DESTINO, MUERTE, ENFERMEDAD. I.

Enfermedad seleccionó al bebe equivocado, y pronto, Muerte fue a .... perforaciones ilegales en las galerías mineras bajo el suelo, lo que ha provocado que el.
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DESTINO, MUERTE, ENFERMEDAD. F. Javier Trapero Alonso

I. Es un entierro. Él los ha presenciado todos. Es el objetivo de su existencia. No tiene nombre, pero le llaman Muerte. Cubierto totalmente por una túnica negra y con una guadaña en su mano, se encarga de recoger las almas de los fallecidos, cuyos nombres figuran impresos en las listas que custodia desde el inicio de los tiempos. Ha estado en todos los cementerios y éste no le pareció nada especial. Era uno de pueblo, situado a un kilómetro de distancia de la localidad a la que pertenecía. Tenía forma rectangular, fijada por un grueso muro. Tras la entrada, dos hileras de cipreses lo atravesaban hasta llegar al fondo, donde se alojaba una pequeña capilla. Tras las hileras de cipreses -a ambos lados-, yacían unos dos centenares de tumbas individuales antiguas y dos hileras de nichos, de nueva construcción, que se iban llenando lentamente de huéspedes con el paso del tiempo. La mitad estaba aun vacía. El cementerio estaba muy poblado y era grande para un pueblo tan pequeño, que sin duda, había vivido tiempos mejores, a veces, ya olvidados. Era un lugar muy agradable, un bonito sitio donde vivir, sin embargo, las escasas opciones para ganarse la vida provocaban la huida de los jóvenes a la capital o a localidades más pobladas. Hace medio siglo todo era prosperidad debido a las explotaciones mineras en el valle que lo rodeaba, pero pronto estimaron su extracción inviable, y la prosperidad se fue tan rápido como vino. Ahora, de nuevo en activo, y en manos de una empresa privada de la comarca, habían iniciado otra vez la explotación. Esto, por ahora no ha levantado expectación y el censo del pueblo sigue decreciendo, situándose hoy en unos mil cien, envejeciendo rápidamente. El pueblo, además, era rodeado por un río de dieciocho metros de ancho que pasaba de norte a sur, haciendo de frontera natural: a un lado de él se encontraba el pueblo, con todas sus construcciones, al otro lado, los campos de cultivo y el cementerio. Sin el puente -por el que pasa una carretera nacional-, los accesos a la otra parte del río estaban cortados. El siguiente paso se hallaba a tres kilómetros de distancia. Dos fallecimientos han sobresaltado al pueblo hoy: dos bebes han muerto de madrugada, siendo encontrados sus inertes cuerpos en sus cunas. La pasada alegría por los nacimientos se ha convertido en lágrimas. Los que lo sintieron como una bendición, hoy se tornó en lamentos. El funeral del primer niño ya se había celebrado a primera hora de la tarde, tocándole ahora al otro. Todo el pueblo estaba reunido, rodeando a la llorosa madre, una mujer de veinticinco años, agrupada junto con sus familiares, también llorosos. Su hermano mayor la rodeaba con su brazo. El sacerdote dio sus últimas bendiciones e hizo sus últimos gestos al pequeño ataúd, que ya se encontraba dentro del nicho. Dos albañiles comenzaron a emparedarlo. Muerte miraba la escena. El dolor de los extraños era algo que siempre le asombraba, cómo el padecimiento por una perdida afecta a los que le rodean. Era algo que no comprendía; y es que hay que tener corazón para poder sentir. Los amigos de la mujer y la familia pasaban frente a ella para darle el pésame, como una procesión. La figura eterna permanecía al lado de la entrada mientras la gente comenzaba a abandonar el lugar. Sujetó fuertemente su guadaña mientras se aseguraba que el gorro de su túnica negra cubría por completo su calavera desnuda, y el resto de su esqueleto, hasta los tobillos, pese a que nadie podía verle si él no quería. La historia no debía de haber ocurrido así y Muerte cree que se siente mal. Fue un error. Enfermedad cubrió con su negro manto al joven niño y él tuvo que llevarse su alma, forzado, aunque no debía morir aquella noche. Tuvo un fallecimiento súbito: su pequeño corazón se ahogó. Enfermedad seleccionó al bebe equivocado, y pronto, Muerte fue a reunirse con él. Ambos consultaron y compararon sus listas: el niño correcto, él que debía morir esa noche, vivía en esa misma localidad y tenía el mismo nombre que el muerto, pero

no era el mismo. Había dos. Todo era una macabra y estúpida coincidencia. Al tener la misma edad y las esas mismas características, Enfermedad se precipitó y no creyó encontrar diferencia. Hizo su trabajo sin consultar las listas. Después de que Muerte se le apareciera, Enfermedad mató al niño correcto rápidamente tratando de enmendar su error. Muerte sabía que ese niño tenía que hacer cosas en su existencia. La fecha de su muerte estaba datada para dentro de sesenta y dos años. Todas las acciones y todos los actos del bebe a lo largo de su vida habían sido borrados. Con total seguridad el destino se había alterado. Cuando el cementerio se vació por completo, otra figura humana, vestida con una gran túnica azul oscura, de igual tamaño que la de Muerte, apareció a su lado: era Destino. Su cara también estaba oculta tras la capucha: -¿Me has llamado?. Destino hizo la pregunta aunque sabía que Muerte no podía hablar, además, también sabía cuál era la respuesta: sus libros del destino habían variado. Ese niño no debía haber muerto. Enfermedad debía dar la cara pese a que no podían hacer nada ya por la vida de la criatura. Al lado de las anteriores apareció una tercera figura, vestida con una túnica igual que la de los anteriores, con la diferencia de que su color era amarillo oscuro, un amarillo enfermizo, el color de muerte por putrefacción. Era enfermedad. El gorro de su túnica dejaba asomar ligeramente su mandíbula. Su rostro era amarillo y estaba podrido, de él, salían varias llagas y ampollas supurantes de un pus negro. Se decía que el que toque a Enfermedad, será presa de la peste negra.

II. Habían pasado tres horas desde el sepelio, y desoyendo las recomendaciones de su familia, Sarah volvió a atravesar la puerta del cementerio, buscando con la mirada el nicho que contenía los restos de su hijo. Sus ojos aun estaban rojos e hinchados. Se acercó dos pasos y rompió a llorar de nuevo. Las tres figuras, que permanecían allí, junto a la puerta, se miraron entre ellas. Titubeante caminó hasta el nicho y se arrodilló ante él. Toda su vida había transcurrido en aquel pueblo, ese pueblo la había visto nacer y crecer. Se sentía demasiado ligada a él como para irse, desperdiciando su vida en un lugar sin salidas para una chica con aspiraciones como ella. Quería a su familia, pero ese amor era un impedimento para su futuro. Trabajar en el negocio familiar -un restaurante- no le satisfacía de ninguna manera. Salía con un conductor de autobuses, que hacia un trayecto que pasaba por el pueblo dos veces por semana. Una noche se quedó embarazada. Para él era un problema imprevisto, para ella, una vía de escape de aquel pozo sin recursos. La iba a llevar a la capital, a un piso de su familia. Ya tenía una razón y un propósito para salir de aquel pueblo. Tras tener el niño, y un descanso, ya tenían planeado ir a la ciudad esa misma semana. El futuro parecía sonreír, pero todo se tornó en tinieblas de nuevo. Ahora la muerte le había arrebatado a su hijo y el padre había huido. Se desconocía su paradero y ni siquiera había aparecido en el funeral. Sus planes se habían roto. El viaje a la ciudad había sido cancelado para la eternidad. Era joven, guapa y fuerte. Tenía que superar aquello y salir adelante. Su vida no había hecho nada más que comenzar. Destino, Muerte y Enfermedad se situaron detrás suyo y se le hicieron visibles. Sarah estaba tan destrozada que tardó en percatarse de sus presencias. Al final se giró y les miró. Ella sólo vio a tres ermitaños, muy habituales en esa zona, pero eran más que eso: -Varios motivos nos han traído aquí, uno de ellos, darle el pésame -dijo Destino-.

-Todo ha sido un error... mío. -las palabras de Enfermedad surgieron lastimosamente de sus podridos labios, acompañados de esputos amarillos, que goteaban al suelo-. Sarah se levantó espantada por las salpicaduras, y Muerte le cerró el paso situando su guadaña en posición horizontal, pero se asustó y le empujó, cayendo al suelo, sorprendido por su fuerza, ya que no estaba acostumbrado al contacto físico. En la caída, perdió su guadaña y su túnica se abrió, desvelando su cuerpo, un esqueleto limpio y desnudo, en movimiento por una fuerza desconocida. Muerte se levantó del suelo y se cubrió rápidamente, volviendo a ocultar su cráneo, como con vergüenza. Creyó sentir vergüenza, ira y furia, como hacía siglos no sentía, pero no hizo nada. Se contuvo, pese a que podía quitar la vida con un solo gesto. Estaba allí para ayudar. La joven gritó y trató de alejarse de Muerte, apoyándose en los nichos, no sabiendo cómo actuar. Muerte recogió su guadaña y se quedó tieso como un alambre. -¿Quienes sois? -dijo-. -Él es Muerte -dijo Destino señalando al esqueleto, que agachó la cabeza en gesto de reverencia-, es el encargado de recoger la esencia de los fallecidos. Este es Enfermedad, controla y guía las plagas y enfermedades. También es el encargado de quitar la vida en determinados casos. Y yo soy Destino, guardo y protejo los libros del pasado, del presente y del futuro. Los ojos de Destino brillaron con una luz azul, resplandor que iluminó su cara, oculta tras su túnica. Puso sus manos ante su cara para impedir que Sarah se percatara del resplandor, sin conseguirlo. -¿Qué le ha ocurrido a tus ojos? -preguntó ella, aun incrédula-. -Los libros que protejo han sido variados por nuestras acciones. -¿Puedes variarlos a voluntad?. -Eso me está prohibido. -¿Quieres decir que el futuro es inalterable?. -El futuro está escrito en los libros que yo protejo. -¿Y si ahora me cortaría les venas?, ¿cambiaría el futuro? -Si irías a hacer eso, estaría escrito. Muerte dio dos golpes en el suelo con el palo de su guadaña. Daba señales de impaciencia. Un fuerte viento se levantó en el cementerio y una leve lluvia empezó a caer del cielo que se encapotaba por momentos. Estaba atardeciendo con rapidez. -Otro de los motivos de nuestra visita es ponerte sobre aviso. -Espera un momento... antes de nada explícame porqué ha dicho que todo era un error -dijo Sarah señalando a Enfermedad-. -Enfermedad cometió un error y envolvió a tu hijo por equivocación. Tu hijo no debía morir, pero ya no es tiempo de rencor ni de resentimiento, ya nada se puede hacer por su alma... estamos aquí por ti. Las palabras de Destino entraron en la cabeza de Sarah causándole un tremendo shock... un hombre cubierto con una enorme túnica azul le estaba diciendo que su hijo había muerto por una equivocación, asesinado por una figura mitológica, acompañado por un esqueleto andante. Mientras tanto, la escasa paz del atardecer se tornó en inquietud cuando un leve temblor interrumpió la tranquilidad. El temblor comenzó a crecer como una vibración, agitando los cipreses. -¿Qué está pasando? -preguntó ella-. -Has de salir de aquí cuanto antes. Corre en dirección oeste. -¿En dirección contraria al pueblo?, ¿por qué?.

III. El temblor pasó a vibración y ahora a agitación. Sarah se dio cuenta que algo mayor, mucho mayor iba a pasar, y que esos eran los prolegómenos de un terremoto. Un gran impulso quebró la tierra y partió el muro este del cementerio en tres pedazos. Sarah seguía mirando a las tres figuras, que permanecían impertérritas sin que nada les afectara. Habían venido a ayudarla, esa era la única explicación, por eso las obedeció y comenzó a correr hacia la puerta de salida, agitándose de un lado a otro, para dirigirse al pueblo. Allí estaban todos los seres que quería, toda su familia y amigos. Titubeante, dio un par de pasos por la carretera en dirección al puente que forzosamente tenía que cruzar. Entonces, el terremoto llegó a su cenit, y el puente cesó su resistencia viniéndose abajo con un gran estruendo. Sarah cayó al suelo y oyó un ruido a su espalda: era la capilla del cementerio que acababa de desplomarse, al igual que sus muros. Entonces, el terreno falló y una gran brecha se abrió en la tierra, atravesando el cementerio, tragando la tierra, los arboles, las lapidas y los escombros al interior. Algo que también estaba ocurriendo en el pueblo, que estaba desplomándose sobre si mismo. El suelo estaba abriéndose, crujiendo y latiendo, derrumbando y tragando viviendas con una facilidad pasmosa. Cuando todo fueron ruinas, la intensidad del temblor comenzó a decrecer. Sarah quedó allí, tirada sobre el asfalto, oyendo los gritos de terror que provenían del pueblo mezclados con el sonido de la corriente del paso del río. Tan solo unas pocas casas seguían en pie. Con total seguridad, las víctimas se iban a contar por cientos. La chica se giró. A su espalda estaba Destino. -¿Cuanta gente ha muerto?. -Ochocientas noventa y tres personas han muerto hoy. De los heridos, catorce morirán en los próximos días. -¿Y mi familia?. -Toda ella ha muerto. -Yo moría aquí, ¿verdad?. -Aquí no. Morías hoy. Tu hijo sobrevivía. -Dijiste que no podías alterar tus libros. -No puedo: ni borrarlos ni sobreescribirlos, pero puedo actuar sobre las vidas de los humanos, como ahora. Sin embargo, no debo hacerlo ya que siempre tiene consecuencias imprevisibles. Enfermedad y Muerte aparecieron a la espalda de Destino. Muerte, señaló el pueblo con su guadaña, poco después, tras un gesto de aprobación de Destino, se dirigieron hacia el pueblo, Enfermedad caminando con paso cansino y arrastrando una pierna, y Muerte levitando lentamente a ras del suelo, Al llegar al extremo del destruido puente, ambos volaron hasta llegar al otro extremo. -Me has salvado la vida -susurró Sarah-. -He corregido el error. No podía permitir que esto sucediera, aunque si te digo la verdad, fue Muerte el que más insistió. «Pídele perdón por el empujón», -pensó-. -Lo que no comprendo es porqué no evitas guerras, peleas o tragedias... Hay gente que muere por injusticias cada día. -Sarah, todo lo que pasa tiene una razón. Todo sucede por una causa y tiene un efecto. Cada movimiento de cada individuo tiene influencia en los que le rodean, y estos a su vez en los que los rodean, como un enorme efecto dominó. No podemos actuar sobre eso. Solamente podemos ser espectadores. Vosotros sois los causantes de vuestras virtudes y vuestras desgracias. Podría decirte que el temblor fue originado por causas naturales, pero no puedo. Dentro de un par de días saldrán a la luz informes sobre perforaciones ilegales en las galerías mineras bajo el suelo, lo que ha provocado que el lecho se viniera abajo, toda la cuenca, que atraviesa el pueblo y va más allá. -Así que sólo soy una pieza de un enorme dominó...

-Todos lo sois -Destino empezó a caminar en dirección opuesta al pueblo-. Por cierto, una cosa más. Destino se giró y se quitó la capucha de su túnica. Su rostro era la de un joven de unos veinticinco años, bastante atractivo. Sus ojos volvieron a brillar con una luz azul. Después que dejar que la viera bien, se volvió a poner la capucha, se giró y siguió caminando. -Cree en el destino -le dijo Destino sin girarse y sin dejar de caminar-. -Siempre he creído -susurró Sarah-. Cuando la chica desvió la vista al suelo y volvió a levantarla, su mirada ya no encontró a Destino. Había desaparecido. Se quedó allí, sentada en el suelo, mirando las ruinas de su pueblo mientras se mojaba por la lluvia, impotente. Al rato un coche se aproximó por la carretera en dirección al pueblo. Era ocupado por un joven. Éste paró el coche al ver a Sarah sentada en medio de la calzada y el puente destruido. Alertado, salió para ofrecer su ayuda. La chica le miró: su rostro era igual al que Destino le había mostrado antes de irse. -¿Que ha ocurrido? -le preguntó el chico-. Esto es horrible!. ¿Quieres que te lleve al centro de socorro más próximo?. El chico quería ayudarla. Sarah aceptó. Todo lo que quería había desaparecido. Era el momento de mirar adelante. Tenía una nueva oportunidad, una nueva vida. Destino le había enseñado su destino. En su mano estaba aceptarlo.