El equilibrio justo

una industria cinematográfica propia que por sus niveles de desarrollo y po- derío económico tiene muy poco que envidiarle a su competencia california- na.
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Turismo

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GENTILEZA DISNEY CHANNEL

Página 6/LA NACION

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Domingo 6 de junio de 2010

[ TOURS ] En San Francisco

El equilibrio justo Circular por primera vez en un Segway es una experiencia curiosa, además de una forma muy cómoda de explorar calles y barrios AN FRANCISCO.– ¿Es un monopatín eléctrico? No. ¿Una patineta? Tampoco. Ni se parece a una moto. El Segway consiste en un motor con dos ruedas grandes, un manubrio sin volante, freno, acelerador y una plataforma que transporta al pasajero... leyéndole el pensamiento. Es eléctrico, no contamina y con enchufarlo en un toma permite varias horas de uso. Y, sobre todo, es una experiencia que no se debe desaprovechar. Cuando lo presentó su inventor, Dean Kamen, lo definió como “el primer medio de transporte humano dinámicamente estabilizado. Actúa como los humanos. Tiene una serie de giroscopios que reaccionan como nuestro oído interno, una computadora que hace el trabajo de nuestro cerebro, un grupo de motores que desempeña la función de los músculos y dos ruedas que replican a nuestros pies”. San Francisco es una de las ciudades donde se lo puede ver en pleno funcionamiento. En Beach Street y Larkin, por ejemplo, se encuentra un local desde donde parten los llamados Segway Tours. Fácil de aprender y fantástico de manejar, promete la publicidad.

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[ INDIA ] Música, bailes y un público eufórico

Bollywood para extranjeros Por Alfredo Sainz De la Redacción de LA NACION UEVA DELHI.– La India es posiblemente el único lugar en la Tierra en el que Angeline Jolie y Brad Pitt no son la pareja más famosa del espectáculo. Al menos hasta ahora, la mayor democracia del mundo logró mantenerse al margen de la influencia de Hollywood gracias al desarrollo de una industria cinematográfica propia que por sus niveles de desarrollo y poderío económico tiene muy poco que envidiarle a su competencia californiana. Y la mejor prueba de la popularidad que tienen las películas indias son las páginas y páginas que les dedican los diarios locales al contar los romances, las peleas y los sueños de las estrellas de Bollywood. Todos los años se producen en la India 1100 películas y más de 3600 millones espectadores concurren a los cines de Mumbai, Delhi o Calcuta, lo que implica que cada indio ve en promedio tres películas por año, a pesar de que no se trata de una salida muy accesible para los bolsillos locales (una entrada al cine cuesta entre 4 y 6 dólares, lo mismo que una comida para dos personas en un restaurante barato). Por esta razón, en un viaje a la India una experiencia que no puede faltar es la salida al cine para ver y escuchar alguna película de Bollywood. Los cines en la India son una verdadera institución cultural y hay para todos los gustos. Desde salas desvencijadas que parecen congeladas en el tiempo, como si se tratara de los cines de la década del 40, hasta modernos complejos de multisalas, que ofrecen

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Ningún turista debería perderse la oportunidad de ver una película de producción local

el mismo sonido digital y los mismos baldes de pochoclo que se encuentran en cualquier shopping porteño. En la cartelera conviven los últimos éxitos de Hollywood con los films más taquilleros de Bollywood, aunque está claro que el público indio se inclina por la producción nacional. Con respecto al idioma, la oferta india incluye tanto películas habladas en inglés como en hindi y con subtítulos en inglés. Esta última opción es la mejor para el espectador extranjero, que de esta manera puede vivir una experiencia ciento por ciento india. Como en todos los lugares públicos de este país –desde los restaurantes hasta los hoteles, pasando por los comercios y el subte–, antes de ingresar al cine hay que someterse al detector de metales. Lo que busca la seguridad no es sólo prevenir algún atentado terrorista, sino también impedir el ingreso con máquinas filmadoras, de manera de presentarle batalla a la piratería. Para los visitantes desprevenidos –como los turistas extranjeros–, que no conocen la regla de cámaras prohibidas en la entrada del cine, hay una pequeña sala en la que se puede dejar en custo-

dia los equipos para ingresar normalmente a la sala. Cuando se apagan las luces, comienza el show, que no está solo en la pantalla, sino también en la platea. Los indios aman los musicales y las películas más exitosas siempre incluyen dos o tres canciones cantadas por los actores, que son acompañadas con grandes coreografías (similares a la que se ve en el final de la película Slumdog Millionaire). Como los temas suenan todo el día por radio y televisión –de hecho, MTV India sólo pasa videoclips de películas de Bollywood–, la gente que concurre al cine ya sabe de memoria la letra de las canciones, aun antes de haber visto el film, y grandes y chicos, hombres y mujeres no tienen ningún prurito en ponerse a cantar a los gritos acompañando (y tapando) las voces de los actores. Por lo general, las películas indias no tienen un género definido y en la mayoría de los casos combinan la comedia con la acción, el romance y el musical, con muy pequeñas variaciones en el argumento, que siempre gira en torno de la historia del chico bueno que conoce a una chica buena y juntos deben enfrentar a un jefe o policía malvado. Sin embargo, más allá de la mezcla de estilos y los guiones casi calcados, lo que quizá más le llame la atención al espectador extranjero es la inocencia de Bollywood. Si bien la mayoría de las películas de Hollywood no se caracterizan precisamente por su sutileza, en los films indios todo es mucho más simple. Cuando aparece el malo –que aun sin seguir los subtítulos no cuesta descubrir– se oye de fondo una música medio tenebrosa mientras cada participación de los héroes es acompañada por melodías festivas.

Su inventor, Dean Kamen, lo definió como el primer medio de transporte humano dinámicamente estabilizado

La agencia organiza recorridos y su costo es de 70 dólares, que incluye la instrucción necesaria –de media hora– y el paseo de dos horas por las calles de San Francisco. No hay límite de edad, pero para poder utilizarlo la persona debe poder subir y bajar escalones con facilidad, sin asistencia especial. El único otro requisito es colocarse un casco y un chaleco refractario. La primera lección es subirse al Segway. Previamente hay que ponerlo en marcha ya que funciona mediante 5 giroscopios (sensores) en conjunto con 10 microprocesadores y sensores antivuelco, que constituyen un sistema de estabilización que le permite detectar el peso del pasajero, su centro de gravedad y la inclinación. Estos parámetros se traducen en el avance, frenado y retroceso. Hay que subirse en un solo acto y lo más rápido posible para evitar que el dispositivo arranque y nos demos el primer porrazo.

El ascenso produce la primera emoción: un cosquilleo en los pies, mientras el instructor, Alan, indica que se debe inclinar el cuerpo para adelante. Para frenarlo, en cambio, hay que hacer lo contrario: un movimiento similar a sentarse en el aire. Doblar es sencillo: basta inclinar el cuerpo para uno u otro lado.

Salir a las pistas Daniel, mi hermano sexagenario –muy aventurero y osado– no tiene problema en asimilar la primera lección, igual que mi mujer, Cecilia, encantada y con la adrenalina a mil por la experiencia. Tenemos que recorrer un circuito con unos conos donde practicamos slalom, doblado, frenado, reversa y las piruetas básicas para salir a la calle con el menor riesgo posible. La sensación que produce su manejo es única ya que se conduce parado, a una buena altura, y al ver por encima del techo de los autos nos permite tener una visión periférica inmejorable. Para poder aprobar la instrucción (los norteamericanos son muy precavidos en temas de seguridad) fuimos en fila india hasta un muelle, enfrente del local, con escasos peatones donde ya desarrollamos más velocidad, y enseguida, para despuntar el vicio, nos pusimos a correr carreras a fondo ante la atenta mirada de Alan. Ya estábamos aprobados para recorrer las famosas calles de San Francisco (no sin que antes un grupo de argentinos exclamara: Miren a esos payasos luminosos, al vernos montados en el extraño aparato y con los leds que destellaban rabiosamente). Recorrimos el parque acuático, el Palacio de las Finas Artes y el muelle principal con toda su marina y sus yacht clubs, pero lo más fascinante es cómo se comportó el Segway en las famosas subidas y bajadas de tan bella ciudad. El ascenso es totalmente perpendicular al piso, ya que si uno se inclina, el aparato se detiene de inmediato. Es tan sensible que si se saca un pie de la plataforma interpreta que su conductor está desestabilizado, y para evitar un posible percance queda inmóvil automáticamente. En varios aeropuertos del mundo es común ver a personal de seguridad trepado a los Segway y recorriendo largas distancias en tiempos cortos. Conclusión. Es una aventura muy placentera, imposible no hacerla. Su precio, alto, sin embargo, está ampliamente justificado y la adrenalina entregada le asegura un descanso profundo en las horas de sueño. Pero no se desespere que si no está por viajar a San Francisco también hay Segway tours en otras ciudades importantes como Atlanta, Washington, Barcelona, Berlín, Florencia, México, Toronto y Praga.

Bartolomé Abella Nazar