El asesino no faltó a la cita

y cineasta en Piazza del Cinquecento y, como tiene hambre, hacen un alto en el restaurante Biondo Tevere, donde come solo el muchacho, para terminar en ...
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NOTAS

Lunes 22 de diciembre de 2008

23

PIER PAOLO PASOLINI, 33 AÑOS DESPUES

Vidas oblicuas

S

I

El asesino no faltó a la cita

JORGE EMILIO GALLARDO

NESTOR TIRRI

PARA LA NACION

PARA LA NACION

ERIA improcedente contraponer la memoria ilustre del Dr. Bernardo A. Houssay con la de cualquiera de sus destacados discípulos, como lo sería indisponerlo post mórtem con sus mejores maestros. Viene esto al caso por haberse intentado, hace poco, enfrentar la digna memoria de aquel premio Nobel argentino con la igualmente digna memoria de uno de sus mayores maestros: Angel Gallardo. Con la confesa intención de promover la sustitución en el catastro del nombre del maestro por el del discípulo se ha buscado argumentar de memoria –pero con mala memoria– que Angel Gallardo fue ministro de “la primera dictadura fascista del continente”, cuando fue, durante seis años, canciller en el gabinete de Marcelo T. de Alvear. Desde el fondo del absurdo, se ha intentado pintar a Angel Gallardo como “un desconocido” o un “oscuro profesor de zoología”, como si esta especialidad no fuera por sí magnífica, pero hay más: se arranca de la suposición risible de que Houssay y Gallardo fueron adversarios y tuvieron diferentes exégesis del fenómeno peronista (éste murió en 1934). Cuando, en 1939, Houssay reemplazó a su maestro en el sitial que la Academia Argentina de Letras destinaba a los cultores de la literatura científica lo llamó “un argentino ilustre, a quien me vinculó en la vida admiración y afecto”. Es por lo menos curioso llamar “desconocido” a quien formó a generaciones de argentinos, condujo seis años nuestra diplomacia, fue embajador en Roma, presidió el Consejo Nacional de Educación, nuestros Parques Nacionales, la Sociedad Científica Argentina, dirigió el Museo Nacional de Historia Natural e integró la mayor parte de las academias nacionales. La agresión se extendió a un supuesto hijo de Angel, que en realidad fue uno de sus nietos, un respetado doctor en ciencias naturales que no se llamó Angel (hijo), sino José María y obtuvo por concurso la dirección del Museo Argentino de Ciencias Naturales, cargo en el que, por su excelencia, fue respetado por gobiernos nacionales del más variado origen. En cuanto a la fe católica que ambos profesaron, en aquella agresión se llegó al extremo de esgrimirla como una acusación. La célebre teoría de Angel Gallardo sobre la división celular, considerada “ridícula” en la agresión y tachada por no haber aparecido “en ninguna revista científica”, dio relevancia a la República Argentina en los medios científicos locales y europeos, y no faltarán, en nuestros días, especialistas y universidades en condiciones de reivindicar aquel avance. Algunos contemporáneos que analizaron y aprobaron aquellas teorías fueron Horacio Damianovich, Enrique Herrero Ducloux, Emilio Rebuelto, Máximo Valentinuzzi, Emiliano Mac Donagh y José Rodríguez Carracido, presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (de España). Las teorías de Gallardo sobre aquel asunto fueron publicadas en las revistas de la Sociedad Científica Argentina (1896), el Museo Nacional de Buenos Aires (1906) y el Museo de La Plata (1909). Como si no bastara, en el extranjero lo publicaron Comptes rendus, de la Société de Biologie (1901); Botanische Literatturblatt (1903); Comptes rendus, de l’Académie des Sciences (París) (1906); Bulletin de la Bibliographie Américaine (1912); L’Anné Biologique (1912) y Archiv für Enwicklungsmechanik der Organismen (1912). En materia historiográfica, bueno ha sido hasta ahora entre nosotros entender los datos, incluso antagónicos, como suma y no como resta. Tal continuidad permite todavía creer en ejercicios saludables, enriquecedores, que a la par excluyan posibles faltas graves al decoro y a la verdad. © LA NACION El más reciente libro del autor es su volumen autobiográfico Geografía de la infancia.

L

A celebración y los ritos del Día de los Difuntos cambian según las culturas. En México da pie a un jolgorio macabro. La Fiesta de los Muertos es allí una gran kermesse nacional con fuegos artificiales, mariachis, bailes, desfiles, calaveras de azúcar y esqueletos traviesos, todo aquello que Serguei Eisenstein registró en ¡Que viva México! En la Argentina, en un tiempo, prevalecía el recogimiento en memoria de los Fieles Difuntos. Hoy se han infiltrado los oficios de Halloween, derivación carnavalesca y juguetona de una tradición celta más seria y a veces macabra. Para Pier Paolo Pasolini (1922-1975) el Día de los Muertos encerraba una significación personal, intransferible, trágica; en esa fecha, sobre el fin de la Segunda Guerra, los partisanos, a raíz de una purga interna, habían fusilado a su hermano Guido. Según el artista plástico Giuseppe Zigaina (maestro y amigo de PPP), el cineasta intuía un destino sacrificial de sí mismo, identificándose con el de su hermano, de modo que vaticinó y “programó” su propio desenlace, que finalmente llegó en la noche entre el 1º y el 2 de noviembre de 1975, en Ostia, donde fue brutalmente asesinado. El autor del crimen, un ragazzo di vita (chico de la calle) de 17 años, Giuseppe Pelosi, El Rana, cumplió una condena de nueve años. Hace unos días, en Ostia, junto al Idroscalo (la laguna para descenso de hidroaviones) donde ocurrió el asesinato, intelectuales y artistas se reunieron en torno del pequeño monumento funerario evocativo del cineasta. Hay un detalle que confiere a la conmemoración de este 33º aniversario un sesgo entre siniestro e irónico. En ese domingo soleado, en el mismo escenario luctuoso de las proximidades de Roma, entre los asistentes al acto advierten la presencia de un hombre de alrededor de 50 años, con anteojos oscuros y remera roja. Alguien, demudado, pregunta: “Ese hombre, ahí, ¿no es Pino, El Rana?”, y otro, con una sonrisa sarcástica, corrobora: “Sí, es Pelosi, el asesino”. La relación que existió entre la víctima y el asesino ha conocido distintas versiones. “Pier Paolo planificó morir un domingo, como su hermano Guido –es Zigaina quien interpreta–, y un 2 de noviembre, día que en el calendario occidental tiene un significado. Se verá allí (como PPP veía en la historia de Medea) un costado de monstruosidad pero, por otro lado, también está presente la sacralidad. La película Medea es obra de sacrificios. Pero Pier Paolo también es víctima de un sacrificio, en Ostia.” En la noche del 1º de noviembre, después de cenar con un matrimonio amigo, PPP se lanzó a las calles de Roma en su Alfa GT 2000 y “levantó” a ese adolescente marginal (en principio, un desconocido). Pasolini, el visionario, ¿eligió a su asesino? La primera confesión, luego de la cual Pelosi fue condenado a la cárcel, refería que, después de presuntos escarceos eróticos y entredichos, el adolescente había golpeado brutalmente a su ocasional amante y, después de poner en marcha el auto de su víctima, lo había ultimado al pasar por encima del cuerpo yacente en la arena. Alberto Moravia y Laura Betti pusieron en duda la confesión de Pelosi: ¿cómo ese muchacho raquítico podía haber reducido al cineasta y haberlo dejado tan maltrecho? La sospecha era fundada. En 2005, 30 años después del crimen y en

libertad, El Rana dio otra versión: tres hombres “con acento meridional” habían aparecido ahí, en la playa, en un Fiat con chapa de Catania, y habían propinado a PPP una formidable paliza, mientras lo insultaban (sporco comunista!). Pelosi, asustado, huyó en el auto de Pasolini y, en su turbación, involuntariamente pasó sobre el cuerpo malherido, lo que determinó su muerte. Si no había revelado antes esa

no había sido el primero. Da detalles del “levante”: él se sube al Alfa GT del poeta y cineasta en Piazza del Cinquecento y, como tiene hambre, hacen un alto en el restaurante Biondo Tevere, donde come solo el muchacho, para terminar en Ostia, en los andurriales del Idroscalo. Pero insiste en que “una vez” PPP le había llevado un libro. Más allá de la inferencia de que entre ambos hubo algún encuentro anterior a la noche del asesinato, los especialistas pasolinianos conjeturan que tal vez se trataba de Petrolio, la novela que el escritor dejó inconclusa. Pero como Pelosi habla de “un libro” y no de una copia mecanografiada, deducen que era Escritos corsarios, la compilación de artículos que PPP había publicado en diarios italianos. En ese volumen aparece el texto al que alude Pelosi, de julio de 1974: “Carta abierta a Italo Calvino. Aquello que añoro”. Rechazando reproches por causa de su supuesta nostalgia por la “minúscula Italia pequeño burguesa, fascista, democristiana”, Pasolini confiesa: “Sé muy bien, querido Calvino, cómo transcurre la vida de un intelectual. Lo sé porque, en parte, es también mi vida. (…) Una vida de trabajo y, sustancialmente, decorosa. Pero yo, como el doctor (sic) Hyde, tengo otra vida”. Se refería a sus incursiones en el mundo de la marginalidad. “He ahí la desgracia, como ya se lo dije a Moravia; por la vida que hago yo pago un precio. Es como alguien que desciende al infierno. Pero cuando vuelvo –si vuelvo– he visto otras cosas, más cosas.” La ironía fue que aquel texto llegara a

Alguien, demudado, pregunta: “¿Ese hombre no es Pino, El Rana?”, y otro corrobora: “Sí, es Pelosi, el asesino...” verdad había sido por temor a represalias mafiosas contra su familia. El siguiente capítulo de esta turbia historia tuvo lugar en julio pasado, cuando Pelosi compareció ante la cámara de la realizadora Roberta Torre, que está armando un documental sobre los barrios carenciados de Roma. De ellos procedía el asesino del cineasta. Refiriéndose al que fuera su amante y víctima, dice Pelosi en el film: “Yo no he hablado mal de él, ni siquiera cuando conté que me había defendido de su acoso. Un día me trajo un libro en el que se definía a sí mismo como alguien que a veces cambia, como el doctor Jekyll y Mr. Hyde”. Aunque no lo puntualiza, de su relato se deduce que aquel encuentro “fortuito” en las calles de Roma en la noche del crimen

manos de Pino Pelosi y que, con el muchacho, Pasolini descendiera una vez más a las zonas oscuras. Solo que esa noche no regresaría del infierno. Más que ironía, habría que hablar de destino, en la peculiar concepción con la que PPP conjugaba la vida y la muerte. Un sincretismo entre los ritos sacrificiales de culturas arcaicas (como la de Medea) y un cristianismo a contramano de la doctrina vigente. En

El crimen nunca fue aclarado del todo. Aún subsiste la hipótesis de que el escritor y cineasta pudo haber planeado su propia muerte eso Zigaina acierta a ver, tal vez, que la elección de Pier Paolo de circunstancias de su propia muerte resume una idea del destino como un (fatal) entrecruzamiento y plasmación entre lo que la vida depara como posible y lo que se desea que ocurra. Aquella “conmemoración del ser” y el “emplazamiento del cuerpo” de los que habla Philippe Ariès en su definitivo ensayo sobre el hombre ante la muerte resultan, en Pasolini, su propia y única exaltación del Día de los Muertos; su asesino no faltó a la cita, pero su víctima tal vez no ha de haber censurado su impunidad: el cincuentón de remera roja de hoy fue su instrumento para un desenlace deseado. © LA NACION Tirri escribió Habíamos amado tanto a Cinecittà.

DIALOGO SEMANAL CON LOS LECTORES

Mujeres que visten mal, mujeres que visten peor “Q

UISIERA formularle una pregunta con respecto a un título publicado en la edición digital del miércoles 10: «Las mujeres peores vestidas de 2008». Mi consulta es si en esa frase, el adjetivo no debería ir en singular, es decir, «Las mujeres peor vestidas de 2008». ¿Me puede aclarar si estoy en lo correcto?”, consulta el ingeniero Mario Vacca. El lector está en lo correcto porque aquí peor no es un adjetivo. Si fuera un adjetivo, debería concordar en género y número con el sustantivo. Pero peor es un adverbio: no es el superlativo relativo del adjetivo malas, sino el superlativo relativo del adverbio mal. Y así como no decimos en positivo *mujeres malas vestidas (podemos decirlo, pero significa otra cosa), sino mujeres mal vestidas, tampoco debemos decir en superlativo *las mujeres peores vestidas, sino las mujeres peor vestidas. El participio es un verboide (adjetivo verbal) y como tal recibe modificadores propios de verbo. Estos adverbios tienen respecto al participio vestidas la misma función de circunstanciales que respecto al verbo vestir o vestirse: “Estas mujeres (se) visten mal”; “Estas son las mujeres que peor (se) visten”. Lo mismo sucede con bien y mejor: mujeres bien vestidas, las mujeres mejor vestidas. Inconsciente colectivo Escribe con toda razón la profesora Delia Malamud: “Tengo el agrado de dirigirme a usted

para señalar un error en que incurrió el equipo que prepara el crucigrama. El miércoles 10, se da a Alfred Adler como «psicólogo austríaco, creador del concepto del inconsciente colectivo». Es bien sabido que el creador del concepto del inconsciente colectivo fue el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung.” Hay errores y errores “En la edición electrónica del lunes 8, debajo del título «Francia: condenan a un joven por ayudar a que una adolescente se suicide por Internet», se lee: «Joel Avrillon conectó a la víctima en un foro y la alentó a quitarse la vida; la chica tenía 16 años y tomó una lata dosis de morfina». No sabía que se necesitaba una lata de morfina como dosis para suicidarse. Siempre pensé que con una alta dosis era suficiente”, escribe Daniel N. Bronstein. Es evidente que “lata” es una errata por “alta”. No por eso se justifica, pero en las oraciones que cita el lector hay errores mucho más graves. Si se quería usar una proposición de subjuntivo, debió haberse dicho que condenaron al joven “por haber ayudado a que una adolescente se suicidara…”. Pero con el verbo ayudar, lo usual es construir el complemento con un infinitivo: “…por haber ayudado a una adolescente a suicidarse…”. Por otra parte, el título da la impresión de que la joven se suicidó por Internet, lo cual no se desprende del texto. Además, “conectó a la víctima” no tiene sentido. ¿Con qué la

LUCILA CASTRO LA NACION

conectó? En todo caso, el que se conectó con la víctima fue él. ¿Plural o singular? Desde Rosario, escribe Juan José Casiello: “El día 5, en la primera página, se contienen seis recuadros que destacan y resumen la información principal. En el primer recuadro se lee: «Restan definir varios detalles…». Me choca el uso del plural «restan», que parece referido a «varios detalles» cuando, en verdad, lo que «resta» es una actividad única encaminada a «definir» varios detalles. La actividad que debe llevarse a cabo es una sola, aunque atienda a varios cometidos. Si se hubiera puesto «Restan varios detalles por definir», la frase tendría otro sentido, y estaría correctamente escri-

ta. Pero no como aparece en el diario.” Tiene razón el lector. Este error es muy frecuente con verbos como restar, quedar y faltar, cuando lo que resta, queda o falta es una acción. Esa acción puede expresarse mediante un sustantivo (por ejemplo, “Resta la definición de varios detalles”) o, más usualmente, un infinitivo. El infinitivo es un verboide (sustantivo verbal) y como tal recibe modificadores propios de verbo. Uno de esos modificadores puede ser un objeto directo (en el caso citado por el lector, “varios detalles” es objeto directo del infinitivo “definir”), pero el verbo debe concordar con el núcleo del sujeto, en singular porque el núcleo es el infinitivo. No importa en qué número está el objeto directo del infinitivo, porque el verbo no concuerda con ese objeto directo, sino con el infinitivo: “Resta definir un detalle”; “Resta definir varios detalles”. Ahora bien, si el infinitivo se omite o se incluye en un complemento con la preposición por, la construcción sustantiva que en el primer caso era el objeto directo del infinitivo ya no depende de ese verboide, sino que pasa a ser el sujeto de la oración. Entonces, el verbo debe concordar en número con el sustantivo núcleo de esa construcción, que puede estar en singular o en plural: “Resta un detalle (por definir); “Restan varios detalles (por definir)”. Estadísticas Escribe Dora Orlansky: “Sobre el artículo «Lolas», en la Revista

del 30 de noviembre. Más allá de lo poco o mucho que pueda interesar al lector la supuesta confesión de la autora sobre el tema del título, el remate de la nota propone la multiplicación por dos del riesgo quirúrgico tratándose de un par. ¿Humorada o galimatías? ¿No es obvio que «el caso», la unidad de análisis estadística, es la persona? ¿O bien, según la autora, habría que duplicar las estadísticas de riesgo de cáncer de pulmón porque tenemos dos?” Avisos fúnebres “Acá en Estados Unidos tienen una expresión que me gusta: pet peeve. La traduciría como «queja favorita». Como veo que ha tratado la falta de acentos en las mayúsculas, vuelvo a mencionarle mi pet peeve: los horrores de acentuación que se ven en los avisos fúnebres del diario. No solamente la mayoría de los apellidos españoles sin acentuar (*Perez, *Rodriguez, *Garcia, etcétera), sino los escalofriantes *Juán, *Cármen, *Miguél, etcétera. ¿Cómo puede ser, en LA NACION?, me pregunto... y todo sigue igual. No pretendo que la persona que toma los avisos por teléfono sepa cómo se escribe el apellido Zuberbühler, pero esos acentos de más y de menos... ¡ay!”, se atormenta desde Boston Alejandro Milberg. © LA NACION Lucila Castro recibe las opiniones, quejas, sugerencias y correcciones de los lectores por fax en el 4319-1969 y por correo electrónico en la dirección [email protected]