La restauración imposible - HistoriK

La Restauración borbónica (1814-1830). REVISTA .... la edad para ser miembro de Les Pares era inferior a la de Diputado por ser de 25 años -con voz. 7.
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REVISTA VIRTUAL DE INVESTIGACIÓN EN HISTORIA, ARTE Y HUMANIDADES

Año 2013. Vol. 3 - Nº 8. Junio - Septiembre

La restauración imposible. Historia política de Francia de 1814 a 1848 Roch Little PhD. en Historia (Université Laval, Quebec, Canadá) Departamento de Historia Universidad Nacional de Colombia Sede Bogotá [email protected]

1. La Restauración borbónica (1814-1830)

1.1 La Carta de 1814

Charte constitutionnelle du 4 juin 1814

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Cuando Luís XVIII sube al trono de Francia en abril de 1814 lo hace otorgando una constitución; una decisión nada fácil para él por ser hostil en principio a todo tipo de gobierno “contractual” considerándolo incompatible con la monarquía de “derecho divino” en la cual había sido educado. Si termina resignándose a esta idea, es con la condición expresa de que sea concedida por su persona, es decir, que emanara de su propia voluntad. Tal fue el origen de la Carta (La Charte) del 4 de junio de 1814, constitución que estableció una monarquía constitucional. En el preámbulo de este documento el nuevo monarca estipula que en su persona se concentran todos los poderes, no sin aclarar enseguida que estaba dispuesto a compartir y delegar algunos de ellos, decisión que emanaba de su propia voluntad: Una carta constitucional era solicitada por el estado actual del reino, la hemos prometido, y la publicamos. Hemos considerado que, aunque la totalidad de la autoridad en Francia resida en la persona del rey, sus predecesores no habían dudado en modificar su ejercicio, siguiendo el cambio de los tiempos ; así, las comunas debieron su emancipación a Luís el Gordo, la confirmación y la extensión de sus derechos a San Luis y Felipe el Hermoso; que el estamento judicial ha sido establecido y desarrollado por las leyes de Luis XI, de Enrique II y de Carlos IX; finalmente que Luis XIV ha arreglado casi todas las partes de la administración pública mediante diferentes ordenanzas en cuya sabiduría nadie había todavía superado. Hemos debido, con el ejemplo de nuestros reyes predecesores, apreciar los efectos de los progresos siempre crecientes de las Luces, las nuevas relaciones que estos progresos han introducido en la sociedad, la dirección imprimida a los espíritus desde hace medio siglo, y las graves alteraciones que resultaron de ellas : hemos reconocido que el deseo de nuestros súbditos por una Carta constitucional era la expresión de una necesidad real; mas cediendo a este deseo, hemos tomado todas las precauciones para que esta Carta fuese digna de nosotros y del pueblo que mandamos orgullosamente. Hombres sabios, tomados dentro de los primeros cuerpos del Estado, se reunieron a comisiones de nuestro Consejo con el fin de trabajar a esta importante obra. Al mismo tiempo que reconocimos que una Constitución libre y monárquica debía llenar las expectativas de la Europa ilustrada, hemos debido recordarnos también que nuestro primer deber hacia nuestros pueblos era conservar, por su propio interés, los derechos y 1 prerrogativas de nuestra corona .

Así en el documento se enumeran, por ejemplo, los poderes que son exclusivos del rey como el libre nombramiento y remoción de los ministros (Art. 13), la iniciativa de proponer leyes (Art. 16)2 y de sancionarlas (Art. 22), los poderes que el rey comparte con la rama legislativa como la convocatoria y la disolución de la Cámara de los diputados (Art. 50), y los poderes que el monarca cede a la rama legislativa como el voto del presupuesto nacional (Art. 47 y 48).

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http://www.assemblee-nationale.fr/histoire/constitutions/charte-constitutionnelle-1814.asp (consultado el 4 de marzo de 2013). Traducción del autor 2 Sin embargo, las cámaras pueden sugerir [supplier-suplicar] al rey una propuesta de ley (Art. 19).

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1.2 La monarquía constitucional

Con la Carta se estableció un nuevo régimen político que funcionó hasta la revolución de julio 1830. La soberanía está encarnada en la persona del rey que detiene en principio todo el poder 3 pero en práctica lo comparte con cuerpos representativos. La constitución, emanación del rey, ubicaba al soberano por encima de ella no sin obligarle, al momento de su coronación, a prestar juramento para defenderla (Art. 74). En consecuencia, la llamada Restauración de 1814 no corresponde a un retorno puro y simple al absolutismo como se cree habitualmente. Es más: la monarquía constitucional que se estableció tampoco tuvo una forma “pura” ya que en otras parecidas, el rey de Francia no tenía la posibilidad de pasar por encima o de suspender la constitución como fue el caso de Prusia. Esta constitución establece una división de poderes en la cual el rey se encuentra a la cabeza y que gobierna con ministros nombrados por él. El poder legislativo, por su parte, obedece al principio bicameral; primero con una Cámara de los Pares [Chambre des Pairs], cámara alta asequible solo a la nobleza4 cuyos miembros son nombrados por el rey a titulo vitalicio o hereditario (Art. 27), y segundo con una Cámara de los diputados [Chambre des députés], cámara baja elegida por sufragio censatario (Art. 35). Para ser elector hay que tener 30 años y pagar contribuciones tributarias directas por el equivalente de 300 francos anuales como 5 mínimo –una suma enorme en aquel entonces- mientras que para ser representante, la edad se 6 eleva a 40 años y la contribución a 1000 francos. Este sistema electoral favorecía a la élite nobiliaria y burguesa e hizo que el número de electores fuese bastante bajo: a inicios de 1830 superaba apenas los 100.000. Había una curiosa paradoja: la edad para ser miembro de Les Pares era inferior a la de Diputado por ser de 25 años -con voz 7 pero sin voto, la edad mínima para beneficiar de este privilegio era de 30 años (Art. 28) . Esta se explica por el carácter conservador que se dio al régimen con el fin de evitar los desbordamientos radicales de la asamblea como sucedió durante la Revolución.

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Pasa lo mismo con la justicia: el rey encarna el poder judicial que administra, en su nombre, jueces nombrados por él (Art. 57). La Carta restablece la nobleza del Antiguo Régimen al mismo tiempo que conserva la napoleónica, con la posibilidad por el Rey de crear una nueva, pero sólo en sus títulos más no en sus privilegios (Art. 71), ya que todos los franceses son iguales ante la ley (Art. 1). Aunque en el preámbulo Luis XVIII afirma querer “borrar de su memoria, como quisiéramos poder borrar de la historia, todos los males que afligieron la patria durante nuestra ausencia”, aquí la Carta sancionó el estado de hecho creado por la Revolución. 5 En junio de 1820 se aprobó la ley del “doble voto” en el que los contribuyentes pagando un censo de más de 10 000 francos podían votar dos veces en las elecciones. 6 La Carta, por exigir en cada departamento una lista de por lo menos 50 ciudadanos elegibles como diputados, contempla la posibilidad, en caso de no cumplir con este requisito, de suplir con ciudadanos de otros departamentos hasta el 50% (Art. 42) o con ciudadanos cuyas contribuciones se acercan a los 1000 francos (Art. 39). 7 En los sistemas bicamerales, la edad para ser miembro de la Cámara Alta es siempre más alta que por la Baja. 4

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1.3 El reino de Luís XVIII (1814-1824)

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No se puede decir que la llegada del Conde de Provenza, quien tomó el nombre de Luís XVIII , al trono de Francia fuese de la alegría general; de hecho, no era bienvenida por una porción importante de la opinión pública francesa (e incluso del extranjero). Regresando al trono de Francia en los “furgones de los ejércitos extranjeros”, según la fórmula consagrada, era impopular por su actuación durante los años de la “emigración”9. Además se temía sus pretensiones de restaurar la monarquía de Derecho Divino. Por otra parte, su condescendencia 10 con el “Terror Blanco” desencadenado por los Ultras abonó el terreno para un levantamiento y regreso, breve, de Napoleón, episodio conocido como los “Cien Días”. Fue restaurado de nuevo, más impopular que nunca. Pero a diferencia de los aristócratas emigrados, que “no habían aprendido ni olvidado nada”, Luís XVIII no olvidó las experiencias vividas, sobre todo las recientes, las cuales fueron decisivas a la hora de gobernar, e hizo que su reino fuera generalmente tranquilo y pacífico. Por ejemplo, la experiencia de la “Cámara inencontrable” (Chambre Introuvable) de 1815 le había enseñado los peligros de una Cámara de los Diputados dominada por los Ultras, razón por la cual no hesitó en disolverla y convocar a nuevas elecciones con el fin de gobernar con un parlamento más moderado. Luis XVIII fue una figura paradójica: imbuido de la función real, no le gustaban las responsabilidades. Así, durante la totalidad de su reino dejó gobernar a sus ministros. Por su parte, ellos se apoyaron en el parlamento, el cual terminó adquiriendo mucho protagonismo más allá de sus funciones constitucionales. El monarca buscó un equilibrio entre las políticas de su gobierno y los deseos de las Cámaras con el fin de lograr una coexistencia armoniosa entre aristocracia y liberalismo burgués. Por su carácter aristocrático siempre podía contar con el apoyo de la Cámara de los Pares. Con los Diputados buscó generalmente el consenso escogiendo jefes de gobierno moderados como Elie Decazes (1780-1860) y el duque de Richelieu (1766-1822). Así, cuando murió en 1824, había logrado lo impensable para muchos: la estabilización del país y la aceptación del retorno de los Borbones en el trono de Francia.

8 Con la ejecución de Luís XVI el 21 de enero de 1793, su hijo, el delfín, toma el título de Luís XVII. Con la muerte de éste, el 10 de agosto de 1795, queda rey Luís Estanislao Javier, tío del difunto. 9 La emigración (Émigration) se compuso de la nobleza francesa que durante la Revolución prefirió salir del país por temor a posibles represalias. 10 Los Ultras, abreviación del vocablo “ultrarrealistas”, se refería a los miembros de la aristocracia reaccionaria, es decir, a los “más realistas que el rey”. Se caracterizaban por su posición a favor de una restauración integral del antiguo régimen. Fueron los instigadores del Terror Blanco, que consistió en una política de persecución (incluyendo asesinatos, como en el caso del Mariscal Brune) de los regicidios, convencionales, es decir todas las personas implicadas de una manera u otra con la revolución y/o con el imperio napoleónico, a excepción de los que habían prestado juramento al nuevo monarca y los que no habían votado la muerte de Luis XVI.

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1.4 El reino de Carlos X (1824-1830).

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Otra historia fue cuando Monsieur , el Conde de Artois, subió al trono como Carlos X. Sin descendientes directos, la sucesión de Luis XVIII pasó a favor de su hermano. Con él la Restauración se radicalizó a un punto tal que terminó por costarle el trono y casi acabar con la monarquía.

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Título que lucía el hermano que en edad seguía al rey.

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De hecho, la llegada de Carlos X al trono galo fue accidental. Séptimo hijo del delfín Luis de Borbón, precedido por cinco hermanos, no estaba destinado a reinar, razón por la cual la educación que recibió fue más bien rudimentaria12. Además vivió una juventud pasablemente disipada lo que le imprimió una personalidad ligera y caprichosa, que iba a dar el giro despótico a la monarquía francesa restaurada. Porque como rey fue en las antípodas de su hermano: jefe ideológico de los Ultras, fanático de la prerrogativa real y cerrado a todo tipo de pragmatismo –había declarado que preferiría ser carpintero que rey a la manera del monarca inglés-, pretencioso de restaurar integralmente el Ancien Régime y enemigo declarado de la Carta, pues consideraba su otorgamiento como un error, que entendía corregir con el uso de la fuerza si fuese necesario. Pero a defecto de suprimirla, gobernó a partir de una interpretación rígida de la Carta, al contrario de su hermano quien la usó de manera flexible, a veces laxa. Todos sus ministros fueron Ultras, hizo votar leyes controversiales que le alienaron la opinión pública como el millard de los emigrados y la ley sobre el sacrilegio13. Al contrario de su hermano que no fue coronado, Carlos X insistió no sólo en hacerlo sino además, hacerlo en función del ceremonial del Antiguo Régimen. A pesar de todos estos malos augurios su reino fue relativamente tranquilo por lo menos hasta 1828, gracias al liderazgo de su jefe de gobierno, el enérgico y astuto Conde de Villèle (1773-1854). Cuando éste renunció, las críticas hacia el monarca se dispararon debido a la incapacidad y las imprudencias de sus sucesores fomentando así el crecimiento de una oposición tanto liberal como republicana.

1.5 La revolución de Julio 1830.

El último año del reino de Carlos X basculó en abierto despotismo que llegó a su paroxismo con las elecciones de mayo 1830 a la Cámara de Diputados cuando ganó la oposición liberal. Sin haberse reunido, Carlos X decretó su disolución, una medida legal constitucionalmente hablando pero arbitraria en términos políticos; convocó nuevos comicios no sin antes modificar la ley electoral mediante las ordenanzas del 25 de julio, acto que fue interpretado como un golpe de estado. En efecto, la nueva ley electoral reducía el cuerpo electoral a 25.000 electores 14 limitándolo a la nobleza . Como si no fuese suficiente, la libertad de prensa resultó prácticamente suprimida. Estas ordenanzas suscitaron una explosión de ira, particularmente en París, donde se levantaron barricadas. Estas protestas degeneraron en las jornadas revolucionarias del 27 al 29 de julio 1830, las llamadas “Tres Gloriosas”, que forzaron Carlos X a la abdicación.

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En una época donde la mortandad infantil era alta y la esperanza de vida baja, incluso en las clases aristocráticas, todos los hijos del rey eran educados en previsión de reinar. Pero esta situación cambia a partir de Luis XIII (1601-1643), cuyo hermano Gastón, Duque de Orleans, organizó constantes conspiraciones para quitarle el trono. Como consecuencia sólo el hijo primogénito era preparado para asumir las funciones reales. 13 La primera ley indemnizaba a la nobleza cuyas tierras había sido nacionalizadas durante la Revolución; la segunda castigaba con pena de muerte todo tipo de profanación religiosa, una medida juzgada como excesiva e innecesaria, por haber completamente cesado desde el fin del Terror jacobino. 14 Ya que las contribuciones tributarias estipuladas antes correspondían al pago del impuesto predial ahora.

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2. La monarquía de Julio (1830-1848).

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2.1 La monarquía se mantiene.

Las Tres Gloriosas desataron una lucha por el poder. Por un lado, Carlos X esperaba mantener la continuidad de la restauración borbónica con la abdicación a favor de su hijo Luis, Duque de Angulema, quién abdicó exactamente veinte minutos después a favor de su sobrino Enrique15, Conde de Chambort, por no tener descendencia. Por otro lado, se había formado un gobierno provisional que había proclamado la república. Finalmente, personajes influyentes como el astuto Talleyrand, el marqués de Lafayette -aristócrata liberal-, el periodista (e historiador) Thiers y el banquero Laffite -figuras de la oposición liberal a Carlos X- propusieron un cambio dentro de la continuidad al promover como rey la candidatura del primo de Carlos, Luís Felipe, Duque de Orleans. En las paredes de las casas de París se podía leer el siguiente afiche: Carlos X no puede entrar en París: ha derramado la sangre del pueblo. La república nos expondría a horribles divisiones: nos enemistaría con Europa. El Duque de Orleans es un príncipe devoto a la causa de la revolución. El Duque de Orleans nunca combatió contra nosotros; el Duque de Orleans estuvo en Jemmapes; el Duque de Orleans es un rey-ciudadano. El Duque de Orleans lució el tricolor, sólo él puede todavía lucirlo. No queremos a otro.16 La primera opción era poco viable: la actitud de Carlos X había exasperado la opinión pública; ésta, además, temía una “repetición de lo mismo” si la corona pasaba a uno de sus descendientes. Se sumaba a esto las dificultades de una inevitable regencia ya que el sucesor designado, el Conde de Chambort, contaba con apenas 10 años. La segunda opción simplemente no tenía futuro; era la iniciativa de una minoría, limitada a la ciudad de París, y estaba todavía fresco en las memorias el recuerdo (y los temores) del radicalismo de los jacobinos y los excesos del Terror. Así ganó la opción a favor de la continuidad de la monarquía a través de un cambio dinástico. El 9 de agosto la Cámara de los Diputados ofreció la corona al Duque de Orleans, que había sido nombrado teniente general del Reino el 31 de julio17 18 cumpliendo así un viejo sueño familiar de hacerse con la corona.

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Hijo póstumo de su hermano Carlos, Duque de Berry, asesinado en 1820. http://www.histoire-fr.com/derniers_bourbons_3.htm (consultado el 4 de marzo de 2013). Traducción del autor. 17 Ese título era otorgado a un miembro de la familia real en caso de vacancia del trono. 18 Léase la nota 11. 16

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2.2 Las instituciones de la Monarquía de Julio.

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La llegada de Luís Felipe al trono provoca una modificación de la Carta de 1814 en un sentido netamente liberal. La modificación quizá más importante se encuentra en los Artículos 14 y 15 en los que el rey pierde el monopolio de la iniciativa en materia legislativa para, en adelante, compartirla con las cámaras. Otra medida fue hacer públicas las sesiones de las dos cámaras (en la Carta de 1814, las sesiones de los Pares eran secretas). Además, el largo preámbulo que justificaba el otorgamiento de la constitución como producto de la voluntad del rey, que a su vez se apoyaba en el impulso reformista de sus predecesores, ha sido remplazada por un corto y parco preámbulo: “París, 14 de agosto de 1830. Luis-Felipe, Rey de los franceses, a todos los presentes y a venir, saludos. Hemos ordenado y ordenamos que la Carta constitucional de 1814, tal como fue enmendada por las dos cámaras el 7 de agosto y aceptada por nosotros el 9 del mismo mes, será de nuevo publicada en los siguientes términos.” Así, al contrario de sus predecesores, Luís Felipe ya no es “rey de Francia” sino “de los franceses”; no lo es por la “voluntad de Dios” sino por la “voluntad nacional”. La monarquía francesa efectuó un giro importante al pasar de constitucional a parlamentaria. El primer cambio notable radica en que la Carta se halla por encima del monarca, de tal manera que para poder reinar Luis Felipe como sus sucesores deben prestar juramento constitucional ante las cámaras (Art. 65). Cambios importantes afectaron también a las instituciones. La Cámara de los Pares perdió su carácter netamente aristocrático para transformarse en una cámara de la élite cuyos miembros, aunque seguían siendo vitalicios, dejaron de ser herederos a partir de 1831. Esta asamblea terminó ocupando la función de una especie de senado avant la lettre y de la burguesía merecedora de la nación. La Cámara de los Diputados se acercó, por su parte, cada vez más hacía un auténtico parlamento, con representantes que en su mayoría provenían de la burguesía. El sistema de elección censatario se mantuvo aunque con una disminución significativa de la edad de elegibilidad y de la contribución tributaria que pasó a 25 años y 200 francos de impuestos para ser elector y a 30 años y 500 francos para ser diputado (ley del 19 de abril de 1831). El nuevo régimen continúo siendo elitista pero duplicó el electorado que aumentó a 250.000.

2.3 El reino del “Rey burgués”.

Luis Felipe era legalmente rey pero carecía de legitimidad. El corto preámbulo de la Carta modificada es sintomático de ello. No pudo generar una ilusión de transformación acorde a la tradición como hizo Luis XVIII en 1814. El silencio respecto a los acontecimientos de julio de 1830, seguramente, ocultaba su accesión al trono mediante una “revolución”. Por esta razón siempre fue visto como un “usurpador” por parte de los legitimistas que reconocían como rey al Conde de Chambort y como “rey de las barricadas” –la expresión es de Nicolás I de Rusia- por parte de las otras monarquías europeas (con la excepción de la británica). Entonces, Luis Felipe buscó esta legitimación (y una cierta continuidad) mediante referencias a la Revolución francesa, la “buena”, la de 1789 a 1791, que había iniciado una reforma de la monarquía que culminó con la Constitución de 1791 y que fue bruscamente desbordada por el radicalismo jacobino. Así, la Carta restauró algunos de sus símbolos como la bandera tricolor (Art. 67) y la Guardia nacional.

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De igual forma, los propagandistas del nuevo Rey resaltaban su participación en la Revolución , haber sido miembro del Club de los Jacobinos y oficial en la batalla de Valmy (1792) que paró la invasión extranjera.

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Luis Felipe, protagonista de la Monarquía de Julio, tuvo un reino marcado por una relativa prosperidad económica a la par con un desencanto progresivo hacia su régimen, que terminó abruptamente con los acontecimientos de 1848 que los llevó a su abdicación.

19 Como su padre que apoyó la proclamación de la república y fue diputado en la Convención con el nombre de “Felipe Igualdad” y votó la muerte de Luis XVI. Encarcelado durante el Terror, fue ejecutado en 1793.

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El primer desencanto provino del rey y de su forma de gobernar. Quiso proyectar la imagen de un “rey burgués”, de un príncipe liberal, pero su comportamiento en este sentido terminó siendo más cercano a Carlos X. Al contrario de Luis XVIII que se preocupaba tangencialmente de los asuntos de sus ministros, razón por la cual solía nombrar ministros con personalidades fuertes, Luis Felipe hacía precisamente lo opuesto en su afán de controlarlo todo. Fomentó así una inestabilidad gubernamental que duró hasta el nombramiento de Guizot como jefe de gobierno en 1840. Igualmente, sin llegar a los extremos de Carlos X, recurrió constantemente a la disolución de la Cámara de los Diputados; ninguna de ella en efecto logró alcanzar el término constitucional de los cinco años. El segundo desencanto surgió en 1846 cuando salieron a la luz pública una serie de escándalos de corrupción que tuvieron como efecto desacreditar aún más el régimen. El tercer y definitivo desencanto fue suscitado por los debates alrededor de la ley electoral. Muchas restricciones al sufragio habían sido eliminadas pero el monto de la contribución tributaria para acceder a la calidad de elector era considerado todavía alto por parte de la opinión burguesa a pesar del aumento del nivel de vida en general. Así, y particularmente durante los años 40, ésta clamaba por una nueva ley electoral que disminuyera sustancialmente la contribución tributaria con el fin de tener un electorado más representativo de la “voluntad nacional”. Para el gobierno se trataba de una apuesta arriesgada pues podría fortalecer la oposición republicana. La respuesta arrogante vino de Guizot que llamó a los franceses a enriquecerse. La oposición demócrata y republicana respondió con una campaña de “banquetes” a favor de la reforma electoral que terminó con su interdicción a final de 1847 y cuya persistencia desencadenó la insurrección del 22 de febrero de 1848, seguida por la huida del rey y la proclamación de la república dos días más tarde.

Conclusión.

La abdicación de Luis Felipe hundió definitivamente la monarquía francesa. Estuvo ad portas de una nueva restauración cuando se derrumbó el Segundo Imperio (1852-1870); pero el sistema republicano se consolidó a partir de 1879, por ser, como afirmó Thiers, “el régimen que menos divide a los franceses”. A pesar de tener actualmente pretendientes en las personas de Louis XX (1974), duque de Anjou, para los Borbones, y Enrique VII (1933), conde de París, para los Borbones-Orleans, salvo un milagro, la monarquía está muerta en Francia. ¿Las razones? Unos atribuyen el hecho al revolcón causado por la Revolución, cuyas consecuencias fueron tan profundas que todo retorno a una situación anterior resultaba ilusorio. Otros mitigan los efectos de la Revolución y culpan a los monarcas y el personal político de la Restauración de sus abusos e imprudencias que terminaron por alienar definitivamente la población de la monarquía.

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El historiador alemán Kantorowicz , por su parte, propone una tesis interesante que considera la Restauración monárquica francesa como imposible por la desacralización de la institución durante la Revolución, que culminó con la ejecución de Luis XVI el 21 de febrero de 1793. La compara con otro hecho similar que no terminó con una desacralización: la ejecución de Carlos I de Gran Bretaña el 30 de enero de 1649. En este último caso, la proclamación de la República (Commonwealth) por Cromwell no impidió la restauración de la monarquía en 1660, que no volvió a ser amenazada, incluso con la expulsión del último de los Estuardos en la Gloriosa Revolución de 1688. En cambio, como el lector ha podido constatar, la restauración de la monarquía en Francia siempre fue precaria: Luis XVIII tuvo que abandonar su trono durante cien días, Carlos X así como Luis Felipe fueron forzados a abdicar. La explicación, según Kantorovicz, se debe a que en 1649 fue ejecutado el titular indigno de la función de rey, mientras que en 1793 fue guillotinado un rey a cuyo titular, personalmente, pocos reproches había que hacerle. En otras palabras, y acorde con esta tesis, la restauración monárquica resultó imposible en Francia porque el efecto más contundente y determinante de la Revolución fue la ejecución de la institución misma.

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Ernst, Kantorowicz, Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval, Madrid: Alianza Editorial, 1985, 529 p.

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