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protagonistas de Charlie y la fábrica de chocolate), son, sin embargo, ..... Brian. Cosgrove. Un mundo de fantasía (basada en Charlie y la fábrica de chocolate).
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Roald Dahl: el anarquista creativo

Juan José Lage13

Aunque el fallecido escritor británico Roald Dahl es suficientemente conocido por los lectores de todo el mundo como autor de cuentos infantiles de gran atractivo para los niños (para darnos una idea de su popularidad, baste recordar que ya en vida gozó de la amistad del presidente norteamericano F. D. Roosevelt y que en la actualidad un conocido conjunto de rock británico lleva el nombre de «Veruca Salt», una de las protagonistas de Charlie y la fábrica de chocolate), son, sin embargo, escasos los ensayos o simples artículos -al menos en castellano- que traten de profundizar en su obra o en su personalidad, posiblemente por la complejidad y las contradicciones de ambas. Tony Ross, coetáneo y compatriota suyo, ha definido su personalidad con una paradoja muy acertada: «el anarquista creativo».14 Lo que se pretende en este breve estudio, es desentrañar este binomio fantástico: demostrar cómo su enorme creatividad le llevaba al anarquismo, a la ruptura con lo tradicional, o cómo sabía aunar la tradición clásica con la vanguardia, en un empeño de proponerse un desafío a su desbordante imaginación. Es el propio autor quien reconoce que no se siente capacitado para escribir novelas, que no tiene la paciencia suficiente para relatos largos. «Mi tío Oswald15 -dice el autores mi única novela. Yo no soy un novelista... Una novela tiene que respirar y, en ocasiones, yo no puedo ir despacio, porque tengo miedo de aburrir a los lectores... Las ideas son como sueños; se olvidan enseguida si uno no se apresura a apuntarlas».16

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Es decir: su inquieta imaginación estaba en constante ebullición, fluía de unos temas a otros con asombrosa facilidad. Quizá por ello piensa también, que «las historias reales no me interesan»17 y, por ello, todas sus historias son narraciones ficticias donde la fantasía juega un papel fundamental aunque están, casi siempre, salpicadas con unos toques de vivencias personales.

El estilo y los modelos El primer rasgo característico de Dahl que salta a la vista es el recurso de un humor rabiosamente subversivo. Es, quizá, la faceta donde el autor se muestra más profundamente anarquista. Zarandea al personaje (seres esperpénticos, caricaturizados, estirados hasta el límite de lo grotesco), punza con su hiriente ironía la conciencia del lector, ridiculizando defectos en que nos vemos reflejados (el despotismo, la glotonería, la suciedad, la crueldad, la violencia, la ignorancia, la envidia, el afán de enriquecerse...). Además, piensa que el humor es vital en una obra para niños: «los niños -dice en Historias Extraordinarias- no son tan serios como las personas mayores y les gusta reírse. Es una gran ayuda tener mucho sentido del humor; esto no es esencial cuando se escribe para adultos, pero es de vital importancia cuando se escribe para niños». Pero hay que decir que esta vena socarrona, ese humor corrosivo y sarcástico del que hace gala, hunde sus raíces en la mejor tradición del humor negro británico. Aparte de otros muchos escritores que gozaban de la predilección de Dahl y a los que tenía por modelos (la lista de obras y autores que cita en Matildapueden ser una referencia válida), hay dos con los cuales su obra está más enraizada. El primero es Lewis Carroll, el controvertido, introvertido y supuestamente invertido autor de Alicia en el País de las Maravillas. Lejos de parecerse en sus vidas privadas -aunque Carroll fue también un anarquista para su tiempo y ambos fueron muy aficionados a la fotografía- hay varios puntos de coincidencia en sus obras que merecen la pena ser estudiados; Dahl no sólo retoma la tradición del humor negro británico del que Carroll se considera un pionero, sino que además en ambos coexiste el gusto por la inclusión de aleluyas de tono irónico en sus obras y por el estilo directo, breve, rápido y contundente. Además, si Carroll zarandea a la reina Victoria en algunos pasajes de su obra, Dahl lo hace con la reina Isabel en El Gran Gigante Bonachón, o el –––––––– 29 ––––––––

presidente USA en Charlie y el ascensor de cristal. Si Carroll se mete con la institución judicial o con el absurdo estudio del latín que no servía para resolver los problemas de la vida cotidiana, Dahl lo hace con determinados estilos pedagógicos o sistemas de enseñanza. Hay otra cuestión concomitante: los juegos de palabras o la inversión de los nombres (la tartamudez de Carroll pudo ser el motivo del descubrimiento de la inversión de palabras o palabras con doble significado). Basta dar un repaso a algunos libros de Dahl para darse cuenta de este detalle: Agu Trot (tortuga al revés), El Gran Gigante Bonachón y principalmente El vicario que hablaba al revés: la curiosa historia

de un cura disléxico cuyo defecto le llevaba a pronunciar al revés ciertas palabras, con la consiguiente hilaridad de sus feligreses. La historia finaliza cuando, para corregir su defecto, se le recomienda caminar hacia atrás, por lo cual se ve en la necesidad de instalar un espejo retrovisor que le permita ver por donde va. No obstante y respecto al humor, Dahl da un paso adelante y su intuición le permite «internacionalizar el humor localista»18 de Carroll, es decir, dirigirse a los niños de todo el mundo y no sólo al niño del ámbito anglosajón. El segundo autor al que Dahl admira es Charles Dickens. Lo cita en dos de sus libros más personales (Matilda: «es muy famoso y muy bueno», dice de Grandes Esperanzas en este libro y El Gran Gigante Bonachón), y al igual que él, utiliza el recurso de poner a personajes nombres que expresan cualidades o defectos (Honey = miel19). Además, la defensa de los niños oprimidos y sometidos a la tiranía de los adultos forma el patrimonio común de ambos escritores y la consiguiente denuncia feroz a la escuela opresora. Hay más recursos comunes en ambos genios de la Literatura: recurrir a los huérfanos como protagonistas de buena parte de sus historias (David Copperfield, Nicholas Nickleby, Oliver Twist para Dickens; James, Sofía, Danny o el protagonista de Las Brujas, para Dahl), o el evidente maniqueísmo -en el buen sentido del términode algunos de sus relatos, así como el recurso a la ironía y a la sátira o a ilustrar sus libros con ciertos retazos autobiográficos o recuerdos de mocedad (Carroll y Dickens fueron coetáneos: se sabe que Lewis admiraba las novelas de Dickens y puede que incluso mantuvieran correspondencia).

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Andersen, los hermanos Grimm o Perrault son otros autores a los que Dahl admiraba. En la aleluya incluida en Charlie y la fábrica de chocolate y dedicada a uno de los protagonistas -Mike Tevé- recomienda a los padres -frente a la TV- la vuelta a la lectura de cuentos clásicos. De sus libros se ha dicho que son «cuentos de hadas disfrazados o modernizados», es decir, en ellos se conjuga perfectamente lo clásico con lo actual (un cuento tan emancipador como Pulgarcito, que libera a sus hermanos de un ogro feroz, ¿no tendrá relación directa con Matilda, que libera con su ingenio a los niños de la opresora directora de Colegio?; ¿no es Matilda una Cenicienta moderna, que recurre al hada madrina de su inteligencia para librarse de quienes la consideran una «postilla»?). De ahí se intuye el éxito entre los jóvenes de todo el mundo, porque: ¿a qué niño no le gustaría tener un dedo mágico?; ¿quién no sueña con dar la vuelta al mundo en un melocotón? Es decir, Dahl toma del cuento clásico los recursos que le interesan, no sólo personajes o situaciones (pócimas mágicas, huérfanos, abuelos, duendes, miedos, gigantes, brujas), sino incluso estructuras («el melocotón se hacía más grande y más grande y más grande y cada vez más grande») o las ineludibles triplificaciones o triarquía de personajes a las que aluden los psicoanalistas en un intento de identificarse

con el héroe o protagonista (Danny, su padre, el dueño de los faisanes; James, las tías, los habitantes del melocotón, etc). Si en los cuentos clásicos, dada la polarización que domina la mente del niño, los personajes no son ambivalentes (es decir: o son buenos o son malos), Dahl aplica sabiamente este principio a sus relatos, creando personajes prototípicos por su maldad la Trunchbull, los gigantes, las tías de James, los tres granjeros- y personajes que sobresalen por su bondad -El Superzorro, la señorita Honey- y los malos siempre reciben su castigo. Los cuentos de hadas comienzan generalmente de una manera realista, para mejor adaptarse a la mente infantil («el niño normal empieza a fantasear con algún segmento de la realidad», dice Bruno Bettelheim20). También las historias de Dahl comienzan así, para ir creciendo en fantasía. Además, algunos protagonistas de sus relatos están caracterizados como excelentes contadores de cuentos, al igual que el propio autor, que contaba las historias a sus hijas cuando eran pequeñas. Danny dice: «dudo que –––––––– 31 ––––––––

mi padre hubiera leído 20 libros en su vida. Pero era un maravilloso narrador. Inventaba un cuento para mí todas las noches y los mejores se convertían en seriales y continuaban muchas noches seguidas. Me encantaba la expresión lejana e intensa que aparecía en la cara de mi padre cuando estaba contando un cuento. Su cara se ponía pálida, serena y distante y no advertía nada de lo que le rodeaba». El protagonista de Las brujas se expresa así: «aunque yo era muy pequeño, no estaba dispuesto a creerme todo lo que me contara mi abuela. Sin embargo, hablaba con tanta convicción, con tan absoluta seriedad, sin una sonrisa en los labios ni un destello en la mirada, que yo me encontré empezando a dudar». Pero, dada su inquieta imaginación, el autor va más allá, llegando incluso a darles la vuelta -muy significativo es al respecto el libro Cuentos en verso para niños perversos, con una Caperucita donde el lobo es la víctima de su malicia- o creando finales atípicos, lejos del final feliz que caracterizaba a los cuentos de hadas, o dotándolos de un lenguaje directo y trepidante, en consonancia con el lenguaje audiovisual al que tan acostumbrados están los niños de hoy.

Pensamiento político y social Dahl no fue una persona con especial sensibilidad religiosa. En sus libros tanto infantiles como para adultos, no lo demuestra, o al menos, sus personajes permanecen indiferentes ante cualquier manifestación de fe. Y no es de extrañar, dado que en su infancia lo marcó un hecho que describe en Boy con su habitual ironía: el director del Centro donde estaba interno, que «propinaba las más sádicas palizas a los estudiantes», llegó posteriormente a ser arzobispo de Canterbury (se refiere al reverendo Geoffrey

Fisher, el encargado de coronar a la reina Isabel II en la abadía de Westmister). Y añade: «El comportamiento de aquel hombre me tenía desconcertado. Cuando le oía predicar sobre el Cordero de Dios y sobre la misericordia y el perdón y todas esas cosas, mi tierno entendimiento era presa de una confusión total. Sabía yo muy bien que la noche antes, sin ir más lejos, aquel predicador no había mostrado ni misericordia ni perdón flagelando a cualquier pobre crío por haber quebrado las reglas. Fue todo esto lo que me hizo que empezase a abrigar dudas acerca de la religión y de Dios. Si aquel individuo era uno de los –––––––– 32 ––––––––

representantes de Dios en la Tierra, entonces es que había un error muy serio en todo el negocio». De sus posturas políticas, tenemos constancia no sólo en episodios concretos de su vida, sino también en algunas de sus citas literarias. Piloto de la RAF durante la 2ª Guerra Mundial, fue herido gravemente durante su enfrentamiento con los nazis, hecho que le marcó el resto de su vida. Es evidente su actitud antimilitarista en libros como El Gran Gigante Bonachón, donde tilda a los militares de cobardes, y en Mi tío Oswald. Además, la crítica al despotismo, al abuso de poder, a la prepotencia, planea constantemente por todas sus historias, como en todo anarquista que se precie de tal. Hay un relato significativo que pone de relieve su odio visceral al nacionalsocialismo alemán: en Génesis y catástrofe el relato del mismo título, que se subtitula «Una historia real», cuando la aventura de la señora Hitler que da a luz a un niño al que bautiza como Adolfo. Otros tres nacidos con anterioridad habían fallecido y por ello debe poner ahora todos los cuidados para que éste sobreviva (hurgando entre líneas en Las brujas, alguien ha querido extraer en la marcada pronunciación de la Gran Bruja, una crítica implícita al malévolo poderío alemán). Su posicionamiento social queda bien patente en libros como Charlie y la fábrica de chocolate o Danny, campeón del mundo, donde hay una toma de postura en defensa de los más débiles, de la clase obrera, una clara conciencia social. Hay que llamar la atención, no obstante, de una más de sus provocativas y creativas contradicciones: los pigmeos semiesclavizados que trabajan a destajo en la fábrica del señor Wonka en el primer libro mencionado. Su ideología política tal vez queda definida en este diálogo extraído de Mi tío Oswald, cuando los personajes hablan del escritor Bernard Shaw: «es socialista y marxista. Cree que el Estado tendría que dirigir todas las actividades; entonces todavía es más necio de lo que pensaba» (no deja de resultar paradójico que un relato tildado de semipornográfico, sea significativo al nivel de los mensajes). Mensajes o consejos morales que se permite ofrecer en varios de sus libros, lo que contradice su fama de escritor beligerante contra los convencionalismos, aunque tal vez la expresión máxima de su ruptura con las estructuras

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establecidas está contenida en el siguiente diálogo de la página 113 de El Superzorro: «¿qué hay de malo en robar si tus hijos se están muriendo de hambre?»; «¿o en defenderte si alguien te quiere matar?».

La misoginia Dahl fue criticado muchas veces de misógino (he aquí otro punto de contacto con Lewis Carroll), de autor que ridiculizaba a la mujer en sus relatos. De nuevo aquí se pone de manifiesto el espíritu ambiguo del autor. La propuesta anterior es cierta para su obra adulta, aunque no para sus libros infantiles («no quiero hablar mal de las mujeres. La mayoría de ellas son encantadoras», se defiende en Las brujas). Es cierto que las tías de James -Sponge y Spiker- son perversas y la señora de El Superzorro es modelo de ama de casa sumisa y resignada, pero en Matilda, por ejemplo, su libro más emblemático, hace una contumaz crítica del machismo y la protagonista es una niña inteligente y valiente. Es cierto que la abuela de Jorge es una vieja egoísta y regañona, pero la que pinta en Las brujas es prototipo de abuela que todos los niños desearían tener. Aparecen también tipos repugnantes y, además, las niñas protagonizan varios de sus relatos.

Il. de Michel Simenon para James y el melocotón gigante, de Roald Dahl (Madrid: Alfaguara, 1982, p. 93).

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La Naturaleza y la Ecología Dahl era un buen amante y protector de la Naturaleza. Basta repasar su agendalibro Mi año, para darse cuenta de que era un atento observador de la flora y la fauna que le rodeaba. Además, algunos de sus libros infantiles son alegatos ecologistas: en El Superzorro hace una crítica directa de los desalmados que no se detienen ante nada con tal de ver colmados sus deseos de dar caza a unos indefensos animales (y una valiente crítica velada hacia la tradicional caza del zorro inglesa) y tanto enEl dedo mágico como en Los cretinos se pronuncia abiertamente contra la caza y la tortura de pacíficas aves. Es cierto que en Danny, campeón del mundo, el tema central es la defensa de la caza furtiva de faisanes, en la que padre e hijo ponen todo su ingenio, pero el hecho es un acto de rebeldía, un ataque contra los poderosos, contra el abuso de la caza de faisanes especialmente criados para ello, contra la falta de ingenio. Así era Dahl: desconcertante, inquieto, creativo, irónico, malicioso, contradictorio. Al igual que la prodigiosa imaginación de Verne le llevaba a cometer errores de bulto que no se paraba a corregir, la fabulosa creatividad del autor británico le inducía a incurrir en ocasiones en aparentes contradicciones, a plasmar en sus obras, por ejemplo, mezclas de varios géneros. Y una pregunta como colofón: ¿por qué a un autor tan conocido y tan del gusto de los lectores más jóvenes, se le negó el Premio Andersen? La respuesta tal vez haya que buscarla en el posicionamiento crítico del autor frente a los adultos, que debió pesar en un jurado compuesto exclusivamente por venerables personajes de edad avanzada... y con escasa imaginación.

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Anexos

Libros del autor por editoriales y edades

Alfaguara A partir de 9 años El cocodrilo enorme. ¡Qué asco de bichos!

El Superzorro. Agu Trot. El dedo mágico. La maravillosa medicina de Jorge. Los cretinos. La Jirafa, el Pelícano y el Mono. A partir de 11 años James y el melocotón gigante. Charlie y la fábrica de chocolate. Charlie y el ascensor de cristal. Las brujas. Danny, campeón del mundo. Matilda. El Gran Gigante Bonachón. Boy (autobiografía). Volando solo (autobiografía). A partir de 14 años Sus mejores cuentos (13 cuentos) Altea A partir de 9 años Cuentos en verso para niños perversos. Los Mimpins. Ediciones SM A partir de 9 años El vicario que hablaba al revés.

Mi año. Anagrama A partir de 14 años Puchero de rimas. Mi tío Oswald. Relatos de lo inesperado. El gran cambiazo. Dos fábulas. Historias extraordinarias. Debate A partir de 14 años La venganza es mía. Génesis y Catástrofe. Películas basadas en sus libros James y el melocotón gigante. Director: Henry Selick. La maldición de Las brujas (basada en Las brujas). Director: Nicholas Roeg. Danny, campeón del mundo. Director: Gavin Miller. Matilda. Director: Danny de Vito. El buen amigo gigante (basada en El Gran Gigante Bonachón). Dir.: Brian Cosgrove. Un mundo de fantasía (basada en Charlie y la fábrica de chocolate). Dir.: Mel Stuart. El señor Wonka (basada en Charlie y la fábrica de chocolate). Película basada en su vida La historia de Patricia Neal (basada en las relaciones con su primera esposa). Directores: A. Harvey y A. Page.

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Bibliografía sobre el autor FERRER, C. «Roald Dahl, el gigante amigo de los niños», CLIJ, enero 1989. DAHL, T. «Mi padre, Roald», El País, 12 de junio de 1988. GARRALÓN, A. «Roald Dahl, una Arcadia infantil», El Urogallo, noviembre 1990. — «Roald Dahl se ha ido». Letragorda, nº 4. LAGE, J. J. «Roald Dahl, un volcán de ternuras», CLIJ, nº 47, febrero de 1993. GUTIÉRREZ DEL VALLE, D. «Roald Dahl, el gran cocinero chino», Peonza, nº 29. REVISTA PLATERO: monográfico, nº 44, febrero de 1991. REVISTA PEONZA: nº 32, abril de 1995. REVISTA BABAR: nº 9, junio de 1991.

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