Del Alvear al Parakultural

2 may. 2014 - antes, y ¡misionero!”. Ah, la Mesopotamia ... templos al estilo de Palladio, el art nouveau, ... obras más famosas de la historia del arte, desde la ...
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Viernes 2 de mayo de 2014 | adn cultura | 3

CróniCas de la selva

Del Alvear al Parakultural Cuentos, poemas y fotografías, reunidos en sendos libros que acaban de presentarse, convocaron a lo más granado del mainstream y del under Hugo Beccacece | para la nacion

S

ofocados, solazados y sojuzgados por el asombro. La presentación en Casa Brandon de Sofoco (Mansalva), el primer libro de cuentos de Fernando Noy, se convirtió en una fiesta animadísima y de duración wagneriana (de 19.30 a medianoche). Por supuesto, allí estaban los que habían sido asistentes habituales o figuras notables del Parakultural, la catedral del underground en la década de 1980 y principios de la de 1990, donde Noy era oficiante. Entre otros sacerdotes (en verdad, un arzobispo) de aquel remoto templo de la herejía, se encontraba en Casa Brandon Humberto Tortonese, el único sobreviviente del trío que habían formado con Batato Barea y Alejandro Urdapilleta. Con un pañuelo a modo de bandana, Noy anunció con sonrisa pícara, al son de la música de fondo, que la locutora Elizabeth Vernaci, Tortonese (“mi medio pomelo”) y él leerían relatos del libro; además, hablarían la periodista Liliana Viola y los escritores Gabriela Cabezón Cámara y Julián López R. Uno de los cuentos de Sofoco fue interpretado, mitad y mitad, en párrafos alternados, por Noy y Tortonese. Los dos se plantaron en el centro de la sala, las espaldas apoyadas el uno contra el otro, las nucas pegadas en sentidos contrarios, como si fueran el águila bicéfala del Imperio austrohúngaro. Al comienzo, había un epígrafe de la poeta brasileña Adélia Prado. Tortonese, ebrio de saudades, corrió la cabeza al costado, pero sin apartar su espalda de la del autor, para indicar que se salía del libreto. El verso de Adélia Prado le provocó a Humberto un soponcio poético, le hizo recordar que había recitado ese poema en vida de Batato y, allí nomás, lanzó el chorro imparable de esa poesía, los ojos revoleados hacia la eternidad. Después volvió, con su compañero, a Sofoco, donde se combinaban el humor sicalíptico, el drama y el erotismo más crudo. En una mesa de la primera fila, pero al costado, era imposible no reparar en el traje verde jungla y la peluca café de corte gótico, deliberadamente torcida, de una celebridad: Ramón Ayala, el cantautor de “El men-

sú” y “El cosechero”. Cuando Noy anunció que Ayala iba a cantar, el público estalló en una ovación y alguien, en medio del alboroto, explicó: “Es como Mick Jagger, pero antes, y ¡misionero!”. Ah, la Mesopotamia argentina… Más tarde, se escuchó a Franco Luciani en la armónica. Una señora precisó: “Es el mejor armoniquista actual, el heredero de Hugo Díaz”. Certera afirmación. En el intervalo, casi todos se precipitaron al bar con el fin de restaurar fuerzas para la segunda parte del Sofoco: a la barra se acodaron la escritora María Moreno, el cineasta Luis Ortega y el editor Francisco Garamona que cada tanto hacía explotar bombas de papel rojo, azul, amarillo; en suma, el arcoíris, como correspondía a la reunión. Otras voces, otros ámbitos. Más de ochocientas personas colmaban los salones del hotel Alvear. Se presentaban conjuntamente La mirada impar, el libro de poemas del escritor y empresario farmacéutico Alejandro Roemmers, y el álbum de fotografías San Rafael del Reparo, de Rafael de Oliveira Cézar y Martín Wullich, consagrado a documentar la belleza del campo marplatense de “Rafaelito”, donde desplegó su imaginación y originalidad en construcciones y jardines de inspiración clásica y medieval. Martín Wullich, el conocido locutor y periodista, fue el maestro de ceremonias. Rafaelito contó que había construido San Rafael del Reparo durante cuarenta años. Poco a poco fue sumando pabellones, especies de árboles de distintos continentes, animales y objetos, hasta que creó un mundo en el que se cruzan la tradición criolla, los templos al estilo de Palladio, el art nouveau, los castillos ingleses y las lápidas con inscripciones centenarias traídas de Túnez, donde Rafaelito fue cónsul argentino. Alejandro Roemmers hizo un breve relato de su vocación de escritor, que lo llevó a veces a componer un poema antes de una reunión empresarial. Leyó y comentó varios de sus textos de tono espiritual, en los que canta a la belleza y a la verdad. Uno de ellos fue “Padre Nuestro”,

En casa Brandon dio a conocer los relatos de Sofoco, su primer libro de cuentos, editado por Mansalva Fernando noy EScritor y pErforMEr

la mirada impar es su flamante volumen de poemas, cuya aparición fue celebrada con un tentador buffet alejandro roemmers EScritor y EMprESario

una versión personal de la oración cristiana (“No nos dejes permanecer en la omisión y el error”). La última poesía, “Un regalo para Francisco”, está dedicada al papa argentino y fue escrita en la ciudad del Vaticano. Los invitados podían llevarse, a modo de obsequio, los dos libros que se presentaban. Si lo deseaban, se les sugería dejar una donación para la obra del padre Pepe Di Paola. Ese detalle tomó de sorpresa a varias personas que se habían desplazado casi sin dinero en efectivo, por lo que algunos de ellos, incómodos, pedían prestado a sus amigos para solucionar esa dificultad. Otros, en la misma situación, tímidos, no se atrevieron a imitarlos, pero retiraron los volúmenes: la donación debe de haber llegado por correo, posteriormente. La generosidad con que se distribuían los dos títulos, muy bien editados, hizo que algunos miembros de la concurrencia se retiraran con dos y hasta con tres copias de cada uno, tal era el entusiasmo. Cuando terminó el acto, se sirvió un buffet tentador como el pecado. Entre los comensales, se veía a Nelly Arrieta de Blaquier, Mirtha Legrand, Cristiano Rattazzi, Claudia Caraballo de Quentin, Sergio Quentin, Enrique Santamarina, Felisa Rocha, Teresa Anchorena y Ángel Navarro. El domingo pasado, los visitantes de Atlas de las Bellas Artes, la muestra de Rep en el Museo Nacional de Bellas Artes, se renovaban sin cesar. Entre ellos, el artista circulaba sonriente. Se alegraba, de incógnito, de los comentarios del público sobre sus ocurrencias y su formidable línea. Por supuesto, a menudo era reconocido y felicitado por la exposición. “Nadie se imagina todo lo que aprendí de pintura y de composición haciendo estos dibujos. Tuve que aplicarme a imitar, parodiar, citar las obras más famosas de la historia del arte, desde la prehistoria hasta la actualidad”, explicaba. Como prueba, están los largos cuellos de Modigliani, los mapas de Kuitca, los muñequitos de Liliana Porter, el Juanito Laguna de Berni, las bailarinas de Degas, el Moisés de Miguel Ángel, los aldeanos de Brueghel, El grito de Munch, El beso de Klimt y los cafés de Edward Hopper. C