Dilemas de la escritura

21 feb. 2014 - litEratura argEntina. Las otras, volumen de relatos de Carolina Bruck, exhibe una suerte de costumbrismo resuelto con destreza milimétrica.
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Viernes 21 de febrero de 2014 | adn cultura | 11

Los cuentos de Lorrie Moore

a principios de la semana que viene aparecerá Bark, el nuevo libro de lorrie Moore, y el primero de relatos que publica después de quince años. Por lo que se infiere de la entrevista que dio para the new York times, la primera sorprendida es la escritora. “no sé… debe ser que soy lenta”, dijo. En Bark conviven cuentos de fantasmas con la política. “¿Hago algo diferente?”, se pregunta Moore. “no estoy segura. Cada relato parte de sus propias criaturas, de su propia respuesta a alguna cosa. los escritores están indefensos frente a las historias que quieren escribir.”

El ExtranjEro

litEratura argEntina

Dilemas de la escritura Las otras, volumen de relatos de Carolina Bruck, exhibe una suerte de costumbrismo resuelto con destreza milimétrica tence.org, en inglés y francés, para quienes quieran colaborar, criticar, aportar nuevas evidencias empíricas o cruces teóricos. Todo con el generoso apoyo financiero del European Research Council (1.300.000 euros para tres años), prueba adicional del prestigio que ha alcanzado su figura. Si la forma hace al contenido, puede decirse que la hipertextualidad y la interactividad de Investigación... son reveladoras del propósito central de Latour: reflexionar sobre el futuro de la modernidad, y, claro, qué apropiado hacerlo con las herramientas del mundo digital. En más de un sentido, su nueva ópera magna representa la continuación de Nunca fuimos modernos. En ese trabajo de 1991, el francés postulaba que el proyecto de la modernidad de establecer una separación tajante entre sujeto y objeto, encarnado por la ciencia, no llegó a realizarse. Del ayer dudoso al mañana incierto: hoy, la preocupación de Latour es la crisis ambiental, que pone en cuestión los presuntos éxitos de ese proyecto. En su argumentación, ocupa un lugar central el reconocimiento de que existen muchos “modos de existencia”, innúmeras maneras como los seres se relacionan con el exterior. No sólo las diversas culturas huma-

“Existen muchos ‘modos de existencia’, innúmeras maneras como los seres se relacionan con el exterior” nas, sino también todas las especies vivas: la naturaleza en toda su pluralidad. Ahora bien, por compartir un único planeta, es necesario construir un lugar de encuentro. O, con sus palabras: “Componer un mundo en común”. ¿Cómo emprender esta tarea? “Hasta no hace mucho, esto habría supuesto que la modernización se diseminara por todo el planeta; pero el proyecto chocó contra la inesperada oposición del propio planeta”, advierte Latour. No podemos negar el fracaso; tampoco rendirnos ni “esperar un milagro”. Su propuesta es rehacer el camino y analizar dónde perdimos el rumbo: “Investigar sobre el significado del proyecto moderno, de manera que podamos averiguar cómo recomenzar sobre nuevas bases”.

Por eso el subtítulo Investigación... se presenta como una Una antropología de los Modernos, según las palabras (y mayúsculas) de su autor, que nos propone mirarnos con la misma curiosidad y extrañeza con que hemos observado otras culturas. El trabajo queda a cargo de una antropóloga ficcional, con sus notas de campo y el bagaje bibliográfico de su disciplina, que la instruye para que no tome muy en serio lo que sus informantes le cuentan de su cultura; por ejemplo, la presunta división entre esferas: “la Política” como diferente de “la Ciencia” o “el Derecho”. Quince son los modos de existencia que encontró hasta ahora entre los “Modernos” el proyecto colectivo de Latour. Algunos podrían vincularse con las esferas clásicas, como “referencia”, que traza la emergencia de los hechos y señala al ámbito del conocimiento; “reproducción”, más cerca de la biología; “religioso”, que responde a quienes pueden oír su llamado y salvarse; “técnico”, basado en la eficiencia; “estético”, el de las cosas bellas que nos capturan con su encanto. Otros son más relacionales, como “red” y “preposición”, que conectan los modos. Entre estos, está la némesis del autor: el “doble clic”, en alusión al mouse de la computadora, que propone una falsa accesibilidad de un modo a otro, una engañosa traducción instantánea. Otros modos tienen que ver con transformaciones, como “metamorfosis” y “hábito”. Se trata de categorías ontológicas, que definen al ser. Como todas las obras teóricas de Latour, Investigación... alcanza niveles de abstracción que lo instalan más en el campo de la filosofía que en el de las ciencias sociales. Si bien no es un libro fácil, tampoco resulta inaccesible: demanda atención pero, una vez comprendida su estructura, se puede avanzar paso a paso. Entre las muchas recompensas, el lector encontrará una de las descripciones de la economía en las sociedades occidentales más iluminadoras de los últimos tiempos: como una práctica que preside sobre la distribución de bienes y males, con ribetes casi de religión. En este punto, actualiza su trabajo sobre el sociólogo Gabriel Tarde en un libro que no fue editado en español. La traducción es buena en general, aunque tiene altibajos. C

Las otras carolina bruck

Adriana Hidalgo 137 páginas $ 85

José María Brindisi para La nacion

P

ara algunos escritores el oficio es sinónimo de clasicismo, y funciona como un punto de llegada. Luego de atravesar distintas fases de inestabilidad, de coquetear con rarezas o improvisaciones, de atreverse a casi todo por convicción o desconocimiento, arriban a un estado en que lo que antes olía a podrido ahora se resignifica y es, en ocasiones, el refugio o la excusa ideales para las perezas de la madurez. Otros, en cambio, hacen el camino inverso, o más bien entienden ese desembarco en lo modélico como una primera escala, un modo de su evolución; un crecimiento que se da con frecuencia en público, y que como es natural los invita a desechar las figuras de lo previsible progresivamente. El caso de Carolina Bruck, reciente ganadora del Premio Eugenio Cambaceres –organizado por la Biblioteca Nacional–, parece responder a esta segunda versión, o más precisamente lidiar con esa transición crucial: la de abandonar una música reconocible y perderse en los dilemas de la propia escritura. En su mayoría, los relatos de Las otras se sitúan en una suerte de costumbrismo, ejecutado sin embargo con una destreza milimétrica, impecable. En buena medida se trata del despliegue de una voz, una referencia que se instala muy pronto y que luego funciona como un abanico; sólo que cada instancia o reflexión nueva no viene a mostrar un matiz en el personaje ni abre una puerta a lo desconocido sino que confirma, una y otra vez, el punto de partida. En casi todos los casos, además, esapostura inicial bebe de una ingenuidad que parece su

condición imprescindible: el personaje que sabe o entiende muy poco, para que entonces la realidad se imponga con toda su brutalidad, o para sorprender a un lector que tiene –porque su protagonista así lo modeló– la guardia baja (o ambas cosas a la vez, claro). En “China”, por ejemplo, sólo una lectura humorística hace posible lo que la narradora no ve, a excepción del impacto final, honesto e inesperado al mismo tiempo; “Morder el polvo” descansa tal vez en exceso en el rumiar de una tristeza emblemática, y otra vez es preciso que la protagonista no entienda para que los hechos tomen otro relieve; “El cerebro del ratón” responde a un folklore más contemporáneo, acorde a los lugares comunes del marketing y la publicidad, y acaso no logra desprenderse de sus trampas: las de un retrato social que ya no conmueve porque es parte del imaginario de todos. Muy distinto es el caso de los relatos que, no por casualidad, abren y cierran el libro. “Submarinos amarillos” es una pieza de orfebrería, tanto por la forma en que trabaja con el trasfondo de la dictadura como por el pulso con que la autora modera los estados de ánimo en una historia en la que cada elemento la convierte en un campo minado. Es notable cómo Bruck evita la compasión –que es un modo de la distancia– y en cambio propone un acercamiento a sus protagonistas más sigiloso, más empático y real. El último de los cuentos –“Los que fumaba Simón”– es un homenaje pero, sobre todo, un itinerario sin mapa, cuyo secreto está en que Bruck hace pie en los sentimientos de aquellos que rodean el misterio del muerto, y no en revelar lo intransmisible, o peor, reducirlo a su expresión mínima y tranquilizadora. ¿Qué sentido tiene, al fin y al cabo, el intento de explicar una vida o una muerte? En ambos casos Bruck rehúye hábilmente los tópicos, aun cuando dialogue con núcleos bien reconocibles (la dictadura, el suicidio). Menos logrados, tal vez porque algunas de sus costuras están a la vista, “Nada que ver conmigo” o “Casi transparente” resultan inquietantes desde la contención, y sobre todo permiten comprender el desarrollo de una escritura que, pronto, acabará por deshacerse de sus ataduras. C