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frontera sur, donde se gasta muchísimo dinero a pesar de haberse reducido a niveles históricos el número de inmi- grantes que cruzan la frontera. En lugar de ...
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SEPTIEMBRE 15, 2016

EL PREGONERO 3

REFLEXIONES

COLUMNA DEL EDITOR

Lo que significa vivir de misericordia D

urante este Jubileo hemos reflexionado muchas veces sobre el hecho que Jesús se expresa con una ternura única, signo de la presencia y de la bondad de Dios. Hoy, nos detenemos en un pasaje conmovedor del Evangelio (Cfr. Mt 11,28-30), en el cual Jesús dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio” (vv. 28-29). La invitación del Señor es sorprendente: llama a seguirlo a personas sencillas y oprimidas por una vida difícil, llama a seguirlo a personas que tienen muchas necesidades y les promete que en Él encontrarán descanso y alivio. La invitación es dirigida en forma imperativa: ‘vengan a mí’, ‘tomen mi yugo’, y ‘aprendan de mí’. ¡Tal vez los líderes del mundo pudieran decir esto! Tratemos de entender el significado de estas expresiones. El primer imperativo es “vengan a mí”. Dirigiéndose a los que están cansados y oprimidos, Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías. Y así dice, el pasaje de Isaías: “El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento” (50,4). A estos desconsolados de la vida, el Evangelio muchas veces une también a los pobres (Cfr. Mt 11,5) y los pequeños (Cfr. Mt 18,6). Se trata de cuantos no pueden contar sobre sus propios medios, ni sobre amistades importantes. Ellos sólo pueden confiar en Dios. Conscientes de la propia humilde y mísera condición, saben que dependen de la misericordia del Señor, esperan de Él la única ayuda posible. En la invitación de Jesús encuentran finalmente respuesta a sus expectativas: convirtiéndose en sus discípulos reciben la promesa de encontrar consolación para toda la vida. Una promesa que al final del Evangelio es extendida a todas las naciones: “Vayan –dice Jesús a los Apóstoles– y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28,19). Acogiendo la invitación a celebrar este año de gracia del Jubileo, en todo el mundo los peregrinos atraviesan la Puerta de la Misericordia abierta en las catedrales y en los santuarios y en tantas iglesias del mundo; en los hospitales, en las cárceles. ¿Para qué atravesar esta Puerta de la Misericordia? Para encontrar a Jesús, para encontrar la amistad de Jesús, para encontrar el alivio que solo da Jesús. Este camino expresa la conversión de todo discípulo que se pone en el seguimiento de Jesús. Y la conversión consiste siempre en descubrir la misericordia del Señor. Y esta misericordia es infinita e inagotable: es grande la misericordia del Señor. Atravesando la Puerta Santa, pues, profesamos “que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos”. (Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 7). El segundo imperativo dice: “Tomen mi yugo”. En el contexto de la Alianza, la tradición bíblica utiliza la imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo que une el pueblo a Dios y, de consecuencia, la obediencia a su voluntad expresada en la Ley. En polémica con los escribas y doctores de la Ley, Jesús pone sobre sus discípulos su yugo, en el cual la Ley en-

Papa Francisco cuentra su pleno cumplimiento. Les quiere enseñar a ellos que descubrimos la voluntad de Dios mediante su persona: mediante Jesús, no mediante leyes y prescripciones frías que el mismo Jesús condena. Podemos leer el capítulo 23 de Mateo, ¿no? Él está al centro de su relación con Dios, está en el corazón de las relaciones entre los discípulos y se pone como fulcro de la vida de cada uno. Recibiendo el “yugo de Jesús” todo discípulo entra así en comunión con Él y es hecho participe del misterio de su cruz y de su destino de salvación. Sigue el tercer imperativo: “Aprendan de mí”. A sus discípulos Jesús presenta un camino de conocimiento y de imitación. Jesús no es un maestro que con severidad impone a otros cargas que Él no lleva: esta era la acusación que Él hacía a los doctores de la ley. Él se dirige a los humildes, a los pequeños, a los pobres, a los necesitados porque Él mismo se ha hecho pequeño y humilde. Comprende a los pobres y a los sufrientes porque Él mismo es pobre y experimentó los dolores. Para salvar a la humanidad Jesús no ha recorrido un camino fácil; al contrario, su camino ha sido doloroso y difícil. Como lo recuerda la Carta a los Filipenses: “Se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (2,8). El yugo que los pobres y los oprimidos llevan es el mismo yugo que Él ha llevado antes que ellos: por esto es un yugo ligero. Él se ha cargado sobre sus espaldas los dolores y los pecados de la humanidad entera. Para el discípulo, por lo tanto, recibir el yugo de Jesús significa recibir su revelación y acogerla: en Él la misericordia de Dios se ha hecho cargo de la pobreza de los hombres, donando así a todos la posibilidad de la salvación. Pero, ¿por qué Jesús es capaz de decir estas cosas? Porque Él se ha hecho todo en todos, cercano a todos, a los pobres. Era un pastor que estaba entre la gente, entre los pobres. Trabajaba todo el día con ellos. Jesús no era un príncipe. Es feo para la Iglesia cuando los pastores se convierten en príncipes, alejados de la gente, alejados de los más pobres: este no es el espíritu de Jesús. A estos pastores Jesús los amonestaba, y sobre estos pastores Jesús decía a la gente: “Pero, hagan aquello que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen”. Queridos hermanos y hermanas, también para nosotros existen momentos de cansancio y de desilusión. Entonces recordémonos estas palabras del Señor, que nos dan mucha consolación y nos hacen entender si estamos poniendo nuestras fuerzas al servicio del bien. De hecho, a veces nuestro cansancio es causado por haber puesto la confianza en cosas que no son esenciales, porque nos hemos alejado de lo que vale realmente en la vida. El Señor nos enseña a no tener miedo de seguirlo, porque la esperanza que ponemos en Él no será defraudada.

Migración e integración

E

n poco menos de ocho semanas sabremos quién estará dirigiendo el país. Entretanto priman, en ciertos sectores, sentimientos beligerantes e impregnados de ira cuando se habla de los inmigrantes indocumentados. Sentimientos que han sustituido al diálogo y al debate de ideas y propuestas cuando se aborda el impostergable tema de una reforma migratoria integral. La inmigración es un tema tan inflamable que, paradójicamente, en una nación hecha y que continúa haciéndose por inmigrantes, la sola propuesta de hacer justicia con los jóvenes indocumentados –dándoles la oportunidad de poder acceder a estudios superiores pagando el mismo costo que se ofrecen a los residentes (in-tuition)– chamuscó políticamente a precandidatos presidenciales, como sucedió con el gobernador de Texas. La urgencia y sentido de seguridad que embarga a los pobladores de las zonas fronterizas es entendible si consideramos los problemas que traen consigo el tráfico de drogas. Sin embargo, esa ansiedad no se justifica si tenemos en consideración el hecho factual que año tras año se incrementa significativamente el presupuesto para la seguridad de la frontera sur, donde se gasta muchísimo dinero a pesar de haberse reducido a niveles históricos el número de inmigrantes que cruzan la frontera. En lugar de dialogar y buscar una solución al tema migratorio, el miedo y la cólera azuzados por ciertos comentaristas radiales y, de una manera deplorable, por decir lo menos, por un candidato presidencial hacen casi imposible que, a escasas semanas de los comicios presidenciales del 8 de noviembre, se entable el diálogo y prime una conversación productiva. Es más probable que ese diálogo, si se da, será después de las elecciones. Mas, hablar sobre el tema es hablar sobre la integración que es una mezcla de todo, un tema de vital interés nacional, como lo fue en su nacimiento como país de inmigrantes y como lo sigue siendo hoy, como ayer, amén de haber nacido a la luz de los ideales de libertad e igualdad de oportunidades para todos los

Rafael Roncal que arribaron y arriban a estas tierras. Y que bien lo expresa su lema fundacional: E Pluribus Unum. Necesitamos una política migratoria integral para invertir en la integración, ergo, en el capital humano que es el componente crítico para modernizar el país. La migración no es un fenómeno nuevo –es tan antigua como las civilizaciones– y no es un fenómeno que nos aqueja solo a nosotros. Es un fenómeno global que no deja espacio al reduccionismo, ni mucho menos a un anquilosado punto de vista nativista. A todo esto, en tres encuestas independientes a nivel nacional, los electores dicen abrumadoramente estar de acuerdo (87%, 78% y 88%) en que se apruebe una legislación que contemple una hoja de ruta hacia la ciudadanía para las familias y trabajadores indocumentados. En otras palabras, la mayoría de los ciudadanos están de acuerdo en que se queden los inmigrantes indocumentados y que puedan normalizar su vida y salgan de las sombras y el limbo legal en el que viven. ¿Por qué? Porque prima un sentido común cristiano y entienden que la migración está también sujeta a la ley de la oferta y la demanda. Si enfocáramos el diálogo en los costos y beneficios de la inmigración la actitud sobre el tema sería positiva. Mas, eso no sucede. Hay, por el contrario, una total falta de respeto a los inmigrantes y a sus contribuciones, olvidándose de manera supina que la inmigración, en sí misma, sigue siendo parte fundamental de la urdimbre de nuestras vidas. La próxima elección presidencial será, para bien o para mal, un referéndum de lo que queremos ser como nación, de allí la vital importancia de mostrar liderazgo, con el ejemplo, registrándonos para votar y acudir a las urnas a emitir un voto responsable.