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venida del Mesías, la misión del pueblo de Dios entre las naciones, he aquí los ..... Cuando llega el día en que el rey persa Ciro, ofrece la reparación a los ...
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INSTITUTO DIOCESANO DE CATEQUESIS

SAN PÍO X DIÓCESIS DE SAN LUIS

SAGRADA ESCRITURA I

ANTIGUO TESTAMENTO II. LIBROS PROFÉTICOS

LIBROS PROFÉTICOS

Introducción Particular a los libros proféticos Profeta es palabra griega, y designa al que habla por otro, o sea en lugar de otro, equivale por ende, en cierto sentido, a la voz “intérprete” o “vocero”. Pero poco importa el significado de la voz Griega, debemos recurrir a la fuentes, a la lengua hebrea misma. En Hebreo se designa al profeta con dos nombres muy significativos: El Primero es “nabí” que significa “extático” “inspirado”, a saber por Dios. El otro nombre es “roéh o choséh” que quiere decir el vidente, el que ve lo que Dios le muestra en forma de visiones, ensueños, etc. Ambos nombres expresan la idea de que el profeta es instrumento de Dios, hombre de Dios que no ha de anunciar su propia palabra sino la que el espíritu de Dios le sopla e inspira. Habian profetas que no dejaban vaticinios sobre el porvenir, sino que se ocupaban exclusivamente del tiempo en que les tocaba vivir. Pero todos, y en esto escriba su valor, eran voceros del Altísimo, portadores de un mensaje del Señor, predicadores de penitencia, anunciadores de los secretos de Yahvé, como lo expresa Amós: “El Señor no hace estas cosas sin revelar sus secretos a los profetas siervos suyos”. (3,7). El espíritu del Señor lo los arrebataban, irrumpía sobre ellos y los empujaba a predicar aún contra la propia voluntad (Is.6, Jer,1,6). Tomaba a uno que iba detrás del ganado y le decía: “Ve profetiza a mi pueblo Israel” (Am. 7, 15) Sacaba a otro del arado (IIIRey 19,19ss) o le colocaba sus palabras en la boca y tocaba sus labios (Jer. 1,9), o le sus palabras literalmente a comer (Ez. 3,3). El mensaje profético no es otra cosa que palabra de Yahvé, un así dijo el Señor. La ley divina, las verdades eternas, la revelación de los designios del Señor, la gloria de Dios y de su reino, la venida del Mesías, la misión del pueblo de Dios entre las naciones, he aquí los temas principales de los profetas de Israel. En cuanto al modo en que se producían las profecías, hay que saber que la luz profética no residía en el profeta en forma permanente sino a manera de cierta pasión o impresión pasejera (Santo Tomás). Consistía, en general, en una iluminación interna o en visiones, a veces ocasionadas por algún hecho presentado a los sentidos, por ejemplo en Daniel 5, 25 por palabras escritas en la pared, en la mayoría de los casos, empero, solamente puestas ante la vista espiritual del profeta, por ejemplo, una olla colocada al fuego (Ez. 24, 1 ss), los huesos secos que se cubren de piel (Ez. 37, 1 ss), el gancho para recoger frutas (Am. 8, 1), la vara de almendro (Jer. 1, 11 ss), los dos canastos de higos (Jer. 24, 1 ss), etc. símbolos todos éstos para manifestar la voluntad de Dios. Pero siempre ilustra Dios al profeta por medios de actos o símbolos, sino que a menudo le ilumina directamente por la luz sobrenatural de tal manera que puede conocer por su inteligencia lo que Dios quiere decirle (por ejemplo, Is. 7, 14) A veces el mismo profeta encarnaba una profecía. Así por ejemplo Oseas debió por orden de Dios casarse con una mala mujer que representaba a Israel, simbolizando de este modo la infidelidad que el pueblo mostraba para con Dios. Y sus tres hijos llevan nombres que asimismo encierran una profecía: Jezrael, No más Misericordia y No mi Pueblo. (Os. 1)

El profeta auténtico subraya el sentido de la profecía mediante su manera de vivir, llevando una vida austera, un vestido áspero, un saco de pelo con cinturón de cuero ( IV Rey. 1, 8 ; 4, 38 ss ; Is. 20, 2 ; Zac. 13, 4 ; Mt. 3, 4) viviendo solo y aún célibe, como Elías, Eliseo y Jeremías. Demás está decir que los profetas preferían el lenguaje poético. Los vaticinios propiamente dichos son, por regla general, poesía elevadísima, y se pude suponer que, por lo menos algunos profetas los promulgaban cantando para revestirlos de mayor solemnidad. Se nota en ellos la forma característica de la poesía hebrea, la coordinación sintética, el ritmo, la división en estrofas. Solo Jeremías, Ezequiel y Daniel se encuentran considerables trozos de prosa, debido a los temas históricos que tratan. El estilo poético no solo ha proporcionado a los videntes del Antiguo Testamento la facultad de expresarse en imágenes rebosantes de esplendor y originalidad, sino que también les ha merecido el lugar privilegiado que disfrutan en la literatura mundial. No es, pues, de extrañar que su interpretación tropiece con oscuridades. Es un hecho histórico que los escribas y doctores de la Sinagoga, a pesar de conocer de memoria toda la Escritura, no supieron explicarse las profecías mesiánicas, ni menos aplicarlas a Jesús. Otro hecho, igualmente relatado por los Evangelistas, es la ceguedad de los mismos discípulos del Señor ante las profecías. ¡cuántas veces Jesús tubo que explicárselas! Lo vemos aún en los discípulos de Emaús, a los cuales dice El ya resucitado: “ Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas” (Lc. 24, 25). “Y empezando por Moisés y discurriendo por todos los profetas, El les interpretaba todas las escrituras los lugares que hablaba de El.” (Lc. 24, 27). Y aquí el Evangelista nos agrega que esta lección de exégesis tan intima y ardorosa, que los discípulos sentían abrasarse sus corazones. (Lc. 24, 32). Las oscuridades, propias de las profecías se aumentan por el gran número de alusiones a personas, lugares, acontecimientos, usos y costumbres desconocidos y también por la falta de precisión de los tiempos en que han de cumplirse los vaticinios, que Dios quiso dejar en el arcano hasta el tiempo conveniente. En lo tocante a las alusiones, el exégeta dispone hoy día como observa la Encíclica Bíblica Divino Affante Spiritu de un conjunto muy basto de conocimientos recién adquiridos por las investigaciones y excavaciones, respecto del antiguo mundo oriental, de manera que para nosotros no es ya tan difícil comprender el modo de pensar o de expresarse que tenían los profetas de Israel. Con todo, las profecías están envueltas en el misterio, salvo las que ya se han cumplido, y aún en estás hay que advertir que a veces abarcan dos o más sentidos. Así por ejemplo, el vaticinio de Jesucristo en Mateo 24, tiene dos modos de cumplirse siendo el primero la destrucción de Jerusalén, la figura del segundo el fin de siglo. Muchas profecías resultan puros enigmas, si el expositor no se atiende a esta regla hermenéutica que le permite ver en el cumplimiento de una profecía un suceso futuro. Sería como decíamos, erróneo, considerar a los profetas sólo como portadores de predicaciones referentes a lo porvenir, ellos fueron en primer lugar misioneros d su propio pueblo. Si Israel guardó su religión y fe y se mantuvo firme en medio de un mudo idólatra, esto no fue mérito de la Sinagoga oficial, sino de los profetas, que a pesar de las persecuciones que padecieron no desistieron de ser predicadores del Altísimo. Nosotros que gozamos de la luz del Evangelio, edificados en Cristo sobre el fundamento de los Apóstoles y loa Profetas, (Ef. 2, 20), no hemos de menospreciar a los voceros de Dios en el Antiguo Testamento, ya que muchas profecías han de cumplirse aún, y sobre todo porque San Pablo nos dice expresamente: “ No queráis despreciar las profecías” (I Tes. 5, 20) Y en la primera carta a los Corintios, da a la profecía un lugar privilegiado, diciendo: Codiciad los dones espirituales, mayormente el de las profecías. (I Cor. 14, 1) pues; El que hace oficio de profeta, habla con los hombres para edificarlos y para consolarlos. (I Cor. 14, 3). En este sentido nunca dejaremos de necesitar las inspiraciones de los santos profetas que Dios en tiempos antiguos puso como lumbreras y centinelas suyos, en medio de un mundo idólatra.

tal es lo que nos dice, hablando de ellos, nuestro primer Pontífice San Pedro, en su segunda carta Encíclica: “Y tenemos, más firme aún, hoy que antes de Cristo, el testimonio de los Profetas, al cual hacéis bien en mirar atentamente, como una antorcha que luce en lugar oscuro, hasta que amanezca el día y nazca en vuestros corazones la estrella de la mañana.” (II Pe. 1, 19). Este es el nombre que Jesús se da a sí mismo en el Apocalipsis (22, 16 ; 2, 12). De ahí que la misma Escritura Sagrada define al sabio diciendo: “El sabio indagará la sabiduría de todos los antiguos y hará estudio de los profetas.”

El mensaje de los profetas se reduce a tres capítulos fundamentales: a) Yavé es el Dios de Israel. Por eso los profetas combaten tanto la idolatría, la desviación o la corrupción del verdadero culto, y cuidan que el pueblo viva de acuerdo a la moral, apoyando sus enseñanzas con sanciones: al pueblo fiel prometen la felicidad, y al infiel los más duros castigos, generalmente mediante la intervención de las naciones paganas. b) Pero si Yahvé es el Dios de Israel. Israel es también el pueblo elegido de Dios. Defensores ardorosos de la causa de Dios, los profetas son también los guardianes de la grandeza religiosa de Israel. Por eso combatirán sin tregua la política profana de alianza con los extranjeros y se esforzarán por mantener, en las horas críticas, la confianza de Yahvé. Si bien es cierto que las naciones paganas son el instrumento de castigo en las manos de Dios, cuando hayan cumplido su misión, serán a su vez quebrantadas. c) Y entonces se abrirá para Israel, purificado y renovado, un período de restauración y de dominio universal porque Yavé reinará sobre todos los pueblos. El pacto antiguo será reemplazado por una nueva alianza que, por medio de Israel, alcanzará a toda la humanidad. La época del Mesías será una era de prosperidad de justicia y de paz. Los profetas dibujan el cuadro grandioso de los tiempos mesiánicos sin dejar de destacar el carácter espiritual del Reino y del Mesías. Es cierto que ningún profeta abrazó en su conjunto todo el cuadro de la liberación Mesiánica, algunos describen al Mesías como un conquistador glorioso, otros como un príncipe pacífico que hace justicia, otros los mostrarán curando la enfermedades físicas y morales, o rescatando al mundo mediante sus humillaciones y su muerte. Dios, que hablaba por medio de sus profetas, adaptaba así su revelación a las c circunstancias y necesidades diversas de su pueblo. Si juntáramos todas las profecías mesiánicas estaríamos en presencia de un cuadro relativamente acabado y completo en sus grandes líneas, aun cuando sus rasgos parciales hayan sido pintados poco a poco y progresivamente: “De muchas maneras habló Dios a los padres por medio de los profetas.” (Heb. 1, 1) Sin embargo , después de leer a los profetas, no es tarea fácil reunir todas sus notas en una síntesis única, haciendo converger la totalidad de sus líneas en un retrato armonioso. La personalidad de Cristo es demasiada rica y compleja. Y los Judíos con frecuencia consideraron esas descripciones como divergentes y opuestas, e incluso contradictorias, y en vez de entregarse a un laborioso trabajo de síntesis, prefirieron limitarse tan sólo a algunos aspectos más atrayentes con prescindencia de los demás.

Los libros proféticos han sido escritos por los profetas de quienes llevan el nombre. Son dieciséis: 4 profetas mayores, 12 profetas menores y el libro de Baruc. Isaías; escribió más de 100 años antes del cautiverio de Babilonia, el que anunció en términos categóricos. Jeremías; fue el profeta doloroso de su época. Lloró la destrucción de la ciudad santa en sus Lamentaciones.

Ezequiel y Daniel; profetas contemporáneos del destierro sostuvieron a sus hermanos con sus palabras de esperanza referente a la restauración de Israel, en tiempo de Ciro. Pero sus palabras se referían sobre todo al Reino Mesiánico, y sus maravillosas visiones celestiales nos hablan de la Gloria Futura.

Los doce profetas menores son: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofías, Ageo, Zacarías y Malaquías. Estudiaremos en este curso a tres de ellos: Isaías, Jeremías y Ezequiel.

Ezequiel, El Profeta de la Cautividad Introducción El periodo del exilio encierra en su preparación con los profetas Nahún, Habacuc, Sofonías, y en su realización con Ezequiel, el duro contraste del castigo al pueblo pervertido y del consuelo al pueblo arrepentido. Siempre, a la vista, la mano justa y bondadosa de Dios. Purificado los ojos del alma ya sabiendo mirar en hondura con nuestro espíritu el conjunto de la Revelación Sagrada, en la Palabra escrita de Dios, descubrimos en toda su profundidad la afirmación de San Pablo, recogida por la Iglesia en la Constitución Dogmática “Palabra de Dios”: Todo lo que está escrito, se escribió para enseñanza nuestra: de modo que, por la perseverancia y el consuelo de las escrituras, mantengamos la esperanza. 8Rom. 15, 4)

1- EL EXILIO PURIFICADOR El amor y la solicitud de Dios por su pueblo se revelan pujantes en todas las páginas de la Biblia. Pero quizá en ninguna de ellas resulta tan conmovedor este amor, tan verdaderamente amor del Padre, como durante los días desolados de Israel en el Exilio. Vemos, sí, que el pueblo, que ha sido tristemente ingrato para con El, ha recibido un castigo de invasión, sangre y cautividad fuera de su tierra. Que le ha sido arrebatado lo que tiene de más entrañable. Que ya no hay nación Israelita, ni trono, ni templo, ni culto. Los profetas habían anunciado una y otra vez que todas las instituciones, forjadas a lo largo de varios siglos, serían destruidas y así ha ocurrido. Pero en estos momentos de dolor, cuando Jerusalén está en angustia, Dios demuestra que es de verdad fiel a los que ama y, que sus hijos, cautivos y deportados, no quedan solos. Porque El suscita en medio de ellos un nuevo mensajero que los consuele. Y éste es Ezequiel, el profeta del exilio. Ezequiel pertenecía a la clase sacerdotal. Y, junto con el rey y gran parte de la aristocracia judía, fue llevado prisionero a Babilonia en el año 598. Allí, en una ciudad

del sur del país, vivió con su esposa compartiendo la suerte de los exiliados, hasta que, cinco años más tarde fue escogido por Yahvé para ser su portavoz en aquellas tierras extranjeras. Los judíos desterrados forman un grupo homogéneo alrededor suyo y, en ese marco, él cumple su misión de mantener en sus corazones la esperanza, al mismo tiempo que moldea el alma religiosa de los que un día al volver a su tierra, servirán de punto de partida para un pueblo nuevo. Ezequiel, por tanto, encarna un período de transición entre dos épocas de la historia de Israel.

2- EL LIBRO Ezequiel es uno de los profetas más oscuros para nuestra mente moderna y occidental. Pero sabemos que Dios se acomodó siempre a la formación y a la psicología de cada uno de los profetas, como a la de los demás escritores sagrados, para transmitir, por medio de ellos, su mensaje. Y, puesto que aquellos a quienes iba dirigido ese mensaje divino, de un modo inmediato, eran orientales de gran imaginación, con frecuencia, los instrumentos vivos empleados por Dios se expresaban con palabras, simbolismos y figuras, extrañas para nosotros, pero accesibles y muy del gusto de aquella gente, de aquellos pueblos y de aquellos siglos. Un ejemplo tipico de esto que decimos, es la visión de Yahvé en el carro de,, fuego, sobre los cuatros animales, con que Ezequiel da comienzo a su libro. La visión, apocalíptica, se inicia describiendo el marco que rodea al Omnipotente. Fuego y relámpagos, seres misteriosos, rumor de muchas aguas, un trono semejante al zafiro... todo ello rodeado de un resplandor.... “A manera del arco iris, que aparece en las nubes en día de lluvia...” (Ez. 1, 28) ¿Difícil de entender para nuestra mentalidad? Es posible. Pero queda el hecho cierto que son palabras hermosas utilizadas por el hombre, por un hombre con inspiración divina, en un esfuerzo por describir lo indescriptible. Las imágenes se acumulan y el escritor no retrocede ante los símiles y las metáforas más extravegantes. No tiene la grandeza expresiva de Isaias, ni el calor humano de Jeremías. Pero con su modo fantástico, sus alegorías, sus bellas parábolas, sabe presentar a sus oyentes la historia de Israel, la henorme ingratitud del pueblo escogido y su castigo. Sus frases son a veces duras, de una aspereza que estremece. Pero tal vez por ello, sacudieron las conciencias dormidas. Sin embargo, el hombre que sufre, que siente el dolor punzante de la angustia, necesita ver una luz al final de su camino para no hundirse en la desesperación. Ezequiel fue el portador de esa luz para los israelitas exiliados. Con palabra clara, con figura de hiriente fuerza, habla de la infidelidad del pueblo y de las calamidades que sufre Israel como consecuencia. (Ez. 22, 29 ss). La misericordia de Dios, esa misericordia que es quizá la nota más constante a lo largo de todo el Antiguoa Testamento, está silenciada en la primera parte del libro, pero pronto van apareciendo sus destellos, por encima de las líneas que expresan cólera y castigo. Y ya, en los últimos capitulos, brota incontenible, con ternura y piedad inmensas; “...Os tomaré de entre las naciones y os reuniré de todos los paises y os conduciré a vuestra tierra. Y rociaré sobre vosotros un agua pura y os purificaréis de todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Y os daré un corazón nuevo y un espíritu renovado os infundiré en vuestro interior y quitaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. (Ez. 36, 24 ss)

A esta parte de la obra pertenece la impresionante visión de los hueso resecos (Ez. 37, 1-4 ). El panorama que se ofrece a la vista de ezequiel es sobrecogedor. Todo es desolación y muerte. Un campo inmenso cubierto de huesos, de los que ha desaparecido hace tiempo toda vida. Pero el profeta, obedeciendo a Dios, hace que se cubran de carne y de piel. Y por último, el espíritu de Yavé les infunde nueva vida, como símbolo de la resurrección de Israel. He aquí literalmente unas frases lapidarias, que la Iglesia, durante siglos, ha aplicado a sus hijos en la noche pascual: “ Me dijo: Hijo de hombre, ¿podrán vivir estos huesos? Yo dije: Señor Yavé, tú lo sabes. Entonces me dijo: Profetiza sobre estos huesos.... profetiza al espíritu....ven espíritu... y el espíritu entró en ellos, revivieron y se incorporaron sobre sus pies., era una enorme, inmenso ejército.” Ez. 37, 3 s, 9 s. El pueblo creía estar perdido y sin esperanza (Ez. 31, 11), pero Dios le ama y le promete el perdón, la vuelta a la vida y una alianza eterna con El: “ Y pactaré con ellos una alianza de paz, alianza eterna con ellos será. Y los restableceré y multiplicaré y colocaré mi santuario en medio de ellos para siempre. Sobre ellos estará mi morada y constituiré su Dios y ellos serán mi pueblo y conocerán las naciones que Yo, Yavé soy quien santificó a Israel, y cuando mi santuario este en medio de ellos por siempre.” Ez. 37, 26. Tan clara está para Ezequiel la idea del amor de Yavé hacia sus hijos castigados, que el lector de uno de sus capitulos, el 34, le parecerá estar leyendo una página del Evangelio. Y, en efecto, seis siglos más tarde San juan había de utilizar, casi exactamente, sus mismas palabras para ponerlas en los labios de Jesús, o mejor aún, son la bellas frases de Ezequiel que cobran vida y fragancia nuevas en los labios de Cristo. Es la alegoria del Buen Pastor, y como podemos ver por cualquier versículo elegido al azar, toda ella es bellísima: “....He aqui que yo mismo cuidaré de mi ganado el día en que se halla en medio de su grey dispersa, así yo pasaré revista a mis ovejas y las libraré de todos los lugares de donde se dispersaron en día de nubarrones y oscuridad tormentosa. Y los sacaré de entre los pueblos, los reuniré de los países, los introduciré en su tierra y los pastorearé sobre las montañas de Israel, en los valles y en todos los lugares habitados del país. En pastizales buenos los pastorearé y en las montañas altas de Israel estará su majada, allí descansarán en cómodo redil y pacerán pastos sobre las montañas de Israel. Allí apacentaré a mi rebaño y Yo lo haré sestear, declara el Señor Yavé. Busacré la res perdida y haré volver la descarriada y vendaré la herida....” Ez. 34, 11-16.

3-LA RETRIBUCION INDIVIDUAL La doctrina de Ezequiel es igual a la de los demás profetas, ya que gira sobre la trascendencia de Dios, haciendo especial incapié en su santidad, gloria y majestad. Pero en su obra encontramos un punto muy importante. El profeta del destierro da un gran paso en la enseñanza que Dios esta dando a Israel. Y es la idea de premio y castigo individual, a cada hombre según sus obras, en contraste con la antigua nación de retribución colectiva o generacional, tribal o familiar. Dios quiere hacer comprender a los suyos, a los que van a formar su pueblo restaurado, que cada uno de ellos es responsable de su propia conducta, que nunca podrá culpar a sus padres o a sus compatriotas de un castigo al que sólo él, como individuo dotado de libertad, puede hacerse acreedor.:

“La persona que peque esa morirá. El hijo no cargará con la culpa del padre, ni el padre cargará con la iniquidad del hijo, la justicia del justo será sobre él mismo y la impiedad del impío sobre él será.” Ez. 18, 20. Y no es solamente que los hijos no serán castigados por los pecados de sus padres, sino que cada persona puede arrepentirse de sus pecados propios y hacerse así acreedor a la vida de Dios: “Si el impío se convierte de todos sus pecados que cometió y observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, vivirá de seguro, no morirá. Ninguno de los pecados que cometió le será recordado: en la justicia que practico logrará vida. ¿Acaso me complazco yo en la muerte de impío, afirma el Señor, y no en que se convierta de su conducta y viva?”. (Ez. 18, 21 ss). Es un pensamiento nuevo un avance más hacia la claridad del futuro mensaje evangélico. Diríamos que Dios se va “humanizando” para los hombres sin perder nada de su trascendencia divina.

4- EL HIJO DEL HOMBRE Esta expresión que Dios aplica a sus profetas, es propia de ezequiel. Significa “ser humano individuo perteneciente a la familia humana”, y sirve para hacer resaltar la distancia infinita que hay entre la humanidad y la divinidad.Para nosotros tiene un precioso valor, ya que durante su vida terrestre, entre todos los titulos a que tiene derecho, éste es el que Cristo se aplica con preferencia a Si mismo: Hijo del Hombre. En el libro de Daniel este apelativo adquiere un significado mesiánico, ya que se da al personaje trescendental que recibirá de Dios “el señorio , la gloria y el imperio” (dan. 7, 13 ss). Pero si Cristo lo usa con tanta frecuencia, es sin duda también para demostrar una vez más su íntima entronque con la humanidad a la que quiso pertenecer en un momento de la historia, ya que por su amor, a los humanos, no juzgó tesoro codiciable mantenerse igual a Dios (Fl. 2, 6) En resumen: Esta expresión con que Cristo se designa, es la que más le aproxima a nosotros, pues por una parte vela discretamente su divinidad, y por otra subraya con energía su íntima y radical participación en nuestro humano vivir. 5- LA ULTIMA VISION Ezequiel es un sacerdote, no lo olvidemos. Y no puede desprenderse de su bagaje sacerdotal. Los últimos capitulos de su obra, son un plan detallado para una imaginaria restauración del templo, de la legislación y hasta la distribución geográfica de los Israelitas. Se inspira en un pasado que conoce perfectamente, pero lo adapta a las nuevas circunstancias, aprovechando las experiencias por que todos han atravesado, para evitar al pueblo las tentaciones que le habían llevado a apartarse de Yavé. La corrupción alcanza a los tiempos que precedieron a la catástrofe nacional, requería urgentemente una reforma, principalmente del corazón, pero también del desenvolvimiento externo de la comunidad. Cuando llega el día en que el rey persa Ciro, ofrece la reparación a los deportados, éstos, gracias a Ezequiel, cuentan con un esquema idealizado que servirá de base a todos sus esfuerzos. El nuevo Judaísmo descansa sobre la potencia visual del sacerdote-profeta, que termina su obra con una afirmación de la eterna presencia de Yavé en medio de su pueblo,

porque esta esperanza es el mayor consuelo que puede ofrecer a los corazones de los desterrados. En efecto la ciudad santa, la nueva Jerusalén ideal, llevará el nombre de Yavé está allí. ( Ez. 48, 35.). Este ideal de santidad y de presencia divina , es un heraldo de lo que había de ser una realidad muy hermosa: el Israel del espíritu, la Iglesia universal que un día surgirá con Cristo. La Iglesia Gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino Santa e Inmaculada. (ef. 5, 27), en medio de la cual está El como fuente de vida por los siglos.