parte están narradas con la sensibilidad del escritor fracasado y el olfato del periodista investigador que se va encontrando con los temas de un posible libro, confundido frente a un hecho real (el fusilamiento) que, de tanto contarlo, ha adquirido una bruma mítica. Así se dejan leer estos episodios de la novela: con mucha humanidad, de forma anecdótica, casi frustrante. Tierra gloriosa de mi querer, / tierra bendita de perfume y pasión: / España, en toda flor a tus pies / suspira un corazón. / ¡Ay de mí! ¡Pena mortal!, / porque me alejo, España, de ti. / ¿Por qué me arrancan de mi rosal? Este pasodoble, Suspiros de España, se retrata en las tres partes de la novela: en la

primera hace aflorar la melancolía (¡qué canción tan triste!), en la segunda Sánchez Mazas la recuerda en el bosque cuando revela que el soldado que le salvó la vida bailó esa canción con su arma en la víspera del fusilamiento, bajo la lluvia, escuchándola en una radio, develando una sensibilidad de este muchacho, una nostalgia frente a esa inaudita guerra que se había llevado la vida de tantos jóvenes; y en la tercera la conecta con el héroe imaginario, Enric Miralles, introducido por otro personaje real, el escritor Roberto Bolaños, quien conoció a este hombre mientras trabajaba en un campings en Francia y le narró sus peripecias de guerra. Durante su investigación periodística, Cercas descubre que Miralles estuvo justamente asimilado en el sitio donde fue recluido Sánchez Mazas y, aunque nunca lo confirma, lo busca en una imaginaria pensión en Francia, sospechando que fue el soldado que le perdonó la vida al poeta fascista. En Soldados de Salamina, el lector no encontrará belleza en el lenguaje ni poesía en la narración, tampoco imágenes o metáforas contundentes, sino una escritura fluida, sencilla y desenfadada, con el estilo periodístico muy marcado y una historia con giros muy localistas, todo al servicio de una historia hábil e inteligentemente hilada. La novela, llevada al cine en 2003 por David Trueba, teje la misma historia, pero en el relato audiovisual el personaje es una mujer periodista, y ahí se recogen los testimonios reales, se mira el rostro de los amigos del bosque que ayudaron a Sánchez Mazas a sobrevivir en este sitio mientras entraban las fuerzas franquistas a tomar el poder (luego de absuelto por el soldado republicano). Escuchar y ver a los entrevistados es valiosísimo. Justamente en un libro donde aparecen Cercas y Trueba, Diálogos de Salamina: Un paseo por el cine y la literatura (2003, Tusquets Editores), el escritor aclara que la guerra civil española, tan distante como la batalla de Salamina, se halla muy vigente en la España actual, porque se viven aún sus consecuencias, y la novela dejaría una triple lectura: mientras que para Sánchez Mazas el ejército falangista salva a la humanidad de la barbarie, para Cercas es salvada más bien por el ejército de jóvenes de la resistencia, con héroes como Miralles y sus amigos que fallecieron en la guerra. Y, si leemos la novela como una vivencia individual, podríamos centrarnos en que un hombre salva a otro hombre. Si asumimos estas dos últimas perspectivas, imaginamos a Miralles viejo, bailando ese pasodoble con la prostituta, mujer de quien se enamora perdidamente, un episodio clave de esta novela, pero que no da (tampoco hace falta) la respuesta a la pregunta que guía el relato: ¿Será o no será Miralles el soldado que le perdonó la vida al fascista Sánchez Mazas y por qué? Quiero yo volver a ser / la luz de aquel rayito de sol / hecho mujer / por voluntad de Dios. / ¡Ay, madre mía! / ¡Ay! ¡Quién pudiera / ser luz del día / y al rayar la amanecida / sobre España renacer!

DOMINGO 23 DE ABRIL DE 2017 / CIUDAD CCS / LETRAS CCS

ARTÍFICES DE LA PALABRA Gregorio Vásquez

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[En el lenguaje y en el límite del lenguaje, la poesía: morada de la palabra, morada del silencio. El poeta: un perseguidor y un perseguido que quebranta la casa del verbo, buscando saber decir, saber callar, saber olvidar, saber recordar, saber las palabras; saber comunicar con la palabra lo que hay más allá de la palabra; comunicar el mundo oculto, el lado sagrado, el más profundo del verbo; comunicar su silencio, su música, su aire antiguo y cercano entre nosotros. Es ese silencio secreto de estas voces a la intemperie el que nos ofrendan los poetas desde la vida y desde la poesía. La poesía escrita y olvidada, escrita con dolor y alma sobre el papel reseco del tiempo, escrita en la memoria y el sonido de cada día.]

Javier Sologuren: impresiones para un día roto Salta la imagen desde / cuando / el latido de la noche / quiebra su sien dolida / (la noche / simulacro / de la nada) / lanza el cuchillo / sus cortos resplandores // la obsidiana / desciende / busca / el calor de las vísceras / el agobio sin sonidos / de un sueño // y en alta vertical / sobrevive la estrella // (en gélido retiro)

Voces Un poema así es un pequeño laberinto de un dios secreto y olvidado. El hilo que nos lleva hasta su misterioso protector es el sonido puro de cada palabra. Cuando el sonido atrapa el instante, entonces podemos saber sobre el misterio de esa palabra con la que el poeta enciende su destino. En un gélido retiro Javier Sologuren (Lima 1921-2004), nos ha permitido algo de una magia olvidada en la poesía: esta lectura la he apresurado, la ha seguido, la guardo y la sostengo a partir de uno de sus libros ya finales: Un trino en la ventana vacía, 1993. Publicado en Venezuela por Monte Ávila en 1998. Sus páginas significaron mucho cuando apenas podía develar la figura de un poeta peruano que habiendo ya recorrido largos años, apenas me llegaba como reflejo de la distancia. Bajo este título, el poeta peruano expresó su credo esencial para la poesía del Perú, de Latinoamérica y para la tradición de la poesía en lengua castellana. El poeta se busca en la entrañable soledad para encontrarse y al hacerlo dice con la palabra el solo silencio donde se abandona para con él dibujar de otra forma, callar escribiendo de otra forma, y así extraviarse de la apartada mudez que lo inunda en un espacio lejos del vacío. En 1995 con este libro le es otorgado al poeta el Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde, en su momento un galardón que reconocía la obra y la dura tarea poética que enarbolaba su vida. Pero ya su mundo poético era arduo, atesorando un enorme número de libros que se publicarían con el título de Vida continua y que reuniría así todo su mundo poético. Con ese título que recordaba uno de sus libros publicado en la década del cincuenta, Javier Sologuren nos entregaba una labor donde él mismo se protegía para la palabra por venir. A lo largo de su trasegada vida como poeta, profesor, traductor, editor e impresor, Javier Sologuren dejó en la estela de su memoria un pasado con esas profundas marcas de sus amigos, de sus compañeros de generación y de sus discípulos. Esas marcas se hacían poesía en las páginas de Vida continua, y más aún, se hacía victoria en las palabras y en los recuerdos de hoy de esas páginas no olvidan. Nos enseñó que quien escribe se hace partícipe de esa orfandad a la que está destinada la palabra. La escritura exige silencio, exilio; pide otro tiempo, otro aire, otra luz. El poeta hace que el silencio se encuentre de verdad con la palabra: cada uno pide para sí el alma donde anida. Entonces se encandila el horizonte de papel que hay ante los ojos. Comienza a dejarlo todo. Lo poco y lo mucho del silencio vela porque la palabra encuentre su acomodo. Quien escribe se vacía de sí mismo para decirle a otros. Establece un puente invisible entre su rincón escondido y el de otros para comunicar más allá del lenguaje. Busca emparentar incansablemente la gran distancia que hay entre las palabras y el mundo. Nada soy si me falta la palabra, nos recuerda Stefan George. Esa nada contagia de incertidumbre la tarea de la escritura.

Un trino en la ventana vacía La palabra impostergable y huidiza se refugia en la página secreta de la obra de Javier Sologuren, heredero de la generación que viene de Martín Adán y Emilio Adolfo Westphalen. El Westphalen que los «acogió en su revista Las Moradas, donde se hicieron conocer sus primeros poemas, no solamente en el Perú, sino afuera, en el extranjero, y luego, en la revista Amaru; todo lo que Emilio tenía en sus manos ha sido para nosotros un vehículo de expresión» —nos decía. Estos textos encomillados pertenecen a la entrevista que le hiciera Reynaldo Jiménez en el 2004 y de la que me valgo para poder dejar aquí algunas expresiones de Sologuren para este momento. A esa generación, en la que también estaban Xavier Abril, los hermanos Enrique y Ricardo Peña Barrenechea, Carlos Oquendo de Amat y César Moro, ha sucedido la de Sologuren. Otros nombres de su generación son hoy el recuerdo de un trabajo incansable y de un mundo de propuestas seguidas, como las de Sebastián Salazar Bondy, Jorge Eduardo Eielson, Raúl Deustua, Blanca Varela. Todos nacidos en el primer lustro de los años 20, es decir, entre el 21 y el 25. Y luego, una segunda promoción, que es la de Carlos Germán Belli, Washington Delgado, Pablo Guevara, Francisco Bendezú, Juan Gonzalo Rose, entre otros tantos que podemos seguir enumerando. El Perú ha dejado en esta generación y en la que le pre-

cedió, muestra de un trabajo sostenido en la palabra, de un trabajo heredero así de la poesía universal. Como traductor nos motivó a leer profundamente la tradición francesa, de la que siguió muy cercana la obra de Mallarmé, expuesta y vinculada en muchas de sus propuestas poéticas. Sologuren nos recuerda —y continúan aquí sus palabras— «…haber traducido El cántico de las columnas, de Valéry, por ejemplo. Y poemas de Claude Roi, de Robert Desnos, de Breton. Todo eso desapareció, pero he vuelto y tengo un buen número de poesía francesa, desde el medioevo, Villon, hasta nuestros días; quiere decir que ha incrementado con otros poetas que también deben tener alguna participación en uno. Ya no habría que hablar de influencias, sino de esos aportes casi etéreos pero reales… He traducido a los italianos, los suecos, los brasileños, canadienses, haitianos, y a través de otras lenguas, chinos, japoneses, esquimales, africanos». Su obra no sólo es ejemplo de trabajo poético, es motivo y digno ejemplo de constancia: nos legó desde 1941 un mundo singular de libros: El Morador (1941-1944), Detenimientos (1945-1947), Diario de Perseo (1946-1948), Dédalo dormido (1949), Vida continua (1948-1950), Bajo los ojos del amor (1950), Regalo de lo profundo (1950), Otoño, endechas (1959), Estancias (1960), La gruta de la sirena (1961),

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La Librería Mediática Marialcira Matute Abre el telón y seguimos leyendo

›››Viene de página 3 Recinto (1967), Surcando el aire oscuro (1970), Carola Parva (1973-1975), Folios de El enamorado y la muerte (1974-1978), El amor y los cuerpos (1978-1982), La hora (1980), Catorce versos dicen… (1985-1988), Poemas 1988 (1985-1988), Tornaviaje (1989), Homenajes (1963-1989), El rayo especial (1991) y Un trino en la ventana vacía (1990-1991).

Tinta en el papel de la poesía Otra de las tareas singulares de Javier Sologuren, es la de editor. Su mundo también estuvo centrado en la maravillosa posibilidad de ayudar a que los jóvenes poetas de las generaciones posteriores tuviese un lugar para dejar volar los libros que comenzaban a crecer, todos estos jóvenes que menciono publicaron sus primeros textos bajo el sello de La Rama Florida. «Entre los poetas peruanos — nos dice— edité a muchos jóvenes. Hubo una colección que tuvo un feliz inicio con el libro de Javier Heraud, El río, y que llegó a tener diecisiete títulos; ahí estuvieron los primeros libros de Antonio Cisneros, Luis Hernández y otros. Esto lo llevé por once años, más o menos. En sábados, domingos, vacaciones, días de fiesta; inclusive cuando volvía de mi trabajo en la Universidad, donde ya no hacía toda la tarea sino que me ayudaban estudiantes a los que pagaba por la labor misma de componer. Tenía que dirigirlos y corregir las pruebas, de modo que estaba siempre al tanto. Fue en los primeros años que yo hacía todo el trabajo, ayudado por Kerstin, mi mujer, que cosía los libros, porque, ya que se hacía a mano, hubiera sido indecoroso ponerles unas grampas. Mi gran compensación ha sido el poder hacer esta obra con mis propias manos. Escapando al escritor que únicamente se mueve entre libros, y en el mundo mental, este esfuerzo práctico me ha servido mucho para mi propio carácter, como un correctivo a esos excesos en que suelen caer los intelectuales. Por otra parte, el haber hecho posible a mucha gente joven, que con el tiempo ha demostrado su valor, la publicación de sus primeros versos. Y, sin falsa modestia, como me lo han hecho notar, el de contribuir a elevar el nivel gráfico de nuestro país. Todo eso hace que se acepte esa labor de tantos años como algo que ha dejado alguna huella».

De esa generación nos queda la voz de Antonio Cisneros, de Rodolfo Hinostroza, de Enrique Verástegui, de Ricardo Silva Santisteban, de Armando Rojas, entre muchos otros como el singular poeta Leoncio Bueno, o los reconocidos Zorina Varcársel, Carmen Ollé, Víctor Ladera Prieto, Winston Orillo, Arturo Cuercuera, Tulio Mora, Aníbal Roncagiolo, y otros que no puedo anotar por el olvido. Este es el legado de un poeta que es un poema, que es un página en la memoria de la poesía de Latinoamérica, de la lengua castellana, de la tradición grande de los hacedores de sonidos y silencios.

Poética de una vida un cuerpo que es apenas nuestro donde oscuramente triunfa el infortunio una llama de sangre pronto exhausta luego de su apartado canto y entre el carnal terciopelo de las sombras sueltas como una desflorada rosa un cuerpo para quién o para qué blanca semilla que el azar devuelve con sigilosos signos y maneras en postrer incremento de la tierra un polvo tuyo y mío apenas nuestro donde alza su vuelo el infortunio (la vuelta).

Siempre escribió poco. Pero eso poco se volvió un mundo. Un poeta se guarda en las experiencias más íntimas de la infancia. Lo hemos dicho ya en otro tiempo, y de esas primeras experiencias poéticas, que en su caso han sido estrictamente vivenciales, ha quedado tatuada la vida. Quien escribe combate con lo dicho en silencio, lo callado, lo protegido, lo que la palabra no consigue en el diario de su destino, su casa, su lugar, su morada. Llegamos a la escritura buscando nuestro propio reflejo. Esa fue la tarea esencial de Javier Sologuren, aquí la recordamos en este día no tan roto.

Director Freddy Ñáñez Coordinadora Karibay Velásquez. Letras CCS es el suplemento literario del diario Ciudad CCS y se distribuye de forma gratuita | correo-e: [email protected] | Twitter: @LetrasCcs

Nuevamente, este 23 de abril celebramos el Día Internacional del Libro y del Idioma. No sólo para homenajear el ingenio de Shakespeare, el desparpajo de Cervantes o el mestizaje en el idioma gracias al Inca Garcilaso de la Vega; sino a cada escritor, lector, distribuidor, librero, impresor, bibliotecario. A cada persona que tenga que ver con el libro y sus procesos. Tiene lugar también una nueva edición del Festival de Teatro de Caracas que organiza FUNDARTE-Alcaldía de Caracas, con un menú delicioso que incluirá libros y centenas de opciones teatrales gratuitas y a precios accesibles del 21 al 30 de abril, así que la lectura y las tablas se abrazan este año en este gran evento de celebración cultural. Atentos al teatro y a los libros, releyendo El Animador, obra del recordado dramaturgo Rodolfo Santana quien inspiró y animó el FTC, reseñamos lecturas que vamos haciendo simultáneamente en estos días. A veces, leyendo, nos sentimos en un mundo propio, ajenos a todo, como el personaje de Emmanuel Carrère en la novela Bravura. «Para él sigue siendo la mejor manera de ver el mundo: sin que le vean, sin que le pidan que se mezcle con él, que participe». Releemos y descubrimos nuevos libros sobre Alfredo Maneiro. Sus escritos, compilados recientemente por el editor Juan Ramón Guzmán para el MPPAPT en el libro Escritos de Filosofía y Política, son prologados por Alí Rodríguez Araque: «Escribir la biografía de Alfredo Maneiro, es deuda». Deuda que honra este libro y también el libro que escribió con entrega y compromiso y presentó esta semana Farruco Sesto en UNEARTE. Se trata de Vida de Alfredo Maneiro, que comentaremos en otra columna. Leer es viajar, y esa frase no es un tópico cuando nos topamos con un libro especial: Contar el país desde la óptica de quienes lo viven, siendo o no nacionales es una experiencia hermosa al viajar a Rusia de la mano de la Asociación Musical Grenada, Premio Nacional de la Federación de Rusia que en Somos Así: Rusia de hoy de primera mano, nos presenta la cotidianidad de un país para nosotros extraño y lejano antes de leer el libro, ahora cercano y cálido luego de recorrer este libro de creación colectiva que cuenta desde la sencillez la complejidad de Rusia. Leer y viajar es también hacerlo en tiempo y espacio de la mano de escritores magistrales y lastimosamente poco divulgados como el argentino Manuel Mujica Lainez. Recorrer el mundo con él en libros que trasuntan maestría, investigación, talento y oficio como Misteriosa Buenos Aires para conocer a través de cuentos la historia argentina, o la Italia del 1500 con Bomarzo, es una experiencia que todo lector debe regalarse. Leer a Venezuela y reconocer cada región con sus modos y hablares, con sus olores y sabores, sus acentos y sus formas de ser, es posible desde la lectura. Como una historia de jóvenes está escrita la novela Casa de pájaro, de Radamés Laerte Giménez, con el ánimo de homenajear al escritor Rafael Zárraga de Yaracuy, Venezuela. Y de Yaracuy nos vamos a Los Andes al releer Cipriano Castro: semblanza de un patriota, de Domingo Alberto Rangel, historia patria y sentir andino. También es necesario para los lectores entender procesos, saber de la lectura. Julio Borromé lo hace posible en Crítica de la lectura instrumental, recientemente publicado, que estamos revisando. Leemos para nosotros y escribimos, contamos, para otros... A fin de cuentas, como dice David Foenkinos en su más reciente novela La biblioteca de los libros rechazados: «¿Quién podría creer a los que dicen que escriben para sí mismos? Las palabras siempre tienen una meta, buscan la mirada ajena. Escribir para uno mismo sería como hacer el equipaje para no marcharse.»

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