Cristo, la Ley y el evangelio

Cristo y su Ley. Lección 9. (24 al 31 de mayo de 2014). Cristo, la Ley y el evangelio. Carlos Flávio Teixeira 1. ¿Qué quiere decir la Biblia con las expresiones ley ...
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Casa Publicadora Brasilera Comentarios de la Lección de Escuela Sabática II Trimestre de 2014 Cristo y su Ley

Lección 9 (24 al 31 de mayo de 2014)

Cristo, la Ley y el evangelio Carlos Flávio Teixeira

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¿Qué quiere decir la Biblia con las expresiones ley y evangelio? ¿Tienen el mismo significado o representan realidades distintas? ¿Son contrarias o compatibles entre sí? Al fin de cuentas, ¿cuál es la relación entre la ley y el evangelio? Estos interrogantes, en general han sido respondidos de cinco maneras por la mayoría de los cristianos en nuestros días. 2 Un primer grupo de cristianos argumento que el evangelio abolió todas las leyes de Dios dadas anteriormente, estableciendo en su lugar solamente el “amor” como la única norma para los cristianos. Un segundo grupo piensa que el evangelio abolió solo algunas de las leyes divinas, manteniendo las demás como normas para los cristianos y resignificándolas a la luz del mencionado mandamiento “del amor”. El tercer grupo cree que el Evangelio marca un nuevo período en el trato de Dios con la iglesia, una era en la que pasa a gobernarla a través de la gracia y no de la ley, viendo en ambas una antítesis implícita. Un cuarto grupo argumenta que el evangelio convirtió a las normas divinas dadas hasta el momento en un testimonio profético que ya no tienen más fuerza de ley; así, las leyes se habrían convertido en meras recomendaciones que pueden ser aceptadas o no, y sólo cuando aparecen claramente repetidas en la enseñanza del Nuevo Testamento. Y, finalmente, un quinto y último grupo que defiende el argumento de que el evangelio no abolió ninguna de las leyes de Dios dadas hasta el momento. Para éstos, el evangelio de Cristo representa el cumplimiento de algunas de esas leyes, haciéndolas innecesarias en razón de su cumplimiento, pero manteniendo las demás exactamente como fue desde antes.

1 Pastor, actualmente cursando el posdoctorado en Teología Bíblica Sistemática en la Universidad Andrews, en la Escuela Superior de Teología. Es Doctor en Ciencias de la Religión con especialidad en Teología Sistemática. Posgraduado en Maestrías en Teología y Derecho Constitucional. Miembro de la Adventist Theological Society, es docente en los cursos de Grado y Posgrado de la Universidad Adventista de San Pablo, campus Engenheiro Coelho. Está casado hace 16 años con Fernanda Cristina F. Teixeira, con quien tiene dos hijos de 12 y 4 años. 2 Bahnsen, Greg; et al.; editores. Lei e evangelho: cinco pontos de vista. Traducción al portugués de Valdemar Kroker. (Colección Debates Teológicos). San Pablo: Editora Vida, 2003. Recursos Escuela Sabática ©

Ante estas posturas, debes preguntarte: ¿De dónde surge tanta creatividad, tantos distanciamientos e incoherencias? La respuesta surge del alejamiento de la Biblia y la imposición de opiniones personales respecto del texto sagrado. Para comprender entonces la relación adecuada entre la Ley y el evangelio, consideremos algunas realidades bíblicas que aclaren el tema.

La Ley y el evangelio La primera cuestión importante es tener en claro en la mente el significado de las expresiones “Ley”, “Gracia”, y “verdad”, utilizadas en la Biblia. Aunque estos términos tengan variados significados contextuales, son utilizados por Juan (1:17) de manera esclarecedora. Por ley (nómos) 3 él quería indicar “el sistema de religión revelada bajo el cual vivían los judíos en los tiempos del Antiguo Testamento. Este sistema fue divinamente ordenado pero fue gradualmente pervertido por la tradición humana… En los días de Cristo, el término ‘ley’ no sólo incluía el Decálogo sino todo lo que Moisés y los profetas habían escrito (Lucas 24:27, 44), pero tal como lo interpretaban los rabinos”. 4 Las expresiones “gracia y verdad” (charis y alétheia) 5 son utilizadas por Juan para señalar las principales características de la obra mesiánica concretadas por Cristo. Es una alusión a las razones que validan la obra salvífica que encuentra su cumplimiento en Jesús, conforme lo anunciado en los versículos anteriores (1:1-14). Es una formalidad teológica utilizada por Juan para referirse al evangelio. Al contrario de lo que sugieren algunas traducciones interpretativas de la Biblia, el texto de Juan no contrapone la ley y el evangelio. Él destaca a ambos con el fin de valorar las cualidades de cada uno y evidenciar la plenitud de la Revelación encarnada (Cristo), en relación a la Revelación escrita (la Ley). Hay una mención confirmativa del Evangelio en relación a la Ley. Con esto, Juan quiso decir que la revelación de la gracia, que ya era buena por medio de la Ley, quedó aún mejor en su plenitud revelada por medio del Verbo de Dios. Así, “el contraste entre ‘ley’ y ‘gracia’ no es tanto un contraste entre el sistema de religión en los días del Antiguo Testamento que anticipaba un Mesías venidero y el que fue revelado por Cristo (cf. Hebreos 1:1-2), como entre la interpretación pervertida que los rabinos, exponentes oficiales de la ley, habían colocado sobre la gracia y la verdad de Dios reveladas (cf. Romanos 6:14-15; Gálatas 5:4), y la verdad tal como era revelada por Jesucristo”. 6 Como bien recuerda Bruce, “en la ley que fue dada a través de Moisés, tampoco faltaba énfasis en la gracia y en la verdad, pero todo lo que de esas cualidades fue manifestado en los tiempos del Antiguo Testamento, fue revelado en plenitud concentrada en el Verbo encarnado”. 7

Novo Testamento Interlinear Grego-Português. Barueri, SP: Sociedad Bíblica de Brasil, 2004, p. 342. Nichol, Francis; ed.; Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 882. 5 Novo Testamento Interlinear, p. 342. 6 Nichol; tomo 5, p. 883. 7 Bruce, F. F. João: Introdução e Comentário. Serie Cultura Bíblica, v. 4. Traducción al portugués de Hans Udo Fuchs. San Pablo: Vida Nova, 2006, p. 49. Recursos Escuela Sabática © 3 4

Una vez comprendidos los significados mencionados, una segunda cuestión importante es verificar cuál es la relación existente entre la ley y el evangelio en las enseñanzas de Jesús. “El Evangelio de Cristo es la ley ejemplificada en el carácter”. 8 Al respecto, la Biblia no deja margen para las dudas: desde la perspectiva de Cristo no hay evangelio sin ley y tampoco Ley de Dios que no forme parte del evangelio eterno (Mateo 5:17, 18; Apocalipsis 14:6). Elena G. de White recuerda que ellos están “combinados”. 9 Entonces, en vez de ser antagónicos, la ley y el evangelio son instrumentos de la gracia para salvación de todo aquél que crea en Cristo. La Ley es el instrumento de la gracia, porque nos muestra que no es posible vivir sin la protección y la orientación divinas concretada a través de sus leyes. Cuando la Ley nos condena, la gracia nos impele a aceptar el evangelio. Cuando el evangelio nos alcanza, la gracia nos reconcilia con Dios y con sus leyes. No es posible separar lo que en el corazón de Dios permanece unido y que así permanecerá por la eternidad. La gracia divina no reconoce separación entre el evangelio y la ley. 10 La gracia no nos brindaría la Ley para que sirva como sustituto del evangelio, del mismo modo que la gracia no nos salvaría para que continuemos en la transgresión de la Ley. El plan de Dios es que la Ley evidencie e intensifique nuestra necesidad del evangelio, mientras que este último nos consolida en la obediencia a la Ley. La gracia siempre es el vehículo de comunicación de la verdad divina, y lo hace a través de la Ley y el evangelio, ambos componentes de un mismo plan salvífico. La gracia comunica, por medio de la Ley, la verdad de que el pecado existe y que necesitamos ser liberados de él. Al mismo tiempo, esa gracia comunica, a través del evangelio, la verdad de que la libertad existe en Cristo y que podemos experimentarla mediante Él. Así, tanto la Ley como el evangelio son como los lentes inseparables de los “anteojos” dados por Dios para que percibamos, sin miopía, la preciosa gracia divina.

El pecado y la Ley Al comprender la perspectiva bíblica de la inseparable relación existente entre la Ley y el evangelio, en el contexto de la manifestación de la gracia divina a través de Jesucristo, queda claro que la Ley no es pecado. Es el instrumento de identificación y condenación del pecado, pero no es pecado en sí misma. En Romanos 7:7-12, Pablo esbozó su perspectiva acerca de esta realidad. Dejó bien en claro que la naturaleza del pecado es mala (7:11), puesto que nos aparta y nos separa de Dios. La Ley de Dios es de naturaleza opuesta. Es buena porque contribuye a nuestra cercanía, conformidad y dependencia comunitaria de Dios. Por eso Pablo dice que el Mandamiento es “santo, justo y bueno” (7:12). Aunque la propia Ley no pueda reconciliarnos y mantenernos junto a Dios, es el instrumento del Espíritu Santo para mantenernos bajo la providencia de la gracia divina (8:1-17). El Espíritu Santo la utiliza para mostrarnos nuestra condición de expatriados en el pecado, evidenciando así nuestra necesidad de ser repatriados al reino de Dios. También la usa para orientar

White, Elena G. de; Mensajes selectos, tomo 2, p. 124. White, El evangelismo, p. 172. 10 Ibíd., pp. 434, 435. Recursos Escuela Sabática © 8 9

nuestra vida de manera que nos mantengamos en coherencia con la ciudadanía de ese reino eterno, asumida cuando aceptamos ser súbditos de Jesucristo. 11 Al confrontar con el pecador, la Ley tiene la misión de reprobar todo el mal que es contrario al bien expresado en ella, aunque ese mal sea sutil y aceptable a los ojos humanos. Pablo nos da un ejemplo de este rol de la Ley al mencionar la condenación que formula respecto de la codicia humana (Romanos 7:7). Parece que ya en su tiempo, así como todavía hoy, algunos pecados parecían ser más aceptables que otros a los ojos humanos, y la codicia era uno de ellos (Hechos 20:33). Para evitar ese malintencionado disfraz del pecado, Pablo destaca el papel de la Ley cuyo contenido (en forma de valores, principios y reglas) nos pone frente a frente con el pecado, denunciando su presencia. Muchos hoy rechazan las leyes de Dios (morales, de la conciencia, de la salud), justamente en razón de la denuncia que ellas hacen de nuestros pecados. Generalmente, los cristianos apoyan la Ley cuando ésta denuncia el robo a mano armada, el abuso sexual, el asesinato pasional, los actos violentos, el crimen organizado, etc., pero lo triste es que cuando se sienten incómodos por ser reprobados en otros tipos de pecado, muchos desprecian la Ley. Para mucho más del robo con un arma de fuego, las leyes divinas también denuncian el robo con el corazón armado de ambición (por ejemplo, la infidelidad en los diezmos, la avaricia en las ofrendas, la evasión en los impuestos, la mezquindad en ayudar a los necesitados, explotación laboral, acumulación de bienes materiales, etc.). Además del abuso sexual, las leyes de Dios también denuncian otras clases de perversión sexual, tales como fornicación, la masturbación, la prostitución, la pornografía, el adulterio y otros desvíos sexuales que también son pecados. Además del asesinato biológico, las leyes divinas también denuncian el asesinato emocional, que consiste en el desprecio de un hijo de Dios de parte de otro (por ejemplo, el descuido de los padres ancianos de parte de los hijos, el chisme y la crítica maliciosa, los litigios entre hermanos en la fe que se enemistan y se rehúsan a hacer las paces, la indiferencia o desprecio por aquellos que nos ofenden, etc.). Además de las formas evidentes de violencia, las leyes de Dios también reprueban las manifestaciones más sutiles de esa práctica, por ejemplo, la impaciencia con los más débiles en la fe, la insensibilidad hacia los débiles emocionales (niños, personas con necesidades especiales, ancianos, etc.), el maltrato al cónyuge, el descuido de los hijos, etc. Más allá de simplemente denunciar tales prácticas negativas, las leyes divinas también denuncian la omisión en cuanto a lo que debería hacerse, en cosas tales como la verdad que no se dice, o la ayuda que no se presta. Las leyes de Dios no nos dejan engañados en cuanto a las actitudes que de parte nuestra muchas veces son consideradas como “pecados intocables”. 12

Henry, Matthew. Comentário Bíblico Novo Testamento: Atos a Apocalipse. 1ª edición. Traducción al portugués de Luís Aron, Valdemar Kroker, y Haroldo Janzen. Casa Publicadora das Assembleias de Deus, 2008, pp. 345-347. 12 Bridges, Jerry. Pecados intocáveis. Traducción al portugués de Eulália Pacheco Kregness. San Pablo: Vida Nova, 2012. Recursos Escuela Sabática © 11

Ante este rol denunciador de la Ley, muchos son los que optan por rechazarla a fin de que puedan permanecer en sus variadas zonas de comodidad producidas por el pecado. En dirección opuesta, Pablo reconoce la importancia de la Ley al declarar: “Yo no hubiera conocido la concupiscencia, si la Ley no lo dijera” (Romanos 7:7). Y a continuación, admite que por algún tiempo estuvo engañado en relación a la Ley: “Y hallé que el mismo Mandamiento, destinado a dar vida, me trajo muerte” (Romanos 7:10). Reconoció que eso sucedió porque el propio pecado lo engañó al intentar seducirlo a permanecer bajo la condenación de la Ley (Romanos 7:11). Al final, dio gracias a Cristo, en quien encontró paz y perdón para los pecados condenados por la Ley (Romanos 7:25). Su experiencia de aceptación de la gracia lo reconcilió con Dios y con la Ley (Romanos 7:22).

La Ley e Israel Debido al importante rol de la Ley en el plan de salvación, su entrega al pueblo de Israel fue un acto de la gracia divina con una doble finalidad (Deuteronomio 30:1520). La nación recibiría las bendiciones de vivir bajo la protección de las leyes divinas (Éxodo 19:6), y al mismo tiempo serviría como conducto de esa gracia a las demás naciones, testificando ante ellas acerca del verdadero Dios (YAHWEH) y sus leyes. Israel fue así una nación doblemente escogida por Dios. Para entender bien lo que eso significa necesitamos comprender las realidades de la “elección salvífica” y la “elección funcional”, así como las diferencias entre ambas. La elección salvífica es amplia e individual, y significa que cada ser humano es elegido (escogido) por Dios para ser salvo en su Nombre. Desde los tiempos eternos (Apocalipsis 13:8), “de tal manera amó Dios al mundo para que todo aquél que en Él crea no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). A diferencia de lo que afirman los calvinistas fundamentalistas, Dios no predestinó a solo algunos para la salvación y los demás a perdición. La Biblia muestra que Dios “es paciente con nosotros, porque no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Dios mantiene en el corazón de todo pecador la vocación por la eternidad, implantada en el ser humano en ocasión de su creación a la imagen del Creador (Génesis 1:26, 27). Así, los seres humanos son libres de aceptar o no esa decisión divina, sabedores de que su decisión, y la conformidad –o no– a ella, definirá su destino eterno. 13 La así denominada “elección funcional”, puede ser individual o colectiva, y significa la elección, hecha por Dios, de una persona o grupo, para el cumplimiento de una función especial (misión) en el curso del plan de salvación. En el plano individual, los israelitas fueron elegidos para salvación, así como todos los demás seres humanos creados por Dios. En el plano nacional fueron elegidos (escogidos, separados) para la misión especial de ser heraldos de la verdad para las demás naciones de su tiempo. En ambos casos fueron alertados de que las bendiciones de ambas elecciones divinas (salvífica y funcional) no serían automáticas. Los presuntos resultados de cada elección dependerían de su respuesta de fe a la gracia Geisler, Norman L. Eleitos, mas livres: uma perspectiva equilibrada entre eleição divina e o livre arbitrio [Elegidos, pero libres: una perspectiva equilibrada entre la elección divina y el libre albedrío]. Traducción al portugués de Héber de Campos. 2ª edición. San Pablo: Vida Nova, 2005. Recursos Escuela Sabática ©

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ofrecida por Dios en ambas situaciones (Deuteronomio 28). La elección divina no les garantizaría el éxito si ellos no respondían con una fe sumisa a los privilegios que le estaban siendo otorgados. Jamás debían olvidar que también habían sido escogidos por amor de todos los demás, por quienes vendría el Mesías (Deuteronomio 29:14, 15). Fueron recordados de que su elección no resultaba meramente por el amor de Dios por su nación, sino también para amar a todas las demás naciones que quería salvar (Deuteronomio 29:22). Aquél que era “el Deseado de todas las naciones”, escogió a Israel por ser descendencia de patriarcas que se mostraron fieles a Yahweh, tal como fue el caso de Abrahán, Isaac y Jacob (Deuteronomio 29:10-13). El plan de Dios era que su gobierno justo y bueno fuera mejor conocido en este mundo a través del testimonio fiel de ese linaje de hombres fieles. El estilo de vida de ese pueblo debería perpetuar el testimonio de fidelidad a las leyes de Yahweh demostrado previamente por los patriarcas, evidenciando las bendiciones provenientes de esa sumisión (Éxodo 19:5, 6). En la actualidad, para evitar el equivocado sionismo dispensacionalista, muy común en el ámbito evangélico norteamericano, muchos cristianos temen reconocer el papel privilegiado de Israel en el plan de salvación. Sin embargo, podemos reconocer que Israel fue, de hecho, una nación privilegiada por haber sido escogida por Dios para el especial propósito de evangelizar al mundo. Además de la elección salvífica de cada israelita, Dios dotó a Israel con la elección funcional de toda la nación. No obstante, según el propio apóstol Pablo declara, ellos fracasaron en cumplir su misión porque actuaron con celo, pero sin sabiduría. “Por ignorar la justicia de Dios, y procurar establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios” (Romanos 10:2, 3). Aunque la elección salvífica aun sea una realidad para todo judío que crea en Jesucristo (Romanos 11:1-6), la elección funcional de la nación hebrea fue pasada por alto. Lo que sucedió con Israel nos sirve de advertencia a los adventistas del séptimo día que hemos recibido la misma misión profética, con la diferencia de que vivimos en el tiempo del fin, una época en la que la revelación divina ha llegado a niveles sin precedentes en el ámbito de la trayectoria humana de pecado. Las profecías que no eran claras para el antiguo Israel (la nación judía) o incluso para el nuevo Israel (la iglesia cristiana) primigenio, hoy están plenamente accesibles al remanente profético, haciendo su misión igualmente solemne y aún más urgente. Para no incurrir en los mismos errores del Antiguo y del Nuevo Israel, el remanente profético debe tener muy clara la relación entre la fe y la obediencia. Es en este contexto que la proclamación profética del evangelio eterno debe darse exaltando la Ley como su fundamento inconmovible (Apocalipsis 14:7). Muchos cuestionan lo siguiente: “Pero, ¿y si la iglesia remanente fallara? ¿Acaso la antorcha de la verdad no será traspasada a otros, como sucedió en algunas ocasiones a lo largo de la Historia? ¡No! ¡No y No! Según las profecías, aunque muchos profesos adventistas apostataren, el remanente profético no fracasará en su misión. 14 La Iglesia Adventista, como remanente del nuevo Israel (la iglesia cristiana) cumplirá con la misión que le ha sido encomendado.

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White, Eventos finais, pp. 211, 279. Recursos Escuela Sabática ©

Las profecías son claras al mencionar que, al final del tiempo del fin en el que estamos viviendo, Dios ya no utilizará el método de quitar el oro de la escoria. Debido a la inminencia de los eventos finales, Dios pasará a quitar la escoria del oro. A través de un proceso de zarandeo, Dios definirá y confirmará quiénes, realmente, forman parte del remanente. 15 De en medio de los granos de trigo, la cizaña será echada fuera como se arroja la paja para ser quemada. Lejos de ser un motivo de orgullo o jactancia para nosotros, es un llamado de alerta respecto de que todo privilegio profético trae consigo una solemne e intransferible responsabilidad. La delegación de la misión dada por dios no es un pasaporte para la vida eterna, tampoco una prueba de superioridad o ventaja en relación a otros pecadores. A menos que experimentemos el amor y la obediencia comprometidos a Dios podremos estar muriendo de hambre, a pesar de ser comisionados para compartir una provisión abundante del más pura y vital abastecimiento de la gracia divina.

La Ley y las naciones Aunque, como ya hemos dicho, Israel fuera una nación privilegiada con la elección divina para proclamación de Dios y sus leyes (elección funcional), esa delegación no opacó el hecho de que la revelación de esas leyes también fue otorgada también de manera general a todos los pueblos. En cada época, en el transcurso de la trayectoria humana en el pecado, Dios escogió a un grupo de fieles, delegándole la tarea de ser guardadores y proclamadores de sus leyes. Además de esa misión especial, el propio Dios mantuvo formas generales de revelación de su ley, con el propósito de posibilitar el conocimiento básico de su voluntad a aquellos que no fueran alcanzados por el mensaje de sus testigos humanos. 16 Por esta razón es que, al crear el mundo, el Creador imprimió en la creación las expresiones esenciales de las verdades comunicadas en sus leyes de gobierno del universo (Romanos 2:14, 15). Al crear a los hombres a su imagen, Dios implantó en su mente la vocación para esas mismas verdades (Génesis 1:26, 27). Pacientemente, Dios les explicó a los seres humanos sus leyes (Génesis 2:16, 17). Incluso después del daño causado por el pecado, Dios mantuvo en la creación la revelación esencial de sus normas de carácter y gobierno (Romanos 1:18-32). A lo largo de la historia humana, aun para los que no conocieron la ley escrita, transmitida a través de Israel (Éxodo 31:18; Deuteronomio 9:10), el Espíritu Santo actuó de modo tal que fuese grabada en la mente humana (Jeremías 31:33; Hechos 17:26, 27; Juan 16:8; Hebreos 8:10). Esto indica que nadie es dejado por Dios sin una noción básica de su carácter y sus leyes que lo expresan. En su amor, Dios proveyó medios variados para que el conocimiento de su Persona y carácter fueran perceptibles a través de sus leyes, y que éstas fueran accesibles para todos los pueblos. Aun quien no recibe un conocimiento más profundo de Dios a través de la ley escrita, no queda sin reconocerlo en las formas de revelación general de su carácter.

White, Eventos de los últimos días, pp. 176-186. Gulley, Norman R. Systematic Theology: Prolegomena. Berrien Springs, MI, USA: Andrews University Press, 2003, pp. 192-225. Recursos Escuela Sabática ©

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Cualquier persona, que viva en cualquier lugar y momento, tiene acceso al conocimiento básico del amante carácter del Creador expresado en sus leyes. Todas estas formas de revelación de las leyes divina hacen de sus receptores responsables por los niveles de conocimiento de la gracia que los alcanzó (Hechos 17:29, 30).

Gracia y verdad Aunque todas las formas de revelación de la Ley de Dios ya mencionadas, sean importantes, la persona de Jesucristo fue, y continúa siendo, la plenitud de esa revelación (Romanos 16:25-27). En Cristo, Dios reveló de manera cristalina su carácter y su voluntad. A través de su misteriosa encarnación, así como en su vida ejemplar, muerte sustitutiva, resurrección milagrosa, intercesión expiatoria, y juicio vindicador, Jesús revela la manifestación más plena y sublime de las verdades divinas. En Él, las mismas verdades del carácter de Dios estampadas en la Ley han logrado una expresión inconfundible. Al revelar la Ley bajo una perspectiva divina, Jesús evidenció que la gracia y la verdad son inseparables en sus planes (Juan 1:17), y que la Ley es la realidad que muestra eso de una manera más que clara. Desde su perspectiva, la gracia nos ha sido dada para conducirnos de vuelta a la verdad. La Ley, a su vez, es un importante instrumento para hacer esa verdad evidente para nosotros, presentándonos de manera cristalina el carácter de Dios y sus propósitos para nuestra vida. Así, la gracia no tiene como conducirnos, sustentarnos y protegernos en la verdad, sino a través de la Ley. ¿Qué sería la verdad para nosotros, pecadores, de no ser por las leyes de Dios para definirlas de manera objetiva? No sólo podemos saber, con seguridad, quién es el Autor de la Verdad, y cuáles son las bases eternas de su gobierno porque sus leyes, dadas en su Palabra, nos informan al respecto de manera inequívoca. Cristo mostró ser consciente de esa realidad, y por ello valoró sobremanera las leyes divinas. Por su ejemplo, aprendemos que, así como es correcto pensar que no toda las leyes que existen en el mundo sean buenas, es correcto tener la certeza de que todas las leyes de Dios son buenas porque son instrumentos de su gracia para revelarnos y conducirnos en la verdad. De Jesús vino el ejemplo acerca de cómo responder apropiadamente a las leyes divinas, manteniéndonos firmes en la verdad que proviene de su gracia. Con Cristo aprendemos que, si que remos vivir en la verdad, necesitamos amar a Dios (Juan 15:10), estar sometidos a su voluntad (Mateo 26:39), y obedientes a sus leyes (Filipenses 2:8).

La Ley y el evangelio A la luz de Jesús aprendemos la relación inseparable existente entre la Ley y el evangelio (las buenas nuevas de salvación). Como integrante del evangelio, la Ley nos muestra la necesidad de justificación. Después de justificarnos, la gracia divina nos coloca bajo los cuidados de la misma Ley que antes nos condenaba. Entonces nos orienta acerca de cómo vivir en el evangelio, en un continuo proceso de maduración, denominado santificación (Romanos 6:20-23). Este efecto de la gracia es posible porque la Ley nos hace entender que la existencia del pecado es algo incuestionable. En el plano impersonal, alcanza con observar el mal, la violencia, la condición del mundo a nuestro alrededor. En el plano personal, basta con recordar los probleRecursos Escuela Sabática ©

mas que enfrentamos en nuestra desafiante jornada cotidiana. ¿Quién de nosotros no ha enfrentado, o está enfrentando el envejecimiento, la enfermedad, la muerte de algún ser querido? ¿Quién no se siente cansado, débil, desanimado, o incluso con miedo del futuro o perturbado por reminiscencias pasadas? Todos estos son síntomas de la presencia del pecado en nosotros, en las demás personas y en nuestro mundo alrededor. Por más confortable que viva una persona, nadie escapa a los efectos degenerantes del pecado (Romanos 3:23; 6:23; 7:24). No obstante, es ante esa realidad que el evangelio de Jesucristo brilla con total intensidad. Es ante la desesperanza que Dios abre, a través del plan de salvación, un camino de paz y sanidad para los que sufren los efectos maléficos del pecado (Efesios 2:1-10). El evangelio eterno nos recuerda que Dios vindicará a los fieles sufrientes y destruirá a los impíos. Recordemos que todo el aparato del mal tiene los días contados. La muerte tendrá fin, el sufrimiento no existirá más, la separación y la tristeza serán cosas del pasado (Apocalipsis 212:1-4). El mal junto a sus originadores y patrocinadores, serán destruidos. Y lo mejor de todo es que –tal como lo presenta el evangelio– es que el mal que está presente en nosotros, ya puede ser perdonado y redimido a fin de que seamos salvos para el reino de Dios (Hebreos 3:712).

Conclusión En síntesis, a la luz de la Biblia, entendemos que la Ley y el evangelio no son antagónicos. Por el contrario, la Ley es parte importante del evangelio eterno. Fue a la luz de ese evangelio, y para dar cumplimiento a él, que Cristo vivió, murió, resucitó, y hoy intercede en nuestro favor delante del Padre. Vivir el evangelio de Cristo es vivir según su gracia, en obediencia a la voluntad divina expresada en los mandamientos de sus leyes. Es por medio de la objetividad de esas leyes que Dios nos recuerda que el pecado y la salvación no son una cuestión de sentimientos o de lógica racional. He escuchado a personas que, aun viviendo deliberadamente en pecado, afirmaban no sentirse en esa condición. Por otro lado, he conocido a personas que, aun dando testimonio de estar genuinamente arrepentidas y convertidas, afirmaban que no se sentían perdonadas. A otros los escuché decir que no se sentían salvos, aun estando firmes en los caminos de Dios. A todos ellos, y tal vez también a ti, querido lector, me gustaría repetirle: pecado, perdón y salvación no son asuntos que podemos confiarlos a nosotros mismos. Debemos confiar en un “Así dice Jehová”. Si Dios dijo en su Palabra, por medio de sus leyes, que tales o cuales pensamientos, palabras y actitudes son pecado, no es sabio conjeturar al respecto. Las leyes divinas existen para darnos seguridad en cuanto a lo que es correcto o equivocado, bueno o malo, verdadero o falso. Por otra parte, si a través del evangelio de la gracia, Dios también dice que bajo determinadas condiciones tú debes estar seguro de que has sido perdonado y permaneces salvo en la medida en que confías en Él y andas con Él, entonces debes creerlo. Debes estar convencido de lo que Dios te dice, aun cuando no sientas o no entiendas todo a la luz de los criterios de la lógica humana racionalista. Dios es Dios, y su Palabra es plenamente confiable. Es una cuestión de vida o muerte eterna confiar en sus orientaciones y promesas, lo que incluye sus leyes. Recursos Escuela Sabática ©

Oremos, pues para que nunca olvidemos que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20). Y esto sólo es posible porque Dios nos ama por medio de su evangelio eterno que comunica sus leyes. Ambos son inseparables. Eso nos hace confiados y motivados para acercarnos a Cristo, sabedores de que Él jamás pondrá obstáculos en nuestro trayecto rumbo a sus tiernos brazos de amor, y que tampoco nos arrojará lejos de sus cuidados paternales (Juan 6:37). ¡Recibe entonces ese abrazo! ¿Qué estás esperando? La próxima semana seguiremos aprendiendo más acerca de la perspectiva de la ley para el cristiano. Analizaremos la relación de la Ley con el pacto, según se expresa en las enseñanzas de Jesucristo. ¡Qué Dios te bendiga y hasta entonces!

Dr. Carlos Flavio Teixeira

Profesor Universidad Adv. de San Pablo Campus Engenheiro Coelho Traducción: Rolando Chuquimia © RECURSOS ESCUELA SABÁTICA

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