El cepo tan temido

ro, y su reemplazante, Alejandro Vanoli. El. Gobierno necesitaba divisas y no hubo más remedio que frenar un poco más la salida de dividendos, regalías y ...
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OPINIÓN | 49

| Sábado 20 de diciembre de 2014

Una democracia para la gilada Eduardo Fidanza —PARA LA NACION—

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ntre tantas historias, verificables e inverificables, que se escuchan sobre los Kirchner en Río Gallegos, circula una anécdota paradigmática. Según el relato, “Lupo” –que así lo llamaban en su pago al ex presidente– habría dicho una vez en privado, furioso: “¡La democracia es para la gilada, acá se hace lo que yo digo y se acabó!”. Acaso no corresponda escandalizarse, sino reflexionar. Si se viera en esta declaración sólo el talante autoritario de un líder político, tal vez se perdería su significado más profundo: se trata de la convicción realista de un hombre experimentado acerca de cómo se maneja y administra verdaderamente el poder, aun en democracia. En rigor, lo que Néstor expresó en lenguaje llano, probablemente ante un límite a su mando, no es un capricho extravagante, sino un diagnóstico, avalado por los hechos y una larga tradición política, que se remonta a Maquiavelo. “Gil” es una expresión rioplatense que significa ingenuo, sencillo, incauto. Una gilada es un conjunto de giles, y en la anéc-

dota referida, los giles son los ciudadanos. El gil es cándido porque desconoce cómo se manejan realmente los asuntos y, además, está dispuesto, y es propenso, a creer en lo que le digan sin verificarlo. Por eso es la víctima de las estafas. En la vieja jerga porteña, al gil se le vendían buzones o espejitos de colores, se le daba gato por liebre, se lo engañaba. Hoy es el nabo al que lo duermen. Acorde con ese juego de lenguaje, la frase atribuida a Kirchner redefine al pueblo de la democracia, considerándolo un conjunto de incautos que se creen soberanos, sin percatarse de que, en realidad, son una multitud manipulada por un sistema de poder que toma decisiones arbitrarias a sus espaldas. Cada vez que sale a la luz, como en esta semana, la trama de los servicios de inteligencia, sus oscuras relaciones con el poder político y la corrupción, el modo de vida de los espías, sus sagas, disputas, secretos y ambiciones, cabe preguntar si la democracia no es la punta del iceberg, visible y correcta, de una enorme maquinaria de poder que

queda velada para la mayoría. Los medios recurren a expresiones como “un Estado dentro del Estado” para describir poderes ocultos e incontrolables que operan en las sombras, desmintiendo con sus procedimientos la transparencia informativa y el control de los actos de gobierno que la democracia reivindica para sí. La ciencia política corrobora la cara oculta del sistema –inasible para los ingenuos–, convalidando el diagnóstico orillero del ex presidente. En rigor, la política, como reconoce Sartori, tiene una larga tradición vinculada a la idea de verticalidad y con ella construyó gran parte de su vocabulario. En cambio, la noción de horizontalidad, propia de la democracia, es contemporánea y plantea problemas que van más allá de la teoría de la representación, ese “espejo turbio y roto”, según la metáfora de Laclau. Sartori la llama “cuestión enojosa” y la formula así: “¿Cómo es que el dominio de la mayoría acaba por ser el gobierno de una minoría?”. En este terreno, las perspectivas lucen sombrías: la revolución tecnológica y de

las comunicaciones, la concentración económica, la transformación de la política en espectáculo y la apatía de las masas favorecen una estructura de poder condensada y poco transparente que manipula a la sociedad y sofoca a la democracia. Éste no es un fenómeno local, sino mundial. El veterano politólogo Sheldon Wolin, en su libro Democracy Inc., caracteriza al sistema político americano, otrora ejemplar, como un totalitarismo invertido, donde se realiza la colusión de los negocios privados y la política estatal, constituyendo una nueva forma de dominación reñida con el ideal democrático. En los últimos días del régimen, los síntomas de esa descomposición se revelan con crudeza, sin tapujos. Es un fenómeno paradójico: se parece al final del menemismo, pero lo protagoniza un gobierno que proclamó, con hipocresía, estar en sus antípodas. Negocios en la cima del gobierno, lavado de dinero, asociación entre empresarios amigos y autoridades, ocultamiento de evidencias, persecución a la Justicia, ser-

vicios de inteligencia sospechados prueban que el populismo de estos años, más allá de su retórica, estuvo flojo de papeles democráticos. Si la anécdota es verídica, Néstor Kirchner tenía razón y fue un visionario. En estas condiciones, la democracia es una ilusión para incautos, un edulcorado relato para la gilada. La concentración del poder, el desprecio por las instituciones, los organismos de control y la oposición posibilitaron que una minoría abusara del Gobierno e hiciera lo que se le antojara por más de una década. Haber mejorado las condiciones materiales de la población no justifica semejante latrocinio. Pero a no confundirse: la democracia para la gilada cuenta con la complicidad de los súbditos, que renuncian a involucrarse, entretenidos con la vida privada, el consumo y los juguetes tecnológicos. El nuevo totalitarismo democrático, donde se hace lo que el jefe dice y basta, sólo es posible, como afirma Wolin, en épocas de analfabetismo político y amnesia colectiva. © LA NACION

empresarios & cÍa

El cepo tan temido Francisco Olivera —LA NACION—

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l fabricante de productos de consumo masivo se indigna en silencio. Acaba de leer que Augusto Costa, secretario de Comercio, dijo públicamente que no hay demoras para importar. Enseguida, acto reflejo, se zambulle sobre el teclado y redacta a la nacion un correo que llama a la lectura ya desde el subject: “¿Este Costa me está jodiendo?”. Se siente defraudado. Es un empresario nacional, un sustituidor de importaciones, y desde el Palacio de Hacienda le han prometido varias veces que su pequeña firma no correrá riesgo. Pero una cosa es el discurso, y otra, esa máquina china decisiva para su línea de producción que se averió hace unos días y cerca estuvo de parar, necesitada de repuestos. Eran no más de 2000 dólares en importaciones que nadie le autorizaba. Se arroga entonces una idea brillante. Dice que llamó a un socio que tiene en Uruguay, que le pidió que importara las piezas y que fue a buscarlas él mismo: las cargó en el baúl del auto y las trajo. Su prosa es más elocuente que decorosa: “Póngame eso en algún artículo, sin revelar la fuente –pide en su correo–. Este micromanagement que hacen de la macroeconomía es tan pelotudo que me da mucha bronca leerlos haciéndose los boludos. ¡Que vayan a controlar el Buquebus!”. No parecería un mal destino para los sagaces perros flat coated retriever que Ricardo Echegaray trajo de Noruega y adiestra en Tandil. Porque esta modalidad de contrabando ha proliferado este año en el sector fabril. Días antes, un metalúrgico había traído con el mismo ardid una pieza que cuesta 73.000 dólares y que, a simple vista, para los ignorantes del tema, tiene fisonomía de termo de agua caliente. Se subió a la camioneta, cargó una heladera de picnic, la llenó de gaseosas y mezcló ahí lo imperialista y lo autóctono: la Coca-Cola y el supuesto termo para el mate. El capital no tiene ideología. El cepo cambiario, prohibición cuya existencia el Gobierno ha negado mil veces, recrudeció en las últimas semanas. Por necesidad, pero también por estrategia: a la falta de dólares, el Palacio de Hacienda le sumó su pretensión de trazar contrastes entre Juan Carlos Fábrega, el ex jefe del Banco Central al que Axel Kicillof acusaba de condescendiente con el sector financiero, y su reemplazante, Alejandro Vanoli. El Gobierno necesitaba divisas y no hubo más

remedio que frenar un poco más la salida de dividendos, regalías y pagos al exterior. “Hay que aguantar hasta que termine el año”, se excusó Vanoli ante empresarios. El torniquete permitió recomponer algo las reservas, que volvieron a ubicarse por encima de los 30.000 millones de dólares y alcanzaron para plantear, dentro del kirchnerismo, la anhelada diferenciación: ahora no sólo se recuperan reservas y se estabiliza el blue, sino que además se denuncia a bancos como el HSBC por cuentas en Suiza. “Por eso nos atacan”, suelen concluir en el Ministerio de Economía. Capitanich, exégeta implacable de documentos eclesiásticos, lo celebró esta semana: “La preocupación del Episcopado tiene que ver con la corrupción privada”. Por fin, como indica el credo militante, la

política cambiaria está en línea con la política económica. Fueron cambios de nombres y de funciones. Aquel rol de acatador de órdenes que durante la gestión de Fábrega tenía Juan Basco, jefe de la mesa de operaciones, es cumplido ahora por el propio presidente del Banco Central: quien ordena cuándo liberar dólares es Kicillof. Las nuevas prohibiciones enmarañaron todavía más la relación con las empresas. Nadie invierte donde proliferan extravagancias. Esas tensiones llevaron al Palacio de Hacienda a una conclusión obvia: si se ahonda la recesión y escasean los desembolsos, será difícil llegar a las primarias con cierta normalidad. De ahí las promesas de Vanoli sobre un eventual relajamiento gradual del cepo, probablemente hasta abril,

cuando empiecen a entrar las liquidaciones de granos. Ayer el economista compendió la lectura kirchnerista de los hechos. “Los años 2012 y 2013 fueron años de pérdida de reservas. Ahora, en 2014, seguramente vamos a terminar, por primera vez desde 2010, con crecimiento de reservas. Todo esto va a ir permitiendo [aligerar] todas las cuestiones externas que tuvieron que plantearse en una situación de ataque especulativo y crisis internacional”, dijo a radio América. El escenario perturba también a las provincias. Daniel Scioli acaba de desechar la idea de salir al mercado de deuda en busca de 500 millones de dólares. La iniciativa ya había sufrido una primera postergación cuando en La Plata se enteraron de que Kicillof estaba por lanzar el canje de deuda, lo

que obligó a los enviados de Scioli a cancelar un día antes el viaje a Nueva York en que pretendían sondear inversores. El fracaso del canje volvió a enterrar el proyecto. Fue la peor noticia para encarar la paritaria bonaerense. Esta semana, luego del X Congreso Político Educativo de la Confederación de Educadores Argentinos, algunos asistentes creyeron interpretar a Alberto Sileoni, ministro de Educación: cuando planteó que las paritarias docentes serían sólo orientativas y no fijarían el piso del resto, estaba anticipando que el Gobierno no se expondría y que eso quedaría librado a los privados. “Lo único que tiene que hacer, que es fijar la paritaria docente, no lo hace”, se molestó un funcionario chaqueño. Ese equilibrio entre el combate a las corporaciones y la caída de la inversión es el que deberá transitar el Gobierno en el año que le queda. De ahí que algunas de sus embestidas no puedan ser todo lo furibundas que pretendería el manual del militante. Enteradas de las multas que deberán pagar por supuesta cartelización en Tierra del Fuego, las automotrices se contactaron con el Palacio de Hacienda, a través de Isela Costantini, líder de General Motors y la Asociación de Fábricas de Automotores. Era un problema doble: a la sanción, las filiales sumaban la penuria de tener que justificar el desempeño y la buena fe de su management local ante las casas matrices. “Pero no tienen que pagar ahora”, les dijeron en el Ministerio de Economía. En efecto, no se les está aplicando la nueva ley de abastecimiento, que las obligaría a cumplir con la pena antes de apelar, sino la de defensa del consumidor, que les permite discutir el pago. Mientras, se les transmitió la posibilidad de alivianarles la restricción para importar: subiría en las próximas semanas de 100 a 200 millones de dólares por mes el cupo autorizado. Demasiados contratiempos derivados de un asunto que el Gobierno siempre se ha resistido a nombrar. “En realidad, no hay ningún cepo, de ninguna manera: hay unas 300 formas de comprar dólares en el mercado único de cambios”, había dicho la Presidenta, el 30 de septiembre del año pasado, en una entrevista concedida a Jorge Rial. Es un problema recurrente del kirchnerismo. Gana frente a fantasmas y pierde ante rivales a quienes no les permite siquiera la prerrogativa de existir. © LA NACION

Hay que reducir el consumo de combustibles fósiles Alieto Aldo Guadagni —PARA LA NACION—

S

eptiembre fue el mes más caliente en el planeta. Se registró la temperatura más alta desde que comenzó este registro en 1880, según informo la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos. Por eso es preocupante que la reunión de las Naciones Unidas en Lima haya terminado sin compromisos firmes. Los países apenas acordaron presentar, durante 2015, futuros compromisos de reducción de emisiones. Recordemos que ya en la reunión de Copenhague, de 2009, los países habían asumido el compromiso de no cruzar el límite de 2 °C en el aumento de la temperatura global. Recientemente se han conocido advertencias sobre nuestro futuro. El panel de científicos convocados por las Naciones Unidas (UN-IPCC Cambio Climático), en noviembre nos alertaba con estos cuatro importantes mensajes: 1) La influencia humana en el clima es clara, las emisiones recientes de gases invernadero son las más altas de la historia. 2) Los cambios registrados en el clima desde 1950 no tienen precedentes. La atmósfera y el océano se han calentado. Disminuye la cantidad de hielo y nieve y sube el nivel del mar. 3) La concentración en la atmósfera de CO2, metano y otros gases no tiene precedente en los últimos 800.000 años. Esta

concentración ha sido la causa principal del aumento de la temperatura desde 1950. 4) Si continúan las emisiones de gases seguirá aumentando la temperatura. Hay probabilidad creciente de cambios climáticos irreversibles con severos impactos en la población y los ecosistemas. Por eso se requiere una sustancial reducción de las emisiones. Similares advertencias se encuentran en el informe de la Agencia Internacional de Energía, también de noviembre, con tres mensajes. Primero, las medidas anunciadas hasta ahora por los gobiernos para reducir las emisiones de CO2 son insuficientes para lograr la meta de 2°C. Segundo, las emisiones aumentarán un 20% hacia el 2040, apuntando así a un incremento de la temperatura global de 3,6°C. Por último, respetar el límite de los 2° C exige una acción global inmediata. Nada de esto debería sorprendernos, si consideramos la evolución de la presencia humana en la Tierra. En el siglo I, los humanos eran apenas alrededor de 250 millones; debido a un lento crecimiento demográfico de 420.000 personas por año, hacia la época de la Revolución Industrial (1800) éramos 1000 millones. Gracias a los avances sanitarios y las mejores condiciones de vida, entre 1800 y 1945 la población crece en 9 millo-

nes de personas anualmente, hasta llegar, al final de la Segunda Guerra Mundial, a 2300 millones. Desde esa época hasta la actualidad, los humanos ocupamos aceleradamente el planeta y la población trepa unos 70 millones anuales. Por eso ahora somos 7200 millones de personas en todos los continentes. En 2050, seremos más de 9000 millones, es decir, 36 veces más que en la época de Nerón. Si este aumento de la población es considerable, es aún mayor el aumento en la producción de bienes, generado por los grandes avances tecnológicos; durante el siglo XX, impulsado por la Revolución Industrial, el PBI mundial se multiplicó 19 veces. Por esta razón, durante el siglo XX se produjeron más bienes que toda la producción acumulada desde Adán hasta fines del siglo XIX. El cambio climático ya ha comenzado a sentirse en el planeta (tormentas, inundaciones y sequías). Al actual ritmo de crecimiento de las emisiones, la temperatura global podría incrementarse en 5° C hacia fines de este siglo. Los países en desarrollo serán muy vulnerables, ya que dependen de los recursos naturales y están ubicados en zonas tropicales. La buena noticia es que es falso un dilema entre crecimiento económico y

más emisiones, o menos crecimiento para tener menos emisiones. Es posible, mediante innovaciones tecnológicas y reformas institucionales globalmente implementadas, aspirar a un planeta con crecimiento económico, esencial para abatir la pobreza mundial, pero con menos emisiones. Si se desea que el aumento de la temperatura global no supere los 2° C, respetando así la meta de Copenhague, será necesario transitar por un distinto sendero en lo que hace al consumo de energía. Deberíamos estar consumiendo, en 2030, menos energía que ahora. Esta reducción en el consumo exigirá conservación y eficiencia energética. Para lograr este objetivo habrá que reducir el consumo de combustibles fósiles, carbón, pero también petróleo y gas, y al mismo tiempo duplicar la utilización de las energías renovables esencialmente “limpias”, como la eólica y la solar. La energía hidroeléctrica y la nuclear también podrán jugar un papel en la reducción de emisiones. La reducción en el consumo de energía exigirá el desarrollo del transporte masivo; y, en el caso de ciudades, más iniciativas como el Metrobus. Para las cargas y el transporte interurbano, la modernización del ferrocarril. Necesitaremos una mayor

eficacia energética en los procesos industriales, y modificaciones en la construcción de edificios y viviendas. También será necesario asegurar la preservación de los bosques, para que sigan cumpliendo su rol de captación de emisiones. Tanto China, que es el principal contaminador mundial (27% del total), y Estados Unidos (17) no han asumido compromisos efectivos de reducción de emisiones. Recientemente Obama y el líder chino Xi Jinping acordaron reducir en el futuro sus emisiones. Fue un paso positivo pero insuficiente, ya que las reducciones prometidas no lucen eficaces para evitar una crisis ambiental. Habrá que esperar a la reunión de Naciones Unidas en París, dentro de un año. Ésa será casi la última oportunidad que tendremos de definir un programa mundial que respete la Tierra que hemos recibido en préstamo de nuestros descendientes. Por esta razón es necesario que nuestras fuerzas políticas comiencen ya a reflexionar sobre la posición que deberemos asumir en París en diciembre de 2015. La política no debe ignorar el futuro del planeta. © LA NACION

El autor es miembro de la Academia de Ciencias del Ambiente