La madre del coraje y del amor

dio un salto cuántico en la noche más negra de su vida y ya .... dística permanente en la puerta de mi casa. .... había llegado hasta su puerta y estaba tocán-.
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INFORMACION GENERAL

Sábado 10 de julio de 2010

I

POLICIA METROPOLITANA

Historias con nombre y apellido | Isabel Yaconis

La madre del coraje y del amor LAURA DI MARCO PARA LA NACION Aquella noche del crimen, dos vecinos pudieron ver cómo el asesino de Lucila Yaconis la acechaba parado en una esquina desolada, cerca de las vías del tren. Simples testigos involuntarios que olieron un peligro indescifrable, pero inminente, y que, sin embargo, no pudieron o no quisieron hacer ningún intento para evitar aquella muerte, que parecía anunciada. Sólo se limitaron a observar la amenaza desde lejos: cambiaron de camino o sencillamente siguieron con lo que estaban haciendo. “Parece que todo le jugó en contra a mi hija aquel día”, revive hoy, con voz apagada y serena, Isabel Yaconis, mamá de Lucila, la chica de 16 años que el 21 de abril de 2003 fue asesinada, en un intento de violación, cerca de las vías del ferrocarril Mitre, en el barrio de Núñez. El de Lucila fue un crimen que conmocionó a la sociedad argentina –y que, de algún modo, se convirtió en un leading case–, quizá porque fue el primer ataque sexual de una seguidilla de violaciones que se desataron en barrios tradicionalmente tranquilos y de clase media, como Núñez, Coghlan o Saavedra, y que en los años que siguieron a la crisis de 2001 parecían haberse convertido en un territorio liberado para el secuestro extorsivo, el asesinato y las violaciones. Pero lo que nadie había contado es que aquella noche de 2003 no hubo una sola muerte sino dos. Porque Isabel Yaconis también murió aquel 21 de abril, de hace siete años. O, mejor dicho, murió aquella Isabel que ella había sido hasta entonces: un ama de casa sencilla, con dos hijas y un marido, tan ajena a los avatares del mundo de la política, los medios y la Justicia como a la vida en Marte. Dejó de existir aquella simple señora de barrio y nació otra; totalmente desconocida, incluso para sí misma. Sin que jamás haya estado en sus planes –y, en realidad, muy en contra de ellos– su alma dio un salto cuántico en la noche más negra de su vida y ya nunca más pudo habitar la misma piel ni volver atrás. “¿Sabés qué fue lo primero que sentí cuando tomé conciencia de lo que había pasado? Me proyecté en el tiempo y me di cuenta de que, durante el tiempo que me quedara por vivir, nunca más iba a volver a ver a mi hija. Y eso fue tremendo… Era como estar viendo una película que no entendía, ¿viste cuando mirás una escena y no la entendés? En siete años, aquella ama de casa sencilla aprendió a hablar en público; visitó más de una vez la Casa Rosada para exigir el esclarecimiento del crimen de su hija (que aún está sin resolver); se sentó con el oficialismo y con la oposición (“descubrí que todo me servía”, dice hoy); aprendió a asistir –y asistió– a otras víctimas de violación; fue a programas de televisión; desfilaron por su casa funcionarios y políticos; le ofrecieron notas todos los periodistas y le mandaron cartas los políticos importantes. Hasta que ella se sumó de lleno a esa revolución silenciosa que, en la Argentina, ya arrastra una larga tradición: la de las madres que piden justicia. Mujeres que, desde su rol más tradicional y atávico, siguen siendo conmovedoramente capaces de sacudir el statu quo. En 2005 decidió juntarse con otras madres que habían pasado por lo mismo que ella. Mujeres que, en los últimos años, habían perdido a sus hijos en diversos hechos violentos: accidentes de tránsito, gatillo fácil, secuestros extorsivos. El periodismo ya las había bautizado, incluso antes de su organización formal en una ONG: las madres del dolor. ¿Madres del dolor? ¿No es mejor Madres del amor? Pero las crónicas que hablaban de sus hijos ya las nombraban así. Y así quedó. Hace un tiempo, la mamá de Lucila hizo una larga exposición en la Legislatura sobre el caso de su hija frente a políticos, expertos y activistas de la sociedad civil para apoyar la creación de un registro genético porteño, orientado a la prevención de delitos sexuales. Su apuesta de máxima es la creación, en el nivel nacional, de un registro de violadores –un banco de ADN– para la resolución de casos como el suyo. “Es que yo siempre tuve el ADN del asesino, por eso al principio creí que iba a ser fácil encontrarlo.” Más tarde descubrió que, sin posibilidad de cotejo, sería como buscar una aguja en un pajar. En ésta, su lucha vital –o la “lucha de las madres”, como dice Isabel–, conoció a quienes hoy son su nueva familia, sus hermanas del alma, porque también cambió de afectos. Mientras hablamos suena el celular; es Vivian Perrone, la presidenta de la ONG y mamá de Kevin Sedano, el chico de 14 años que, en 2002, murió atropellado por un conductor que lo dejó, agonizando, tirado en la calle –hoy la ONG está presentando un proyecto de ley para endurecer las penas, en los casos de abandono de persona en accidentes viales–.

La madre de Kevin es una de esas hermanas del alma en ésta, su nueva encarnación. Otra es Marta Canillas, mamá de Juan Manuel, la primera víctima de secuestro extorsivo en la Capital cuando surgió con el corralito financiero. Marta Canillas vive en una torre lujosa, cerca de su chalet, que hace esquina en la calle Vilela. A Juan Manuel lo secuestraron en las mismas cuadras que a Lucila (y después, lo mataron de un tiro), pero un año antes. La presión por el esclarecimiento de su muerte provocó la caída de la llamada banda de los secuestradores VIP, sus asesinos, que hoy están presos. Pero está, también, Elsa Gómez, de Aldo Bonzi, la mamá de Daniel Sosa, un chico que fue asesinado por policías que se dedicaban a robar autos en La Matanza. Al lado de la foto de Lucila, que preside el comedor diario de los Yaconis, hay una medalla de plata antiquísima de Santa María Gorleri, una niña violada y asesinada, que fue canonizada. Isabel explica que la santa fue un regalo que le llevó la esposa de Gustavo Beliz, cuando visitó su casa, cuando su marido era ministro del Interior. La señora Beliz llegó hasta su casa, junto con los mediáticos fiscales José María Campagnoli y Norberto Quantín, entonces integrantes del grupo “los centauros”, investigadores que inicialmente se abocaron al caso de Núñez. “Al principio, yo era muy ingenua, entonces

cambiar, y a las familias de clase media se le fueron acoplando las de mayor poder adquisitivo atraídas, en parte, por la construcción de torres vidriadas y dúplex lujosos. Hacia fines de aquella década, surgieron Los Altos de Núñez, una apuesta inmobiliaria que le dio a la zona un fuerte empujón económico, pero que, a la vez, le abrió la puerta a la inseguridad. “Pero a mí qué me van a secuestrar un hijo, si yo no tengo plata…”, se decía, a sí misma Isabel, en pleno corralito. Pero, en realidad, vivía aterrada por la seguridad de sus hijas, Lucila, de 16, y Analía, de 20, en medio de una violencia social creciente desatada por la crisis. Y lo que decía era verdad: los Yaconis eran una típica familia de clase media, media baja (y lo siguen siendo); no tenían auto, y habitaban una casita cálida y sencilla, heredada de los padres de Isabel. Nunca habían logrado irse los cuatro juntos de vacaciones, por ejemplo, porque el dinero no les alcanzaba. En esos días de furia, el terror la consumía –y a veces, no la dejaba dormir– sobre todo cuando se enteraba de un nuevo secuestro en el barrio. Para mitigar el miedo, acompañaba a Lucila a todas partes y ella se dejaba acompañar. “Era una chica más que cuidada y más que dócil.” Sin embargo, no pudo controlarlo todo y aquella tarde fatal algo falló. Precisamente, y porque nunca les alcanzaba el dinero, había conseguido un trabajo nue-

JULIAN BONGIOVANNI

Isabel Yaconis y su lucha incansable para esclarecer el crimen de su hija

ISABEL YACONIS AMA DE CASA

Quién es: es la mamá de Lucila Yaconis, la chica de 16 años que fue atacada y asesinada en 2003, sobre un terraplén cercano a la estación de Núñez. Lucila fue la primera víctima de una seguidilla de ataques sexuales que se desataron en barrios porteños de clase media (Núñez, Coghlan, Saavedra), tras la crisis de 2001. A partir de este hecho, Isabel Yaconis eligió transformar su dolor en acción cívica y ayuda a otras víctimas de delitos sexuales a través de una fundación. todas esas cosas me impresionaban. Que me llamara el ministro del Interior me superaba. Recibir una carta del gobernador cuando se cumplía un nuevo aniversario de Lucila, también. Durante un mes tuve guardia periodística permanente en la puerta de mi casa. Tampoco conocía a los funcionarios –ahora los conozco bien–; por ejemplo, no sabía que hay un modelo de texto que se envía a todas las víctimas por igual… Pensaba que sólo me lo escribían a mí, qué tonta… La realidad es que, al buscar justicia por nuestros hijos, toda la fuerza la hicimos las madres, que bien podríamos habernos quedado en la cama llorando, ¿y quién nos lo iba a reprochar?” Nadie, por cierto. Unos años después del crimen, en un acto, Campagnoli se le acercó conmovido al verla y, en medio de un abrazo, le dijo al oído: “Discúlpeme, Isabel, por no haber podido hacer más”. Hay días en los que amanece mal. “Pero enseguida pienso que hay gente en la fundación que realmente me necesita, y que está tan destruida como yo estaba cuando perdí a mi hija, y eso me da energía para levantarme y seguir adelante.” *

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Hasta la crisis de 2001, Núñez era un barrio tranquilo, en el que los chicos podían jugar en la calle hasta la hora de la cena. En los noventa, sin embargo, esa plácida geografía empezó a

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vo con un contador que aquella tarde, la del crimen, la había llamado para hacer unos trámites. Decidieron entonces que, por única vez, Lucila volvería sola caminando ocho cuadras, desde Núñez y Cabildo, donde vivía la abuela materna, hasta su casa de Vilela, a 50 metros del terraplén y la vía. Según pudo reconstruir la investigación de la propia Isabel, meses después, cuando buscaba desesperada testigos del crimen, la empleada doméstica de una de las torres vio aquel anochecer a un hombre parado en la esquina de Vilela y O’Higgins, con un aspecto extraño, que le dio miedo. Fue entonces cuando decidió desviarse y, al hacerlo, miró hacia atrás para comprobar si la seguía. Fue entonces cuando vio a una chica de buzo gris y uniforme de colegio caminando hacia él. Entonces, recuerda haber pensado: “Pobre chica, ahora la va a asaltar a ella”. El segundo testigo que podría haberle salvado la vida a Lucila era un técnico de ascensores, cuya oficina quedaba justo sobre el terraplén del ferrocarril. El hombre escuchó los gritos de una chica en la oscuridad y, al salir, vio una pareja que se revolcaba sobre la tierra, como si estuvieran peleando: eran Lucila y su agresor. –¿Qué pasa, che, qué son esos gritos?– atinó a decir. –Tranquilo, jefe, no pasa nada… Estoy con mi novia– le contestó el asesino. A Isabel nadie podía decirle aquella noche lo que había pasado con Lucila. Nadie. Ella la creía secuestrada –como una profecía cumplida de sus peores pesadillas–, pero jamás muerta. “Sabés… a todas las madres nos pasó lo mismo; durante la incertidumbre jamás se nos pasó por la mente la muerte de los chicos.” Cuando llegó aquella noche a su casa, desde la comisaría, y vio que allí había decenas de vecinos reunidos frente a su puerta, empezó a sospechar que algo muy grave había sucedido. En el comedor diario la esperaba una psicóloga de la Federal. –Buenos noches, Isabel – se presentó–. Puede preguntarme lo que quiera. Isabel no perdió el tiempo

–¿Lucila está muerta? –lanzó a quemarropa. La profesional asintió con la cabeza. Y agregó: “Puede llorar, puede insultar, puede patalear…puede hacer lo que quiera”. –No, gracias...– dijo apenas con un hilo de su voz–. Sólo me quiero sentar. Fue tan fuerte esa escena silenciosa, que al día siguiente aquella psicóloga renunció a su puesto en la Policía Federal. *

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La mañana del 22 de abril todo le resultaba irreal. El sol le quemaba los ojos, y ella, definitivamente, no quería abrirlos. Pero alguien había llegado hasta su puerta y estaba tocándole timbre y, aunque no pensaba abrirle a nadie, alcanzó a ver entre las hendijas la cara de un hombre, que le resultó conocida. De la televisión, quizá. Aquel hombre era Juan Carr, de la Red Solidaria. “Juan había venido aquel día con Marta Canillas. Y eso para mí fue muy fuerte; imaginate: un desconocido, que de pronto viene a estrecharte la mano en el momento más duro de tu vida. Porque… ¿qué sabía él de nuestra familia? Nada. Por él, empecé con las marchas”. –Necesitamos encontrar testigos, Isabel, y tenemos que salir a buscarlos ya– , la despertó Carr aquella mañana fantasmal. A las marchas en el barrio, empezaron a sumarse vecinos y madres de otros barrios. No había pasado ni un mes cuando la conoció a Vivian Perrone. “¿Puedo ir a tus marchas? Porque lo mío es tránsito…”. Lo “mío” era su lucha cívica para que el conductor que había atropellado y abandonado a Kevin, un año atrás, fuera preso, hecho que finalmente logró. Otra infaltable a sus reclamos era su vecina y peluquera, Elsa Escobar, de 56, mamá de Berenice, que había sido amiga de Lucila: las chicas, cuando eran nenas, compartían veranos de pileta pelopincho en la terraza de la madre de Isabel, en Cabildo y Núñez, porque la peluquera tenía su local en Núñez y Cabildo. “Elsa me había ayudado tanto…Y después, con lo que le pasó a ella, bueno, a mí me tocó ayudar a Berenice, quién lo hubiera dicho”. Sobre la mesa del comedor diario están esparcidas varias revistas, una es de diciembre de 2005 y, en ella, aparece una foto de las marchas y, destacado con un círculo, el rostro de Elsa Escobar, violada y asesinada dos años después que Lucila, como si fuera una trama coral, pero verdadera. Elsa y Berenice vivían en un PH, en 11 de septiembre al 3500, a siete cuadras de los Yaconis y fueron atacadas por un violador, que había sido insistentemente denunciado dos meses antes por la propia Isabel, ya devenida en líder social. –Lo denunciamos en agosto de 2005, junto con las madres, porque había atacado a una chica de una torre. Nos dijeron que ésa no era prueba suficiente. Y bien… dos meses más tarde ya tenían una prueba suficiente: el cadáver de Elsa y la violación de Berenice. *

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María Hazán, hija de desaparecidos, habitaba un PH, en Núñez, en 11 de Septiembre al 3500 y tenía como vecina a la peluquera Elsa Escobar, mamá de dos hijas. Una de ellas era Berenice, de 13 años. Por carta, conoció en la cárcel a Claudio Adrián Alvarez, quien había pasado más de la mitad de su vida preso, en diversos penales del país purgando condenas por robo y violación. Sin embargo, no se sabe muy bien cómo, en marzo de 2005, Alvarez logra obtener su libertad condicional y se va a vivir al PH de María Celeste, en Núñez. Coincidentemente con su llegada, los ataques sexuales se multiplicaron en un barrio, que ya venía sufriendo con este tipo de delitos. En agosto de ese año, un hombre, a quien luego se identificó como Claudio Alvarez, intentó violar a Sabrina, de 25 años, cuando entraba en la torre en la que vivía. El portero siguió al agresor y lo vio entrar en el PH de 11 de Septiembre. Fue entonces cuando se hizo la denuncia. Isabel Yaconis y Elsa solían hablar del tema en la peluquería. Estaban preocupadas. Elsa –cuenta Isabel– vivía aterrada, encerrada con candados y cadenas. Sin embargo, un día, lo que temían, sucedió y, en un descuido de las mujeres, el violador logró entrar en la vivienda vecina. –Isabel, pasó algo terrible. Mataron a Elsa y violaron a Berenice– le avisaron a Isabel, a la mañana siguiente. Berenice había pedido la presencia inmediata de Isabel, y ella se encargó de asistirla durante la parte más oscura de su trauma. Hoy, la chica está bien, a pesar de aquella herida brutal y de haber perdido a su mamá. “Pero yo estoy muy enojada con varios jueces –dice Isabel, ya en la puerta de su casa–.Y creo, sinceramente, que muchos no podrían pasar un test psicológico.”

Sabrán si un vehículo tiene pedido de captura Analizarán imágenes con un software ANGELES CASTRO LA NACION Luego de un par de semanas en las que el discurso oficial del gobierno porteño giró en torno de la inseguridad, muy especialmente en el auge de los motochorros y cómo combatirlos, pasado mañana Mauricio Macri relanzará el Plan Integral de Seguridad que, entre otros puntos salientes, incluye la incorporación de un software que permitirá a la Policía Metropolitana leer las patentes de los vehículos para descubrir al instante si tienen pedidos de captura o de secuestro. El programa analizará las imágenes provistas por las cámaras de vigilancia urbana (de las que hoy hay 97 funcionando y, para marzo próximo, prometieron que sumarán 1000) y las cruzará con una base de datos; en caso de una lectura positiva, disparará una alerta en el centro de monitoreo de la fuerza de seguridad porteña. Si bien algunas versiones señalaron que el software también permitiría descubrir deudas impositivas, voceros de la Secretaría de Prensa y del área de Seguridad negaron tal posibilidad y explicaron que la Agencia Gubernamental de Ingresos Públicos, que podría interesarse en ese tipo de información, no integra la llamada “mesa de seguridad” de la administración local, por lo que no ha participado en el diseño de este plan. Por otra parte, el jefe de policía, Eugenio Burzaco, explicó: “Las cámaras de seguridad en los espacios públicos son destinadas únicamente a ese fin y no para fotomultas o con fines de recaudación impositiva”. En la AGIP, agregaron que no se desarrolló ningún software en ese sentido y que “el intercambio de información ya es permanente con el área de seguridad para cruzar datos de infractores de tránsito con bases de deudores impositivos”.

Más equipamiento Como se dijo, el Plan de Seguridad será relanzado pasado mañana por Macri en el Instituto Superior de Seguridad Pública, donde se capacitan y entrenan los futuros policías metropolitanos. La cita será a las 11 y participarán funcionarios del Poder Ejecutivo, legisladores locales y diputados nacionales. En momentos en que, según las encuestas, la inseguridad sigue siendo la principal preocupación de los porteños, también se anunciará la compra de nuevos patrulleros y motos (se llegará a un total de 150 móviles disponibles), y la convocatoria para reclutar nuevos aspirantes a integrar la Policía Metropolitana. Los voceros explicaron que la convocatoria alcanzará a jóvenes de entre 18 y 30 años, y que se realizará principalmente mediante una fuerte campaña publicitaria. Hoy, la fuerza de seguridad local tiene en funciones 1010 agentes, provenientes de otras fuerzas, y a fines de año habrá otros 1000 en la calle. Ayer juró la Bandera la primera promoción de cadetes (como se informa en la página 12). Además del fortalecimiento con recursos humanos y materiales de la Policía Metropolitana, el plan de seguridad incluye medidas sobre la seguridad vial –como los controles de drogas a los automovilistas, que comenzarán a realizarse el jueves próximo– y trabajos en el espacio público con luminarias y la remodelación de parques y plazas.

POSIBLE AJUSTE DE CUENTAS EN PALERMO

Matan de 7 tiros a un comerciante chino El encargado de un supermercado chino del barrio porteño de Palermo fue asesinado ayer de siete balazos, luego de que anteayer fue amenazado por una supuesta mafia que le exigió 50.000 dólares para poder abrir un segundo comercio. La principal evidencia del crimen es un video de una cámara de seguridad de una empresa cercana, en el que se ve claramente que un hombre encapuchado y con guantes bajó de un automóvil japonés y cometió el asesinato en sólo 15 segundos. Además, al lado del local que la víctima había alquilado para abrir un nuevo supermercado, se encontró una pintada escrita en chino que, según la traducción que hicieron los

investigadores, dice: “Si querés abrir mañana, llamá”, y hay dos números de teléfonos celulares, uno de ellos con lo que sería un apodo, informó la agencia de noticias Télam. El crimen ocurrió a las 8, no bien el comercio abrió sus puertas para la atención al público, en la calle Costa Rica 5623, entre Fitz Roy y Bonpland. La víctima fue identificada por fuentes policiales como Chen Huaxi, de nacionalidad china, de 43 años. La víctima estaba en la caja, cuando fue atacado a balazos. Un video de seguridad de una empresa situada en la cuadra del supermercado de Huaxi y que fue difundido por el canal de noticias C5N muestra

en una secuencia de 15 segundos cómo se cometió el homicidio. Según las imágenes, un automóvil Honda Civic gris frenó, colocó las luces de baliza y de la puerta trasera izquierda descendió el asesino encapuchado, aparentemente con guantes blancos en sus manos y vestido con una campera que parece ser de cuero. La cámara no captó el momento de los disparos, pero sí cuando el hombre, luego de ejecutar al comerciante, subió nuevamente al asiento trasero del auto, en el que escapa a toda velocidad por Costa Rica, en dirección a la avenida Juan B. Justo. Fuentes policiales explicaron que el asesino entró en el local armado y

desde el umbral de la puerta efectuó sobre la víctima los siete disparos con una pistola calibre 9 milímetros y huyó sin robar nada. “Es un claro ajuste mafioso. El asesino entró a matar. No hubo asalto ni pedido de dinero; fue una ejecución. La poca plata que había en la caja quedó en el lugar”, sostuvo a Télam uno de los jefes policiales que trabajan en la investigación. Según un testigo de la causa, la víctima había sido amenazada por una mafia de origen oriental.

Video. Una cámara de seguridad registró al asesino. videos.lanacion.com.ar/video15623-1

IMAGEN DE TV

Las imágenes del asesino grabadas por una cámara de seguridad