Cuidar la ciudad de las perlas

14 jul. 2013 - confundible ritmo del reggae. Los cálidos soles y las enérgi- cas lunas en el barrio histórico de Kingston transcurrieron a puro aprendizaje.
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turismo | 11

| Domingo 14 De julio De 2013

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Delfines rosados en agua helada

Intercambio cultural en el histórico Kingston

Por Cuca olmi de Cornejo

Por Matías rebecca

Río de Janeiro.

“Esta es la escalera de Selarón, en el bohemio barrio de Santa Teresa, donde conviven numerosos artistas. Muy cerquita de los Arcos de Lapa, lugar de reunión de la juventud al atardecer, y también de la estupenda catedral, se encuentra esta escalera, una de tantas que tiene Río para comunicarse de un sector a otro, pero en este caso, parcialmente cubierta con azulejos o trozos de ellos. No está terminada y no se sabe si alguna vez alguien lo hará ya que el artista que la realizó, Jorge Selarón, murió a principios de este año. A los laterales de la escalera hay casas, cuyos frentes están cubiertos, la mayoría, con azulejos rojos, y están habitadas. Lo último, ¡son 215 escalones!”, comenta María Marta Gallinger.ß

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Habíamos dejado atrás la revolucionaria Cuba para seguir camino por la tierra de Bob Marley, Jamaica. Aterrizamos. Mochilas al hombro compramos moneda local y salimos del aeropuerto. Un tal Phillip Whight (de profesión músico) que habíamos contactado meses atrás en Buenos Aires, nos había ofrecido su casa en la capital jamaiquina. Sin más opción o ayuda que un teléfono, un nombre y una dirección, nos subimos al económico colectivo N98 con destino al, en aquel momento impensado, ghetto de Kingston. Durante el trayecto erróneo de dos líneas de colectivo y un justificado y carísimo taxi, el ambiente pesado se intensificaba al andar. Las miradas penetrantes nos preguntaban callando What are you doing here? (¿Qué estás haciendo aquí?). Las tajantes etiquetas de white man (hombre blanco) nos hacían sentir la localía, y los gritos de ambulantes y las propagandas por radio aturdían nuestro débil bienestar. Pero aquella desesperada hora de 90 minutos terminaba en un pasaje olvidado en el tiempo, en la imborrable puerta de tablones de madera agujereada, despintada y sin cuidar: habíamos llegado a la casa de Phillip. Atravesando la entrada, nos recibía un rasta blanco (un desconocido total al primer saludo. Se nos adelantaba diciendo: “Yeah man. Welcome. I am Ben”, y dos perros con ladridos de bienvenida. Un pasillo largo de tierra nos conectaba con el patio-pulmón de la casa, donde

esperaba la potencia de los hijos de nuestro anfitrión (Andrew, JR y Case), el orgulloso hedor jamaiquino característico y el inconfundible ritmo del reggae. Los cálidos soles y las enérgicas lunas en el barrio histórico de Kingston transcurrieron a puro aprendizaje. Phillip, Ben y sus amigos nos mostraban la forma y vida de la cultura nacida en la tierra prometida de Zion, en la lejana Etiopía. Nos abrían la cabeza a un mundo de nuevas religiones, de tradiciones y rituales diferentes; a inmolar los días y las noches para abandonar el sistema Babylon y ejercer un culto ortodoxo hacia un nuevo dios. Aquel intercambio cultural fue inenarrable. Mientras dejaba caer el agua en el siempre fiel mate, para compartir nuestra cultura argentina con un dulce amargo, los rastas que acompañaban las tardes de grabaciones para su nuevo CD nos agasajaban cocinando manjares vegetales, nos enseñaban la técnica que florece las dreadlocks y pre-

dicaban los párrafos de la biblia negra al unísono canto de las letras del dios del reggae, revelando así las indispensables ceremonias del rastafarismo. Con risas y miedos, entre admiración y rechazos, de preocupaciones y alegrías, sin baños y sillas, desde cantos y sueños hacia un amor y un corazón, contra todo, sobre nada, por todo lo humano. Enterrados los prejuicios, los miedos y las primeras impresiones, al paso de algunas horas ya nos sentíamos nuevamente en el andar. Pero el reloj nos perseguía y la ruta jamaiquina nos esperaba, había que continuar por la carretera. Nos despedimos con besos y abrazos prometiendo un regreso. Nuevamente cargamos las mochilas en los hombros, subimos al apretado colectivo número 65 y un routaxi hacía el próximo pueblo: Port Antonio o como dice Manu Chao, hacia la próxima estación.ß

Dejamos Ushuaia con una temperatura invernal. Una ciudad tan inglesa como Puerto Argentino en las Malvinas, casitas blancas con techos azules a dos aguas, sobrias y confortables, muy british; algunas con jardines donde lupines, macachíes y corazón de indio iluminan esa tierra inhóspita. Me quedan en la retina las cinco elevaciones del monte Cinco Hermanos, cinco, como mis hijos. En la templada hospitalidad del crucero entramos al Beagle rumbo a Chile por los canales fueguinos, pero pasará mucha agua bajo el barco antes de ver el primer ventisquero. Aparece derramándose en el agua color zafiro y no mezclando todavía su agua más verde con la otra. Almorzamos y me quedo en una mesa de cara a las islas, siguiendo en un mapa esta sucesión de descubrimientos. Los más jóvenes se han ido a popa para sentir el frío polar y de repente, surgidos de la nada y exactamente debajo de mí, cuatro delfines rosados. Parecen exactos en color y tamaño. Nadan tranquilos a la misma velocidad que el crucero. Saltan en el aire y parecen envueltos en una capa de brillantes y perlas. Juegan con las olas suaves de la estela que va dejando el crucero, saltándolas o zambulléndose debajo de ellas, empujándose con sus largas trompas como si fuesen chicos en recreo. De repente uno se da vuelta sobre sí mismo y su panza rosa bebe queda a la luz del sol. Delfines rosados y bien rosados. ¿Los delfines no suelen ser de aguas cálidas? Sí, aunque también los hay a 40 km de Puerto Madryn en mar adentro, pero gris oscuro. Y éstos estaban ahí, tan desenvueltos, tan decorativos en el agua azul zafiro. Pasaron un rato jugando con las olas, si parecía que hasta se oían carcajadas. Desaparecieron justo cuando estaba por dejarnos el último destello del sol.ß

Cuidar la ciudad de las perlas

sitio protegido. La Unesco incluyó en su lista a la medina amurallada de Al Zubarah, construida a fines del siglo XVIII, el primero del emirato árabe Qatar logró su primer Patrimonio de la Humanidad. El sitio arqueológico de Al Zubarah, a orillas del golfo, fue incluido en la lista de sitios protegidos de la Unesco. La ciudad amurallada de Al Zubarah se convirtió en un próspero centro de pesca y comercialización de perlas a fines del siglo XVIII y principios del XIX. Al Zubarah fue fundada por comerciantes de Kuwait y estableció vínculos comerciales con la

Península Arábiga y las regiones del Índico y el Asia occidental hasta 1811, año de su destrucción y abandono. Una capa de arena protegió hasta hoy los vestigios de la ciudad, como los palacios, las mezquitas, los zocos, las casas con patios, los muros de protección, los cementerios y las chozas de pescadores. Además de Al Zubarah, la Unesco sumó otros 18 sitios a su lista de sitios protegidos.ß

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