1 LAS PERSONAS MAYORES Las personas mayores ... - Muchoslibros

chazan de plano los rumores que algún amigo te reve- la en el patio del colegio; contradicen las duras certezas que recoges de tus breves periplos por la calle; ...
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Las personas mayores ¿a qué hora volverán? César Vallejo, «Trilce III»

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E L J U EG O DE L A G A L L I N I TA C I EG A

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as personas mayores a menudo nos mienten. Nos dan una versión amable y distorsionada de ciertos hechos, ahorrándose detalles escabrosos, creyendo que así nos cuidan y defienden de la crudeza de la realidad. Si, por ejemplo, les preguntas a tus padres cómo eran de chicos, riendo te entregan una bonita (y sospechosa) postal con la que disfrazan su pasado: resulta entonces que nunca dijeron una grosería, que nunca cometieron una travesura desafiante, que nunca retaron a sus padres, que nunca reprobaron ninguna asignatura. Si les preguntas, curioso, cómo se conocieron, cómo se conquistaron, se miran, cómplices, y a dúo te ofrecen el predecible libreto de un culebrón de bajo presupuesto apto para todos: resulta entonces que nunca protagonizaron una pelea, nunca descubrieron un engaño, nunca vencieron una contrariedad. Si una noche les haces consultas sobre sexo e indagas —por decir algo— a qué se deben las puntuales erecciones que inflan todas las mañanas el pantalón de tu pijama, tartamudean, tosen o se quedan mirando el noticiero de la tele. Pasado el susto, se deshacen en explicaciones sinuosas antes de improvisar una muy poco didáctica clase de anatomía. Las personas mayores a menudo nos confunden. Rechazan de plano los rumores que algún amigo te revela en el patio del colegio; contradicen las duras certezas que recoges de tus breves periplos por la calle; niegan estar angustiados a pesar de la rígida mueca que domina sus caras; y, con tierna arbitrariedad, te invitan a que les cuentes al detalle las múltiples cosas que haces y piensas, 17

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aunque ellos no parezcan estar muy dispuestos a devolver el gesto. Y tal vez porque quieren prolongar su adolescencia perdida a través de la tuya, modelan a su antojo tu comportamiento y apariencia: censuran un arete, castigan un tatuaje, te obligan a cortarte el pelo, y disimulan una orden terminante bajo la sutil forma de una sugerencia. Las personas mayores a menudo nos hacen pasar el ridículo. Te fuerzan a hacer alguna gracia delante de sus invitados (antes te fuerzan a saludar cordialmente a uno por uno); te instan a sacar a bailar a la tía solterona en una fiesta familiar; te desmienten frente al médico informándole inoportunamente sobre cada uno de tus hábitos más privados; y se empeñan en llevarte a interminables almuerzos y recepciones, donde, para colmo, te caricaturizan bonachonamente frente a sus amigotes, dejándote pintado como el virtuoso que no eres. Y, sin embargo, a pesar de todo eso: a pesar de que nos mienten, de que nos confunden, de que nos avergüenzan, guardamos una enorme deuda con las personas mayores. ¿Por qué? Pues porque son ellas las que nos acercan a los libros, las que nos descubren los misterios del lenguaje, las que nos avientan al precipicio en donde nos aguardan las palabras que nos ayudarán a devolverle orden al mundo en el que crecimos y cuyos límites no acaban de convencernos. Con el tiempo captas que todas esas mentiras, confusiones y bochornos a que los mayores te sometieron durante la adolescencia eran solo parte de un plan —involuntariamente urdido— para provocar tu descontento, ese combustible que, más temprano que tarde, te llevará a buscar tus propias respuestas, a significar bajo tus propias reglas. No se me ocurre mejor metáfora para explicarlo que el juego de la gallinita ciega (actividad recreacional en la que, por cierto, somos instruidos por iniciativa de las personas mayores). En ese juego un adulto te cubre los 18

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ojos con una venda, te da vueltas sobre tu propio eje hasta que pierdes la orientación y luego te arroja al completo vacío para que te las arregles solo. Desde esa oscuridad, combatiendo ese mareo, tienes que aprender a acercarte a personas y objetos, a tantearlos, a reconocerlos y, por último, a nombrarlos. Del mismo modo, con cada noble mentira, con cada confusión provocada, cada vergüenza infligida, las personas mayores construyen un muro que nos separa de la realidad, dejándonos completamente a oscuras. Pero luego, al confiarnos distraídamente las palabras, nos conminan a derribar esa pared. No tengo dudas de que la poesía que escribimos cuando somos adolescentes es algo así como la garrocha con la cual brincamos ese muro invisible e iniciamos el viaje rumbo a nuestra propia conciencia. Renato Cisneros

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POE M A T R ÁG IC O CON DU DOSOS LO GROS CÓM ICOS Mi familia no tiene médico ni sacerdote ni visitas y todos se tienden en la playa saludables bajo el sol del verano. Algunas yerbas nos curan los males del estómago y la religión sólo entra con las campanas alborotando los canarios. Aquí todos se han muerto con una modestia conmovedora, mi padre, por ejemplo, el lamentable Prometeo silenciosamente picado por el cáncer más bravo que las águilas. Ahora nosotros ninguno doctor o notable en el corazón de modestas tribus, la tribu de los relojeros la más triste de los empleados públicos la de los taxistas la de los dueños de fonda de vez en cuando nos ponemos trágicos y nos preguntamos por la muerte. Pero hoy estamos aquí escuchando el murmullo de la mar que es el morir. Y este murmullo nos reconcilia con el otro murmullo del río por cuya ribera anduvimos matando sapos sin misericordia, reventándolos con un palo sobre las piedras del río tan metafórico 21

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que da risa. Y nadie había en la ribera contemplando nuestras vidas hace años sino solamente nosotros los que ahora descansamos colorados bajo el verano como esperando el vuelo del garrote sobre nuestra barriga sobre nuestra cabeza nada notable nada notable. José Watanabe, Álbum de familia

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L A S PE R SI A NA S

Nuestros padres vinieron de lejos atravesaron valles, arenales, sembríos rezumando a caña limpias praderas de arroz, puentes metálicos y por fin se establecieron en el desierto más vasto que encontraron Habían abandonado la metrópoli, el silencio de los dioses marcharon sobrios y fecundos a la busca de un país, un lado de la tierra en que las lluvias fueran buenas Así conocieron la canícula y el polvo de una década sus noches fueron la brillantez del sueño más hermoso sobre los débiles focos de una ciudad incipiente Mis hermanos no eran aún adolescentes y el lugar duraba lo que una vuelta en bicicleta sus plazuelas solitarias deshojando tamarindos viejos algarrobos que sólo conocían las iguanas barrios impecables y pequeños, familias enteras tomando el fresco a la puerta de la calle Oh noches del verano como muchachas de éter tiempo de lluvias salvajes, oh mi aldea y recuerdo a la gente apostada sobre el Puente Nuevo midiendo el terror de una posible inundación el caudal abrumador del río que enfurecía cada siete años y los primeros avisos luminosos reflejaban su eléctrico esplendor sobre las aguas Pueblo mío, infancia, estadio irresponsable. la belleza de los padres como un dulce manto protegiendo algún temor, alguna sombra amarga esa soledad al terminar la vermouth o al quedarme solo en las aglomeraciones Oh locura de correr por mis calles, mi adorable geometría 23

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Qué creí, adónde ir a buscar un calmante a mi muerte Adónde ir, papá, mamá, hermanos, dónde. Róger Santiváñez, Antes de la muerte

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NO SÉ N U NC A T U V E FA M I L I A …

No sé nunca tuve familia para pintarla en un cuadro perfecto no de ésas quizás sea la causa de que no tenga nada que proteger sino el amor inmediato el que a vuelta de esquina puede morir como pudimos morir nosotros papá (tú sí) mamá kuki hermanos todos aventados por el talud sin que nadie gritara todos absortos en la caída como si fuese lo ordinario todos peleando el derecho de orinar primero temprano en las mañanas (papá tú no —tú te ocupabas tranquilo en otra casa pero no sirvió lo que ganara tu salud— la muerte fue un rayo y la sangre por tres días sin que nadie supiera nadie sostuvo tu cabeza no te miramos caer) todos pataleando en el charco hasta ahora en que ya es tarde para la foto redonda con un perro en la alfombra cada uno es su foto redonda y sin embargo papá (tú el primero) mamá kuki hermanos ya terminaron de peinarse (en mi corazón) mamá advirtió al perro y por joder kuki colgó un pajarito sobre la cámara y caro tú carraspeas y escondes un poco los senos y endulzas el ceño para la ocasión y tú juanca estás escogiendo la sonrisa entre las miles de las 25

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que no sabes cuál te pertenece para la ocasión y tú diana arrastras los pies hasta el hermoso sofá que les dispuse y yo aprieto el botón de retardo y corro para salir en la foto de la parte importante de mi corazón Raúl Mendizábal, Dedéaladé. 69 poemas

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