Buenas nuevas acerca del juicio

juicio final, la evidencia de sus acciones confirmará la realidad de esta relación”. 1. En la cruz, Dios probó su justicia: se ocupó de que se pagara la culpa del pecado. Sin embargo, en lugar de que los pecadores pa- garan ellos mismos esa pena, Jesús la pagó por ellos. Por medio de su muerte satisfizo las exigencias de ...
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CAPÍTULO 5

Buenas nuevas acerca del juicio

D

ías después de haber ahogado a sus dos hijos en un lago y haber mirado a los Estados Unidos a los ojos y mentido, Susan Smith confesó. Ahora está custodiada por los fuertes brazos de la ley. Pero, ¿qué en cuanto a innumerables otros que se han salido con la suya realizando acciones tan infames como la de ella? ¿Qué acerca de los violadores, los asesinos, los abusadores que nunca han sido atrapados, que nunca han visto el interior de una celda, que nunca han tenido que responder por sus malas acciones? No se engañen. También se hará justicia con ellos.

Todos enfrentamos un juicio Podemos esconder nuestros secretos de la ley y aun de amigos y familiares, pero ninguna palabra, no importa cuán queda sea; ninguna acción, no importa cuán subrepticia sea; ningún pensamiento, no importa cuán fugaz sea, puede escapar del Dios del cielo. Y él ha prometido juzgar al mundo. “Dios traerá toda obra a juicio, incluyendo cada cosa escondida, ya sea buena o mala” (Eclesiastés 12:14).

“Porque todos estaremos de pie delante del trono de juicio de Dios... Y entonces, cada uno de nosotros dará cuenta de sí a Dios” (Romanos 14:10, 12). “Los que se oponen al Señor serán aniquilados. Tronará contra ellos desde los cielos; el Señor juzgará los extremos de la tierra” (1 Samuel 2:10). Aun los cristianos enfrentarán el juicio: “Es hora que comience el juicio para la familia de Dios; y si comienza con nosotros, ¿cuál será el resultado para los que no obedecen el evangelio de Dios?” (1 Pedro 4:17). Puede dudar de lo que quiera, pero no dude de que un día tendrá que responder a su Hacedor por las acciones y los pecados que pensó que hace mucho tiempo habían quedado perdidos y olvidados. Ese es un futuro que atemoriza, y debería hacerlo. Los cristianos, sin embargo, entran en el juicio con una diferencia crucial: en ese día Jesucristo, en toda su santidad, perfección y justicia, está de pie a su lado, en el lugar de cada cristiano. A diferencia de los demás, que deben enfrentar solos a su Hacedor con todas sus acciones desplegadas acusadoramente delante de ellos, los cristianos tienen un Sustituto, alguien cuya justicia y perfección les es acreditada. Es la única manera en que pueden ser declarados dignos de la vida eterna. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1). La razón por la cual no hay “ninguna condenación” no es porque estas personas no han pecado; lo han hecho. En lugar de eso, no hay condenación porque alguien que no pecó ha tomado su lugar: Jesucristo. La absolución viene no porque ellos sean dignos, sino porque Jesús, su Redentor, lo es. Este concepto, llamado “expiación sustitutiva”, era enseñado en el servicio del templo judío del Antiguo Testamento. En los tiempos del Antiguo Testamento, quienquiera que quería el per-

dón de sus pecados traía un animal, generalmente un cordero o un macho cabrío, al templo. Ese animal era sacrificado allí y su sangre se convertía en el medio de expiación: “Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona” (Levítico 17:11). En hebreo, la palabra para expiación puede significar “cubrir”. Está relacionada con la palabra usada para decir que los padres de Moisés “cubrieron” (con asfalto y brea) el canastillo que pusieron a flotar en el río Nilo para esconder al niño Moisés de las tropas de Faraón. Lo que cubre, o expía, a los cristianos no es asfalto y brea sino la justicia perfecta de Jesucristo. El proceso por el que se obtiene esta cobertura es llamado “justificación por fe” y es el corazón de la salvación bíblica.

Profecías escritas con sangre Cada sacrificio animal del Antiguo Testamento era, en realidad, una miniprofecía de la muerte de Jesús en la cruz. Mientras que la mayoría de las demás profecías fueron escritas en pergamino por los profetas, estas profecías fueron escritas con la sangre de las bestias. La gente podía olvidar fácilmente las palabras trazadas sobre un rollo o pronunciadas por un profeta, pero no podían olvidar la cara del cordero mientras caía a sus pies la sangre del mismo por causa de los pecados de ellos. Sus memorias tampoco retendrían el reproche de un profeta tanto tiempo como el tiempo durante el cual sentirían la sangre caliente chorreando sobre sus manos, sangre que señalaba el sacrificio de Cristo en la cruz. “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación’’ (1 Pedro 1:18, 19).

Más de quinientos años antes de Jesús, Isaías describió la obra de expiación que él llevaría a cabo en la cruz: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados... Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5, 6). La gran noticia para los que aceptan a Jesús como su Salvador es que en ese momento, él se convierte en su sustituto, el medio por cual son “justificados” con Dios. A la vista de aquel con quien han de encontrarse en el día del juicio, la santidad de Cristo, la justicia de Cristo, se convierte en la santidad de ellos, en la justicia de ellos. De hecho, Jesús está intercediendo por los cristianos en este momento también, así como el sacerdote intercedía en el servicio del santuario terrenal por el pecador: “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24; se ha agregado el énfasis). Aun ahora, los que han entregado su vida en obediencia a Cristo, eligiendo vivir sólo para él y apoyando su esperanza de salvación en los méritos de él, son aceptados por Dios como si nunca hubieran pecado, así como Jesús nunca pecó. Y en el día del juicio esta aceptación es confirmada para la eternidad. Hace miles de años, el rey David, quien no sólo había pecado sino que también había cometido asesinato, entendió la maravillosa provisión que Dios había hecho para los pecadores arrepentidos: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad” (Salmo 32:1, 2). Afortunadamente para David, sus pecados, incluyendo el asesinato, el adulterio y las mentiras, fueron expiados por Jesucristo, su Salvador y Sustituto. En el juicio, Dios no verá las malas acciones de David. En su lugar, cuando mire la “cuenta” de David, verá la justicia y la perfección de Cristo, el único medio por el cual

David puede entrar en el reino eterno de Dios.

Quitando el velo al gran juicio Daniel 7, que comienza con una descripción completa de los grandes poderes mundiales desde la antigua Babilonia hasta la venida de Jesucristo, revela el gran juicio que aparece al fin del tiempo. En el versículo 8, este capítulo presenta el símbolo de un poder político-religioso, el “cuerno pequeño”, que perseguirá al pueblo de Dios en los últimos días. Luego sigue describiendo un juicio en el cielo: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días... Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos” (Daniel 7:9, 10). En otra descripción de la misma escena, Daniel escribe que el cuerno pequeño persiguió al pueblo de Dios hasta que “vino el Anciano de días, y emitió juicio en favor de los santos del Altísimo” (versículo 22, NVI; se agregó el énfasis). El fallo del veredicto es a favor de los santos sólo porque tienen a Jesús como su sustituto. No puede ser de otra manera. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Así, los pecadores pueden ser vindicados en el juicio únicamente si están cubiertos por la sangre de Jesucristo. La Biblia dice que los cristianos pueden tener “confianza en el día del juicio” (1 Juan 4:17), no por algo que ellos hayan hecho sino por lo que Jesús ha hecho por ellos. Pero si Jesús aparece como sustituto de los cristianos en el juicio, ¿no podrían ellos seguir transgrediendo la ley de Dios? ¿No podrían razonar: Puesto que Jesús cubre mis pecados, puedo hacer lo que quiera y pedir perdón después. Si el adulterio de David, y aun el asesinato que cometió pudieron ser expiados, ¿acaso no se puede expiar también cualquier cosa que yo haga?

El hecho de que Cristo aparezca como sustituto de los cristianos en el día del juicio les trae la consoladora seguridad de la salvación. Pero no significa que los cristianos no son responsables por sus actos o que no enfrentarán un juicio por sus obras. Todos serán juzgados por sus obras. La diferencia para los cristianos es que sus obras muestran, no si son lo suficientemente buenos o santos en y por sí mismos para ser salvados (no lo son), sino si tienen o no una verdadera relación de fe con Jesús, quien es el único digno de ser salvo. Las obras de uno revelan la validez de esta relación: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma... Yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:17, 18; se ha agregado el énfasis). Nadie se puede burlar de Dios. Los que piensan que la “fe” en Jesús les permite pecar con impunidad muestran, a través de esos mismos pecados, que no tienen la fe que lleva a la salvación. La fe obra, o no es fe.

Pablo enfatiza la obediencia El apóstol Pablo enseñó el concepto de Jesús como nuestro sustituto en forma más clara que cualquier otro escritor bíblico. Pero aunque insistió en que la salvación viene sólo por medio de la fe en Jesús y no por las obras de la ley, también enfatizó que la obediencia y la vida santa constituyen una parte inseparable del proceso. En forma reiterada, luego de sus exposiciones acerca de la gran verdad de la justificación por fe, amonestó a obedecer. En su artículo “juicio” en el Dictionary of Paul and His Letters [Diccionario de Pablo y sus cartas], S. H. Travis desafía abiertamente la idea de que un juicio basado en las obras contradiga el concepto de justificación por fe de Pablo. “El centro de Pablo en la relación con Cristo”, escribió, “no está en conflicto con su afirmación de un juicio por obras. Porque entiende las acciones de las personas como evidencia de su carácter, que muestran si su relación con Dios es básicamente de fe o de incredulidad... En el

juicio final, la evidencia de sus acciones confirmará la realidad de esta relación”. 1 En la cruz, Dios probó su justicia: se ocupó de que se pagara la culpa del pecado. Sin embargo, en lugar de que los pecadores pagaran ellos mismos esa pena, Jesús la pagó por ellos. Por medio de su muerte satisfizo las exigencias de la ley, que debían ser satisfechas para que se llevara a cabo la justicia de Dios. Por supuesto, al satisfacer de esa manera las exigencias de la justicia, Dios demostró su misericordia también. Mediante la muerte de Jesús se podía perdonar a los pecadores que lo aceptaran como su Salvador. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Antes que dejarnos morir por nuestros pecados, Cristo murió por nosotros. Su muerte proveyó el medio por el cual todos podemos recibir el perdón de nuestros pecados. En el día del juicio, cualquiera que esté solo recibirá el veredicto de condenación y muerte. Nadie tiene la justicia y la santidad necesarias para ser aceptados por Dios: “Ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:9, 10). Pero gracias a la misericordia manifestada a través de la muerte sustitutiva de Cristo nadie necesita estar solo en el día del juicio. Cada uno de nosotros, no importa quiénes seamos ni lo que hayamos hecho, podemos tener a Jesús como nuestro Sustituto. Cada uno de nosotros. Aun Susan Smith. Referencia 1

Gerald Hawthorne y Ralph Martin, eds., Dictionary of Paul and His Letters (Downers Grove, 111.: InterVarsity Press, 1993), p. 517. Este artículo apareció originalmente en Signs of the Times, Julio de 1995.